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Los especialistas han identificado a esta mujer como Maria Petersdr. Olycan, miembro de una de las familias más importantes de Haarlem y segunda esposa de Andries van der Horn, uno de los mayores exponentes de la sociedad de la ciudad holandesa, que aparece en el retato colectivo de oficiales y suboficiales de la milicia de San Adrián. La boda se celebró en 1638 por lo que algunos expertos piensan que podría tratarse de un retrato nupcial, conservándose el de su pareja también en el Museo de Sao Paolo. La dama aparece ataviada con sus mejores galas, un vestido negro adornado con cuellos y puños del típico encaje flamenco. En sus puños y cuello muestra sus ricas perlas mientras que de sus orejas cuelgan dos elegantes pendientes y un broche de oro se prende en su pecho. De esta manera Maria indica su elevado estatus económico y social, tal y como deseaban ser retratados los ricos burgueses. Pero Hals no se queda sólo en los detalles superfluos sino que profundiza en la personalidad de la dama al captar el expresivo gesto de su rostro y sus manos, iluminando la figura con una luz procedente de la izquierda, en sintonía con los retratos de Tiziano, conocidos a través de Rubens. El interés hacia la perspectiva tridimensional al proyectar algún elemento hacia el espectador -en este caso el abanico- será una práctica habitual en esta década de 1630, la de mayor éxito del maestro, al igual que será habitual el empleo de una factura rápida, aplicando el color directamente sobre la tela, sin necesidad de utilizar estudios preparatorios. Las pinceladas entrecruzadas y amplias serán imitadas por los impresionistas casi dos siglos más tarde, lo que indica la modernidad de los trabajos de Hals.
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La fama alcanzada en Londres por Van Dyck como retratista motiva su nombramiento como caballero. A partir de este momento su relación con la nobleza inglesa se estrecha hasta el punto de contraer matrimonio en 1639 con María Ruthwen, viuda del Conde de Gownis, caído en desgracia. Esto hace pensar que el retrato sea el de su flamante esposa, aunque no se expuso en el Museo del Prado hasta 1919 por no atribuirse a Van Dyck con seguridad. Es un retrato de medio cuerpo, la mujer viste un elegante y escotado traje azul, adornado con un tocado de hojas de roble; en sus manos porta un rosario. Al no llevar anillo de casada podría ser fechado antes de su matrimonio. Resulta muy curiosa la mirada altiva y el aire de desprecio, y es que Van Dyck no se limitará en sus retratos a mostrar el lujo de los trajes y sus exquisitos detalles, sino que centrará su atención en la expresión y personalidad del modelo para transmitir algo al espectador, positivo o negativo.
contexto
La reina María Teresa desde muy joven estuvo familiarizada con los asuntos del gobierno, ya que su padre solía llevarla a las reuniones de los Consejos para adquirir experiencia en la tarea de gobernar. Contrajo matrimonio con Francisco de Lorena, quien a pesar de haber sido reconocido emperador, no gobernó con su esposa, sino que se dedicó a las actividades financieras, llegando a multiplicar la fortuna de los Habsburgo. De este matrimonio tendría doce hijos, y ocho servirán a su madre como instrumentos de dominación e influencia: María Antonieta se casará con Luis XVI de Francia; María Carolina, con Fernando de Nápoles; María Amalia, con el duque de Parma; María Cristina, con Alberto Saxe-Teschen; Fernando, con María de Módena, y Leopoldo recibiría la Toscana a la muerte de su padre. De esta manera, mediante acuerdos matrimoniales, estrechó los lazos con los Borbones desarrollando una política europea basada en esta alianza y dirigida contra Prusia, el enemigo principal. Nada más acabar la guerra que le proporcionó el reino, María Teresa se volcó en conseguir un Estado fuerte y centralizado, y para ello se rodeó de colaboradores eficaces y partidarios del reformismo como Haugwitz (1749-1753) y Kautnitz (1753-1780). Al primero, lo que más le preocupaba era disponer de dinero, para ello intentó sustraer la percepción de los impuestos a los Estados y centralizarla en Viena aunque la carga fiscal luego se fijara de mutuo acuerdo; de este modo la reina podría contar con una renta anual de 15 millones de florines, que le servirían para mantener las cargas del Estado y un ejército disponible en tiempos de paz de 100.000 hombres. Más tarde se dedicó a reformar las instituciones dentro de una política centralizadora y asimiladora de los Estados. Se crean así el Directorio administrativo y financiero, dividido en siete secciones, dirigidos por consejeros privados provenientes de los Estados y dirigidos por él para gobernar todos los territorios a excepción de Italia y los Países Bajos, y la Corte Suprema para coordinar los Estados, asumiendo competencias judiciales y financieras de manera centralizada. Esto significaba la desaparición de la autonomía bohemia, cuyo gobierno fue abolido en mayo de 1749 y transformado en una simple corte de apelación; quedaría convertida, pues, en una provincia de un Estado federal. Hungría, a cambio, va a disfrutar una situación de privilegio, al mantenerse su estatuto particular y aligerarse sus cargas contributivas; de hecho la burocracia real en este reino se limitaba a una exigua presencia en ciertos servicios administrativos, las minas y las aduanas. María Teresa no olvidó nunca el apoyo prestado al estallar la guerra sucesoria, fundamental para ganar el conflicto. Tras la Guerra de los Siete Años (1756-1763) María Teresa adopta nuevas medidas centralizadoras: en 1761 crea un Consejo de Estado para gobernar Austria y Bohemia, con seis ministros a su cargo; un año después reemplaza al Directorio por seis departamentos ministeriales colegiados, convirtiendo a sus ministros en interlocutores con el Consejo de Estado; aumenta las atribuciones y competencias de la Cámara de Cuentas, que acaba siendo un auténtico Ministerio de Finanzas. El Consejo General de Comercio proseguirá su labor induciendo al desarrollo económico y estimulando la industria e, igualmente, mantiene la Corte de Apelación creada en los años cuarenta. Para los países hereditarios se crea ahora una Chancillería que consagró la autonomía húngara, y se establece un consejo propio, formado por aristócratas nombrados por la reina. No hubo una colaboración estrecha entre la reina y la aristocracia local y los intentos de Viena por hacer de Hungría un mercado colonial fue contraproducente. Al final venció el dualismo austro-húngaro, firmemente enraizado en la realidad danubiana. El aparato de administración de justicia también fue modernizado; se suavizan los métodos procesales, se reduce al mínimo la pena de muerte, se adecúan los delitos y las penas, y se inicia una política de conversión de las cárceles en establecimientos de trabajo. En materia económica no hubo un programa ni directrices oficiales sino que se fueron adoptando medidas según lo exigían las circunstancias; hubo una cierta apertura a las ideas fisiocráticas que se plasmaron en determinados estímulos a la agricultura, pero seguían vivos los supuestos mercantilistas, sobre todo en relación con la manufactura; se desarrolla una política de atracción de trabajadores y técnicos, especialmente tejedores, y se crean industrias por doquier: draperías en Linz, que llegó a tener unos 40.000 empleados en 1780, refinerías de azúcar, textiles, etc., y se limitan también las competencias de los gremios. Aunque María Teresa no tenía gran interés por el comercio colonial, se crearía una nueva Compañía del Levante, parecida a la anterior, y Trieste conocería un nuevo esplendor. En política social la reina se mostró partidaria de suavizar el régimen de servidumbre; para ello, en los años setenta dictó varios decretos reduciendo de cinco a tres los días de trabajo semanal a que estaban obligados los siervos, se facilitaba a éstos mayores expectativas de explotación de sus tierras y se reconocía el derecho de los campesinos a heredar las parcelas que tenían en usufructo. Sin embargo, no acabó con el sistema al no atreverse a desatar una resistencia entre la nobleza. Precisamente poco antes había habido una importante jacquerie en Bohemia que, precedida de una mala situación causada por condiciones climatológicas adversas, malas cosechas, hambre y extensión de una epidemia de peste que se cobró casi 200.000 víctimas, estalló en 1775 convirtiéndose en un amplio movimiento que demandaba cambios. Cuando fue sofocada, la reina, sin consultarlo a la Dieta, dictó la patente real de corvea que dividió a los campesinos en once categorías, según el tamaño y explotación de su parcela, y dependientes en gran medida del Estado. La preocupación pedagógica y el interés social de la educación en aras del progreso fue otro de los aspectos abordados con talante reformista. Primero fue una intención práctica: conseguir funcionarios capacitados en la Administración, pero después fue el intento de instruir a las masas, de elevar el nivel cultural de la sociedad y construir una sociedad moderna lo que hizo acometer una vasta empresa educativa. En 1760, el propio Directorio crea una Comisión de Instrucción Pública dirigida por Migazzi para reformar los estudios universitarios; nuevos planes de estudio harán mayor hincapié en el aprendizaje de las ciencias, los estudios de medicina cobran un gran auge, creándose una cátedra de cirugía y obligándose a los estudiantes a asistir a operaciones como observadores, también se organizan los estudios de farmacia y botánica. Se adoptaron nuevas técnicas pedagógicas y se creó un cuerpo de profesores laico. En este sentido fue fundamental la expulsión de los jesuitas, que hasta entonces controlaban la vida universitaria y la segunda enseñanza. Fueron así reformadas las dos universidades más importantes del reino, Viena y Praga. Tampoco se descuidaron los estudios jurídicos y fueron incorporados como profesores altos funcionarios con experiencia judicial. La enseñanza secundaria, privada de sus colegios y profesores religiosos, necesitaba una nueva organización; bajo presupuestos secularizadores se elaboraron nuevos planes de estudio y se abandonó el estudio del latín para ceder paso al alemán, matemáticas, historia y geografía al tiempo que se formaban nuevos cuadros docentes. Como colofón, también se atendió la instrucción primaria con aire renovador; desde 1774 se impulsa la creación de escuelas en los distritos rurales, se intenta una alfabetización profunda y se crean también escuelas de maestros al estilo prusiano en muchas capitales para formar buenos profesores. La política exterior de estos años estuvo marcada por la alianza francesa (hasta 1792) y el temor a Prusia. En la parte oriental, los turcos dejan de ser una amenaza y sólo aparece Rusia, poderosa y en expansión, como elemento de desequilibrio territorial, por lo que es mirada con recelo por la diplomacia austriaca. No obstante, cuando la paz de Kutchuk entre Turquía y Rusia saldaba nuevas delimitaciones fronterizas, Austria recibió Bukovina, poblada de rumanos, que pronto será colonizada y que sería un punto estratégico fundamental entre Galitzia y Transilvania. Al mismo tiempo, la cuestión polaca se puso de manifiesto, y cobra fuerza la idea del reparto entre rusos y prusianos. Al principio María Teresa duda pero se impuso la tesis defendida por su hijo y Kautnitz y se aviene a participar en él, recibiendo la Galitzia, poblada con unos 2 millones de habitantes, y que sería incorporada a la Monarquía como territorio independiente. A la muerte de la reina, en octubre de 1780, Austria ha conocido un cierto esplendor, a pesar de las guerras que asolaron su territorio y de la aguda crisis económica de 1771; se ha convertido en una potencia de primer orden, ha aumentado sus territorios y ha llevado a cabo una política progresista y moderna, digna de una reina ilustrada como había sido ella.
Personaje
Político
Para que su hija María Teresa mantuviera la posesión de los territorios de la Casa de Habsburgo, Carlos VI abolió la Ley Sálica y promulgó la Pragmática Sanción (1713). A su muerte, acaecida en 1740, se desencadenó otra guerra dinástica en la que participó media Europa: la Guerra de Sucesión austriaca entre 1740 y 1748 que finalizó con el Tratado de Aquisgrán. El conflicto tendrá continuidad en la Guerra de los Siete Años (1756-1763) que acabó con las paces de París y Hubertsburgo. A pesar de ambos enfrentamientos la emperatriz se consiguió asentar con fuerza en el trono y, gracias a su tacto político e inteligencia, mantener la unidad de sus estados. Una vez alcanzada la paz definitiva, se encaminó a la realización de un amplio programa de reformas al tiempo que suprimía los abusos de épocas anteriores, contando con la inestimable colaboración del canciller Kaunitz y del futuro José II -asociado al trono desde 1765- para desarrollar sus planes. Instituyó un Consejo de Estado que se convertía en pieza clave de la administración y superaba a los tres Consejos existentes y puso en marcha una política económica de signo mercantilista, favoreciendo la pequeña propiedad rural en sus dominios, lo que no fue imitado por la nobleza. Para conseguir una mayor independencia religiosa respecto a Roma, prohibió la publicación de breves pontificios sin autorización imperial. Tomó parte en el primer reparto de Polonia que se produce en 1772. Casada con Francisco Esteban de Lorena, tuvieron 16 hijos.