De este modo, frente a los planteamientos rígidos que veían en el cambio arqueológico entre el Heládico Antiguo y el Heládico Medio el reflejo de la llegada de los griegos, hoy se ve en un amplio período crítico coincidente aproximadamente con el cambio de milenio, entre el tercero y el segundo, por tanto, en torno al año 2000 a.C., el inicio de la formación del pueblo griego, como resultado de las agitaciones continentales que provocan la indoeuropeización del Mediterráneo septentrional, cuando incidieron sobre la dinámica interna de los indoeuropeos. La pervivencia de estos pueblos, en muchos casos, o de tradiciones legendarias que se refieren a ellos, permiten hallar algunos rasgos primitivos, que los griegos utilizaban para mejor marcar las diferencias, pero que, al mismo tiempo, parecen responder a la realidad. Se trata sobre todo de cultos y leyendas alusivas a prácticas religiosas donde lo agrícola y lo femenino se conjuntaban en lo que parece reflejo de una concepción del mundo que espera de lo religioso una eficacia fertilizante sobre la producción y la reproducción. Con todo, muchas de esas prácticas continuaban perfectamente integradas en las comunidades que pueden llamarse griegas, sin que necesariamente las identidades culturales hayan de relacionarse con las identidades lingüísticas y étnicas y, mucho menos, con las raciales.
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La marcha de Rodolfo de Habsburgo sobre Basilea respondía a su elección como emperador por parte de varios príncipes alemanes, a modo de elemento pacificador que es celebrado por los ciudadanos. Pforr elige este tema político bajomedieval de contenido integrista y reelabora formas de representación de los primitivos alemanes y de Durero, aunque no existe, que sepamos, ninguna composición antigua concreta que se reconstruya aquí. La definición lineal, el colorido y la composición buscan, con todo, su confusión con modelos pictóricos del siglo XV.
contexto
Llegada del tirano a Burburata Este mismo día que llegó, hizo desembarcar toda la gente, y se alojaron en la playa, donde estuvieron aquella noche; y otro día, de mañana, envió algunos de sus amigos al pueblo, que estaba media legua del puerto, los cuales hallaron el pueblo sin gente, yermo, que toda la gente estaba huida por temor de los dichos tiranos; y hallaron en el pueblo un soldado de los marañones que se habían pasado al fraile con Monguía, llamado Francisco Martín, piloto, el cual les dijo que se volvía a la compañía del dicho tirano Lope de Aguirre, y luego se lo llevaron a la mar, y el tirano le hizo muchas caricias, y le preguntó por el suceso de Pedro de Monguía, y Arteaga, y Alonso Gutiérrez los había engañado a todos, y uno a uno los habían desarmado; y desque los tuvieron ansí, apellidando la voz del Rey, se hicieron con el fraile; y que él y los demás no habían podido hacer otra cosa, por estar sin armas; y que él, sabido que venía, vino a buscarle y servirle; y que algunos de sus compañeros, que andaban por allí muertos de hambre y desnudos, tenían el mismo deseo que él; y que, sabida su venida, tenía por cierto que lo vernían a servir. Y luego el tirano le dio de vestir a este soldado, y escribió con él una carta muy amorosa para los que él decía, y le mandó que los fuese a buscar, y les diese la carta y se los trajese; y él fue y anduvo por allá dos o tres días, y se volvió diciendo que no los había hallado. Este mismo día, antes que el tirano fuese en la Burburata, mandó matar un portugués, llamado Farias, que era de los que en la Margarita se le habían llegado. La causa que para le matar tuvo, dijeron que no fue otra sino haber preguntado este soldado si aquella tierra en que estaban, si era isla o tierra firme. Este día mandó el tirano ir toda la gente al pueblo, y él se quedó el postrero de todos, haciendo quemar los navíos que allí había traído; y llegado al pueblo, aposentó en él su gente, y él vivía más recatado que hasta allí, y con más guardia en su persona; y mandó juntar y recoger en el dicho pueblo, y a la redonda dél, todas las cabalgaduras que se pudiesen haber, que serían como hasta veinticinco o treinta, y las más, yeguas por domar; y ciertos soldados de los que fueron a buscar las cabalgaduras, vinieron empuyados, de lo cual se enojó tanto el tirano, que mandó pregonar guerra a sangre y fuego contra el Rey de Castilla y sus vasallos, salvo aquellos que se quisiesen pasar a ellos, que los aseguraba, y a los demás, todos, que los matasen, so pena que el soldado de los suyos que no matase a los que topase, le matasen a él por ello. Prendieron a un Alcalde del dicho pueblo, llamado Chaves, que le hallaron en un hato suyo, cuatro leguas del pueblo, y él, dicen que se lo quiso, por ver si podría granjear alguna cosa. Detúvose aquí diez y ocho días, domando las cabalgaduras, para llevar en ellas la munición y hato, y viendo que tenía necesidad de más para poderlo llevar todo, escribió una carta a los vecinos de la Nueva Valencia, que estarían diez o doce leguas de allí, la tierra adentro, diciéndoles que él determinaba de ir por su pueblo, y si no por otro camino derecho, a Barchicimeto y al Tocuyo, y que, para aviarse, tenía necesidad de que cada vecino del pueblo le enviase un caballo, y que se lo pagaría muy bien en joyas de oro y plata; y que enviasen con los caballos personas de fiar, donde no, que no podía dejar de irse a ver con ellos, y les haría todo el daño que pudiese; pero los vecinos de la Valencia no respondieron. Mató en este pueblo de la Burburata un mercader que había tomado en el monte, llamado Pero Núñez, porque se quejó que un soldado de los marañones le había tomado una barreta de oro de sesenta pesos, que tenía dentro de una botija de aceitunas enterrada, y que el soldado había desenterrado la botija y llevádosela con el oro. Y llamando el tirano al soldado, le preguntó por el oro, y él negó, diciendo que la botija no tenía tal cosa dentro; y queriéndolo el tirano averiguar, preguntó al Pero Núñez, mercader: "¿qué señas tiene la botija?", y él dijo que una tapadera con yeso; y el tirano dijo al mercader, que quien en aquello mentía, también se presumía que mentiría en lo demás; y le mandó dar luego garrote por mentiroso. Y la principal cosa porque le hizo matar fue, que cuando trujeron a este mercader preso del monte donde estaba escondido, el tirano le habló bien, y le preguntó por qué se huía, y le respondió que de miedo; y replicó el tirano, y le dijo que le dijese qué decían dél por allá; y el Pero Núñez rehusó, y dijo que no nada: y el tirano le dijo que dijese todo lo que dél decían, y el mercaderer respondió: "Dicen, señor, muchas cosas que#", "Decidlas y no tengáis miedo, que yo os aseguro mi palabra que no se os hará mal ninguno". Y luego, el mercader comenzó a decir: "Dicen, señor, que vuestra merced y todos los que andan en su compañía son luteranos, malos y crueles." Y el tirano se enojó y le dijo: "¡Bárbaro, nescio!" Y se quitó una celada de acero que en la cabeza traía, y le amagó a dar con ella, y enojado desto lo mató. Mandó asimismo ahorcar aquí un soldado de sus marañones llamado Pérez, al cual halló el tirano fuera del pueblo, echado junto a un arroyo de agua, que estaba malo; y preguntándole el tirano que qué hacía allí, le respondió que estaba muy malo, y el tirano le dijo: "Luego, desa manera, señor Pérez, no podréis seguir esta jornada; bueno será que os quedéis." Y el Pérez le dijo: "Sea como vuestra merced mandare." Y vuelto el tirano a su posada, mandó luego a sus ministros que le trujesen a este soldado, diciendo: "¡Tráiganme acá a Pérez, que está malo; curarlo hemos y hacerle hemos algún regalo!" Y traído, le mandó luego ahorcar, porque quisiera este maldito que ninguno mostrara voluntad de quedarse, sino que todos le siguiesen, aunque fuese arrastrando; y después de muerto, le pusieron un rótulo en los pechos que decía: Por inútil y desaprovechado. Rogáronle los más de sus capitanes por este soldado, que le diese la vida; y respondió, muy enojado, que nadie le rogase por hombre que estuviese tibio en la guerra. Hallaron en este pueblo de la Burburata algunas mercaderías enterradas y escondidas, de paño y de lienzo y cosas de comer, y muchas pipas de vino, todo lo cual los dichos tiranos comieron y robaron; y no contentos con beber el vino en más cantidad que había menester, cocían con ello la carne y guisaban sus comidas; y hubo algunos que desfondaban las pipas por una parte y se metían desnudos en ellas a lavarse, y en bateas se lavaban muchos los pies las más de las noches; cierto, cosa de gran destruición y lástima. Estando ya de camino para la Valencia el perverso tirano, se huyeron dos soldados que habían deseado siempre el servicio de Su Majestad; el uno llamado Pedrarias de Almesto, y el otro Diego de Alarcón, a quien siempre el tirano había traído desarmados, por no se fiar dellos, y porque entendía el tirano que no le habían de ser amigos; y como los echó menos, hizo grandes bramuras, diciendo blasfemias, y que si él creyera a sus amigos, él los hobiera hecho pedazos; y mandó luego detener el campo otros dos días en el pueblo, y envió a prender a Chaves, el alcalde que antes había preso, y trayéndole delante dél le dijo: "Sabed que si no me buscáis los dos soldados que se me han huido, que es el uno Pedrarias y el otro Alarcón, que os tengo de llevar vuestra mujer e hijos, y la mujer de don Julián de Mendoza, vuestra hija; por eso, abrí el ojo y hacé lo que digo, si queréis excusar que no haya una gran cruedad en vosotros." Y el dicho Alcalde, con gran diligencia, procuró de buscar a los dichos soldados; y como en aquellos dos días no los pudo hallar, el perverso tirano les llevó las mujeres al dicho Alcalde y Alguacil mayor, don Julián, y dejó el pueblo quemado y destruido y robado, y las mujeres todas a pie, que serían diez o doce; y caminando hacia la Valencia, llevaba los tiros de artillería y municiones en los caballos que allí había habido, y los soldados cargados con sus armas y hato y comida. En este pueblo dejó, de su propia voluntad, tres soldados enfermos, que se decía uno Paredes y otro Ximénez y otro Marquina. Luego que los vecinos de la gobernación de Venezuela supieron que el tirano había desembarcado en la Burburata, y pretendía entrar por la tierra adentro, temiendo sus crueldades y maldades, de que ya estaban los vecinos de la Venezuela avisados, y de Barchicimeto, que son los dos pueblos más cercanos a la mar, y camino por do el tirano había de pasar, se huyeron al monte llevando consigo sus mujeres e hijos y hacienda, no les pareciendo que eran parte para se poder defender; pero los vecinos de la ciudad de Tocuyo, que están más lejanos de la mar, que es donde residía al presente el Gobernador, que era el licenciado Pedro Pablo Collado, tuvieron más ánimo y mostraron más valor; y todos ellos, con su Gobernador, acordaron que, poniendo sus mujeres e hijos en cobro, ellos aventurasen sus personas a todo peligro, por servir a Dios y a su Rey. Y luego el dicho Gobernador nombró oficiales de la guerra en nombre de Su Majestad; e hizo Capitán general a un Gutiérrez de la Peña, vecino del dicho Tocuyo, y que había sido gobernador en el Tocuyo antes que el licenciado Collado; y asimismo hizo a otros vecinos capitanes y alférez. Y luego el dicho Gutiérrez de la Peña, capitán general, juntó toda la gente del Tocuyo, en que había solos cuarenta y dos hombres de caballo con lanzas y escampiles, y adargas de cueros de vaca crudos y, con el estandarte Real alzado, se partió para la ciudad de Barchicimeto, que es doce leguas del dicho Tocuyo, hacia la mar, de manera que salieron al camino al tirano, apellidando y enviando a llamar toda la gente que había en la dicha gobernación, de los pueblos de Nira y Coycas y otras partes; y previniendo asimismo al capitán Pero Bravo, que estaba cuarenta leguas del pueblo de Tocuyo en otro pueblo llamado Mérida, término del nuevo Reino de Granada, y llegados a Barchicimeto, se aposentaron en el pueblo, y los vecinos dél, que andaban al monte, sabida la nueva de la venida del General y vecinos del Tocuyo, se vinieron a juntar con ellos, que serían con los unos y con los otros ochenta hombres de a caballo, con las armas y aderezos que habemos dicho; y poniendo las guardias y espías en los caminos para que los tiranos no pudiesen venir sin que ellos lo supiesen y entendiesen, y alzando de los caminos todos los ganados y comidas que se pudieron alzar, esperaron allí al tirano. Y desde a pocos días vino al pueblo de Coycas un Diego García de Paredes, vecino del dicho pueblo de Coycas, con algunos otros, sus amigos, y traían tres o cuatro arcabuces, que era la mayor fuerza de la gente de Venezuela, y con su venida se holgaron mucho, y le dieron el cargo de Maese de campo de Su Majestad, y cada día venían gentes de toda la Gobernación a servir a Su Majestad. Partido el tirano de la Burburata la vía de la Nueva Valencia, como se ha dicho, aquel día, yendo caminando por la playa de la mar, vieron venir una piragua que venía hacia el pueblo de la Burburata, y parescíales que venía en ella gente española; y pensando hacer el tirano alguna presa, caminando un poco adelante hacia una sierra, ya que se vido encubierto de la vista de la mar, paró e hizo alojar allí su campo; y siendo de noche, el mismo tirano tomó consigo veinticinco o treinta arcabuceros, y volvió al dicho pueblo, y dividiendo la gente que llevaba, unos por una parte y otros por otra, mandó buscar las casas del pueblo, y que prendiesen a cuantos hallasen; y él solo se puso también a buscar por su parte, y no hallaron a nadie. Y, ciertamente, los que aquella noche fueron con él, no sé yo cómo se pueden excusar de culpa, porque nunca hasta allí había habido mejor coyuntura para le matar, si los que allí iban desearan el servicio de Su Majestad, y principalmente el de Dios; porque el tirano se quedó solo buscando las casas, y con el abundancia de vino que había, se emborrachó, y cualquiera con facilidad lo pudiera matar allí, que estaba fuera de la guardia de sus amigos; pero ellos no quisieron o no se atrevieron. Pudo ser que no cayesen en ello, o que Dios no fuese servido que por entonces muriese. Y desta vuelta que hizo a la Burburata se le huyeron otros tres soldados de sus marañones, llamados Rosales, Acosta, Jorge de Rojas; y con el mucho vino que llevaban en el cuerpo, el tirano y sus compañeros, no los echaron de menos hasta la mañana. En el entretanto que el tirano volvió a la Burburata, hubo en su campo algún alboroto y revueltas, y la causa fue ésta. En el lugar del alojamiento había falta de agua, y fuéronla a buscar a unas quebradas de montañas lejos de allí, adonde ciertos indios del servicio de los dichos tiranos hallaron en el monte cierta ranchería de gente que estaba por allí escondida, los cuales se huyeron, sintiendo la gente que buscaba el agua. En esta ranchería hallaron cierto hato y cosas que los que allí estaban, con la prisa de huir, se habían dejado, y entre estas cosas, una capa conoscida de un Rodrigo Gutiérrez, marañón, que habemos dicho que se pasó al fraile con Monguía, y una probanza de abono que había hecho ante la justicia de la Burburata; y en esta probanza había sido testigo el Francisco Martín, piloto, que habemos dicho también que era de los Monguía y se había vuelto a servir al tirano a la Burburata; y como se leyese la probanza y se viese en ella el dicho de Francisco Martín, que abonaba mucho al Rodrigo Gutiérrez, un mayordomo del tirano Lope de Aguirre, y a quien él había dejado el cargo del campo cuando el tirano volvió a la Burburata, enojado del dicho Francisco Martín, piloto, por lo que había dicho Rodrigo Gutiérrez, le dio de puñaladas, y acudiendo otros amigos del tirano, lo acabaron; y un soldado, llamado Arana, de los amigos y paniaguados del tirano, le tiró un arcabuzazo, y errando al dicho Francisco Martín, dio a otro soldado que estaba cabe él, preso, que decían que se había querido huir aquella noche, que se llamaba Antón García, y le mató; y ansimismo murieron ambos a dos. Algunos, y los más del campo, tuvieron por muy cierto que el dicho Arana quiso matar al dicho Antón García, so color de que tiraba al otro; y así, al dicho Arana no se le dio nada, y dicen que dijo que se fuese el que él mató a su cuenta, que el General, su señor, lo ternía por bien; y a esta causa hubo los alborotos, porque unos loaban lo hecho y otros lo vituperaban; pero el dicho Arana, como buen amigo y servidor del tirano, fue a muy gran priesa a la Burburata y avisó al tirano de lo que pasaba en su campo, y él se volvió allá con toda brevedad, y se holgó de lo hecho. Otro día, por la mañana, partió de allí, prosiguiendo su viaje para la Nueva Valencia, adonde, por el mal camino y aspereza de la tierra, los soldados dejaron en ella la mayor parte del hato que llevaban a cuestas; y asimismo se quedaron allí ciertos tiros de artillería de hierro que no los pudieron subir las cabalgaduras que llevaban. Trabajaron mucho el tirano y sus secuaces y amigos en subir la munición, cargándola y descargándola muchas veces, y aliviando las cargas a las cabalgaduras que se les cansaban, y repartían entre sí las cargas y ellos las llevaban a cuestas; y el mismo Lope de Aguirre iba cargado también con harto peso de la dicha munición; y trabajó aquí tanto, que cayó malo, y tanto, que el día que llegó a la Valencia, se apeó de un caballo en que iba, no se pudiendo tener en la silla, y se tendió en el suelo como muerto, y algunos soldados que con él se hallaron lo llevaron ellos mismos a cuestas, y otros le hacían sombra a manera de palio con una bandera; cosa, cierto, vergonzosa y mala, y de que no se pueden escapar de que tenían mucha culpa, porque entonces llevaba muy poca guardia, y fuera cosa muy fácil matarle, porque como él estaba malo, había enviado adelante a la Valencia todos sus amigos para que tomasen el pueblo; y aún dicen que el dicho tirano, fatigado con su enfermedad, les decía a veces: "¡matarme, matarme!", que tampoco podía ir en la hamaca; y en viendo alguna sombra, se arrojaba en ella y se tendía en el suelo; y así le llevaron a cuestas más de media legua, y algunos de los que agora blasonan y se publican por muy servidores de Su Majestad. Y esto no lo vide yo, porque andaba en los montes huido con mi compañero Diego de Alarcón, porque hasta que me prendieron y volvieron al tirano, no supe nada desto, como adelante se contará. Y desde a pocos días, el tirano convalesció y quedó bueno de su enfermedad. Hallaron este pueblo de la Valencia también despoblado como el de la Burburata y a la redonda dél se hallaron ciertas yeguas y potros. Aquí se estuvieron veinte días o más, domando las cabalgaduras, que todas eran cerreras, para llevar su artillería y munición, y para encabalgar algunos de sus capitanes y amigos. Y como viese el tirano que toda la gente de los pueblos por donde hasta allí había venido se huían, y ninguno se venía a él, como pensaba, blasfemaba, y renegando, decía muchas veces que no creía en tal si la gente de aquella tierra no eran peores que bárbaros, y pusilánimes y cobardes; y que ¿cómo era posible que nadie hasta allí se les hubiese pasado, y que aquestos solos rehusasen la guerra, que desde el principio del mundo los hombres la habían armado y seguido, y aun en el cielo la había habido entre los ángeles cuando echaron dél a Lucifer? Y ansí se quejaba desto este tirano, como si él fuera bueno y llevara alguna impresa justa y santa. En este pueblo de la Valencia mandó ahorcar un soldado de sus marañones, llamado Gonzalo Pagador, porque salió un tiro de arcabuz del pueblo a coger cierta fruta que llaman papayas, porque había mandado que nadie saliese sin su licencia, y mandolo colgar del mismo árbol que había cogido la fruta. Pasado esto, los soldados que atrás digimos que se huyeron de la Burburata, de los dos primeros, el uno llamado Pedrarias de Almesto, y el otro Diego de Alarcón, habiendo pasado grande hambre y sed por las montañas, escondiéronse deste perverso tirano; ya cansados del mucho trabajo, acordaron, por mejor servir a Su Majestad, de salir al pueblo de la Burburata, apellidando la voz del Rey, y hacer a los vecinos del dicho pueblo que alzasen bandera por el rey don Felipe, nuestro señor; y así lo pusieron por obra; y un día, a medio día, entraron en la plaza del dicho pueblo de la Burburata, y, poniéndose en medio della los dichos dos soldados, comenzaron a dar voces diciendo: "¡Quien está en este pueblo, salga a servir al Rey, que a eso venimos; y álcese bandera por el Rey, nuestro señor, que aquí nos juntaremos gente para destruir a este perverso tirano!" Y acabado de decir esto, salieron de sus casas siete y ocho vecinos y soldados, mostrando voluntad de hacer lo que el dicho Pedrarias y Alarcón estaban diciendo. Y por más asegurarlos, vienen el alcalde Chaves y don Julián de Mendoza, alguacil mayor del pueblo, con sus varas, diciendo: "¡Caballeros, viva el Rey, que por él tenemos estas varas, y hacerse ha como vuestras mercedes lo dicen!" Y, como se vieron del dicho Pedrarias y Alarcón, arremetieron con ellos los vecinos y alcalde y alguacil mayor, con grandes voces, diciendo: "¡Sed presos, traidores! ¡Viva el general Lope de Aguirre!" Y el Pedrarias, como vido la traición, comenzose a defender con su espada; y prendieron a Diego de Alarcón; y al Pedrarias, viendo que se defendía como podía, cargaron todos del Alarcón, y le dejaron, y no le prendieron por entonces. Y luego echaron muchas prisiones al dicho Alarcón, y el Pedrarias se tornó a huir al monte, adonde anduvo otros cuatro días; y como le aquejaba la hambre, hobo de venir a buscar comida de noche, a una estancia en la cual le tenían puestas espías; y a cabo deste tiempo, a media noche, le tomaron dentro en un bohío, y allí le prendieron el don Julián con otros cuatro del pueblo, y lo trujeron adonde estaba preso el Diego de Alarcón, y les echaron dos colleras de hierro a cada uno, y una cadena que, a ser de oro, había bien para gastar; y les contaron por qué lo hacían, y que era porque el tirano les había llevado sus mujeres, y que las querían rescatar a trueque de sus cabezas, pues el tirano se las llevaba. Y porque Pedrarias preguntó al alcalde Chaves que por qué tenía la vara del Rey en la mano, siendo tan gran traidor, fue el Alcalde y tomó una lanza que estaba allí, cabe él, y le tiró una lanzada, estando con la cadena y unas esposas a las manos. Y viendo el Alcalde la presa que había hecho, dio luego aviso por la posta al perverso tirano, para que enviase gente por ellos; y como vido que tardaban, apercibió la gente del pueblo y les mandó, de parte de Su Majestad, que llevasen los dichos dos soldados y los entregasen al dicho tirano Lope de Aguirre. Y el Pedrarias y Alarcón pidieron confesión a un clérigo que se había hallado allí a aquella sazón, el cual rehusaba de hacerlo por miedo del tirano, y en fin, confesó a los dichos dos soldados; y luego la gente que estaba apercibida para ir en guarda destos dos soldados, y con ellos el alguacil mayor don Julián de Mendoza, a media noche, hicieron que comenzasen a caminar el Alarcón y Pedrarias, y los llevaron en una cadena, y cada uno con dos collares al pescuezo; y después de haber caminado como seis leguas aquella noche y el día siguiente, estando ya como tres leguas o cuatro de la Valencia, donde estaba ya el tirano alojado, el uno dellos, llamado Pedrarias, llamó al D. Julián para que le pusiese bien la cadena, con propósito de le quitar la espada y darle con ella, o soltarse de las prisiones, y habíale sucedido bien, sino que su compañero se estaba quedo y decía: "¿para qué es eso, sino morir como cristianos?" Y el dicho Pedrarias, como vido que no había podido salir con lo que quiso hacer, se echó en el suelo y les rogó muy encarecidamente que le cortasen allí la cabeza, porque con ella cumplirían, y les darían sus mujeres, porque no determinaba de ir a dar aquel contento a Lope de Aguirre y a otros traidores; que por mayor pena tenía aquello, aunque no lo hobiesen de matar, que no morir antes de llegar allá. Y viendo los que lo llevaban que no quería caminar, sino morir allí, acordaron entre todos cortarle la cabeza; y así le dieron a escoger cómo quería que lo matasen, y él respondió que para hacer más presto, que amolasen un cuchillo o una espada, y que lo degollasen con ella; y así lo pusieron por obra, que el Don Julián de Mendoza tomó una espada ancha que llevaba, y la amoló en una piedra junto a un arroyo que allí estaba, y se vino al dicho Pedrarias y le tornó a rogar que caminase, y que quizá podría ser en aquel comedio hobiese remedio; y el Pedrarias le respondió que lo soltase, pues él había venido a servir al Rey, y que aquello que hacían era gran traición; y el D. Julián respondió que más quería su mujer, que después, a Roma por todo. Y así dijo el Pedrarias: "Pues hacé lo que habéis de hacer, que yo soy muy contento; que yo muero por lo que estamos obligados, que es por servir a Dios y al Rey." Y el D. Julián le tomó por la barba diciendo que dijese el credo; y respondió: "Creo en Dios y que sois un gran traidor." Y diciendo esto, pasó los filos de la espada dos o tres veces por la garganta, y como la sangre saltó, el D. Julián se cortó y turbó, y no hizo más; y el dicho Pedrarias se quedó desangrando con una grande herida en el pescuezo, y así, creyendo que lo había degollado, lo dejaron estar toda aquella noche, hasta que amanesció; y como fue Dios servido que no pasasen los filos el gasnate, quedó vivo; y viendo que estaba de aquella manera tornáronle a rogar que llegase adonde el tirano estaba, y aunque no quería, sino que le acabasen de matar, a ruego de todos, caminó y llegaron a donde el tirano estaba, el cual hubo algunos de sus amigos que, como supieron la llegada destos dos soldados, le pidieron albricias al tirano por su venida; que todo lo que se va diciendo es bien público, y por probanzas parescerá más bastantemente declarado. Así que, llegados a Valencia, mandó el tirano a parte de sus amigos, y a otros que no lo eran tanto, para que metiesen prenda, que antes de llegar adonde estaba, les diesen de agujazos y los hiciesen pedazos; y así, salieron ciertos, que no se dicen sus nombres, y comenzaron a decir a los dos soldados: "¿Pues cómo en poder de nuestros enemigos nos dejábades y os íbades al Rey? ¿Qué pensábades?" Y el Pedrarias respondió, ya más fuera de juicio: "Y pues que hayamos de morir, ya está hecho; ¿qué remedio?" Y estando en esto, llegó nueva del tirano Lope de Aguirre que los llevasen delante dél, que les quería hablar; y así, aquestos sus ministros, no tuvieron lugar de ejecutar sus intenciones ruines, y lleváronlos delante del tirano, el cual les dijo: "¿Pues qué es lo que habéis hecho? Pues, por vida de Dios, que venís a buen tiempo, que yo tenía prometido de dos marañones de sus pellejos hacer un atambor y agora se cumplirá; y veremos si el rey D. Felipe, a quien fuistes a servir, si os resucitará; que, por vida de Dios, que ni da vidas ni sana heridas." Y luego se entró en el aposento adonde estaba su hija, a poner una cota y celada; y quieren decir que fue, cierto, la hija la que le rogó que no matase a Pedrarias, y que por su ruego lo hizo. Y así, cuando salió de su aposento, contó cierto que en todos los romanos, del cual nunca se acuerda ninguno de qué manera fue, porque unos estaban con gran pesar de ver a los dos soldados en el paso tan peligroso, y otros que se cree que de gozo no cabían por ver en qué entender; y en fin, acabado su cuento, arremetió con el dicho Pedrarias y lo abrazó diciendo: "A éste quiero dejar vivo, y a ese otro hacedlo luego pedazos." Y luego al Diego de Alarcón lo tomaron entre aquellos crueles sayones, y un Carrión, mestizo, alguacil mayor del campo, y le llevaron desde la posada del tirano por las calles, y entre los toldos del campo con un pregonero que decía en alta voz: "Esta es la justicia que manda hacer Lope de Aguirre, fuerte caudillo de la gente marañona, a este hombre, por servidor del Rey de Castilla. Mándale hacer cuartos. Quien tal hizo que tal pague." Y así, le cortaron la cabeza, y hecho cuartos lo pusieron en palos en una manera de plaza, y la cabeza en el medio en el rollo; y decía a voces el tirano, con muchos soldados alrededor de la cabeza del Diego de Alarcón: "¡Ah, caballeros soldados, qué nescio quedara Pedrarias si estuviera como su compañero, que no viene el Rey de Castilla a resucitarle!" Y al Pedrarias le decía que abriese el ojo, que ni el Rey le diera la vida, ni le sanaría la herida. Y luego mandó curar al dicho Pedrarias de Almesto, y le perdonó echándole cargo que mirase lo que había hecho por él, que, cierto, fue cosa de gran milagro que Dios había inspirado en el tirano para no usar de su gran crueldad; y cosa que es insólita, y que hasta allí el dicho tirano no había usado con otro ninguno; y luego le dieron seis puntos en la herida al dicho Pedrarias de Almesto, de la cual se pensó muriera. Envió deste pueblo el dicho tirano a su capitán, Cristóbal García, con gente a una laguna muy poderosa que estaba cerca de la Valencia, y llámase esta laguna Carigua, que hay en ella muchas islas pobladas de indios, que le habían dicho al tirano que algunos vecinos de la Valencia estaban allí escondidos, y que tenían consigo la mayor parte de la ropa y hacienda de todo el pueblo, y les mandó que en todo caso procurasen de entrar dentro, y prendiese a los que hallase, y trujese la ropa; y fue Dios servido que no hubiese efecto, porque ciertas balsas de caña que hicieron no pudieron sustentar peso sobre el agua, que luego se sumían e iban al fondo en entrando en ellas, y así se volvieron sin hacer nada. Luego vino nueva que el alcalde Chaves, de la Burburata, envió a decir al tirano que tenía preso a Rodrigo Gutiérrez. Este soldado es de los que pasaron con Monguía al fraile. Y también decía el alcalde Chaves que enviase por él, el cual prendió el traidor del Alcalde en la iglesia de la Burburata, que el dicho Diego Gutiérrez se había huido a ella y metídose dentro; y allí fue el dicho Alcalde y le echó prisiones, y lo tenía a recaudo esperando a que el tirano enviase por él; el cual, como lo supo, envió luego a gran priesa y placer a Francisco de Carrión, su Alguacil mayor, con doce soldados, para que se lo trajesen; pero el dicho Gutiérrez se dio buena maña a cohechar un negro que lo guardaba, que se soltó de las prisiones antes que llegasen los que iban por él; que le valió no menos que la vida; y los dichos soldados se volvieron sin él, de que el tirano rescibió mucha pena, y riñó mucho al dicho su Alguacil mayor y soldados, porque no habían muerto al dicho alcalde Chaves, pensando que él lo había soltado. Y desde a pocos días, según se dijo, el alcalde Chaves envió a avisar al tirano por una carta suya como los vecinos de la gobernación de Venezuela se juntaban contra él, y habían alzado estandarte Real, y que convocaban toda la tierra comarcana, pidiendo socorro hasta el Nuevo Reino de Granada, por lo cual el tirano apresuró su partida.
contexto
Llegada del tirano a la isla Margarita Llegó el tirano Lope de Aguirre con sus malditos secuaces a la isla de la Margarita, en la tarde, a veinte de Junio de mil y quinientos e sesenta y un años, y los pilotos que traían no sabían el puerto principal, y tomaron los bergantines en diferentes puertos; y el en que venía el tirano Lope de Aguirre, tomó un puerto que llaman Paragua, el cual era cuatro leguas del pueblo; y el otro bergantín en que venía su Maese de campo, Martín Pérez, en otro puerto, a la banda del Norte, dos leguas del otro, y otras cuatro leguas del pueblo; y luego que tomó el puerto este tirano antes de saltar en tierra, mandó prender a un Gonzalo Guiral de Fuentes, que había sido Capitán de su príncipe Don Fernando, y a otro Diego de Valcázar que habemos dicho que fue Justicia mayor del campo de los dichos tiranos, que antes le habían querido matar y se había escapado; y a entrambos les mandó dar garrote sin confesión; y al Gonzalo Guiral, como no se ahogase tan presto, lo acabaron de matar con muchas puñaladas, porque daba voces pidiendo confesión, y porque no lo entendiesen ciertos vecinos de la isla que allí habían venido a reconoscer qué gente era y los echaron en la mar. Luego, aquella tarde, envió el tirano un soldado, llamado Rodríguez, muy su amigo, que tal sería, se cree, para aquello, a su Maese de campo, por tierra, con unos indios que le guiaban, y le envió a mandar que matase a Sancho Pizarro, que era su Capitán, de quien el tirano tenía sospecha que no le seguiría; y así lo mató el Maese de campo; y dejando alguna gente en el bergantín en guarda dél, con la demás gente, que luego el Maese de campo viniese aquella noche a se juntar con el Lope de Aguirre con toda brevedad, por tierra; y ansí lo hizo, y lo avisó a su General, dónde y cómo había tomado puerto, y qué era lo que quería que hiciese: y el dicho soldado Rodríguez que envió el tirano, hizo bien y fielmente su embajada, y pudiera, si quisiera, dar aviso en la Margarita, pues fue con indios de la propia tierra más de dos leguas; pero él no lo hizo, como gran traidor, y por ser fiel al tirano. Y luego, su Maese de campo envió a un Diego Lucero a que dijese al tirano qué quería que hiciese, y también éste pudo dar aviso a los de la isla y vecinos della, y no lo hizo, antes hizo tan bien su embajada, como gran traidor y leal a su señor, el tirano, mostrando gran voluntad de ser gran amigo de los dichos tiranos. Y asimismo el Maese de campo, en llegando en tierra, echó fuera del bergantín un Roberto de Cocaya, barbero, y a un Francisco Hernández, piloto, sin consentir que nadie saliese con ellos; y los dichos fueron a buscar comida a unas estancias, más de media legua de allí, con unos negros. Fueron a hora de vísperas y volvieron a media noche con el dicho Rodríguez que lo toparon por el camino; y cualquiera destos cuatro que he dicho pudiera avisar al pueblo y vecinos de la isla, si quisieran, y el tirano se desbaratara luego y no hiciera el mal que hizo. También el tirano Aguirre, luego como llegó, echó en tierra diez o doce de sus amigos, y con ellos venía un Juan Gómez, calafate, su Almirante, los cuales fueron por las estancias y toparon vecinos de la isla, y no les dijeron lo que había. Y llegado el mensajero que enviaba el Lope de Aguirre al bergantín de su Maese de campo, luego puso por obra lo que su General mandaba, y a media noche hizo saltar sobre toda la gente en tierra, y caminó con ella, con las guías que había traído consigo el Rodríguez, y luego, en desviándose del bergantín, mató a Sancho Pizarro y lo dejó muerto en el campo. En este comedio, el Gobernador y vecinos de la isla, habiendo visto los bergantines, andaban alborotados por no saber qué gente era, y enviaron una piragua por la mar, y gente por tierra a reconocerlos; y cuando llegaron, hallaron al tirano Lope de Aguirre desembarcando la gente enferma y algunos de sus amigos, y con él, según dicen, un Diego Tirado, su Capitán de caballo, y la demás gente dejó en el bergantín debajo de cubierta escondida, y hablaron el tirano y sus amigos con dos o tres vecinos de la isla que allí vinieron, a los cuales dijeron y hicieron creer que eran gentes que venían perdidos del Marañón, y que habían bajado del Pirú en demanda de cierta noticia, y pidiéronles carne para comer, con muchos ruegos y crianza; y los dichos vecinos mataron una o dos vacas y se las dieron; y uno dellos, llamado Gaspar Rodríguez, que le pareció el tirano más principal y de mejor plática y conversación, le dio, por asegurarle y engañarle, un capote de grana con franjas y pasamanos de oro, y una copa de plata sobredorada, y a él y a los demás dijo que no quería más de tomar la comida por sus dineros. Luego, aquella noche, se supo aquesta nueva en el pueblo, por cartas escriptas de los dichos vecinos, y aún decían más, que era gente muy rica del Pirú, y que venían enfermos y muertos de hambre, y que daban mucha plata y oro y joyas que traían, a trueque de comida, y que habían dado el capote y la copa al Gaspar Rodríguez. Y sabido lo susodicho en el pueblo de la Margarita, Don Juan de Villandrando, gobernador de la isla, movido, según dijeron, de codicia, deseoso de ver algunas joyas de las que dijeron que repartían los dichos tiranos, y con él un Manuel Rodríguez, alcalde ordinario, y otro Andrés de Salamanca, con el mismo deseo, partieron esa misma noche y a media noche para Guachi donde estaba el tirano Lope de Aguirre, y otro día muy de mañana, que fue martes de la Magdalena, llegaron allá con otros que en camino se les habían juntado, que irían también con la misma codicia, y el tirano los salió a recibir al camino, con su capitán Diego Tirado y otros sus muy amigos, de quien él se fiaba; y el dicho tirano se les humilló tanto hasta hincar la rodilla y abajarse a besar los pies al dicho D. Juan, gobernador; y los que con él venían hicieron lo mismo; y a manera de los querer hacer servicio, les tomaron los caballos los que iban con el dicho tirano, y los ataron lejos de donde ellos estaban, y el gobernador Don Juan tuvo grandes cumplimientos con el dicho tirano, ofreciéndose a su servicio y persona, y casa para que posase; y el tirano le respondió agradeciéndoselo mucho, con gran crianza y comedimiento. Y después que hubieron hablado un gran rato, Lope de Aguirre se desvió con sus amigos, y fue a hablar a sus soldados que estaban en el bergantín, y después volvió al dicho Gobernador, y, haciéndole otro acatamiento como el primero, le dijo: "Señor, los soldados del Pirú siempre se han preciado y precian más de buenas armas que de ropas y vestidos, aunque los tienen en harta abundancia. Suplican a vuestra merced les mande dar licencia para que lleven sus armas y arcabuces." Y el D. Juan como era mozo, e iba con codicia de joyas, le respondió que fuese como ellos mandasen, aunque ya entonces, según decían, poco le aprovechaba otra cosa, porque ya estaba caído en el lazo, y el tirano, vuelto a sus soldados, les dijo: "Ea, marañones, limpiad vuestros arcabuces, que los traéis muy húmedos y maltratados de la mar, que ya tenéis licencia para ir con vuestras armas." Y luego, a aquella hora, dispararon gran salva de arcabucería, y parescieron muchas cotas y lanzones y agujas, y el tirano se fue a hablar con sus soldados; y el dicho D. Juan y los que con él estaban se apartaron un poco, hablando entre ellos que les parecía mal tantas armas y arcabuces, y trataban en la manera que ternían para se las quitar. Y llegó otra vez el tirano a ellos, con ciertos de sus amigos, y les dijo, no con tanto acatamiento y como primero: "Señores, nosotros vamos al Pirú, y somos informados que allí hay muchas guerras, y que aquí no nos han de hacer vuestras mercedes buen tratamiento, ni nos han de dejar pasar allá; por tanto, conviene que vuestras mercedes dejen las armas y sean presos, y esto no más de para que con brevedad se nos dé aviamiento." Y el dicho Gobernador rehusó, y se retiró un poco, diciendo: "¿Qué es esto? ¿qué es esto?" Pero poniéndoles en los pechos muchas lanzas y arcabuces, les quitaron las armas y varas; y asimismo desarmaron y quitaron los caballos a algunos vecinos que allí estaban; y algunos soldados del tirano cabalgaron en ellos, porque yo los vi, que fueron Diego Tirado y Martín Rodríguez y Diego Sánchez Bilbao y un Roberto de Cocaya, y un Carrión, mestizo, y todos éstos iban diciendo a voces altas: "A tomar vamos la isla, que habemos preso al Gobernador, y toda la tierra es nuestra." Y así fueron a tomar el pueblo de la Margarita, y a todos los que de la dicha isla topaban, desarmaban y quitaban las cabalgaduras; y luego, el dicho tirano mandó que toda su gente a gran priesa marchase camino del pueblo; y cabalgando el tirano en el caballo del Gobernador, le dijo a él que cabalgase a las ancas, y el Gobernador no quiso, como estaba enojado, y el tirano se apeó y dijo: "Ea, pues marchemos todos a pie". Y habiendo caminado un poco, toparon con el Maese de campo, y a la gente que venía con el Maese de campo y la gente del otro bergantín; y el dicho Don Juan, cansado de venir a pie, viendo lo poco que aprovechaba enojarse, cabalgó a las ancas de su caballo, en que el tirano Lope de Aguirre venía, que le tornó a convidar que subiese; y desde a poco, se apartaron el Maese de campo y otros soldados con él, todos a caballo y llegaron al pueblo de la isla a hora de medio día, adonde hallaron toda la gente descuidada y segura que no sabían nada de lo pasado, y entraron por una calle corriendo encima de sus caballos y apellidando: "¡libertad! ¡libertad! ¡viva Lope de Aguirre!" y se metieron en la fortaleza que estaba abierta, y se apoderaron della; y otros fueron por el mismo pueblo con el dicho apellido, desarmando a cuantos hallaban; y desde a poco llegó el tirano Lope de Aguirre con la demás gente y presos, y él y otros muchos fueron con hachas a cortar el rollo de la plaza del pueblo, y le dieron muchos hachazos, y como era de guayacán muy duro, no lo acabaron de cortar que se cansaron y asimismo fueron a una casa donde estaba la caja Real, y sin aguardar ni pedir llaves, hicieron pedazos las puertas de una cámara donde estaba y la quebraron, y robaron lo que hallaron en ella, y rompieron los libros de las cuentas Reales; y hecho esto, el dicho tirano mandó echar bando que todos vecinos estantes e habitantes trajesen luego ante él todas las armas que tuviesen, so pena de muerte; y que los que estaban en el campo se recogiesen al pueblo, so la misma pena, y no saliesen dél sin su licencia; y luego trajeron a la fortaleza, de casa de un mercader, una pipa de vino, y en menos de dos horas se la bebieron toda. En este mesmo día envió el tirano por todas las casas del pueblo a saber qué mercaderías y vino y comidas había, y algunas cosas de las que hallaban tomaron luego, y las llevaron a la fortaleza para las repartir entre sí, y otras dejaban puestas por inventario en las casas que las hallaban encerradas, llevando las llaves, y mandaban que, so pena de la vida, no tomasen nada de aquello que allí dejaban; tomaban todas las armas que hallaban por las casas; hallaron y tomaron mucha cantidad de ropa y otras mercaderías que estaban por de Su Majestad, de un navío sin registro que habían tomado en la dicha isla, y todo lo repartieron entre ellos: hallaron la isla más rica que había estado después que se pobló de mercaderías y comidas, y los vecinos muy proveídos de cosas de sus casas, a la mayor parte de los cuales robaron los tiranos cuanto tenían, hasta dejarlos desnudos, que era gran lástima de verlos. Mandó luego este tirano buscar y recoger todas las canoas y piraguas que había en la isla, y quebrolas todas, y esto porque no se le huyese alguna gente y diese aviso de su venida. Echó luego en prisión al gobernador D. Juan de Villandrando, y a Manuel Rodríguez, alcalde, y a un Gaspar Plazuela, mercader, porque dijeron al tirano que había mandado huir y esconder un barco suyo que venía de Santo Domingo cargado, y lo quisieron matar, y lo hicieran si no viniera el barco. Algunos soldados que había en la isla, deseosos de chirinolas, se juntaron con los dichos tiranos y les ayudaban a robar y destruir la isla, y rescibieron dél pagas, y le prometieron de salir con él, y le ayudaban en todo, y algunos mejor que sus amigos. Estos les descubrieron cosas que los vecinos tenían escondidas, que como eran de la tierra, no se les podía encubrir nada; y estos mismos les dieron aviso de un navío grande y bien artillado que estaba en la costa de tierra firme, que lo tenía un Fr. Francisco Montesinos, Provincial de los frailes dominicos, que estaba allí con cierta gente y tenía poblado un pueblo en Maracapana, entendiendo en la conversación de los indios por mandado de Su Majestad; y le dijeron al tirano que con facilidad y poca gente lo tomaría; y luego el tirano, con brevedad, despachó un Capitán suyo, llamado Pedro de Monguía, con diez y ocho hombres, que fuese a tomar el dicho navío, y llevaron por guía un negro de la isla, muy diestro en aquella costa; y en el camino tomaron el navío del Plazuela, que estaba preso, y un Casto Diego Hernández, portugués, con cuatro soldados se metió en él y lo llevó al tirano, y el Monguía, con solos catorce, siguió su viaje. Mandó el tirano a los vecinos de la isla, que con brevedad le tuviesen seiscientos carneros y algunos novillos, y cacabi y maíz, para el matalotaje, repartiendo entre ellos cada uno tanto. Asimismo hizo repartimiento de todos sus soldados por las casas de los vecinos, para que en cada una diesen de comer a tantos. Comían de día y estaban en las casas, y él en la fortaleza con toda su guardia y amigos, y de noche dormían todos juntos cabe la fortaleza en una plaza, a la plaza de la mar, y el tirano, con los que he dicho, dentro de la fortaleza. Otro día mandó ahorcar sin confesión a un Enríquez de Orellana, que era Capitán de la munición, porque estaba mal con él, y porque decían que se había emborrachado el día que entraron en la isla, y dio este cargo a Antón Llamoso, su Sargento. Tenía siempre gran guardia en su persona, y de noche en el pueblo y caminos había muchas centinelas y rondas y sobrerondas de a pie y de a caballo, porque no entrase ni saliese nadie sin que él lo supiese. Hizo un parlamento a los vecinos de la isla, amonestándoles que no huyesen, porque no les quería hacer mal ni daño, sino que les pagaría lo que les había tomado y lo demás que tomasen. Y preguntó a cómo vendían las gallinas y ganados; y fuele dicho que las gallinas valían a dos reales; y díjoles que eran baratas, que las vendiesen a tres; y que el demás ganado y cosas lo pagarían a más precio que solía valer; y ansí, si compraba alguna cosa, no gastaba mucho tiempo en concertarse, antes liberalmente prometía por ella todo lo que pedían, como aquel que no pensaba pagarlo, mas de darles aquel contento. Luego que desembarcó el tirano en esta isla, se le quedaron aquella noche huidos cinco soldados, deseosos del servicio de Su Majestad, que fue el uno Gonzalo de Zúñiga, y un Francisco Vázquez, y un Juan de Villatoro, y un Pedrarias de Almesto, y un Castillo, por lo cual el dicho tirano andaba muy bravo y pateaba y amenazaba a D. Juan, el gobernador que tenía preso, y a los vecinos de la isla, diciendo que ellos tenían escondidos los dichos soldados, y que si ellos querían, que no se les podían esconder en la isla, pues sabían toda aquella tierra; y prometió de dar por cada uno destos soldados que le trujesen doscientos pesos, y otros prometimientos vanos. En este tiempo, a cabo de tres días que estaban en la isla, remanesció herido uno destos, que se decía Pedrarias de Almesto, que, según fue notorio que venían a tomar la isla, por no se hallar en la toma de la isla con los demás, se había huido por una montaña y se había escapado, y, viendo que no podía llevar adelante su huida, tomó por remedio de venirse al pueblo y decir que, por tener aquel prémulo, no se había hallado con ellos; el cual, sabido por el tirano, envió por él a un su Alférez, llamado# para que, donde quiera que lo hallase, lo matase, y como llegó y le vido herido, creyó lo que le dijo Pedrarias, y por entonces no lo mató y lo llevó a las ancas de su caballo delante del tirano, adonde estuvo por matalle; y al fin fue Dios servido que lo dejó y amenazó diciendo que pasase aquélla, y que mirase por sí. Y así el tirano procuró luego de que le trajesen los otros cuatro soldados arriba dichos; y algunos vecinos de la dicha isla, movidos, por ventura, de codicia de la paga y de los ruegos de D. Juan, su Gobernador, que estaba preso y temeroso de la muerte, y por el provecho de su patria, a quien el tirano amenazaba con daños y destruición, los fueron asimismo a buscar unos por una parte y otros por otra, y aun con mandamientos firmados del dicho Gobernador, para que los prendiesen y trujesen al tirano; y como pusiesen gran diligencia en esto, hallaron a los dos dellos, al Castillo y Villatoro, y los trujeron presos al dicho tirano, y luego él los mandó colgar del rollo, sin confesión. Fue éste un mal caso, porque muchos soldados que venían contra su voluntad con los tiranos, que tenían gran deseo de se huir, no lo osaron hacer, porque ellos no sabían la tierra, y vieron que los vecinos de quien se pensaban favorescer traían y buscaban a los huidos. Al Francisco Vázquez y Gonzalo de Zúñiga, aunque pusieron gran diligencia en los buscar, nunca los pudieron hallar, y principalmente Dios que los ayudó. Este día mandó el tirano a ciertos amigos suyos matar a un fraile dominico que vido atravesar por la plaza, y compelido por ruegos de los de la isla lo dejó por entonces. Decía este tirano que tenía prometido de no dar vida a ningún fraile de cuantos topase, salvo a los mercedarios, porque decía él que estos solos no se extremaban en los negocios de las Indias, y que había asimismo de matar a todos los presidentes y oidores, obispos y arzobispos y gobernadores, letrados y procuradores, cuantos pudiese haber a las manos, porque decía él que ellos y los frailes tenían destruidas las Indias; y que había de matar a todas las malas mujeres de su cuerpo, porque éstas eran causa de grandes males y escándalos en el mundo, e por una que el gobernador Orsúa había llevado consigo habían muerto a él y a otros muchos. Luego mandó quemar y echar al través los bergantines que había traído a la isla, porque no se fuese alguno en ellos a dar aviso de su venida, y esto por parescerle que tenía cierto el navío del fraile, porque había enviado a su capitán Monguía por él; y porque un vecino de la isla, llamado Alonso Pérez de Aguilera, se huyó del pueblo, fue el dicho tirano en persona con muchos soldados, ansí de sus marañones como de los que en la isla se les habían juntado, y le hizo destejar y derribar toda su casa, y le robaron cuanto tenía, y le mataron sus ganados. Y al séptimo u octavo día, de su llegada a la isla, mandó matar a un Capitán suyo, de sus mayores amigos, llamado Juanes de Iturriaga, vizcaíno, de su patria, porque era hombre de bien y se temió dél, que le dijeron que juntaba amigos y que a su mesa comían algunos soldados. Y estando cenando una noche con sus amigos en su posada, llegó el maese de campo Martín Pérez con ciertos arcabuceros, y levantándose el Iturriaga de la mesa a recibirlos, le dieron ciertos arcabuzazos, de que murió; y así se le dejaron aquella noche, y otro día, de mañana, le enterraron con gran pompa, y banderas arrastrando, y tocando atambores roncos. Y como este tirano era malo, perverso, así era enemigo de los buenos y virtuosos; y pocos a pocos ha venido matando todos los más hombres de bien, y teniéndolos por sus enemigos, porque como tuviese presunción o manera de hombre de bien, temíase dellos y no consentía que tal hombre viniese entre ellos; y, por consiguiente, era amigo de la gente baja y mala, de los cuales se fiaba y los tenía por grandes amigos, y por parescerle que estos tales no tenían ánima para le matar, y que entre estos tales viviría más seguro. Entendía los más de los días en hacer alardes y formar escuadrones, y poniendo la gente como había de pelear, decíales que no había de dar batalla a ninguno de los que contra él viniesen, si no fuese el Rey en persona, y que a los demás había de desbaratar con ardides y mañas de guerra, de que él se preciaba más que entendía dello. Esperaba cada hora a su capitán Monguía, a quien había enviado a tomar el navío del fraile, y como le parescía que se tardaba, teníalo a mala señal y estaba triste y amenazaba de muerte a todos los de la isla, y decía que, si el dicho Capitán y soldados eran muertos o presos, que había de matar hasta los niños de teta, y asolar la tierra, y por ellos había de matar mil frailes. Y luego le vino nueva que el navío del fraile venía, y no supo por quién, y estaba suspenso hasta que, de un negro que había venido en una piragua de Maracapana, se supo cierto que el capitán Monguía y los soldados que con él iban se habían todos reducido al servicio de Su Majestad; y avisado el fraile de la venida del tirano y de todo lo que pensaba hacer, y que el fraile, con ellos y con la demás gente que tenía, venía con su navío a le destruir y hacer guerra, por lo cual el tirano hacía grandes bramuras y echaba espumarajos, decía grandes amenazas contra el fraile y los dichos soldados, y contra los de la isla, a los cuales mandó luego prender a todos con sus mujeres, y los llevaron a la fortaleza, y mandó echar más prisiones a D. Juan, el gobernador, y a Manuel Rodríguez, alcalde, y a los demás vecinos, para todos los cuales hubo prisiones; y tratándolos mal a todos de palabra, decía que había de hacer correr arroyos de sangre por la plaza de la Margarita de los vecinos della; y luego, en caballos que había tomado a los vecinos, mandó poner de sus soldados a trechos desde el pueblo hasta un puerto de la isla que llamaban la Punta de las Piedras, adonde tuvo nueva que venía a desembarcar el dicho fraile. Aquí volvió el dicho cargo de Alférez general a Alonso de Villena, que antes lo era en tiempo de su Príncipe, que se lo había quitado, como se ha dicho.