Situación de la necrópolis respesto al poblado en Tiermes, Numancia y Uxaca.
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RELACIÓN HISTÓRICA DE LA VIDA Y APOSTÓLICAS TAREAS DEL V. P. FRAY JUNÍPERO SERRA De la Regular Observancia de N. S. P. S. Francisco de la Provincia de Mallorca; Doctor, y ex Catedrático de Prima de Sagrada Teología en la Universidad Lulliana de dicha Isla; Comisario del Santo Oficio en toda la Nueva España, e Islas adyacentes; Predicador Apostólico del Colegio de Misioneros Apostólicos de Propaganda Fide de San Fernando de México; Presidente y Fundador de las Misiones, y nuevos Establecimientos de la Nueva y Septentrional California y Monterrey. CAPITULO 1 Nacimiento, Patria y Padres del V. P. Junípero: Toma el santo hábito, y ejercicios que tuvo en la Provincia antes de pretender salir para la América El infatigable Operario de la Viña del Señor el V. P. Fr. Junípero Serra dio principio a su laboriosa vida el día 24 de Noviembre del año de 1713 naciendo a la una de la mañana en la Villa de Petra de la Isla de Mallorca: Fueron sus Padres Antonio Serra, y Margarita Ferrer, humildes Labradores, honrados, devotos, y de ejemplares costumbres. Como si tuvieran anticipada noticia de lo mucho que el hijo que les acababa de nacer se había de afanar a su tiempo para bautizar Gentiles, se afanaron los devotos Padres, para que se bautizase el mismo día que nació. Pusiéronle por nombre Miguel José, los que Conservó en la confirmación, que recibió el 26 de Mayo de 1715 en la misma Parroquia de dicha Villa en que había sido bautizado. Instruyéronlo los devotos Padres desde Niño en los rudimentos de la Fe, y en el Santo temor de Dios, inclinándolo desde luego que empezó a andar, a frecuentar la iglesia y Convento de San Bernardino, que en dicha Villa tiene aquella Santa Provincia, de cuyos Religiosos era el Padre muy querido: y en cuanto llevó al Niño Miguel al Convento, robó a todos el afecto. Aprendió en dicho Convento la Latinidad, de que salió perfectamente instruido, y al mismo tiempo se habilitó en el canto llano, por la costumbre que tenía el Religioso Maestro de Gramática, de llevar los días festivos a sus Discípulos al Coro a cantar con la Comunidad. De este santo ejercicio y devotas conversaciones que oía a sus devotos Padres, nacieron en su corazón muy temprano unos fervorosos deseos de tomar el santo hábito de N. S. P. San Francisco, sintiendo la falta de edad para ello. Conociendo sus devotos Padres la vocacion del Hijo, en cuanto tuvo edad lo llevaron a la Ciudad de Palma, Capital de aquel Reino, a fin de que se aplicase a los estudios mayores; y para que no olvidase la doctrina y buenas costumbres que desde Niño le habían enseñado, lo encomendaron a un devoto Sacerdote Beneficiado de la Catedral, quien viendo la aplicación del muchacho en el estudio de la Filosofía, que empezó a cursar en el Convento de N. P. S. Francisco, y la vocación de ser Religioso, lo enseñó a rezar el Oficio Divino, haciéndole rezar en su compañía, dejándole lo demás del tiempo para el estudio. A poco tiempo de estar en la Ciudad, que se le aumentaron los deseos de ser Religioso, se presentó a nuestro muy R. P. Fr. Antonio Perelló, Ministro Provincial que era segunda vez de dicha Provincia, pidiéndole el santo hábito. Dilatósele algún tiempo considerándolo muy muchacho; pero informado de que ya tenía edad cumplida, no obstante de pequeña estatura, y enfermizo, lo admitió y tomo el hábito en el Convento de Jesús extramuros de la Ciudad, el día 14 de Septiembre de 1730, siendo de edad de 16 años, nueve meses y veinte y un días. En el año del Noviciado aprovechó en el ejercicio de las virtudes, aplicándose a imponerse en todo lo perteneciente a nuestra Seráfica Regla, y preceptos en ella contenidos, para cuando llegase el tiempo de la Profesión tener perfecto conocimiento de lo mucho que había de prometer a Dios en la Profesión. Para animarse para ella leía en los Libros místicos y devotos las mayores cosas que Dios, y N. S. P. S. Francisco nos prometen, si guardamos lo que en la Profesión prometemos. Los Libros que más leía y que le llevaban la atención, eran las Crónicas de Ntrâ. Seráfica Religión regocijándose en la vida de tantos Santos y Venerables como en ellas se cuentan, leyendo sus Vidas con tanta atención y ternura, que parecía le habían quedado impresas en su memoria, de modo que refería la Vida y ejemplares hechos de cualquiera de ellos, como si los acabase de leer, quedando admirados cuantos lo oíamos hablar de este asunto, y de la Seráfica Historia; y cuando le llegaba noticia de la Beatificación de algún venerable se llenaba corazón de gozo, y refería su vida, como si la acabase de leer en la Crónica. De este devoto ejercicio de la leyenda de las vidas de los Santos le nacieron desde Novicio unos vivos deseos de imitarlos en cuanto le fuese posible, causando dicha leyenda lo mismo que causó en San Ignacio de Loyola: y lo que principalmente consiguió de dicha devota leyenda fue un gran deseo de imitar a los Santos y Venerables que se habían empleado en la conversión de las almas, principalmente de los Gentiles y Bárbaros, deseando imitarlos hasta en dar la vida y derramar su sangre como ellos lo habían practicado: así lo oí de boca de dicho mi venerado Padre, que hablándome de su llamamiento para dejar su Patria y venir a las Indias, me dijo con ternura de corazón y lágrimas en los ojos: "No ha sido otro el motivo, que revivir en mi corazón aquellos grandes deseos que tuve desde Novicio leyendo las Vidas de los Santos, los que se me habían amortiguado con la distracción de los estudios; pero demos muchas gracias a Dios que empieza a cumplir mis deseos, y pidámosle sea para mayor gloria suya, y conversión de las almas." Cumplido el año de la Aprobación profesó en dicho Convento de Jesús el día 15 de Septiembre de 1731, tomando el nombre de Junípero por la devoción que tenía a aquel Santo Compañero de N. S. P. S. Francisco, cuyas santas sencilleces, y gracias de la gracia celebraba y refería con devoción y ternura. Fue tanto el júbilo y alegría que le causó la Profesión, que en toda su vida no lo olvidó; sino que renovaba los Votos y Profesión todos los años, no sólo el día de la Profesión de N. S. P. S. Francisco, sino también siempre que asistía a la Profesión de algún Novicio. Y siempre que se acordaba del gozo que tuvo en su Profesión, y que hablaba de ella, prorrumpía en estas palabras: Venerunt mihi omnia bona pariter cum illa: Viniéronme por la Profesión todos los bienes: "Yo, decía, en el Noviciado estuve casi siempre enfermizo, y tan pequeño de cuerpo, que no alcanzaba al Facistol, ni podía ayudar a los Connovicios en los quehaceres precisos del Noviciado, por cuyo motivo sólo me empleaba el Padre Maestro en ayudar las Misas todas las mañanas; pero con la Profesión logré la salud y fuerzas, y conseguí el crecer hasta la estatura mediana; todo lo atribuyo a la Profesión, de la que doy infinitas gracias a Dios." En cuanto profesó nuestro Fr. Junípero lo mudó la obediencia al Convento principal de la Ciudad a estudiar los Cursos de Filosofía y Teología, y de tal manera aprovechó, que antes de ordenarse de Sacerdote, ni tener tiempo para ello, ya lo eligió la Provincia Lector de Filosofía para el mismo Convento, en donde leyó los tres años con grande aplauso, logrando tener más de sesenta Discípulos entre Religiosos y Seculares, que aunque no todos siguieron el Curso, los más prosiguieron los tres años, y lo concluyeron muchos de los Seculares borlados ya en dicha facultad, obteniendo por la Universidad Luliana el grado de Doctores. Antes del año de concluída la Filosofía, obtuvo el R. P. Lector Junípero el grado de Doctor de Sagrada Teología por la dicha Universidad, en la regentó la Cátedra de Prima del Subtil Maestro, hasta la salida de la Provincia, y en ella se desempeñó con grande fama de docto y profundo a satisfacción así de la Provincia, como de la Universidad, y en la dicha facultad sacó a muchos de sus Discípulos borlados de Doctores. Las precisas ocupaciones de la Cátedra literaria, no le impedían para emplearse en la del Espíritu Santo, encomendándole los Sermones Panegíricos de los principales asuntos, y grandes festividades; y siempre fue el desempeño, con aplauso de los hombres más doctos que lo oían. El último Panegírico que predicó fue encomendado de la Universidad, en la solemnísima Fiesta que el 25 de Enero celebra a su Patrón, y Compatriota el Iluminado Dr. el Beato Raimundo Lulio, a que asiste la Universidad formada, y los hombres más doctos de la Ciudad; y como S. R. pensaba sería el último (como lo fue en su Patria,) parece que echó el resto de su habilidad para crédito de la Provincia, dejando a todos admirados. Oí en cuanto acabó el Sermón a un jubilado ex Catedrático de mucha fama, de Cátedra y Púlpito, y nada apasionado al Predicador, esta expresión: digno es este Sermón de que se imprima con letras de oro. Pero estaba ya bien lejos de recibir tan honrosas expresiones, pues sólo pensaba cómo salir a emplear sus talentos en la conversión de los Gentiles, para lo que estaba entonces esperando por instantes la Patente, como luego veremos. No era menor el crédito en que estaba para Sermones Morales. Buscábanlo de las Villas más principales para que les fuese a predicar la Cuaresma, en lo que se ocupaba todos los años dejando sustituto para la Cátedra; y se iba por las Cuaresmas a emplear en la conversión de los pecadores, que con su fervoroso celo, grande habilidad, inventivas, y sonora voz con que Dios lo había dotado, despertaba a los pecadores del pesado sueño del pecado, y se convertían a Dios a pesar del mortal enemigo; quien claro lo dio a entender en la Villa de Selva. Predicaba la Cuaresma en dicha Villa el año de 1747, y estando en lo más fervoroso de uno de los Sermones, se levantó una Mujer del auditorio, que estaba obsesa (como después supo por el Señor Rector o Cura) y encarándose muy furiosa con el fervoroso Padre, llena de cólera dijo en alta voz que oyó el auditorio: Grita, grita, que por esto no acabarás la Cuaresma. Estuvo tan lejos de aflojar en el fervor de sus Sermones, ni de dar crédito al dicho del demonio, o de la mujer endemoniada, que antes bien creyó lo contrario; pues ofreciéndosele a S. R. el escribirme aquellos días, me puso esta: cláusula "Gracias a Dios gozo de salud, y espero así acabar la Cuaresma, porque el Padre de la mentira ha publicado que no la acabaré; y como no sabe decir verdad, espero concluirla sin novedad en la salud;" así sucedió, y regresado al Convento, preguntándole sobre dicha cláusula, me refirió lo que llevo expresado.
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Introducción Pedro Sarmiento de Gamboa, según Amancio Landín, uno de sus más reputados biógrafos, nació en Pontevedra, hacia 1532. Julio Guillén --el marino-académico--, por su parte, dice que es posible fuera Colegial Mayor en la Universidad de Alcalá de Henares, ciudad que fue --asegura-- cuna del gran marino español. Este, no ha dejado aclarada la duda sobre su origen geográfico, pues afirmó ser natural de ambos lugares. Mas sí se puede asegurar que uno y otro --la Pontevedra de sus mayores, la Alcalá en cuyas aulas, sin duda, estudió--, influyeron en él determinantemente, forjando al navegante, al científico y al escritor, que todo eso fue, y de manera sobresaliente, Pedro Sarmiento de Gamboa. Duró sesenta años su esforzada existencia, rendida en el mar como Almirante de la Guarda de indias, al servicio de su rey don Felipe II, ante el que jamás exhibió el menor afán de medro personal, y sí, en cambio, una lealtad a toda prueba, demostrada en hechos y en documentos. Su Historia Indica, magnífico tratado antropológico, quedó, en efecto, nublado, por la intencionalidad política a la que se atuvo, de acuerdo con las instrucciones recibidas --y cumplidas-- del representante real el virrey don Francisco de Toledo. Como marino --afirma, muy certeramente,Julio Guillén-- jamás tuvo compañeros de su altura ni de su espíritu. Seguidor infatigable de los mandatos recibidos, chocó siempre con aquellos de feble temperamento o tibios en el cumplimiento de lo ordenado: En 1567 --escribe el mismo autor-- Álvaro de Mendaña desdeñó, en deservicio del Rey, los más de sus consejos; Juan de Villalobos le desertó; sus pilotos y marineros fueron vencidos por las penalidades y sufrimientos, tratando de hacerle desistir de embocar el estrecho, mas él, insistió magnífico en proseguir, de la cruz a la firma, las órdenes del Virrey, Toledo.; en 1582, por fin, el inepto y bilioso Flores de Valdés desarticuló una expedición concebida para fortificar Magallanes, demostrando Sarmiento --como después lo realizó Inglaterra-- lo que ahora ya se puede denominar estrategia y valor de los estrechos. Dotado de una profunda formación científica, sus conocimientos geográficos fueron verdaderamente revolucionarios para su época: señaló acertadamente la situación de Australia, a la que llamó la Tierra Grande del Sur, y no erró en la determinación de las corrientes pacíficas australes. Fue el primer hombre que contempló América en su conjunto, y en consecuencia, pionero en diseñar una estrategia para construir una seguridad hemisférica. Su excepcional espíritu crítico quedó de manifiesto cuando exploró, minuciosamente, el Estrecho de Magallanes, accidente que cartografió con toda fidelidad, localizando su boca occidental y, trazando una ruta oceánica digna de figurar en los anales de las exploraciones. Su carácter fue complicado: apenas tuvo amigos, no se casó. Era sin duda introvertido y se ensimismaba con la reflexión y el estudio. Debió ser su hablar, sin embargo, sugestivo y magnético, pues acertó a influir sobre personajes notables: el gobernador del Perú García de Castro, el rey Felipe 11, el corsario Raleigh, la reina Isabel de Inglaterra, y sobre todo el virrey, don Francisco de Toledo, se sintieron impresionados por la personalidad v el verbo fácil y persuasivo de nuestro personaje, quien, en cambio, siempre tropezó con cuantos se hallaron en su mismo o próximo nivel de autoridad. Fue --dice Javier Oyarzun-- inflexible consigo y con los demás, a los que no supo juzgar más que con las medidas que se aplicaba a sí mismo. De ahí su carácter intolerante y realmente intratable. Fue incapaz de soportar las debilidades ajenas, especialmente las de sus superiores, a los que justificadamente exigía una absoluta competencia y dedicación hasta el sacrificio, pero sin saber pasar por alto fallos humanos en casos en que habría sido más fácil y constructivo contentarse con obtener un resultado más modesto que sus aspiraciones. Casi siempre acabó rompiendo violentamente con sus jefes, aunque justo es decir que éstos fueron muchas veces incompetentes o deshonestos. Su actitud, en cambio, hacia los que de su autoridad dependieron, fue siempre de solícita preocupación, demostrada perseverantemente hasta el último momento de su vida. Es cierto que exigió de sus subordinados conductas rayanas en el heroísmo, para las que sólo una selecta minoría está elegida, pero es también verdad que Pedro Sarmiento de Gamboa predicó con el ejemplo, siendo siempre el primero en el esfuerzo y en el sacrificio. Quijotesco, siempre fueron trascendentes sus objetivos. Más vale que digan --expresa, cuando por requerimientos de la misión a cumplir, ha de exigir a sus hombres parquedad en el corner--: aquí pasó hambre fulano e hizo lo que era obligado a Dios y a su Rey, que no que digan: por desordenado se consumió y no efectuó a lo que fue enviado. Y a Felipe II, en una ocasión, escribiría: Tengo en más un buen hombre, que muchas riquezas. En el Estrecho, cuando con sus hombres mariscaba para matar la necesidad, se quejaría de las perlas que contenían los mixillones, que no los podíamos comer. Yo he llamado a Pedro Sarmiento de Gamboa, el hombre del Sur. Él proyectó, magistralmente, las dos flechas expansivas del virreinato del Perú: hacia el Pacífico meridional, de contenido socioeconómico, la primera, y, hacia el Estrecho de Magallanes, de significación netamente estratégica, la segunda. Todos los navegantes peruleros, fueron promovidos por los ideales de Sarmiento, a quien Mario Hernández Sánchez-Barba llama propiamente factor impulsor de la vocación oceánica del virreinato. Así, Juan Fernández, en decidido rumbo hacia el sur, descubriría las islas que llevan su nombre, y más adelante, buscando el continente austral, llegaría hasta una tierra de enorme extensión poblada por gentes de color claro: probablemente, Nueva Zelanda. Así también, Quirós, obsesionado por la idea de hallar aquél, llamaría a la isla mayor de las Nuevas Hébridas Australia del Espíritu Santo, y Luis Vaz de Torres, navegando entre Nueva Guinea y la isla- continente, avistaría el cabo York, extremo septentrional de ésta. Fue Sarmiento un personaje desdichado: su gran plan de fortificación y poblamiento del Estrecho de Magallanes, habría de ser subvertido y desbaratado por el propio general --Diego Flores de Valdés-- a quien encomendó Felipe II la dirección de la empresa como mando adjunto, en equivocada decisión. El tesón de Sarmiento logró situar en el extremo meridional de América a soldados y pobladores, mas, en circunstancia tales, que aquellas gentes acabaron muriendo de inanición. El propio navegante, arrancado por los elementos del paso magallánico, tras intentar desesperadamente materializar una ayuda para sus colonos desde Brasil, desoido por el rey, tendría que emprender viaje a España en demanda de socorro. Puestas las circunstancias en su contra, antes de llegar a Lisboa cayó prisionero de corsarios ingleses, que lo llevaron a Londres, donde sus habilidades diplomáticas --llegó a mantener un largo parlamento con la reina Isabel-- acortaron su cautiverio. Cruzando Francia con dirección hacia España, fue apresado por los hugonotes, que lo retuvieron durante tres años. A lo largo de este encierro solicitó ansiosamente Sarmiento, en cartas dramáticas, auxilio a Felipe II para las pobres gentes del Estrecho. Pero el rey de España centraba entonces su atención en la organización de la Armada cuyo objetivo era la invasión de Inglaterra. Por fin, en 1590, encanecido y desdentado --escribe Landín--, Sarmiento era liberado y llegaba a la corte española. Mas, en aquellos momentos, las poblaciones del Estrecho, vencidas por el hambre y las enfermedades, habían dejado de existir. Aparentemente, la historia de Pedro Sarmiento de Gamboa es la relación de un fracaso. Mas su memoria está viva en sus escritos y en la estrategia --vigente-- que concibió. La gloria crepuscular de este singular personaje, toca en epopeya su frustración, y la de tantos otros que no llegaron a conocer, pese a sus esfuerzos, el triunfo en los hispanos reinos ultramarinos. Fueron éstos muchos más que los que se vieron sonreídos por la fortuna, y la justa fama de Sarmiento es la que merece toda su legión de heroicos malogrados. Ha trascrito Julio Guillén una reflexión de sir Walter Raleigh --carcelero de Sarmiento en Londres-- que es un auténtico homenaje a todos los desdichados, que, invadidos de ideales hispánicos, fueron derrotados en el Nuevo Mundo por los hombres o los elementos: No puedo menos de alabar la paciente virtud de los españoles. Raramente o nunca nos es dado encontrar una nación que haya sufrido tantas desgracias y miserias como sufrieron los españoles en sus descubrimientos de las Indias; persistiendo, empero, en sus empresas con constancia invencible, lograron anexionar a su país provincias tan hermosas que se pierde el recuerdo de tantos peligros pasados. Tempestades y naufragios, hambre, derrotas, alzamientos, el sol abrasador, el frío, la peste, y toda clase de enfermedades --las ya conocidas, junto a otras ignoradas--, pobreza extrema y carencia de todo lo necesario, han sido los enemigos con los cuales se han encontrado en una y otra ocasión cada uno de sus descubridores. Piensa Julio Guillén que estas palabras de Raleigh están inspiradas en los maravillosos relatos que Sarmiento le hiciera. También yo.
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Después que Don Francisco de Toledo, Virréi del Pirú, embió una Armada de dos Navíos con más de doscientos hombres tras el Cosario Francisco Draquez, y habiendo llegado a Panamá sin hallar más que la noticia dél, se volvieron á Lima (como dello Vuestra Magestad tendrá relación); considerando lo mucho que importaba a la seguridad de todas las Indias desta Mar del Sur, para el servicio de Dios Nuestro Señor, aumento y conservación de su Sancta iglesia, que en estas partes V. M. tiene y sustenta, y la que se espera que se plantará, y para el de V. M. y de sus Vasallos, no dexar cosa por explorar; y así mesmo por la pública fama y temor de los dos Navíos Ingleses, compañeros de Francisco Draquez, que quedaban atrás en las Costas de Chile y Arica, de que por horas había armas en los puertos de esta Costa, que no sabían las gentes que hacerse, cesaban las contrataciones por estar los mercaderes temerosos en aventurar sus haciendas, y los navegantes de navegar; y porque la común voz del pueblo era que Francisco había de volver por el Estrecho, pues lo sabia ya: por lo qual, y para obviar á lo futuro, determinó embiar á descubrir el Estrecho de Magallanes, que por esta Mar del Sur se tenía quasi por imposible poderse descubrir, por las innumerables bocas y canales que hai antes de llegar á él, donde se han perdido muchos Descubridores que los Gobernadores del Pirú y Chile han embiado allá; y aunque han ido á ello personas que entraron en él por el Mar del Norte, nunca lo acertaron, y unos se perdieron, y otros se volvieron tan destrozados de las tormentas, desconfiados de lo poder descubrir, que á todos ha puesto espanto aquella navegación; para que quitado este temor de una vez, y descubierto el Estrecho, se arrumbase y se pusiese en cierta altura y derrota, y se tantease por todas partes para saber el modo que se tendrá en cerrar aquel paso para guardar estos Reynos ántes que los enemigos lo tomen, que importa lo que V. M. mejor que todos entiende: que á juicio de todos no va ménos que los Reinos, haciendas, cuerpos y ánimas de los habitadores dellos. Esto bien mirado y comunicado con la Real Audiencia de los Reyes, Oficiales-Reales, y con otras muchas personas de gran Experiencia en gobierno y cosas de Mar y Tierra, se concluyó en que se embiasen dos Navíos para lo arriba dicho al Estrecho de Magallánes: y dentro de diez días como llegó la Armada de Panamá, le comenzó a despachar el Virrey; y personalmente, aunque estaba indispuesto, fue al Puerto, que está dos leguas de la ciudad, y entró en los navíos, y con candela y oficiales los andubo mirando hasta la quilla, y de todos escogió los dos más fuertes, más nuevos y veleros, y comprólos por Vuestra Magestad; y mandó al Capitán Pedro Sarmiento aceptase el trabajo deste Viage y Descubrimiento con título de Capitán-Superior de ambos navíos: y Pedro Sarmiento por servir a V. M. lo aceptó, no obstante muchas cosas que hubo y podía haber en ello, pero como su oficio siempre fue gastar la vida en servicio de su Rei y Señor natural, no era justo se vendiese, ni escusase su persona en éste, por temor de la muerte, ni trabajos que se publicaban, ni por ser cosa de que todos huían; antes por esto se ofreció con más voluntad al servicio de Dios y de V.M. cuyo esclavo es en voluntad, con la qual, si sus obras igualasen, V. M. se tendría por mui servido dél. Y luego que se compraron estos dos navíos se puso mano á la obra dellos, así á la carpintería y herrería, xarcias, velas, mantenimientos, como á las demás cosas necesarias, asistiendo en el puerto para el despacho de los navíos Don Francisco Manrique de Lara, Fator de V. M. y caballero del Hábito de Sanctiago, y Pedro Sarmiento, el qual iba y venía á la Cidad y al puerto, dando mano al despacho y haciendo gente, haciendo pagar la gente de mar, y haciendo dar socorro a los soldados: y en juntarla hubo mucha dificultad y trabajo, porque como era jornada de tanto trabajo y tan peligrosa y de tan poco interés, nadie se quería determinar á ella, y así muchos se huyeron y escondieron. En fin, se juntaron los que fueron menester entonces, que por todós fueron ciento y doce, la mitad marineros y la mitad soldados. Y porque el verano se pasaba y convenía mucho la brevedad, fue el Virréi segunda vez al puerto y personalmente asistió á todas las obras hasta que se acabó: y trahía ordinariamente en el despacho de la mar al Licenciado Recalde, Oidor de la Audiencia Real de los Reyes, que con mucha diligencia executaba lo que el Virréi le mandaba: y el Tesorero y Contador, en la Cidad trabajaban en las pagas y socorros y vituallas como por el Virréi les era ordenado. Con esta diligencia se despacharon los navíos y gente con brevedad, qual no se creía que se pudiera hacer. Expedidos los despachos desta Armada, nombró el Virréi á la nao mayor Nuestra-Señora-de-Esperanza, á quien Pedro Sarmiento eligió para Capitana; y á la menor nombró San-Francisco, que fue hecha Almiranta. Por Almirante, á Juan de Villalobos; y para despedillos Su Excelencia el viernes nueve de Octubre de 1579, mandó parecer ante sí al Capitán-Superior, Almirante y los otros oficiales y soldados, que entonces se hallaron en la Cidad, y hablóles apacible y gravemente, encareciéndoles la mucha dificultad del negocio á que los embiaba, puniéndoles también delante el premio y mercedes que les prometía hacer, encargándoles mucho el servicio de Dios Nuestro Señor y el de V. M. y la honra y reputación española. Tras esto entregó la Bandera al Capitán-Mayor, y él al Alférez Juan Gutiérrez de Guevara: y besándole todos la mano, y echándoles el Virréi su bendición los despidió; y el sábado por la mañana se fue el Capitán-Mayor á embarcar, y tras él los demás oficiales, soldados y marineros que estaban en la Cidad. Este mesmo sábado en el puerto, en presencia del Oidor Licenciado Recalde, y Oficiales Reales, el Secretario Álbaro Ruiz de Navamuel leyó la Instrucción del Virréi al Capitán-Mayor, Almirante y Pilotos, que es la siguiente, que la pongo aquí porque el Virréi me manda que me presente con ella ante la Persona Real de Vuestra Magestad y de su Real Consejo de Indias.
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El 1 de enero de 1944 había ya en el suroeste de Inglaterra 250.000 norteamericanos mientras los británicos y canadienses se concentraban en la sureste. Todo el sur de Inglaterra -dice Eisenhower en Cruzada en Europa- era un gigantesco campamento militar, repleto de soldados que esperaban la orden final de marcha, y lleno de provisiones y equipo en espera de ser transportado a la lejana costa del canal de la Mancha. Toda la zona estaba aislada del resto de Inglaterra (...) Las exigencias de seguridad habían convertido el sur de Inglaterra y Gales en una zona reservada si no prohibida para la población británica, que veía mermada su libertad de movimiento, sobre todo desde el 10 de abril. El 26 de este mismo mes las fuerzas de invasión quedaron confinadas en esta zona. Las relaciones anglo-norteamericanas eran sólo medianas en cuanto a la población civil, y quizá menos que medianas en lo que respecta a los mandos militares. Eisenhower, como dice Thompson, tenía que resolver gigantescos y difíciles problemas generales. Pronto manifestará cansancio y un leve pesimismo; pero era un hombre sencillo, quizá un poco inocente, afable y serio, con quien se podía dialogar, y que tenía un concepto de los británicos algo más elevado que otros militares americanos. Bradley era un hombre amigable con sus soldados, aunque un poco rígido en sus ideas. Montgomery, buen militar, no podía tragar a los yankees -ni a los franceses, ni a casi nadie-, era vanidoso, puntilloso, frío con sus subordinados. Los británicos y los estadounidenses se mostraban muy diferentes entre sí, y en buena medida lo eran. Los segundos iban al desembarco bastante verdes y un poco mecánicamente; nadie los había expulsado de Europa, ni bombardeado su territorio, al contrario que a los franceses o a los británicos. No tenían un interés directo, ni siquiera psicológico, en la invasión. La demostración de riqueza material, el cuidado aspecto de los soldados, el buen trato que recibía la tropa de la oficialidad, y la constante preocupación de que comprendieran la "importancia básica de derrotar a los alemanes", desmoralizaba un poco a los soldados británicos, tratados más tradicionalmente (pero no mal) y un poco cansados de la guerra. Los británicos tenían más experiencia de combate, pero los norteamericanos estaban, en conjunto, mejor entrenados. Y los problemas concretos y a veces mezquinos que planteaban los militares británicos tenían escaso sentido para los americanos, que estaban haciendo una guerra total. A primeros de abril de 1944 Montgomery presentó el plan general de invasión. Se trataba de asaltar las playas normandas al oeste del Sena, entre los ríos Orne (zona de Caen) y Vire (zona de Carentan) y ocupar una faja de terreno que incluyera, en una segunda fase, el puerto de Cherburgo y el importante nudo de carreteras de Caen. Mientras los británicos-canadienses atraían hacia sí al grueso alemán, los estadounidenses debían penetrar hacia al Sur y Oeste. El I Ejército estadounidense (mandado por el teniente general Omar Bradley) desembarcaría al oeste en las playas que habían recibido el nombre convencional de Utah (VII Cuerpo de Ejército, general J. L. Collins) y de Omaha (V Cuerpo de Ejército, general L. T. Gerow); el II Ejército británico, mandado por el teniente general M. C. Dempsey, desembarcaría al este, en la playa Gold (XXX Cuerpo de Ejército británico, teniente general G. C. Bucknall); el I Cuerpo de Ejército británico, mandado por el teniente general J. T. Crocker, desembarcaría en las playas Juno (canadienses), mandados por el general H. D. G. Crerar -I Ejército de Canadá- y Sword (británicos). (7) Las divisiones que desembarcarían, cinco (2 británicas, 2 estadounidenses, 1 canadiense, unos 50.000 hombres), serían precedidas, como sabemos, por tres divisiones aerotransportadas, 2 estadounidenses, la 101.? y 82.?, y una británica, (la 6.?, que incluía a una brigada canadiense). Se desembarcarían también 1.500 carros, 3.000 cañones, 5.000 vehículos oruga y 10.000 vehículos más de todo tipo. A esta primera oleada le seguirían otras (3 divisiones en Utah, 1 división y parte de otra en Omaha, dos divisiones en Gold, en Juno una brigada, y en Sword una división y dos brigadas. (8) En el plano estratégico era necesario machacar antes a los alemanes con bombardeos aéreos que quebrantasen las vías de comunicación y desorganizasen el sistema defensivo enemigo, reduciendo además su potencial bélico. En esto consistiría el "Plan de Transportes", decidido en febrero. Los ataques se efectuarían desde Gran Bretaña e Italia, contra Francia, Bélgica, Holanda y Alemania occidental. La supremacía aérea aliada era casi total. El general estadounidense C. Spaatz creía que bastarían los ataques aéreos estratégicos para doblegar a Alemania, y que la Operación Overlord era innecesaria. Es cierto que las destrucciones causadas por la aviación aliada eran ingentes hasta la fecha, y lo serán más aún durante la preparación del desembarco, llevando a las comunicaciones alemanas al borde del colapso; pero es cierto, como dicen los críticos, que se habían exagerado y se exagerará el éxito obtenido contra las industrias y las instalaciones militares, pues los alemanes seguirán produciendo material e incluso aumentado la producción en algunos casos. El Plan exigía bombardeos ininterrumpidos sobre el enemigo durante 90 días contra 72 objetivos cuidadosamente seleccionados (39 en Alemania y 33 en los mencionados países ocupados). Hasta finales de marzo el Plan consistió en reducir el potencial bélico y la moral alemanas; hasta el Día-D consistirá, además, en desarticular las comunicaciones, reconocer el terreno, acabar con el poderío naval y aéreo, y, en la fase del desembarco, proteger a los atacantes durante la travesía del canal y en las playas. Entre el 9 de febrero y el 6 de junio cayeron 76.200 Tm de bombas sobre los objetivos, que fueron destruidos en más del 65 por 100 y dañados en un 25 por 100 aproximadamente. En mayo se consiguió paralizar el sistema de señales alemán en Francia, dificultando casi totalmente el reconocimiento aéreo y naval (entre noviembre de 1943 y el Día-D se destruirán unos 5.000 aviones alemanes), y las destrucciones fueron tan grandes que hubieron de trasladarse 19.000 trabajadores de la Organización Todt (militarizados) desde la Muralla del Atlántico a otros puntos. En mayo todo estaba prácticamente a punto para la invasión. La mayor fuerza militar de la historia esperaba sólo que fuese fijado el Día-D. Mientras los Aliados se mostraban nerviosos, los alemanes en Francia aparentaban cierta seguridad en sí mismos, tras la Muralla del Atlántico, considerada por su creador, Hitler, como inexpugnable. Los alemanes iban a oponer a los Aliados 60 divisiones -que en eficacia real resultaban ser no más de 35 (no más de 25 según Webbe y otros, lo que parece un poco exagerado), distribuidos por toda Francia. (9) Sea como sea, no eran muchas para defender los casi 5.000 Km de costas occidentales: una división cada 80-100 Km. Además, algunas unidades habían sido formadas con restos de otras, con reservistas, soldados en descanso e incluso por extranjeros (sobre todo del Este, y en particular rusos y ucranianos). Disponían de menos de 2.000 blindados y escasa protección aérea, unos 500 aviones entre Francia, Bélgica y Holanda (realmente operativos sólo 400). El poderío naval había quedado muy reducido (y faltaban submarinos para vigilar y atacar a los asaltantes). Y la Muralla del Atlántico ¿resistiría adecuadamente? Para Hitler, sí; para algunos generales como Rundstedt -según declaró después de la guerra-, no. Las fortificaciones sólo estaban completas en Calais (pero no en Normandía), sobre todo entre Amberes y Le Havre. (10) También Rommel pensaba que la "Muralla" era vulnerable, y que podría servir poco más que como "bluff", ante un ataque en algún punto de los 3.000 km de costa francesa. De ahí que Rundstedt aconsejase defender tan sólo los puertos y zonas vulnerables, para retardar la penetración y contraatacar. Rundstedt había pedido refuerzos insistentemente a Hitler. Finalmente éste le envió a Rommel, el héroe del desierto, pero como mero inspector de fortificaciones (noviembre de 1943), que tomará un mando sólo en enero de 1944. Todo ello provocará cierta confusión en los mandos inferiores y en la tropa. Rundstedt había estimado siempre que los aliados atacarían en Calais y Dieppe, y desde la primavera éstos simulaban que iba a ser así; Hitler, sin embargo, -Hitler poseía a veces una sorprendente intuición-, y Rommel, consideraban, ya desde febrero, que el desembarco podría producirse en Normandía, tendiendo a Cherburgo; aunque la distancia de Inglaterra era mayor, el área estaba menos guarnecida y el factor sorpresa podía ser importante. En esto, los mandos alemanes se mostraron en desacuerdo entre sí sobre dónde concentrar las relativamente escasas fuerzas que deberían hacer frente a los invasores, y cómo utilizarlas. Runstedt y Guderian querían dejar el grueso de las fuerzas en Calais y sólo algunas unidades en Normandía, y concentrar reservas en la retaguardia, en la Zweite Stellung ó segunda línea, para enviarlas luego donde hicieran falta.
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El primer historiador que escribió sobre pintores flamencos fue el genovés Bartolomeo Facio, que estuvo en Nápoles en la corte de Alfonso hacia 1444 y que, en su obra "De Viris Illustribus" (1456), se refería a Van Eyck como "Johannes Gallicus pictorum princeps". Citaba también a Van der Weyden, pintor que además estuvo en distintas ciudades italianas en 1450. Ambos pintores fueron muy admirados en Nápoles y, por ejemplo, el espacio más representativo de Castel Nuovo, la Sala del Triunfo, estuvo decorada por los tapices de la Pasión de Cristo, de Rogier van der Weyden. La presencia de la pintura flamenca en la corte de Nápoles tuvo lugar en gran medida a través de España, donde fue por mucho tiempo objeto precioso de coleccionismo. Es significativo, en lo que se refiere a las fluidas relaciones entre los distintos reinos de Alfonso de Aragón, el que pintor de la corte napolitana fuera por ejemplo el valenciano Jacomart, que llegó a Nápoles en 1443 y pintó una obra, hoy perdida, con el tema de la Virgen apareciéndose en sueños a Alfonso durante el asedio de Nápoles. Las relaciones de la pintura del levante español con la de Nápoles explica el que puedan aparecer azulejos valencianos en el suelo de un cuadro pintado por Colantonio. En los años sesenta hubo en la pintura de esa corte una mayor influencia de modelos florentinos. Esa influencia se dejará sentir también en la pintura valenciana a través de Nápoles. Fue por lo tanto Nápoles etapa de un camino de ida y vuelta en cuanto a las relaciones artísticas entre España e Italia: si Berruguete probablemente hizo una parada en Nápoles antes de ir a Urbino, también el napolitano Francesco Pagano trabajó en Valencia. Antonello de Messina fue el pintor más importante y expresivo de esta mezcla de tendencias que se dieron en Nápoles. Se formó primero en Messina y luego en Nápoles con Colantonio en un sistema figurativo flamenco, hasta que en 1475 viajó a Venecia donde su obra alcanzó una monumentalidad de la que carecía antes. El retrato del Condottiero parece combinar los dos sistemas por la capacidad para captar todos los detalles -hasta la cicatriz del labio- como en la pintura flamenca y por la utilización de la luz y el color que en cambio lo ligan a la pintura veneciana. Sobre la importancia de este viaje de Antonello a Venecia para la difusión de la pintura al óleo ya hemos tratado anteriormente, pero sirve para recordar ahora la cantidad de influencias e interrelaciones a considerar cuando se estudia el arte italiano de este siglo.
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El Vaticano está en Roma, en Italia, y lo habitan casi exclusivamente italianos. Y aunque el Papa, los cardenales y los miembros de la Curia romana mantenían unas preocupaciones e intereses supranacionales, no cabe duda de que sus sentimientos seguían siendo italianos.Este era uno de los motivos de los esfuerzos vaticanos por conseguir que Italia no entrase en guerra. Otro, muy importante, consistía en la situación en que quedaba la Ciudad del Vaticano, dependiente en todo de Roma, que la rodea completamente.Con la creciente penetración del Ejército alemán en Francia, la cuestión del ingreso de Italia en la guerra se convirtió en la incógnita que preocupaba más al Vaticano. Pío XII trabajó sistemáticamente para que Italia no entrase en guerra, enviando emisarios a Mussolini y consiguiendo que el nuncio se entrevistase frecuentemente con Ciano sobre este tema.A lo largo del conflicto, el Vaticano, aunque fuese nominalmente un Estado soberano, se encontró con que estaba supeditado en todo al Estado italiano. Este, en cualquier momento, podía bloquear el suministro de víveres, el agua y la energía eléctrica.Vivían en el Vaticano 970 personas, de las cuales más de cien eran diplomáticos y sus familias. Estos podían servirse del correo vaticano y enviar a sus Gobiernos, una vez a la semana, un número determinado de palabras mediante la Transmitente de onda corta vaticana. En 1943, apenas ocupan Roma las tropas nazis, pusieron al Vaticano en cuarentena, imponiendo una fuerte censura a su radio y su periódico.Pío XII luchó incansablemente por conseguir la declaración de Roma como ciudad abierta, dado su carácter sagrado y la imposibilidad de distinguir Roma, capital de Italia, de Roma, Ciudad del Vaticano. Estos argumentos no impresionaron a los ingleses desde el momento en que supieron que aviones italianos colaboraban en el bombardeo de Londres y Grecia.Con el ingreso de Italia en la guerra, la posición de gran prestigio mantenida por el Papado a los ojos del mundo declinó en parte. Aunque el Papa y el Vaticano permanecieron silenciosos, la mayoría del episcopado y del clero italiano apoyaron sin reservas a Mussolini.Los países aliados distinguían con dificultad entre el clero italiano de Italia y el clero italiano del Vaticano. Por este motivo, y a pesar de las protestas vaticanas, Inglaterra pidió la retirada de los diplomáticos italianos al servicio del Vaticano de todos aquellos países -sobre todo africanos y asiáticos- donde dominaban los aliados.La diplomacia pontificia actuó incansablemente durante 1939 y 1940, hasta que también Italia participó en la guerra. Después su acción tuvo menos posibilidades, pero, ciertamente, no dejó de moverse en favor de una paz cada vez más imposible, menos aceptada por las diversas partes.Así ocurrió en junio de 1940, cuando el delegado apostólico en Londres pidió, en nombre del Papa, que Inglaterra estudiase la oferta de paz realizada por Hitler en su discurso ante el Reichstag. Días más tarde Inglaterra la rechazaba.Con igual éxito, el Papa intentó en diversas ocasiones favorecer conversaciones que desembocasen en una tregua, por ejemplo durante las Navidades de 1939 y las siguientes, en las que pidió a los países beligerantes una tregua navideña. Las respuestas de los Gobiernos fueron siempre negativas.Entre estos contactos no se encontraba Rusia, que en ningún momento quiso relacionarse con la Santa Sede. Pero, de la noche a la mañana, pareció cambiar la situación.Stalin llegó a decir al sacerdote polaco-americano Stanislao Orlemanski que quería colaborar con el Papa contra la persecución organizada en Alemania contra la Iglesia católica, añadiendo que se consideraba un paladín de la libertad de conciencia y de religión. Se creó en Moscú un departamento de Asuntos Eclesiásticos con la finalidad de organizar relaciones amistosas entre el Gobierno y las confesiones.En aquel momento terrible, con los alemanes a las puertas de Moscú, los soviéticos buscaban a cualquiera que les pudiese ayudar. Sus autoridades militares permitieron a las fuerzas armadas polacas tener capellanes militares, para lo cual liberaron a unos cincuenta sacerdotes polacos que se encontraban en campos de concentración.El Vaticano, con la perspectiva que le daba el no ser beligerante y el tener fieles en ambos bandos, no creyó en tal cambio, aunque no se cerró a posibles relaciones que, de hecho, no se dieron.Mientras tanto, Roosevelt decidió enviar un representante personal al Vaticano a fin de que los esfuerzos comunes paralelos por la paz y el alivio de los sufrimientos pudieran mantenerse juntos.La Iglesia americana, dirigida por la personalidad del cardenal Spellman, gran amigo de Pío XII, comenzó a jugar un papel importante, tanto en su país como en el resto del mundo, gracias a su ayuda económica, y el presidente quiso romper de esta manera personal e indirecta el rechazo de los protestantes a que Estados Unidos mantuviera relaciones diplomáticas con la Santa Sede.El establecimiento de relaciones diplomáticas, en plena guerra, con Japón, sentó muy mal a los aliados, quienes afirmaban que se podía haber esperado a terminar la guerra.El 2 de abril de 1942 se dio la noticia, con vivo disgusto de los japoneses, de que Chiang Kai-chek había obtenido el beneplácito para enviar un representante al Vaticano. Un mes más tarde Japón preguntaba si la Santa Sede estaría dispuesta a aceptar también un representante del Gobierno de Nankín, reconocido por quince Estados.La Secretaría de Estado contestó que la Santa Sede se abstenía de cualquier acto que significase un reconocimiento de situaciones creadas por las alternativas de la guerra, entre tanto no fueran reconocidas formalmente por los tratados de paz o por los organismos internacionales previamente existentes.Con motivo de la invasión de Bélgica, Holanda y Luxemburgo, en mayo de 1940, Pío XII envió al rey Leopoldo III el siguiente telegrama: "En el momento en que, por segunda vez, contra su voluntad y su derecho, el pueblo belga ve su territorio sometido a la crueldad de la guerra, profundamente conmovidos enviamos a Vuestra Majestad y a toda esa nación, tan profundamente amada, la seguridad de nuestro paternal afecto. Y rogando a Dios Omnipotente para que esta dura prueba termine con la restauración de la plena libertad y de la independencia de Bélgica, impartimos de corazón a Vuestra Majestad y a su pueblo nuestra bendición".Pocos días antes, durante la invasión de Noruega, escribió L'Osservatore Romano: "La conducta de Haakon VII y del Gobierno noruego es la conducta de los hombres de honor. El primer deber de los gobernantes es la dignidad y la conciencia de la responsabilidad frente al propio pueblo. Un país atacado se defiende. Se defiende como puede, y el sacrificio en defensa del suelo de la patria no es inútil aunque sea ineficaz".Fueron particularmente activos los representantes pontificios en Eslovaquia, Hungría, Rumania, Croacia, Francia e Italia, donde pidieron repetidamente la atenuación de la legislación antisemita. La Santa Sede empleó también enormes sumas de dinero, de origen americano en su mayor parte, para ayudar a los no arios a emigrar. La diplomacia vaticana desplegó su arte para que los diversos países acogieran a estos emigrantes.Esta actividad seguía disgustando o dejando indiferentes a los diversos Gobiernos, según las circunstancias. Tal como había sucedido en el acto de ocupación de Polonia, las potencias occidentales consideraron inadecuados los telegramas de Pío XII a los reyes de Bélgica, Holanda y Luxemburgo.El 13 de mayo, el embajador francés Charles-Roux dijo a monseñor Tardini que una cosa era expresar a las víctimas de la agresión la propia solicitud, y otra denunciar al agresor. Por tanto, pidió la condena oficial de Alemania.Tardini respondió: "Quien sabe leer encuentra en aquellos telegramas cuanto desea el embajador". Es decir, la postura del Vaticano ante los diversos acontecimientos era clara, pero el tono de esta postura no correspondía lógicamente al de los Estados que buscaban la derrota del otro, sino a una instancia que deseaba una paz duradera y aceptable por todos. Y este tono disgustaba a unos y otros, según las ocasiones.En septiembre de 1942, el enviado americano, Myron Taylor, presentó a Pío XII un memorándum en el que explicaba la decisión americana de no acabar la guerra hasta que el nazismo y el fascismo quedasen aniquilados. Daba a entender que no estaban dispuestos a aceptar una paz que permitiese a los alemanes quedarse con sus conquistas.Esto se debía, en parte, a la propuesta de Von Papen, embajador alemán en Ankara, al nuncio Roncalli, sobre la posibilidad de acogerse a los famosos cinco puntos contenidos en el mensaje navideño de 1939 para una paz justa. Propuso que el Vaticano los mencionase de nuevo y efectuase sondeos en los Gobiernos aliados.Pío XII, a lo largo de los años de la guerra, buscó no desaprovechar ocasión de intervenir en favor de la paz y evitar todo lo que pudiera hacer imposibles o estériles sus esfuerzos pacificadores. Lo primero no tuvo éxito y lo segundo motivó numerosas críticas por no haber protestado suficientemente ante las injusticias.Algunos añadieron también la acusación expresada por Friedlander de la siguiente manera: "El Papa tuvo por Alemania una predilección no atenuada por el nazismo; temía una bolchevización de Europa más que cualquier otra cosa, y parece que esperaba que la Alemania de Hitler, eventualmente reconciliado con los anglosajones, fuese escudo principal contra todo avance de la URSS hacia el Oeste".La verdad es que esta tesis, no avalada por ningún documento, no parece digna de crédito. Desde luego, el Papa, como la mayoría de los católicos, tenía una opinión absolutamente negativa sobre la política y el ateísmo de los rusos. Pero está probado que no fue la Santa Sede, sino Rusia, la que se negó a aceptar los intentos del Vaticano de llegar a un modus vivendi.Además, a pesar de los deseos e insistencias de Hitler y Mussolini para que considerase su invasión como una cruzada anti-bolchevique, el Papa no consintió y el Vaticano guardó un silencio absoluto sobre el particular.Es verdad también que intentó por todos los medios evitar un conflicto con Alemania. "Somos conscientes -escribió al cardenal Bertram- de no haber tenido para nadie -en nuestra actitud durante la guerra- tantos miramientos como para el pueblo alemán, precisamente a causa de la tensión religiosa en que vivís".No se debieron sus silencios a un afecto particular, sino al convencimiento de que sus palabras podían acarrear males sin cuento a los católicos alemanes. A finales de 1940 el mismo cardenal, arzobispo de Breslau, se quejó de que las acusaciones nazis contra la hostilidad vaticana en relación a Alemania provocasen cargos de conciencia entre muchos jóvenes católicos alemanes, y exhortó al Vaticano a que hiciese una declaración de estricta imparcialidad."No creo que hoy -dice Juan María Laboa, autor de este artículo-, conociendo como conocemos los documentos, las motivaciones y las actividades de los representantes pontificios, podamos aceptar sin más ese juicio. Más aún, creo que resulta abiertamente injusto. De todas maneras, tenemos que tener en cuenta los siguientes puntos:- Se trata de una sociedad cimentada en diversos pueblos que estaban en lucha entre sí, es decir, sus miembros tenían intereses contrapuestos. Y sus jerarquías defendían con argumentos válidos las actuaciones de sus Gobiernos, cuyas motivaciones hay que buscarlas también en la injusticia de la Paz de Versalles.-El Vaticano era un Estado soberano y supranacional, pero, de hecho, compuesto por italianos. Así se explica, por una parte, que Pío XII y el Vaticano no hablen de la invasión alemana a Rusia y, por otra, que un secretario de la Congregación de Asuntos Extraordinarios -Constantini- pueda hablar con entusiasmo de esta intervención y del papel de los soldados italianos en la victoria sobre el marxismo.- El lenguaje barroco, etéreo, propio de la mayoría de los documentos pontificios, resulta incomprensible e incluso inaceptable para el hombre de nuestro tiempo, más concreto y comprometido. Lo que dicen es válido y valioso. Pero los términos, a menudo, incomprensibles.- Creo que no se puede decir con verdad que Pío XII no defendió en sus mensajes y en sus actuaciones la justicia y el derecho de los pueblos; pero no cabe duda de que el objetivo primario fue la defensa de los derechos de la Iglesia y de los católicos.- Pío XII defendió la paz por encima de todo, y este intento chocaba con el objetivo de las naciones beligerantes que defendían la victoria. Cuando el Papa afirmaba "nada se pierde con la paz y todo puede perderse con la guerra", contradecía, de hecho, los intereses de muchos países que, más tarde, le acusaron de no hablar suficientemente claro.
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El modelo escita del norte del mar Negro, con una gran población agrícola, producía un importante excedente en trigo que, según Chelov, se destinaba al intercambio con la ciudad griega de Olbia; en sentido contrario, el asentamiento de Elizavétosvskaïa con su abundancia de ánforas griegas es indicativo de los fuertes contactos que existieron entre los dos mundos; sin embargo, salvo estos puntos de distribución de productos importados, la gran mayoría de los objetos de valor circuló hacia las tumbas de piedra con túmulo o kurganes de los escitas reales. La tradición se documenta ya desde los siglos VIII-VII a.C. como lo muestra el gran kurgán de Arjan, con 110 metros de diámetro y con habitaciones que rodeaban la tumba central, en la que se encontraron individuos de diferente sexo. En el conjunto habían sido enterrados en las habitaciones laterales hasta 15 individuos de edad y 160 caballos, además de documentarse los restos de un gran banquete. Aunque para algunos investigadores no cabe definirlo como propio de la cultura escita, es bien cierto que en él ya se documentan objetos que lo vinculan a ella, como una placa de bronce decorada con el típico estilo animalístico de esta cultura. A partir de los siglos V-IV a.C., la tendencia al enriquecimiento se hace evidente en los grandes kurganes, como el de Tchertomlyk, caracterizado por la riqueza de su ajuar, donde se documenta el conocido vaso de plata, con grabados de escitas domesticando caballos, además de animales, hojas de acanto y figuras de mujer de factura griega, y las características panoplias defensivas. A partir del siglo IV a.C. se observa un cierto empobrecimiento de las tumbas secundarias, donde llegan a desaparecer las armas, aun cuando sabemos por las fuentes que no disminuyó la importancia social del factor militar. El kurgán de Gaïmanova Moquila en Ucrania permite reconstruir el modelo característico de la ordenación espacial de un grupo de escitas: el gran túmulo, de 8 metros de altura y 70 de diámetro, se disponía entre varias decenas de túmulos más pequeños; aunque parte de la estructura había sido expoliada, en la fosa de acceso se encontraron dos caballos enjaezados con adornos de oro y plata. En una de las cámaras laterales había cuatro individuos, dos masculinos y dos femeninos, y dos carros de madera de cuatro ruedas. En general, se advierten varios niveles de riqueza en los ajuares: el primero lo constituye la simple tumba de fosa con el individuo inhumado; otro nivel lo conforman los enterramientos de caballeros, como el que se ha mencionado de Gaïmanova Moguila, en los que suelen documentarse por individuo masculino una espada, hasta dos lanzas y el clásico arco y flechas con su carcaj, se trata de túmulos de tipo medio o cámaras adjuntas a los grandes kurgartes; por último, destacan las grandes tumbas reales.
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La mayor parte de los autores coinciden en observar un proceso de recesión económica para el Mediterráneo occidental, e incluso para la Europa templada a partir del siglo V a.C., que, sin embargo, se hará efectivo un siglo después. Indudablemente, los cambios que se propician a partir de este siglo son significativos respecto al periodo anterior, no sólo porque suponga el hundimiento del rico mundo orientalizante y porque los productos que circulen ya no sean los excepcionales objetos del siglo VI a.C., y sí piezas comunes y estandarizadas, sino porque todo el sistema de redes de circulación de productos cambia sustancialmente. De hecho y como recoge Collis, algunos síntomas dejan ver la nueva situación; de una parte, se produce un interés de los mercados griegos por la Europa suroriental, que se observa en el auge de las relaciones con el mar Negro; de otra, griegos y etruscos deciden buscar nuevas vías para acceder a Centroeuropa, a través de los pasos alpinos del norte de Italia, de ahí la competencia abierta entre unos y otros por controlar la vertiente adriática con la fundación griega de Spina y etrusca de Marzabotto; por último, hay que añadir que el Mediterráneo occidental daba para esta fecha signos evidentes de una competencia romano-cartaginesa cada vez más conflictiva. De hecho, Marsella disminuye en su papel de centro fundamental de intercambio, como lo muestra la baja de los hallazgos de cerámica de figuras rojas respecto a la de figuras negras de la etapa anterior y ello puede estar en directa relación con el control cada vez mayor que Cartago ejerce sobre las rutas del sudoeste mediterráneo, lo que se avala en el estudio de A. Arribas sobre el pecio del Sec, un cargamento de productos griegos hundido en un puerto mallorquín controlado por los cartagineses, que se dirigía a cubrir la demanda de productos del sur y del levante de la Península Ibérica. En todo este entramado de razones no hay que olvidar el giro producido en los talleres de cerámicas ahora controlados por las producciones de figuras rojas áticas y, sobre todo, sus tipos estandarizados de baja calidad, como el kylix del Pintor de Viena 116 o por las producciones de la Magna Grecia que imitan prototipos áticos. Se ha de añadir que este giro en la estrategia de los intercambios se produce, además, por razones internas de las sociedades receptoras, que sufren procesos hacia la atomización del poder político, como lo muestran los modelos nucleares de los asentamientos del Guadalquivir o el sur de Francia o los conflictos internos sufridos en áreas como la lucana, que afectan de modo tan directo al desarrollo de algunas colonias de las vertientes tirrénica y jónicas y la gestación de una base social más amplia receptora de productos importados. El proceso se ajusta a lo que en algún momento se ha definido como los síntomas de isonomía de las sociedades indígenas, y que no deben presuponer un proceso democratizador al estilo griego, sino una tendencia hacia un modelo social de oligarquías aristocráticas, es decir, una isonomía sólo entre iguales. Este factor está en la base de las nuevas demandas y justifica seguramente muchos de los cambios producidos. Si se hace una valoración global de los ajuares de los enterramientos en los siglos V y IV, se observará que las tumbas ricas son menos ricas y las pobres menos pobres. El proceso que marca el paso del siglo V al IV a.C. va dejando a un lado las abundantes concentraciones características de las tumbas principescas, que todavía se documentan a fines del siglo V a.C. en casos como Melfi-Pisciolo, y va dando paso a un modelo de tumba masculina con los elementos propios del ritual del banquete y el simposio: las pinzas o el conjunto de vasos griegos que van desde la crátera al kylix y conforman el ritual del vino. Es interesante reseñar que este cambio advertido en la segunda mitad del siglo V a.C. no se muestra siempre igual, como lo deja ver la ausencia de las armas defensivas en Banzi, a fines del siglo V a.C., o por el contrario, su presencia en tumbas de inicios del siglo IV a.C. en Paestum en la Campania, una vez conquistada por los lucanos, en Forentum, en la Daunia y en las necrópolis del área ibérica. En cuanto al conjunto general de los enterramientos, en Forentum, a partir de la segunda mitad del siglo V a.C. se generaliza la presencia del kylix de barniz negro en muchos enterramientos, extendiéndose esta tradición durante el siglo IV; igual proceso se observa en la Península Ibérica, ya que desde fines del siglo V a.C. con la copa Cástulo y, sobre todo, a partir del segundo cuarto del siglo IV a.C. con el kylix Pintor de Viena, es frecuente que en tumbas significativamente pobres en ajuar y estructura se documente este tipo de producción cerámica. El hecho se constata en Cabezo Lucero en Alicante, El Cigarralejo en Murcia, Baza en Granada o Cástulo en Jaén. Si en el caso italiano el proceso deja suponer la puesta en marcha de talleres coloniales de la Magna Grecia, en cambio, en el caso español, gracias a la documentación ofrecida por el pecio del Sec, no cabe duda que la producción es importada. Si bien es cierto que las importaciones y en general ciertos productos de valor llegan a una gran masa de población, también lo es que dentro de estas producciones algunos elementos sólo circulan en determinados sectores sociales, así la crátera, que es componente característico de los ajuares en el Alto Guadalquivir, sólo se asocia a las tumbas de cámara o a las grandes cistas, es decir, a tumbas de gran calidad constructiva. De este modo, se van definiendo por áreas distintos tipos de ajuar aristocrático y otra serie escalonada de ajuares que responden sin duda a razones sociales; en Baza los ajuares con kylix, por citar un caso, siempre se localizan en el círculo que se define en torno a una gran tumba aristocrática y se cierra por una serie de enterramientos en grandes cistas, lo mismo que aquellos que tienen la falcata, la característica espada curva ibérica, y el soliferreum. En otros casos como Cástulo o Forentum, la falcata o la espada se muestran como parte del ajuar aristocrático y, en cambio, aparece generalizada la lanza en el caso de Cástulo, o la lanza y la jabalina en Forentum. La distribución de estos productos y los diferentes niveles de ajuar siguen también modelos espaciales distintos; así, mientras en la Daunia se localizan las necrópolis en el interior de los asentamientos, y dentro de ellos se observan posiciones agrupadas según su riqueza, las tumbas más ricas de Forentum se localizan en la acrópolis junto a las residencias aristocráticas; en cambio, en el área ibérica del sudeste de la Península, las necrópolis son núcleos bien definidos, próximos y exteriores al oppidum y en su distribución interna las tumbas de cámara y, en general, las más ricas se disponen, como en Baza, Galera o El Cigarralejo, en una posición excéntrica desde donde disponen la distribución del resto de los enterramientos. En el marco de estas tumbas complejas en ajuar, asimismo se advierten variantes significativas desde el punto de vista constructivo, que van desde las tumbas de cámara con frescos pintados en sus paredes en el área tirrénica, conquistada por los lucanos, o las de cámara ibéricas de la Bastetania, entre la provincia de Granada y Jaén, en casos como Galera o Toya, a los túmulos con empedrado del área murciano-alicantino-albaceteña (El Cigarralejo, Cabezo Lucero o Los Villares), o los enterramientos definidos por cenefa dibujada con cantos rodados en Cástulo. Conviene recordar que en el marco del Mediterráneo, el área italiana se decanta en este periodo por la inhumación, con variantes como el ritual samnio de posición supina o extendida y el tradicional daunio en posición fetal, mientras en la Península Ibérica es la incineración el modo de ritual dominante; es interesante citar que algunas zonas como la vieja área tartésica, después turdetana, no ha mostrado restos funerarios que se adscriban al periodo estudiado, lo que puede deberse a deficiencias en la investigación, pero también a tipos de ritual diferentes que no dejen huella, lo que implica un modelo que no produce circulación en el ámbito funerario y, sobre todo, una tradición cultural distinta.
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Desde los comienzos de la convivencia entre visigodos e hispanorromanos existieron diversos factores que marcarían diferencias entre ellos, incluso oposición y rechazo, y que, según hemos podido ir viendo, poco a poco se desdibujarían y permitirían consolidar el proceso de aculturación que tuvo lugar en la Hispania de la Antigüedad tardía. Sin pretender establecer una relación completa, expondremos aquellos que consideramos más significativos. Catolicismo y arrianismo: A la llegada de los pueblos bárbaros, la religión oficial en Hispania era la católica, si bien existían supervivencias paganas, en especial en ámbitos rurales, junto a restos minoritarios de herejías, la priscilianista en concreto, especialmente en la zona noroccidental, y la religión judía, debido a la presencia de personas de esta confesión y origen. Salvo los suevos, al parecer paganos, los otros pueblos bárbaros que penetraron eran arrianos, confesión dentro del cristianismo que fue extendida por Arrio y consideraba la no identidad de las tres personas de la Trinidad, suponiendo que el Hijo era creado por el Padre y que el Espíritu no procedía de ambos. Es más que probable que las cuestiones dogmáticas se escapasen al grueso de la población, pero las jerarquías eclesiásticas vivían un período de agitada actividad teológica y, a la vez, pastoral y exegética, para el ortodoxo comportamiento y correcta comprensión de los fieles. Lo que es seguro es que en los primeros momentos se habría dado una clara oposición entre hispanorromanos -católicos- y visigodos -arrianos-. Con la política de Leovigildo, las cosas empiezan a cambiar. En sus planteamientos unificadores territoriales, la religión es un factor importante, si bien, como ya se ha indicado, fracasó en ella. Pero ya para su época vemos que de ambas confesiones hay individuos que optan por la contraria; es el caso de los godos Masona, obispo de Mérida, o Juan de Bíclaro, obispo de Gerona. Por contra, Vicente de Zaragoza se pasaría al arrianismo. En esta época hubo intentos de aproximación entre ambas doctrinas -y debates teológicos, a veces tan duros como el de Masona y Sunna-, que se concretaron en las posiciones de aproximación intentadas por Leovigildo -el macedonismo, que admitía ya la divinidad del Hijo-, y en medidas concretas en torno a quienes se convirtieran. Es indudable que, a partir de Recaredo, con la conversión oficial al catolicismo de los visigodos, este factor diferenciador quedaría debilitado hasta desaparecer, a pesar de ciertos rebrotes en reyes como Witerico o en algunos nobles sediciosos que lo utilizarían como base de sus rebeliones. La repartición de tierras: La llegada de un nuevo pueblo, el visigodo, en los ámbitos rurales debió causar una cierta desestabilización, debida esencialmente a que los recién llegados son admitidos como foederati y, con bastante probabilidad, se establece un reparto de tierras entre éstos y los grandes propietarios romanos, siguiendo el modelo del reparto de las sortes gothicae y tertiae romanas que se dio en la Gallia, tras el foedus de Walia. Si realmente se dio o no en Hispania este reparto, y en qué condiciones, es un problema discutido todavía por los historiadores del derecho, aportando argumentos a favor y en contra más o menos sólidos. Lo que sí es cierto es que existe una ley, recogida en las Leges visigothorum (X 1, 8-9), que ilustra este reparto. El texto íntegro de la ley dice: "De divisione terrarum facta inter Gotum atque Romanum: Divisio inter Gotum et Romanum facta de portione terrarum sive silvarum nulla ratione turbetur, si tomen probatur celebrata divisio, ne de duabus partibus Goti aliquid sibi Romanus presumat aut vindicet, aut de tertia Romani Gotus sibi aliquid audeat usurpare aut vindicare, nisi quod a nostra forsitan si fuerit largitate donatum. Sed guod a parentibus vel a vicinis divisum est, posteritas inmutare non temtet". ("De la división de tierras hecha entre godo y romano. La división hecha entre un godo y un romano en relación con la partición de tierras de labor o de los bosques por ninguna razón sea alterada, si se prueba que la división fue realizada, de manera que de las dos partes del godo el romano nada usurpe para sí o reclame, y de la tercia del romano el godo nada se atreva a usurpar o a reclamar para sí, a no ser que por nuestra generosidad le fuese donado. Pero lo que por los antepasados o por los vecinos fue dividido, no intente cambiarlo la posteridad"). Queda por tanto especificado que a los godos les serán otorgados dos tercios de las tierras, mientras que los romanos se quedarán con el otro tercio restante. Es evidente que el reparto sólo afectó a la clase aristocrática visigoda y no a toda la masa poblacional. En este contrato, denominado contrato de hospitalidad (hospitalitas), el visigodo es el considerado como hospites teniendo además una inmunidad tributaria, que no desaparecerá hasta la celebración del III Concilio de Toledo, momento a partir del cual la exención en el pago de los impuestos se fue restringiendo cada vez más. Al parecer, en el reparto de tierras sólo se tuvieron en cuenta aquellas que respondían a grandes propiedades de origen senatorial, dejando de lado las pequeñas propiedades. La repartición de tierras establecidas desde un principio fue inalterable, es decir, los romanos siguieron siendo propietarios siempre de un tercio de las propiedades y los visigodos de los otros dos tercios. No obstante, otras leyes establecen variaciones sobre las terrae consortis y sobre las que no lo son (por ejemplo X 1, 6: "Si vineam aut domum in consortis terram construxerit" ("Si se construyera una viña o una casa en tierra del consorte"); X 1, 7: "Si vineam in aliena terra quis plantet, in qua sortem non habet" ("Si alguien planta una viña en tierra ajena, en la que no ha sors") o X 1, 9: "De silvis inter Gotus et Romanus indivisis relictis" ("De los bosques que quedan indivisos entre un godo y un romano"). La existencia de este tipo de leyes en las Leges Visigothorum no creemos que pueda considerarse un argumento débil para mostrar la repartición de tierras en Hispania, en el sentido que proponen algunos autores, como Orlandis; sin embargo, tampoco muestra que el reparto se hiciese de forma exactamente igual al acuerdo de hospitalitas que se dio en la Gallia. Lo que sí parece más claro es que pudo haber un reparto en los primeros tiempos de la penetración y asentamiento en Hispania, que se mantuvo, pero que no afectó a todas las tierras, y que muchas de ellas -quizá no sólo las baldías y bosques, como señala King- quedarían indivisas. Ni todos los godos recibirían sortes, ni todos los romanos se verían privados de sus tierras. El término consors sugiere que había tierras compartidas, pero no necesariamente siempre entre godos y romanos, y que se cultivaban o se utilizaban en conjunto. Por otro lado, las constataciones de ventas de tierras prueban la movilidad de, al menos, algunas de ellas. Es inevitable en este punto citar una pizarra de Diego Alvaro (Avila) donde un tal Gregorio vende a su sobrino Desiderio una parte de una tierra, utilizando curiosamente la misma expresión de portione de terra de la ley antes citada. La estructura documental se ajusta a la tradicional de la legislación tardorromana, heredada por el derecho en época visigoda. El comienzo del texto (fragmentario, como en otros casos), en su lengua característicamente vulgar dice así: "Domno e sovrino meo Desiderio, Gregorios vinditor, quoniam hoc inter nobis placuit adq(ue) convenit ut ego tibi vindere et vindo portione de terra, ipso terra in posseion(e re)gias..." (entendida esta palabra por la forma verbal regas) ("Al señor y sobrino mío Desiderio, Gregorio vendedor, puesto que entre nosotros plugo y convino que yo te hiciera una venta y te vendo una porción de tierra; esa misma tierra administres en propiedad..."). Este reparto de tierras, que pudo causar disensiones entre ambos grupos, sería un factor diferenciador, especialmente entre los grandes propietarios hispanorromanos y visigodos, más que entre la población en general; pero si se dio solamente en los primeros tiempos -hecho que cabe deducir de la escasa conservación de leyes al respecto y de la ausencia de otras fuentes en los siglos VI y VII sobre el tema-, hay que pensar que, después de una mezcla de población a todos los niveles a partir de la derogación de los matrimonios mixtos (piénsese, por ejemplo, en el rey Teudis, casado con una noble de origen romano), esta situación cambiaría notablemente y las divisiones y reparticiones de tierra se harían en función de herencias, ventas u otros acuerdos. Educación tradicional latina: Nada hay que haga sospechar que los visigodos mantenían su lengua al llegar a Hispania. Tras una larga época de contactos con el Imperio romano, desde los primeros avances sobre las fronteras danubianas, y del posterior asentamiento en la Gallia, su nivel de aculturación era notable y la mejor prueba de ella es la redacción del Código de Eurico en latín, aunque las fuentes hablan de que este rey lo hablaba deficientemente y necesitaba de intérpretes. Quizá mantuvieran la liturgia arriana, como algunos autores han indicado, en lengua gótica, de hecho Ulfilas habría traducido la Biblia a esta lengua, pero eso no quiere decir que la comprendieran. Algunos términos de vocabulario -basta comprobar las palabras de origen germánico que perviven en las lenguas romances posteriores, algunas de las cuales son recogidas en las Etimologías de Isidoro de Sevilla-, y, sobre todo, la onomástica, serían las aportaciones fundamentales y las pervivencias reales de esa lengua. De modo que la lengua fue un factor de aproximación y asimilación y no de diferenciación. Pero también en los primeros momentos parece que los visigodos rechazaron la educación escolar de las escuelas laicas, ya en vías de extinción, y, por obvios motivos, las eclesiásticas católicas. Probablemente su nivel educativo era muy escaso y su formación casi sólo militar, poniendo de manifiesto las necesidades de tipo práctico y utilitario. Así pues, habría habido un claro rechazo a la educación humanística latina. Pero nuevamente sólo en las primeras épocas. Son de sobra conocidos, y ya hemos citado algún ejemplo como Masona o, por supuesto, el rey Sisebuto, los visigodos que alcanzaron una formación humanística latina y conocimiento de esta cultura en términos similares a la población de origen romano, al menos entre sectores sociales parejos a los de los romanos que la recibían. Con la mezcla de la población y la unidad lingüística, el acceso a la cultura de los visigodos vendría por sí solo con el tiempo. Sobre el alcance del ambiente cultural volveremos más adelante, pero conviene matizar que, para finales del siglo VI y para el VII, dicho ambiente, escaso o no, abarcaría a ambas poblaciones.