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Gutiérrez de la Vega aportó a la pintura de su tiempo la admiración por Murillo y Velázquez, en definitiva por la escuela sevillana del Barroco. A través de Velázquez admiró la escuela veneciana, tal y como podemos comprobar en esta escena, uno de los primeros desnudos decimonónicos, recién suprimida la Inquisición. La joven está desnuda, casi de frente al espectador, cubriendo su sexo con unos paños blancos mientras que en el fondo se aprecian unas telas de color rojo, esbozando un ligero paisaje en la zona derecha de la composición. El dibujo esgrimido por Gutiérrez es muy blando, desdibujando los contornos debido a ese interés por la iluminación de origen veneciano que tan bien supo mostrar Tiziano.
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Las Majas se pueden considerar las obras maestras de Goya, tanto por la leyenda que existe a su alrededor como por las propias imágenes en sí. Hay que advertir que le causaron problemas con la Inquisición en 1815, de los que le libró alguien con poder, quizá el Cardenal don Luis de Borbón o, en último término Fernando VII, a pesar de que la relación entre ambos no era buena. La Maja Vestida tiene menos fama que la Maja Desnuda, pero no deja de ser igual de bella. Es una mujer de la aristocracia, por su traje de alto copete, tumbada en un diván sobre almohadones, en una postura claramente sensual porque se lleva los brazos detrás de la nuca. La pincelada empleada aquí por Goya es más suelta, más larga que en su compañera, lo que hace pensar que sería posterior. El colorido de tonalidades claras aumenta la alegría de la composición. Alrededor de estas obras existen muchos aspectos legendarios; siempre se ha considerado que la representada es la Duquesa de Alba, por la estrecha relación entre ambos, a pesar de que el rostro haya sido reconstruido por el pintor para dar mayor enigma al asunto. Incluso el propio Duque de Alba decidió exhumar los restos de su antepasada, en 1945, para probar lo incierto de la leyenda. El primer director del Museo del Prado afirmó que la modelo era una protegida del padre Bari, amigo del artista, pero la opción que adquiere mayor credibilidad es que fueron encargadas por Godoy, valido de Carlos IV y hombre más poderoso de aquellos días, para decorar su gabinete, instaladas con un mecanismo de muelles que permitía el intercambio de ambos cuadros dependiendo de la visita. La Venus del espejo de Velázquez y una Venus de la Escuela italiana del siglo XVI serían sus compañeras. Para muchos espectadores, la Maja Vestida es más atractiva que su compañera por lo ajustado de sus vestidos y la postura provocativa, ya se sabe que muchas veces resulta más erótico insinuar que mostrar.
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El mundo de la prostitución asoma de nuevo en la obra de Goya como ya había hecho en los Caprichos o en Celestina y su hija. La bella joven apoyada en el balcón incita con su picara mirada a los transeúntes mientras la anciana espera en la sombra. Las expresiones de ambas figuras resultan sorprendentes al tratarse de una miniatura pintada por el artista cuando tenía casi 80 años, al igual que Susana y los viejos u Hombre comiendo puerros.
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Los asuntos de prostitución inundan el mundo de los Caprichos que Goya grabó en los últimos años del siglo XVIII. Ante la ausencia de encargos durante la Guerra de la Independencia el pintor se dedicó a realizar escenas de "capricho" como él mismo las llamaba, en las que dejaba volar su fecunda imaginación. Entre ellas destaca la Maja y celestina en la que una bella joven, ataviada con sus mejores y escotadas galas, se apoya en un balcón. Su mirada inocente parece perderse, quizá buscando un mejor destino que donde está. Tras ella encontramos una anciana que mira al espectador, ofreciéndonos a su guapa moza. Lleva entre sus dedos un rosario con gruesas cuentas y medallas doradas, indicando la religiosidad de la celestina. En la zona de la derecha encontramos un cortinaje gris que cae sobre la barandilla. Realizada con una perspectiva baja a la que estaba muy acostumbrado por la ejecución de numerosos cartones, Goya se interesa en esta escena por resaltar la belleza y la juventud de la maja, en contraste con la decrepitud y fealdad de la celestina, pudiendo tratarse también de una alusión a las edades del ser humano. Las rápidas pinceladas organizan el conjunto, complementándose con la delicadeza del dibujo que siempre exhibe el maestro. Entre las obras que realizó Goya con esta temática, la que aquí contemplamos es la más impactante.
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Entregado por Goya el 12 de agosto de 1777, junto a otros tres cartones como modelos de los tapices que decorarían el comedor de los Príncipes de Asturias en el Palacio de El Pardo. La Riña en la Venta Nueva, el Quitasol y el Bebedor serían sus compañeros, recibiendo el maestro por toda la serie 18.000 reales. Goya dice que son dos gitanos que ven interrumpido su paseo por dos embozados que van buscando camorra, pero la mujer insta a su compañero para que continúe su camino. Es una de las escenas más constumbristas de las pintadas por el aragonés, en la que la influencia de Mengs ha sido totalmente abandonada, adquiriendo el joven artista un estilo propio en el que las figuras destacan por su expresividad y naturalismo, captando la escena como si se tratase de un fotógrafo. Resulta sorprendente el interés por los detalles, especialmente en el traje de la mujer y en los bordados de las medias, realizados con precisión y minuciosidad. El colorido claro es el empleado en todos los cartones, contrastando así con su época final, más oscura. El embozamiento era la moda habitual en España durante el siglo XVIII; permitía pasear por las calles sin ser reconocido, lo que daba pie a cometer fechorías. Carlos III decidió prohibir esta costumbre, provocando la reacción del pueblo madrileño en el famoso Motín de Esquilache.
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La similitud de esta escena con Mujer con vestidos inflados vendría por la alusión espacial y las tonalidades azuladas empleadas, mientras que la expresividad del rostro de la maja la sitúan en la órbita de Monje y vieja o Cabeza de hombre.
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Los asuntos populares interesaron a Goya en sus primeros años artísticos. Gracias a su relación con Francisco Bayeu recibió numerosos encargos procedentes de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara generalmente con temática madrileña. Esta obra que contemplamos podría tratarse de un boceto para una sobreventana al emplear el artista una perspectiva baja muy habitual en estos destinos. Una maja aparece casi tendida en el suelo, apoyando su brazo izquierdo sobre una roca, vestida con un traje de pronunciado escote con decoración de pasamanería en puños, hombreras y escote. Tras ella contemplamos a una anciana con un gesto similar a la mujer que aparece en El cacharrero, cubierta su cabeza con un pañuelo oscuro y un manto sobre los hombros. Podríamos estar ante un asunto relacionado con el mundo de la prostitución que más tarde trataría Goya con frecuencia en sus van desplumados Caprichos. La pincelada rápida y empastada empleada por el maestro es muy habitual en este tipo de trabajos.
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Gran imitador e intérprete del arte de Goya es Eugenio Lucas Velázquez, hombre contradictorio, cuyo arte va de la chapucería hasta la obra magistral, en una producción prolífica y polifacética, que se centra, en general, en el costumbrismo más variopinto, desde las escenas taurinas a los temas orientalistas o de brujería, destacando la debilidad del dibujo de sus obras y el empleo de la mancha de color.
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Los asuntos de género vuelven a ocupar los lienzos de Goya durante la Guerra de la Independencia, posiblemente debido a la escasez de encargos. Entre éstos sobresale el cuadro de las Majas al balcón en el que dos jóvenes, elegantemente ataviadas, se asoman a un balcón para ofrecer sus encantos a la clientela. Tras ellas aparecen dos embozados que "protegen" a las jóvenes, haciendo de proxenetas. También se sugiere que se tratataría de dos jóvenes aristocráticas que observan lo que ocurre en la calle, protegidas por dos matones, pero parece más verosimil la primera opcion. Y es que el tema de la prostitución fue frecuentemente empleado por Goya en sus Caprichos, debido al deseo de crítica a la sociedad ilustrada existente en estos grabados y en buena parte de sus lienzos.Goya ha organizado la perspectiva a través de una sucesión de planos paralelos en profundidad, cerrando la escena con un fondo neutro sobre el que se recortan los embozados. Sobre éstos se colocan a su vez las majas. Precisamente las dos muchachas son especialmente atractivas para el espectador por sus bellos rostros y sus elegantes vestidos y mantillas. El maestro juega con los contrastes cromáticos al emplear negros, blancos y dorados, aplicados con una pincelada rápida que no se preocupa por los detalles, aunque sí se obtienen las calidades de las telas - la seda de los vestidos o el encaje de las mantillas -. La luz dorada envuelve la imagen, recordando a la Familia de Carlos IV aunque la temática sea absolutamente diferente. Eugenio Lucas continuará durante el siglo XIX con esta temática tan goyesca de las prostitutas asomadas al balcón, acompañadas bien de sus chulos o de las alcahuetas. Incluso el impresionista Edouard Manet tratará esta temática años más tarde.
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Ya desde el costumbrismo estarán de moda las escenas protagonizadas por majas pero con Fortuny estos asuntos pasarán a primer plano. Puebla no desaprovecha la ocasión para ofrecernos una imagen llena de vida y frescura en la que tres majas cantan y bailan en una terraza andaluza cubierta de flores mientras dos majos siguen la fiesta desde una terraza contigua. La potente iluminación resalta las tonalidades brillantes de los trajes y los madroños que los adornan, en un alarde del pintor que era muy admirado por la crítica. La factura precisa y minuciosa de Puebla se complementa con un dibujo firme y seguro, que contrasta con el efecto atmosférico del fondo donde las siluetas de la ciudad quedan esbozadas por la bruma malva del atardecer.