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Con anterioridad a la consumación de la fórmula jurídica de la "unión de Coronas", las cancillerías de Castilla y Aragón habían mantenido directrices opuestas en su política exterior, a favor y en contra de una alianza bilateral con Francia, respectivamente. Pero, finiquitada la Guerra de Granada (1492), cuando al fin los Reyes Católicos pudieron desviar sus energías hacia los proyectos atlánticos y mediterráneos, prevaleció la postura fernandina en la esfera internacional: de inmediato, se chocó con el ambicioso vecino galo por la disputa del Rosellón y del Milanesado, en cuyos territorios las tropas del Gran Capitán hubieron de frenar la invasión en toda regla organizada por Carlos VIII (rey, 1483-98). La respuesta hispana a aquella campaña se fundamentaba en que conculcaba una cláusula del tratado de Barcelona de 1493, puesto que los franceses amenazaban territorios pontificios, cuyo señor era aliado de los Reyes Católicos. Al mismo tiempo, éstos trataban de afianzar el protectorado sobre Navarra, ganar la amistad del papa Borgia y asegurarse la libertad de movimientos de su marina en el Mediterráneo occidental, para lo cual firmaron con la república marítima de Génova un tratado de paz perpetua. Las famosas "guerras de Italia" inauguraban un mosaico cambiante de coaliciones y enfrentamientos entre las Señorías italianas, y, sobre todo, la península itálica se convertía en el escenario donde dirimirán sus disputas las potencias europeas durante el siglo subsiguiente. De forma que la Liga Santa integrada por España, el Papado, el emperador Maximiliano, Milán; Venecia, Inglaterra y Navarra, y sobre manera, la acción de un ejército experimentado y curtido en el empleo de nuevas armas y tácticas -estaban naciendo los tercios-, obligaron a Carlos VIII a retirarse a Francia, en 1496. Sin embargo, cerrado en falso el problema, en el tiempo en que se intentaba dar una lección al Turco en el episodio de Cefalonia, Fernando el Católico y Luis XII de Francia -que acababa de acceder al trono- acordaron repartirse el reino de Nápoles a partes iguales, jurándose perpetua confederación y amistad. A tal efecto, destronaron al débil monarca don Fadrique, con el pretexto de su tentativa de alianza con los infieles, y ratificaron el acuerdo en secreto por el tratado de Granada de 11 de noviembre de 1500. El papa Alejandro VI no sólo aprobó esta concordia cuando se le hizo partícipe de la misma, sino que dispuso lo necesario para otorgar sendas investiduras a los soberanos de Francia y España en la parte del reino napolitano que les hubiese correspondido en la división diplomática. Entre tanto, en medio de un clima de recelo mutuo, los ejércitos de unos y otros se habían apresurado a efectuar los primeros movimientos estratégicos: los franceses, dirigidos por el veterano Aubigny, provocaron un auténtico baño de sangre en Capua con fines ejemplarizantes, mientras los españoles guiados por los cuadros de mando de Fernández de Córdoba sometieron la calabresa plaza de Tarento. Ambos hicieron prisioneros ilustres que sirvieran de moneda de cambio en las siguientes negociaciones: los galos obligaron al destronado don Fadrique a aceptar el ducado de Anjou, en cuyo señorío permaneció vigilado hasta su muerte; los hispanos remitieron a Castilla al hijo del anterior, a la sazón duque de Calabria. Nada quedaba arreglado. Más bien, todo estaba dispuesto para que en la primera desavenencia por el reparto estallase la guerra entre los dos ejércitos más poderosos de Europa. A la discusión sobre los límites de ocupación, le sucedieron las inapelables victorias del Gran Capitán en Ceriñola y Garellano, en tanto la paz de Blois de 1505 reconocía la hegemonía española en Italia que se prolongará por un par de centurias.
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Por la firma de la Paz de Basilea (1795) del gobierno español con el francés, el primero cede Santo Domingo al segundo con lo que Francia, que ya dominaba Haití, completa la posesión de la antigua isla Española. Al mismo tiempo que tiene lugar la guerra de independencia en España, se produce un correlato de guerra de independencia dominicana (1808-1809) contra Francia, lo que permite su vuelta a España hasta 1822. En este último año se incorpora a Haití hasta 1844, en que se hace independiente. Los dominicanos solicitan su reincorporación a España, cosa que ocurre efectivamente en 1861, pero con tan poca fortuna que una sublevación antiespañola lleva a la separación definitiva en 1865. La confusa intervención en México se fraguó en las cancillerías europeas de París y Londres, a las que se unió el gobierno español. El pretexto de Francia e Inglaterra, que deseaban una zona de influencia en América, fue el dotar a México de un gobierno estable y fuerte después de que, en 1860, el radical Benito Juárez derrotase a los moderados. España se vio perjudicada por la expulsión del embajador español y por la suspensión del pago de las deudas contraídas. En todo caso, España se sumó a la idea de intervención para no dejar que las dos potencias actuasen sin su concurso. La intención inicial era pacificar el país, para la continuación, dejar que los mexicanos constituyesen libremente su gobierno. Así se firmó en Londres (octubre de 1861), un pacto por el que España aportaría 6.000 hombres, 3.000 Francia y 700 Gran Bretaña. Este último país enviaría también una flota. Cuando el cuerpo expedicionario dominaba buena parte de México, el General Prim firmó con Juárez la Convención de La Soledad (febrero de 1862), por la que se iniciaban conversaciones para llegar a un acuerdo. Francia rechazó la Convención, puesto que se oponía a sus planes no declarados de imponer al archiduque Maximiliano como emperador. La falta de acuerdo entre los aliados europeos llevó al comandante de las tropas españolas, el General Prim, al abandono de México. La Francia de Napoleón III, que retiró su embajador en Madrid, continuó la guerra hasta que logró colocar en el nuevo trono a Maximiliano, quien fue ajusticiado en junio de 1867. Las intervenciones de España en Santo Domingo y México habían suscitado ciertas suspicacias en algunas repúblicas americanas, especialmente en Perú, país con el que desencadenó un conflicto en el que participó una parte de la flota española y que afectó a toda la costa del Pacífico entre 1862 y 1871. El armisticio entre Perú, Ecuador y Chile con España solucionó el enfrentamiento armado, pero dejó latente por muchos años la desconfianza respecto a la actitud española. La expedición a la Cochinchina -costa asiática continental que encara el archipiélago filipino- fue motivada por la matanza de misioneros que indujo al Cónsul español en Macao a solicitar apoyo francés y a los gobiernos francés y español a enviar fuerzas. España actuará, entre 1858 y 1863, como potencia subalterna enviando barcos y hombres del ejército de Filipinas. Según Becker España procedió con verdadera candidez, de lo cual se aprovechó Francia para recabar todas las ventajas. Efectivamente, Francia obtendrá ventajas territoriales que sentarán las bases de su dominio en la península de Indochina. España obtiene libertad religiosa para los cristianos y libertad de comercio en tres puntos, así como una indemnización de guerra (si bien tarde y mal pagada) por el Tratado de Saigón de junio de 1862. La Guerra de África (1859-1860) fue la acción más importante del Gobierno Largo de O'Donnell. Los problemas con Marruecos se venían sucediendo desde 1843, a raíz de la ocupación de algunos territorios colindantes con la plaza de Ceuta y que podrían poner en peligro su defensa. Las escaramuzas se sucedieron periódicamente. La ocasión del comienzo de hostilidades (octubre de 1859) fue uno de estos conflictos fronterizos provocados por la situación irregular del Imperio marroquí en las inmediaciones de nuestras plazas de soberanía, Ceuta en este caso. Militarmente, la guerra consistió en el avance sobre Tetuán. Tomaron parte en la expedición 45.000 hombres bajo el mando supremo de O'Donnell . Posteriormente se produce la victoria de Wad-Ras (23 de marzo de 1860), el combate más sangriento de la guerra que abre a los españoles el camino de Tánger. Los marroquíes, derrotados y presionados por los británicos que no querían un avance español por la costa, firmaron el Tratado de paz de Tetuán, el 26 de abril de 1860. España obtuvo la ampliación de Ceuta e Ifni. Por su parte, Marruecos se comprometió a pagar una multa de 400 millones de reales, pero no a cambiar la situación política del Imperio marroquí ni el statu quo de la zona del Estrecho de Gibraltar. La llamada Guerra de África fue una expedición militar llevada a cabo victoriosamente. Se convirtió en una guerra de prestigio nacional a través de la que O'Donnell buscó unir a los partidos políticos y a los españoles en el sentido patriótico, cosa que consiguió. La conquista de Tetuán originó un sentimiento en el que se mezclaba la nación, la cruzada contra el infiel y la exaltación del ejército. Los niños de los colegios eran inducidos a redactar poesías rimadas en las que Isabel II aparecía como heredera de Isabel la Católica. En ese clima, se presentó al unionismo no como el punto de partida para un determinado proyecto político, sino como la culminación de un proceso histórico. El impacto en la población española fue grande durante años.
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El segundo de los grandes conflictos de la posguerra fría resultó todavía más sorprendente porque tuvo lugar a tan sólo dos horas de distancia en automóvil de Venecia. A lo largo de la Historia de Yugoslavia, ha existido en ella una doble posibilidad de organización política: por un lado se ha planteado la hegemonía del nacionalismo serbio y por otro la idea federativa basada en el respeto a la pluralidad étnica. Los eslavos del Sur tuvieron por primera vez una unidad política en 1918 con el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, que pretendió lo segundo, pero en 1921 se optó por una versión de nacionalismo serbio unitario. El Partido Comunista denunció esta situación como la conversión del reino en una "prisión de pueblos" dominada por la burguesía granserbia. Era, en realidad, el único partido importante de composición étnica plural. A pesar de que la situación en todo el Este de Europa mostraba un mosaico de heterogeneidad, ya entonces se hizo manifiesto que el caso de Yugoslavia resultaba especialmente grave, pues por ella transcurría la frontera europea entre catolicismo y ortodoxia y era también el límite occidental de la presencia islámica. La llamada "limpieza étnica" fue un fenómeno histórico cuyos orígenes se sitúan en el siglo XIX, cuando se produjo la lucha por la independencia del dominio otomano. El nacionalismo serbio, desde entonces, propendió a mostrar unas características expansivas, dado su protagonismo en aquella empresa, mientras que el esloveno nunca las tuvo. La derrota de Yugoslavia ante los alemanes no se debió primariamente a su heterogeneidad, pero a lo largo de la Segunda Guerra Mundial las pasiones interétnicas se exacerbaron como consecuencia del derramamiento de sangre. Durante la misma, murieron 487.000 serbios, 207.000 croatas y 86.000 musulmanes; el porcentaje de estos últimos (8%) fue superior al de las otras etnias. En este sentido, sólo la URSS y Polonia sufrieron tanto como Yugoslavia. Por más que Croacia fue convertida en Estado satélite del Eje, no se debe achacar la culpa de lo sucedido a una sola etnia, sino que fue la brutalidad de la guerra la que dejó una grave herencia para el futuro. Además, Tito, el vencedor en ella, eliminó entre 20.000 y 30.000 personas. De Gaulle siempre se negó a entrevistarse con él, croata de padre croata y madre eslovena, debido a su fama de genocida. La dictadura comunista implantada en 1945 pareció haber encontrado una forma de estabilidad: en ella, con un tercio de la población, Serbia obtuvo tan sólo un octavo del poder político. Durante los años cincuenta, cuando el régimen se enfrentó a Stalin, existió un considerable grado de solidaridad interétnica frente a la URSS. Tito siempre recordó que si los propios yugoslavos no ponían ellos mismos en orden su casa, otros -refiriéndose a los soviéticos- vendrían a imponérselo por la fuerza. Sin embargo, desde los años sesenta, esta solidaridad tendió a disiparse, entre otros motivos porque se evidenció que Yugoslavia se dividía en un Norte y un Sur separados por la línea del desarrollo. En 1945, la relación entre Eslovenia y Kosovo en términos de renta era de tres a uno y veinte años después había pasado a ser de seis a uno; además, el Norte vivía para la exportación a los mercados occidentales. Más grave todavía fue el hecho de que la nueva generación de dirigentes políticos sólo fue capaz de asentar una influencia propia a partir de posiciones nacionalistas en cada una de las repúblicas. En 1974 existió una autocrítica en el seno del régimen sobre la tolerancia con el nacionalismo pero en esa misma fecha la nueva constitución estableció una presidencia rotativa de Yugoslavia a cargo de cada uno de sus componentes. En suma, tanto el pasado remoto como el más reciente hacían pensar que la convivencia futura en Yugoslavia no sería fácil. Sin embargo, problemas de este tipo se daban a comienzos de los años noventa en todo el Este de Europa y no siempre se tradujeron en enfrentamientos armados. En enero de 1993, tuvo lugar una separación -de terciopelo, como había sido denominada la revolución de 1989- entre la República checa y Eslovaquia. En realidad, a pesar de las dificultades objetivas y de fondo, debe decirse que Yugoslavia no desapareció de muerte natural, a pesar de todos sus problemas, sino que fue asesinada por el nacionalismo granserbio. Occidente y, en especial, Europa, no supo intervenir a tiempo para impedirlo, aunque sucesivamente atribuyéndose un papel que luego fue incapaz de cumplir y que prolongó el conflicto durante toda una década. Tito murió en 1980, pero lo decisivo para el destino de Yugoslavia fue la revolución cultural serbia que tuvo lugar al final de esta década. Milosevic, un antiguo jefe de las juventudes comunistas, organizó concentraciones masivas como si se tratara de recuperar prácticas estalinistas. Ahora no se dedicaron al culto a la personalidad sino contra el supuesto genocidio de serbios en Kosovo. Era ésta la región donde había tenido su germen la resistencia de los serbios contra los turcos. Lo que deseaban sus habitantes era una república autónoma, que tenía especial sentido si se tiene en cuenta que allí residía la única nacionalidad no eslava de Yugoslavia. En esta región entre el 80 y el 90% de los habitantes son albaneses, de modo que había casi tantos en ella como en la propia Albania. De acuerdo con la Constitución, los poderes que tenían los kosovares eran muy limitados, de modo que carecían de policía y de la posibilidad de asumir la dirección de sus cuestiones económicas; pero ante las protestas, incluso esta mínima autonomía fue suspendida por Milosevic. En Voivodina, otra unidad política en que tan sólo un 53% de los habitantes son serbios, sucedió algo parecido. Mientras tanto, los serbios empezaron a reclamar a otros lo que ellos mismos no concedían. En Croacia y en Bosnia, las minorías étnicas serbias exigieron una autonomía que los serbios no concedían a sus propias minorías. Bosnia había sido una invención de Tito para contrapesar la hegemonía de Serbia. Se caracterizaba por ser la región donde mayor número de matrimonios mixtos había y donde un mayor porcentaje de la población se declaraba yugoslavo, superando las restantes connotaciones étnicas anteriores; su presidente, cuando hubo elecciones libres, fue el único sin un pasado comunista. A las dificultades interétnicas se sumaron las derivadas de la crisis económica, como consecuencia del hundimiento del comunismo: en 1987, Macedonia, Montenegro y Kosovo se declararon en bancarrota. Los dos caminos entre los que entonces tuvieron que elegir los pueblos de Yugoslavia fueron o bien un programa de reforma desde arriba como vía hacia la economía de mercado y la democracia (el caso de Kucan en Eslovenia) o un Estado autoritario dominado por una ideología nacionalista y populista, como fue el de la Serbia de Milosevic. Los dirigentes serbios sustituyeron al "camarada" por el "hermano" y la "clase obrera" por la "nación" y, por si fuera poco, llegaron a una identificación completa con la Iglesia ortodoxa. Su interpretación fue que, con la Constitución de 1974, habían quedado preteridos por Tito y ahora podían aspirar a una revancha. De ahí, la intervención en las dos provincias autónomas, la sustitución de quienes ejercían el poder por personas impuestas por Milosevic y la imposición como himno nacional de uno exclusivamente serbio. Las consecuencias de esta actitud fueron inmediatas. En enero de 1990, estalló la Liga de los Comunistas; la presidencia federal de Yugoslavia desaparecería en quince meses y el Gobierno federal, en seis más. A fines de 1990, se celebraron elecciones multipartidistas en toda Yugoslavia. En Bosnia, Croacia, Macedonia y Eslovenia los Partidos Comunistas fueron derrotados, pero en Serbia y Montenegro ganaron una vez que consiguieron remodelarse como nacionalistas. En los mismos meses se iniciaba el enfrentamiento serbocroata y a continuación se abrió paso la "libanización" de Bosnia. Conviene hacer mención de la posición occidental en estos momentos. Los norteamericanos, desde un principio, se negaron a atribuir a Yugoslavia el papel estratégico que le habían otorgado con anterioridad cuando era un país comunista disidente. En el verano de 1990, la diplomacia norteamericana, no obstante, empezó a juzgar que Yugoslavia, según todos los indicios, se iba a desintegrar, que el proceso sería sangriento y que el desenlace de los acontecimientos no podría ser evitado por sus propios protagonistas. Pero, como era una cuestión que se refería a la estabilidad de Europa, se dejó que los europeos tomaran la iniciativa. Sólo austríacos y húngaros estuvieron de acuerdo en el diagnóstico, pero Alemania y Gran Bretaña pensaron que cualquier actitud decidida era prematura. Francia opinó lo mismo, pero en tono todavía más distante, como si se tratara de una manifiesta exageración de los norteamericanos. Alguna autoridad militar de la OTAN llegó a afirmar que ésta no intervendría, porque Yugoslavia estaba lejos de su perímetro de defensa. Fue finalmente la negativa serbia a aceptar que un croata fuera presidente, de acuerdo con el turno rotativo que preveía la Constitución, lo que hizo ya definitivamente imposible la convivencia. Eslovenia se declaró independiente en diciembre de 1990; una coalición anticomunista había ganado las elecciones, mientras que los comunistas se quedaron en tan sólo el 17% del voto, pero el presidente elegido pertenecía a este partido. En Croacia, donde sucedió algo parecido -aunque con más voto comunista-, se ofreció una vicepresidencia al representante de los serbios. En Macedonia, ganaron los independentistas, pero el problema fue que ni Bulgaria ni Grecia, sus limítrofes, la aceptaron como nación independiente. Se planteaban, por tanto, graves problemas de convivencia pero Milosevic no tuvo el menor interés en conservarla. Croacia, en consecuencia, siguió el ejemplo de Eslovenia y entonces se produjo un ejemplo de las perversiones a las que se podía llegar con la aplicación del principio de autodeterminación. La región de Krajina, donde había una importante población serbia, se declaró independiente de Croacia y, dentro de ella, la ciudad de Kijevo, croata, se independizó de Krajina. En estas condiciones, se produjo la ofensiva militar serbia. Se había producido una alianza, de hecho, del antiguo Ejército yugoslavo con los serbios, lo que tuvo como consecuencia que éstos pensaran que serían capaces de imponerse por la fuerza. La ofensiva se produjo en las zonas en las que el número de serbios es importante y minoritario, pero también con la intención de conseguir una salida hasta el mar Adriático. El recuerdo de la Segunda Guerra Mundial o la multiplicidad étnica jugaron, por tanto, un papel en la destrucción de Yugoslavia, pero el culpable principal fue Milosevic. En Eslovenia, el 17% de la población es serbia, pero la convivencia se ha mantenido. La única posibilidad de lograrla consistía en conservar una unidad cimentada en la tolerancia de los serbios que servirían como cemento aglutinador por la dispersión de su etnia. Cualquier fragmentación de las naciones de la antigua Yugoslavia, tras un período de violencia, en unidades más pequeñas no podía tener otro resultado que hacer la guerra endémica. Los norteamericanos enviaron sucesivamente a varias personalidades diplomáticas destinadas a evitar la confrontación, pero no obtuvieron resultado alguno. El problema de los Estados Unidos fue que, de no ser la misión clara, el compromiso fuerte y la victoria segura, como en el Golfo, no era posible decidirse por una intervención. Los Estados Unidos, por otro lado, no ofrecieron una alternativa a la política alemana de reconocer a Eslovenia y Croacia como medio de internacionalizar el conflicto. Esta fórmula, por otro lado, dividió aún más a los europeos pero lo peor fue que no se tradujo en un acto decisivo. La CEE no acabó de ponerse de acuerdo en intervenir y reclamó en noviembre de 1991 a la ONU el envío de una fuerza de interposición. En enero de 1992, tres días después de que la CEE en su totalidad reconociera a los dos primeros países independientes de la ex Yugoslavia, Bosnia se declaró independiente y su reconocimiento se produjo en abril. En ese mismo mes, Serbia y Montenegro proclamaron la República Federativa de Yugoslavia. Sin embargo, la aplicación del principio de autodeterminación no resolvió la cuestión porque los serbios siguieron queriendo sumarse los enclaves serbios de Bosnia y Croacia. Particularmente dura fue la guerra civil en la primera con Sarajevo, convertida en una auténtica ciudad mártir. Sólo en febrero se decidió el envío de una fuerza de protección de las Naciones Unidas formada por unos 15.000 hombres, incrementada en octubre. Pero con ello las esperanzas de paz no llegaron a plasmarse en la realidad. En agosto de 1992, se celebró una Conferencia en Londres que acabó con el rechazo del plan propuesto. La sugerencia de un nuevo plan basado en la partición (Plan Owen-Soltenberg) supuso en la práctica una victoria para los serbios, que controlaron el 81% del territorio. En marzo de 1995, había 44.000 cascos azules en Bosnia, con un mandato un tanto ambiguo, mientras, de hecho, seguían las operaciones militares por imposibilidad material de controlar a los serbios. En junio de 1995, la ONU votó finalmente la aprobación de una fuerza de reacción rápida destinada a defender a los cascos azules y en octubre se produjo el alto el fuego. Las negociaciones, bajo el patrocinio de Estados Unidos, que tuvieron lugar en Dayton en noviembre de 1995, concluyeron en un tratado firmado en París en diciembre. Bosnia permaneció, tras él, como un país con idénticas fronteras pero dividido en dos entidades políticas autónomas: una Federación croato-musulmana (51% del territorio) y una República serbia de Bosnia. En ella quedó una fuerza de 63.000 hombres de los que 20.000 eran norteamericanos. En la práctica, sólo tras la intervención de éstos fue posible conseguir la suspensión de los combates. Costó mucho lograrla, pues desde un principio los norteamericanos pensaron que se trataba de un conflicto remoto, alejado de sus intereses y sobre cuyos beligerantes no se podía ejercer un efecto positivo. Sólo hasta que quedó demostrado hasta la saciedad que sin la intervención de los Estados Unidos no había garantía de paz estable y se les presionó para que se llevara a cabo la cuestión, no empezó a encarrilarse de forma positiva. Por su parte, Europa fracasó en el intento de hacer una política unida y de imponer soluciones definitivas. Tanto los europeos como los norteamericanos invocaron un alto principio -el de la autodeterminación- pero no ofrecieron un plan estratégico para llevarlo a cabo. El presidente Wilson, que lo promovió después de la Primera Guerra Mundial, habló después de su propia ansiedad "como consecuencia de las esperanzas creadas por lo que he dicho". La autodeterminación se demostró mucho más difícil de enunciar que de llevar a cabo, una vez que un sector se inclinó por la violencia. También la "prevención de conflictos" resultó mucho más difícil de llevar a la práctica que de enunciar, porque se tardó demasiado en tomar decisiones de intervención. A pesar de que a mediados de la década de los noventa parecía haberse llegado a una solución, la antigua Yugoslavia siguió, sin embargo, siendo un polvorín bajo la vigilancia diplomática internacional acompañada de la intervención militar. La presencia de una fuerza multilateral de estabilización, creada a fines de 1996 y remodelada en 1998 con mando norteamericano, permitió un proceso de normalización con celebración de elecciones e intentos de juzgar a criminales de guerra. Pero, con el transcurso del tiempo, se descubrió que otra provincia de la antigua Yugoslavia estaba condenada a la guerra civil. En Kosovo, la cuna histórica de Serbia, había sido donde en junio de 1989 se había iniciado la confrontación interna. En 1998, casi una década después, se reprodujeron los enfrentamientos violentos. De nuevo, la comunidad internacional se enfrentó a un conflicto de difícil solución pues no podía aceptar la independencia kosovar sin afectar seriamente a la estabilidad de los Balcanes. Sus exhortaciones a Belgrado para llegar a una solución política no tuvieron éxito y, en junio de 1998, la OTAN se vio obligada a intervenir. Se envió una misión de verificación y la OTAN desplegó en Macedonia una fuerza militar. Después del fracaso de las largas negociaciones de Rambouillet, fue preciso desencadenar una serie de bombardeos entre marzo y abril de 1999, hasta que Milosevic cedió. Pero la presencia de tropas en Kosovo, si evitaba la confrontación directa, no acababa de solucionar el problema. Y, como en el caso de la Guerra del Golfo, también en este caso es posible hablar de un "triunfo sin victoria", porque la intervención internacional no ha tenido como consecuencia el desplazamiento del poder de Milosevic.
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En junio de 1950, muy pocas personas sabían por dónde pasaba el Paralelo 38. En pocas horas se hizo tristemente famoso, respondiendo a esa cínica afirmación, tópica en las relaciones internacionales, de que las guerras enseñan geografía. El Paralelo 38 era la demarcación provisional acordada en 1945 por Washington y Moscú para separar a las tropas de ambos países que combatían a los japoneses y evitar incidentes. A partir de entonces, los soviéticos fortificaron la frontera y colaboraron en el establecimiento de un régimen comunista en su zona; al tiempo que EE UU propiciaba un sistema parlamentario en el Sur e instruía a su ejército Aunque con el Paralelo 38 no se quiso hacer lo que cuatro años después se hizo con Vietnam -la división en dos países, Vietnam del Norte y Vietnam del Sur- poco a poco, y más con la guerra, la separación de ambas Coreas fue radical y se ha mantenido. En el mes de abril de 2000 se escuchó, por primera vez en cincuenta años, una propuesta, primero, para la reunión de los presidentes de uno y otro país y segundo, para unas eventuales negociaciones encaminadas a la idea de reunificación. Ese sí que sería el certificado de la muerte de la guerra fría en Oriente. El mismo 25 de junio se reunió, tal como había pedido Truman, el Consejo de Seguridad de la ONU, compuesto por cinco miembros permanentes con derecho a veto (Estados Unidos, la URSS, el Reino Unido, Francia y China) y seis no permanentes. Pero no acudieron todos sus componentes. De los once miembros -hoy son quince, desde la reforma del año 1965- del Consejo, solamente acudieron diez. Faltó la URSS. En cierto modo, la ausencia soviética estaba justificada. El 13 de enero de ese mismo año 1950, el jefe de la delegación de la URSS, Jacob Malik, había dicho con toda claridad que no tomaría parte en los trabajos del Consejo de Seguridad "mientras permaneciera en él el representante del grupo del Kuomintang". Con esto hacía alusión a la situación anormal de los miembros permanentes del Consejo -uno de ellos, China- después de que el 1 de octubre de 1949 se hubiera proclamado la República Popular, inmensa, en el continente, y Chiang Kai-Shek (presidente de China/Formosa y líder del Kuomintang) representase solamente al territorio formosano que Beijing (o Pekín) sigue reivindicando como una de sus provincias. En consecuencia, se presentaron a la convocatoria los seis países no permanentes y cuatro de los permanentes, en total diez. Los reunidos acordaron declarar agresores a los norcoreanos y les ordenaron que retirasen sus tropas al otro lado del Paralelo 38. La decisión fue adoptada por nueve votos y una abstención (Yugoslavia). Malik no pudo interponer su veto, lo que hubiera hecho, con toda seguridad, caso de estar presente. Truman dispuso inmediatamente la evacuación de todos los ciudadanos norteamericanos presentes en Corea y dio órdenes a Mac Arthur para que ayudase a los surcoreanos. La única limitación fue la 7a Flota -estacionada en Japón- que se reservaba, únicamente, para la defensa de Formosa y no se quería, en modo alguno, mezclar uno y otros temas para no crear una verdadera crisis internacional. El presidente norteamericano y el general Mac Arthur -quien había pedido ya el empleo de la infantería y cuanto esto suponía- se encontraron con un regalo cuando el Consejo de Seguridad de la ONU, reunido el 27 de junio a petición del delegado norteamericano, Warren Austin, decidió -por siete votos a uno (Yugoslavia) y dos abstenciones (Egipto y la India)- que todos los Estados miembros de la Organización tenían la obligación de ayudar a Corea del Sur. Al final, serían quince los países que apoyaron a Estados Unidos -a los surcoreanos, en definitiva- en la guerra. Por supuesto tampoco asistió a esa reunión el soviético Malik, esta vez más armado de razones, al afirmar que la convocatoria del día 25 había sido totalmente ilegal. Y, por eso mismo, tampoco pudo interponer su veto.
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El deterioro de la provincia romana de Judea se fue agravando a medida que se sucedían los gobernadores. El rechazo a Gesio Floro era generalizado, de tal manera que, entre desórdenes, abusos, anarquía y odios no disimulados, difícilmente es posible decir que se estrenara en lo que realmente merece el nombre de gobierno. Tanto es así que debieron intervenir para salvar transitoriamente la situación, el rey Agripa II y Cestio Galo, el legado propretor que estaba al frente de Siria. El choque, por unas cosas u otras, era inevitable. Fue Eleazar quien atizó y encabezó la sublevación, favorecido por su condición de jefe de la guardia del templo. El estallido tuvo lugar en el verano de 66 d.C. Dueño Eleazar de la ciudad, puso cerco a los refugios de la guarnición romana y del sumo sacerdote, Matatías, comprometido con el partido que propugnaba la paz con Roma. Inmediatamente se sumó al levantamiento Menahem, hijo del guerrillero nacionalista Judas el Galileo. Los insurrectos judíos consiguieron una serie de éxitos iniciales, pero ni tenían capacidad suficiente para salvar la empresa en que se habían embarcado, ni el pueblo judío presentaba un frente unido que ofreciera alguna probabilidad de triunfo. El enfrentamiento producido entre Eleazar y Menahem acabó con el asesinato del padre del primero, antiguo sumo sacerdote, y en la tortura y muerte del segundo. El legado de Siria, Cestio Galo, intervino militarmente en Judea, primero en la región septentrional, luego en Jerusalén, donde las cosas se le dieron mal. El historiador Flavio Josefo tuvo responsabilidades militares en Jerusalén y Galilea, pero, partidario de rehuir la lucha abierta, se concitó la desconfianza de los sectores radicales, y en concreto del zelota galileo Juan de Giscala. La guerra tomó un nuevo giro cuando Nerón retiró a Galo y a Moro y envió con el mando al experimentado Vespasiano, futuro emperador. Los rebeldes no pudieron defender Galilea y Flavio Josefo decidió entregarse. El resto de la guerra tuvo lugar en el sur, y la dirección de las tropas romanas corrió a cargo de Tito, hijo de Vespasiano, el nuevo emperador tras la muerte de Nerón y la guerra civil que dio a Roma nada menos que cuatro monarcas en un año. Cuando este cambio traumático se produjo, marchaban también mal las cosas para los judíos de Jerusalén. El enfrentamiento entre los zelotas fanáticos y la población dio lugar a carnicerías de la masa indefensa por designio del violento Juan de Giscala. Sin embargo, la antedicha crisis del Imperio romano supuso un poco de respiro para los insurgentes, quienes, aprovechando la tranquilidad, se sacudieron la tiranía de Juan y concedieron la jefatura a Simón Bar Giora, mientras que los zelotas radicales se encerraron en el templo. En la primavera del 70, Tito se puso en marcha hacia Jerusalén, la atacó desde el norte, la parte de más fácil topografía, aunque protegida por tres murallas, la tomó luego tras el desarrollo de las usuales técnicas de sitio y procedió al saqueo de la ciudad y al degüello de sus habitantes. El templo ardió, lo que suponía el final del más externo signo del judaísmo. Simón Bar Giora y Juan de Giscala figuraron entre los prisioneros del desfile triunfal que se celebraría en Roma al año siguiente. El primero de los dos caudillos fue ejecutado después, de forma inmediata; el segundo, encarcelado de por vida. Cayeron también todos aquellos convictos de no otra cosa que pertenecer a la casa de David. La victoria romana y esta celebración quedaron inmortalizadas en el arco de Tito, erigido en el foro de la urbe. En él están representados los objetos sagrados del templo, llevados a Roma por los vencedores. Quedaban todavía algunos reductos en poder de los sublevados: el Herodium, Maqueronte y Massada. Fue Lucilio Baso, el nuevo gobernador de Judea, quien quedó encargado de reducir los últimos focos de resistencia y tuvo éxito en las dos primeras fortalezas citadas. A su pronta muerte le sucedió Flavio Silva, quien se aprestó al asedio de Massada con la legión X y la preparación de una circumvallatio de ocho campamentos que dejó a los sitiados sin capacidad de maniobra. Aquí se escribiría una de las más brillantes páginas de la historia de los asedios. Masada resistió bajo el mando de Eleazar, otro distinto del que comenzara la guerra y nieto de Judas el Galileo, hasta que no fue posible seguir en la defensa y los sitiados optaron por el incendio de la fortaleza y el suicidio colectivo. Sólo sobrevivieron dos mujeres y cinco niños. Este final heroico y trágico tuvo lugar en 74 d.C. y con él finaliza la primera guerra judaica y se abre un nuevo período en la historia del judaísmo palestino: el templo destruido; la tierra de Israel bajo administración de guerra; el pago obligatorio de una tasa por el simple hecho de ser judíos (fiscus iudaicus) para atención de cultos paganos; el sacerdocio, sin razón para seguir existiendo, lo que suponía el final para la secta de los saduceos; el Sanedrín, exiliado en Jamnia y reducido a cuerpo sin autoridad; los judíos de Palestina, constreñidos a vivir en adelante al estilo de la diáspora, centrados en la religiosidad sinagogal bajo la autoridad farisea. En las monedas aparecería en adelante una expresiva leyenda: Iudaea capta. Pero en la Palestina humillada no empequeñeció, bien al contrario, el ansia de liberación. Ni siquiera los amistosos gestos, como el del emperador Nerva suprimiendo el fiscus iudaicus, contribuyeron a mermarla. También en la diáspora, el judaísmo disperso tuvo motivos para el descontento, pues el Imperio había tomado como grave atentado la participación de los judíos diseminados a favor de la primera revuelta palestinense y ello se notó en el trato. Reinando Trajano, entre 115 y 117, diversos puntos del Mediterráneo oriental y del Asia anterior conocen revoluciones de sus comunidades israelitas y Roma tiene que emplearse a fondo para sofocarlas: eran cruzadas mesiánicas imparables, como no fuera por el empleo de la fuerza. Hubo problemas serios en el norte de África, tanto en Egipto como en la Cirenaica. Los levantamientos de este segundo lugar tuvieron inaudita violencia, pues la comunidad judía pretendió constituir aquí un Estado independiente y acometió todo tipo de barbaridades para conseguirlo, lo que, tras el fracaso, acarreó no menos bárbara represión. Los más graves acontecimientos de Egipto ocurrieron en Alejandría, donde judíos y griegos se enzarzaron en destructora guerra a muerte hasta que Roma pudo restaurar una paz que pasaba por el hundimiento de la comunidad israelita. Fue muy violenta la sublevación de los judíos de Chipre, con masacres de población no judía. La revuelta de Mesopotamia provocó dificultades a los romanos y fue encargado de sofocarla Lusio Quieto, a quien se agradecería el servicio con el nombramiento de gobernador de Judea. No faltaron las manifestaciones de inquietud, y no insignificantes, en la propia Palestina, pero Quieto fue capaz de abortarlas. Es posible que a la legión X Fretensis, estacionada aquí desde la primera guerra, se le añadiera ahora la VI Ferrata, que sabemos con seguridad estuvo en Palestina desde el reinado de Adriano en adelante. Este emperador fue quien sucedió a Trajano muy poco después de que quedara solucionado lo más grueso de las sublevaciones. La política dura de Adriano y el descontento antirromano suscitarían el estallido de la segunda guerra judaica, que duró de 132 a 135 d.C. Considera Smallwood que la nueva guerra es la prolongación de un continuado período de afanes, su culminación, mejor. Rebeldía mesiánica por parte de los judíos. Política encaminada a debilitar el judaísmo por parte de Roma. Queda prohibida la circuncisión. Se construye sobre Jerusalén la ciudad de Elia Capitolina, urbanismo de corte romano asentado como una losa encima de la vieja ciudad santa de Israel. Una provocación intolerable. El líder del nuevo levantamiento fue Simón Bar Kochba, el hijo de la estrella, a no dudarlo título mesiánico; aunque más exacta transcripción del sobrenombre es la de Bar Kosiba, según los papiros dados a conocer por Y. Yadin. Este caudillo y sus seguidores proclamaron la independencia de Israel y declararon Jerusalén capital del nuevo Estado libre. A pesar de las pretensiones mesiánicas de Bar Kosiba, no asumió este personaje papel religioso preponderante, cuales pudieran ser el sumo sacerdocio o la presidencia del Sanedrín. El título que las monedas atribuyen a Simón es el de nasi, algo así como príncipe. Serían responsabilidades suyas la administración civil y la dirección de la guerra. El sumo sacerdocio lo desempeñó Eleazar, cuyo nombre aparece también en las acuñaciones de los insurrectos; no sabemos muy bien si Eleazar Ben Azarías o Eleazar de Modiin, tío este segundo del propio Simón. Es evidente que las razones de la revuelta tuvieron que ser de índole que hiciera sentirse afectados a los judíos dispersos, porque apoyaron decididamente a sus hermanos de Judea. El importante papel representado por Eleazar el sacerdote, con reflejo en las amonedaciones, prueba que los sublevados se apresuraron a la restauración del sacerdocio y, en la medida en que fuera posible, la religiosidad sacrificial. Ayudados por el factor sorpresa, los judíos anotaron éxitos iniciales, que no pudieron contrarrestar Tineyo Rufo, gobernador de Judea -el primero de rango senatorial- y Publicio Marcelo, legado de Siria. Adriano envió entonces a Julio Severo, uno de sus más capaces generales, quien movilizó efectivos extraordinarios y prefirió no continuar con los ataques frontales, más costosos que eficaces, y prefirió la táctica de reducir por hambre. Jugaba en contra de los judíos su escasa organización y su limitada capacidad militar, y a favor de Roma la experiencia y los medios de Severo. Al tercer año de la guerra cayó Jerusalén, y el resto de la contienda no fue sino una sucesión de reducciones menores. El último punto de resistencia estuvo en Beter, que exigió un asedio en toda regla. No quedaron después sino ofensivas guerrilleras de grupos dispersos que tenían sus refugios en cuevas del desierto. Bar Kosiba murió al cabo, ejecutado, según testimonio romano, en acción, según tradición judía. Las celebraciones romanas no fueron esta vez demasiado brillantes; quizá porque la guerra resultó gravosa incluso a los vencedores. La derrota fue especialmente dura para los judíos; miles de muertos, esclavización general y despoblación de Palestina. Jerusalén, renovada totalmente en lo urbanístico, no fue en adelante otra cosa que ciudad romana, pagana, ocupada por la legión X Fretensis. La VI Ferrata custodiaba otros puntos de Palestina. El judaísmo queda prohibido en su propia tierra. Desaparece todavía más el templo y acaba, ahora sí definitivamente, la religiosidad sacrificial, por lo que el judaísmo residual será en adelante exclusivamente farisaico. Grandes contingentes de los vencidos se dirigen una vez más al destierro, con gran incremento de la diáspora; y en estas comunidades diseminadas se notó también el peso implacable del Imperio. La obvia interpretación religiosa hacía pensar a unos y a otros que había llegado el gran castigo por los pecados del pueblo. Este pueblo de la alianza desaparece como realidad significativa y determinante en Palestina. La andadura que la historia reservará para Israel en adelante será -es bien sabido- tan difícil como distinta. Los designios de Yahvé. Indudablemente, una misteriosa elección.
contexto
La época de las Guerras Lusitanas coincide con la de las Guerras Celtibéricas. A pesar de ello, no sólo en el relato de los autores antiguos sino en el escenario de las operaciones, se plantean como acontecimientos independientes, aunque la coincidencia cronológica siempre ha hecho pensar en una cierta connivencia de ambos bloques de poblaciones indígenas. La primera realidad histórica que conviene despejar reside en la comprobación de que las Guerras Lusitanas sólo alcanzaron el escenario propiamente lusitano en los últimos enfrentamientos, a partir de finales del 139 a.C., año de la muerte de Viriato. Hasta esa fecha, las batallas se plantean entre lusitanos y sus aliados contra los romanos en diversos lugares del Sur peninsular. A partir de comienzos del Imperio, la provincia Lusitania estará limitada por el Guadiana y el Duero con una entrada en cuña en lo que hoy es territorio de España hasta la altura de Talavera de la Reina (provincia de Toledo). El territorio lusitano prerromano tenía sus límites entre el Duero y el Tajo. En el sur de Portugal habitaba el pueblo de los cuneos o cunetes. Ahora bien, ya en las primeras noticias sobre enfrentamientos armados entre romanos y lusitanos (año 194 a.C.), se nos presenta a éstos como bandas que, después de devastar la Ulterior, se enfrentaron con el ejército romano mandado por Publio Escipión cerca de la ciudad de Ilipa (Alcalá del Río, provincia de Sevilla). Una breve descripción de historia fáctica referida a los años 155-138 a.C. puede ayudar a valorar mejor el carácter y el escenario de la guerra. El 154 a.C., Púnico, caudillo de los lusitanos, ayudado por los vettones, causa grandes pérdidas al ejército romano -Apiano, Iber., 56-57, habla de 6.000- y ataca a los blastofenicios o libiofenicios, es decir a la población costera situada entre Cádiz y Almuñécar. Muerto Púnico, le sucede Kaisaro. El 153 a.C., Caucaino, otro jefe de los lusitanos que operaban al sur del Tajo, une sus tropas a las de Púnico. Después de varios enfrentamientos favorables a los lusitanos en los que mueren otros varios miles del ejército romano, las tropas lusitanas sitian y toman Conistorgis, la ciudad o centro político de los conios. El 152 a.C., las operaciones militares fueron favorables para los romanos luchando contra los lusitanos en Nertobriga (Fregenal de la Sierra) y junto a otra ciudad de localización desconocida que se nos ha trasmitido bajo el nombre de Osthrakai, sin duda deformado. Estando Sulpicio Galba como propretor de la Ulterior tuvo lugar un viraje de la guerra. Bajo la promesa de repartir tierras a los lusitanos, acuden éstos aceptando la condición de ir desarmados. Aprovechando su indefensión, Galba manda a sus tropas masacrar a los lusitanos. Algunos pudieron escapar y, entre ellos, Viriato quien se puso al frente de los restos del ejército lusitano e inició una guerra sin cuartel, sirviéndose de estratagemas y de lucha de guerrillas. Hasta el propio gobernador de la Ulterior para los años 147-146 a.C., Vetilio, cayó prisionero luchando en el valle del Guadalquivir, en Tribola (de localización incierta). La movilidad de las tropas mandadas por Viriato hizo imposible el que los romanos obtuvieran alguna victoria sobre los lusitanos. Entre el 146-145 a.C., Viriato se encuentra operando en Carpetania y atacando a Segobriga (Cabeza del Griego, Saelices), ciudad celtíbera que se había pasado a los romanos En los años 145-144 a.C., Viriato dirige sus tropas contra Osuna (provincia de Sevilla) y se retira a Baecula (cerca de Bailén, provincia de Jaén). Bajo el gobierno de Q. Fabio Máximo sobre la Ulterior (141-140 a.C.), sigue la guerra en el valle del Guadiana y del Guadalquivir: en Itucci (Baena, provincia de Córdoba) y en Erisan/Arsa, ciudad de la Beturia. Y el 139, cuando tres lusitanos (Audax, Ditalco y Minuro) pagados por los romanos asesinan a traición a su jefe Viriato, se luchaba en la Beturia y cerca de Chipiona (provincia de Cádiz). El resto de las operaciones militares resultaron fáciles: D. Junio Bruto, gobernador de la Ulterior, está en condiciones de hacer un paseo militar por los territorios de los lusitanos sin encontrar más resistencia significativa que la ofrecida por la ciudad de Talabriga. Más aún, Bruto hace incluso una incursión en territorio galaico cruzando el Miño. En medio del relato de las batallas y de sus resultados, los autores antiguos incluyen otras informaciones que son centrales para la comprensión de estas guerras. En primer lugar, hay un hecho llamativo: las bandas de lusitanos operan en los territorios del Sur y nunca contra las comunidades lusitanas de donde habían salido. De otros pueblos y, de modo particular, de los de Italia, conocemos comportamientos semejantes; baste recordar a los volscos que estuvieron presionando durante un siglo a las poblaciones del Lacio o a los samnitas con su progresiva expansión por la vecina Campania. Los historiadores modernos conocen estas prácticas como las primaveras sagradas, traducción del latín ver sacrum. La tensión demográfica de volscos y samnitas se resolvía mediante la consagración de una parte de los jóvenes al dios Marte bajo cuya protección y con el apoyo de sus comunidades organizaban bandas que emigraban a la búsqueda de nuevas tierras. Si no era exactamente igual, no distaba mucho el comportamiento de las bandas lusitanas. Dice Diodoro (V, 34): "Cuando los jóvenes lusitanos alcanzaban la edad viril y se encontraban en dificultades económicas, si tenían vigor físico y ánimos, se marchaban a las montañas y allí formaban grupos para preparar golpes de mano sobre las poblaciones pacíficas". Hay un segundo hecho no menos indicativo del trasfondo de los relatos militares. El éxito inicial de Viriato vino acompañado de la boda con la hija del rico lusitano Astolpas. Al margen de que el relato de la boda presentado por Diodoro (33, 7, 1-4) pueda responder a algunos tópicos ("Astolpas, el rico, exhibió copas de oro y de plato, tejidos bordados de todo tipo..., mientras Viriato acudió con su lanza, sin tomar baño e hizo una comida frugal para irse al punto a la montaña"), refleja dos polos de la sociedad lusitana: el sector acomodado frente a quienes se veían obligados a formar bandas armadas para subsistir. La posible tensión entre ambos sectores se diluye al orientarse la acción de esas bandas contra poblaciones ajenas. Más aún, las bandas lusitanas servían de escudo para la defensa del propio territorio. Entre Viriato y su suegro terminó habiendo tensiones y poco después se produce el asesinato de Viriato. Roma siempre se había apoyado en las oligarquías indígenas a cambio de la protección de sus intereses. No es, pues, nada imposible que Astolpas u otros lusitanos de las elites locales hubieran terminado pactando con Roma, cuando calcularon que obtenían protección más segura que de Viriato. Habría encontrado confirmación la sospecha que Viriato tenía sobre su suegro, en la interpretación de Diodoro (XXXIII, 7,4), cuando le dijo: "¿Cómo los romanos, que ven estas riquezas en los banquetes de sus casas, rechazan las tuyas (de Astolpas) que tienen un gran valor, cuando podían, en virtud de su poder, adueñarse de ellas?" Con el fin de las Guerras Lusitanas, todo el nuevo territorio conquistado al sur del Duero quedó como propiedad del Estado romano y su población sometida al pago de un impuesto regular del 5 por ciento por el uso de la que antes era su tierra. Entre las medidas particulares de Junio Bruto se encuentra la intervención destinada a eliminar tensiones sociales entre las poblaciones indígenas con la fundación de dos ciudades: Brutobriga de localización insegura y Valentia, sobre cuya identificación se han hecho propuestas tan distintas como la de suponer que era Valença do Miño, Valencia de Alcántara o bien la Valencia de la costa mediterránea. Estos asentamientos iban acompañados de distribución de tierras. Y, mientras la población asentada tuviera estatuto peregrino, ninguna de esas ciudades podía recibir la categoría de ciudad privilegiada (colonia o municipio); la fundación de Valencia como colonia en fechas cercanas a esta decisión de Bruto plantea dudas no bien resueltas, sobre cuya explicación no podemos extendernos ahora.
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La expansión del Imperio Persa hacia la zona de Lidia y Caria va a provocar la tensión creciente en la zona del Asia Menor, donde las ciudades griegas se van a sentir amenazadas. Esta situación de tensión estallará en los años iniciales del siglo V a.C. con la rebelión de las ciudades jonias de Naxos y Mileto. Grecia presenta una posición dual, dividida en dos grandes centros de poder: Atenas y Esparta. Atenas cuenta con un buen número de aliados como Eubea, Quios, Lesbos, Naxos o Rodas, mientras que Esparta tiene el apoyo de la mayor parte de las ciudades del Peloponeso, Tesalia, Beocia, Fócide y Macedonia. La zona central del continente se mantiene neutral. La destrucción de Mileto por parte de los persas será el inicio de una maniobra persa para conquistar Grecia. Una flota se dirigió hacia Rodas, que fue incendiada, encaminándose después hacia Naxos y la región de Eubea, donde tuvo lugar la famosa batalla de Maratón en septiembre de 490, obteniendo los atenienses la victoria. Tras intentar un ataque a Atenas saldado en fracaso, la flota persa se retirará a sus bases. La segunda guerra médica la inicia Jerjes en el año 480 partiendo por tierra desde Sardes con su ejército mientras que la flota sale de Clazomene. Tras cruzar el Helesponto se encaminó por la Tracia hacia Macedonia entrando en Tesalia, siempre con el cercano apoyo de su flota. Esparta responde al ataque persa con la creación de una Liga Militar Helénica bajo su dirección que se enfrenta a los persas en el cabo Artemision en 481, obteniendo un resultado favorable. Un año más tarde, los persas atraviesan el paso de las Termópilas, invadiendo Beocia y el Atica. Jerjes entra en Atenas y saquea la ciudad. La reacción de los griegos la dirigirá el espartano Euribiades, consiguiendo la victoria en la batalla naval de Salamina. Tras pasar el invierno en Tesalia, las tropas persas son derrotadas en Platea mientras que la armada griega vence a los persas en Micala. Grecia gozará de 20 años de paz.
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La expansión del Imperio Persa hacia la zona de Lidia y Caria va a provocar una tensión creciente en la zona del Asia Menor, donde las ciudades griegas se van a sentir amenazadas. Esta situación estallará en los años iniciales del siglo V a.C. con la rebelión de las ciudades jonias de Naxos y Mileto. Grecia presenta una posición dual, dividida en dos grandes centros de poder: Atenas y Esparta. Atenas cuenta con un buen número de aliados como Eubea, Quios, Lesbos, Naxos o Rodas, mientras que Esparta tiene el apoyo de la mayor parte de las ciudades del Peloponeso, Tesalia, Beocia, Fócide y Macedonia. La zona central del continente se mantiene neutral. La destrucción de Mileto por parte de los persas será el inicio de una maniobra persa para conquistar Grecia. Una flota se dirigió hacia Rodas, que fue incendiada, encaminándose después hacia Naxos y la región de Eubea, donde tuvo lugar la famosa batalla de Maratón en septiembre de 490, obteniendo los atenienses la victoria. Tras intentar un ataque a Atenas saldado en fracaso, la flota persa se retirará a sus bases. La segunda guerra médica la inicia Jerjes en el año 480, partiendo por tierra desde Sardes con su ejército mientras que la flota sale de Clazomene. Tras cruzar el Helesponto se encaminó por la Tracia hacia Macedonia entrando en Tesalia, siempre con el cercano apoyo de su flota. Esparta responde al ataque persa con la creación de una Liga Militar Helénica bajo su dirección, que se enfrenta a los persas en el cabo Artemision en 481, obteniendo un resultado favorable. Un año más tarde, los persas atraviesan el paso de las Termópilas, invadiendo Beocia y el Atica. Jerjes entra en Atenas y saquea la ciudad. La reacción de los griegos la dirigirá el espartano Euribiades, consiguiendo la victoria en la batalla naval de Salamina. Tras pasar el invierno en Tesalia, las tropas persas son derrotadas en Platea, mientras que la armada griega vence a los persas en Micala. Como resultado, Grecia gozará de 20 años de paz.
obra
En el Romanticismo alemán la arquitectura gótica tenía un valor estético y simbólico muy elevado, y en ocasiones era el perfil de los monumentos góticos el que reemplazaba a la visión de la naturaleza; sus agujas a los árboles, etc. Esta obra, conocida también como 'Puerto de noche', es una de las obras más enigmáticas de Friedrich. Fue expuesta por primera vez en la Academia de Dresde en agosto de 1820, bajo la descripción "Hermanas en la azotea sobre el puerto: Noche - Luz estelar", y motivó una larga serie de comentarios. La vista de la ciudad se halla compuesta por varios elementos de distinta procedencia, en especial de Halle, Greifswald y Stralsund. La iglesia que aparece en el fondo ha sido identificada como la de Santa María en la ciudad de Halle; la torre a la izquierda es la Torre Roja, en la misma ciudad, aunque modificadas sus proporciones, alargándola; eso mismo sucede con las torres unidas por un camino. El hastial situado en la parte occidental de la iglesia está tomado de un dibujo realizado en Stralsund sobre la Rathaus. Los veleros proceden del puerto de Greifswald. Es de destacar el buscado efecto de simetría entre las agujas góticas y los mástiles de los veleros, a la misma altura, con su sugerente recuerdo de la Cruz. Esto mismo sucede en Paisaje de invierno con iglesia, en que los abetos se asimilan a la forma de la catedral. Las figuras femeninas se sitúan en el centro de la composición, equilibrándola. Ambas han sido identificadas como la propia esposa del artista, Caroline Bommer y su cuñada, esposa de su hermano Heinrich, a quien encontraron en su viaje nupcial a Greifswald en 1818. Junto a ellas se alza una cruz, probablemente de una tumba. Ambas mujeres visten trajes tradicionales alemanes, de falda larga y cuello alto, costumbre, al igual que el traje tradicional masculino, asociada a la protesta política contra la restauración absolutista. A diferencia de Greifswald a la luz de la luna, el paisaje gótico se aproxima al espectador, siempre de espaldas, pero no por ello es más accesible, como no lo es el más allá que representa. Este motivo ejerció cierta influencia entre otros autores de la llamada Escuela de Dresde, como Carus quien, sin embargo, renunció a toda carga de mística oscuridad en obras como Mujer en una terraza, de 1824.