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En Egipto los orígenes de la agricultura parecen remontar al Paleolítico; sin embargo, esto no quiere decir que se hubiera pasado de la economía recolectora a la productora. En realidad, la vida sedentaria comienza en la primera mitad del V Milenio, o quizá algo antes, lo que permite establecer un período predinástico que se prolonga aproximadamente hasta el 3000, fecha en torno a la que se produciría la unificación del Alto y el Bajo Egipto. De esta manera se produce una coincidencia entre el comienzo del III Milenio y los orígenes del Antiguo Reino, que se desvanece tras la VI dinastía en medio de una tremenda descomposición política hacia el 2200. Ese es el momento en que se abre el denominado Primer Período intermedio que se prolonga hasta la dinastía XI, cuyo faraón Montuhotep restaura el poder central poco antes del 2000.
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El Reino nigeriano de Benín, fundado en el siglo XI, limitaba al Este con el río Níger, al Sur con el Atlántico, al Norte con la sabana y al Oeste con los reinos yorubas. Fue el reino que desarrolló un arte escultórico más completo y perfecto por encargo de sus "obas" o reyes, en materiales tan diversos como bronce, hierro, marfil, cerámica y madera. El arte africano figurativo se refugio en el Reino de Benín, conforme el Islam con su prohibición de realizar esculturas de seres vivos fue avanzando por los distintos reinos negros. En Benín se realizaron magníficas estatuas, mascaras, representaciones divinas de antepasados, y también objetos más modestos e instrumentos musicales, siendo las piezas más antiguas hasta ahora conservadas unas máscaras del siglo XV. Este arte tenía una función político-religiosa en las ceremonias de culto y en los rituales de los reyes, cuyos poderes tenían casi siempre una base religiosa. Los "obas" o reyes detentaban todos los poderes y estaban dotados de fuerzas sobrenaturales, manteniéndose alejados del pueblo, excepto en las grandes ceremonias religiosas en las que se efectuaban sacrificios humanos. La base del poder económico de los "obas" era el monopolio sobre el comercio de esclavos, de marfil y las semillas de palma; esta riqueza les permitió crear la gran ciudad de Benín, su residencia, de forma rectangular y rodeada de una alta muralla de barro con un gran foso, con casas de arcilla en calles rectangulares en donde había altares en los que se rendía culto a los antepasados. El gran palacio del oba, era a su vez una ciudad dentro de la ciudad, rodeado por recinto amurallado en donde se encontraban varios edificios y patios. En 1485, reinando Ozolva, decimoquinto oba, llegó a Benín la expedición portuguesa de Joao Alfonso d'Aveiro, iniciándose desde entonces un continuado comercio con los europeos, a la vez que hacían su presencia los primeros misioneros cristianos.
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Tras vencer a los austriacos en 1734, Carlos de Borbón se apodera de Nápoles con la ayuda española y crea el reino de las Dos Sicilias; siendo reconocido muy pronto por Francia en virtud del Primer Pacto de Familia, en 1737 lo harían los Estados Pontificios y a continuación el resto de los Estados italianos. En la primera década Carlos VII (1734-1759) quiso afianzar su poder con solidez y para ello llevó a cabo una política continuadora, facilitando la adaptación de la clase dirigente local al nuevo Estado; mantuvo las instituciones existentes (a excepción del Consejo del Colateral, que fue sustituido por el Consejo de Estado), y respetó el equilibrio existente entre los órdenes y clanes. Pasados los primeros años, inicia su labor reformadora en una triple vía: delimitar las relaciones con la Iglesia en el plano económico y político; introducir cambios en el organigrama institucional para dotarlo de mayor eficacia y controlado por el Estado, fuera de influencia baronal, y la reforma económico-fiscal, introduciendo un cierto igualitarismo en el sistema impositivo. La oposición desatada entre las fuerzas conservadoras, la Iglesia y los grupos filoaustriacos, así como la evolución de los acontecimientos internacionales restó dinamismo a esta reforma, que prácticamente resultó un fracaso en la aplicación de las medidas adoptadas. De nuevo en los años cincuenta se volvió a relanzar, cuando se aceptaron muchos presupuestos de la Ilustración. La política con la Iglesia representa la acción reformista más prolongada y coherente de todas. Carlos retomó una tradición anticlerical existente en la sociedad napolitana, apoyada por dirigentes locales y nobles urbanos. El resultado sería la firma de un Concordato (1741) regulando las futuras relaciones entre los dos poderes: posibilidad al Estado de censar y tasar los bienes eclesiásticos y abolición de la Inquisición (1746). La política administrativa implicaba la recuperación del poder enajenado por la Corona, lo que hizo inevitable el choque contra la nobleza; entre 1734-1735 se ordenó una revisión de los feudos existentes y en 1738 se dicta una ley recortando la jurisdicción feudal. La política económica se despliega en una doble vertiente: impulsar la producción en todos los sectores y reforma de la hacienda. Las medidas mercantilistas se traducen en la creación del Supremo Magistrado del Comercio (1739) para incentivar las transacciones mercantiles, estimular las manufacturas locales, conceder exenciones a la exportación y apoyar la construcción naval. En cuanto a la política fiscal, se hizo un estudio pormenorizado de las finanzas reales, iniciándose la recuperación de una serie de derechos enajenados y asumiendo el Estado la administración y recaudación de todas las rentas. Del mismo modo se procedió a la realización de un catastro de las propiedades para redistribuir los impuestos más equitativamente entre todos los grupos sociales, aligerar las cargas a las comunidades más pobres y verificar la legitimidad de muchas exenciones existentes. En 1759, a la muerte de su hermano Fernando VI, Carlos abandona Nápoles para recibir la Corona española, dejando el gobierno en manos de un Consejo de Regencia, dada la minoría de edad de su hijo y heredero, Fernando IV (1759-1806), dirigido por B. Tanucci, que había sido su principal colaborador, junto a otros políticos como Genovesi, Filangieri, Longano, Galanti, etc. En estos primeros años se desplegó una intensa acción reformadora; dentro de la política eclesiástica, en 1762 se arbitró un procedimiento legal mediante el cual los eclesiásticos quedaban obligados a pagar al Estado un tercio de sus rentas. Tras el estallido de una violenta carestía en 1764 que se cobró millares de víctimas y dejó una secuela de hambre y ruina por doquier, la acción política se centró en erradicar ciertos problemas estructurales de la sociedad napolitana como la pobreza ancestral, la enorme corrupción de los poderes públicos, la ignorancia de los nobles y el poderío de los barones. En el campo donde todavía manifestó una acción más enérgica fue en la lucha antijesuítica. Como primera medida se dictó un decreto de expulsión similar al dictado en España (1767) donde se preveía la incautación estatal de sus bienes, y preparaba el camino a la reforma educativa realizada por Genovesi. En la enseñanza universitaria se introdujeron nuevos planes de estudio donde se primaban las disciplinas científicas y técnicas y la lengua italiana; las escuelas primarias serían potenciadas en todas partes por los municipios y la enseñanza secundaria también experimentaría cambios. Donde la expulsión de los jesuitas tuvo mayores repercusiones fue en Sicilia, donde su ingente patrimonio agrario, cercano a las 45.000 hectáreas, fue repartido, mediante contratos enfitéuticos, a los campesinos en lotes medianos, pero la insuficiencia de medidas que acompañaran el proceso como ayudas para la puesta en cultivo de las tierras o exenciones fiscales durante unos años, hizo fracasar el proyecto. Junto a ella, se dictan otras medidas regalistas: reducción de los conventos, abolición de las cárceles eclesiásticas y supresión de los derechos feudales con destino a Roma. Años más tarde, fue enviado como virrey D. Caracciolo, siciliano ilustrado de ideas muy avanzadas en lo social, que desatará una sorda oposición contra el baronado, al decretar la libertad personal y laboral del campesinado, la ampliación de los poderes a los Consejos comunales en detrimento de los poderes feudales y la enajenación del patrimonio eclesiástico, así como proyectar la elaboración de un catastro al estilo piamontés. Su sucesor, Caramanico (1786-1794), continuaría su política; en 1789 suprimió todos los servicios personales acabando así con la servidumbre de la gleba, repartió bienes de la Corona mediante censos, puso trabas a la sucesión de feudos y permitió la transformación de éstos en propiedades alodiales.
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El antiguo ducado de Saboya aparece en la escena internacional transformado en reino independiente tras las paces de Utrecht, en cuyo organigrama europeo se concebía como Estado-tapón o barrera capaz de frenar el expansionismo existente entreAustrias y Borbones. Tiene su centro en Saboya pero se amplía con el Piamonte, habitado por unos 3.000.000 de habitantes, Monferrato y algunos territorios lombardos, y con Sicilia, permutada por Cerdeña en 1720. La capital, establecida en Turín, acabó convirtiéndose en una de las más modernas de Europa, y sus monarcas transformaron lo que era un antiguo feudo familiar en una Monarquía absoluta, plenamente integrada en la comunidad europea. Ante un panorama político donde lo característico eran las diferencias administrativas y las autonomías locales bajo la dirección de la nobleza y el clero, Víctor Amadeo II (1713-1730) se planteó perfeccionar la estructura del Estado desde una óptica centralizadora. Para ello procedió a radicales reformas: centralizar el sistema impositivo, acabar con las diferentes monedas existentes saneando el sistema monetario-financiero y anular los abusos y privilegios de los grupos dirigentes. Esto se traduciría en una progresiva reducción de los poderes feudales. Al mismo tiempo, se adopta una política económica mercantilista relanzando la industria de la seda (crece mucho la exportación de estos tejidos a Francia y Gran Bretaña) y de la lana. Sobre todo se tendió a impulsar las manufacturas locales para lograr un desarrollo armonioso. Carlo Emanuele III (1730-1773) desde su acceso al trono, más que continuar la acción reformadora prefiere consolidar los cambios realizados anteriormente y así lograr una gran estabilidad. Prosiguió la reorganización de la hacienda, y creó un moderno ejército, base de la defensa nacional al estallar la Guerra de Sucesión austríaca. Progresivamente, y gracias a la estabilidad social y política lograda, pudo relanzarse la política reformista de nuevo: supresión del derecho local y promulgación de una Constitución general; introducción de intendentes como agentes reales; y ya en los años 80-90 imposición universal y abolición del régimen señorial y de los feudos. Víctor Amadeo III (1773-1796) no aportó nada original a la política heredada, prolongando las medidas precedentes en una triple vía: potenciar la fuerza militar del reino, perfeccionar la administración central y ampliar el control real sobre la nobleza y el clero. Logró así un Estado centralizado y poderoso aunque con un cierto retraso económico. Tras la toma de la Bastilla brindó protección a muchos nobles franceses facilitándoles la residencia en el reino y, poco después, mediante alianzas con Austria (1792) y Gran Bretaña (1793) formaría parte de las coaliciones europeas en contra de la Francia revolucionaria.
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Los príncipes tebanos fueron incorporando los nomos del sur para consolidar la monarquía, momento que llegó con Montuhotep II que conquistó todo el país y los reunificó, organizándolo con energía y prudencia. Continúa con las campañas exteriores, dirigiéndose a Asia, Libia y Nubia mientras que sus sucesores reabren las rutas al Punt y al Egeo. La dinastía XII se inaugura gracias a una usurpación. Amenemhat inicia la época dorada de Egipto. La capital se establece en la desconocida Ity-taui, en el centro del país. Los nomos recuperan sus fronteras para evitar las luchas internas por lo que el faraón recibe importantes contraprestaciones. Sesostris III será el más importante monarca de este periodo, reforzando el papel de la administración central, creando una eficaz burocracia, al tiempo que desarrollaba una intensa política en Nubia. La dinastía XIII inicia un periodo de crisis denominado Segundo Periodo Intermedio que provocará la decadencia del poder central, ocupando los gobernadores un importante papel político. Esta decadencia será aprovechada por los hicsos, extranjeros procedentes de Palestina que pronto controlaron el poder del Bajo Egipto, estableciendo la capital en Avaris. En el sur se mantuvo independiente el reino de Tebas que se convertirá en el nuevo motor de la reunificación gracias a Ahmosis. El Imperio Nuevo se abre para Egipto.
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La Media histórica parece estar habitada por sus definitivos pobladores ya a finales del II Milenio. Y es probable que, al igual que las otras comunidades con las que comparte el espacio comprendido entre el lago Urmia y la Gran Ruta de Khorasán, poco a poco fuera adquiriendo formas complejas de organización social que desembocarán en un estado ya a finales del siglo IX, aunque las fuentes literarias sitúen su aparición en un momento mas reciente. La disolución del régimen igualitario se aprecia en el momento en el que surgen las aldeas fortificadas, cuyos más claros exponentes se encuentran en Gilán, aunque el más espectacular corresponda a Ziwiye, de donde procede un extraordinario tesoro, síntoma de la existencia de un príncipe que acumula los beneficios del excedente productivo. Desde el punto de vista del ordenamiento político, da la impresión de que las aldeas son independientes, lo que dificulta la concurrencia militar contra las tropas asirias que pretenden obtener mediante botín parte del excedente generado o bienes básicos ausentes en Mesopotamia. Precisamente, la unificación bajo un caudillo sería consecuencia de la presión militar de los grandes Estados vecinos, no sólo de Asiria, sino también de Urartu y de otros más pequeños, como Man, que en busca de recursos no hacían sino reanudar la antiquísima red de intercambios entre el altiplano y Mesopotamia a través del Zagros. En cualquier caso, el proceso de concentración del poder fue lento y tuvo como centro un lugar llamado Zakruti en torno al cual giraba la confederación que se estaba fraguando. No sabemos cuántos núcleos participaron en el proceso, pero en el siglo VIII las fuentes asirias mencionan más de cuarenta unidades independientes. Seguramente durante el reinado de Sargón II, esos pequeños principados quedarían integrados en una estructura estatal, con capital en Ecbatana. Allí residirían los antiguos jefes locales que constituyen desde entonces la aristocracia cortesana meda, en cuya composición afloran conflictos que se traducen en antagonismos políticos a lo largo de su historia. El liderazgo de la unificación lo habría desempeñado Deioces, según la información del historiador griego del siglo V, Heródoto, quien, al interesarse por el enfrentamiento entre griegos y persas en las llamadas Guerras Médicas, transmite una de las secuencias más completas sobre el desarrollo político de Media. Su fuente de información habría sido un medo que le relataría los recuerdos colectivos sobre la propia historia, dando así lugar al contenido del libro primero de las Historias (I, 96-100). Según este relato, Deioces, hijo de Fraortes, fue elegido rey por los habitantes de las aldeas que componían Media. Hizo de Ecbatana (actual Hamadán) su capital y organizó la corte bajo su poder absoluto, según los cánones de las monarquías orientales. Tras un reinado de cincuenta y tres anos, le sucedió su hijo Fraortes, que pereció combatiendo contra los asirios en el vigésimo segundo año de reinado, tras haber logrado la sumisión de los persas. Su hijo y sucesor Ciaxares decidió reorganizar el ejército con arreglo al armamento, lo que quiere decir que rompería con las formas de milicia tribal propias del periodo anterior, separando de ese modo arqueros, lanceros y jinetes, que antes no formaban más que una masa desorganizada. Con su flamante ejército atacó al lejano reino de Lidia, en Anatolia occidental, con el que mantuvo un conflicto de cinco años. Las hostilidades concluyeron tras la batalla del eclipse de sol (28 de mayo de 585). Un tratado de paz auspiciado por el rey Nabónido de Babilonia dio fin formalmente a la guerra, cuyos orígenes reales no podemos concretar. También durante su reinado sitúa Heródoto la invasión de los escitas, que produjo honda conmoción en el espacio próximo-oriental. Ciaxares perdió la hegemonía lograda en la región durante un período de veintiocho años en el que los escitas impusieron su poder. Pero finalmente, Ciaxares logró restablecer la independencia nacional y poco después murió, tras un reinado de cuatro décadas. Le sucedió en el trono su hijo Astiages, que decidió casar a su hija con un noble persa llamado Cambises; de ese matrimonio habría de nacer Ciro, el heredero persa que, tras deponer a su abuelo, unificaría los dos reinos. De ese modo se ponía fin a la dinastía de Deioces, sucintamente expuesta según la versión herodotea, que incurre en salvables contradicciones en el cómputo de los reinados. No obstante, si contrastamos esta información con la de los textos cuneiformes, la situación se complica. Por los anales asirios sabemos que Sargón II deportó a Hamath, actual Hama en Siria, a un tal Daiaukku que había entregado el territorio de los maneos a Rusa de Urartu, en el año 715. Este personaje parece más un maneo que un medo y Sargón, desde luego, no le confiere una categoría demasiado grande. Sin embargo, se asume en general que este Daiaukku es el Deioces de Heródoto. Por los datos que tenemos, no parece que Deioces-Daiaukku llegase a unificar a los medos bajo una autoridad monárquica; quizá Heródoto acumula en él parte de la obra realizada por sus sucesores. Por otra parte, según los testimonios asirios, el primer medo aparentemente capaz de aglutinar una coalición entre su pueblo, los maneos y grupos de escitas fue Kashtariti. No podemos afirmar quién es este personaje, pero parece coincidir con el que bajo el nombre de Khshathrita se menciona en la inscripción del relieve de Behistún, en la que se relata la versión canónica del advenimiento de Darío I al trono aqueménida. Sin embargo, tampoco por esta vía logramos identificar a este personaje con ninguno de los monarcas medos conocidos por las fuentes griegas. Otros documentos complican aún más la situación; sin embargo, la información de los textos cuneiformes, en concreto la Crónica Babilonia, y de Heródoto resulta más coincidente a partir del reinado de Ciaxares. Seguramente no se trata de una casualidad, sino que la información en ambas series comienza a ser más firme porque se hace más voluminosa conforme avanza el proceso de estatalización. Así pues, las pequeñas unidades autónomas, tribales o principescas, detectadas desde el siglo IX van transformándose en agrupaciones más complejas por necesidades productivas y de eficacia defensiva en un proceso arrítmico, en virtud de las coyunturas internas de Asiria y su relación con el mundo exterior. Independientemente de los liderazgos previos, parece claro que con Fraortes el reino medo alcanza su fisonomía estatal, logrando la integración de todos los habitantes de Media e incluso de ciertas poblaciones del Asia interior. Sus éxitos militares, sobre los maneos y Urartu le valieron el reconocimiento del propio Asarhadón. No obstante, la invasión de los escitas atenuó la construcción de un estado de corte oriental. Cuando Media se recupera, su grupo dirigente reanuda la concentración del poder en torno a Ciaxares, que puede afrontar hacia 596 las reformas necesarias para evitar nuevas situaciones como la que habían provocado los escitas. La expansión territorial motivada por la dinámica de las relaciones intertribales deja su lugar ahora a un expansionismo sistemático propio de la confrontación entre estados. Si desde el punto de vista territorial estamos ya ante un verdadero imperio medo, los procedimientos administrativos son muy rudimentarios y la burocracia poco sofisticada. El control de las conquistas se realiza mediante el procedimiento de los reinos vasallos, cuyas relaciones con Ecbatana debían de ser bastante heterogéneas. Y en esa dinámica de expansión, los medos entran en contacto con las grandes potencias. El propio rey de Babilonia, Nabopolasar, acude a Ciaxares en demanda de auxilio para deshacerse de Asiria; la nueva amistad se sella con el matrimonio del heredero, Nabucodonosor, con una hija de Ciaxares, en honor de la cual fueron construidos los famosos jardines colgantes de Babilonia. La debilidad del temido imperio obliga a Egipto a reconsiderar su interés en las alianzas, y decide brindar su ayuda al más necesitado, es decir, su antiguo enemigo, Asiria. Pero la suerte ya estaba decidida. La caída de Nínive en 612 es un símbolo significativo de los nuevos tiempos. Los despojos del imperio neoasirio se reparten entre babilonios y medos. A los primeros les corresponderá la Baja Mesopotamia y la parte occidental del Imperio, mientras que los medos obtendrán la parte septentrional de Asiria, los territorios montañosos al este del Tigris y buscaran una expansión natural por el noroeste, en la amplia Anatolia, donde florecen importantes reinos con intensas relaciones de intercambio con las ciudades griegas de la costa occidental. El primero de estos reinos con el que entran en contacto los medos será el de Lidia, donde reinaba Aliates. Tras cinco años de conflicto de resultados alternos, se llegó a una paz propiciada por la interrupción de una batalla a causa de un eclipse de sol, que ya los antiguos cronógrafos situaron correctamente: el 28 de mayo del año 585. La intervención del rey Nabopolasar fue decisiva para llegar al acuerdo de paz que establecía en el río Halys la frontera entre los reinos de Aliates y Ciaxares. Este conseguía un acuerdo internacional que reconocía su autoridad sobre la parte oriental de Anatolia, incluido el antiguo reino de Urartu, llamado ahora Armenia, seguramente como consecuencia de la llegada de abundante población de ese origen, que habría terminado provocando un considerable cambio en la composición etnográfica de la Anatolia oriental. Los territorios de Parsuash y Elam, en el sur, constituían una suerte de principado vasallo, con una línea dinástica propia que, a la larga, había de liquidar el propio estado medo. De todos modos, no conocemos suficientemente bien la organización del estado de Ciaxares; la apariencia es sólida, pero pronto se produce el colapso. En 585, le sucede su hijo Astiages, que estuvo treinta y cinco años al frente del reino. La buena situación en que lo había heredado le permitió afrontar las necesarias reformas administrativas orientadas a homologar la corte meda con las más suntuosas cortes próximo-orientales. Es probable que estos reajustes produjeran una reacción contraria en buena parte de la nobleza que veía perder sus prerrogativas; de hecho, algún dato aislado permite sospechar que no había gran tranquilidad política, por lo que se buscan nuevas alianzas, como el matrimonio de una hija del rey con un noble persa. El hijo de ese enlace, Ciro, ocupa como príncipe vasallo el gobierno provincial de Elam y Persia. Cuando este Ciro, nieto de Astiages, se subleva contra el poder central en el año 550, encuentra una corriente que lo apoya, incluso en el seno de la nobleza meda, descontenta con Astiages. En consecuencia, el fin de esta dinastía se vincula directamente a la fulminante expansión de la Aqueménida, con la que está emparentada desde Ciro, por lo que no es sorprendente la confusión etnonímica de los griegos. La defección de las tropas medas ante las persas convierte a Ciro en el monarca más poderoso de su época. A partir de entonces, Persia marcará el ritmo de la historia política.
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Dos reinos entre el África central y la meridional, el del Congo y el de Monomotapa, son los más conocidos del pueblo bantú. Cuando los portugueses llegaron en 1432 al Zaire, ya hacía siglo y medio que en el curso inferior del río Congo (llamado por los nativos Nzaïdi, y después transformado en Zaire) existía un gran reino, fundado por un personaje llamado Nimia Loukéni, procedente del Este. Una serie de circunstancias hicieron que se incorporasen diversos territorios al nuevo Estado cuya principal ciudad tenía por nombre Congo. El rey tomó el título de Mani-Congo, o sea señor del Congo. En su momento de mayor expansión en los siglos XV y XVI el reino se extendía del Bajo Congo al Norte, al río Kwanza al Sur y del valle del río Kwango al Este, hasta la costa atlántica. Seis fueron las provincias tradicionales, de las cuales las más importantes eran la Nsoundi al Norte y Mbamba al Sur. El descubridor portugués Diego Cao estableció pronto relaciones comerciales con dicho reino, llevando una legación negra a Lisboa en donde fueron tratados con todos los honores y recibieron el bautismo, con ello se había iniciado en 1491 una breve luna de miel entre el Reino del Congo y Portugal, que culminó con el bautismo de la propia capital Mbanza Congo que tomó el nombre de Salvador, y del propio rey, aunque muy pronto éste volvió a sus antiguas creencias. Muy pronto dentro de la sociedad congoleña se enfrentaron los partidarios de las creencias tradicionales, encabezados por el rey Mpanzou, y los partidarios del Cristianismo mandados por el príncipe Nzinga Memba, el cual vencedor tomo el nombre cristiano de Alfonso I (1506-1543), iniciándose un largo periodo de cambiantes relaciones con los portugueses. El Congo no fue un reino hereditario, ya que todos los parientes próximos al rey podían aspirar al trono, y era el rey quien antes de morir nombraba a su heredero o en su defecto era nombrado por un consejo electoral compuesto por tres miembros. El Congo era un reino rico cuyas bases económicas eran la pesca, la piel y el marfil de los elefantes, y la extracción de aceite, vino y vinagre de las palmeras. Sus tejedores tenían fama por lo bien que trabajaban las hojas de rafia y de las palmeras, así como por la elaboración de una esteras muy coloristas. Los primeros europeos consideraron a la sociedad del Congo muy refinada, sobre todo por su suave música de laúd, según escribe Pigafetta.