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Ya en 1495, y por la propia incapacidad de Colón como gobernante, los reyes ven la imposibilidad de respetar las capitulaciones de Santa Fe y lo primero que se anula es el monopolio de las navegaciones y su carácter de empresa estatal. La Corona no estaba en condiciones de sufragar tales empresas y se acudió a la iniciativa privada, concediendo permisos para explorar y comerciar en las Indias, a cambio de pagar el quinto real, el 20 por 100 de los beneficios. Este procedimiento se aplica a partir de 1499, en los viajes que la historiografía llama andaluces (por serlo sus protagonistas) o de reconocimiento y rescate (por su objeto). Tienen una serie de características comunes, la primera desde luego su andalucismo (parten de puertos andaluces, de Cádiz o Huelva; con capitanes, tripulaciones, barcos y capitales andaluces), pero también simultaneidad en el tiempo (todos entre 1499 y 1502), similitud geográfica (siguen básicamente la ruta del tercer viaje colombino), casi idénticos y desastrosos resultados económicos (todos son un fracaso, excepto el de los hermanos Guerra), y similares beneficios geográficos, ya que en sólo cuatro años se explora sistemáticamente la costa sudamericana desde los cabos de San Roque y San Agustín (Brasil) hasta el istmo de Panamá. El primero de estos viajes es el de Alonso de Ojeda, con Américo Vespucio y Juan de la Cosa, que en una sola nave recorren desde el cabo de Orange al de la Vela en 1499. Casi simultáneamente se produce el viaje de Pedro Alonso Niño, asociado con los hermanos Cristóbal y Luis Guerra, directamente a Venezuela, logrando en la isla Margarita una gran cantidad de perlas. El regreso de la pequeña carabela cargada de perlas cual si fuera paja (dice el cronista Anglería) en abril del año 1500 sirvió de incentivo para nuevas expediciones. A fines de 1499 habían salido dos expediciones que, según la historiografía española, descubrieron las costas brasileñas. La primera, con cuatro carabelas, fue capitaneada por Vicente Yáñez Pinzón, que el 26 de enero de 1500 llega a un promontorio que bautiza como Santa María de la Consolación y se ha identificado con el brasileño cabo San Roque o la punta Mucuripe; explora la desembocadura del Amazonas (Santa María de la Mar Dulce) y el Orinoco (río Dulce). Apenas unas semanas después de Pinzón, sale de Sevilla Diego de Lepe, que a mediados de febrero de 1500 llega cerca del cabo de San Agustín y toma posesión de estas tierras para España por segunda e inútil vez. Meses después, el 22 de abril de 1500, Pedro Alvarez Cabral -a quien la historiografía portuguesa atribuye el mérito del hallazgo de Brasil- hará la ceremonia efectiva de toma de posesión para Portugal. Otros viajes fueron el de Alonso Vélez de Mendoza, con Luis Guerra (1500); Cristóbal Guerra y Diego Rodríguez de Grajeda (1500-1501); Rodrigo de Bastidas y Juan de la Cosa (1501-1502), a quienes acompaña también Vasco Núñez de Balboa, y recorren toda la costa colombiana entre la península de la Guajira y Puerto Escribanos, en Panamá, enlazando con la zona que explorará Colón en su cuarto viaje. La última expedición de este grupo es el segundo viaje de Alonso de Ojeda en 1502, a la misma zona que había recorrido en el primero, con objeto de establecer una colonia en el continente. Funda, en efecto, la villa de Santa Cruz en la península de Guajira, pero pronto la abandonan ante la hostilidad de los indígenas y el descontento de los españoles.
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El aislamiento de América del Viejo Mundo se rompió a fines del siglo XV, cuando los europeos pudieron llegar a él movidos por unos incentivos económicos (importar oro y especias y comerciar con el fabuloso mercado asiático), gracias al perfeccionamiento de su técnica de navegación y a unas naves (las carabelas) capaces de surcar el Atlántico. Dos pequeños países de Europa meridional, Portugal y España, habían recogido la tradición náutica europea y estaban surcando el Atlántico meridional con un nuevo tipo de embarcación, la carabela. Los portugueses fueron los primeros en lanzarse al Océano, pues concluyeron antes su reconquista. Tras sufragar el descubrimiento de las Canarias en 1336, iniciaron una serie de exploraciones que les permitió hallar las Madeira y Azores, pobladas a partir de 1418 con gentes del Algarve. Castilla impulsó menos las exploraciones. Aunque era el estado más poderoso de la Península, pues tenía más de cuatro millones de habitantes (Aragón tenía 865.000 y Portugal no llegaba al millón) y contaba con una antigua tradición atlántica (los castellanos lucharon contra los ingleses por el dominio del Canal de la Mancha, derrotándoles el año 1372 en la batalla naval de La Rochela), no pudo dedicarse a los descubrimientos por haberse embarcado sus reyes en la obra de estructuración de la unidad española, que no acabó hasta 1492. Pese a esto mantuvieron su presencia en el Atlántico. En 1393 una expedición a Lanzarote dominó sus principales reinos indígenas y abrió el camino hacia la conquista, continuada en 1402-03 por los aventureros normandos Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle, el primero de los cuales era vasallo del rey de Castilla. Las Canarias fueron una pieza clave para el descubrimiento de América, pues los castellanos tuvieron con ellas la llave de acceso a los alisios atlánticos. El hombre capaz de aunar motivaciones, barcos, arte de navegación y hasta el entusiasmo de un estado, fue Cristóbal Colón.
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Cristóbal Colón parte del puerto de Palos el 3 de agosto de 1492. Una semana más tarde llega a Canarias y aprovechando los vientos alisios toma rumbo oeste, llegando a la isla de Guanahaní el 12 de octubre. Los siguientes días los dedica a explorar, tocando los actuales territorios de Cuba, Haití y otras islas caribeñas. Desde La Española parten de regreso a España, arribando a Lisboa el 4 de marzo de 1493. El segundo viaje lo inicia en Cádiz el 25 de septiembre de 1493, llegando el 3 de noviembre a una isla que bautiza con el nombre de Dominica. Desde allí, descubre la isla de Puerto Rico, volviendo a La Española la noche del 27 de noviembre. Aquí fundó la población que llamó La Isabela, en honor de la reina castellana, y marchó hacia Cuba y Jamaica, llegando a España el 10 de marzo de 1496. Por tercera vez partió Colón rumbo a América el 30 de mayo de 1498, llegando a la isla de Trinidad el 31 de julio. Desde aquí recorrió las costas continentales hasta el golfo de Paria (Venezuela), descubriendo la desembocadura del Orinoco. Vio más tarde las islas de Tobago, Granada y Margarita, volviendo a La Española y debiendo afrontar una sublevación de los pobladores españoles descontentos con su mal gobierno. Las noticias que llegan de América alarman a los Reyes, quienes deciden enviar a Francisco de Bobadilla como administrador de justicia. Colón regresa apresado a España a finales de 1500. Levantados los cargos y reconocidos los privilegios, Colón emprenderá un cuarto y último viaje. Parte de Cádiz el 11 de mayo de 1502 hacia las islas del Caribe, visitando Puerto Rico, Honduras y la costa continental centroamericana. Desde allí se dirige a Cuba, Jamaica y La Española, emprendiendo el viaje de regreso a la Península. Llega a España el 7 de noviembre de 1504.
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La víspera del descubrimiento del nuevo mundo, el jueves 11 de octubre de 1492, los navegantes hispanos, "Tuvieron mucha mar y más que en todo el viaje habían tenido. Vieron pardelas y un junco verde junto a la nao. Vieron los de la carabela Pinta una caña y un palo, y tomaron otro palillo labrado a lo que parecía con hierro, y un pedazo de caña y otra hierba que nace en tierra, y una tablilla. Los de la carabela Niña también vieron otras señales de tierra y un palillo cargado de escaramojos. Con estas señales respiraron y alegráronse todos. Anduvieron en este día, hasta puesto el sol, veintisiete leguas. Después del sol puesto, navegó a su primer camino al Oueste: andarían doce millas cada hora; y hasta dos horas después de media noche andarían noventa millas, que son veintidos leguas y media. Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almirante, halló tierra y hizo las señas que el Almirante había mandado. Esta tierra vido primero un marinero que se decía Rodrigo de Triana; puesto que el Almirante, a las diez de la noche, estando en el castillo de popa, vido lumbre, aunque fue cosa tan cerrada que no quiso afirmar que fuese tierra (...)". Esta descripción compediada por fray Bartolomé de las Casas, que da cuenta del acontecimiento del descubrimiento de las islas próximas al continente americano, es sólo el resultado de un proceso en el que se interrelacionan numerosos factores, con todos los cuales puede explicarse el hecho general de una expansión de los europeos que, si bien comenzó mucho tiempo antes, alcanzó su mayor apogeo durante el transcurso de todo el siglo XV y buena parte del siglo XVI. El punto de partida es necesario buscarlo en Portugal; desde 1415 en adelante, año de la conquista de Ceuta, Portugal fue la única de las naciones europeas capaz de impulsar un nuevo tiempo de expansión. Además de las razones geográficas de su vecindad con el Atlántico, de ser la encrucijada de rutas marítimas cruzadas entre el Mediterráneo y el mar del Norte, y de la bondad de los vientos que se desarrollan en el entorno oceánico de la línea costera que va de Lisboa a Gibraltar, los portugueses habían acumulado una gran experiencia comercial, científica y marítima. Un conjunto complejo de necesidades, cereales, esclavos para mantener los ingenios azucareros de las Azores, oro, especias y diversas materias primas, ayudan a comprender la adquisición de una experiencia que se obtuvo, en primer lugar, de las relaciones comerciales y de los conocimientos técnicos adquiridos en el Mediterráneo y en el mar del Norte, desde el siglo anterior; en segundo lugar, por las expediciones dirigidas hacia las costas africanas e islas atlánticas, que se desarrollaron entre 1415 y 1498, que se interrumpieron durante algunos períodos de tiempo, pero que permitieron el establecimiento de pesquerías y factorías, tanto en la costa como en las islas atlánticas y en el interior continental africano. La cronología de las expediciones fue muy llamativa: durante los dos primeros decenios que parten de 1415, los portugueses construyen asentamientos estables en Madeira y las Azores, en 1434 llegaban al Cabo Bojador, y hacia 1460 contaban con establecimientos en Guinea, Sierra Leona, Cabo Verde; en la década de 1480 llegaban a Angola y al extremo sur de Africa, y en 1498 la expedición de Vasco de Gama llegaba a la India por el sur. Sin entrar en los beneficios económicos que produjo la serie de exploraciones portuguesas, el intercambio de conocimientos científicos y de técnicas revelaba que podía sobrepasarse el límite del mundo conocido hasta entonces y que, además del hallazgo de nuevas fuentes de riqueza, el europeo entraba en contacto con nuevas y desconocidas sociedades. A finales de la década de 1470 y en la primera mitad de la de 1480, la cultura especializada de los europeos conoció una recopilación de los saberes antiguos que sintetizaba el pensamiento geográfico y astronómico de Ptolomeo y Aristóteles. Las teorías sobre la esfericidad de la tierra, sus dimensiones y el tamaño del océano y su proporcionalidad respecto de la zona continental, se concretaron en tres obras que formaron parte de la biblioteca de Cristóbal Colón: la Historia rerum, de Eneas Silvio Piccolomini, la Imago mundi, de Pierre d'Ailly y la de Marco Polo, Il Millione. Treinta años antes, Portugal había comenzado a comerciar con esclavos negros en la costa atlántica africana, y por las mismas fechas realizaba expediciones militares a las islas Canarias donde obtenía cautivos guanches. En la década de 1470 el interés de los castellanos comenzaba a sustituir a franceses y portugueses en el control de las Canarias y, hacia 1483, sólo Tenerife y La Palma permanecían dominadas por los nativos, y continuaban siendo territorio abierto para las expediciones portuguesas y castellanas. Hasta años después de la conquista de Granada y del descubrimiento del nuevo mundo los castellanos no lograrían el pleno dominio sobre las Canarias. Estas islas, situadas a seis días de viaje del puerto de Cádiz, se convertirían en un punto de referencia fundamental para las exploraciones atlánticas. Colón las utilizó como base de partida de algunos de sus cálculos; y probablemente lo hizo teniendo en cuenta la experiencia acumulada desde hacía mucho tiempo con las islas mediterráneas: si Creta, Chipre y Rodas habían sido referencias obligadas en la navegación antigua y medieval del Mediterráneo, bases necesarias de las diferentes expansiones y laboratorios donde se ensayaron cálculos, formas y técnicas de navegación, Madeira, Porto Santo y el archipiélago de las Azores, primero, y las Islas Canarias, después, desempeñaron un papel similar en la navegación atlántica. Pero no sólo fueron laboratorios de experiencias náuticas y colonizadoras; tanto las islas mediterráneas como las atlánticas sirvieron también como laboratorios de la violencia y de la evangelización: primero había que conquistar, y luego vendría el cumplimiento de un compromiso que también se hallaba presente en los ideales de los expedicionarios. Turcos, guanches, guineos, fueron siempre desde la perspectiva occidental pueblos que había que reducir, y más adelante convertir. En Le Canarien, fray Pedro Bontier, religioso de Saint Jouin-de-Marnes, y Juan Le Verrier, presbítero, ambos al servicio de Juan de Béthencourt, exponen el ideal de cruzada que les llevó a las Islas Canarias a comienzos del siglo XV: "Porque es cosa cierta que muchos caballeros, al oir la relación de las grandes aventuras, de las hazañas y de las hermosas acciones de aquéllos que en tiempos pasados han emprendido hacer viajes y conquistas sobre los infieles, con la esperanza de volverlos y convertirlos a la religión cristiana, han cobrado valor, valentía y voluntad de parecérseles en sus buenas acciones, y con el fin de evitar todos los vicios y de ser virtuosos, y que al terminar sus días puedan adquirir vida perdurable". Las Canarias, además de "provistas de gentes y de víveres", estaban "pobladas por gentes infieles". Esta perspectiva no abandonó nunca las razones de ninguno de los expedicionarios que se atrevieron a adentrarse en lo desconocido durante los siglos XV y XVI, y también estuvo presente en el proyecto de Cristóbal Colón. En los primeros años de la década de 1480 Portugal era ya la gran potencia marítima de Occidente y el mejor país receptor de los proyectos científicos y expedicionarios del momento. Colón permaneció en Portugal desde 1476 hasta 1485, donde ofreció al rey portugués su proyecto de navegar y explorar el Atlántico por el oeste para llegar a tierras asiáticas y al centro productor de especias. El rechazo del proyecto por parte de Portugal, los intentos de negociación en las cortes francesa e inglesa de 1488, y el largo peregrinaje del descubridor por tierras castellanas hasta que en 1492 fue aceptada su idea por los Reyes Católicos, no revelan más que dos tipos de oposición inicial que nos señalan la incomprensión de las tesis colombinas por parte de las autoridades castellanas, y las dificultades de financiar un proyecto de cuya viabilidad se dudaba. Hasta 1491 Cristóbal Colón no logró sensibilizar convenientemente a la comunidad franciscana de La Rábida que le puso de nuevo en contacto con la corte; ya había explicado su proyecto a una junta de expertos, y hubo de someterse a otra nueva reunión que terminó como la primera en un rotundo fracaso. La intervención última del tesorero Luis de Santángel hizo posible el entendimiento capitulado en Santa Fe de la Vega de Granada el 17 de abril de 1492 y la concesión de poderes diplomáticos concedidos a Cristóbal Colón el 30 de abril del mismo año para una hipotética entrevista con un príncipe que hoy se supone arrancado de los relatos de Marco Polo, y que se identifica con el Gran Khan. En las Capitulaciones de Santa Fe, Colón obtenía el título de "almirante en todas aquellas islas y tierras firmes que por su mano o industria se descubrirán o ganarán en las dichas mares Océanas", durante su vida y con la facultad de transmitirlo a sus herederos; también, el título de "visorey e governador general" con la facultad de presentar ternas a los reyes para proveer los cargos de gobierno. Los aspectos económicos se contemplaban en forma de "mercadurías, siquiere sean las piedras preciosas, oro, plata, speciería", de lo que el almirante obtendría la "dezena parte". Por último, se estipuló que el descubridor podría participar en la financiación de futuras expediciones con "la ochena parte de todo lo que se gastare en el armazón, e que tanbién haya e lleve del provecho la ochena parte de lo que resultare de la tal armada". Trece días más tarde de la firma de estas capitulaciones, los Reyes Católicos autorizaron con cuatro ordenanzas la organización de una armada cuyo alistamiento y preparación comenzó a realizarse a finales de junio de 1492. Hasta la madrugada del 3 de agosto no se inició desde Palos el viaje del descubrimiento. Una escala forzosa de algo más de un mes de duración en las islas Canarias, obligó a la flota a retrasar hasta el 6 de septiembre su camino definitivo hacia el oeste. El 12 de octubre del mismo año se produjo el descubrimiento de una isla del archipiélago de las Bahamas, que el almirante llamó San Salvador. Hasta su regreso a la Península en marzo de 1493, Colón nombró otras islas: Santa María, Fernandina, Isabela, Juana, Santo Domingo. Había recorrido algo más de 6.500 kms y no había llegado a Cipango, que él había calculado a una distancia de 4.450 kms desde las islas Canarias. Antes de cumplirse los dos meses del regreso de Cristóbal Colón, sucedieron de manera muy rápida una serie de acontecimientos que prueban la eficacia de la diplomacia romana de Fernando el Católico; en los días 3 y 4 de mayo de 1493, el Papa Alejandro VI extendió un breve y una bula Inter cetera divinae Maiestati, documentos por los que el Papa concedía a los Reyes Católicos las tierras que se descubrieran y, en el segundo de ellos, señalando una línea de demarcación que permitiese a los reinos de Portugal y de Castilla orientar sus respectivas expediciones sin entrar en fricciones. En la bula, el Papa reconoce el "retraso castellano" en la expansión: "Sabemos ciertamente, que vosotros, desde hace tiempo, en vuestra intención os habíais propuesto buscar y descubrir algunas tierras firmes e islas lejanas y desconocidas y no descubiertas hasta ahora por otros, para reducir a los residentes y habitantes de ellas al culto de nuestro Redentor y a la profesión de la Fe católica, y que hasta ahora, muy ocupados en la conquista y recuperación de este Reino de Granada, no pudísteis conducir vuestro santo y laudable propósito al fin deseado". Tras animar a los Reyes Católicos a proseguir los descubrimientos y trabajar por la evangelización, el Papa les concedía, "todas las islas y tierras firmes, descubiertas y por descubrir, halladas y por hallar hacia el occidente y mediodía, haciendo y constituyendo una línea desde el polo ártico, es decir el septentrión, hasta el polo antártico, o sea el mediodía, que estén tanto en tierra firme como en islas descubiertas y por descubrir hacia la India o hacia otra cualquier parte, la cual línea diste de cualquiera de las islas que se llaman vulgarmente de los Azores y Cabo Verde cien leguas hacia occidente y el mediodía (...)". Y es que a la vuelta del viaje del descubrimiento, Cristóbal Colón se detuvo en Lisboa e informó al rey Juan II de que había descubierto las islas. Desde ese instante la diplomacia portuguesa comenzó a plantear una serie de reclamaciones que llevaron sus embajadores incluso hasta Barcelona, donde se encontraban los Reyes Católicos; la protesta portuguesa se basaba en una bula otorgada por el papa Nicolás V, la Romanus Pontifex, por la que se reconocía a Portugal la exclusividad de la navegación atlántica en la ruta guineana, y en los Tratados de Alcaçobas y de Toledo de 1479 y 1480, por los que se reiteraba a Portugal el monopolio de la navegación atlántica. Hasta el 7 de junio de 1494 no se resolvió el problema; la firma del Tratado de Tordesillas señalaba las demarcaciones portuguesa y castellana mediante una línea situada a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, que establecería una expedición conjunta de portugueses y castellanos que partiría de Gran Canaria en un plazo de diez meses desde la firma del acuerdo. Éste era el final de una rápida lucha diplomática cerca del Papado, en la que los portugueses reclamaron los derechos otorgados por las bulas de Martín V en 1454 y de Calixto III en 1456, y los castellanos obtuvieron en septiembre de 1493 la bula Dudum siquidem que concedía a los Reyes Católicos todas las tierras que no hubiesen sido descubiertas por otros príncipes cristianos. Un día antes de publicarse esta bula, el 25 de septiembre de 1493, emprendía Colón su segundo viaje desde el puerto de Cádiz. Su objetivo era establecer una factoría; llevaba 17 barcos y alrededor de mil quinientos hombres con los que llegó a La Española el 22 de noviembre del mismo año. Allí organizó la colonia y continuó con expediciones en busca de tierra firme, que creyó haber descubierto en junio de 1494. Diversos problemas surgidos en la administración de la colonia, su división interna, y las quejas que hicieran llegar a la corte los partidarios de Juan Rodríguez de Fonseca, que había sido nombrado por los Reyes Católicos su representante en los temas indianos, junto con el permiso concedido a otros navegantes por los Reyes en 1495 para viajar hasta las Indias, decisión que fue derogada más adelante pues contravenía las Capitulaciones de Santa Fe, precipitó la vuelta de Colón a la Península, donde desembarcó en junio de 1496. Aunque tardó varios meses en ser recibido por los Reyes Católicos, Colón obtuvo en este segundo regreso nuevos favores y privilegios; junto a la ratificación de las Capitulaciones, Colón obtiene de los Reyes la facultad de fundar mayorazgo y el que se nombre Adelantado a su hermano Bartolomé. El tercer y último viaje que realizó en régimen de monopolio partió de las islas de Cabo Verde el 4 de julio de 1498 con el objetivo de verificar la línea de demarcación. Tras haber navegado por el golfo de Paria tiene la certeza de haber llegado a tierra firme; fue el viaje más complejo y más duro para el Almirante, por sus consecuencias. En mayo de 1499 los Reyes autorizaban una expedición sin el permiso del Almirante. Éste, tras solicitar de los Reyes el envío de un juez pesquisidor que resolviese los graves enfrentamientos en La Española, fue apresado en unión de sus hermanos Diego y Bartolomé, y trasladado a la Península en octubre de 1500. Los Reyes sustituyeron al juez Bobadilla por Nicolás de Ovando y restituyeron la libertad y privilegios concedidos al Almirante. Hasta la fecha de su muerte en Valladolid el 21 de mayo de 1506, Colón pudo realizar un cuarto viaje desde Cádiz el 11 de mayo de 1502, con cuatro naos y casi 150 hombres, con los que exploró las costas de Centroamérica, acabando el viaje en Jamaica. Cristóbal Colón, probablemente sin ser consciente de ello, acababa de descubrir e introducía en la sociedad castellana otra contradicción. El año que finalizaba entre la tolerancia y la intolerancia, con las capitulaciones de Granada y con la expulsión de los judíos, entraba en Castilla, y también en Aragón y en Portugal, y en Europa entera, por derecho concedido por el Papado, una sociedad desconocida que era más plural y más primitiva que la europea: el conjunto de grupos humanos que vivían "contentándose con lo que les daba la naturaleza", por lo menos hasta la llegada de los castellanos.
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La disparidad de soluciones que se desarrollan desde finales del siglo XIII hasta los últimos años del XIV ponen de manifiesto un desarrollo de la vidriera, planteado desde unos cauces independientes de la renovación de los procedimientos técnicos que tiene lugar en la vidriera europea en torno a 1300. Uno de los descubrimientos técnicos que transformó por completo el efecto plástico de las vidrieras y la forma de trabajo de los vidrieros, como el amarillo de plata, no aparecerá en España hasta una fecha muy avanzada. La presencia de este componente enriquecía sensiblemente las posibilidades cromáticas de la vidriera. Hasta ahora, según hemos visto, el vidriero utilizaba vidrios con su color en masa, pintándolos solamente con grisalla. Es decir, la paleta del vidriero se reducía a la que suministraban las distintas piezas de vidrios cuyos tonos escogía el vidriero seleccionando el grosor de los mismos. Al ser vidrio soplado, el grosor del vidrio era desigual y por lo tanto su color presentaba diversos tonos. Sin embargo, cada vez que el vidriero necesitaba cambiar de color tenía que cambiar de vidrio. La grisalla aplicada sobre ellos trazaba las sombras, rasgos, plegados y otras partes del dibujo subrayado por la red de plomos. La invención del amarillo de plata vino a enriquecer sensiblemente la paleta de los vidrieros al utilizarse para dibujar los cabellos, nimbos, indumentarias y elementos de paisaje sin tener que cambiar de vidrio. Además, el amarillo de plata, aplicado sobre vidrios de color, cambiaba el color de base de éstos y multiplicaba las posibilidades cromáticas de la reducida paleta del vidriero. Por lo que conocemos hasta el momento las primeras vidrieras españolas que presentan este procedimiento son obras realizadas por vidrieros extranjeros, como las del Guillem Letumgard, vidriero procedente de Constanza (Alemania) que trabaja en la década de los años cincuenta en las catedrales de Gerona y Tarragona. En su obra se aprecia la llegada de una corriente completamente distinta de las dominantes en la vidriera catalana, en la que se van perfilando planteamientos técnicos y formales característicos del Gótico Internacional. El empleo del amarillo de plata, el trabajo minucioso de la pintura con grisalla, utilizando un tratamiento del dibujo preciosista, propio de la miniatura tan definidora de los componentes plásticos de este sistema de representación, son constantes en sus vidrieras. En alguna, como La Anunciación de la capilla de los Sastres de la catedral de Tarragona, se aprecia una estilización de las proporciones de las figuras y una hibridez propias de este sistema plástico que no arraigó mediante una importación brusca sino a través de una paulatina conversión hasta acceder a un código normativo formulado desde experiencias dispares. En la vidriera española, la consolidación de las soluciones del sistema plástico del Gótico Internacional se desarrolló a través de la presencia de vidrieros franceses que durante la primera mitad del siglo XV intervinieron en los principales conjuntos. Uno de ellos fue el Maestro Jacobo Dolfín que inició su actividad en la catedral de Toledo bajo el arzobispado de don Sancho de Rojas (1415-1422), trabajando, desde 1418 hasta 1427, en las vidrieras de la cabecera y crucero ayudado por Luys Coutin, quien a su muerte, acaecida en 1428, prosiguió el programa de las vidrieras. Las que realizó este artista, a excepción del rosetón antes mencionado, constituyen lo más antiguo de las vidrieras de la catedral de Toledo. Estas vidrieras, a las que afectaron seriamente los destrozos acaecidos durante la guerra civil, constituyen uno de los más claros ejemplos de la vidriera del Gótico Internacional en España. En ellas, en las que aparece una cierta espacialidad y efecto perspectivo, se representan, disponiendo una figura en cada lanceta, a la Virgen, figuras de ángeles, santos y apóstoles, cobijados bajo doseletes, destacándose sobre fondo de damasco. Este tipo de composición continuaba la tipología de vidrieras con figuras de santos propia del siglo XIII, introduciendo una referencia espacial, formada por el solado, el fondo de telas de damasco y el doselete. La vidriera de los Apóstoles de la catedral de Tarragona muestra perfectamente definido este tipo, que tendrá un importante desarrollo en la vidriera de la segunda mitad del siglo XV y primera del XVI. La vidriera se organiza en tres registros superpuestos, con una figura de apóstol en cada vano, situadas bajo doseletes góticos, destacándose sobre fondos de damasco y pedestales que configuran un cubo espacial claramente subrayado. Las figuras, que aparecen tratadas con un porte escultórico, enlazan con las realizaciones posteriores en las que se desarrolla esta tipología de vidriera. Su realización, en 1437, corrió a cargo de Antoni Tomas, vidriero procedente de Toulouse, que realizó una importante labor en Cataluña. En 1439 realizaba vidrieras para el Palacio de la Generalitat de Barcelona según modelos facilitados por el pintor Bernat Martorell. Las formas del sistema de representación del Gótico Internacional se prolongaron en la vidriera española hasta después de mediar el siglo XV, si bien resulta difícil establecer el alcance que tuvo. Algunas obras aisladas, como tres cabezas de profetas en una de las vidrieras de las capillas de la girola de la catedral de Palencia, o los restos con figuras de profetas que estaban hasta hace poco en el rosetón sur de la catedral de Cuenca, o la vidriera central del cuerpo superior de ventanas de la capilla mayor de la catedral de Avila, que representa la Virgen con el Niño, corresponden a esta tendencia y acreditan un cierto desarrollo de la vidriera. Probablemente el actual no sea su emplazamiento original: la fecha 1537 que figura en la parte inferior acredita una restauración o traslado llevada a cabo probablemente por Nicolás de Holanda, que realizaba por entonces vidrieras en la catedral. Su existencia en la catedral de Avila parece apuntar la posibilidad de que hubiese vidrieras anteriores al programa que se inicia a finales del siglo XV en relación con otro centro del que existen vidrieras de esta tendencia, como la catedral de León. En el caso de las vidrieras de la catedral de León, el hecho de que Nicolás Francés realizase los modelos para algunas de las vidrieras determinó que las formas del sistema del Gótico Internacional se prolongaran hasta después de mediar el siglo. Con anterioridad a la intervención de Nicolás Francés se había retomado el desarrollo de las vidrieras de la catedral, bajo el obispo don Juan Villalón (1419-1424) y por el vidriero Juan de Arquer, realizándose los ventanales del crucero del lado occidental. Poco después hallamos a Nicolás Francés trabajando en la catedral de León y participando de una forma directa en la realización del programa de las vidrieras, aunque su principal actividad fuera la de pintor. En 1435 se le menciona con motivo de su labor de debojar las vidrieras, y algunos años después continuaba trabajando en ellas, pues en 1459 se le pagaba por haber reparado alguna. Sin embargo, la participación de Nicolás Francés en las vidrieras de la catedral de León no debe entenderse como que llevase a cabo la ejecución de las mismas, sino como el artista que realiza los dibujos a partir de los cuales un vidriero realiza el cartón y sobre él la vidriera. Así, los modelos de Nicolás Francés se utilizaron para la realización de las pequeñas rosas de las naves laterales con representaciones de alegorías de la Avaricia, la Envidia, la Pereza, la Música, la Geometría, o la Jurisprudencia, además de otras alusivas a virtudes, vicios y artes. Pero donde hallamos rasgos más evidentes del arte de Nicolás Francés es en la Vidriera de la Virgen del Dado, situada sobre la puerta de acceso al claustro y cuya ejecución corrió a cargo del Maestro Annequin, quien la asentó en 1454 y que constituye, sin duda, uno de los ejemplos más representativos de la vidriera española del Gótico Internacional. Representa a la Virgen con el niño y con el donante, el obispo Cabeza de Vaca. Nicolás Francés desarrolla un espacio perspectivo plurifocal con un solado a la manera de las perspectivas habituales en las composiciones de sus relatos y una estilización de las figuras propia de las últimas inflexiones de la mencionada corriente.
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Montilla es el eje de una de las comarcas vitivinícolas más señaladas de Andalucía, conocida desde la antigüedad por la calidad de sus vinos, amparados bajo la Denominación de Origen Montilla-Moriles. Es en el Sur cordobés donde se encuentran algunas de las primeras pruebas de la elaboración de vinos, fomentada por fenicios, griegos y romanos en el I milenio a.C., producción que se mantendría en época andalusí para consumo de cristianos, judíos y, también, musulmanes, según pone de manifiesto la poesía arábigo andaluza, donde se afirma que era bebida habitual en la corte de los califas. La conquista cristiana impulsaría a continuación la expansión del viñedo. El viajero Antonio Ponz escribiría: "Montilla, bien situada. El vino se estima sobre los mejores de Andalucía a todo pasto". En la actualidad, el área de producción de la D. O. Montilla-Moriles abarca tierras entre los ríos Genil y Guadajoz y las sierras Subbéticas. Comprende los términos de Montilla, Moriles, Doña Mencía, Montalbán, Monturque, Nueva Carteya y Puente Genil, y parte de los de Aguilar de la Frontera, Baena, Cabra, Castro del Río, Espejo, Fernán Núñez, La Rambla, Lucena, Montemayor y Santaella. La elaboración de estos vinos es fruto de un complejo proceso en el que intervienen varios factores. En primer lugar, la tierra y el clima: tierras profundas a una altitud entre 300 y 600 m bajo un clima mediterráneo. Los mejores suelos son los llamados "alberos" o "albarizas" en pendientes y laderas, predominantes en los pagos de la Sierra de Montilla y Moriles Alto. En cuanto a la vid, prevalece la variedad "Pedro Ximénez", junto con la "Moscatel", "Lairén" o "Airén", "Baladí-Verdejo" y "Montepila". El cultivo, que se atiene al laboreo de la cava, poda y bina, culmina con la vendimia a fines de agosto, la más temprana de España. La uva se pisa y prensa en el lagar, obteniéndose los mostos con los que se inicia la crianza de los vinos. Tras la fermentación, los caldos pasan a las botas de madera o criaderas dispuestas en escalas superpuestas. Los más jóvenes se depositan en las superiores, de donde se trasiegan a las inferiores hasta lograrse una mezcla equilibrada que le da al vino, extraído de la criadera inferior o "solera", una calidad homogénea. En este proceso, los caldos destinados a vinos finos y amontillados desarrollan una capa de levaduras -velo de flor- que determinan su particular evolución. La crianza tiene lugar en las bodegas que jalonan la periferia de las poblaciones, concebidas para mantener las condiciones idóneas de temperatura, humedad y luz que requiere el sofisticado procedimiento de elaboración. Merece la pena visitar en Montilla estas "catedrales del vino" donde reposan más de 70.000 botas, con sus descomunales naves y arquerías de sutil iluminación y atmósfera fragante. En los vinos de Montilla-Moriles se distinguen varios tipos. El vino fino es el más universal, amarillo pálido, limpio, brillante y ligero en la copa, seco y suave al paladar, aromático, con una graduación de 15?. El amontillado destaca como el "rey de los vinos generosos", envejecido, de complejos matices, de tonos ambarinos y perfume avellanado, sabroso, seco y persistente en la boca, con una graduación entre 16? y 19?. El oloroso es otra proeza de la crianza, de colores caoba oscuro y topacio, con matices a nuez y especias, aterciopelado al gusto, seco o levemente abocado, con mucho cuerpo y un grado alcohólico entre 18? y 20?. El palo cortado es un raro hallazgo del criador de vinos, sabia conjunción de amontillado y oloroso, de cuyas cualidades y características participa. Le siguen el Pedro Ximénez, vino natural de color rubí oscuro obtenido soleando la uva hasta casi la pasificación, dulce, denso, rebosante de aromas y matices, con una graduación entre 15? y 17?, y el moscatel, vino dulce elaborado con esta variedad de uva. A esta gama de vinos generosos se han sumado en los últimos tiempos vinos jóvenes de diversas características, suaves, afrutados, secos o abocados, que continúan ensanchando las posibilidades de los vinos de Montilla-Moriles.
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Los vinos y la embriaguez No tienen vino de uvas, aunque se hallaron vides en muchas partes, y es de maravillar que habiendo cepas con uvas, y siendo ellos tan amigos de beber más que agua, cómo no plantaban vides y sacaban vino de ellas. La mejor, más delicada y cara bebida que tienen, es de harina de cacao y agua. Algunas veces le mezclan miel y harina de otras legumbres; esto no emborracha, antes bien refresca mucho, y por eso lo beben con calor y sudando. Hacen vino de maíz, que es su trigo, con agua y miel. Se llama atulli, y es muy corriente brebaje en todas partes, y lo mismo es de todas las demás semillas; pero no emborracha si no lo cuecen o confeccionan con algunas hierbas o raíces. En las comidas ordinarias se contentan con ello, y hasta con agua, que basta para sustento de la vida; mas en partos, bodas y fiestas de sacrificios quieren bebidas que los embriaguen y desatinen; y entonces mezclan ciertas hierbas que, con su mal zumo o con el olor pestífero que tienen, encalabrinan y desatinan al hombre mucho peor que vino puro de San Martín, y no hay quien les pueda sufrir el mal olor que les sale de la boca, ni la gana que tienen de reñir y matar al compañero. Cuando se quieren embriagar de veras, comen unas setillas crudas, que llaman teunanacatlh, o carne de Dios, y con el amargar que les ponen, beben mucha aguamiel o su vino común, y en poco rato quedan fuera de sentido; pues se les antoja ver culebras, tigres, caimanes y peces que los tragan, y otras muchas visiones que los espantan Les parece que se comen vivos de gusanos, y como rabiosos, buscan quién los mate, o se ahorcan. Cuecen también ajenjos con agua y harina de chiyán, que es como zaragatona, y hacen vino amarguillo, que muchos lo beben sin que les amargue. Barrenan palmas y otros árboles, para beber lo que lloran. Beben el licor que destila un árbol llamado metl, cocido con ocpatli, que es una raíz a la que, por su bondad, llaman medicina del vino. Es poco saludable, es muy dañoso y emborracha gentilmente. No hay perros muertos ni bomba que así huela, como el aliento del borracho de este vino. A los que se emborrachan fuera de las fiestas públicas y convites que hacen, con licencia del señor o jueces, los trasquilan en medio de la plaza y le derriban la casa, porque quien pierde el seso por su culpa no merece tener morada entre hombres de razón. Bebían para enloquecer, y locos, se mataban o mataban a otros. Se echaban con sus hijas, madres y hermanas sin diferencia, y para tanto mal, chica pena era. También se emborrachan después que son cristianos, pues les sabe mejor que los suyos; y para quitarles la embriaguez, a que tanto se dan, los hacían por justicia esclavos, y los vendían a cuatro o cinco reales por un mes.
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Los virreyes de México La grandeza de Nueva España, la majestad de México y la calidad de los conquistadores requerían personas de sangre y valor para la gobernación; y así, envió allá el Emperador a don Antonio de Mendoza, hermano del marqués de Mondéjar, por virrey, y se vino Sebastián Ramírez, que gobernaba bien; el cual fue después presidente de la chancillería de Valladolid y obispo de Cuenca. Fue proveído don Antonio de Mendoza el año, creo, 34. Llevó muchos maestros de oficios primorosos para ennoblecer su provincia, y a México principalmente; como decir, molde e imprenta de libros y letras; vidrio, que los indios no conocían; cuños de batir moneda. Engrandeció la granjería de seda, mandándola traer y labrar toda en México; y así, hay muchos telares e infinidad de morales, aunque los indios la procuraron poco y mal, diciendo que es trabajosa; y por ser ellos perezosos, con la mucha libertad y franqueza que tienen. Junto los obispos, clérigos, frailes y otros letrados, sobre cosas eclesiásticas y que tocaban a la enseñanza de los indios; donde se ordenó que no se les mostrase más de latín, el cual aprendían bien, y aun el español; mas no lo quieren hablar sino poco. La música la toman bien, especialmente la de flautas. Tienen malas voces para cantar por punto. Podrían ser clérigos, mas aún no los dejan. Pobló don Antonio algunos lugares a usanza de las colonias romanas, en honra del Emperador, entallando su nombre y el año en mármol. Comenzó el muelle para el puerto de Medellín, cosa costosa y necesaria. Redujo a los chichimecas a vida política, dándoles propio, que no lo tenían ni querían, ni creo lo necesitaban. Gastó mucho en la entrada de Sibola, como ya contamos, sin tener provecho ninguno, y quedó enemigo de Cortés. Descubrió gran trecho de tierra en la costa del sur, por Jalisco; envió naos a la Especiería, que también se le perdieron. Se portó prudentemente con las ordenanzas de las Indias cuando se revolvió el Perú, por cuanto había muchos pobres y descontentos que deseaban revuelta y guerra. Le mandó ir el Emperador al Perú, con el mismo cargo de virrey, porque se vino el licenciado Gasca, sabiendo su buena gobernación, aunque le dieron de él algunas quejas los de Nueva España. No hubiese querido dejar a México, que lo conocía ni a los indios, pues se hallaba bien con ellos, y le habían sanado con baños de hierbas estando tullido; ni sus haciendas, ganados y otras granjerías ricas; ni deseaba conocer nuevos hombres y condiciones, sabiendo que los peruanos son ásperos; mas, en fin, hubo de ir, y fue por tierra desde México a Panamá, que hay más de quinientas leguas, el año 1551. Fue aquel mismo año a México como virrey don Luis de Velasco, que era veedor general de las guardas y caballero de mucho gobierno. Es este virreinato muy gran cargó en honra, mando y provecho.
monumento
En el puerto de Erro se encuentra una gran losa denominada Paso de Roldán, que la tradición oral ha relacionado con la medida del paso del héroe franco compañero de batallas de Carlomagno y muerto en Roncesvalles.