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Ha llegado el momento de contemplar dos grupos de testimonios que nos permiten examinar la unificación de Egipto de un modo dramático, monumental pese a lo reducido de su tamaño, y ya casi histórico, pues en estos documentos se ve clara la intención -la conciencia histórica, pudiéramos decir- de dejar memoria clara de hechos muy concretos, de personalidades muy definidas, e incluso de nombres legibles. Se trata de las paletas y las mazas votivas. En ellas, por primera vez, procura el egipcio que lo entendamos con signos que para él eran palabras, no figuras ni historietas gráficas como en otras formas rudimentarias dé transmisión del lenguaje. Por la semejanza que guardan con las paletas de Negade, los ejemplares más antiguos de la nueva serie han de ser el de Manchester y el de Gerzeh. El primero lleva una escena en relieve: tres avestruces a los que se acerca un cazador con máscara de avestruz. Ya hemos topado con estos disfraces de los cazadores a propósito de la cola de perro como ornamento del faraón. La paleta pertenece, por tanto, al mundo mágico de la caza, como la paleta de Oxford, en que el hombre se iguala al animal no sólo para arrimarse a él, sino para asumir sus facultades específicas. La paleta de Gerzeh ostenta un bucráneo visto de frente y orlado de estrellas como si fuese el símbolo de una constelación. Es posible que se trate de la divisa de un rey, como el toro bicéfalo de la paleta de la caza del león, o de un numen protector del mismo como las cabezas de Hathor en el ático de la paleta de Narmer.

El segundo grupo de paletas lleva una cazoleta circular en el centro de su cara principal para diluir en ella los cosméticos, y una serie de figuras por las dos caras. Sólo la paleta de la cacería del león se aparta de esta norma general al estar decorada por una sola cara, y quizá sea por ello la más antigua del grupo. En esta paleta una multitud de figuras exalta al jefe ideal entre los cazadores nómadas, el grupo humano más influyente en el concepto de la realeza egipcia según lo antes apuntado. Arriba de todo están su tienda de esteras y su enseña, un toro de dos cabezas. Por el centro corren animales de la estepa, perseguidos por perros. En los extremos hay tres leones, el más importante de ellos -arriba, en el centro- parece el foco de atención de una partida de caza cuyos componentes son portadores de toda suerte de armas: arcos, lanzas, hachas, mazas, bumeranes, cuchillos, cuerdas, etc. Dada la identidad de la indumentaria de todos los cazadores, con sus largas trenzas y sus colas de perro, es lícito preguntarse si la entera serie no estará compuesta por las actitudes y armas de un mismo personaje que se repetiría diecinueve veces. Desde luego, el que está cabeza abajo delante del león no es un caído en la lucha, sino el triunfador que exterioriza su júbilo después de realizada su hazaña. La paleta de Oxford y la de las jirafas pertenecen igualmente al ciclo de la caza en la estepa. Prevalecen en ellas sobre los demás motivos los cánidos del reborde, que no sabemos si son perros domésticos, salvajes o incluso esa especie de lobo fantaseado que más tarde sería la encarnación de Seth.

También en las dos paletas se ve un monstruo de largo cuello serpentiforme, parecido a un dinosaurio, que en el arte sumerio y en la paleta de Narmer (aquí para formar la cazoleta central) entrelaza su cuello con el de un semejante. En medio de la fauna de la estepa y de la sabana, animadamente representada, la paleta de Oxford encierra dos motivos singulares: primero, un león con cabeza y alas de águila -las alas representadas como un peine del revés- que debe ser considerado como uno de los prototipos del grifo clásico; en segundo término es de destacar también la presencia de un cazador que, disfrazado de perro, se introduce entre los animales salvajes tocando la flauta. Otra paleta de esta serie, donde dos jirafas flanquean una palmera en el reverso como en el ejemplar del Louvre, aporta la novedad de convertir la escena de caza en símbolo de una victoria militar. El león no es aquí, sin embargo, la víctima de la cacería, sino la encarnación del poder de un rey que aplasta al enemigo en batalla campal; los cuervos y los buitres que escoltan al vencedor se están cebando ya de los despojos de los vencidos. Aunque a la paleta le falta cerca de la mitad, se colige muy bien que nos encontramos ante el monumento de un rey, pues a la izquierda de la cazoleta se ven dos estandartes reales coronados por halcones conduciendo a dos prisioneros maniatados a presencia del monarca. Quizá el rey en persona -no ya como león- se encontrase al otro lado de la cazoleta, vestido de un largo albornoz o faldón bordado, que recuerda al del hombre con vestido de red de la protohistoria sumeria.

Muchos sellos cilíndricos de tiempos de Uruk lo representan como aquí, dando castigo a enemigos de fuera o a rebeldes, inconformistas y herejes de dentro. Esta paleta señala, pues, la transición a un tercer grupo en el que la caza ha perdido su interés como acción heroica y numinosa. La guerra y la administración de justicia serán ahora exaltadas preferentemente. Prescindiendo de uno o dos fragmentos poco expresivos, empecemos por el de llamada paleta del toro bravo (Louvre) que representa por ambas caras a un faraón como un toro que cornea a un enemigo de aspecto asiático caído a sus pies. Debajo de este grupo simbólico se ven otros motivos: los dominios o las conquistas del toro bravo están representados por ciudades de almenadas murallas, designadas por sus correspondientes emblemas: un león, un pájaro y seguramente otras más que han desaparecido. Por el lado contrario, los cinco estandartes del faraón, todos ellos provistos de un brazo humano, sujetan una cuerda que seguramente apresaba a los enemigos del monarca. Si bien el sentido de esta paleta, aun en su estado fragmentario, resulta comprensible, en ningún signo se atisba la escritura. Para llegar a ésta será preciso examinar otros dos monumentos, pertenecientes al primer rey de nombre conocido en la historia. El nombre de este personaje tenía las mismas consonantes que la palabra egipcia correspondiente a escorpión; así lo escribía él y así se le viene llamando. Aparte la maza que enseguida veremos, se le atribuye, con bastantes probabilidades de acierto, el fragmento de una paleta interesantísima del Museo de El Cairo.

Uno de los lados de esta paleta está dividido en registros horizontales, cubiertos de plantas y de animales que recuerdan a la parte baja del vaso de Uruk: arriba, una hilera de bueyes; después, una de asnos; seguidamente, una de cameros, y por último, una plantación de frutales y una maza de mango ondulado que en la escritura había de ser el jeroglífico de Libia. En el lado opuesto, por debajo de un listel sobre el que caminan hombres de los que sólo quedan unos pies, se ve la muralla almenada que es el signo de la ciudad, repetida siete veces y encerrando otros tantos signos diferentes: escarabajo, dos hombres luchando, garza real, lechuza, arbusto, estera y signo de ka. Sobre los signos de ciudad se encuentran o se encontraban otros -perro de Seth (?), Horus, estandartes de la escolta de Horus, que anuncian la proximidad del faraón, escorpión y león-, todos ellos provistos de una azada que lo mismo puede significar labrar en sentido pacífico, como ocurre en la maza del mismo Rey Escorpión, a quien vemos con ella en las manos, que minar los cimientos, demoler, significado que en el presente caso ha de tener, pues su filo penetra en las murallas y ha hecho ya rodar por tierra hacia dentro varias de sus almenas. Pese a todo, no se puede dar de este conjunto de signos una interpretación absolutamente segura. Parece que no hay que leerlo en el sentido de que siete ciudades fueron destruidas por otros tantos númenes, sino que una sola ciudad fue asolada por el faraón a quien todos los signos se refieren, e incluso uno de los cuales -abajo en el centro, entre los estandartes y el león- da su nombre: Escorpión.

El escorpión se encuentra sobre el recinto de la estera que en la escritura posterior representa el sonido P-B, inicial de Buto, la capital del Delta. Como Buto era la ciudad de los espíritus, los kas, de los escarabajos, de los arbustos y de las garzas reales (todos ellos bien acreditados como emblemas suyos en tiempos posteriores) se cree que los restantes símbolos también le corresponden y que el Rey Escorpión conmemora aquí únicamente su conquista. De igual modo, en el lado contrario, deja constancia probable del éxito de una expedición a Libia que le proporcionó mucho ganado como botín. Lástima que la parte superior de esta paleta se haya perdido, pues seguramente nos diría mucho más, y más claro, que su extremo inferior. En desquite, tenemos del mismo Rey Escorpión parte de una maza conmemorativa que aporta bastantes novedades, entre ellas la del nombre escrito en una posición plenamente legible. El faraón aparece de pie, de perfil, con la azada en la mano, iniciando la faena de la siembra en cumplimiento de uno de sus cometidos rituales; ante él se inclina el portador del cesto de las semillas, detrás del cual se ve una espiga simbólica sostenida por los brazos de alguien. La operación se realiza al borde del Nilo o de uno de sus canales, cuyos ramales, representados a vista de pájaro, delimitan islotes poblados de gente ocupada en labores agrícolas. El faraón se cubre ya con la corona del Alto Egipto; de su cinturón pende a sus espaldas la cola de perro.

Le siguen dos portadores de abanicos de palma y le preceden, en un registro alto y a menor escala, los portaestandartes de la escolta de Horus. El escorpión del nombre y la roseta que apunta al de Horus (su valor fonético es hrr.t) se encuentran a la altura de la cabeza del faraón como rotulándolo Horus Escorpión. En el otro hemisferio de la maza estaba el faraón entronizado, contemplando a unas bailarinas y a unas mujeres sentadas en sillas de manos escoltadas por un soldado, espada en mano. Las varias matas de papiros que se ven a espaldas de estas figuras indican que el acto tenía por escenario el Bajo Egipto. Arriba de todo corre un friso de estandartes de los que penden inertes avefrías colgadas por el cuello, símbolo de la población del Delta subyugada. Como puede observarse, el nombre de faraón no se encuentra dentro de una cartela. Tampoco ocurre esto en los vasos dedicados por él en Hierakónpolis, aunque uno de ellos superpone al escorpión el halcón de Horus, y por debajo de ambos, cuantas veces se repiten alrededor del vaso, reaparece el avefría en un registro inferior. Entre las varias novedades implantadas por el Rey Escorpión descuella la estatura sobrehumana con que se hace representar en relación a sus acompañantes, el uso de la corona blanca, que lo caracteriza como soberano del Alto Egipto y el realce adquirido por su nombre personal escrito con signos jeroglíficos y no por medio de un símbolo de este es el rey como antes lo hacían el león y el toro.

En seguida veremos como a la corona blanca, o Hedyet, se le suma la corona roja, o Deshert, del Bajo Egipto, y cómo ambas llegan a fundirse en la doble o Sekhemti, cuando el faraón comparezca como rey de las dos mitades del país. Pronto también, el faraón asumirá tres de los cinco grandes nombres tradicionales. El más importante será el de Horus, escrito dentro de una cartela rectangular (serekh) que representa a la Gran Casa (el palacio real); sobre la cartela se posará el halcón de Horus, dios de todo Egipto con quien el faraón se identifica en vida. En segundo lugar, el nombre nebti, el de las dos señoras, así llamado porque comienza con el buitre de Neith, diosa del Alto Egipto. Este nombre designa al faraón como fuerza unificadora de las dos mitades del país. El tercer nombre, asumido por el soberano cuando sube al trono, es el de nesu-bit, el que pertenece a la juncia y a la abeja, símbolos del Alto y Bajo Egipto, respectivamente. Colocados sobre la cartela del faraón correspondiente, estos signos significan Rey del Alto y Bajo Egipto... Este será el nombre más frecuente en los monumentos arquitectónicos.

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