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Personaje Militar
Al comienzo de la década de los treinta, el nombre de esta aviadora comienza a ser conocido por batir varias marcas en el aire. Desde 1937 ingresa en la Luftwaffe. Como piloto de pruebas se encargó de experimentar con los V-1. Uno de los hitos tuvo lugar en el mes de abril de 1945 cuando trasladó a Berlín al general Robert von Greim, mariscal de campo y comandante general de la Luftwaffe. Tras esquivar los disparos de la artillería rusa, aterrizó en la puerta de Brandeburgo.
contexto
Ateniéndonos a la composición social del movimiento plebeyo, que incluía tanto a personajes influyentes y ricos pertenecientes al ejército hoplítico como a los plebeyos adsidui (que poseían bienes) y a los proletarii (que no poseían nada), el programa de sus reivindicaciones incluía tanto las aspiraciones al poder supremo de unos como la atención a las necesidades más elementales de otros. Este programa se centró principalmente en tres objetivos: -La admisión regular de los plebeyos en todas las magistraturas y en los sacerdocios. -La redistribución de las tierras públicas. -La abolición de la servidumbre por deudas. Respecto al primer punto, éste se logró a partir de 366 a.C. aun cuando el primer plebeyo que aparece como Pontifex Maximus corresponde al 300 a.C. Como veremos la utilización de la religión por parte de los patricios fue una de sus armas más eficaces. La cuestión agraria, el que la tierra estuviera casi exclusivamente controlada por las gentes y por sus clientes, fue probablemente el principal caballo de batalla para la mayoría de los plebeyos. Se sabe que durante esta época hubo carestías que obligaron a los romanos a buscar trigo en Etruria, Campania y Sicilia y que ya en el 492 a.C. hubo frumentationes públicas, esto es, reparto gratuito de trigo a la plebe de Roma acuciada por el hambre, lo que indica la profundidad de la crisis económica. El ager publicus o tierras del Estado ocupadas por los patricios en virtud de un derecho de ocupación nunca legal pero que funcionaba de facto desde épocas remotas, en cierto modo fue más o menos respetado por los plebeyos, tal vez por el convencimiento de que, si bien estas tierras podían ser devueltas, en teoría, a la comunidad mediante decisión de la Asamblea Centuriada, ésta, integrada mayoritariamente por los propios poseedores de tierras, nunca tomaría la iniciativa. Son las nuevas tierras adquiridas por la ciudad las que fundamentalmente reclamaba la plebe. Nacen exigencias de mayor participación en las ventajas de la guerra. Pero no parece que haya habido un gran aumento territorial hasta la conquista de Veyes en el 396 a.C. Los romanos -y los latinos en general- hicieron poco más que defender su territorio contra los sabinos y, sobre todo, contra los ecuos y los volscos, si exceptuamos la conquista de Fidenas en el 426 a.C. y la probable conquista (o reconquista) de Terracina en el 406. Sólo la conquista de Veyes, cuya extensión era de más de 1.500 Km2, supuso un aumento enorme del territorio romano. Aunque no sabemos cuánta tierra adquirida por Roma con la anexión de este territorio fue destinada a incrementar las posesiones de los patricios, lo cierto es que la parte del territorio de esta ciudad dividida y asignada fue tan importante que permitió a todos los ciudadanos romanos la propiedad de un nuevo modelo de unidad fondiaria constituida por siete yugadas. El confiscado a Veyes (y despoblado, puesto que los vencidos fueron masacrados o reducidos a esclavitud) se reagrupó en cuatro nuevas tribus: la Sabatina, la Stelatina, la Arnensis y la Trornentina. El total de la tribus romanas pasó entonces a 25. La unidad de siete yugadas determina el modelo del pequeño propietario. La Lex Licinia de modo agrorum consolidó, a comienzos del siglo IV a.C., este modelo y reglamentó, fundamentalmente, el reparto de las nuevas tierras conquistadas y por conquistar, más que la asignación de las parcelas del ager publicus ocupadas por los patricios. Con razón, muchos historiadores ven en esta ley el motor que impulsó a partir de entonces el expansionismo romano. Relacionada con el problema agrario está la edificación en el 493 a.C. del templo de Ceres, situado fuera del pomerium de la ciudad y que se constituyó en el centro político-religioso de la plebe romana. La construcción de este templo debió ser iniciativa de los magistrados plebeyos (tribunos y ediles), creados por la plebe en el 494 a.C., y representa la afirmación de una conciencia y de una organización plebeya que reclama incluso la existencia de unos cultos propios y ajenos al patriciado. Respecto a la tercera de las reivindicaciones plebeyas, la referida a la abolición de la servidumbre por deudas, ésta afectaba lógicamente al sector más pobre de la plebe y a los proletarii. La abolición de tal práctica parece que se logró en el año 326 a.C. con la llamada Lex Poetelia Papiria, que alude al nombre de los dos cónsules de aquel año que promulgaron la ley. No obstante, con anterioridad a esta ley, se intentó obligar durante los siglos V y IV a.C. a que se impusieran los intereses legales para el cobro de las deudas (establecidos en la ley de las XII Tablas y que eran muy severos), esto es, impedir la usura generalizada y dar a los deudores facilidades, permitiéndoles el pago escalonado en varios plazos. A estas reivindicaciones habría que añadir otras subordinadas o que se fueron planteando a medida que la plebe consolidaba su organización: así, por ejemplo, el derecho de connubium que posibilitara los matrimonios entre plebeyos y patricios o la codificación de las leyes escritas. La estrategia de los plebeyos demostró ser extremadamente eficiente y se estableció en varios planos: -Como era imposible plantear sus demandas en deliberaciones hostiles a los patricios, tanto en el Senado como en los Comicios Centuriados, puesto que ambas instituciones estaban controladas por ellos, procedieron a la creación de un estado paralelo, esto es, a la elección de su propia asamblea y de sus propios representantes, los tribunos de la plebe. -Puesto que las vicisitudes políticas de Roma durante los siglos V y IV a.C. transcurrían entre constantes amenazas para la integridad del Estado por parte de sus hostiles vecinos, lo que presuponía no sólo la movilización del ejército, sino también la movilización de las tropas auxiliares, los plebeyos recurrieron frecuentemente al amotinamiento o a la deserción como arma de presión. La situación de Roma durante esta época es un juego de alianzas cambiantes y coyunturales. Ante el peligro exterior se requiere la unión de patricios y plebeyos aun a costa de concesiones por parte de los primeros; ante la amenaza plebeya se refuerza la solidaridad de clase patricia; ante la ofensiva patricia, la alianza de los plebeyos ricos con los plebeyos desfavorecidos. Tal es el cuadro en el que se mueve el enfrentamiento patricio-plebeyo.
Personaje Pintor
Hijo de Llorenc Reixac, escultor de profesión, se inicia en el taller paterno. Su actividad coincide con la etapa más desarrollada del gótico internacional, estilo que adopta y alterna con repercusiones flamencas. Trabajó en numerosas ocasiones con Jacomart, llegando a concluir varias obras suyas. Esta circunstancia ha provocado que muchos estudiosos confundieran sus creaciones, además de suponer una dificultad a la hora de definir las características artísticas del propio Jacomart. Es autor del "Retablo de Santa Ursula de Cubells" que conserva el Museo de Arte de Cataluña en Barcelona; el "Retablo de la Epifanía de Rubielos de Mora" o el "Retablo de la cartuja de Portaceli".
termino
acepcion
Palabra hebrea que se traduce como "Génesis" y hace referencia al primer libro de la Torá y parashá de ésta.
contexto
FRANCISCO DE AGUILAR Y SU OBRA Su autor Francisco de Aguilar nació en 1479 y falleció en 1571. Su existencia se prolongó durante nueve largas décadas, aunque por desgracia no la conocemos íntegramente. Y es una lástima, porque nos encontramos ante un apasionante personaje, que en medio siglo ejerció actividades tan variopintas como la de soldado de fortuna, mesonero, fraile y cronista: Y había otro soldado que se decía Alonso de Aguilar, cuya fue la venta que ahora se llama de Aguilar, que está entre la Veracruz y la Puebla y estaba rico y tenía buen repartimiento de indios, todo lo vendió y lo dio por Dios, y se metió a fraile dominico, y fue muy buen religioso; este fraile Aguilar fue muy conocido y fue muy buen fraile dominico1. Efectivamente, Aguilar trocó la espada por la jarra de vino en 1525; pero el trajín del negocio, que producía pingües beneficios, no acallaba las dudas y escrúpulos de conciencia que de vez en cuando le asaltaban. Por eso, cuatro años después, liquidó sus bienes e ingresó en la orden de Santo Domingo. Los últimos años de su vida fueron un verdadero calvario, pues la artritis úrica que padecía llegó a tal punto que: El humor se apoderó del cuerpo, dejándolo gafo de pies y manos, y tan imposibilitado, que no podía sin dolor estar en pie, ni sentado, ni acostado. Llegó su trabajo a no poder comer con sus manos, ni a aprovecharse de ellas para cosas tan necesarias y frecuentes como a los hombres sirven2. La obra Aguilar, como él mismo señala en su crónica, escribió a ruego e importunación de ciertos religiosos, que con una notoria ausencia de tacto le solicitaron que redactara sus memorias, dado que estaba ya al cabo de la vida3. Obedeció el antiguo soldado con ejemplar obediencia, y el resultado fue una de las obras más hermosas de la cronística novohispana. Tan hermosa que el arzobispo Pedro Moya de Contreras, conocedor de las aficiones históricas del Rey Prudente, se la obsequió el mismo año en que falleció Francisco de Aguilar. La relación pasó de inmediato a la selecta biblioteca de El Escorial, y allí se conserva, encuadernada junto con otros manuscritos del siglo XVI tocantes al Nuevo Mundo. Redactada en un estilo sencillo y llano, la historia presenta muchos puntos notables, como tendrá el lector ocasión de comprobar. En mi opinión, lo más notorio de la misma reside en su gran humanidad, una humanidad que se trasluce en todas y cada una de sus páginas. Magnífico conocedor del alma humana, el dominico reflejó con acertada psicología los más íntimos deseos, sensaciones y miedos que embargaron a los soldados cortesanos. Esta profundización anímica, verdaderamente magistral, compensa con creces los fallos cronológicos y los errores --bastante abundantes, todo hay que decirlo-- que aparecen en el relato. Ediciones La primera edición de la Relación breve se debió a Luis González Obregón, quien aprovechó la copia que don Francisco del Paso y Troncoso sacara del manuscrito escurialense en 18924. Este texto, mal transcrito y carente de las apostillas o notas marginales, fue modernizado por Alfonso Teja Zambre y publicado en 19375. El flamante revisor destrozó aún más la venerable crónica, porque no sólo conservó los fallos y omisiones de Obregón, sino que, además, atribuyó la autoría a Alonso de Aguilar, un soldado cortesiano sin ningún parentesco con el dominico. La editorial Botas reimprimió la deficiente versión de Teja un año después6. La tercera edición adoleció de los mismos males, pues el autor de la misma se limitó a imprimir un trasunto de la edición pristina. En aras de la objetividad histórica, cabe añadir que Vargas Rea tuvo el acierto de encabezar la crónica con el título que le diera fray Francisco7. En 1954, Federico Gómez de Orozco dio a las prensas una nueva edición que reproducía a pie de página las apostillas del manuscrito original8. El volumen incluía dos apéndices: el primero reproducía el estudio del padre Mariano Gutiérrez sobre el manuscrito, y el segundo un pasaje de Agustín Dávila Padilla, cronista de la provincia dominicana de Santiago de México, sobre la vida del antiguo conquistador. Recientemente, Jorge Gurría Lacroix ha presentado una nueva y completa edición de la Relación breve de la conquista de la Nueva España, que incluye un detallado estudio introductorio, el texto íntegro del manuscrito, y un amplio conjunto de apéndices que recogen la reproducción fotostática del original, así como las introducciones y apéndices de las anteriores ediciones9. Respecto a ediciones en leguas extranjeras, sólo conozco la impresión norteamericana de 1963. El texto, que se tomó del publicado por Federico Gómez de Orozco, se acompañó con una nota introductoria de Patricia de Fuentes10. Criterio editorial Para la presente edición he cotejado la versión modernizada de 1977 con el manuscrito original, lo cual me ha permitido corregir algunos errores de nimia importancia paleográfica, pero históricamente importantes. Así, he trocado el término Malinche por Malinchi, pues, como bien saben los conocedores de la lengua mexicana, el primero es renombre y el segundo patronímico. Siguiendo el criterio general del presente volumen, he respetado la mayoría de los arcaísmos, destrabado las contracciones y completado las frases con palabras o sílabas entre corchetes. Para evitar malas interpretaciones añadiré que en la Octava jornada hay varios lapsus calami (fundamentalmente repetición de frases), cuya autoría debe atribuirse al pendolista dominico de Aguilar. Por lo que respecta a las voces nahua, las transcribo tal y como aparecen en la relación.
contexto
Relación breve de la conquista de la Nueva España Fray Francisco de Aguilar, fraile profeso de la orden de los predicadores, conquistador de los primeros que pasaron con Hernando Cortés a esta tierra, y de más de ochenta años cuando esto escribió a ruego e importunación de ciertos religiosos que se lo rogaron diciendo que, pues que estaba ya al cabo de la vida, les dejase escrito lo que en la conquista de esta Nueva España había pasado, y cómo se había conquistado y tomado, lo cual dijo como testigo de vista y con brevedad sin andar por ambajes y circunloquios, y si por ventura el estilo y modo de decir no fuere tan sabroso ni diere tanto contento al lector cuanto yo quisiera, contarle ha a lo menos y darle a gusto la verdad de lo que hay acerca de este negocio, la cual, como principal fin y scopo, pienso siempre que lo que aquí tocare llevar por delante, e iré poniendo lo que pasó en la toma de esta tierra por las jornadas que viniendo a su conquista veníamos haciendo1. Primera jornada Por don Diego Colón, almirante que descubrió a Santo Domingo2, fue enviado Diego Velázquez adelantado y caballero noble a la isla de Cuba, la cual descubrió y pobló, el cual envió al rey don Hernando y a la reina doña Isabel a tratar el dicho descubrimiento y población, cuya industria, sagacidad y trabajos considerados por los reyes y cuán buena maña el adelantado Diego Velázquez se había dado en la toma y población de la isla de Cuba, acordaron lo recompensar y pagar de su servicio y trabajos, de hacerlo gobernador de la dicha isla de Cuba, dándole también facultad y licencia para descubrir y poblar en tierra firme; y así, queriendo usar de ella, hizo una armada de cinco navíos con doscientos soldados, buena gente, y por cabeza y capitán de ellos puso a un Juan de Grijalva, hombre de valor por su persona y noble en linaje y sangre, el cual después de haberse hecho a la vela navegando con próspero tiempo por sumar adelante llegó y tomó puerto en tierra de Yucatán, en un río, el cual después se llamó el río Grijalva, en cuyas vertientes había una muy grande y espaciosa población de indios. Habiendo, pues, el dicho capitán surgido3 con sus soldados y toda la demás gente de guerra que consigo traía, después de haber amarrado las naos y asegurándolas porque no recibiesen algún daño de los vientos, saltó con buen orden y concierto en tierra, donde después de haber pedido a los indios agua y bastimentos para su gente, no sólo no se lo quisieron dar, mas en lugar de dárselo le dieron muy cruda guerra, tal que le mataron un hombre, y a él y a su gente le fue forzado tornarse a embarcar y volverse a Cuba, de adonde había venido, donde el dicho adelantado Diego Velázquez por ver la ruin cuenta que de sí había dado le quitó la armada. Segunda jornada Estando en esto, porque los navíos no se le perdiesen y la gente no se le fuese, envió a llamar a Hernando Cortés, que a la sazón era alcalde ordinario4, hidalgo y persona noble, al cual rogó y dijo que debería tomar aquella armada a cargo, el cual le respondió en breve que sí, y el dicho Diego Velázquez se la dio y entregó; y así entregado en ella se dio tan buena maña y con tanta diligencia, como hombre muy sagaz que era, porque en pocos días buscó dineros prestados entre sus amigos e hizo hasta otros doscientos hombres, y recogió y proveyose de muchos bastimentos, todo aquello con mucha diligencia; y después el adelantado don Diego Velázquez, arrepentido de lo que había hecho, le quiso quitar el armada, y fue con gente al puerto para habérsela de quitar; pero el dicho Hernando Cortés, como hombre sagaz y astuto, porque era ya sobre tarde y hacía buen tiempo, levantó las áncoras y alzó velas y fuese. Pasaron con Hernando Cortés personas muy nobles: don Pedro de Alvarado, don Pedro Puerto Carrero, hermano del conde de Medellín5, Diego Velázquez, sobrino del dicho Diego Velázquez, adelantado6, Sandoval, Cristóbal de Olid y otras personas muy nobles. Por manera que hubo gente de Venecia, griegos, sicilianos, italianos, vizcaínos, montañeses, asturianos, portugueses, andaluces y extremeños7. Tercera jornada Embarcado el dicho Cortés con su gente, viniendo por la mar se juntaron todas aquellas personas nobles, y al dicho Hernando Cortés lo alzaron por capitán por el rey y no por don Diego Velázquez el adelantado, y luego hizo capitanes y generales, que fue el uno don Pedro de Alvarado, y su hermano Jorge de Alvarado, y Gonzalo de Sandoval, segundo capitán, Cristóbal de Olid, Andrés de Tapia, personas nobles y por sus personas valerosas. Navegando por la mar aportó el armada a la isla que se llama Cozumel que es en tierra firme y la costa en la mano. Pareció en la costa un hombre que venía corriendo y capeando con una manta, y un bergantinejo le tomó, y súpose cómo era cristiano que se llamaba Hernando de Aguilar, el cual y otro su compañero habían escapado en poder de indios de una armada que allí había dado al través8. Andando más adelante, costeando, llegando al río ya dicho de Grijalva adonde entraron, y el dicho Cortés mandó sacar dos caballos armados y ciertos ballesteros y escopeteros y peones a resistir el ímpetu de los indios que venían de guerra, los cuales serían hasta cuarenta mil hombres, poco más o menos, donde los tiros que se jugaron y las ballestas que tiraban y los caballos que corrían mataron muchos de los indios, por manera que como cosa nueva para ellos, atemorizados, huyeron y dejaron el campo9. Luego otro día vinieron de paz y se dieron por vasallos del emperador, y trajeron bastimentos y comida con que los españoles se holgaron y regocijaron, y así mismo trajeron un presente de mantas y ocho mujeres por esclavas, y entre ellas una que se llamó Marina, a la cual después pusieron Malinchi, la cual sabía la lengua mexicana y entendía la lengua del dicho Aguilar que habíamos tomado en la costa10, porque había estado cautivo seis o siete años, de lo cual se recibió muy mucha alegría y contento en todo el real. De allí se embarcaron en los navíos y fueron, costa costa, buscando puerto, y poco a poco llegamos al puerto que se dice de San Juan de Olúa, que por otro nombre se dice de Lúa, y el capitán mandó que saliesen ciertos españoles con él a tierra, y visto por los naturales de ella cosa tan nueva para ellos y que nunca tal cosa habían visto, se dieron al dicho capitán y a su gente de paz, y les trajeron mucho bastimento y comida y presente de ropa y otras cosas. Aquí dieron un presente de un sol de oro en unas armas, y una luna de plata y ciertos collares de oro, lo cual se envió al emperador. Allí junto adonde estábamos aposentados, había una provincia que se llamaba Quetlaxtla, de más de cuarenta mil casas, y cerca de ésta había otras muchas provincias de pueblos muy grandes y poderosos; y de aquí tuvo noticias el rey de la tierra, que se llamaba Motecsuma, cómo eran llegados los dichos españoles, a los cuales pusieron por nombre theules, que quiere decir dioses, y nos tenían por hombres inmortales. Y luego el dicho rey envió sus embajadores con muchos presentes de oro y collares al dicho Hernando Cortés y a su gente, y esto muy muchas veces. El dicho Hernando Cortés mandó a la gente que se embarcasen unos por mar y otros por tierra, en donde los que veníamos por tierra llegamos a un pueblo que se llama Senpoal, el cual estaba metido en una gran llanada y puesto y situado entre dos ríos, pueblos de mucha arboleda y frutales y de mucho pescado, en donde el dicho capitán Hernando Cortés y su gente fueron muy bien recibidos de los naturales, gente muy buena y muy amiga de los españoles, y siempre les fueron leales. Contáronse en aquel pueblo pasadas de veinte mil casas, de donde se partieron y fueron más adelante a buscar otro puerto a otro pueblo, que después se llamó la Vera Cruz, en donde los españoles se aposentaron en un pueblo junto a la mar; y como los españoles viesen tanta noticia, por la dicha lengua Marina y Aguilar, de la grandeza de la tierra dentro, hubo muchos hidalgos y personas nobles que se volvieron o querían volver. Díjose que lo hacían unos de miedo, otros por dar relación de la tierra al adelantado don Diego Velázquez, lo cual fue causa de mucha alteración. Considerado esto por Hernando Cortés, se hizo con ciertos extremeños amigos suyos, mas empero sin darles cuenta de lo que tenía acordado hacer, mandó llamar a un compadre suyo, maestre de un navío, muy su amigo, al cual rogó en secreto que aquella noche entrase en los navíos y les diese a todos barrenos, habiendo mandado salir la gente primero a tierra (a); y así el dicho maestre entró en los navíos sin que nadie lo viese ni pensase lo que había de hacer y los barrenó, y otro día de mañana amanecieron todos los navíos anegados y dados al través11 salvo una carabela que quedó. Visto por los españoles se espantaron y admiraron y, en fin, hicieron de las tripas corazón, y disimularon el negocio; mas empero no de tal manera que no se sintiesen, porque un Juan Escudero y Diego de Ordaz, dos personas nobles, y otro que se decía Umbría, trataron entre sí de tomar la carabela e ir a dar nueva de lo que pasaba al adelantado don Diego Velázquez; lo cual venido a noticia del dicho capitán Hernando Cortés los hizo parecer ante sí, y, preguntándoles que si era verdad aquello que de ellos se decía, dijeron que sí, que querían ir a dar nuevas a don Diego Velázquez. El dicho Hernando Cortés los mandó luego ahorcar; y al dicho Juan Escudero, al cual no le quiso guardar la hidalguía, de hecho, lo ahorcó; y al Ordaz por ser hombre de buen consejo y tener a todos por rogadores y así se quedó, por manera que Ordaz no murió porque los capitanes rogaron por él12. Por manera que este hecho, y el echar los navíos a fondo, puso mucho temor y espanto a todos los españoles, después de lo cual Hernando Cortés, a cabo de pocos días, mandó se hiciese allí una villa, y dejó en ella poblados cuarenta o cincuenta españoles con un capitán que se llamaba Escalante, que quedaba también por teniente. Hecho esto, mandó a don Pedro de Alvarado que con ciento y cincuenta hombres caminase la vía de México, y él con otros tantos se partió para allá, y fuéronse a juntar al despoblado, y caminando por él fueron a dar a unas poblaciones grandes sujetas al dicho Motecsuma en donde salieron de paz y dieron bastimento al dicho Hernando Cortés y su gente. Caminando más adelante llegaron a vista de una provincia grande que se llama Taxcala, en la cual parecieron y se vieron muchas poblaciones y torres a su modo de ellos, siete u ocho leguas de llanos se parecía, en los cuales se hallaron y vieron gente de guerra sin cuento con muy buenas armas a su modo, conviene a saber, con echcaupiles de algodón13, macanas14 y espadas a su modo15 y mucha arquería, y muy muchos de ellos con banderas y rodelas de oro y otras insignias que traían puestas y ceñidas a las espaldas, las cuales le daba un parecer y semblante fiero, porque venían tiznados16 haciendo muy malos gestos y visajes17, dando muy grandes saltos, y con ellos muy muchos alaridos, gritos y voces que causaban en los que los oíamos muy gran temor y espanto, tanto que hubo muchos españoles que pidieron confesión; mas empero, el dicho capitán Hernando Cortés se mostró muy magnánimo y de bravo y fuerte corazón, y así hizo un razonamiento animando a los soldados, que fue causa de que se les quitase parte del temor que cobrado habían, y así puso en buena ordenanza a la gente de pie y de caballo para poder dar batalla. Y yendo con aquel concierto y orden por el camino, que era muy ancho y bueno, llegamos a la salida del monte el cual estaba todo enredado con sogas de esparto, a manera de cerca, para estorbarnos el camino. Y luego salido Cristóbal de Olid con otro de caballo, como hombre esforzado, a dar en la gente de guerra, y como los caballos iban corriendo con sus cascabeles y los tiros se dispararon, los indios espantados de ver cosa tan nueva se detuvieron un poco, y solamente dos indios aguardaron a los de a caballo, uno de una parte del camino y otro de la otra, y el uno de ellos cortó de un revés todo el pescuezo del caballo donde iba Cristóbal de Olid, y luego el caballo murió (b); y el otro que estaba de la otra parte tiró otra cuchillada al otro que iba a caballo, y cortando toda la cuartilla del caballo18 en el cual hizo el golpe, cayó también como el otro, muerto. Visto aquel atrevimiento los del ejército, se espantaron; mas no por eso dejaron de seguir tras ellos, en donde hubo muchos reencuentros, y cercados de todas partes se fueron defendiendo con mucho ánimo; y aquí en aquel hecho se mostró muy animoso y valiente Hernando Cortés, peleando valerosamente y animando la gente. Los de caballo que quedaban con el artillería, que eran once, poco a poco nos fuimos defendiendo un gran rato hasta llegar a un cerro redondo en el cual estaba una población, y arriba una iglesia a su modo en donde el dicho capitán se aposentó e hizo fuerte con todos los demás españoles, que pareció haber Nuestro Señor puesto allí aquel cerro para nuestra defensa (c). Estuvimos quince días alojados en aquel cerro, cada día de los cuales fuimos de los indios por todas partes combatidos y guerreados, y como el cerro era redondo y la tierra llana salían los caballos y escopeteros y ballesteros, y tirando con el artillería hacíaseles mucho daño a los indios de guerra, que por todas partes estaba la tierra cuajada de ellos. Lo que comíamos era que como toda la tierra era población hallaban los españoles algún maíz y melones de la tierra y unos jagüeyes de agua llovediza bellaca19 en donde se pasó mucho trabajo. Los indios venían por todas partes, así al alba como al cuarto del alba20, a dar guerra, de la cual siempre los dichos naturales salían heridos y muertos, y de los nuestros ninguno, que parecía cosa de milagro, porque de los nuestros no hubo ninguno. Duró como tengo dicho aquella guerra o batalla catorce o quince días con sus noches; aquéllos nos tenían por dioses inmortales viendo que de ninguno de nosotros había muerto, y así muchos de ellos dejaban el campo y se venían al real de los españoles con manzanas y pan, los cuales venían armados y solamente venían, a lo que después pareció, a ver el modo y arte que teníamos, y presentaban al dicho capitán lo que traían y no hablaban palabra sino que todo se les iba en mirar por dónde poder entrar. Venían también de noche, a los cuales mandó el capitán decir, con la lengua21, que no viniesen de noche porque aquellos caballos y hombres los matarían, y también les mandaba decir que dijesen a los demás sus compañeros que por qué le daban guerra, que él no se la quería dar, sino que iban de camino a ver a Motecsuma, y así les rogó que no le diesen guerra. El dicho capitán, con los demás capitanes y gente que traía, se mostraron muy animosos y nunca jamás desfallecieron ni perdieron el ánimo con verse cercados de tanta multitud de gentes; y así se tuvo muy gran vigilancia de noche y de día en guardarse de los contrarios, que por todas partes acometían y daban guerra; mas empero con mucho ánimo el capitán y los suyos los resistían valerosamente. Los indios venían todavía a media noche y al cuarto del alba a ver si nos podrían entrar en el real, pero las velas22, ya con su demasiado atrevimiento, enojadas, los tomaban y prendían a las cuales porque ya les habían avisado y mandado que no viniesen, y viendo el capitán que eran ya en aquello rebeldes les mandó cortar las narices y atárselas al cuello, y así los enviaba atemorizados sin matar a ninguno23. Viendo los indios que había ya tantos días que daban guerra de noche y de día y que no mataban a ningún cristiano, se arredraron24 un buen espacio del dicho cerro, y ya como cansados no daban tan recios combates como solían. Hernando Cortés, el capitán, siendo como era tan solícito y animoso, vio desde su aposento, como una legua de allí, poco más o menos, que se hacían grandes humadas, donde daban a entender que allí había mucha gente de guerra; y así se determinó, como ya los indios aflojaban, de tomar una noche con algunos soldados y seis hombres de a caballo de ir a ellos allá a la media noche con hasta cien hombres, y así concertado, venida la noche aplazada para el efecto, el capitán con sus soldados empezamos a marchar y caminar con muy mucha quietud y silencio, y a cabo de un rato que con mucho ánimo íbamos caminando, súbitamente el caballo en que iba Hernando Cortés empezó a temblar y cayó aturdido en el suelo, y el capitán, con un ánimo invencible, sin cobrar punto de turbación, no por eso dejó de caminar, antes se dio muy mucha prisa a andar y a tener compañía a los que iban a pie (d). Algunos hubo que le dijeron: "Señor, mala señal nos parece ésta, volvámonos". A los cuales respondió: "Yo la tengo por buena, adelante". Andando más adelante cayó otro caballo de la misma manera, y persuadiéndole al capitán la vuelta, él como magnánimo y de grande esfuerzo dijo: "Nunca plega a Dios que yo vuelva atrás, adelante". Y de esta manera cayeron todos los caballos que quedaban, por manera que con todo esto con mucho esfuerzo los animó como capitán valeroso que pasasen adelante, porque no había de parar hasta llegar a los indios y sus humos. A poca de hora que aquello pasaba, el mozo que había quedado con el caballo del capitán trujo el caballo bueno y sano en el cual subió el dicho capitán, y de esta manera trajeron los otros cinco sanos y sin mal ninguno. Visto aquello los que allí iban, recibieron mucha alegría y contento; y así llegaron donde las dichas humadas se habían hecho, que era una gran población, la cual se decía Zumpanchinco, en donde yendo como íbamos con mucho silencio los tomamos a todos durmiendo y descuidados de nuestra venida. Visto aquello por Hernando Cortés, mandó que ninguna persona tocase a ningún indio, ni hiriese a nadie, ni les hiciese otro mal ninguno, ni les tomasen maíz ni otra cosa alguna so graves penas; y así mandó cercar los aposentos donde dormían, no para más de que no se saliesen, y él entró allá dentro donde había mucha gente de guerra de los taxcaltecas durmiendo, y con algún ruido que oyeron recordaron; y ya que amanecía, viendo los capitanes y la gente que allí estaba que no les había hecho ningún mal ni daño, mandolos llamar ante sí Hernando Cortés, donde vinieron mucha gente a los cuales habló con la lengua Amalinchi y Aguilar, diciéndoles cómo ya habían visto que él se había defendido de todos ellos y que a ninguno de sus compañeros ni a él habían muerto; que de ellos habían muerto muchos no lo queriendo él hacer sino que ellos mismos le habían estorbado el camino y fueron causa de su daño, "por manera que bien habéis visto la verdad, pues que os hemos tomado solos durmiendo y no os hemos querido matar ni hacer daño ninguno; y porque veáis la verdad salid por vuestro real y miradlo y volved y si alguna cosa hubiere yo os lo haré volver luego; lo que os ruego es que para mis soldados me deis algún bastimento"25. Los indios salieron fuera y miraron por todas partes y, como no hallaron ningún daño hecho ni tampoco ninguna gente muerta sino que todo pasaba a la letra como el capitán lo había dicho, dieron muy muchas gracias por ello; y así, viendo el buen tratamiento y voluntad que Cortés les hacía y mostraba, dieron muy mucha cantidad de maíz y aves que hubo para todo el real a donde ya Hernando Cortés se había ido, y los españoles se alegraron mucho y mataron la hambre. De manera que aquellos indios y capitanes, advirtiendo el buen tratamiento que con ellos se había usado, se partieron luego para la ciudad de Taxcala en donde dando relación a los señores y ciudadanos de lo que pasaba y de cómo no les habían hecho ningún mal ni daño, recibieron muy gran contentamiento y todos ellos juntos determinaron de ir a ver al dicho capitán Hernando Cortés y a su gente, y llevaron consigo mucho bastimento y pan hecho26 y frutas de las que en su tierra había, con lo cual y con sus personas se presentaron delante de Hernando Cortés y le dieron el parabienvenido27, en donde todos ellos juntos le hablaron que fuese muy bien venido y que ellos no le habían dado guerra, excusándose mucho del hecho pasado y culpando a los chichimecas y otomíes, que eran sus vasallos, dando a entender que era una gente desbaratada28 y que ellos sin parecer suyo habían hecho aguella guerra; a los cuales el capitán dio muchas gracias por ello y les dio unos collares de cuentas con que ellos se alegraron mucho, y le rogaron de parte de los señores y ciudadanos de Taxcala que se fuese a ver y holgar con ellos. El capitán se lo agradeció mucho y determinó hacerlo así e irse con ellos. Podría haber hasta la dicha ciudad cinco leguas, el cual camino estaba todo lleno de gente y poblado, cosa que a todos nos puso muy grande admiración de ver una cosa tan grande y tan amplia población. La dicha ciudad podría tener hasta cien mil casas y, antes que en ella entrásemos, salieron los señores de ella con muchos presentes de ropa, que ellos usaban, y comida, de manera que a cada caballo ponían una gallina y su pan, y a los perros así mismo y a los tiros; por manera que fue muy grande el regocijo y contentamiento que aquellos señores hubieron con nuestra venida, y nos aposentaron muy bien en unas muy lindas casas y palacios en donde cada día daban de comer gallinas, aves y frutas, y pan de la tierra29 que bastaba para todo el ejército, con muy gran regocijo y alegría. El capitán Hernando Cortés les hizo una plática muy alta y muy buena, agradeciéndoles mucho su buena voluntad, dándoles a entender cómo era venido a aquellas partes por un gran rey cristianísimo para les favorecer y ayudar, y entre muchas pláticas que entre ellos pasaron dijeron que se daban por vasallos de su majestad, y que ellos le obedecerían y servirían en todo lo que ellos pudiesen. Y así cierto fue verdad, y no diré otra cosa porque ya estoy al cabo de la vida. Porque ellos cumplieron y cumplen hasta el día de hoy, porque los dichos taxcaltecas en todos los rebates30 y reencuentros de guerra que los mexicanos hubieron con los cristianos les favorecieron y ayudaron con todo su poder, hasta por ellos poner muchas veces la vida al tablero31, como pareció después claro, por lo cual los dichos taxcaltecas merecieron mucho, y el rey nuestro señor tenía y tiene obligación de tenerlos en mucho y ponerlos en toda libertad. Estuvimos en aquella ciudad algunos días descansando y tomando reposo del trabajo pasado. Motecsuma, señor y emperador de la tierra, sabida la guerra que con los taxcaltecas catorce o quince días había durado, concibió miedo y espanto de ver que el capitán iba encaminado a su gran ciudad, y así enviaba siempre embajadores y señores principales con presentes de collares y oro, rogándoles que no fuese a su ciudad porque estaba metida y asentada en una laguna, y que se hundirían los caballos y nosotros, persuadiéndole siempre que allá no fuese. Y así, el dicho Motecsuma, según pareció, tenía puesto en los caminos un gran ejército aunque no le vimos más de por relación que nos fue hecha. Sabido por Magiscaçin, señor de Taxcala, y los demás señores que era a México nuestra derrota32, dijeron al capitán: "Señor, no entréis en México, porque sabed que el señor de allá usa de traición y os matará, y así lo tiene determinado; por tanto, mira lo que hacéis y si mandáis, daros hemos grande ejército para que entréis". El capitán les respondió que él se lo agradecía muy mucho, y que en ello hacía muy gran servicio al rey, y que no quería llevar gente, sino poca; que le enseñasen el camino. Y así, ciertos señores y capitanes se partieron con él33. Cuarta jornada Salido Hernando Cortés capitán, con su ejército, de la ciudad de Taxcala, caminando para otra ciudad que se llamaba Cholula, ciudad grande y aliada de Motecsuma, que tendría entonces cincuenta o sesenta mil casas, todas en sí muy apeñuscadas34 y juntas, con sus azoteas muy buenas; esta ciudad está asentada en un sitio llano y muy grande con un río que le pasa por delante; había en ella muchas torres y muy espesas de las iglesias que ellos tenían, la cual nos puso admiración de ver su grandeza y torrería. Tenía esta ciudad continua guerra con los taxcaltecas. En medio de aquella ciudad estaba hecho un edificio de adobes, todos puestos a mano, que parecían una gran sierra, y arriba dicen que había una torre o casa de sacrificios, la cual entonces estaba deshecha35. Todos estos ciudadanos tenían buenas casas de azoteas y sus pozos de agua dulce. Delante, a un estado36, tenía esta ciudad gran circuito de sementeras, labranzas, y eran tan guerreros que no temían a los taxcaltecas. Por manera que al tiempo que ya entrábamos en la ciudad salieron ciertos sacerdotes, vestidos a su modo, incensándonos por delante de nosotros, sin hacer razonamiento ninguno. Visto por los señores de Taxcala, dijeron al dicho capitán: "Sabed, señor, que esta manera de recibimiento es mala, y dan a entender que están de guerra, y os quieren sacrificar o matar; por tanto estad apercibido con vuestros españoles, que nosotros os ayudaremos". Y así entramos en la ciudad en unos aposentos grandes que eran de unas iglesias suyas donde nos aposentaron, en donde ninguna cosa dieron al dicho capitán y su gente si no fue cántaros de agua y leña, y los dichos taxcaltecas proveían al ejército todo lo mejor que podían. La ciudad estaba despoblada de gente; dieron a entender que lo hacían de miedo o que estaban de guerra. El dicho capitán, viendo que tan mal lo hacían y que no les daban ningún mantenimiento para su gente, mandó llamar a unos indios de aquellos que traían agua y leña y no otra cosa, a los cuales dijo por las dichas lenguas, que se maravillaba de ellos en no darle ningún bastimento para comer; que les rogaba y hacía saber que él no venía a darles guerra ni hacerles mal ninguno sino que iba su camino derecho a ver a Motecsuma a México, y que si no les daban el mantenimiento necesario les hacía saber que lo había de buscar por las casas y se lo había de tomar por fuerza; y así se lo apercibió y rogó ciertas veces hasta que se cumplieron cinco días sin dar cosa ninguna ni hacer caso de lo que el capitán les decía y rogaba. Lo cual visto por los capitanes y nobles del ejército requirieron a Hernando Cortés les diese guerra o buscase mantenimientos para el ejército, porque padecían necesidad; a los cuales respondió, que esperasen algunos días para ver si venían de paz; pero fue tan importunado con requerimientos de los capitanes que les diesen guerra, que mandó el capitán Hernando Cortés que matasen a aquellos indios que traían agua y leña; y así los mataron, que serían hasta dos mil poco más o menos. A algunos pareció mal este mandato, porque bien se pudiera disimular y pasar37. De manera que el dicho capitán y su gente se partió de esta ciudad camino de México para ir a ver a Motecsuma. Magiscaçin señor de Taxcala, con otros señores, le dijeron y avisaron que no entrase en México porque era una ciudad puesta en una laguna, y que el señor de ella era cauteloso y que no guardaba palabra y que le matarían, y que de más de esto le hacían saber cómo cerca de allí estaba un ejército grande de Motecsuma para matarlos, que por tanto mirase lo que hacía; y el dicho Hernando Cortés, capitán, como hombre de valiente ánimo, todavía se determinó en seguir su jornada.
contexto
Eumenes de Pérgamo murió en el 159 y ascendió al trono su hermano Atalo II. Las relaciones con Roma siguieron siendo estrechas y clientelares. Así, por ejemplo, cuando Roma reconoció la independencia de Galacia, Atalo renunció a las pretensiones que Pérgamo tenía sobre la misma y acató la decisión de Roma. En el 156, Prusia, rey de Bitinia, invadió Pérgamo pero el Senado intervino y obligó a Prusia a retirar sus tropas del territorio de Atalo. Éste había tomado parte en la guerra de Roma contra Andrisco y en la de Corinto del 146, obviamente en el partido romano. Cuando murió en el 136 a.C., ascendió al trono Atalo III, hijo de Eumenes. Este fue un personaje extraño, dotado tal vez de un cierto escepticismo político o de un sentido pragmático que le llevó a reconocer la situación real (de pura ficción soberana) de Pérgamo. La cuestión es que firmó un testamento por el cual cedía su reino como herencia a Roma. Las razones que justifican esta decisión ciertamente no son muy conocidas. Sin duda la personalidad de Atalo III fue un factor decisivo, pero también podrían añadirse otras tales como amenazas externas o incluso internas, si es cierto lo que cuenta Diodoro Sículo sobre las matanzas que éste había llevado a cabo en su reino. Jurídicamente, el testamento era válido y conforme a la naturaleza de las monarquías helenísticas, que contemplaban que el rey era el máximo propietario privado del reino. Mediante este singular procedimiento, Roma se anexionó el territorio de Pérgamo y la convirtió en la provincia de Asia en el 133-129 a.C. La situación del Egipto ptolemaico, después de la guerra de Antíoco, era bastante confusa. El poder se dividió entre dos hermanos: Ptolomeo Filometor y Ptolomeo Evergetes. Pero en el 164 a.C. una sublevación había derrocado a Filometor. Roma arbitró una solución: a Filometor le correspondían Egipto y Chipre y al hermano menor, la Cirenaica. El arreglo, no obstante, duró poco puesto que Evergetes se hizo con Chipre y las luchas entre ambos continuaron. Roma decidía e intervenía en Egipto con total libertad y si la situación no acababa de resolverse es porque entre los senadores romanos había partidarios de Filometor -como Catón, por ejemplo- y de Evergetes. Éste redactó así mismo un testamento, en el 153, según el cual si moría sin herederos, dejaba la Cirenaica a Roma. Este testamento no se ejecutó, pero es significativo respecto a la debilidad de los reinos helenísticos y de la sujeción a Roma, a la que reconocían como dueña inevitable de sus destinos políticos. Así, por ejemplo, lo evidencia el hecho de que Filometor, aprovechando los desórdenes del reino seléucida, lo invadiese en el 147 y recuperase la Celesiria. Pero si no se decidió a reunir los dos reinos fue por el temor a la cólera de Roma. Poco después, este rey murió y su hermano continuó como monarca único de un Egipto convulsionado por revueltas sociales y atroces crímenes dinásticos . Por su parte, la suerte del reino de los seléucidas no era más envidiable que la de Egipto. Tras la muerte de Antíoco III el reino fue asignado a su hijo de nueve años, Antíoco IV, actuando como regente Lisias. El Senado romano decidió enviar a tres senadores para que actuasen como tutores del niño rey. Tutores ciertamente muy especiales, pues entre sus funciones figuraban las de matar a los elefantes adiestrados para la guerra y destruir las naves de Antíoco IV. Su actitud provoco una revuelta durante la cual fue asesinado el jefe de la delegación, Cneo Octavio, en el año 162. Lisias envió disculpas al Senado, pero aúnque fueron aceptadas, en Roma -con la complicidad de un sector de senadores, además de la de Polibio- se fraguó un nuevo plan político para el reino seléucida. Puesto que en Roma tenían como rehén a Demetrio, hijo de Seleuco IV, éste fue enviado allí con el propósito de reivindicar la herencia de su padre. La primera medida fue el asesinato de Lisias y el joven príncipe. Posteriormente, Demetrio sometió a su poder todo el reino y fue reconocido por Roma en el 160. Las revueltas dinásticas y los continuos aspirantes al trono marcarán todo el proceso posterior hasta que Roma, varios años después, se asienta en Asia Menor, transformando Pérgamo en la provincia romana de Asia. El último rey de la dinastía, Demetrio II, debió de recuperar el trono tras enfrentarse a un usurpador, Alejandro Bala, que se hacía pasar por hijo de Antíoco IV, y a un soldado llamado Tritón que, convertido en regente -y asesino- del hijo de Alejandro Bala, se había hecho con el poder. Durante los últimos años del reinado de Demetrio II, las ciudades se hicieron independientes del poder real. La insumisión se extendía a lo largo del territorio de los antiguos seléucidas y las monarquías helenísticas vivían sus últimos años en medio de una inestabilidad política total, hasta el momento de la intervención decisiva de Roma.