Este estudio preparatorio para Bailarinas rusas se convierte en un conjunto de líneas sin aparente orden que toman sentido al ser observadas detenidamente. La influencia de Ingres casi desaparece al aplicar gruesos trazos negros frente a la línea más cuidada de sus obras juveniles como Joven desnuda tumbada.
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En las últimas décadas del siglo XIX el desnudo será una de las temáticas favoritas entre los pintores, ya desde Manet con su Olimpia o el propio Cabanel con su Nacimiento de Venus, triunfador del Salón de 1863. Uno de los maestros más interesados por esta temática será Cézanne, incorporando la figura desnuda a la naturaleza. Curiosamente, nunca utilizó un modelo vivo en el paisaje. Las fuentes empleadas por el pintor de Aix debemos buscarlas en los maestros clásicos como Tiziano, Verones, Tintoretto, Correggio, Rubens o Poussin. En esta ocasión nos encontramos con tres jóvenes desnudas ante un riachuelo que reaccionan ante la llegada de un hombre, figura que se intuye en la zona de la izquierda y cuyo rostro acertamos a apreciar. Así, la joven de primer plano parece rechazar con sus brazos la presencia del intruso mientras que la del centro se gira para ocultar su desnudez y la de derecha se agacha para evitar que sus órganos sexuales sean contemplados por el hombre. Las figuras se situan a la perfección en la naturaleza, integrando las formas en el paisaje mediante el color. Las tonalidades empleadas -contrastando colores fuertes y vibrantes como el azul o el verde con el rosa y blanco de los cuerpos desnudos- han sido aplicadas con pinceladas cortas, distribuidas en pequeños toques de manera geométrica, a modo de teselas de mosaico, fórmula empleada años después por los cubistas. Los cuerpos están bañados por una luz identificativa con el impresionismo, llenando de sombras coloreadas las carnes. Los rostros de las mujeres, especialmente la del centro, se asemejan a máscaras, anticipándose al trabajo realizado por Picasso en los primeros años del siglo XX.
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Durante más de treinta años Matisse fue el propietario de este cuadro, siendo para el genio fauvista una de sus principales fuentes. En 1937 Matisse donaba el lienzo al Museo del Petit Palais dirigiéndose al director con las siguientes palabras: "Después de treinta y siete años, creo que conozco el cuadro bastante bien, aunque no tanto como me gustaría. Me ha infundido ánimos en los momentos críticos de mi aventura artística, y he extraído de él toda mi fe y perseverancia. Por eso le ruego que le conceda el lugar que se merece, para que pueda brillar con luz propia". En esta obra Cézanne profundiza en uno de sus objetivos desde su juventud: la relación entre la figura humana y el paisaje. Curiosamente sólo será en este tipo de cuadros en el que el maestro de Aix emplee la figura humana ya que los demás paisajes están exentos de representación figurativa. Las mujeres que ha ubicado Cézanne en el entorno paisajístico tienen una significativa influencia de los maestros clásicos -Rubens, Tiziano, Tintoretto o Poussin- cuyas obras copió profusamente durante sus numerosas visitas al Louvre. El maestro emplea el color como vehículo para alcanzar la forma y el volumen que sus compañeros y amigos impresionistas -especialmente Monet- habían perdido en sus trabajos a favor de la iluminación y la atmósfera. Las tonalidades son aplicadas con toques cortes y paralelos, dotando de volumetría tanto a las figuras como al paisaje en el que se integran. Cada una de las figuras tiene su silueta marcada por una línea oscura que cierra los contornos pero no evita que las tonalidades de algunos elementos de su alrededor se introduzcan en su interior, como observamos en las pinceladas verdes de las mujeres desnudas. El lienzo que supondrá la culminación de todas estas investigaciones serán las Grandes bañistas.
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Detalle de un frontón arcaico de la Acrópolis de Atenas, el gracioso apodo que recayó sobre este monstruo -Barba Azul- de apariencia jovial y simpática, formado por tres torsos humanos y colas serpentinas, se debe a la tonalidad que ostentan las respectivas barbas. Ejemplo claro del desenfado y la viveza cromática que hemos de suponer a la escultura arcaica. El motivo resulta muy adecuado para solucionar el problema del ángulo del frontón.
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En metal, sobre todo en bronce y en cobre, se fundieron magníficas obras de arte neosumerio, de las cuales nos han llegado algunas de gran interés. Esta representa a tres figuras animalísticas sobre un pedestal, con dos enigmáticos personajes con barba que sostienen un recipiente. El chapado en material precioso se utilizaba a menudo para resaltar alguna de las partes de la figura. En este caso, las cabezas de las cabras aparecen recubiertas de oro.
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La culminación de las maravillosas naturalezas muertas pintadas por Cézanne durante la década de 1890 serán una serie de obras que contienen calaveras, señales del miedo a la muerte que el maestro veía cada vez más cercana. "Una calavera es algo maravilloso para pintar" manifiesta Cézanne a su marchante Vollard en 1905. El maestro de Aix nos presenta en esta acuarela las tres calaveras iluminadas de manera casi espectral, jugando con las tonalidades rojizas y sepias que conforman un significativo contraste. Una vez más una frase de Cézanne resume a la perfección sus planteamientos pictóricos: "No existe ninguna línea, no existe ningún modelado, sólo existen los contrastes. Cuando el color alcanza su mayor riqueza, entonces la forma alcanza su plenitud".
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El tesoro de Guarrazar se descubrió en el siglo XIX cerca de esta localidad toledana, en un escondrijo de la cámara lateral de una iglesia de crucero; se dispersó en el comercio de antigüedades, de forma que algunas de sus mejores joyas estuvieron casi un siglo en París, hasta la recuperación para el Museo Arqueológico Nacional en el intercambio realizado con Francia en 1941; otra parte pasó a la Armería Real por adquisición de Isabel II, donde sufrió expolios en 1921 y 1936, y ahora se conserva en el Palacio de Oriente. La parte fundamental del tesoro son las coronas votivas y las cruces. Los tipos de cruces son semejantes a las famosas coronas: de láminas recortadas con repujados o rótulos de los dedicantes, o de chapas sobre las que van soldadas las celdillas en las que se engastan las piedras.