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Lo más sobresaliente en la estilística de los cuícatl Rasgo que conviene destacar, como muy característico, es el de una estructuración en la que se perciben repeticiones con variantes de un mismo tema. La reiteración de las variantes existe no sólo entre frases contiguas sino también entre las diversas unidades de expresión. De hecho es frecuente encontrar no pocas composiciones distribuidas en cuatro pares de unidades que expresan conceptos y metáforas afines. Se percibe así, más que un desarrollo lineal de ideas o argumentos, procesos convergentes en el acercamiento que se dirige a mostrar, desde varios ángulos, lo que se tiene como asunto clave en la composición. Son además frecuentes otras formas de paralelismo dentro de la misma unidad de expresión. Un examen de un cuícatl sobre la guerra de Chalco nos permite encontrar ejemplos de esto último. Así, en su segunda unidad de expresión hallamos: sobre nosotros se esparcen,/ sobre nosotros llueven, las flores de la batalla. En este caso el paralelismo es tan estrecho que una y otra oración tienen el mismo sujeto. Otra muestra nos la da la siguiente unidad de expresión del mismo cuícatl: / ya hierve,/ ya serpentea ondulante el fuego/. En este caso la segunda oración, que tiene también el mismo sujeto, amplifica la imagen del fuego que hierve encrespado. Explicitación de cómo se alcanza el prestigio en la guerra la proporciona la segunda oración de estas dos que son paralelas: se adquiere la gloria,/ el renombre del escudo/. Por vía de complemento, contraste, disminución o referencia a una tercera realidad, los paralelismos, tan frecuentes en el interior de la unidad de expresión, son elemento estilístico que, como atributo, comparten los cuícatl en nahuatl con los de las otras literaturas del mundo clásico. A otros dos elementos estilísticos debemos hacer referencia. Uno es el que describe Garibay con el nombre de difrasismo: Consiste en aparear dos metáforas que, juntas, dan el simbólico medio de expresar un solo pensamiento30. Para ilustrarlo aduciré al difrasismo de los nahuas para expresar una idea afín a la nuestra de poesía: in xóchitl, in cuícatl, flor y canto. Precisamente en Cantares Mexicanos (fol. 9 v.-11 v.) se transcribe una larga composición en la que aparecen diversos forjadores de cantos, invitados por el señor Tecayehuatzin, para discutir y dilucidar cuál era en última instancia el significado de in xóchitl, in cuícatl. Debemos notar que, aunque es frecuente en los cuícatl el empleo de difrasismos, tal vez lo sea más en algunas formas de tlahtolli, conjuntos de palabras, discursos, relatos. Por eso nos limitaremos aquí a otros pocos ejemplos tomados de Cantares Mexicanos y de Romances. De este último procede el siguiente: Chalchihuitl on ohuaya in xihuitl on in motizayo in moihuiyo, in ipalnemohua ahuayya, oo ayye ohuaya ohuaya. Jades, turquesas: tu greda, tus plumas, Dador de la vida. (Romances, fol. 42 v.) El interés de este ejemplo se desprende de que en él se entrelazan dos formas distintas de difrasismo. Por un lado tenemos las palabras chalchihuitl y xihuitl, jades, turquesas, que, juntas, evocan las idea de realidad preciosa. Por otra parte, mo-tiza-yo, mo-ihui-yo, formas compuestas de tiza-tl, greda e ihui-tl, pluma son evocación del polvo de color blanco para el atavío de los guerreros, así como de las plumas, adorno de los mismos. Juntas, tizatl, ihuitl, evocan la guerra. El sentido de los dos difrasismos es reafirmar que la lucha, el enfrentamiento es, por excelencia, realidad preciosa. Atenderemos ahora a otra característica, mucho más peculiar y frecuente en los cuícatl: el empleo de un conjunto de imágenes y metáforas que tornan inconfundiblemente el origen de este tipo de producciones. Aunque hay grandes diferencias en la temática de los cuícatl, muchas de estas imágenes aparecen y reaparecen en la gran mayoría de composiciones. Las más frecuentes evocan el siguiente tipo de realidades: flores y sus atributos, como las coronas al abrirse; un gran conjunto de aves, asimismo y, de modo especial, las mariposas; también dentro del reino animal, águilas y ocelotes. Conjunto aparte lo integra la gama de los colores portadores de símbolos. Del reino vegetal aparecen con frecuencia, además de las ya mencionadas flores, diversos géneros de sementeras, el maíz con semilla, mazorca, planta y sustento del hombre. Se mencionan también el teonanácatl, la carne de los dioses (los hongos alucinantes), así como el tabaco que se fuma en cañutos y en pipas de barro, el agua espumante de cacao, endulzada con miel, que se sirve a los nobles. Objetos preciosos son también símbolos. Entre ellos están toda suerte de piedras finas, los chalchíhuitl, jades o jadeítas y teoxíhuitl, piedras de color turquesa. También los metales preciosos, los collares, las ajorcas, y los distintos instrumentos musicales, el huéhuetl, tambor, el teponaztli, resonador, las tlapitzalli, flautas, las ayacachtli, sonajas, los oyohualli, cascabeles. Una y otra vez se tornan presentes, como sitios de placer y sabiduría, las xochicalli, casas floridas, las tlahcuilolcalli, casas de pinturas, las amoxcalli, casas de libros. Las metáforas de la guerra, como el humo y la niebla, el agua y el fuego, la filosa obsidiana, encaminan al pensamiento a revivir en el canto el sentimiento vital del combate. En el ámbito de los colores el simbolismo es igualmente muy grande y variado. Por ejemplo, en el canto con que se inicia el texto de los Anales de Cuauhtitlán se nos presentan variantes de gran interés en la interrelación de los colores y los rumbos cósmicos. El verde azulado connota allí el oriente; el blanco, la región de los muertos, es decir el norte; el amarillo, el rumbo de las mujeres, o sea el poniente, y el rojo, la tierra de las espinas, el sur. Los colores aparecen, además, calificando y enriqueciendo la significación de realidades que son ya de por sí portadoras de símbolos. De este modo, cuando se expresan los colores de flores, aves, atavíos y, en fin, de otros muchos objetos cuya presencia es símbolo, puede decirse que la imagen se torna doblemente semántica. Con estos y otros recursos estilísticos, los forjadores de cantos expresaron la gama de temas que constituían la esencia de su arte. A continuación nos ocuparemos de los distintos géneros en que se distribuyen los cuícatl. En primer lugar deben mencionarse los múltiples teocuícatl, cantos divinos o de los dioses. De ellos se dice que constituían material principal en la enseñanza que se impartía en los calmécac o escuelas de estudios superiores. Atendiendo a los textos que han llegado hasta nosotros, puede afirmarse que fueron auténticos teocuícatl los antiguos himnos en honor de los dioses, como los veinte que recogió Bernardino de Sahagún, y que se incluyen en este libro. Se conservan otros teocuícatl --himnos sagrados-- que se entonaban, con acompañamiento de música, en las correspondientes fiestas religiosas. El análisis literario de estas composiciones pone de manifiesto algunas de sus características: además del ritmo y el metro, existe en ellas el paralelismo, la repetición con variantes de un mismo pensamiento. La expresión propia del teocuícatl es de necesidad solemne, muchas veces esotérica. Podría decirse que no hay palabras que estén de más. Son la recordación de los hechos primordiales o la invocación por excelencia que se dirige a la divinidad. Aunque en la mayor parte de las composiciones que genéricamente recibían el nombre de cuícatl solía estar presente el tema de las realidades divinas, de ninguna manera debe pensarse que todas ellas eran himnos sagrados, teocuícatl, en sentido estricto. La serie de designaciones que se conservan, y el contenido mismo de muchos cantares y poemas, confirman la variedad de expresiones. Así, teponazcuícatl era voz que designa, también en forma general, a los cantos que necesariamente requerían el acompañamiento musical. Precisamente en muchos de ellos estuvo el germen de las primeras formas de actuación o representación entre los nahuas. Cuauhcuícatl, cantos de águilas; ocelocuícatl, cantos de ocelotes; yaocuícatl, cantos de guerra; eran diversas maneras de nombrar a las producciones en las que se enaltecían los hechos de capitanes famosos, las victorias de los mexicas y de otros grupos en contra de sus enemigos. También estos poemas eran a veces objeto de actuación, canto, música y baile, en las conmemoraciones y fiestas. En contraste con estas formas de poesía, eran asimismo frecuentes los conocidos como xochicuícatl, cantos de flores; Xopancuícatl, cantos de primavera; icnocuícatl, cantos de tristeza; todas composiciones de tono lírico. Unas veces eran ponderación de lo bueno que hay en la tierra, la amistad de los rostros humanos, la belleza misma de las flores y los cantos; otras, reflexión íntima y apesadumbrada en torno a la inestabilidad de la vida, la muerte y el más allá. Precisamente la existencia de estos poemas, en los que, no una sino muchas veces, se plantean preguntas semejantes a las que formularon, en otros tiempos y latitudes, los primeros filósofos, ha llevado a afirmar que, también entre los tlamatinime prehispánicos, hubo quienes cultivaron parecidas formas de pensamiento al reflexionar sobre los enigmas del destino humano, la divinad, y el valor que debe darse a la fugacidad de lo que existe. Y como en los manuscritos en nahuatl se ofrecen en ocasiones los nombres de quienes concibieron estas lucubraciones o aquellas otras más despreocupadas y alegres, ha sido posible relacionar algunos poemas con sus autores, desterrando así un supuesto anonimato universal de la literatura prehispánica. Lo dicho acerca de las distintas formas de cuícatl, cantos y poemas, deja ver algo de la riqueza propia de esta expresión en la época prehispánica. Principales atributos de los tlahtolli Ya dijimos que bajo el concepto de tlahtolli se abarca una gama de producciones, relatos, crónicas, exhortaciones y otros discursos, doctrinas religiosas... A diferencia de los cuícatl, en los que predomina la expresión portadora de sentimientos de fruto de inspiración, los tlahtolli suelen presentarse como elaboraciones, de diversas maneras más sistemáticas, en las que se busca exponer determinados hechos, ideas y doctrinas. No significa esto, sin embargo, que las metáforas y otras formas de simbolismo estén ausentes en los tlahtolli. De hecho, en no pocos textos que de este género se conservan, se emplean tales recursos de expresión. La descripción de algunos rasgos más sobresalientes en los tlahtolli nos permitirá una más adecuada comprensión de ellos. Es cierto, por una parte, que el tono narrativo o de expresión lógica, más característico en los tlahtolli, implica un desarrollo lineal en el sentido de las frases que los integran. Pero, por otra parte, también es verdad que es frecuente hallar en ellos una tendencia a estructurar cuadros, escenas o exposiciones como sobreponiendo unas a otras, cual si se deseara correlacionar, ampliar e iluminar, en función de una secuencia, lo que se está comunicando. El ejemplo que en seguida aduciré, tomado del Códice florentino, donde se refiere aquella reunión de los dioses en Teotihuacán, cuando aún era de noche para volver a poner en el cielo un sol y una luna. Veamos las superposiciones y la secuencia de significaciones. Una primera escena, en la que se establecen referencias temporales y espaciales, nos introduce en el tema del relato, mostrándonos una preocupación de los dioses que mucho iba a importar a los seres humanos: Se dice que, cuando aún era de noche, cuando aún no había luz, cuando aún no amanecía, se juntaron, se llamaron unos a otros los dioses allá en Teotihuacan. Dijeron, se dijeron entre sí: --¡Venid, oh dioses! ¿Quién tomará sobre sí, quién llevará a cuestas, quién alumbrará, quién hará amanecer?31 Los dioses, que desde un principio aparecen preocupados e interrogantes, mantendrán la secuencia y el sentido que dan unidad al relato. Aparte del conjunto de los dioses aquí aludidos, entre los que figura Ehécatl, Quetzalcóatl, Zólotl, Tezcatlipoca, Tótec, Tiacapan, Teyco, Tlacoyehua y Xocóyotl, otros dos personajes, también divinos, aparecen como interlocutores y actores de extrema importancia. Tecuciztécatl y Nanahuatzin se ofrecerán para hacer posible que un nuevo sol alumbre y haga el amanecer. En una segunda escena, superpuesta a la anterior, se oye el ofrecimiento de uno y otro, en tanto que el conjunto de dioses se mira y dialoga y se pregunta qué es lo que va a ocurrir. La tercera escena no implica cambio de lugar ni fisura en el tiempo: aún es de noche, allí en Teotihuacán. Los personajes son también los mismos, pero hay una secuencia lineal del acontecer. El narrador se complace en los contrastes: En seguida empiezan a hacer penitencia. Cuatro días ayunan los dos, Nanahuatzin y Tecuciztécatl. Entonces es también cuando se enciende el fuego. Ya arde éste allá en el fogón divino... Todo aquello con que Tecuciztécatl hace penitencia es precioso: sus ramas de abeto son plumas de quetzal, sus bolas de grama son de oro, sus espinas de jade... Para Nanahuatzin, sus ramas de abeto son todas solamente cañas verdes, cañas nuevas en manojos de tres, todas atadas en conjunto son nueve. Y sus bolas de grama sólo con genuinas barbas de acote una pinacea; y sus espinas también verdaderas espinas de maguey. Lo que con ellas se sangra es realmente su sangre. Su copal incienso es por cierto aquello que se raía... En el mismo escenario de Teotihuacán adquiere luego forma otra secuencia de escenas. El texto recuerda lo que sucedió cuando han pasado ya cuatro días, durante los cuales ha estado ardiendo el fuego alrededor del cual han hecho penitencia Tecuciztécatl y Nanahuatzin. Los dioses vuelvan a hablar incitando a Tecuciztécatl a arrojarse al fuego para salir de él convertido en sol. El acontecer en el mismo espacio sagrado deja ver los intentos frustrados del dios arrogante Tecuciztécatl, incapaz de consumar el sacrificio del fuego. Muy diferente, como lo había sido la penitencia ritual, es la acción del buboso Nanahuatzin. Pronto concluye él la cosa, arde en el fuego y en él se consume. Escena de transición es la que nos muestra al águila y al ocelote que también entran al fuego. Por eso el águila tiene negras sus plumas y por eso el ocelote, que sólo a medias se chamuscó, ostenta en su piel manchas negras. De nuevo, quienes marcan el hilo y el destino del relato, el conjunto de dioses allí reunido, protagoniza el acontecer en el tiempo sagrado. Los dioses aguardan y discuten el rumbo por donde habrá de salir el sol. Los que se quedan mirando hacia el rumbo del color rojo, hacen verdadera su palabra. Por el rumbo del color rojo, el oriente, se mira al sol. La escena se completa con la aparición de Tecuciztécatl que, transformado en la luna, procedente también del rumbo del color rojo, viene siguiendo al sol. Imágenes superpuestas, siempre en el mismo espacio sagrado, son las que se van sucediendo hasta el final del relato. El sol y la luna alumbran con igual fuerza. Los dioses tienen que impedir tal situación: Entonces uno de esos señores de los dioses, sale corriendo. Con un conejo va a herir el rostro de aquél, de Tecuciztécatl. Así oscureció su rostro, así le hirió el rostro, como hasta ahora se ve... La escena siguiente nos muestra que la solución intentada no fue respuesta completa. Aunque la luna iluminó ya menos, ella y el sol continuaban juntos. De nuevo los dioses se preocupan: ¿Cómo habremos de vivir? No se mueve el sol. ¿Acaso induciremos a una vida sin orden a los seres humanos? ¡Que por nuestro medio se fortalezca el sol, muramos todos! El cuadro en el que aparece el sacrificio primordial de los dioses, que con su sangre hacen posible la vida y el movimiento del sol, es destino cumplido y anticipo de lo que corresponderá realizar a los seres humanos. El señor Ehécatl da muerte a los dioses. En ese contexto, y a modo de discrepancia que refleja una dialéctica interna en el mundo de los dioses, Xólotl, el doble de Quetzalcóatl, se resiste a morir. Xólotl huye de Ehécatl que va a darle muerte y una y otra vez se transforma, primero en caña doble de maíz, luego en maguey y finalmente en ajolote (salamandra), hasta que al fin es también sacrificado. Los dioses consuman su ofrenda de sangre. Ello y el esfuerzo de Ehécatl, deidad del viento, hacen posible el movimiento del sol. Cuando éste llega al lugar donde se oculta, entonces la luna comienza a moverse. Cada uno seguirá su camino. El tlahtolli que, en secuencias de imágenes, evoca e ilumina el escenario sagrado de Teotihuacán, concluye recordando que es ésta una historia referida desde tiempos antiguos por los ancianos que tenían a su cargo conservarla. Como éste, otros tlahtolli de la tradición prehispánica, en una amplia gama de variantes pero con la presentación insistente de los conceptos e imágenes que unifican y mantienen el sentido, se estructuran también en escenas que se superponen con sus cargas semánticas hasta alcanzar plenitud de significación. Pasando a la descripción de otros rasgos frecuentes en los tlahtolli, cabe preguntarse si hay en ellos alguna forma de ritmo y metro. Desde luego que en este punto se distinguen en alto grado de los cuícatl o cantos. En los manuscritos en que se transmiten los tlahtolli no hay anotaciones como aquellas de to, co, ti, qui... que hallamos en el caso de los cuícatl. Tampoco se dice que los tlahtolli se pronunciaron como acompañamiento musical. Siendo verdad todo esto, importa notar, sin embargo, que en algunos tlahtolli es perceptible alguna forma de estructuración métrica. Un ejemplo lo tenemos en los textos que hablan de la vida de Quetzalcóatl en el Códice florentino y en los Anales de Cuauhtitlán, parte de los cuales se reproducen en este libro. En la estilística de los tlahtolli sobresalen otros elementos que importa mencionar. Entre ellos, las expresiones paralelas y los difrasismos, descritos ya en su estructura al hablar de los cuícatl. Ahora bien, en el caso de los tlahtolli estos recursos suelen tener un carácter muy definido. En gran parte coadyuvan a hacer más fluida la superposición de escenas e ideas con que, según ya vimos, se expresa frecuentemente lo que se está comunicando. Gracias al empleo de paralelismos y difrasismos la secuencia se vuelve, no sólo más fluida sino también de más fácil comprensión. En el siguiente ejemplo --tomado de la historia de Quetzalcóatl-- se habla de uno de los portentos que ocurrieron como prenuncio de la ruina de la metrópoli de Tula. En él las reiteraciones paralelas ayudan a captar más hondamente lo que se dice que estaba ocurriendo: Dizque un monte llamado Zacatépetl ardía por la noche; de lejos se veía, así ardía; las flamas se elevaban a lo lejos... Ya no se estaba con tranquilidad; ya no se hallaba la gente en paz... En lo que toca a difrasismos, son sobre todo frecuentes en los huehuehtlahtolli, los testimonios de la antigua palabra. En ellos se repiten expresiones como éstas, que les confiere un tono inconfundible. Ca otlapouh in toptli, in petlacalli Porque se ha abierto el cofre, la petaca (significa se ha revelado lo oculto, el misterio). In petlatl, in icpalli la estera, el sitial (significa lugar del mando o, genéricamente, el poder, la autoridad). In tlatconi, in tlamahmaloni, in impial, in innepil. Lo que se lleva a cuestas, lo que es la carga, lo que se ata, lo que se guarda. (significa el pueblo del que son responsables los que gobiernan). Un último rasgo en la estilística de los tlahtolli consiste en la frecuente atribución a un mismo sujeto u objeto gramaticales de varios predicados que, en forma sucesiva, van siendo enunciados. A veces dichos predicados están formados por diversas estructuras verbales. Cada una de ellas en ocasiones puede describirse como una oración convergente en la que se expresa o predica algo con referencia simple al mismo sujeto. Veamos un ejemplo tomado de la historia acerca del sabio gobernante de Tetzcoco, el señor Nezahualcóyotl (1402-1472): In tlacatl, intlatoni, in mitznotza, in mitztazalzilia, in momatca in mitzmaca, in mixpan quitlalia, in mixpan quichaiaoa in chalchihtli, in teuhxiuhtli# El señor, el que gobierna, el que te llama, el que levanta para ti la voz, el que por ti, a ti te entrega, el que delante de ti coloca, delante de ti esparce jades, turquesas... Con recursos estilísticos como los aquí descritos --estructuras que se sobreponen para correlacionar e iluminar en función de una secuencia lo que se está expresando; paralelismo y difrasismos; atribuciones múltiples a un mismo sujeto u objeto...-- los tlahtolli de esta literatura se tornan fácilmente reconocibles como producciones a otras lenguas de los nahuas prehispánicos. Por eso, cuando al traducirlos a otras lenguas se busca transmitir, hasta donde es posible, sus características de expresión, sus paralelismos, reiteraciones, explicitaciones y en general la estructuración de sus secuencias, las versiones pueden sonar extrañas y aun exóticas. La realidad es que, por el camino de la traducción que se esfuerza por apegarse al original en nahuatl, se intenta comunicar lo más característico en la sintaxis y la estilística de la antigua expresión en nahuatl.
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Un linchamiento popular contra alguien concreto a hecho olvidar a Goya su planteamiento antibelicista para afirmar con rotundidad que lo merecía.
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Continua con el tema de la estampa anterior, Con razón o sin ella, la crueldad y el horror del conflicto bélico. Ahora se han cambiado los protagonistas saliendo peor parados los franceses, aludiendo Goya a la irracionalidad de ambos bandos, mostrándose contrario a todo tipo de violencia, parta de donde parta.
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Los montones de cadáveres gritan la inutilidad de su sufrimiento en todos los lugares de España, continuando la idea iniciada por Goya en Será lo mismo y Tanto y más.
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Un grupo de mendigos pide limosna, demanda que no es escuchada por la figura femenina que agacha la cabeza ante el grupo. Con esta estampa, Goya también critica la insolidaridad a la vez que pone de manifiesto el dolor y la crueldad de una guerra.
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Sebastián de Covarrubias, en el "Tesoro de la lengua castellana" escrito en 1611, expone muy bien la dicotomía de vida entre lo público y lo privado de las mujeres de la corte: "Dama vale la señora que en las ocasiones de los días de fiesta y saraos, dale en público con mucha gallardía y se dexa ver de todos, y esta mesma, fuera de las tales ocasiones, guarda su encerramiento y retraymiento, que ni ve a nadie ni puede ser vista. " El estudio de la corte revela que las distinciones entre público y privado se daban de forma diferente a como las concebimos hoy. En las diversas residencias, el rey y la reina de España, hacían vidas separadas durante la mayor parte del tiempo, rodeados de sus respectivos cortesanos y sirvientes. Ambos séquitos, masculino el del rey y femenino -en su mayor parte- el de la reina, guardaban una severa separación que la arquitectura palaciega tenía que respetar. Las soluciones arquitectónicas fueron diversas, según las circunstancias y cada edificio: dobles patios, segregación por alturas, accesos separados... Esa separación, por otra parte, no podía ser absoluta, pues también había de facilitarse la comunicación cotidiana entre los regios cónyuges, y el acceso a de sus hijos sus personas. Además, era preciso marcar toda una serie de barreras para el acceso a las personas reales. Estas barreras eran las reglas de la entrada, que establecían, según la condición del visitante, hasta qué punto del palacio podía entrar. En todo ello subyacía una comprensión del palacio como un hogar en el que la virtud, la honestidad femenina, la de la reina en primer lugar, pero por extensión también la de todas las mujeres a su servicio- había de ser resguardada a toda costa. Las "Etiquetas" que gobernaban la vida de la Corte incidían repetidamente en cómo se había de evitar o vigilar la máximo todo contacto externo de las damas. En realidad se trataba de asegurar la reputación intachable de la reina y de reglamentar la acción política informal que tenía lugar en torno a su persona y a sus damas más allegadas. Un ejemplo muy ilustrativo es el cuadro de Las Meninas. La obra de Velázquez es un retrato femenino, pero sólo de forma muy secundaria. Más allá de la escena concreta que se ve, con su obra Velázquez se está dirigiendo fundamentalmente al rey. Inicialmente, parece que se trata de un recuerdo familiar, de un momento de gozo en los atormentados últimos años del Rey Planeta. El hecho de que el cuadro colgase inicialmente en el despacho personal del monarca, y que al siglo siguiente de ser pintado se le denominase La familia de Felipe IV, - pues el nombre actual es del XIX y concede un protagonismo inmerecido a las dos damas de compañía- permiten avalar esta interpretación. Se trata de un brillante ejercicio de glorificación de la pintura y del papel del pintor en la corte. El protagonista y destinatario principal es el rey; el tema femenino, un lucido pretexto. Gráfico Para valorar la actividad artística femenina dentro de la corte hay que tener en cuenta a una pintora que trajo Isabel de Valois a la corte Sofonisba Anguissola. Con una educación asombrosa, incluso para una mujer noble y con una fama ya consolidada como pintora de retratos, Anguissola se insertó en la corte española en una posición dúplice. En cuanto pintora, contribuyó al desarrollo del retrato de Estado, trabajando a la par de los retratistas reales, como Alonso Sánchez Coello. En realidad, sin embargo, Anguissola no solo era una pintora de cortes, era una aristócrata, una dama de la reina que pintaba extraordinariamente. De hecho, por la correspondencia de Isabel de Valois se sabe que enseñó a la joven reina a dibujar y que ésta desarrolló una verdadera afición, mostrando ciertas dotes para el retrato. Así las artes plásticas llegaron a formar parte de la cultura cortesana moderna y en este caso lo protagonizaron dos mujeres. Anguissola ya tenía por nacimiento y posición todo aquello a lo que Velázquez realmente aspiraba. En una cultura que a duras penas separaba las artes del trajo manual, y por ende de la condición plebeya, Sofonisba Anguissola, en cuanto mujer artista que alcanzó reconocimiento en la Corte, fue la excepción y no la norma.
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Lo que Cortés escribió a Narváez Más de lo que nadie piensa dio que pensar esta nueva y grande armada a Cortés, antes de que supiese de quién era. Por una parte se alegraba de que viniesen españoles; por otra sentía que fuesen tantos. Si venían a ayudarle, tenía por ganada la tierra; si contra él, por perdida. Si venían de España, creía que le traerían buen despacho; si de Cuba, temía guerra civil con ellos. Le parecía que de España no podía venir tanta gente, y sospechaba que era de las islas, y que debía de venir allí Diego Velázquez, y después que lo supo tuvo otro tanto de pensar, porque le cortaba el hilo de su prosperidad y le atajaban los pasos que traía en calar los secretos de la tierra, las minas, la riqueza, las fuerzas, los que eran amigos de Moctezuma o enemigos; le estorbaban de poblar los lugares que tenían comenzado, de ganar amigos, de cristianar a los indios, que era y debía ser lo principal, y cesaban otras muchas cosas tocantes al servicio de Dios y del Rey y a provecho de nuestra nación. Temía que por desviar un inconveniente podían seguirle otros muchos; si dejaba llegar a México a Pánfilo de Narváez, capitán que venía de aquella flota por Diego Velázquez, estaba segura su perdición; si salía contra él, la revuelta de la ciudad y la libertad de Moctezuma, y ponía en condición su vida, su honra, sus trabajos, y por no llegar a estos extremos, se arrimó a los medios. Lo primero que hizo fue despachar dos hombres, uno a Juan Velázquez de León, que iba a poblar a Coazacoalco, para que luego, en viendo su carta, se volviese a México, y le dio noticia de la llegada de Narváez, y de la necesidad que tenía de él y de los ciento cincuenta españoles que consigo llevaba. El otro a Veracruz a que le trajesen razón cierta y completa de la llegada de Pánfilo, y de qué buscaba y qué decía. El tal Juan Velázquez hizo lo que Cortés le escribió, y no lo que Narváez, que como cuñado suyo, y deudo de Diego Velázquez, le rogaba se pasase a él, por lo cual Cortés lo honró mucho de allí en adelante. De Veracruz fueron a México veinte españoles con aviso de lo que Narváez publicaba, y llevaron presos a un clérigo y a Alonso de Guevara y a Juan Ruiz de Vergara, que habían ido a la villa para amotinar a la gente de Cortés, bajo pretexto de que iban a requerirla con cédula del Rey. Lo segundo fue, que envió a fray Bartolomé de Olmedo, de la Merced, con otros dos españoles, a ofrecer su amistad a Narváez, y si no la quería, a requerirle de parte del Rey, y en nombre suyo, como justicia mayor de aquella tierra, y de la de los alcaldes y regidores de Veracruz, que estaban en México, que entrase callado si traía provisiones del Rey o de su Consejo, y sin hacer daño en la tierra; no escandalizase ni causase males, ni estorbase la buena ventura que allí tenían los españoles, ni el servicio del Emperador, ni la conversión de los indios; y si no las traía, que se volviese y dejase en paz la tierra y la gente. Mas poco aprovechó este requerimiento ni las cartas de Cortés y regimiento. Soltó al clérigo que trajeron preso los de Veracruz, y le envió después tras el fraile a Narváez con algunos collares de oro muy ricos y otras joyas, y una carta que en resumen contenía cuánto se alegraba de que viniese él en aquella flota antes que otro ninguno, por el viejo conocimiento que entre ellos había, y que se viesen solos si mandaba, para dar orden de que no hubiese guerra ni muerte ni enojo entre españoles y hermanos, porque si traía provisiones del Rey, y se las mostraba a él o al cabildo de Veracruz, que se obedecerían, como era justo, y si no, que tomarían otro buen acuerdo. Narváez, como venía tan pujante, nada o muy poco se preocupaba de aquellas cartas ni ofertas ni requerimientos de Cortés, y porque Diego Velázquez, que le enviaba, estaba muy enojado e indignado.
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Lo que dijo a Cortés el señor de Cempoallan Al día siguiente por la mañana vino el señor a ver a Cortés con una honrada compañía, y le trajo muchas mantas de algodón que ellos visten y anudan al hombro, como las que cubren y llevan las gitanas, y algunas joyas de oro que podían valer dos mil ducados. Le dijo que descansase y tomase placer él y los suyos, que por eso no quería darle pesadumbre ni hablarle de negocios; y así, se despidió entonces como había hecho el día anterior, diciendo que pidiesen lo que hubiesen menester o quisiesen. Cuando él se fue, entraron con mucha comida guisada más indios que españoles eran, y con grande abundancia de frutas y ramilletes. Y así, de esta manera, estuvieron allí quince días, provistos abundantísimamente. Otro día envió Cortés al señor algunas ropas y vestidos de España, y muchas cosillas de rescate, y a rogarle que le dejase ir a su casa a verle y hablar allí, pues era mala crianza permitir que su merced viniese y que él no le fuese a visitar. Respondió que le placía y que se alegraba de ello, y con esto tomó hasta cincuenta españoles con sus armas para que le acompañasen, y dejando a los demás en el patio y aposento con su capitán, y apercibidos muy bien, se fue a palacio. El señor salió a la calle, y se metieron en una sala baja; pues allí, como tierra calurosa que es, no construyen en alto, aparte que por sanidad levantan con tierra llena y maciza el suelo alrededor de un estado, adonde suben por escalones, y sobre aquello arman la casa y cimientan las paredes, que o son de piedra o de adobe, pero enlucidas de yeso o con cal, y el tejado es de paja u hoja tan bien y extrañamente puesta, que hermosea, y defiende de las lluvias como si fuese teja. Sentáronse en unos banquillos como tajoncillos, labrados y hechos de una pieza pies y todo. El señor mandó a los suyos que se desviasen o se fuesen, y en seguida comenzaron a hablar de negocios por medio de los intérpretes, y estuvieron muy largo rato con preguntas y respuestas, porque Cortés deseaba mucho informarse muy bien de las cosas de aquella tierra y de aquel gran rey Moctezuma, y el señor no era nada necio, aunque gordo, en demandar puntos y preguntas. La suma del razonamiento de Cortés fue darle cuenta y razón de su venida, y de quién y a qué le enviaba, según y como la había dado en Tabasco a Teudilli y a otros. Aquel cacique, después de haber oído con atención a Cortés, comenzó muy de raíz una larga plática, diciendo cómo sus antepasados habían vivido en gran quietud, paz y libertad; mas que de algunos años acá estaba aquel pueblo suyo y tierra tiranizado y perdido, porque los señores de México Tenuchtitlan, con su gente de Culúa, habían usurpado, no solamente aquella ciudad, sino aun toda la tierra, por la fuerza de las armas, sin que nadie se lo hubiese podido estorbar ni defender, mayormente que al principio entraban por vía de religión, con la cual juntaban después las armas. Y así, se apoderaban de todo antes de que se percatasen de ello; y ahora, que han caído en tan gran error, no pueden prevalecer contra ellos ni desechar el yugo de su servidumbre y tiranía, por más que lo han intentado tomando armas; antes bien, cuanto más las toman, tanto mayores daños les vienen, porque a los que se les ofrecen y dan, con ponerles cierto tributo y pecho, o reconociéndolos por señores con algunas parias, los reciben y los amparan, y tienen como amigos y aliados; mas empero si les contradicen o resisten y toman armas contra ellos, o se rebelan después de sujetos y entregados, los castigan terriblemente, matando muchos, y comiéndoselos después de haberlos sacrificado a sus dioses de la guerra Tezcatlipuca y Vitcilopuchtli, y sirviéndose de los demás que quieren por esclavos, haciendo trabajar al padre y al hijo y a la mujer, desde que el Sol sale hasta que se pone; y además de esto, les toman y tienen por suyo todo lo que a la sazón poseen; y aun además de todos estos vituperios y males, les enviaban a casa los alguaciles y recaudadores, y les llevaban lo que hallaban, sin tener misericordia ni compasión de dejarlos morir de hambre; siendo, pues, dijo, de esta manera tratados por Moctezuma, que hoy reina en México, ¿quién no se alegrará de ser vasallo, cuanto más amigo, de tan bueno y justo príncipe, como le decían que era el Emperador, siquiera por salir de estas vejaciones, robos, agravios y fuerzas de cada día, aunque no fuese por recibir ni gozar otras mercedes y beneficios, que un tan gran señor querrá y podrá hacer? Paró aquí, enterneciéndosele los ojos y corazón; mas, volviendo en sí, encareció la fortaleza y asiento de México sobre el agua, y engrandeció las riquezas, corte, grandezas, huestes y poderío de Moctezuma. Dijo asimismo cómo Tlaxcallan, Huexocinco y otras provincias de por allí, además de la serranía de los totonaques, eran de opinión contraria a los mexicanos, y tenían ya alguna noticia de lo que había pasado en Tabasco, que si Cortés quería, trataría con ellos una liga de todos que no bastase Moctezuma contra ella. Cortés, alegrándose de lo que oía, que hacía mucho a su propósito, dijo que sentía aquel ruin tratamiento que se le hacía en sus tierras y súbditos, mas que tuviese por cierto que él se lo quitaría y aun se lo vengaría, porque no venía sino a deshacer agravios y favorecer a los presos, ayudar a los mezquinos y quitar tiranías, y aparte esto, él y los suyos habían recibido en su casa tan buena acogida y obras, que quedaba en obligación de hacerle todo placer y espaldas contra sus enemigos, y lo mismo haría con aquellos amigos suyos; y que les dijese a lo que venía, y que por ser de su parcialidad sería su amigo y les ayudaría en lo que mandasen. Se despidió con tanto Cortés, diciendo que había estado allí muchos días, y tenía necesidad de ver la otra gente suya y navíos que le aguardaban en Aquiahuiztlan, donde pensaba tomar asiento por algún tiempo, y donde se podrían comunicar. El señor de Cempoallan dijo que si quería estar allí, fuese muy en buen hora, y si no, que los navíos estaban cerca para tratar sin mucho trabajo ni tiempo lo que acordasen. Hizo llamar ocho doncellas muy bien vestidas a su manera y que parecían moriscas, una de las cuales llevaba mejores ropas de algodón y más bordadas, y algunas piezas y joyas de oro encima; y dijo que todas aquellas mujeres eran ricas y nobles, y que la del oro era señora de vasallos y sobrina suya, la cual dio a Cortés, con las demás, para que la tomase por mujer, y las diese a los caballeros de su compañía que mandase, en prenda de amor y amistad perpetua y verdadera. Cortés recibió el don con mucho contento, por no enojar al dador; y así, partió, y con él aquellas mujeres en andas de hombres, con muchas otras que las sirviesen, y otros muchos indios que le acompañasen a él y le guiasen hasta el mar, y le proveyesen de lo necesario.
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Lo que dijo Cortés a los suyos Viendo, pues, Cortés que hacían poco fruto las cartas y mensajeros, aunque cada día iban y venían de Narváez a él, y de él a Narváez, y que nunca se habían visto ni mostrado las provisiones del Rey, decidió verse con él, que barba a barba, como dicen, honra se cata, y por llevar el negocio por bien y buenos medios si fuese posible; y para esto despachó a Rodrigo Álvarez Chico, veedor, y a Juan Velázquez y Juan del Río, para que tratasen con Narváez muchas cosas. Pero tres fueron las principales: que se viesen solos o tantos a tantos; que Narváez dejase a Cortés en México, y él se fuese con los que traía, a conquistar a Pánuco, que estaba de paz, con personas de allí muy principales que tenía, o a otros reinos, y Cortés pagaría los gastos y socorrería a los españoles que traía; o que se estuviese Narváez en México y diese a Cortés cuatrocientos españoles de la armada, para que con ellos y con los suyos él siguiese adelante a conquistar otras tierras. La otra era que le mostrase las provisiones que del Rey traía, y las obedecería. Narváez no vino a ningún partido, solamente al concierto de que se viesen cada uno con diez hidalgos sobre seguro y con juramento, y lo firmaron con sus nombres; mas no se efectuó, porque Rodrigo Álvarez Chico avisó a Cortés de la trama que Narváez urdía para prenderle o matarle en las vistas. Como entendía en el negocio, entendió la maña y engaño, o quizá se lo dijo alguien que no quería mal a Cortés. Deshechos los conciertos, determina Cortés ir a él, con decir: "Algo será". Antes de irse habló con sus españoles, trayéndoles a la memoria cuanto él por ellos y ellos por él habían hecho desde que comenzó aquella jornada hasta entonces; dijo cómo Diego Velázquez, en lugar de darles las gracias, los enviaba a destruir y matar con Pánfilo de Narváez, que era hombre fuerte y testarudo, por lo que habían hecho en servicio de Dios y del Emperador, y porque acudieron al Rey, como buenos vasallos, y no a él, no estando obligados, y que Narváez les tenía ya confiscados sus bienes, y hechas mercedes de ellos a otros, y los cuerpos condenados a horca y las famas puestas al tablero, no sin muchas injurias y befas que de todos hacía; cosas ciertamente no de cristiano, ni que ellos, siendo tales y tan buenos, querrían disimular y dejar sin el castigo que merecían, y aunque la venganza él y ellos la debían dejar a Dios, que da el pago a los soberbios y envidiosos, que le parecía no dejasen al menos gozar de sus trabajos y sudores a otros, que con sus manos lavadas venían a comer la sangre del prójimo, y que descaradamente iban contra otros españoles, levantando a los indios que los servían como amigos, y urdiendo guerras mucho peores que las civiles de Mario y Sila, ni que las de César y Pompeyo, que turbaron el imperio romano; y que él determinaba salirle al camino y no dejarle llegar a México, pues era mejor. Dios os salve que no quién está allá; y que si eran muchos, que valía más a quien Dios ayuda que no quien mucho madruga, y que buen corazón quebranta mala ventura, como el suyo de ellos, que estaba pasado por el crisol, desde que con él seguían las armas y la guerra; y también que de los de Narváez había muchos que se pasarían a él, que por eso les daba cuenta de lo que pensaba y hacía, para que los que quisiesen ir con él, que se preparasen, y los que no, que quedasen en buena hora a guardar México y a Moctezuma, que tanto montaba. Les hizo también muchos ofrecimientos si volvía con victoria. Los españoles dijeron que como él ordenase así lo harían. Mucho les indignó con esta plática, y en verdad temían la soberbia y ceguedad de Pánfilo de Narváez, y por otra parte a los indios, que ya tomaban alas con ver disensión entre españoles, y que los de la costa estaban con los otros.
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Lo que habló Cortés a Teudilli, criado de Moctezuma Todo esto se había hecho sin lengua, porque Jerónimo de Aguilar no entendía a estos indios, que eran de otro lenguaje muy diferente del que él sabía; por lo cual Cortés estaba preocupado y triste, por faltarle faraute para entenderse con aquel gobernador y saber las cosas de aquella tierra; pero después salió de aquella preocupación, porque una de aquellas veinte mujeres que le dieron en Potonchan hablaba con los de aquel gobernador y los entendía muy bien, como a hombres de su propia lengua; y así que Cortés la tomó aparte con Aguilar, y le prometió más que libertad si le trataba verdad entre él y aquellos de su tierra, puesto que los entendía, y él la quería tener por su faraute y secretaria. Tras esto, le preguntó quién era y de dónde. Marina, que así se llamaba después de cristiana, dijo que era de cerca de Jalisco, de un lugar llamado Viluta, hija de padres ricos y parientes del señor de aquella tierra; y que cuando era muchacha la habían robado algunos mercaderes en tiempo de guerra, y llevado a vender a la feria de Xicalanco, que es un gran pueblo sobre Coazacualco, no muy lejos de Tabasco; y de allí había llegado a poder del señor de Potonchan. Esta Marina y sus compañeras fueron los primeros cristianos bautizados de toda la Nueva España, y ella sola, con Aguilar, el verdadero intérprete entre los nuestros y los de aquella tierra. Certificado Cortés de que tenía un seguro y leal faraute en aquella esclava con Aguilar, oyó misa en el campo, puso junto a sí a Teudilli, y después comieron juntos; y después de comer se quedaron ambos en su tienda con los lenguas y otros muchos españoles e indios; y les dijo Cortés que era vasallo de don Carlos de Austria, emperador de cristianos, rey de España y señor de la mayor parte del mundo, a quien muchos y muy grandes reyes y señores servían y obedecían, y los demás príncipes se honraban de ser sus amigos, por su bondad y poderío; el cual, teniendo noticia de aquella tierra y del señor de ella, lo enviaba allí para visitarle de su parte, y decirle algunas cosas en secreto, que traía por escrito, y que se alegraría de conocer; por eso que lo hiciese saber así a su señor, para ver dónde mandaba oír la embajada. Respondió Teudilli que se alegraba mucho de oír la grandeza y bondad del señor Emperador; pero que le hacía saber que su señor Moctezuma no era menor rey ni menos bueno; antes bien, se maravillaba de que hubiese otro tan gran príncipe en el mundo; y que pues así era, él se lo haría saber para ver qué mandaba hacer del embajador y de su embajada; pues él confiaba en la clemencia de su señor, que no sólo se alegraría con aquellas nuevas, sino que hasta haría mercedes al que las traía. Tras esta plática hizo Cortés que los españoles saliesen con sus armas en ordenanza al paso y son del pífano y tambor, y escaramuzasen, y que los de a caballo corriesen, y se tirase la artillería; y todo con el fin de que aquel gobernador lo dijese a su rey. Los indios contemplaron mucho el traje, gesto y barbas de los españoles. Maravillábanse de ver comer y correr a los caballos. Temían del resplandor de las espadas. Se caían al suelo del golpe y estruendo que hacía la artillería, y pensaban que se hundía el cielo a truenos y rayos; y de las naos decían que venía el dios Quezalcoatl con sus templos a cuestas, que era el dios del aire, que se había marchado y esperaban su vuelta. Después que fue hecho todo esto, Teudilli despachó a México a Moctezuma con lo que había visto y oído, y pidiéndole oro para dar al capitán de aquella nueva gente, y era porque Cortés le preguntó si Moctezuma tenía oro. Y como respondió que sí, "envíeme", dice, "de ello, pues tenemos yo y mis compañeros mal de corazón, enfermedad que sana con ello". Estas mensajerías fueron en un día y una noche desde el campamento de Cortés a México, a donde hay más de setenta leguas de camino, y llevaron pintada la figura de los caballos, y del caballo y hombres encima, la forma de las armas, qué y cuántos eran los tiros de fuego, y qué número había de hombres barbudos. De los navíos ya había avisado en cuanto los vio, diciendo cuántos y lo grandes que eran. Todo esto lo hizo Teudilli pintar al natural en algodón tejido para que Moctezuma lo viese. Llegó tan pronto esta mensajería tan lejos, porque había colocado de trecho en trecho hombres, como postas de caballo, que de mano en mano daba uno a otro el lienzo y el recado, y así volaba el aviso. Más se corre así que por la posta de caballos, y es costumbre más antigua que la de los caballos. También envió este gobernador a Moctezuma los vestidos y muchas de las otras cosas que Cortés le dio, las cuales se hallaron después en su recámara.