RELACIÓN DE ALGUNAS COSAS DE LAS QUE ACAECIERON AL MUY ILUSTRE SEÑOR DON HERNANDO CORTÉS, MARQUÉS DEL VALLE, DESDE QUE SE DETERMINÓ IR A DESCUBRIR TIERRA EN LA TIERRA FIRME DEL MAR OCÉANO ANDRÉS DE TAPIA Y SU OBRA Su autor Andrés de Tapia, buen capitán y esforzado soldado, al decir de Bernal Díaz1, contaba veinticuatro años cuando se alistó en la hueste cortesiana. Su valor y fidelidad le ganaron la confianza de don Hernán, quien, corriendo el tiempo, le entregó la capitanía de Alonso de Ávila, cuando el oficial partió para Castilla2. Este aguerrido leonés participó en hechos tan sobresalientes como el hallazgo de Aguilar, el cautivo cristiano de Yucatán, o la captura del rebelde Cuauhpopoca. Posteriormente, intervino en las querellas entre los cortesianistas y la primera Audiencia, acompañó a don Hernán en su viaje a España, participando con toda seguridad en la malhadada expedición a Argel y, algún tiempo después, volvió a México, donde ocupó los cargos de Contador y Justicia Mayor3. Hombre íntegro, responsable y leal en lo anímico, en lo físico era de rostro algo ceniciento y no muy alegre, y de buen cuerpo, y de poca barba rala4. La obra La Relación de algunas cosas de las que acaecieron al muy Ilustre señor don Fernando Cortés, marqués del Valle, desde que se determinó ir a descubrir tierra en la Tierra Firme del Mar océano es, ante todo y sobre todo, un alegato en favor de Cortés, protector y amigo del militar leonés. El autor, qué duda cabe, muestra una sonrojante falta de objetividad5; pero también presenta la pétrea veracidad de los testigos oculares. Más pasional, Agustín Yáñez afirma tajantemente que la dimensión épica de la relación, unida a la ausencia de disgresiones y alegatos personales, la convierten en una pieza muy superior a la historia del viejo Bernal6. El arrojo heroico y la humana flaqueza --continúa Yáñez--, la crueldad bárbara y la cristiana compasión, las penas, los enojos violentos, las alegrías de la victoria se conjugan con fluencia vital, con dramático realismo, en este enjundioso cronicón7. En mi opinión --mediatizada tal vez por los temblorosos fríos que me invaden siempre que debo enfrentarme al enjundioso cronicón--, la grandeza del mismo no reside tanto en lo literario como en lo historiográfico. Creo que nos encontramos ante una obra de capital importancia, cuyos datos han sido transcritos con sin par impudicia por una larga caterva de historiadores y cronistas. El capellán de Cortés, el tan loado Francisco López de Gómara, no dudó en saquear el triste relato del leonés. El fruto del plagio --la Conquista de México-- fue a su vez pirateado por otro corsario de Clío, el cronista de la Ciudad de México, Francisco Cervantes de Salazar, quien tuvo que aguantar las imposiciones de don Antonio de Herrera y Tordesillas, una especie de Francis Drake de la historiografía americana. Para no prolongar estas notas, dignas de figurar en la introducción a Piratas de América, me limitaré a señalar que el plagio finalizó en el venerable padre Diego Luis Motezuma, un clérigo barroco autor de una surrealista Corona mexicana o Historia de los nueve Motezumas (vid el cuadro adjunto). INFLUENCIA DE LA CRÓNICA DE ANDRÉS DE TAPIA Siglas.-- CM: Conquista de México. CNE: Crónica de la Nueva España. HG: Historia general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del mar océano. ACA: Anales de la corona de Aragón. HCM: Historia de la conquista, población y progresos de la América septentrional conocida por el nombre de Nueva España. CM: Corona mexicana o Historia de los nueve Motezumas. ? Hace ya tiempo --en 1942, para ser exactos--, Ramón Iglesia afirmó que Gómara recibió información oral de Tapia8. Desde entonces, la especie se ha repetido una y otra vez; mas nadie se ha tomado la molestia de profundizar en el tema. Tal vez porque resulta poco placentero cotejar la tremebunda prosa de Tapia con las pulidas y soporíferas páginas de Gómara. El último editor de la Conquista de México, por ejemplo, tras citar un pasaje del capellán, donde admite haber recibido información del leonés9, dice: No conocemos la fecha en la que Tapia escribió, ni si Gómara leyó el relato, pero es cierto que se asemejan bastante10. Tan cierto es que algunos pasajes se parecen como dos gotas de agua. He aquí un ejemplo. De fuera de este hueco estaban dos ídolos sobre dos basas de piedra grande, del altor las basas de una vara de medir, y sobre éstas dos ídolos del altor de casi tres varas de medir cada uno; y serían del gordor de un buey cada uno; eran de piedra de grano bruñida, y sobre la piedra cubiertos de nácar, que es conchas en que las perlas se crían, y sobre este nácar, pegado con betún a manera de engrudo, muchas joyas de oro, y hombres y culebras y aves e historias hechas de turquesas, pequeñas y grandes, y de esmeraldas y amatistas, por manera que todo el nácar estaba cubierto, excepto en algunas partes donde lo dejaban para que hiciese labor con las piedras. Tenían estos ídolos unas culebras gordas de oro ceñidas, y por collares cada diez o doce corazones de hombre, y por rostro una mascarilla de oro, y ojos de espejo, y tenían otro rostro en el colodrillo, como cabeza de hombre sin carne11. Hasta aquí Andrés de Tapia. Veamos a continuación lo que escribe López de Gómara: Eran de piedra, y del grosor, altura y tamaño de gigante. Estaban cubiertos de nácar, y encima muchas perlas, piedras y piezas de oro engastadas con engrudo de zacotl, y aves, sierpes, animales, peces y flores, hechas como mosaico, de turquesas, esmeraldas, caledonias, amatistas y otras piedrecillas finas que hacían bonitas labores, descubriendo el nácar. Tenían por cintura sendas culebras de oro gruesas, y por collares diez corazones de hombres cada uno, de oro, y sendas máscaras de oro con ojos de espejo, y al colodrillo gestos de muerto12. Se nota el superior estilo del mundano clérigo; pero también que tuvo a la vista el texto modificado. Queda claro, por tanto, que Francisco López no sólo conoció la relación del soldado leonés, sino que la manejó cuando pergeñaba su Conquista de México13. En mi opinión, Gómara, que conoció a Tapia en Argel, pidió al leonés que recogiera por escrito los datos que le proporcionó oralmente. El disciplinado conquistador así lo hizo, y el capellán dispuso de una rica fuente de información, que manejó a su antojo cuando las circunstancias lo exigieron. De lo expuesto se desprenden dos deducciones. De un lado, que la relación de Tapia no es sino una noticia, un apuntamiento, un apunte, como confirma la temporalidad del escrito, la rápida redacción, a caballo entre el castellano y el cerrado leonés, los graves errores estructurales, y otros detalles menores. Del otro, que la crónica se redactó en el período que va desde el regreso de Tapia a la península (1540) hasta su vuelta a México, fecha que lógicamente debe situarse antes de 1547, año en que muere el marqués del Valle. Ediciones Por razones que me son del todo incomprensibles, la relación del capitán Andrés de Tapia sólo tiene dos impresiones en lengua castellana. La primera edición se debió a los desvelos de Joaquín García Icazbalceta, quien publicó una copia autorizada del escrito en su Colección de documentos para la historia de México14; la segunda a Agustín Yáñez, que incluyó una versión modernizada en la obra Crónicas de la conquista15. A ellas debe sumarse una traducción inglesa publicada en una antología titulada The Conquistadors16. Criterio editorial Don Joaquín García Icazbalceta, editor purista y ortodoxo, respetó el infernal estilo del original; pero, como a mí me interesa más el lector que el autor, no he tenido escrúpulos a la hora de modernizar el texto, evitando con ello la tortura que supone la lectura de párrafos como el que sigue: E visto que a todo esto el marqués les satisfacía, hicieron a los mismos del pueblo que dijesen que do Muteczuma estaba habie mucho número de leones e tigres e otras fieras, e que cada que Muteczuma quirie las hacie soltar, e bastaban para comernos e despedazarnos. He eliminado, pues, la cerrada fonética leonesa, modificado las construcciones dislésicas y corruptas, y destrabado las contracciones. Respeto, empero, algunos arcaísmos y, sobre todo, los dequeísmos, ese vicio gramatical tan frecuente en nuestros días. Para facilitar la lectura, he dividido la relación en párrafos. Tanto el título como los rótulos, que van entre corchetes, son factura mía. Respecto a los términos nahua, reproduzco la grafía de Tapia, que es bastante correcta y poco vacilante, pues sólo he podido observar dudas en la palabra Cholula, transcrita también como Chitrula y Cherula.?
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Relación de algunas cosas de las que acaecieron al muy ilustre señor don Hernando Cortés, marqués del Valle, desde que se determinó ir a descubrir tierra en la Tierra Firme del Mar Océano1 Cómo el señor marqués del Valle se partió de la isla de Cuba, y de las dificultades que para bastecerse tuvo. El cual salió de la isla de Cuba, que es en las dichas Indias, y fue al puerto de la Villa Rica de la Veracruz, que es el primer nombre que puso a una villa que pobló y fundó en lo que él después llamó Nueva España. Llevaba el dicho marqués una bandera de unos fuegos blancos y azules y una cruz colorada en medio; y la letra de ella era: Amici, sequamur crucem, et, si nos fidem habemus, vere in hoc signo vincesus2. Salió de la dicha isla de Cuba el dicho señor marqués no tan bastecido cuanto él quisiera para seguir su viaje, y fuese por de largo de la dicha isla de Cuba a un puerto que en ella está, que se llama Macaca, donde hizo hacer cierto pan de raíces, que se dice yuca, que nacen sembrándolo en unos montones de tierra y salen como nabos, las cuales raíces, antes de ser desmenuzadas y cocidas en cierta manera son ponzoña y tóxico, y después de ralladas y estrujadas y cocidas, es pan y razonable mantenimiento3. Y de aquí, de este puerto, despachó ciertos navíos a la punta de la isla, y otro navío a otra isla que se llama Jamaica, con cosas de bastimentos de Castilla y con algún oro para que le mercasen4 de ello de este pan que hemos dicho, y tocinos de puerco, porque en aquella isla lo había al presente más que en la isla de Cuba. Y asimismo tuvo aviso que un navío de un vecino de Cuba venía cargado de este pan para irlo a vender a cierta parte donde se cogía oro en la dicha isla; y mandó a ciertos de su compañía que fuesen en busca del dicho navío, y por fuerza o de grado lo trajesen a la punta de la isla, que es donde él había mandado ir sus navíos. Lo cual fue hecho así como el dicho marqués lo mandó. De esta manera algún tanto5 basteció su armada; y pagó en ciertas joyas de oro lo que valía el bastimento y navío que así tomó. Después de lo cual, el dicho marqués anduvo perdido quince o veinte días entre unos bajíos e islotes; y al fin fue a la villa de San Cristóbal del puerto de la Habana, que es en la isla de Cuba, donde mercó bastimentos de uno que tenía los diezmos6 de la dicha isla arrendados y de otro que era receptor de unas bulas7, y en precio de ellas le daban tocinos y pan, porque en aquella parte no se coge oro. Y de esto se acabó de bastecer, con algún otro bastimento que después mercó a los dichos vecinos, y lo fue a tomar a otro puerto que se dice Guaniguanico, que es en la misma isla de Cuba. Cómo aportamos a Aquçamil, y cómo era el ídolo que los naturales adoraban. En el dicho puerto de Guaniguanico juntó el dicho señor marqués del Valle sus navíos, y repartió por ellos el bastimento que había y la gente e hizo capitanes, a los cuales dio sus instrucciones según le pareció que debían seguir las derrotas, y para cómo se habían de regir y gobernar la gente que cada uno llevaba. Y luego que se desabrazó de la isla, dio en su armada un temporal que derrotó los navíos, y por la instrucción que les había dado de por donde habían de navegar aportaron todos a una isla pequeña que en la mar se halló, cerca de la tierra firme, a quien los indios de ella llaman Aquçamil8, y de todos los navíos no faltó más de uno, del que después diremos. En la dicha isla se hallarían como dos mil hombres, y la isla será de cinco leguas9 por lo más largo y una y media o dos de ancho. Adoraban la gente de ella en ídolos, a los cuales hacían sacrificios, en especial a uno que estaba en la costa de la mar en una torre alta. Este ídolo era de barro cocido y hueco, pegado con cal a una pared, y por detrás de la pared había una entrada secreta por donde parecía que un hombre podía entrar y envestirse el dicho ídolo; y así debía ser, porque los indios decían, según después se entendió, que aquel ídolo hablaba. En esta isla se halló delante del ídolo, abajo de la torre, una cruz de cal de altor de estado y medio10 y un cerco de cal y piedra almenado alrededor de ella, donde los indios decían que ofrecían codornices y sangre de ellas y quemaban cierta resina a manera de incienso, y que esto hacían cuando tenían necesidad de agua y haciéndolo llovía. Cómo el que esto escribe topó con un cristiano, que estaba cautivo en poder de los indios. En esta isla se entendió por señas, o como mejor se pudo entender, que en la tierra firme que estaba frontera de esta isla había hombres con barbas como nosotros, hasta tres o cuatro. El señor marqués del Valle dio ciertas joyas y cosas de rescate de las que él llevaba a un indio porque llevase una carta a aquellos cristianos, y con este indio envió un bergantín, cuatro bateles y un capitán; y porque el indio decía que estaban cerca de la costa de la mar les escribió en la carta que aquellos bajeles los esperarían cinco días y no más; y con esto se fueron el bergantín y los bajeles, y estuvieron ocho días, y el indio que llevó la carta volvió a nuestra gente e hizo señas que no querían venir, y así se volvieron todos a la dicha isla. Y luego el dicho señor marqués mandó embarcar toda su gente, y se embarcó e hizo señal que todos hiciesen vela, y así lo hicieron. Y de improviso se tornó el viento tan contrario, que fue necesario tornar al puerto sin poder hacer otra cosa, y tornarse a desembarcar. Y otro día, estando en un navío el que esta relación da y otros ciertos gentileshombres11, vieron venir por la mar una canoa, que así se llama, que es en lo que los indios navegan y es hecha de una pieza de un árbol cavada, y, reconociendo que venía a tomar tierra en la isla, salieron del navío en tierra y por la costa se fueron lo más encubiertamente que pudieron, y, llegando adonde la canoa quería tomar tierra, y la tomó, vieron tres hombres desnudos12, tapadas sus vergüenzas, atados los cabellos atrás como mujeres, y sus arcos y flechas en las manos. Y les hicimos señas que no obiesen miedo, y el uno de ellos se adelantó y los otros dos mostraban haber miedo y querer huir a su bajel, y el uno les habló en lengua que no entendimos y se vino hacia nosotros, diciendo en nuestro castellano: "Señores, ¿sois cristianos, y cuyos vasallos?" Dijímosle que sí, y que del rey de Castilla éramos vasallos. Alegrose y rogonos que diésemos gracias a Dios, y él así lo hizo con muchas lágrimas, y, levantados de la oración, fuimos caminando al real y él llevó los dos compañeros suyos, que eran indios, consigo, y por el camino nos fue diciendo que había diez años que, yendo en un navío por la mar, no sabe a qué parte, mas de que habían partido de la isla de Santo Domingo13, y, yendo a la Tierra Firme, hacia las Perlas14, se les abrió el navío, y que trece hombres de él tomaron el bajel y le pusieron una vela, y corrieron donde el viento los quiso llevar. El navío se fue a fondo con los demás, y que a ellos los había llevado Dios a aquella tierra, y que él había trabajado de contentar a un señor indio en cuyo poder había estado, y otro español había tomado por mujer a una señora india, y que a los demás los indios los habían muerto; y que él sintió del otro su compañero que no quería venir por otras veces que le había hablado diciendo que tenía horadadas las narices y orejas y pintado el rostro y las manos; y por esto no lo llamó cuando se vino15. El señor marqués se holgó mucho con este español, el cual servía de intérprete16, y con él hizo llamar los indios de la isla y les predicó e hizo amonestaciones y les rogó que derribasen sus ídolos, y lo hicieron de buena voluntad al parecer, y le pidieron imágenes, y se las dio de Nuestra Señora la Virgen María, y puso e hizo poner por toda la isla en partes y en la torre donde estaba el ídolo cruces, dando a los indios de lo que él tuvo que veía que les parecía bien; y así se partió de la dicha isla. Y después supimos que, cuando por allí algún navío venía, los indios salían a él en una canoa con una imagen de Nuestra Señora y le daban de lo que tenían. Cómo hallamos un navío que nos faltaba, y lo que acaeció a los que en él iban. Partió el dicho señor marqués con su armada de esta isla algo llegado a la tierra firme en busca del navío que le faltaba; y, yendo por la derrota que había mandado seguir, halló en un portezuelo el navío que le faltaba, el cual navío tenía por la jarcia de él mucho número de pellejas de conejos y liebres, y algunos pellejos de venados pequeños y grandes. Y dijeron los españoles del dicho navío que luego que allí llegaron vieron andar un perro español por la costa y ladraba hacia el navío; y cómo17 saltaron en tierra el capitán del navío y algunos españoles vieron una lebrela de buen talle, y se vino a ellos y los halagaba, y se volvió al monte y les comenzó a traer conejos, y con esta lebrela cazaban los días que allí estuvieron, y tenían hecha alguna cecina18 de conejos y venados. Cómo el señor marqués llegó a la Isla de las Mujeres, y lo que en ella nos sucedió. De aquí partió el señor marqués y fue a la punta que llamó de las Mujeres, porque todos los ídolos que en unas salinas que ende19 estaban eran a manera de mujeres20. Allí estuvo dos días por falta de buen tiempo, y yo vi que en el navío donde yo estaba tomamos un pescado que llaman tiburón, que es a manera de marrajo21, y según pareció había comido todas las raciones que daban de carne a los soldados y personas que iban en la armada, que, como era de puerco salada para la echar en mojo22, cada cual la ataba al bordo de su navío en el agua. Y tomámosle en nuestro navío con un anzuelo y con ciertos lazos que le echaron por la veta23 donde iba el anzuelo; y, no pudiéndolo subir con los aparejos, porque daba mucho lado al navío, con el batel lo matamos en el agua, y como pudimos lo metimos a pedazos en el batel y en el navío con los aparejos, y tenía en el cuerpo más de treinta tocinos de puerco y un queso y dos o tres zapatos y un plato de estaño, que pareció después haberse caído el plato y el queso de un navío que era del adelantado Alvarado, a quien el señor marqués había hecho capitán de un navío de los de su armada. Eran los navíos que llevaban trece e irían en toda la armada quinientas y sesenta personas. Los navíos eran el mayor de hasta cien toneles24, y otros tres de sesenta hasta ochenta toneles; de los demás de allí abajo, pequeños. La carne que se sacó del pescado la comimos, porque estaba más desalada que la otra y sabía mejor. Cómo llegamos a la provincia de Tabasco, y las guerras que hubimos con los naturales de ella. De aquí partió el armada y fue a un río, que llaman Tabasco a la provincia por donde él pasa. Dejó los navíos mayores fuera, en la mar, y metió la gente y artillería en los bajeles más pequeños y entró con ellos por el río donde le salieron ciertos indios de guerra, y con el intérprete les habló y prometió de no les tomar cosa alguna, ni consentirles hacer mal si lo recibiesen de paz y le escuchasen la razón porque allí era venido. Ellos tomaron de término para responder hasta otro día de mañana y el dicho señor marqués se estuvo con su gente en sus bateles en una islitilla que el río hacía, y según pareció pedían el término para alzar su ropa25. Otro día, como a las diez, el marqués llegó con su gente junto a la tierra en los bateles y los indios se mostraban de guerra con sus arcos y flechas y varas y tiraban hacia los bateles, y el marqués les tornó a requerir muchas veces que le recibiesen de paz, y que se lo rogaba tanto, porque sabía que habían de ser destruidos si otra cosa hacían, y no quisieron sino amenazarnos que si saltábamos en tierra que nos matarían. Y así saltamos y ganóseles el pueblo, y en un patio de aposentos de la gente que servía a los ídolos del dicho pueblo se aposentó el dicho señor marqués y su gente; y, después de recogida, puso esa noche guarda en su real, y por la mañana envió por tres partes alguna de su gente por caminos anchos que del pueblo salían, los cuales iban a buscar algunas cosas de yerbas y frutas para comer, y los caminos los llevaron a los unos y a los otros a las labranzas de los de aquel pueblo, y hallaron alguna gente con quien pelearon y trajeron ciertos indios. Y, llegados al real, dijeron cómo ellos se andaban juntando para nos dar batalla y pelear a todo su poder para nos matar y comernos; y que estaba acordado entre ellos que, si los cristianos los vencían, de servirlos dende en adelante como a señores, lo cual se entendió por el intérprete español de quien ya dijimos. El señor marqués les habló y los envió por mensajeros, y los aseguró de que, si quisiesen no pelear, se les haría muy buen tratamiento y él los tendría como a sus hijos y no volvieron con respuesta, mas de que alguna gente que andaba de guerra entre unas acequias y rías decían a los nuestros que dende aquí a tres días sería junta toda la tierra y nos comerían; y así se juntaron y aparecieron una mañana. El marqués y toda su gente oyó misa y salió a ellos; y porque la tierra es acequiada y por el camino por donde habíamos de ir había rías hondas, tomó con diez de caballo, de trece que tenía, y fuese sobre la mano izquierda de largo de la ría para ver dónde podría encubrirse con unos árboles y dar en los enemigos o por las espaldas o por un lado, y la gente de pie se fue camino derecho pasando acequias. Y como los indios sabían los pasos, que son más sueltos que los españoles, pasábanse por las acequias y dende la otra parte nos tiraban muchas flechas y varas y piedras con hondas; y, aunque matábamos algunos de ellos con ciertos tirillos de campo que teníamos y con las ballestas, ellos hacían gran daño en nosotros por ser mucho número de gente como eran, y nos vimos en mucho peligro, y no sabíamos del marqués, porque no halló por dónde pasar a los enemigos, antes hallaba muchos malos pasos de acequias; y como los enemigos nos tuviesen ya cercados a los peones por todas partes, apareció por la retaguardia de ellos un hombre en un caballo rucio26, picado, y los indios comenzaron a huir y a nos dejar algún tanto por el daño que aquel jinete en ellos hacía; y nosotros, creyendo que fuese el marqués, arremetimos y matamos algunos de los enemigos, y el de caballo no pareció más por entonces. Volviendo los enemigos sobre nosotros, nos tornaban a maltratar como de primero, y tornó a parecer el de caballo más cerca de nosotros, haciendo daño en ellos, por manera que todos lo vimos y tornamos a arremeter y tornose a desaparecer como de primero, y así que lo hizo otra vez, de manera que fueron tres veces las que apareció y le vimos; y siempre creíamos que fuese alguno de los de la compañía del marqués. El marqués con sus nueve de caballo volvieron a venir por nuestra retaguardia, y nos hizo saber cómo no había podido pasar, y le dijimos cómo habíamos visto uno de caballo, y dijo: "Adelante, compañeros, que Dios es con nosotros". Y arremetió estando ya fuera de las acequias y dio en los enemigos, y la gente de pie tras él; y así los desbaratamos, matando muchos de ellos y huyendo los demás a se guarecer en los malos pasos entre las acequias. El marqués se volvió al real con su gente, y de algunos prisioneros que se habían tomado hizo mensajeros y envió a decir a los enemigos que le pesaba del daño que en ellos había hecho, y que todavía los tendría por amigos si ellos quisiesen venir a obediencia; y vinieron ciertos señores y trajeron aves que acá llamamos gallinas de las Indias27 y frutas de aquella tierra y otras cosas de bastimento, y dieron la obediencia al dicho marqués, y éste les rogó que quitasen sus ídolos y pusiesen cruces en el lugar donde los tenían; y ansí se hizo en lo que por allí vimos. Y tomado algún maíz, que es una semilla de que ellos se mantenían y algunas frutas, y enviádolo a los navíos, los señores de la tierra dieron al marqués veinte mujeres de las que ellos tenían por esclavas, para que moliesen pan. Y después de andada la procesión el Domingo de Ramos y dicha misa en el patio de los ídolos, nos fuimos a embarcar. Decían los indios que serían los que con nosotros habían peleado hasta cuarenta y ocho mil hombres, porque su manera de contar es de ocho en ocho mil, y decían que se habían juntado por copia seis veces ocho mil28.
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<p><strong>Relación de Fray Ramón acerca de las antigüedades de los indios, las cuales, con diligencia, como hombre que sabe el idioma de éstos, recogió por mandato del Almirante.</strong></p><p><em><strong>Yo, fray Ramón, pobre ermitaño de la Orden de San Jerónimo, por mandato del ilustre señor Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y de la tierra firme de las Indias, escribo lo que he podido averiguar y saber acerca de las creencias e idolatría de los indios, y cómo veneran a sus dioses. De lo cual trataré en la presente relación.</strong></em></p><p><em><strong>Cada uno, al adorar los ídolos que tienen casa y les llaman cemíes, guarda un modo particular y superstición. Creen que hay en el Cielo un ser inmortal, que nadie puede verlo y que tiene madre, mas no tiene principio; a éste le llaman Yucahu Vagua Maorocoti y a su madre llaman Atabey, Apito y Zuimaco, que son cinco nombres. Estos de los que escribo son de la isla Española; porque de las demás islas no sé cosa alguna, pues no las he visto jamás. También saben de qué parte vinieron, y de dónde tuvieron origen el sol y la luna, cómo se hizo el mar y a dónde van los muertos. Creen que los muertos se aparecen por los caminos cuando alguno va solo; porque, cuando van muchos juntos, no se les presentan. Todo esto les han hecho creer sus antepasados; porque ellos no saben leer, ni contar sino hasta diez.</strong></em></p><p> </p><p><em>CapÍtulo I</em></p><p>De dónde proceden los indios y de qué manera</p><p><em>La isla Española tiene una provincia llamada Caonao en la que hay una montaña de nombre Cauta, y en ella dos grutas denominadas Cacibajagua y Amayauna. De Cacibajagua salió la mayor parte de la gente que pobló la isla. Cuando vivían en aquella gruta, ponían guardia de noche, y se encomendaba este cuidado a uno que se llamaba Mácocael, el cual, porque un día tardó en volver a la puerta, dicen que lo arrebató el sol. Viendo, pues, que el sol se había llevado a éste por su mala guardia, te cerraron la puerta y fue transformado en piedra cerca de la entrada. Dicen también que otros, habiendo ido a pescar, fueron cogidos por el sol, y se convirtieron en árboles llamados jobos, y de otro modo se llaman Mirobálanos. El motivo por el que Mácocael velaba y hacía la guardia era para ver a qué parte enviaría la gente o la repartiría, y no parece sino que tardó para su mayor mal.</em></p><p><em> </em></p><p><em>CapÍtulo II</em></p><p>Cómo se separaron los hombres de las mujeres</p><p><em>Sucedió que uno, que se llamaba Guahayona, dijo a otro, de nombre Yahubaba, que fuese a coger una hierba llamada digo, con la que se limpian el cuerpo cuando van a bañarse. Este fue delante de ellos, más lo arrebató el sol en el camino y se convirtió en pájaro que canta por la mañana, como el ruiseñor, y se llama Yahubabayel. Guahayona, viendo que éste no volvía cuando lo envió a coger el digo, resolvió salir de la gruta Cacibajagua.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo III</em></p><p><em>Entonces, Guaguyona, indignado, resolvió marcharse, viendo que no volvían aquellos que había enviado a coger el digo para bañarse, y dijo a las mujeres: «dejad a vuestros maridos y vámonos a otras tierras y llevemos mucho güeyo. Dejad a vuestros hijos y llevemos solamente dicha hierba con nosotros, que después volveremos por ellos.»</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo IV</em></p><p><em>Guahayona salió con todas las mujeres y anduvo buscando otros países, y llegó a Matininó, donde muy luego dejó a las mujeres y se fue a otra región llamada Guanín, y habían dejado a los hijos pequeños junto a un arroyo. Después, cuando el hambre empezó a molestarles, dicen que lloraban y llamaban a sus madres que se habían ido. Y los padres no podían dar consuelo a los hijos, que llamaban con hambre a sus madres, diciendo mamá, indudablemente para demandar la teta. Llorando así y pidiendo la teta, y diciendo "toa, toa", como quien demanda una cosa con gran deseo y mucho ahínco, fueron transformados en animalillos, a modo de ranas, que se llaman tona, por la petición que hacían de la teta; y de esta manera quedaron todos los hombres sin mujeres.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo V</em></p><p>Cómo volvieron después las mujeres a la isla llamada Española, que antes llevaba el nombre de Haití, y así la llaman los habitantes de ella; anteriormente, ésta y las otras islas se llamaban Bohío</p><p><em>Como los indios no tienen escritura ni letras, no pueden dar buena información de lo que saben acerca de sus antepasados, y por esto no concuerdan en lo que dicen, y menos se puede escribir ordenadamente lo que refieren.</em></p><p><em>Cuando se marchó Guahayona, aquel que se llevó todas las mujeres, también se fueron con él las de su cacique, llamado Anacacuya, engañándolo como engañó a los otros. También se fue un cuñado de Guahayona, llamado Anacacuya, que entró en el mar con él, y dijo Guahayona a su cuñado, estando en la canoa "mira qué hermoso cobo hay en el agua" el cobo es el caracol del mar. Cuando Anacacuya miraba el agua para el cobo, su cuñado Guahayona lo cogió por los pies y tirólo al mar; luego tomó todas las mujeres para sí, y las dejó en Matanino, donde hoy se dice que no hay más que hembras. El se fue a otra isla llamada Guanin, y se llamó así por lo que se llevó de ella cuando fue allí.</em></p><p><em> </em></p><p><em>CapÍtulo VI</em></p><p>Cómo Guahayona volvió a la mencionada Cauta, de donde había antes sacado a las mujeres</p><p><em>Dicen que estando Guahayona en la tierra donde había ido, vio que había dejado en el mar una mujer, de lo que él recibió gran alegría, y muy luego buscó muchos lavatorios para limpiarse, por estar lleno de aquellas úlceras que nosotros llamamos mal francés. Fue puesto luego en una guanara, que quiere decir lugar apartado; y así, estando allí, curó de sus llagas. Después pidió permiso para seguir su camino y él se lo concedió. Llamábase esta mujer Guabonito. Y Guahayona cambió de nombre, llamándose en lo sucesivo Albeborael Guahayona. La dueña Guabonito dio a Albeborael Guahayona muchos guanines y muchas cibas, para que las llevara sujetas a los brazos, pues en aquel país las cibas son piedras que semejan mucho al mármol, y las llevan atadas a los brazos y al cuello. Y los guanines los llevan en las orejas, que se las agujerean cuando son pequeños, y son de metal casi como de florín. El origen de estos guanines dicen que fueron Guabonito, Albeborael Guahayona y el padre de Albeborael.</em></p><p><em>Guahayona se quedó en la tierra con su padre, llamado Hiuna. Su hijo de parte de padre se llamaba Hiaguaili Guanin, que quiere decir hijo de Hiauna; y desde entonces se llamó Guanin, y hoy lleva el mismo nombre. Como los indios no tienen letras ni escrituras, no saben contar bien estas fábulas, ni yo puedo escribirlas con exactitud. Por lo cual creo que pongo primeramente lo que debía ser lo último, y lo último lo que debía estar antes. Pero todo lo que escribo es según me lo contaron, y por tanto, yo lo refiero como lo supe de los indios.</em></p><p><em> </em></p><p><em>CapÍtulo VII</em></p><p>Cómo hubo de nuevo mujeres en la isla de Haití, que ahora se llama la Española</p><p><em>Digo que un día fueron a bañarse los hombres, y estando en el agua, llovía recio, y sentían mucho deseo de tener mujeres; y muchas veces, cuando llovía, habían ido a buscar las huellas de sus mujeres; pero no podían encontrar alguna noticia de éstas. Mas aquel día, bañándose, dicen que vieron caer de algunos árboles, por medio de las ramas, cierta forma de personas que no eran ni hombres ni mujeres, pues no tenían sexo de varón ni de hembra, procuraron cogerlas, pero ellas se escurrían como si fuesen anguilas. Por esto llamaron a dos o tres hombres por mandato de su cacique, para que, pues ellos no podían cogerlas, esperasen cuantas eran, y buscasen para cada una un hombre que fuese Caracaracol, porque tenían las manos ásperas, y así las sujetarían fuertemente. Dijeron al cacique que había cuatro, y llevaron estos cuatro hombres que eran caracaracoles; caracaracol es una enfermedad como sarna, que hace al cuerpo muy áspero. Después que las hubieron cogido, deliberaron cómo podrían convertirlas en mujeres, pues no tenían sexo de varón ni de hembra.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo VIII</em></p><p>Cómo hallaron medio de que fuesen mujeres</p><p><em>Buscaron un pájaro que se llama inriri, y antiguamente inrire cahubabayael que agujerea los árboles, y en nuestro idioma se llama pico. Juntamente tomaron aquellas personas sin sexo de varón ni de hembra, les ataron los pies y las manos, cogieron el ave mencionada, y se la ataron al cuerpo; el pico, creyendo que aquéllas eran maderos, comenzó la obra que acostumbra, picando y agujereando en el lugar donde ordinariamente suele estar la naturaleza de las mujeres. De este modo dicen los indios que tuvieron mujeres, según contaban los muy viejos. Como yo escribí con presura, y no tenía papel bastante, no podré poner en un lugar lo que por error llevé a otro; pero con todo ello no me he equivocado, porque ellos lo creen todo como lo llevo escrito. Volvamos ahora a lo que habíamos de colocar antes, esto es, acerca de la opinión de los indios en punto al origen y principio del mar.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo IX</em></p><p>Cómo cuentan que fue hecho el mar</p><p><em>Hubo un hombre llamado Yaya, del que no saben su nombre; el hijo de éste llamábase Yayael, que quiere decir hijo de Yaya. Queriendo Yayael matar a su padre, éste lo desterró, y así estuvo ausente cuatro meses; después, su padre lo mató, puso los huesos en una calabaza y la colgó en el techo de su casa, donde estuvo pendiente algún tiempo. Sucedió que un día, con deseo de ver a su hijo, Yaya dijo a su mujer: «quiero ver a nuestro hijo Yayael». Ella se alegró con esto, y tomando la calabaza, la volcó para ver los huesos de su hijo. De ella salieron muchos peces grandes y pequeños; por lo que viendo que aquellos huesos se habían transformado en peces resolvió comérselos.</em></p><p><em>Dicen que un día, habiendo ido Yaya a sus conucos, que quiere decir posesiones, que eran de una herencia, llegaron cuatro hijos de una mujer llamada Itiba Cahubaba, todos de un vientre y gemelos; pues esta mujer, habiendo muerto de parto, la abrieron y la sacaron los cuatro dichos hijos. El primero que extranjeron fue Caracaracol, que quiere decir sarnoso, Caracaracol fue llamado; los otros no tenían nombre.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo X</em></p><p>Cómo los cuatro hijos gemelos de Itiba Cahubaba, que murió de parto, fueron juntos a coger la calabaza de Yaya, donde estaba su hijo Yayael, que se había convertido en peces, y ninguno se atrevió a tomarla sino Deminán Caracaracol, que la descolgó, y todos se hartaron de peces</p><p><em>Mientras comían, sintieron que venía Yaya de sus posesiones, y queriendo en aquel apuro colgar la calabaza, no la colgaron bien, de modo que cayó en tierra y se rompió. Dicen que fue tanta el agua que salió de aquella calabaza, que llenó toda la tierra, y con ella salieron muchos peces. Entonces dicen que tuvo origen el mar. Salidos después de allí, hallaron un hombre al que llamaron Conel, que era mudo.</em></p><p><em> </em></p><p><em>CapÍtulo XI</em></p><p>De lo que aconteció a los cuatro hermanos cuando iban huyendo de Yaya</p><p><em>Estos, tan luego como llegaron a la puerta de Bayamanaco y notaron que llevaba cabeza, dijeron: «Ahiacabo Guarocoel, que quiere decir: conozcamos a nuestro abuelo». Entonces, Deminán Caracaracol, viendo delante a sus hermanos, entró a su casa para ver si podía hallar algún cazabe, que es el pan que se come en aquel país. Caracaracol, entrando en casa de Bayamanaco, le pidió cazabe, que es el mencionado pan. Este se puso la mano en la nariz, y le echó en la espalda un guangayo lleno de cohoba, que había mandado hacer aquel día; la cohoba es cierto polvo que ellos toman algunas veces para purgarse y para otros efectos que después se dirán. Toman ésta con una caña de medio brazo de larga; ponen un extremo en la nariz y otro en aquel polvo; y así lo aspiran por la nariz y les hace purgar grandemente. De este modo les dio por pan aquel guangayo, en vez del pan que hacía; y se fue muy indignado porque se lo habían pedido... Caracaracol, después de esto, volvió a sus hermanos y les contó lo que le había sucedido con Bayamanacoel, y cómo te había echado un guangayo en la espalda, la que le dolía fuertemente. Entonces, sus hermanos le miraron la espalda, y vieron que la tenía muy hinchada; creció tanto aquella hinchazón, que estuvo a punto de morir, por lo que procuraron cortarla, y no pudieron; mas tomando una hacha de piedra se la abrieron y salió fuera una tortuga viva, hembra; entonces edificaron una casa y llevaron a ella la tortuga. De esto yo no he sabido más; poco vale lo que llevo escrito.</em></p><p><em>Dicen también que el sol y la luna salieron de una gruta, que está en el país de un cacique llamado Mautia-TeNuel, a cuya gruta, que llaman Iguanaboina, la veneran mucho, y la tienen toda pintada a su modo, sin alguna figura humana, pero con muchos follajes, y otras cosas semejantes. En aquella gruta había dos cemíes, hechos de piedra, pequeños, del tamaño de medio brazo, con las manos atadas, y en actitud de sudar; cuyos cemíes estiman ellos mucho, y cuando no llovía, dicen que entraban allí a vi sitarlos y de repente venía la lluvia. De estos cemíes, a uno llamaban Boinayel y al otro Márohu.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo XII</em></p><p>De lo que piensan acerca de andar vagando los muertos; cómo son éstos y lo que hacen</p><p><em>Creen que hay un lugar al que van los muertos,, que se llama Coaibai, que está en un extremo de la isla, llamado Soraya. El primero que estuvo en el Coaibai dicen que fue uno llamado Maquetaurie Guayaba, que era señor del Coaibai, casa y habitación de los muertos.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo XIII</em></p><p>Del aspecto que dicen tener los muertos</p><p><em>Dicen que durante el día los muertos están recluídos; por la noche van a recreo, y comen cierto fruto que se llama guayaba, que tiene sabor de..., que de día están... A la noche se convierten en fruta, tienen su recreo, y van juntamente con los vivos. Para conocer los muertos tienen esta manera: que con la mano les tocan el vientre, y si no les encuentran el ombligo dicen que es operito, que quiere decir muerto, pues dicen que los muertos no tienen ombligo. Y así se engañan algunas veces, porque no reparando en esto, yacen con alguna mujer de las del Coaibai, y cuando piensan abrazarlas, no tienen nada, porque desaparece de repente. Tal es lo que creen hasta hoy acerca de esto. Mientras vive una persona llaman al alma goeiza, y después de muerta, la denominan opía; la goeiza dicen que se aparece muchas veces, ya en forma de hombre o ya de mujer, y afirman que ha habido hombre que se atrevió a pelear con una goeiza, y queriendo abrazarla, desaparecía y el hombre metía los brazos más allá sobre algunos árboles, de tos cuales quedaba colgado. Esto lo creen todos en general, lo mismo los pequeños que los mayores; y también que se les aparecen los muertos en forma de padre, de madre, de hermanos, de parientes, o de otras formas. El fruto del que dicen alimentarse los muertos es del tamaño de un membrillo. Los muertos no se les aparecen de día, sino siempre de noche; y por ello no sin gran miedo se atreve algún indio a ir solo de noche.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo XIV</em></p><p>De dónde procede esto, y lo que les hace estar en tal creencia</p><p><em>Hay algunos hombres que practican entre ellos, llamados behiques, los cuales hacen muchos engaños, como más adelante diremos, para hacerles creer que hablan con los muertos, y por esto saben todos los hechos y los secretos de los indios; y cuando están enfermos les quitan la causa del mal, y así los engañan; como yo lo tengo visto en parte con mis ojos, bien que de las otras cosas conté solamente lo que había oído a muchos, especialmente a los principales, con los cuales he tratado más que con otros; pues éstos creen en tales fábulas con mayor certidumbre que los otros, porque, lo mismo que los moros, tienen su ley expuesta en canciones antiguas, por las que se gobiernan, igualmente que los moros por la escritura. Cuando quieren cantar sus canciones, tañen cierto instrumento que se llama mayohavao, que es de madera, hueco, fuerte y muy delgado, de un brazo de largo, y medio de ancho. La parte de donde se toca tiene la forma de tenazas de herrador, y el otro lado semejante a una maza, de modo que parece una calabaza con el cuello largo. Este instrumento que ellos tañen hace tanto ruido que se oye a distancia de una legua y media. Al son de éste cantan sus canciones, que las saben de memoria; lo tocan los hombres principales, que aprenden a manejarlo desde niños, y a cantar según su costumbre. Pasemos ahora a tratar de otras muchas cosas acerca de las ceremonias y costumbres de estos gentiles.</em></p><p><em> </em></p><p><em>CapÍtulo XV</em></p><p>De las observaciones de estos indios behiques, y cómo profesan la medicina, y enseñan a los indios, y en sus curas medicinales muchas veces se engañan</p><p><em>Todos, o la mayor parte de los indios de la isla Española, tienen muchos cemíes de diversos géneros. Unos contienen los huesos de su padre, de su madre, de los parientes, y de otros sus antepasados; los cuales están hechos de piedra o de madera. Y de ambas clases poseen muchos. Hay algunos que hablan; otros que hacen nacer las cosas de comer; otros que hacen llover, y otros que hacen soplar los vientos. Todo lo cual creen aquellos simples ignorantes que lo hacen los ídolos, o por hablar más propiamente, el demonio, pues no tienen conocimiento de nuestra Santa Fe. Cuando alguno está enfermo, le llevan el behique, que es el médico. Este es obligado a guardar dieta, lo mismo que el doliente, y a poner cara de enfermo, lo cual se hace así para lo que ahora sabréis. Es preciso que el médico se purgue también como el enfermo; y para purgarse toma cierto polvo, llamado cohoba, aspirándolo por la nariz, el cual les embriaga de tal modo que luego no saben lo que se hacen; y así dicen muchas cosas fuera de juicio, afirmando que hablan con los cemíes, y que éstos les han dicho de dónde provino la enfermedad</em></p><p><em>.</em></p><p><em>CapÍtulo XVI</em></p><p>De lo que hacen dichos behiques</p><p><em>Cuando van a visitar a algún enfermo, antes que salgan de su casa toman hollín de los pucheros o carbón molido, y con él se ponen negra toda la cara, para hacer creer al enfermo lo que quieran acerca de su dolencia. Luego toman algunos huesecillos y un poco de carne, y envolviendo todo aquello en algo para que no se caiga, se lo meten en la boca, estando ya el enfermo purgado con el polvo que hemos dicho. Entrado el médico en casa del doliente, se sienta, y todos callan; si allí hay niños los echan fuera, para que no impidan su oficio al behique, no quedando en la casa sino uno o dos de los más principales. Estando ya solos, toman algunas matas del güeyo, anchas, y otra hierba, envuelta en una hoja de cebolla, media cuarta de larga; y una de los dichos güeyos es la que toman todos comúnmente, y trituradas con la mano las amasan, y luego se la ponen en la boca para vomitar aquello que han comido, a fin de que no les haga daño. Entonces comienzan a entonar el canto mencionado; y tomando una antorcha beben aquel jugo. Hecho esto lo primero, después de poco tiempo se levanta el behique, va hacia el enfermo, que está solo en medio de la casa, como se ha dicho, le da dos vueltas, como le parece; luego se lo pone delante, le toma por las piernas, le palpa los muslos y de allí hasta los pies; después tira de él fuertemente, como si quisiera arrancar alguna cosa; va a la puerta de la casa, la cierra, y habla diciendo: «Vete luego a la montaña, o al mar, o donde quieras»; y da un soplo, como si despidiese una paja; vuelve de nuevo, junta las manos, cierra la boca; le tiemblan aquéllas como si tuviese frío; se las sopla; aspira el resuello, como cuando chupa la médula del hueso, y sorbe al enfermo por el cuello, el estómago, la espalda, las mejillas, el pecho, el vientre o por otras partes del cuerpo. Hecho esto, comienza a toser, y a poner mala cara, como si hubiese comido alguna cosa amarga, escupe en la mano y saca lo que ya hemos referido que se puso en la boca en su casa o por el camino, sea piedra, o hueso, o carne, como ya es dicho. Si es cosa de comer dice al enfermo: «Has de saber que tú has comido una cosa que te ha producido el mal que padeces; mira cómo te lo he sacado del cuerpo, donde tu cemí te lo había puesto porque no le hiciste oración, o no le fabricaste algún templo, o no le diste alguna heredad.» Si es piedra dice: «Guárdala muy bien.» Algunas veces, por estar ciertos de que estas piedras son buenas y ayudan a parir a las mujeres, las tienen muy custodiadas, y envueltas en algodón, las ponen en cestillas, y les dan de comer lo mismo que a ellos; igualmente hacen con los cemíes que tienen en casa. Si algún día solemne llevan mucho de comer, ya sean peces, carne, pan o cualquier otra cosa, ponen todo en la casa del cemí, para que coma de ello el ídolo. Al día siguiente llevan toda esta provisión a sus casas, después que ha comido el cemí. Y así les ayude Dios, como el cemí come de aquello, ni de otra cosa, porque el cemí es obra muerta, hecha de piedra o de madera.</em></p><p><em> </em></p><p><em>CapÍtulo XVII</em></p><p>Cómo se engañan a veces estos médicos</p><p><em>Cuando después de haber hecho las cosas mencionadas, sin embargo el enfermo llega a morir, si el muerto tiene muchos parientes, o es señor de un pueblo y puede hacer frente a dicho behique, que quiere decir médico, pues los que poco pueden no se atreven a disputar con estos médicos, aquel que le quiere dañar hace lo siguiente: Queriendo saber si el enfermo ha muerto por culpa del médico, o porque no guardó la dieta como éste le ordenó, toman una hierba que se llama güeyo, que tiene las hojas semejantes a la albahaca, gruesa y larga, por otro nombre llamada zacón. Sacan el jugo de la hoja, cortan al muerto las uñas y los cabellos que tiene encima de la frente, los reducen a polvo entre dos piedras, mezclan esto con el jugo de dicha hierba y lo dan a beber al muerto por la boca, o por la nariz, y haciendo esto preguntan al muerto si el médico fue ocasión de su muerte, y si observó la dieta. Esto se lo demandan muchas veces hasta que al fin habla tan claramente como si fuese vivo; de modo que viene a responder todo :aquello que se le pedía, diciendo que el behique no observó dieta, y fue ocasión entonces de su muerte; añaden que le pregunta el médico si está vivo, y cómo habla tan claramente; él responde que está muerto. Después que han sabido lo que querían, lo vuelven al sepulcro de donde lo sacaron para saber de él lo que hemos dicho. Hacen también de otro modo las mencionadas ceremonias para saber lo que quieren; toman al muerto; encienden una gran hoguera semejante a la de los carboneros al hacer carbón, y cuando los leños se han convertido en ascuas, echan el muerto en aquel fuego, lo cubren de tierra, como el carbonero cubre el carbón, y allí lo dejan cuanto quieren; estando así, le preguntan, como ya hemos dicho en el otro caso; el muerto responde que nada sabe; se lo interrogan diez veces, y en adelante ya no habla más. Le preguntan si está muerto, pero él no habla más que estas diez veces.</em></p><p><em> </em></p><p><em>CapÍtulo XVIII</em></p><p>Cómo los parientes del muerto se vengan cuando han tenido respuesta por medio del hechizo de las bebidas</p><p><em>Júntanse un día los parientes del muerto, esperan al mencionado behique, y le dan tantos palos que le rompen las piernas, los brazos y la cabeza, de modo que lo muelen; y dejándolo así, creen haberlo matado. A la noche dicen que van muchas sierpes de diversas clases, blancas, negras, verdes y de otros muchos colores, las cuales lamen la cara y todo el cuerpo del médico que dejaron por muerto, como hemos dicho. Este permanece así dos o tres noches; en este tiempo, dicen que los huesos de las piernas y de los brazos tornan a unirse y se sueldan, de modo que se levanta, camina despacio y se vuelve a su casa; quienes lo ven le interrogan diciendo: «¿no estabas muerto?»; pero él responde que los cemíes fueron en su auxilio en forma de culebras. Los familiares del muerto, muy airados, como creían haber vengado la muerte de su pariente, viéndolo vivo se desesperan, y procuran tenerle a mano para matarlo; si lo pueden coger otra vez, le sacan los ojos y le rompen los testículos, porque dicen que ninguno de estos médicos puede morir a palos y golpes, por muchos que reciba, si antes no le arrancan los testículos.</em></p><p>Cómo saben lo que quieren, por el que queman, y cómo cumplen su venganza.</p><p><em>Cuando descubren el fuego, el humo que se levanta sube hacia arriba hasta que lo pierden de vista, y hace ruido al salir del horno; vuelve luego abajo, entra en casa del médico behique, y éste, de repente, en aquel instante enferma si no observó la dieta, se llena de úlceras y se le pela todo el cuerpo; así tienen prueba de que no ha guardado la dieta, y por ello murió el enfermo. Por lo cual procuran matarlo, según hemos dicho del otro. Estas son las hechicerías que suelen hacer.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo XIX</em></p><p>Cómo hacen y guardan los cemíes de madera o de piedra</p><p><em>Los de madera se hacen de la siguiente manera: Cuando alguno va de camino y le parece ver algún árbol que se mueve hasta la raíz, aquel hombre se detiene asustado y le pregunta quién es. El árbol responde: «Trae aquí un behique; él te dirá quién soy.» Aquel hombre, llegado al médico, le dice lo que ha visto. El hechicero o brujo va luego a ver el árbol de que el otro le habló, se sienta junto a él, y hace la cohoba, como arriba hemos dicho en la historia de los cuatro hermanos. Hecha la cohoba, se levanta y le dice todos sus títulos como si fueran de un gran señor, y le dice: «Dime quién eres, qué haces aquí, qué quieres de mí y por qué me has hecho llamar; dime si quieres que te corte, o si quieres venir conmigo, y cómo quieres que te lleve; yo te construiré una casa con una heredad.» Entonces, aquel árbol o cemí, hecho ídolo o diablo, le responde diciendo la forma en que quiere que lo haga. El brujo lo corta y lo hace del modo que se le ha ordenado; le edifica su casa con una posesión, y muchas veces al año le hace la cohoba, cuya cohoba es para tributarle oración, para complacerle, para saber del cemí algunas cosas malas o buenas, y también para pedirle riquezas. Cuando quieren saber si alcanzarán victoria contra sus enemigos, entran en una casa en la que no penetra nadie sino los hombres principales; su señor es el primero que comienza a hacer la cohoba y toca un instrumento. Mientras éste hace la cohoba ninguno de los que están en su compañía habla hasta que éste ha concluido. Después que acaba su discurso, está algún tiempo con la cabeza baja, y los brazos encima de las rodillas; luego alza la cabeza mirando al cielo y habla. Entonces todos contestan a un tiempo con voz alta; y luego que han hablado todos para darle gracias, les cuenta la visión que tuvo embriagado con la cohoba que tomó por la nariz y le subió a la cabeza. Dice haber hablado con los cemíes, y que los indios conseguirán victoria, que sus enemigos huirán; que habrá una gran mortandad, guerras, hambres u otras cosas tales, según él, que está borracho, quiere decir. Júzguese cómo tendrán el cerebro, pues dicen que han visto las casas con los cimientos hacia arriba, y que los hombres caminan con los pies mirando al cielo. Esta cohoba se la hacen no solamente a los cemíes de piedra y de madera, mas también a los cuerpos de los muertos, según arriba hemos dicho.</em></p><p><em>Los cemíes de piedra son de diversas hechuras; algunos hay que suponen sacados por los médicos del cuerpo de los enfermos; de éstos guardan aquellos que son mejores para el parto de mujeres preñadas. Hay otros que hablan, los cuales son de figura de un grande nabo con las hojas extendidas por tierra, y largas como las de alcaparras. Estas hojas se parecen generalmente a las del olmo; otras, tienen tres puntas y creen que ayudan a nacer la yuca; su raíz es semejante al rábano; la hoja tiene generalmente seis o siete puntas; no sé a qué cosa compararla, porque no he visto alguna que se le parezca en España ni en otro país. El tallo de la yuca es de la altura de un hombre. Digamos ahora de la fe que tienen en lo que se refiere a sus ídolos y cemies, y de los grandes engaños que de éstos reciben.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo XX</em></p><p>Del cemí Buya y Aiba, del que dicen que cuando hubo guerras lo quemaron, y después, lavándolo con el jugo de la yuca, le crecieron los brazos, le nacieron de nuevo los ojos y creció de cuerpo</p><p><em>La yuca era pequeña, y la lavaron con el agua y el jugo mencionado para que fuese grande. Afirman que da enfermedades a quienes han hecho este cemí, por no haberle llevado yuca para comer. Este cemí era llamado Baibrama, Cuando alguno enfermaba, llamaban al behique y le preguntaban de qué procedería su dolencia; éste respondía que Baibrama se la había enviado, porque no les envió de comer a los que tenían cuidado de su casa. Esto decía el behique que lo había revelado el cemí Baibrama.</em></p><p> </p><p><em>CapÍtulo XXI</em></p><p>Del cemí de Guamorete</p><p><em>Dicen que cuando hicieron la casa de Guamorete, que era un hombre principal, pusieron allí un cemí que tenía encima de aquélla, y era llamado Corocote. Y una vez que tuvieron guerra entre ellos, los enemigos de Guamorete quemaron la casa en que estaba dicho cemí Corocote. Después, dicen que éste se levantó y se fue a distancia de un tiro de ballesta, junto al agua. Añaden que cuando estaba encima de la casa, bajaba de noche y yacía con las mujeres, y que después de morir Guamorete dicho cemí se fue a la casa de otro cacique, donde también allí dormía con las mujeres. Dicen además que en la cabeza le nacieron dos coronas, por lo que solía decirse: «Pues tiene dos coronas, ciertamente es hijo de Corocote.» Así lo tenían por muy cierto. Este cemí lo tuvo luego otro cacique de nombre Guatabanex, cuyo pueblo era llamado Jacagua.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo XXII</em></p><p>De otro cení que se llamaba Opiyelguobiran, que lo tenía un hombre principal de nombre Sababaniobabas, que tenía muchos vasallos a su mando</p><p><em>Del cemí Opiyelguobiran dicen que tiene cuatro pies como de perro; es de madera; muchas veces, por la noche salía de casa y se escondía en la selva, donde iban a buscarle, y vuelto a casa lo ataban con cuerdas, pero él se volvía al bosque. Cuando los cristianos llegaron a la isla Española dicen que éste huyó y se fue a una laguna; que lo siguieron por sus huellas, pero no lo vieron más, ni saben nada de él. Como lo compré así lo vendo.</em></p><p><em> </em></p><p><em>CapÍtulo XXIII</em></p><p>De otro cemí llamado Guabancex</p><p><em>El cemí Guabancex estaba en el país de un gran cacique de los principales, que se llamaba Aumatex; este cemí es mujer, y dicen que hay otros dos en su compañía; el uno es pregonero, y el otro recogedor y gobernador de las aguas. Cuando Guabancex se encoleriza, dicen que hace correr el viento y el agua, echa por tierra todas las casas y arranca los árboles; este cemí dicen que es mujer, y está hecho de piedra de aquel país; los otros dos cemíes que están en su compañía son dichos el uno Guataúba, y es pregonero y heraldo, que por mandato de Guabancex ordena que todos los otros cemíes de aquella provincia ayuden. a que haga viento y caiga lluvia. El otro se llama Coatrisquie, y de éste dicen que recoge las aguas en los valles entre las montañas, y después las deja correr para que destruyan el país. Así lo tienen por cierto.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo XXIV</em></p><p>Lo que creen de otro cemí que se llama Baraguabael</p><p><em>Este cemí pertenece a un cacique principal de la isla Española; es ídolo y se le dan distintos nombres; fue hallado de la siguiente manera: Dícese que un día, antes que 1,a isla fuese descubierta, en el tiempo pasado, no saben cuándo, yendo de caza hallaron cierto animal tras del que corrieron y él se arrojó a una fosa; mirando en ésta vieron un madera que parecía cosa viva; el cazador, notando esto, fue a su señor, que era cacique y padre de Guaraiconel, y le dijo lo que había observado. Luego fueron allá y vieron que aquello era como el cazador decía, por lo que cogido aquel tronco le edificaron una casa. Dicen que el cemí salía de aquella casa varias veces y se iba al paraje de donde le habían traído, pero no en el mismo lugar sino cerca; por esto, el mencionado señor, o su hijo Guaraionel, lo mandaron buscar y lo hallaron escondido; lo ataron de nuevo y lo pusieron en un saco. Sin embargo de esto, andaba atado, lo mismo que antes. Así lo tiene por cierto aquella gente ignorante.</em></p><p> </p><p><em>CapÍtulo XXV</em></p><p>De las cosas que afirman haber dicho dos caciques principales de la isla Española; uno de ellos cacibaquel, padre del mencionado Guarionex; el otro Guamanacoel</p><p><em>El gran Señor que dicen morar en el cielo, según está escrito en el principio de este libro, mandó a Caicihu hacer el ayuno que observan comúnmente todos ellos, para lo que están recluidos seis o siete días sin comer cosa alguna, excepto jugos de las hierbas con que se lavan. Acabado este tiempo, comienzan a comer algunas cosas que les dan sustento. En el tiempo que están sin comer, por la debilidad que sienten en el cuerpo y en la cabeza, dicen que han visto algunas cosas, quizá por ellos anheladas, pues todos hacen aquel ayuno en honor de los cemíes que tienen, para saber si alcanzarán victoria de sus enemigos, por adquirir riquezas o por cualquier otra cosa que desean. Dicen que este cacique afirmó haber hablado con Yucahuguamá, quien le había anunciado que, cuantos viviesen después de su muerte, gozarían poco de su dominio, porque llegaría al país una gente vestida que les dominaría y mataría, y se morirían de hambre. Pero ellos pensaron que éstos serían los caníbales; mas luego, considerando que éstos no hacían sino robar y marcharse, creyeron que sería otra gente aquella de la que el cemí hablaba. Por eso creen ahora ser el Almirante y los hombres que llevó consigo. Ahora referiré lo que yo he visto y pasado cuando yo y otros hermanos íbamos a ir a Castilla; yo fray Ramón, pobre ermitaño, me quedé y fui a la Magdalena, a una fortaleza que mandó construir don Cristóbal Colón, Almirante, Virrey y Gobernador de las islas y tierra firme de las Indias, por mandato del Rey D. Fernando y de la Reina doña Isabel nuestros señores. Estando yo en aquella fortaleza en compañía de Arteaga, su capitán, por mandado del mencionado Gobernador D. Cristóbal Colón, quiso Dios iluminar con la luz de la Santa Fe católica toda una casa de la gente principal de la fortaleza de la Magdalena, cuya provincia se llamaba Marcorix, y el señor de ella Guanaóboconel, que quiere decir hijo de Guanáobocon. En dicha casa estaban sus servidores y favoritos, que son llamados naborias, y eran en total diez y seis personas, todos parientes, entre los cuales había cinco hermanos varones. De éstos, uno murió, y los otros cuatro recibieron el agua del santo bautismo. Creo que murieron mártires, por lo que se vio en su perseverancia y su muerte. El primero que recibió la muerte estando bautizado fue un indio llamado Guatícaba, que después recibió el nombre de Juan. Este fue el primer cristiano que sufrió muerte cruel, y tengo por cierto que la tuvo de mártir, porque, según he oído de algunos que estuvieron cuando murió, decía: </em>Dios naboria daca, Dios naboria daca<em>, que quiere decir «yo soy siervo de Dios». Así murió también su hermano Antón, y con éste otro, diciendo lo mismo que aquél. Los de esta casa siempre estuvieron conformes en hacer cuanto me agradaba. Todos los que quedaron vivos y aún viven hoy son cristianos por obra del mencionado D. Cristóbal Colón, Virrey y Gobernador de las Indias; ahora hay muchos más cristianos por la gracia de Dios.</em></p><p><em>Diremos ahora lo que sucedió en la fortaleza de la Magdalena. Hallándome en la mencionada Magdalena, fue el señor Almirante en socorro de Arteaga y de algunos cristianos asediados por sus enemigos, vasallos de un cacique principal llamado Caonabó. Entonces el señor Almirante me dijo que Macorix, provincia de la Magdalena, tenía lengua distinta de la otra, y que no era usado su idioma en toda la isla; por lo que yo, me fuese a vivir con otro cacique principal, de nombre Guarionex, señor de muchos vasallos, pues la lengua de éste se entendía por todo el país. Así, por su mandato, me fui a vivir con el dicho Guarionex. Verdad es que dije al señor Gobernador don Cristóbal Colón: «Señor, ¿cómo quiere Vuestra Señoría que yo vaya a estar con Guarionex, no sabiendo más lengua que la de Macorix? Déme Vuestra Señoría licencia para que venga conmigo alguno de los del Nuhuirey, que después fueron cristianos y sabían las dos lenguas.» Me lo concedió y dijo que llevase a quien quisiera. Dios, por su bondad, me dio por compañía el mejor de los indios, el más experto en la santa Fe católica; después me lo quitó; alabado sea Dios que me lo dio y luego me lo arrebató. Verdaderamente yo lo tenía por buen hijo y hermano; era éste Guaticabanu, que después fue cristiano y se llamó Juan. De las cosas que allí nos acontecieron, yo, pobre ermitaño, diré alguna; cómo salimos yo y Guaticabanu, fuimos a la Isabela y allí esperamos al señor Almirante hasta que volvió del socorro que dio a la Magdalena; tan pronto como llegó, nosotros nos fuimos adonde el señor Gobernador nos había mandado, en compañía de uno que se llamaba Juan de Ayala, que tuvo a su cargo una fortaleza que dicho Gobernador don Cristóbal Colón hizo fabricar, media legua del lugar donde nosotros habíamos de residir. El señor Almirante mandó a dicho Juan de Ayala que nos diese de comer de todo lo que había en la fortaleza, que es llamada la Concepción, Estuvimos con aquel cacique Guarionex casi dos años, enseñándole siempre nuestra Santa Fe y las costumbres de los cristianos. Al principio mostró buen deseo, y dio esperanza de que haría cuanto nosotros quisiésemos, y de ser cristiano, pues decía que le enseñásemos el Padrenuestro, el Ave María, el Credo y todas las otras oraciones y cosas que son propias de un cristiano. Aprendió el Pater noster, el Ave María y el Credo; lo mismo hicieron muchos de su casa; todas las mañanas decía sus oraciones y hacía que las rezasen dos veces los de su casa. Pero después se enojó y abandonó su buen propósito, por culpa de otros principales de aquel país, los cuales le reprendían porque obedecía la ley cristiana, siendo así que los cristianos eran crueles y se habían apoderado de sus tierras por la fuerza. Por esto le aconsejaban que no se ocupase más en las cosas de los cristianos, sino de concertarse y conjurarse para matarlos, porque no podían contentarlos, y habían resuelto no seguir en algún modo sus costumbres. Por esto se apartó de su buen propósito, y nosotros, viendo que se separaba y dejaba lo que le habíamos enseñado, resolvimos marcharnos e ir donde se pudiese hacer más fruto, enseñando a los indios y doctrinándolos en las cosas de la santa fe. Así que nos fuimos a otro cacique principal, que mostraba buena voluntad, diciendo que quería ser cristiano, el cual se llamaba Mabiatué.</em></p><p>Cómo salimos para ir al país de Mabiatué, yo, fray Ramón Pané, pobre ermitaño, fray Juan de Borgoña, de la Orden de San Francisco, y Juan Mateo, el primero que recibió el agua del santo bautismo en la isla Española</p><p><em>Al día siguiente que salimos del pueblo y morada de Guarionex, para ir a otro cacique llamado Mabiatué, la gente de Guarionex edificaba una casa junto a la de oración; en ésta habíamos dejado algunas imágenes, ante las cuales se arrodillaban y rezaban los catecúmenos, que eran la madre, los hermanos y los parientes del mencionado Juan Mateo, el primer cristiano, a los que se agregaron otros siete; después, todos los de su casa se hicieron cristianos y perseveraron en su buen propósito según nuestra fe; de modo que toda la familia quedaba para guardar la casa de oración y algunas posesiones que yo había labrado o hecho labrar. Habiendo quedado en custodia de dicha casa, el segundo día después que nos fuimos a Mabiatué, llegaron seis hombres a la casa de oración que dichos catecúmenos, en número de siete, tenían bajo su custodia, y por mandato de Guarionex, les dijeron que tomasen aquellas imágenes que yo les había dejado en su poder a los catecúmenos, y las rompiesen y destrozasen, pues fray Ramón y sus compañeros se habían marchado y no sabrían los autores de esto. Los seis criados de Guarionex que fueron allí, encontraron a los seis muchachos que custodiaban la casa de oración, temiendo lo que después sucedió; los muchachos, advertidos, se opusieron a que entraran, mas ellos penetraron a la fuerza, tomaron las imágenes y se las llevaron.</em></p><p><em> </em></p><p><em> CapÍtulo XXVI</em></p><p>De lo que aconteció con las imágenes, y del milagro que Dios hizo para mostrar su poder</p><p><em>Salidos los indios de la casa de oración, tiraron las imágenes al suelo, las cubrieron con tierra y después orinaron encima diciendo: «Ahora serán buenos y grandes tus frutos»; esto lo decían por haberlas sepultado en un campo de labor, y, por tanto, sería bueno el fruto que allí se había plantado; todo ello, por vituperio. Visto lo referido por los muchachos que guardaban la casa de oración por mandato de los mencionados catecúmenos, fueron a los mayores, que estaban en sus posesiones, y les contaron cómo la gente de Guarionex habían destrozado y escarnecido las imágenes. Tan luego como lo supieron, dejaron lo que hacían, y corrieron gritando a decírselo a D. Bartolomé Colón, que tenía el gobierno por el Almirante, su hermano, cuando éste fue a Castilla. D. Bartolomé, como lugarteniente del Virrey y Gobernador de las islas, formó proceso contra los malhechores, y, sabida la verdad, los hizo quemar públicamente. No obstante Guarionex y sus vasallos no se apartaron del mal propósito que tenían de matar a los cristianos en cierto día designado para que llevasen el tributo de oro que pagaban. Pero tal conjuración fue descubierta, y luego apresados el mismo día que se proponían llevarla a efecto, Sin embargo, continuando en su perverso designio, lleváronlo a ejecución, y mataron a cuatro hombres y a Juan Mateo, escribano mayor, y a su hermano Antón, que habían recibido el santo bautismo; luego corrieron adonde estaban escondidas las imágenes y las tiraron hechas pedazos. Pasados algunos días, el señor de aquel campo fue a sacar ajes, que son ciertas raíces semejantes a nabos, y otras parecidas a rábanos, en el lugar donde estaban las imágenes enterradas habían nacido dos o tres ajes, como si los hubiesen puesto el uno por medio del otro, en forma de cruz. No era posible que alguien encontrase tal cruz, y sin embargo la halló la madre de Guarionex, la mujer más mala que he conocido en aquellas tierras, la cual juzgó que esto era un gran milagro, y dijo al alcaide de la fortaleza de la Concepción: «Este prodigio ha mostrado Dios donde fueron halladas las imágenes. Dios sabe para qué.»</em></p><p><em>Digamos ahora cómo se hicieron cristianos los primeros que recibieron el santo bautismo, y lo que es necesario para que se hagan todos cristianos.</em></p><p><em>Verdaderamente la isla necesita mucha gente para castigar a los señores cuando no son dignos; enseñar a los indios las cosas de la santa fe católica y doctrinarlos en ésta, porque no pueden o no saben oponerse; yo puedo decirlo con verdad, pues me he fatigado para saber todo esto y tengo certeza que se habrá entendido por lo que hasta ahora llevo escrito; y al buen entendedor pocas palabras bastan.</em></p><p><em>Los primeros cristianos que hubo en la isla Española fueron los que ya hemos mencionado, a saber: Naboria, en casa del cual había diez y siete personas que todas se hicieron cristianas solamente con darles a conocer que hay un Dios que ha hecho todas las cosas y creó el cielo y la tierra, sin discutir acerca de otra cosa, ni se les diese más a entender, porque eran propensos a la fe. Pero con los otros se necesita fuerza e ingenio, porque no son todos del mismo carácter; pues algunos tienen buen principio y mejor fin; otros, que comienzan bien, y se ríen luego de lo que les habían enseñado; para éstos hacen falta la fuerza y el castigo.</em></p><p><em>El primero que recibió el bautismo en la isla Española fue Juan Mateo, que se bautizó el día del evangelista San Mateo, en el año 1496, y después toda su casa, donde hubo muchos cristianos.</em></p><p><em>Aún se iría más adelante, si hubiese quien los amaestrase y enseñase la fe católica, y gente que los refrenase. Si alguno me pregunta por qué yo creo tan fácil este negocio, diré que lo he visto por la experiencia, especialmente en un cacique principal llamado Mahubiatíbire, el cual hace ya tres años que continúa en la buena voluntad de ser cristiano, y izo tiene más que una mujer, aunque suelen tener dos o tres, y los principales hasta diez, quince y veinte.</em></p><p><em>Esto es lo que yo he podido entender y saber acerca de las costumbres y los ritos de los indios de la Española, por la diligencia que puse. En lo cual no pretendo alguna utilidad espiritual, ni temporal. Plega a nuestro señor que todo ello se convierta en alabanza y servicio suyo, y en darme gracia de perseverar; y si ha de ser de otra manera, que me quite el conocimiento.</em></p><p><em>Fin de la obra del pobre ermitaño Ramón Pané.</em></p><p> </p>
contexto
En la ciudad de la Ascensión (que es en el río del Paraguay, de la provincia del Río de la Plata, 3 días del mes de marzo, año del nascimiento de Nuestro Salvador Jesucristo de 1545 años, en presencia de mí, el escribano público, y testigos de yuso escrito, estando dentro de la iglesia y monasterio de Nuestra Señora de la Merced, de rendención de captivos, paresció presente el capitán Hernando de Ribera, conquistados en esta provincia, y dijo: Que por cuanto al tiempo que el señor Alvar Núñez Cabeza de Vaca, gobernador y adelantado y capitán general de esta provincia del Río de la Plata por Su Majestad, estando en el puerto de los Reyes por donde la entró a descubrir en el año pasado de 1543, le envió y fue por su mandado con un bergantín y cierta gente a descubrir por un río arriba que llaman Igatu, que es un brazo de dos ríos muy grandes, caudalosos, el uno de los cuales se llama Yacarcati y el otro Yaiva, según que por relación de los indios naturales vienen por entre las poblaciones de la tierra adentro; y que habiendo llegado a los pueblos de los indios que se llaman los xarayes, por la relación que de ello hobo, dejando el bergantín en el puerto a buen recaudo, se entró con cuarenta hombres por la tierra adentro a la ver y descubrir por vista de ojos. E yendo caminando por muchos pueblos de indios, hobo y tomó de los indios naturales de los dichos pueblos y de otros que de más lejos le vinieron a ver y hablar larga y copiosa relación, la cual él examinó y procuró examinar y particularizar para saber de ellos la verdad, como hombre que sabe la lengua cario, por cuya interpretación y declaración comunicó y platicó con las dichas generaciones y se informó de la dicha tierra; y porque al dicho tiempo él llevó en su compañía a Juan Valderas, escribano de Su Majestad, el cual escribió y asentó algunas cosas del dicho descubrimiento; pero que la verdad de las cosas, riquezas y poblaciones y diversidades de gentes de la dicha tierra no las quiso decir al dicho Juan Valderas para que las asentase por su mano en la dicha relación, ni clara y abiertamente las supo ni entendió, ni él las ha dicho ni declarado, porque al dicho tiempo fue y era su intención de las comunicar y decir al dicho señor gobernador, para que luego entrase personalmente a conquistar la tierra, porque así convenía al servicio de Dios y de Su Majestad; y que habiendo entrado por la tierra ciertas jornadas, por carta y mandamiento del señor gobernador se volvió al puerto de los Reyes y a causa de hallarle enfermo a él y a toda la gente no tuvo lugar de le poder informar del descubrimiento, y darle la relación que de los naturales había habido; y dende a pocos días, constreñido por necesidad de la enfermedad, por que la gente no se le muriese se vino a esta ciudad y puerto de la Ascensión, en la cual, estando enfermo, dende a pocos días que fue llegado, los oficiales de Su Majestad le prendieron (como es a todos notorio), por manera qne no le pudo manifestar la relación; y porque agora al presente los oficiales de Su Majestad van con el señor gobernador a los reinos de España, y porque podría ser que en el entretanto a él le suscediese algún caso de muerte o ausencia, o ir a otras partes donde no pudiese ser habido , por donde se perdiese la relación y avisos de la entrada y descubrimiento, que Su Majestad sería muy deservido, y al señor gobernador le vernía mucho daño y pérdida, todo lo cual sería a su culpa y cargo; por tanto, y por el descargo de su conciencia, y por cumplir con el servicio de Dios y de Su Majestad, y del señor gobernador en su nombre, ahora ante mí el escribano quiere hacer y hacía relación del dicho su descubrimiento para dar aviso a Su Majestad de él y de la información y relación que hobo de los indios naturales, y que podía y requería a mí el dicho escribano la tomase y recibiese, la cual dicha relación hizo en la forma siguiente: Dijo y declaró el dicho capitán Hernando de Ribera que a 20 días del mes de diciembre del año pasado de 1543 años partió del puerto de los Reyes en el bergantín nombrado el Golondrino, con cincuenta y dos hombres, por mandado del señor gobernador, y fue navegando por el río del Igatu, que es brazo de los dichos dos ríos Yacareati y Yaiva; este brazo es muy grande y caudaloso, y a las seis jornadas entró en la madre de estos dos ríos, según relación de los indios naturales por do fue tocando; estos dos ríos señalaron que vienen por la tierra adentro, y este río que se dice Yaiva, debe proceder de las sierras de Santa Marta; es río muy grande y poderoso, mayor que el río Yacareati; del cual, según las señales que los indios dan, viene de las sierras del Perú, y entre el un río y el otro hay gran distancia de tierra y pueblos de infinitas gentes, según los naturales dijeron, y vienen a juntarse estos dos ríos Yaiva y Yacareati en tierra de los indios que se dicen perobazaes, y allí se toman a dividir y a setenta leguas el río abajo se tornan a juntar y habiendo navegado diecisiete jornadas por el dicho río pasó por tierra de los indios perobazaes, y llegó a otra tierra que se llaman los indios xarayes, gentes labradores de grandes mantenimientos y criadores de patos y gallinas y otras aves, pesquerías y cazas; gente de razón, y obedescen a su principal. Llegado a esta generación de los indios xarayes, estando en un pueblo de ellos de hasta mil casas, adonde su principal se llama Camire, el cual le hizo buen recebimiento, del cual se informó de las poblaciones de la tierra adentro; y por la relación que aquí le dieron, dejando el bergantín con doce hombres de guarda y con una guía que llevó de los dichos xarayes, pasó adelante y caminó tres jornadas hasta llegar a los pueblos y tierra de una generación de indios que se dicen urtueses, la cual es buena gente y labradores, a la manera de los xarayes; y de aquí fue caminando por tierra toda poblada, hasta ponerse en 15 grados menos dos tercios, yendo la vía del Oeste. Estando en estos pueblos de los urtueses y aburuñes, vinieron allí otros muchos indios principales de otros pueblos más adentro comareanos a hablar con él y traelle plumas, a manera de las del Perú,, y planchas de metal chafalonia, de los cuales se informó, y tuvo plática y aviso de cada uno particularmente de las poblaciones y gentes de adelante; a los dichos indios, en conformidad, sin discrepar, le dijeron que a diez jornadas de allí, a la banda del Oesnorueste, habitaban y tenían muy grandes pueblos unas mujeres que tenían mucho metal blanco y amarillo, y que los asientos y servicios de sus casas eran todos del dicho metal y tenían por su principal una,mujer de la misma generación, y que es gente de guerra y temida de la generación de los indios; y que antes de llegar a la generación de las dichas mujeres estaba una generación de los indios (que es gente muy pequeña), con los cuales, y con la generación de éstos que le informaron, pelean las dichas mujeres y les hacen guerra, y que en cierto tiempo del año se juntan con estos indios comarcanos y tienen con ellos su comunicación carnal; y si las que quedan preñadas paren hijas, tiénenselas consigo, y los hijos los crían hasta que dejan de mamar, y los envían a sus padres; y de aquella parte de los pueblos de las dichas mujeres habían muy grandes poblaciones y gente de indios que confinan con las dichas mujeres, que lo habían dicho sin preguntárselo; a lo que le señalaron, está parte de un lago de agua muy grande, que los indios nombraron la casa del Sol; dicen que allí se encierra el Sol; por manera que entre las espaldas de Santa Marta y el dicho lago habitan las dichas mujeres, a la banda del Oesnorueste; y que delante de las poblaciones que están pasados los pueblos de las mujeres hay otras muy grandes poblaciones de gentes, los cuales son negros, y a lo que señalaron, tienen barbas como aguileñas, a manera de moros. Fueron preguntados cómo sabían que eran negros. Dijeron que porque los habían visto sus padres y se lo decían otras generaciones comarcanas a la dicha tierra, y que eran gente que andaban vestidos, y las casas y pueblos los tienen de piedra y tierra, y son muy grandes, y que es gente que poseen mucho metal blanco y amarillo, en tanta cantidad, que no se sirven con otras cosas en sus casas de vasijas y ollas y tinajas muy grandes y todo lo demás; y preguntó a los dichos indios a qué parte demoraban los pueblos y habitación de la dicha gente negra, y señalaron que demoraban al Norueste, y que si querían ir allá en quince jornadas llegarían a las poblaciones vecinas y comarcanas a los pueblos de los dichos negros; y a lo que le paresce, según y la parte donde señaló, los dichos pueblos están en 12 grados a la banda del Norueste, entre las sierras de Santa Marta y del Marañón, y que es gente guerrera y pelean con arcos y flechas; ansimismo señalaron los dichos indios que del Oesnorueste hasta el Norueste, cuarta al Norte, hay otras muchas poblaciones y muy grandes de indios; hay pueblos tan grandes, que en un día no pueden atravesar de un cabo a otro, y que toda es gente que posee mucho metal blanco y amarillo, y con ello se sirven en sus casas, y que toda es gente vestida; y para ir allí podían ir muy presto, y todo por tierra muy poblada. Y que asimismo por la banda del Oeste había un lago de agua muy grande, y que no se parescía tierra de la una banda a la otra; y a la ribera del dicho lago había muy grandes poblaciones, que tenían las casas de tierra y que era buena gente, vestida y muy rica, y que tenían mucho metal y criaban mucho ganado de ovejas muy grandes, con las cuales se sirven en sus rozas y labranzas, y las,cargas, y les preguntó si las dichas poblaciones de los dichos indios si estaban muy lejos; y que le respondieron que hasta ir ellos era toda tierra poblada de muchas gentes, y que en poco tiempo podía llegar a ellas, y entre las dichas poblaciones hay otra gente de cristianos, y había grandes desiertos de arenales y no había agua. Fueron preguntados cómo sabían que había cristianos de aquella banda de las dichas poblaciones, y dijeron que en los tiempos pasados los indios comarcanos de las dichas poblaciones habían oído decir a los naturales de los dichos pueblos que, yendo los de su generación por los dichos desiertos, habían visto venir mucha gente vestida, blanca, con barbas, y traían unos animales (según señalaron eran caballos), diciendo que venían en ellos caballeros, y que a causa de no haber agua los habían visto volver, y que se habían muerto muchos de ellos; y que los indios de las dichas poblaciones creían que venía la dicha gente de aquella banda de los desiertos; y que asimismo le señalaron que a la banda del Oeste, cuarta al Sudeste, había muy grandes montañas y despoblado, y que los indios lo habían probado a pasar, por la noticia que de ello tenían que había gentes de aquella banda, y que no habían podido pasar, porque se morían de hambre y sed. Fueron preguntados cómo sabían los susodichos. Dijeron que entre todos los indios de toda esta tierra se comunicaban y sabían que era muy cierto, porque habían visto y comunicado con ellos, y que habían visto los dichos cristianos y caballos que venían por los dichos desiertos, y que a la caída de las dichas tierras, a la parte del Sudueste, había muy grandes poblaciones y gente rica de mucho metal, y que los indios que decían lo susodicho decían que tenían ansimesmo noticia que en la otra banda en el agua salada, andaban navíos muy grandes. Fue preguntado si en las dichas poblaciones hay entre las gentes de ellos principales hombres que los mandan. Dijeron que cada generación y población tiene solamente uno de la mesma generación, a quien todos obedescen; declaró que para saber la verdad de los dichos indios y saber si discrepaban en su declaración en todo un día y una noche a cada uno por sí les preguntó por diversas vías la dicha declaración; en la cual, tornándola a decir y declarar sin variar ni discrepar, se conformaron. La cual relación de suso contenida el capitán Hernando de Ribera dijo y declaró haberle tomado y rescebido con toda claridad y fidelidad y lealtad, y sin engaño, fraude ni cautela; y porque a la dicha su relación se pueda dar y de toda fe y crédito, y no se pueda poner ni ponga ninguna duda en ello ni en parte de ello, dijo que juraba, y juró por Dios y por Santa María y por las palabras de los santos cuatro Evangelios, donde corporalmente puso su mano derecha en un libro misal, que al presente en sus manos tenía el reverendo padre Francisco González de Paniagua, abierto por parte do estaban escritos los santos Evangelios, y por la señal de la cruz, a tal como esta t, donde asimismo puso su mano derecha, que la relación, según de la forma y manera que la tiene dicha y declarada y de suso se contiene, le fue dada dicha y denunciada y declarada por los dichos indios principales de la dicha tierra y de otros hombres ancianos, a los cuales con toda diligencia examinó e interrogó, para saber de ellos verdad y claridad de las cosas de la tierra adentro; y que habida la dicha relación, asimismo le vinieron a ver otros indios de otros pueblos, principalmente de un pueblo muy grande que se dice Uretabere, y de una jornada de él se volvió; que de todos los dichos indios asimismo tomó aviso, y que todos se conformaron con la dicha relación clara y abiertamente; y so cargo del dicho juramento, declaró que en ello ni en parte de ello no hobo ni hay cosa ninguna acrescentada ni fingida, salvo solamente la verdad de todo lo que le fue dicho e informado sin fraude ni cautela. Otrosí dijo y declaró que le informaron los dichos indios que el río de Yacareati tiene un salto que hace unas grandes sierras, y que lo que dicho tiene es la verdad; y que si ansí es, Dios le ayude, y si es al contrario, Dios se lo demande mal y caramente en este mundo al cuerpo, y en el otro al ánima, donde más ha de durar. A la confisión del dicho juramento dijo: "Si juro, amén", y pidió y requirió a mí el dicho escribano se lo diese así por fe y testimonio al dicho señor gobernador, para en guarda de su derecho, siendo presentes por testigos el dicho reverendo padre Paniagua, Sebastián de Valdivieso, camarero del dicho señor gobernador, y Gaspar, de Hortigosa, y Juan de Hoces, vecinos de la ciudad de Córdoba, los cuales todos lo firmaron así de sus nombres.-Francisco González Paniagua.--Sebastián de Valdivieso--Juan de Hoces. Hernando de Ribera.--Gaspar de Hortigosa.--Pasé ante mí, Pero Hernández, escribano.
contexto
Relación de la sangre que se derramava a honra del demonio, en el templo y fuera Derramavan sangre en los cúes de día y de noche, matando hombres y mugeres en los cúes delante de las estatuas de los demonios, como arriba queda dicho en muchos lugares. Derramavan también sangre delante de los demonios por su devoción en días señalados, y hazían de esta manera: si querían derramar sangre de la lengua passávanla con una punta de navaja y por el agujero que hazían passavan muchas pajas gruesas de heno, según la devoción de cada uno; algunos atávanlas unas con las otras y tirávanlas como quien tira un cordel, passándolas por el agujero de la lengua; otros, cada uno por sí, sacavan cantidad de ellas y dexávanlas allí, ensangrentadas, delante del demonio o en los caminos o en los calpulcos. Lo mismo hazían de los braços y de las piernas. Derramavan también sangre los sátrapas fuera de los cúes, por essas montañas o cuevas, por su devoción de noche. Hazían de esta manera: que tomavan cañas verdes y puntas de maguey, y después de haverlas ensangrentado con la sangre que sacavan de sus piernas de cabe las espinillas, ivan de noche desnudos a los montes donde tenían devoción, y ansí ensangrentadas las dexavan allí sobre un lechuelo de hojas de cañas que les hazían. Y esto hazían en cuatro o cinco partes, según la devoción de cada uno. Derramavan también sangre los hombres cinco días antes que llegasse la fiesta principal que se hazía de veinte en veinte días por su devoción. Hazían unas cortaduras en las orejas de donde sacavan sangre, y con aquella sangre untavan los rostros, haziendo unas rayas de sangre por ellos. Las mugeres hazían como un corro y los hombres hazían una raya derecha desde la ceja hasta la quixada. Las mugeres tenían devoción también de ofrecer esta sangre por espacio de ochenta días; cortávanse de tres en tres días, o de cuatro en cuatro días, todo este tiempo. Ofrecían también sangre de aves delante de los demonios por su devoción, especialmente delante de Uitzilopuchtli; y en sus fiestas compravan codornizes vivas y arrancavan las cabeças delante del diablo, y la sangre derramávase allí y el cuerpo arrojávanle en tierra, y allí andava reboleando hasta que se moría; unos descabesçavan una, otros dos, otros tres, según su devoción. Cuando matavan algún esclavo o captivo, el dueño de él coxía la sangre en una xícara y echava un papel blanco dentro, y después iva por todas las estatuas de los diablos y untávales la boca con el papel ensangrentado. Otros mojavan un palo en la sangre y tocavan la boca de la estatua con la misma sangre. Relación de otros servicios que se hazía a los demonios en el templo y fuera Los que se escapavan de alguna enfermedad por consejo de algún astrólogo escogían algún día bien afortunado, y en este día, dentro de su casa, quemava en el hogar de su casa muchos papeles en que el astrólogo havía pintado con ulli las imágines de aquellos dioses que se conjecturava que le havían ayudado para salir de la enfermedad. El astrólogo los dava al que ofrecía, diziéndole el dios que allí iva pintado, y el otro echava el papel en el fuego. Y después de quemados todos los papeles, tomavan la ceniza y enterrávanla en el patio de la casa; a esto llamavan nextlaoaliztli. Algunos por su devoción ofrecían sangre en los cúes en las vigilias de las fiestas, y para que su ofrenda fuesse más acepta ivan a buscar laurel silvestre, que ellos llaman acxóyatl, que se cría mucho por essos montes, y traído ensangrentavan con sangre de las piernas dos puntas de maguey en el calpulco, y de allí las llevavan al cu y hazían un lechuelo de los ramillos tiernos del laurel, y ponían sobre él las puntas de maguey ensangrentadas, ofreciéndolas aquel dios a quien tenían devoción; y a esto llamavan acxoyatemaliztli. Cuando havían de ir a alguna guerra, primero todos los soldados ivan por leña a las montañas, la que se gastava en los cúes, y hazían rimeros de ellas en los monesterios de los sátrapas, y de allí tomavan para gastarla, que se quemava mucha entre noche y día en los patios de los cúes, en unos fugones altos que para esto estavan hechos en los mismos patios. Y en los otros tiempos los ministros de los cúes y los que moravan en el calmécac tenían cargo de traer esta leña; a esto llamaban teucuauhquetzaliztli. También a honra de los dioses que tenían en sus casas tenían gran cuidado de barrer la casa y el patio y la portada cada día, luego de mañana. Y el señor o la señora de la casa tenían cargo de compeler a todos los de su casa para que hiziessen esto cada día. Y después de hecho esto, incensavan y ofrecían a las imágines que tenían en sus casas, y esto cada día; a esto llamavan tiachpanaliztli. Tenían gran vigilancia de noche los sátrapas y ministros de los cúes de velar para que no faltasse de arder el fuego en los fugones del patio, y para despertar a los que havían de tañer a las horas que havían de incensar y ofrecer delante de los ídolos; y a esto llamavan toçoaliztli. Tenían los populares por costumbre de hazer penitencia muchos días entre año; y esta penitencia era que se abstenían de xabonarse la cabeça y de los baños, y de dormir con muger y la muger con el hombre, los días que hazían esta penitencia, y no se abstenían de comer ni ayunavan; a esto llamavan neçaoaliztli. Relación de ciertas cerimonias que se hazía a honra del demonio Cuando hazían una fiesta que llamavan atamalcualiztli, que era de ocho en ocho años, unos indios que se llamaban maçatéca tragavan unas culebras vivas por valentía, y andavan bailando y tragándolas poco a poco, y después que les havían tragado, dávanles mantas por su valentía. También estos mismos tragavan unas ranas bibas en la misma fiesta. Otra cerimonia hazían en la fiesta de etzalcualiztli; los mancebos tomavan avecillas y atávanlas en unos ramos con hilos, y andavan con ellos en la processión de esta fiesta, y las aves andavan rebolando alrededor del ramo. Usavan también hazer procesión en muchas de sus fiestas, y traían en andas las imágines de los ídolos, algunas vezes alrededor de los cúes, y otras vezes por lugares más lexos, y acudía todo el pueblo a estas procesiones. También usavan bailar las mugeres juntamente con los hombres en las grandes fiestas. Hazían un juego los mancebos a honra de la diosa llamada Toci cuando matavan su imagen. Ponían un lebrillo con pluma y con greda y arremetían todos los mancebos, y tomavan cada uno un puñado de ello y echavan a huir unos tras otros. Y como havían tomado los mancebos la greda y la pluma, aquel mancebo que traía vestido el pellejo de la diosa Toci, con otros mancebos que estavan con él, echavan a correr tras los que havían tomado greda y ívanlos apedreando. Y la gente que mirava apedreava a los unos o a los otros, y algunos de ellos caían apedreados. Hazían una cerimonia a los niños y niñas tomándolos con las manos cabe las orejas y levantándoles en alto; esto hazían para que cresciesse, en la fiesta que se llamava izcalli, que se hazía a honra del fuego. Relación de otras cerimonias que también se hazían a honra del demonio Hazían una superstición para remediar los niños enfermiços, que los atavan al cuello unas cuerdas de algodón floxo, y colgávanle una pellita de copal en la cuerda que tenía al cuello. También les ponían unas cuerdas de lo mismo atadas a las muñecas y otras a la garganta de los pies; atávaselas algún astrólogo en signo particular, y traíalas el número de los días que le mandava el astrólogo, y después el mismo astrólogo se las quitava y las quemava en el calpulco. Esto hazían cuatro vezes por la salud de los niños. Usavan otra superstición, que se emplumavan el pecho y las espaldas, en la parte contraria del pecho con pluma de diversas colores, y en las muñecas ponían unas plumas como axorcas, una blanca, otra amarilla y otra colorada, y en las gargantas de los pies hazían lo mismo. Esta pluma pegava con resina de pino que llaman ocótzotl. Esto hazían en la fiesta de teutleco, porque no les hiziessen mal el dios Acolmiztli. Esta cerimonia que aquí se dize o superstición pilquixtiliztli se hazía de cuatro en cuatro años en la fiesta de izcalli. Este espectáculo de tlauauanaliztli se hazía en la fiesta de tlacaxipeoaliztli; allí está a la larga escripto. Esto teupan onoliztli está dicho en la fiesta de etzalcualiztli. Esta superstición o cerimonia çacapan nemanaliztli se puso en la fiesta de tlacaxipeoaliztli. Esta cerimonia tlazcazitiliztli hazían a reverencia del sol y a reverencia del fuego cuando alguno acabava su casa nueva o cuando reinava el signo del sol, que sacavan sangre de las orejas y la rescebían en la uña del dedo que está cabe el pulgar o en el de medio, y lo arrojavan hazia el fuego como quien da papirote, y también hazia el sol de la misma manera; esto llamavan tlazcaltiliztli. Esto tlatzmolintemaliztli ya queda dicho atrás, que es lo mismo de acxoyatemaliztli. Esta cerimonia neçacapechtemaliztli hazían cuando passavan delante de algún ídolo; arrancavan una manada de heno y esparzíanla delante de la imagen del ídolo, haziendo reverencia o acatamiento. Esta misma cerimonia hazían otras vezes por vía de voto o cerimonia. Todas las noches, un poco antes de la medianoche, los ministros de los ídolos que tenían cargo de esto tlatlapitzaliztli tocavan los caracoles y trompetas y cornetas, y luego se levantavan todos a ofrecer sangre y encienso a los ídolos en los cúes y en todas las casas particulares. En llegando la medianoche, los ministros que llamavan cuacuacuiltin tañían los atabales para que despertassen, y los que no despertavan aquella hora castigávanlos, echando sobre ellos agua o rescoldo del fuego. Agujerávanse las orejas para poner orejeras, y también los beços para poner los beçotes. Esto hazían a honra del diablo; y llamávanlo nenacazxapotlaliztli y netenxapotlaliztli.
contexto
INTRODUCCIÓN El siglo XVI es un tiempo de agudos contrastes. Gentes e ideas de muy diversa condición se entremezclan por los cuatro rumbos del planeta dando lugar a desconcertantes situaciones rayanas con los dominios de la fantasía. El modo de vida acuñado en Europa a lo largo de más de mil años, producto singular de una dilatada secuencia de acontecimientos históricos, alcanza su mayor difusión a bordo de los navíos de las potencias sureñas. Portugal y España, al amparo del arbitraje papal y de acuerdo con el tratado de Tordesillas, han dividido la tierra en áreas de influencia y se aprestan a tomar posesión de lo que les pertenece. Sin embargo, ni las bulas de Alejandro VI --Inter caetera y Eximiae devotionis, de mayo de 1493--, ni las negociaciones de los diplomáticos de Juan II y de los Reyes Católicos, son factores determinantes del incontenible proceso de expansión colonialista. Ya en la Edad Media se habían fundado numerosas comunidades cristianas entre Bizancio y China, y el estridente movimiento económico y religioso conocido bajo el nombre de las Cruzadas fue sólo la culminación de una tendencia mantenida tercamente desde la caída del Imperio romano de Occidente. Franceses, italianos y aragoneses habían sido los protagonistas de la penetración hacia Oriente, pero desde 1415 los portugueses pusieron pie firme en el norte de África, impulsando continuas expediciones por las costas y el interior del continente; treinta años después llegaron al Senegal, y en 1488 Bartolomé Díaz logró doblar el cabo de Buena Esperanza. La llegada de los europeos a América era cuestión de oportunidad. Mucho se ha especulado sobre los antecedentes del famoso viaje de Colón, los sueños de Enrique el Navegante, las cavilaciones de Toscanelli, las derrotas a poniente hasta las Azores, todo ello presagio de una empresa madura y necesaria: la ruta occidental. Europa, en fin, pues los ingleses, neerlandeses y franceses no eran ajenos a la fiebre nómada, desbordaba sus angostos límites lanzándose al conocimiento y conquista del orbe. Mas en la mente de los aventureros que surcaban ignorados horizontes reinaba la confusión, porque en lo tocante a su experiencia del medio natural tropezaban con extraordinarios accidentes geográficos, atravesaban océanos que eran todavía patrimonio de terribles y antiguas leyendas, veían animales y plantas ausentes del registro de la memoria y de los catálogos elaborados por los sabios; y en el plano moral, aquellos hombres vigorosos, implacables ante sus enemigos, se hallaban ofuscados preguntándose qué comportamiento resultaba adecuado en casos y circunstancias absolutamente nuevos, y cuál era el temple de los seres que habitaban el misterioso paisaje, y, por ende, el tratamiento que se merecían. Sobre la guía del Evangelio, cuya exégesis ocupaba las horas de los más venerables doctores, estaban las interpretaciones particulares impuestas por el azar, la extensa doctrina de las jerarquías eclesiásticas, los intereses encontrados de unos y otros --cuya dimensión material no desmerecía para nada de la espiritual--, la política general de la Corona, y, desde luego, el resquicio de la propia intuición de conquistadores o colonos, repletos a veces de esa fina sabiduría popular tan útil para salir con bien de los problemas complicados. De cualquier manera, la pericia acumulada a través del contacto con pueblos de infieles era magra e insatisfactoria para conducir los pasos de quienes irrumpían con celeridad en el espacio y en el aliento de decenas de culturas anónimas, cada una peculiar y distinta, con instituciones, costumbres, valores, realizaciones tangibles y creencias de un exotismo fuera de parangón. Era imprescindible poner orden en tal desconcierto, pensar y escribir una antropología original que contemplara el fenómeno de la diversidad, ajustar las leyes de la paz y de la guerra a los momentos sucesivos de la invasión de los diferentes territorios, discernir prontamente las posibles cualidades humanas de las poblaciones descubiertas o sojuzgadas, resolver infinitos rompecabezas sociales, políticos, teológicos, desde la calificación de los mestizos a la conveniencia de enseñar el Evangelio a los salvajes. Había que inventar o construir urgentemente una nueva visión del mundo, y eso mientras el mundo mismo era recorrido y entregaba sus secretos, imponiéndose con la fuerza de los hechos acabados e irreparables, obligando a modificar día a día sus tenues y huidizos confines ante la percepción y sensibilidad estrechas de las gentes recién salidas de las tinieblas medievales. Otras características, compañeras del arrojo y la codicia, adornaban a los intrépitos descubridores. Muchos habían guerreado fuera de su patria y mostraban interés por los usos insólitos que presenciaban, algunos habían cursado estudios en renombradas universidades de la época o eran doctos en los saberes de religión; la curiosidad y el afán de dar cuenta y razón de las cosas o los fenómenos era en ocasiones herencia legítima de los ideales renacentistas, enriquecidos en la Península Ibérica con la trascendental aportación de los pensadores musulmanes y judíos. No cabe duda de que un análisis pormenorizado de la mentalidad de esas personas, de los motivos que les impulsaron a abandonar su país de nacimiento para afrontar las inciertas peripecias de un viaje a lo desconocido, de la llave que explica sus ambiciones, su conducta y su abundante producción literaria, debería incluir la transformaciones sociales y económicas con que se abre la Edad Moderna, la importancia y las metas de la joven clase burguesa, el auge del mercantilismo, el rechazo de las relaciones de tipo feudal y los flamantes modelos de organización política, la humanización de las ciencias y las artes, los avances tecnológicos; es decir, un amplio panorama de la historia europea de los siglos precedentes. Pero no podemos aquí abordar tan compleja materia, ni siquiera espigar ciertos casos ejemplares entre los españoles que pasaron a América; basta para nuestro propósito actual advertir la dificultad de comprender la obra de los colonizadores y escritores del siglo XVI sin arrancar de los sucesos que tenían lugar en el lado oriental del Atlántico, y consignar, en última instancia, que de sus acciones se desprenden virtudes o defectos propios del tiempo que les había tocado vivir. Según veremos más adelante, de igual manera resulta ridículo censurar hoy a fray Diego de Landa por lo que se nos antoja un excesivo celo represor, como elevar sus indagaciones, plasmadas en la Relación de las cosas de Yucatán, a la categoría de portento único y excelso. Por lo demás, la colonización ibérica del continente americano, polifacética y cuajada de conflictos, posee en conjunto un nimbo peculiar, el que aflora desde la suma de los sueños personales de sus héroes; nobles y villanos, bachilleres y rufianes, hombres de milicia y oscuros funcionarios, santos y pecadores, todo el que avistaba por vez primera la borrosa silueta de las costas del Nuevo Mundo, todo el que disponía su hacienda para una jornada al corazón de la tierra misteriosa, era dueño de un proyecto de utopía, y este ansia de vivir lo fabuloso convirtió en iguales a Juan Zumárraga y Bartolomé de Las Casas, a Lope de Aguirre y Francisco Vázquez de Coronado, tiñendo de humanismo las hazañas y los crímenes de una empresa inconmensurable.
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Relación de las diferencias de ministros que servían a los dioses Este mexícatl teuhoatzin era como patriarca elegido por los dos sumus pontífices, el cual tenía cargo de otros sacerdotes menores que eran como obispos. Y tenía cargo de que todas las cosas concernientes al culto divino, en todos los pueblos y provincias, se hiziessen con toda diligencia y perfeción, según las leyes y costumbres de los antiguos pontífices y sacerdotes, mayormente en la criança de los mancebos que se criavan en los monesterios que se llamavan calmécac. Este disponía todas las cosas que havían de hazer en todas las provincias subjetas a México, tocantes a la cultura de los dioses. Tenía también cargo de castigar a todos los sacerdotes, de quien tenía cargo, si en algo pecavan. Los ornamentos de este sátrapa eran una xaqueta de tela y un incensario de los que ellos usavan, y una talega en que llevava copal para incensar. Havía otro coadjutor de éste que se llamava Uitznáoac teuhoatzin, que entendía en el mismo negocio. Havía otro coadjutor de los arriba dichos que se llamava tepan teuhoatzin, el cual en particular tenía cargo de la buena criança y del buen regimiento de los que se criavan en los monesterios, que se llamavan calmécac, por todas las provincias subjetas a México. Este Umetochtzin era como maestro de todos los cantores que tenían cargo de cantar en los cúes; tenía cuenta que todos viniessen a hazer sus oficios a los cúes. Hazían cierta cerimonia con el vino que llamavan teuuctli al tiempo que havían de hazer sus oficios. De esta cerimonia era el principal Pahtécatl; éste tenía cuidado de los vasos en que bevían los cantores, de traerlos, y darlos, y recogerlos y de henchirlos de aquel vino que llamavan teuuctli o macuiluctli. Y ponía dozientas y tres cañas, de las cuales sola una agujerada, y cuando las tomavan, el que acertava con aquella bevía el solo, y no más. Esto se hazía después del oficio de haver cantado. Este epcoacuacuiltzin tenía cargo de las fiestas del calendario y de todas las cerimonias que se havían de hazer en ellas, para que en nada huviesse falta; era como maestro de cerimonias. Este Molonco teuhoa tenía cargo de aprestar todas las cosas necessarias, como son papel y copal, etc., para cuando havían de sacrificar o ofrecer delante de los dioses en la fiesta de chicunauécali. Este Cinteutzin tenía el mismo cargo de aprestar todas las cosas necessarias para cuando se hazía la fiesta de Xilonen. Este Atempan teuhoatzin tenía cargo de proveer de plumas blancas como algodón que crían las aves junto a la carne, y otras cosas que eran necessarias para cuando se hazía la fiesta de la madre de los dioses. Y tenía cargo de juntar los mancebos, que se llamavan cuecuextéca, para que ayunassen en aquel barrio de Atenpan. Este tlapixcatzin era como chantre, que tenía cuidado de enseñar y regir y emendar el canto que se havía de cantar a honra de sus dioses en todas las fiestas. Este tzaputlateuhoatzin tenía cargo de aprestar todas las cosas necessarias para la fiesta de la diosa Tzapotlatena, como son papel, y copal, y ulli y una yerva olorosa con que inciensan a los ídolos. Este tecammateuhoa tenía cargo de aprestar las teas para hazer hachones, y también almagre y tinta, y cotaras y unas xaquetas y caracolitos mariscos, lo cual todo era necessario para la fiesta del dios del fuego. Este tezcatzóncatl tenía cargo de aprestar todo lo arriba dicho para cuando se hazía la fiesta del dios del vino, en el mes que se llamava tepeílhuitl. Este Umetochtli Yiauhqueme tenía cargo de aprestar todo lo arriba dicho para cuando se hazía la fiesta del dios del vino que se llamava Umetochtli, en el mes de tepeílhuitl. Este Umetochtli Tomíyauh tenía también cargo de aprestar todo lo arriba dicho para cuando se hazía la fiesta del dios del vino que se llamava Umetochtli Tomíyauh, en el mes arriba dicho. Este Acaloa Umetochtli tenía cargo de aprestar todo lo arriba dicho que era menester para la fiesta del dios Acalhoa Umetochtli. Este Cuatlapanqui Umetochtli tenía cargo de aprestar todo lo arriba dicho para la fiesta del dios del vino llamado Cuatlapanqui. Este Tlilhoa Umetochtli tenía cargo de aprestar todo lo arriba dicho para cuando se hazía la fiesta del dios del vino que se llamava Tlilhoa Umetochtli, en el mes de tepeílhuitl. Este Umetochtli Pahtécatl tenía cargo de procurar el vino que se llamava macuiluctli o teuuctli, lo cual se gastava en la fiesta de panquetzaliztli. Este Umetochtli Napatecutli tenía cargo de aprestar lo necessario para la fiesta de tepeílhuitl. Este Umetochtli Papáztac tenía cargo de aprestar el vino que se llamava tiçauctli, que se havía de gastar en la casa del señor y en la fiesta de toçoztli, donde bevían vino hombres y mugeres, y niños y niñas. Este Umetochtli tenía cargo de hazer lo mismo que arriba se dixo en la fiesta de atlcaoalo. Esta muger, que se llamava cioacuacuilli, tenía cargo de proveer de todo lo que se havía de ofrecer en la fiesta de la diosa Toci, como son flores y cañas de humo, y todo lo demás que ofrecían las mugeres en la fiesta de esta diosa Toci. Esta muger, llamada cioacuacuilli Iztaccíhoatl, tenía cargo en el cu llamado Atenchicalcan de los que barrían y de los que ponían fuego; y también los que hazían voto de hazer algún servicio en este cu a ella acudían. Este Ixcoçauhqui Tzonmolco teuhoa tenía cargo de hazer traer la leña que se havía de gastar en el monasterio que se llamava Tzonmolco Calmécac; traían esta leña los mancebos y poníanla en el monesterio ya dicho. Este tlaçolcuacuilli guardava el cu que se llamava Mecatlan; andava vestido con las vestiduras de los sacerdotes, como arriba se dixo, que era un xicolli o xaqueta, y un calabaço lleno de pícietl. Tenía gran cuidado en que ninguno entrasse ni se llegasse a este cu sino con gran reverencia, y que en él no huviesse ninguna suziedad. Y si alguno cerca de este cu se urinava, luego le prendían y le castigavan. Este Tecpantzinco teuhoa tenía cargo de guardar en el cu que se llamava Tecpantzinco, para que ninguna irreverencia allí se hiziesse, y procurava las ofrendas que se havían de hazer en este cu. Este epcoacuacuilli tepictoton tenía cargo de hazer y componer los cantares que de nuevo eran menester, ansí para los cúes como para las casas particulares. Este Ixtlilco teuhoa tenía cargo del cu de Ixtlilton y de procurar las ofrendas que ofrecían cuando los niños o niñas començaban a hablar, que los llevavan a este cu y hazían ciertas cerimonias cuando los niños nuevamente començaban a hablar. Este Atícpac teuhoatzin Xochipilli tenía cargo del cu que se llamava Atícpac y procurava lo que era necessario para cuando matavan allí una muger y la desollavan a honra de una diosa que se llamava Aticpaccalqui Cíoatl. Y también se vestía el pellejo de aquella muger, y cuando se iva por las calles con él llevava una codorniz viva, asida con los dientes. Este Atlixeliuhqui teuhoa Opuchtli tenía cargo de aprestar todas las cosas necessarias para cuando sacrificavan matando la imagen de Opuchtli en la fiesta de tepeílhuitl. Este Xipe Yopico teuhoa tenía cargo de aprestar todas las cosas necessarias para cuando matavan la imagen de Tequitzin en este cu Yopico. Este Pochtlan teuhoa Yiacatecutli tenía cargo de aprestar todas las cosas necessarias para cuando sacrificavan la imagen de Yiacatecutli en el cu llamado Pochtlan. Este Chiconquiáuitl Pochtlan era coadjutor del arriba dicho para el mesmo efecto que arriba se dixo. Este Izquitlan teuhoatzin tenía cargo de proveer de xaquetas, que llamavan xicolli, que es un ornamento de los sátrapas, y caracolillos mariscos y cotaras para ornamentos; y también recogía la miel de los magueyes, que era la primera que se cogía del maguey, para hazer vino para los sátrapas. Este Tzapotla teuhoatzin tenía cargo de proveer de papel y de copal, y incensarios y todo lo demás que era menester para los que morían o matavan en la fiesta de tepeílhuitl. Este Chalchiuhtliicue acatonalcuacuilli tenía cargo de proveer de las ofrendas que eran necessarias para los que matavan en la fiesta de Chalchiuhtliicue, como era copal, ulli, etc. Este Acolnaoácatl Acolmiztli tenía cargo de proveer de todo lo que era necessario para cuando el señor o rey havía de ayunar en la fiesta de Tláloc, y en el ayuno del sol, y en el ayuno de quecholli, que son ayunos muy solemnes; proveía de los vestuarios y cotaras, etc., que el señor havía de usar en estos ayunos. Este Tullan teuhoa tenía cargo de proveer de papel y copal y ulli para cuando havían de matar a la imagen de Tultécatl, al cual matavan en el fin del mes que se llamava quecholli, o en el principio del mes que se llamava tepeílhuitl.
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Relación de los edificios del gran templo de México Era el patio de este templo muy grande: tendría hasta doszientas bragas en cuadro; era todo enlosado. Tenía dentro en sí muchos edificios y muchas torres; de estas torres unas eran más altas que otras, y cada una de ellas era dedicada a un dios. La principal torre de todas estava en el medio y era más alta que todas; era dedicada al dios Uitzilopuchtli o Tlacauepan Cuexcotzin. Esta torre estava dividida en lo alto de manera que parecía ser dos, y assí tenía dos capillas o altares en lo alto, cubiertas cada una con su chapitel, y en la cumbre tenía cada una de ella sus insigneas o divisas distinctas. En la una de ellas y más principal estava la estatua de Uitzilopuchtli, que también la llamavan Ilhuícatl Xoxouhqui; en la otra estatua la imagen del dios Tláloc. Delante de cada una de éstas estava una piedra redonda a manera de taxón que llamavan téchcatl, donde matavan los que sacrificavan a honra de aquel dios; y desde la piedra hasta abaxo estava un regaxal de sangre de los que matavan en él, y assí estava en todas las otras torres. Estas torres tenían la cara hazia el occidente, y subían por gradas bien estrechas y derechas de baxo hasta arriba a todas estas torres. El segundo cu principal era de los dioses del agua que se llamavan tlaloques; llamávase este cu Epcóatl. En este cu y a honra de este dios o de estos dioses ayunavan y hazían penitencia cuatro días ante de su fiesta, y acabando el ayuno ivan a castigar a los ministros de estos ídolos que havían hecho algún defecto en el servicio de ellos por todo el año. Castigávanlos en unas ciénagas de lodo y agua, cambolléndolos debaxo del agua y del lodo. Hecho este castigo, los castigados se lavavan, y luego hazían areito y traían en las manos cañas de maíz como bordones; también los populares bailavan por essas calles. Llamávase esta fiesta "la fiesta de maçamorra que se llama etzalli". Y acabada esta fiesta de los tlaloques, matavan captivos a honra de estos dioses. El tercero cu se llamava Macuilcalli o Macuilquiáuitl. En este cu matavan a las espías de los contrarios que prendían cuando estavan en la guerra o contra los de Uexotzinco o contra los de Tlaxcalla, etc. Y a los que venían a espiar la ciudad de México, en conociéndolos, luego los prendían y los llevavan a este cu, y allí los desmembravan, cortándolos miembro por miembro. El cuarto edificio se llamava Teccizcalli. En esta casa estavan muchas estatuas de los dioses. En esta casa se recogía el señor del pueblo o ciudad las fiestas grandes, y allí ayunava y hazía penitencia cuatro días. Y incensavan a todas las estatuas que allí estavan y también allí matavan captivos a honra de aquellas estatuas. El quinto edificio se llamava Poyauhtla. Allí ayunavan los mayores sátrapas, que eran dos: el uno se llamava Tótec tlamacazqui; el otro se llamava Tlalocan tlenamácac. Ayunavan y hazían penitencia cuatro días y incensavan a las estatuas que allí estavan. Esto hazían cada año cuatro días en la fiesta de etzalcualiztli; y también allí matavan captivos a honra de aquellas estatuas. El sexto edificio se llamava Mixcoapan Tzompantli. Este era un edificio en que espectavan las cabeças de los que matavan a honra del dios Mixcóatl. Eran unos maderos que estavan hincados, de altura de dos estados, y estavan agujerados a trechos, y por aquellos agujeros estavan passadas unas hastas o varales del grosor de hastas de lança, o poco más, y eran siete o ocho; en éstas espectavan las cabeças de los que matavan a honra de aquel dios. Estavan las caras bueltas hazia el mediodía. El séptimo edificio o cu se llamava Tlaxicco. En este cu matavan cada día un captivo a honra del dios del infierno; matávanle en el mes que se llamava títitl. Después que le havía muerto el sátrapa que llamavan Tlillan tlenamácac ponía fuego y incensava delante la estatua; y esto se hazía de noche. El octavo edificio se llamava Cuauhxicalco. Era un oratorio donde el señor se recogía a hazer penitencia y ayunar cuando se hazia un ayuno que se llamava netonatiuhçaoalo. Ayunavan cuatro días por honra del sol; este ayuno se hazía de dozientos en dozientos y tres días. Y aquí matavan cuatro captivos que se llamavan chachanme, y otros dos captivos que llamavan la imagen del sol y de la luna, con otros muchos captivos a la postre de todos. El nono edificio se llamava Tochinco. Era un cu baxo, el cual era cuadrado, que tenía gradas por todas cuatro partes. En éste matavan cada año la imagen de Umetochtli, cuando reinava este signo; era esta imagen un captivo compuesto con los ornamentos del dios del vino, que se llamava Umetochtli. El dézimo edificio se llamava Teutlalpan, que quiere dezir "tierra fragosa". Era un bosquecillo cercado de cuatro paredes, como un corral, en el cual estavan riscos hechos a mano, y en ellos plantados arbustos que se hazen en tierra fragosa, como son magueyes pequeñuelos y otros que se llaman tzioactli; en este bosquecillo hazían procesión cada año en el mes llamado quecholli, y hecha la procesión, luego se partían para ladera de la sierra que se llama Çacatépec, y allí caçavan y hazíanlas las otras cosas como está dicho en la historia de este mes. El ondézimo edificio se llamava Tlilapan, que quiere dezir "agua negra". Era una fuente, como alberque, y por estar el agua profunda parescía negra. En esta fuente se bañavan los sátrapas, de noche, los días que ayunavan en aparejo de las fiestas que eran cuatro días en cada mes; éstos eran como vigilia de la fiesta. En haviéndose bañado, incensavan en el cu de Mixcóatl, y acabando de incensar allí ivan a su monesterio. El duodézimo edificio se llamava Tlillancalmécac. Era un oratorio hecho a honra de la diosa Cioacóatl; en este edificio habitavan tres sátrapas que servían a esta diosa, la cual visiblemente les aparescía y residía en aquel lugar, y de allí salía visiblemente para ir a donde quería. Cierto es que era el demonio en forma de aquella muger. El tredézimo edificio se llamava Mexico Calmécac. Este era monesterio donde moravan los sátrapas y ministros que servían al cu de Tláloc cada día. El cuartodézimo edificio se llamava Coacalco. Este era una sala enrexada, como cárcel; en ella tenían encerrados a todos los dioses de los pueblos que havían tomado por guerra; teníanlos allí como captivos. El quintodézimo edificio se llamava Cuauhxicalco. Este edificio era un cu pequeño, redondo, de anchura de tres braças o cerca, de altura de braça y media. No tenía cobertura ninguna; en éste incensava el sátrapa de Titlacaoa cada día; incensava hazia las cuatro partes del mundo. También a este edificio subía aquel mancebo que se criava por espacio de un año para matarle en la fiesta del dios Titlacaoan; allí tañía con su flauta de noche o de día cuando quería venir, y acabando de tañer, incensava hazia las cuatro partes del mundo, y luego se iva para su aposento. El dezimosexto edificio se llama Cuauhxicalco segundo. Este edificio era como el ya dicho; delante de él levantavan un árbol, que se llamava xócotl, compuesto con muchos papeles, y encima de este cu o momuztli bailava un chocarrero vestido como el animalejo que se llama techálotl, que es "ardilla". El dezimoséptimo edificio se llamava Teccalco. Este era un cu donde cada año echavan vivos, en un gran montón de fuego, muchos captivos en la fiesta que se llamava teutleco, y hazían los sátrapas aquella cerimonia que se llama amatlauitzoa, como se dixo en la misma fiesta de teutleco. El dezimoctavo edificio se llamava Tzompantli. Eran unos maderos hincados, tres o cuatro, por los cuales estavan passadas unas hastas como de lança, en las cuales estavan espetadas por las sienes las cabeças de los que matavan en el cu. El dezimonono edificio se llamava Uitznáoac Teucalli. En este cu matavan las imágines de los dioses que llamavan centzonuitznáoa, a honra de Uitzilopuchtli, y también matavan muchos captivos; esto se hazía cada año, en la fiesta de panquetzaliztli. El vigéssimo edificio se llamava Tezcacalco. Era un oratorio donde estavan las estatuas que se llamavan omacame; en este lugar matavan algunos captivos, aunque no cada año. El vigessimoprimo edificio se llamava Tlacochcalco Acatl Yiacapan. En esta casa guardavan gran cantidad de dardos para la guerra; era como casa de armas. En este lugar matavan algunos captivos; matávanlos de noche; no tenían tiempo señalado para matarlos, sino cuando querían. El vigessimosegundo se llamava Teccizcalco. Este era un oratorio donde estavan unas estatuas del dios llamado Umácatl y de otros dioses; en este oratorio, por devoción, matavan algunos captivos; no tenían días señalados. El vigessimotercio edificio se llamava Uitztepeoalco. Era un corral o cercado de cuatro paredes, donde los ministros de los ídolos arrojavan las puntas de maguey después que con ellas se havían punçado, y también allí arrojavan unas cañas verdes después que las havían ensangrentado y ofrecídolas a los dioses. El vigessimocuarto edificio se llamava Uitznáoac Calmécac. Este era un monesterio donde habitavan los ministros de los ídolos que servían en el cu del dios Uitznáoac, incensando y haziendo los otros servicios que acostumbravan cada día. El vigessimoquinto edificio se llamava otro Cuauhxicalco. Era de la manera del otro que queda dicho atrás; delante de este cu estava un tzompantli, que es donde espectavan las cabeças de los muertos, y encima del cu estava una estatua del dios que llamavan Umácatl hecho de madero. Y allí matavan algunos esclavos, la sangre de los cuales davan a gustar aquella estatua, untándole la boca con ella. El vigessimosexto edificio se llamava Macuilcipactli Iteupan. Este era una gran cu hecho a honra de aquel Macuilcipactli; aquí matavan captivos de noche en su mismo signo cipactli. El vigessimoséptimo edificio se llamava Tetlanman Calmécac. Era un monesterio que se llamava Tetlanma; en él moravan sátrapas y ministros del cu dedicado a la diosa Chantico; allí servían de noche y de día. El vigessimoctavo edificio se llamava Iztaccintéutl Iteupan. Este era un cu dedicado a la diosa llamada Cintéutl; en este cu matavan a los leprosos captivos, y no comían su carne; matávanlos en el ayuno del sol que arriba se dixo. El vigessimonono edificio se llamava Tetlanma. Este era un cu dedicado a una diosa que se llamava Cuaxólotl Chantico; aquí matavan esclavos por devoción, reinante el signo que se llamava ce xúchitl. El trigéssimo edificio se llamava Chicomécatl Iteupan. Este era un cu dedicado al dios Chicomécatl; en éste matavan algunos captivos de noche cuando començava a reinar el signo llamado ce xúchitl. El trigessimoprimo edificio se llamava Tezcaapan. Era una fuente, como alberque, en que se bañavan los que hazían penitencia por voto. Acostumbravan muchos a hazer voto de hazer penitencia ciertos meses o un año, sirviendo a los cúes o dioses a quien tenían devoción; éstos se lavavan de noche en esta fuente. El trigessimosegundo edificio se llamava Tezcatlachco. Este era un juego de pelota que estava entre los cúes; en él matavan por devoción algunos captivos cuando reinava el signo que llamavan omácatl. El trigessimotercio edificio se llamava Tzompantli. Era donde espetavan las cabeças de los muertos que allí matavan captivos a honra de los dioses llamados omacame; este sacrificio se hazía cada dozientos y dos días. El trigessimocuarto edificio se llamava Tlamatzinco. Este era cu dedicado al dios Tlamatzíncatl, a cuya honra en él matavan esclavos cada año, al fin de la fiesta que se llamava quecholli. El trigessimoquinto edificio se llamava Tlamatzinco Calmécac. Este era un monesterio donde moravan los sacerdotes o sátrapas que servían en el cu arriba dicho. El trigessimosexto edificio se llamava Cuauhxicalco. Este era un cu pequeño y ancho, y algo cóncavo o hondo, donde se quemavan los papeles que ofrecían por algún voto que havían hecho; y también allí se quemava la culebra de que arriba se dio relación en la fiesta de panquetzaliztli. El trigessimoséptimo edificio se llamava Mixcoateupan. Este era un cu dedicado al Mixcóatl, donde se hazían aquellas cerimonias de que se dio relación en la fiesta de quecholli tlami. El trigessimoctavo edificio se llamava Netlatiloya. Era un cu al pie del cual estava una cueva donde ascondían los pellejos de los desollados, como está en la relación de tlacaxipeoaliztli. El trigessimonono edificio se llamava Teutlachco. Este era un juego de pelota que estava en el mesmo templo. Aquí matavan unos captivos que llamavan amapanme en la fiesta de panquetzaliztli; allí se dio relación de estos amapanme. El cuadragéssimo edificio se llamava Ilhuicatitlan. Este era una coluna gruessa y alta donde estava pintada la estrella o luzero de la mañana, y sobre el chapitel de esta coluna estava un chapitel hecho de paja; delante de esta coluna y de esta estrella matavan captivos cada año al tiempo que parecía nuevamente esta estrella. El cuadragessimoprimo llamavan Ueitzompantli. Era el edificio que estava delante del cu de Uitzilopuchtli, donde espetavan las cabeças de los captivos que allí matavan a reverencia de este edificio cada año en la fiesta de panquetzaliztli. El cuadragessimosegundo se llamava Mecatlan. Esta era una casa en la cual se enseñavan a tañer las trompetas los ministros de los ídolos. El cuadragessimotercio se llamava Cinteupan. Este era un cu dedicado a la diosa Chicomecóatl; en éste matavan una muger que dezían que era imagen de esta diosa dicha, y la desollavan; de esto se dio relación en la fiesta de ochpaniztli. El cuadragessimocuarto edificio se llamava Centzontotochtin Inteupan. Este era cu dedicado a los dioses del vino; aquí matavan tres captivos a honra de estos dioses del vino: al uno llamavan Tepuztécatl, y al otro Totoltécatl, y al otro Papáztac. Los que aquí matavan, de día murían, no de noche; esto hazían cada año en la fiesta de tepeílhuitl. El cuadragessimoquinto edificio se llamava Cinteupan. Era un cu donde estava la estatua del dios de los maizales, y allí matavan cada año a su imagen y con otros captivos, como se dixo en su fiesta. El cuadragessimosexto edificio se llamava Netotiloyan. Era un lugar o parte del patio donde bailavan los captivos y esclavos un poco antes que los matassen, y con ellos también bailava la imagen del signo chicunauécatl. Y matávanlos a la medianoche en la fiesta de xilomaniztli o. en la fiesta de atlcaoalo; esto se hazía cada año. El cuadragessimoséptimo edificio se llamava Chililico. Era un cu donde matavan los esclavos en el signo de chicunauécatl; matávanlos a la medianoche; solo los señores davan los esclavos que aquí murían; esto se hazía en la fiesta de atlcaoalo. El cuadragessimoctavo edificio se llamava Cooaapan. Esta era una fuente donde se bañava el sátrapa que ministrava en el cu, que llamavan Coatlan, y ninguno otro allí se bañava sino sólo él. El cuadragessimonono edificio se llamava Puchtlan. Era un monesterio donde estavan los ministros y sátrapas que ministravan en el cu donde estava la estatua de Yiacatecutli, del dios de los mercaderes; ministravan allí de día y de noche. El quincagéssimo edificio se llamava Atlauhco. Este era un monesterio donde moravan los sátrapas y ministros que ministravan en el cu de Uitzilihncuátec, una diosa, de día y de noche. El quincagessimoprimo edificio se llamava Yopico. Este era un cu donde cada año matavan muchos esclavos y captivos; matávanlos de día en la fiesta de tlacaxipeoaliztli. El quincagessimosegundo edificio se llamava Yiacatecutli Iteupan. Era el cu del dios de los mercaderes; allí matavan la imagen de este dios cada año en la fiesta de títitl. El quincagessimotercio edificio se llamava Uitzilincuátec Iteupan. Era un cu donde matavan la imagen de esta diosa cada año en la fiesta de títitl; era muger la que matavan. El quincagessimocuarto edificio se llamava Yopico Calmécac. En este monesterio o oratorio matavan muchos captivos cada año en la fiesta de tlacaxipeoaliztli. El quincagessimoquinto edificio llamavan Yopico Tzompantli. En este edificio espetavan las cabeças de los que matavan en la fiesta de tlacaxipeoaliztli. El quincagessimosexto edificio se llamava Tzompantli. Era donde espetavan las cabeças de los que matavan en la fiesta de Yiacatecutli, dios de los mercaderes, en el primero día de la fiesta de xócotl uetzi. El quincagessimoséptimo edificio se llamava Macuilmalinal Iteupan. Era un cu donde estavan dos estatuas: una de Macuilmalinal y otra de Toplantlacaqui; y en este signo hazían fiesta en este cu cada doscientos y tres días, y también hazían fiesta a honra del signo que se llamava xuchílhuitl. El quincagessimoctavo edificio se llamava Atícpac. Era un oratorio donde hazían fiesta y ofrecían a las diosas que llamavan cioapipilti; hazían fiesta en el signo que llamavan chicomecoatonalli. El quincagessimonono llamavan Netlatiloyan. Esta era una cueva donde ascondían los pellejos de los muertos que desollavan cada año en la fiesta de ochpaniztli. Al sexagéssimo edificio llamavan Atlauhco. Este era un oratorio donde honravan a la diosa que se llamava Cioatéutl; y cada año matavan a su honra una muger que dezían que era su imagen; matávanla en el cu que se llama Coatlan, que estava cerca de este oratorio; esto hazían cada año en la fiesta de ochpaniztli. El sexagessimoprimo edificio se llamava Tzonmolco Calmécac. Este era un monesterio donde moravan sátrapas del dios Xiuhtecutli; y aquí sacavan fuego nuevo cada año en la fiesta oauhquiltamalcualiztli, y de aquí sacavan el fuego nuevo cuanto quiera que el señor havía de incensar delante de los dioses. El sexagessimosegundo edificio se llamava Temalácatl. Era una piedra como rueda de molino grande y estava agujerada en el medio como piedra de molino. Sobre esta piedra ponían los esclavos y acuchillávanse con ellos; estavan atados por el medio del cuerpo de tal manera que pudían llegar hasta la circunferencia de la piedra, y davan las armas con que peleassen. Era éste un espectáculo muy frecuente y donde concorría gente de todas las comarcas a verle. Un sátrapa vestido de un pellejo de oso o cuetlachtli era allí el padrino de los captivos que allí matavan, que los llevava a la piedra y los atava allí, y los dava las armas y los llorava entretanto que peleavan; y cuando caía lo entregava al que le havía de sacar el coraçón, que era otro sátrapa vestido con otro pellejo, que se llamava yooallaoan. Esta relación queda escrita a la larga en la fiesta de tlacaxipeoaliztli. El sexagessimotercio edificio se llamava Nappatecutli Iteupan. Este era un cu dedicado al dios Nappatecutli, en el cual matavan la imagen de este dios, que era un captivo vestido con los ornamentos de este dios; matávanle a la medianoche cada año en la fiesta de tepeílhuitl. El sexagessimocuarto edificio se llamava Tzonmolco. Este era un cu dedicado al dios del fuego llamado Xiuhtecutli; éste es un cu en que matavan cuatro esclavos como imágines de este dios, adornados con los ornamentos del mismo, aunque de diversas colores. Al primero llamavan Xoxouhqui Xiuhtecutli, al segundo llamavan Coçauhqui Xiuhtecutli, al tercero llamavan Iztac Xiuhtecutli, al cuarto llamavan Tlatlauhqui Xiuhtecutli. También matavan otros muchos captivos en este lugar y en este día, a los cuales llamavan ihuipanéca temimilólca. Abaxo de las gradas de este cu estava una placeta a la cual subían también por gradas; en esta placeta matavan dos mugeres, y llamavan a la una Nancotlaceuhqui; de la otra no se pone nombre. En acabando de matar los que havían de morir, hazían luego un areito muy solemne, según que se dixo a la larga en la fiesta de Xiuhtecutli. El sexagessimoquinto edificio se llamava Coatlan. Este era un cu donde matavan captivos a honra de aquellos dioses que llamavan cenizonuitznáoa, y también todas las vezes que sacavan fuego nuevo, y también cuando la fiesta de quecholli. El saxagessimosexto edificio se llamava Xuchicalco. Este era un cu edificado a honra del dios Cintéutl, y también a honra del dios Tlatlauhqui Cintéutl, y también de la diosa Atlatonan. Y cuando matavan una muger, que era imagen de esta diosa, desollávanla, y uno de los sátrapas vestía su cuero. Esto se hazía de noche, luego de mañana andava bailando con el cuero vestido de aquella que havía muerto; esto se hazía cada año en la fiesta de ochpaniztli. El sexagessimoséptimo edificio se llamava Yopicalco, y también Eoacalco. Esta era una casa donde se aposentavan los señores y principales que venían de lexos a visitar este templo, especialmente los de la provincia de Anáoac. El sexagessimoctavo edificio se llamava Tozpálatl. Esta era una fuente muy preciada que manava en el mesmo lugar; de aquí tomavan agua los sátrapas de los ídolos, y cuando se hazía la fiesta de Uitzilopuchtli y otras fiestas, la gente popular bevía en esta fuente con gran devoción. El sexagessimonono edificio se llamava Tlacochcalco Cuauhquiyáoac. Esta era una casa; en esta casa estava una imagen del dios Macuiltótec. Aquí, a honra de este dios, matavan captivos en la fiesta de panquetzaliztli. El septuagessimo edificio se llamava Tulnáoac. Esta era una casa donde matavan captivos, cuando començava a reinar el signo que se llamava ce miquiztli, a honra de Tezcatlipuca. El septuagessimoprimo edificio se llamava Tilocan. Era una casa donde cozían la masa para hazer imagen a Uitzilopuchtli cuando se hazía la fiesta. El septuagessimosegundo edificio se llamava Itepéyoc. Esta era una casa donde hazían de masa la imagen de Uitzilopuchtli los sátrapas. El septuagessimotercio edificio se llamava Uitznáoac Calpulli. Era una casa donde hazían la imagen de otro dios, compañero de Uitzilopuchtli, que se llamava Tlacauepan Cuexcotzin. El septuagessimocuarto edificio se llamava Atempan. Era una casa donde juntavan los niños que havían de matar, y también los leprosos que llamavan xixioti, que también los matavan. Después de haverlos juntado en este lugar, los traían en processión en unas andas. Hecho esto, llevávanlos a los lugares donde los havían de matar. El septuagessimoquinto edificio se llamava Tezcacóac Tlacochcalco. Era una casa donde estavan muchos dardos y muchas saetas depusitadas para el tiempo de la guerra. Aquí matavan esclavos por su devoción algunos años. El septuagessimosexto edificio se llamava Acatl Yiacapan Ueicalpulli. Esta era una casa donde juntavan los esclavos que havían de matar a honra de los tlaloques, y después de muertos, luego los hazían pedaços y los cozían. En esta misma casa echavan en las ollas flores de calabaça; después de cozidos, comíanlos los señores y principales; la gente popular no comían de ellos. El septuagessimoséptimo edificio se llamava Techielli. Era un cu pequeño; en éste ofrecían cañas que llamavan acxóyatl. El septuagessimoctavo edificio se llamava Calpulli. Estas eran unas casas pequeñas de que estava cercado todo el patio de la parte de dentro. A estas casillas llamavan calpulli; a estas casas se recoxían a ayunar y hazer penitencia cuatro días todos los principales y oficiales de la república las vigilias de las fiestas que caían de veinte en veinte días, de manera que hazían de vigilia cuatro días. En este ayuno unos comían a la medianoche y otros al mediodía.
contexto
Relación de los mexicanos de las cosas que se ofrecían en el templo Ofrecían muchas cosas en las casas que llaman calpulli, que eran como iglesias de los barrios donde se juntavan todos los de aquel barrio, ansí a ofrecer como a otras cerimonias muchas que allí se hazían. Ofrecían comida y mantas, y aves y maçorcas de maíz, y chían y frixoles y flores; esto ofrecían las mugeres o donzellas por casar, pero en los oratorios de sus casas no ofrecían sino comida delante de las imágines de los dioses que allí tenían. Esto hazían cada día, luego de mañanita, y la señora de la casa tenía cuidado cada mañana de despertar a todos los de su casa para que fuessen a ofrecer delante de los dioses de su oratorio. Ofrecían encienso en los cúes los sátrapas de noche y de día a ciertas horas; incensavan con unos incensarios hechos de barro cozido que tenían, a manera de caço, de un caço mediano, con su astil del grosor de una vara de medir o poco menos, largo como un codo o poco más, hueco, y de dentro tenía unas pedreçuelas por sonajas. El vaso era labrado como incensario con unos labores que agujeravan el mismo vaso desde el medio abaxo; cogían con él brasas del fugón, y luego echavan copal sobre las brasas, y luego ivan delante de la estatua del demonio y levantavan el incensario hazia las cuatro partes del mundo, como ofreciendo aquel incienso a las cuatro partes del mundo, y también incensavan a la estatua; hecho esto, tornavan las brasas al fugón. Esto mismo hazían todos los del pueblo en sus casas una vez a la mañana y otra a la noche, incensando a las estatuas que tenían en sus oratorios o en los patios de sus casas; y los padres y las madres compelían a sus hijos que hiziessen lo mismo cada mañana y cada noche. Del ofrenda del incienso o copal usavan estos mexicanos y todos los de Nueva España de una goma blanca que llaman copalli, que también agora se usa mucho para incensar a sus dioses; no usavan del incienso, aunque lo hay en esta tierra. De este encienso o copal usavan los sátrapas en el templo, y toda la otra gente en sus casas como se dixo arriba. Y también lo usavan los juezes cuando havían de exercitar algún acto de su oficio; antes que le començassen echavan copal en el fuego en reverencia de sus dioses, y demandándoles ayuda. También hazían esto mismo los cantores de los areites, que cuando havían de començar a cantar primero echavan copal en el fuego a honra de sus dioses, y demandándoles ayuda. Usavan una cerimonia generalmente en toda esta tierra, hombres y mugeres, niños y niñas, que cuando entravan en algún lugar donde havía imágines de los ídolos, una o muchas, luego tocavan en la tierra con el dedo y luego le llegavan a la boca o a la lengua. A esto llamavan "comer tierra"; hazíanlo en reverencia de sus dioses, y todos los que salían de sus casas, aunque no saliessen del pueblo, bolviendo a su casa, hazían lo mismo, y por los caminos cuando passavan delante algún cu o oratorio hazían lo mismo. Y en lugar de juramento usavan esto mismo, que para afirmar que dezían verdad hazían esta cerimonia, y los que querían satisfazer del que hablava si dezía verdad, demandávanle que hiziesse esta cerimonia, y luego le creían como juramento. Hazían otra cerimonia comunmente que llamavan tlatlaçaliztli, que quiere dezir "arrojamiento", y era que nadie comiesse sin que primeramente arrojasse al fuego un bocadillo de lo que havía de comer. Tenían otra cerimonia también común, que nadie havía de bever pulcre sin que primero derramasse un poco a la orilla del hogar; y cuando quiera que encetavan alguna tinaja de pulcre, primero echavan en un lebrillo cantidad de ello, y ponían un lebrillo cerca del fuego y de allí tomavan con un vaso y derramavan al canto del hogar a cuatro partes un vaso de aquel pulcre. Y hecho esto, bevían los combidados, y ante de esto nadie usava bever. Esto llamavan tlatoyaoaliztli; quiere dezir "libacio" o "gustamiento".