El paisaje, para Runge como para Friedrich, era el medio de expresión alegórico de la unión con lo divino, del éxtasis de la comunión cósmica. Sin embargo, el medio empleado, además de más ambicioso, era diferente, dado el uso dentro del paisaje simbólico de la vegetación y las figuras infantiles a modo de ángeles. Su gran ambición era expresar esta 'armonía cósmica' a través de un ciclo de Las horas del día; compuesto de cuatro grandes obras, su significado emanaría de la conjunción de todas ellas en sucesión. Por su parte, supondrían la integración del Arte en un todo, puesto que se hallaban concebidas para ser contempladas con el acompañamiento de música, creada específicamente para ellas por su amigo Ludwig Berger, así como de la recitación de los poemas de Ludwig Tieck. En 1803 había concluido una serie de dibujos para la serie, los cuales fueron impresos dos años más tarde. En ellos se aprecian los motivos elegidos inicialmente, que habrían de sufrir ciertas modificaciones posteriores. El centro de la obra está constituido por un grandioso lirio que se alza sobre la superficie de la tierra; entre las nubes, cuatro lirios, curvados hacia dicha superficie, alzan ramilletes de rosas. Sobre la flor del lirio, abriéndose, se sostiene un grupo de amorcillos o ángeles. Rematando la composición, un trío de figuras sostienen el Lucero del alba, Venus. En el borde, en la parte inferior, la serpiente de la eternidad triunfa sobre las antorchas de la muerte. En la parte superior, sobre el sol, aparece escrito el nombre de Dios, Yahveh.
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Al igual que Runge, Friedrich sintió desde los comienzos de su actividad la necesidad de plasmar sus ideas sobre el transcurso del tiempo y la vida a través de series de cuadros que recogieran los ciclos naturales. Uno de ellos fue realizado en 1803. Esto era, por otra parte, reflejo del gusto en la época por el género de las horas del día y las estaciones del año. Entre 1816 y 1818 Friedrich realizó cuatro marinas sobre el asunto, tituladas respectivamente Mañana, que es la que nos ocupa, Mediodía (perdida desde 1934), Atardecer y Noche. El sentido general del ciclo se refería a los cambios del alma, más que a un sentido natural de cambio en la vida. El tema de este lienzo es el valor y la confianza en el momento de la partida. En una estructura muy similar a Atardecer, pero inversa, aparece en el primer término el ancla, símbolo de la fe y la esperanza. Sobre la barca se sitúa una pareja de figuras con trajes nacionales alemanes. La bandera no ha podido ser identificada, aunque se ha relacionado con el patriotismo. De hecho, se ha vinculado esta obra con los anhelos de renovación en Alemania que sentía Friedrich tras la victoria sobre los franceses en las guerras napoleónicas. Al fondo, los veleros de los pescadores refuerzan el sentido de partida hacia el futuro, un futuro para el que Friedrich se alinea con los deseos liberales de cambio, pronto frustrados.
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Friedrich es, ante todo, un pintor de ciclos. Desde que en 1803, con una gran influencia de Runge, creara su primer ciclo de las estaciones, Friedrich no abandonó esta forma de expresión hasta 1834, poco antes de su definitivo ataque de apoplejía. El pintor concebía la expresión de su idea como una asociación con el dinamismo propio de la vida y la naturaleza. De esta manera, un cuadro se expresa en función de su complementariedad con su pareja, de modo que las ideas suscitadas por la contemplación de uno de ellos se vean modificadas, hacia su plenitud, con la contemplación conjunta y consecutiva de ambas obras. Por ello, aunque realice ciclos completos sobre las estaciones, de cuatro o más cuadros, dibujos o sepias, siempre estas obras se asocian entre sí, en un nivel interior, por parejas. Si esto sucede en conocidas series como las Estaciones de 1826, las obras sobre los momentos del día que ahora nos ocupan no son una excepción. En este ciclo de 1820-22, Friedrich asocia por pares la mañana con el atardecer, ejecutados en 1820-21; el mediodía con la tarde, de 1822. Estas obras fueron adquiridas por el coleccionista Dr. Wilhelm Körte de Halberstadt. El encargo original suponía la realización de las dos primeras obras citadas; satisfecho con éstas, el doctor expresó su deseo de poseer dos cuadros más relacionados. El importe total fue notable para Friedrich, pues ascendía a 25 luises de oro. Todos ellos han sido identificados como paisajes del Harz, aunque las modificaciones introducidas por Friedrich sean notorias. En realidad, en la Mañana, junto a elementos del Mittelgebirge aparecen algunos propios de la costa del Báltico. El pescador en el bote, por ejemplo, procede de la costa de Greifswald. El Harz se ve reducido, por tanto, a la montaña que se alza en el fondo. Junto al escultor Gottlob Christian Kühn, Friedrich había visitado esta formación montañosa en junio de 1811. En su camino de vuelta se detuvo en Weimar para visitar a Goethe. Entre los dibujos ejecutados durante este viaje, se encuentran numerosos estudios de rocas y cuevas, como el que sirvió de base a Tumbas de héroes antiguos. Pero el estilo de Friedrich a comienzos de los años veinte es más luminoso que durante la difícil situación política de 1812. Su apego a la naturaleza le lleva a realizar una serie de paisajes más cercanos a la realidad. Con todo, no faltan ni su habitual técnica compositiva ni su profundo contenido simbólico. En la Mañana, se refiere a la mañana de la Creación, al momento en que el mundo aparece entre la niebla y recibe su primera luz. Como en el Caminante sobre el mar de niebla, la bruma anula las distancias y la perspectiva; la vista del horizonte está obstruida por la montaña.
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Uno de los momentos favoritos de Turner para representar en sus obras era el amanecer, con esa magia especial provocada por la luz que nace, las nubes que intentan ocultarlo y la oscuridad que va desapareciendo. Todo esto, si tiene lugar en una montaña, adquiere una mayor grandeza al ponerse de manifiesto la pequeñez del ser humano -representado aquí por un pastor con sus ovejas- respecto a la naturaleza, punto clave de la filosofía romántica. Ya en estas primeras imágenes de paisaje, Turner va a centrar su atención en los efectos atmosféricos, jugando con la luz a través de las nubes y el efecto vaporoso del momento. Por eso, la zona superior adquiere mayor iluminación, empleando colores grises, amarillos y blancos, mientras que el primer plano queda en total penumbra, a excepción del brillo que produce la luz en el agua del torrente. El dominio de la perspectiva será una característica común a todas las épocas del artista, como podemos observar en las obras pintadas en Venecia durante el año 1834.
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Los puentes tendrán un gran atractivo para los impresionistas, son los protagonistas de un buen número de escenas. Pissarro ha elegido en esta ocasión el puente Boieldieu de Rouen, tomándolo desde una zona para mostrar en el Puente Boieldieu el frente contrario. La ciudad se presenta al fondo, destacando el humo de las chimeneas - elemento de la civilización moderna - que se mezcla con las nubes de la mañana grisácea. Los reflejos en el agua se convierten en elemento importante de la composición, realizados con toques rápidos y precisos. El efecto atmosférico ha sido logrado perfectamente por un artista interesado en mostrar los diferentes momentos del día, como demuestra en la serie dedicada al Boulevard Montmartre.