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La elección papal, en 1655, de Alejandro VII Chigi, supuso para Bernini reconquistar su posición de artista oficial, hasta convertirse en amo y señor de la Roma artística. Entre el nuevo papa y el artista se estableció una comunión de ideas aún más intensa e íntima que con Urbano VIII, toda vez que, además de generoso mecenas, también era un hombre de profunda cultura y un experto en arte. Precisamente, las grandes obras en el Vaticano se reanudan con su pontificado.En 1656, Alejandro VII decidió abordar la sistematización de la explanada frontera a la basílica de San Pietro. Durante ese mismo año, convocado por la Congregación de la Fábrica, Bernini redactó un primer proyecto, proponiendo una plaza trapezoidal. Criticada esta traza por no prever un espacio suficientemente amplio, el artista se inclinó por otra circular porticada, para decidirse finalmente, en 1657, por la solución que sería la definitiva: una plaza ovalada, de 340 x 240 m, delimitada por un pórtico arquitrabado, con cuádruple alineamiento de columnas toscanas, cuyo eje transversal es señalado por el obelisco central y las dos fuentes laterales, conectado a dos alas oblicuas divergentes que lo empalman con la fachada de la basílica. Con esta solución dio cumplida y genial respuesta a los problemas litúrgicos, funcionales, psicológicos, óptico-dimensionales, simbólicos, etc., que ya estaban planteados o que surgieron con la misma construcción.En primer lugar, cumple con el objetivo funcional y litúrgico de ser un espacio capaz de acoger grandes multitudes de fieles, reunidos para recibir la bendición papal, dada simbólicamente a todo el mundo (urbi et orbe) en determinadas solemnidades sacras, y de dejar perfectamente visible la Loggia della Benedizione desde cualquier lugar de la plaza. En segundo lugar, para responder a la voluntad papal, simbólicamente con su forma se expresa la universalidad de la ceremonia y, por ende, de la Iglesia que tiende sus brazos hacia los fieles, o como el propio Bernini dijo "que abraza a los católicos para reforzar su creencia, a los herejes para reunirlos con la Iglesia, y a los ateos para iluminarles con la verdadera fe". En tercer lugar, al preceder al complejo sagrado, hace de solemne y grandioso recinto de acceso a la iglesia más importante de la Cristiandad, recuperando así las perdidas estructura, forma y función del antiguo cuadripórtico, o paradisus, de la antigua basílica paleocristiana, declarando con ello la continuidad entre la religión primitiva y la moderna Roma papal. En cuarto lugar, consigue alejar y proporcionar la fachada de Maderno y restablecer la hegemonía formal y simbólica a la cúpula de Michelangelo, al interponer entre la plaza elíptica y el edificio basilical el espacio trapezoidal limitado por los brazos rectilíneos divergentes, o piazza retta, a lo que en parte vino obligado por razones topográficas. Y, en quinto lugar, el espacio al aire libre y transitable de la plaza con su pórtico sirve de enlace espectacular entre el templo y la ciudad, como implícitamente lo dicen las palabras del cotejo que el propio Bernini estableció entre su Columnata y los brazos de la Iglesia.Es más, Bernini llegó a proyectar un tercer brazo porticado de la Columnata, que debía haber cerrado el óvalo, completando el perímetro elíptico de la plaza. De esta forma, se hubiese alcanzado con un golpe de vista el desarrollo total del óvalo y advertido mejor la compleja dinamicidad de las fugas de las columnas evitando el punto de vista central, y favorecido las visuales oblicuas que potencian la plena visión de la cúpula con respecto a la fachada. Más adelante decidió retranquearlo para formar una pequeña ante-plaza que, opuesta a la piazza retta, hiciera las veces de vestíbulo a la piazza obliqua.Aun cuando de ninguna de las dos maneras se llegó a construir, si se accedía a la plaza desde las estrechas calles del Borgo, que se correspondían más o menos con las entradas proyectadas por Bernini, el efecto de sorpresa dramática provocado por la exultante dilatación de la plaza no sólo estaba asegurado, sino que aumentaba a la vista de la majestuosidad de la amplia extensión. La genial idea berniniana fue sacrificada de un modo irremediable, al eliminar los efectos graduados de sorpresa y de suspensión escenográfica, degradando su perspectiva, con la destrucción de la spina del Borgo (las casas entre los Borgos, el Vecchio y el Nuovo) y la apertura de la vía de la Conciliazione (1936-50, por las fechas se ve que los incultos responsables de tan brutal desaguisado estuvieron bien acompañados).Al mismo tiempo que trabajaba en la urbanización de la plaza, Bernini afrontó la ejecución de la extraordinaria Cátedra (1657-66), sistematizando por fin el ábside de San Pietro, otro de los problemas siempre pospuestos. Con su acostumbrada fantasía inventiva, habilidad técnica y capacidad teatral, ideó una gran máquina fantasmagórica, de bronce, mármoles y estuco, que contiene el trono ígneo de San Pedro, sostenido por cuatro padres de la Iglesia, delante de un luminoso y espectacular rompimiento de gloria con ángeles en torno al Espíritu Santo. Asumiendo el complejo programa simbólico, tendente a exaltar la infalibilidad y la primacía del papa, la Cátedra aparece, visualmente, unida al Baldaquino, entre cuyas columnas se ve desde lejos como si de una milagrosa aparición se tratara.Coetáneamente, Bernini abordó su última gran empresa vaticana: la Scala Regia 1663-66), realizada bajo el estímulo de la dificultad, su genial solución de ilusionismo perspectivo es una evidente referencia a la Galería erigida en el palacio Spada (1635) por Borromini, al que Bernini parece referirse de continuo cuando hace arquitectura. En el arranque de la escalera, al fondo del vano de acceso desde el atrio de la Basílica, y en ángulo recto respecto a ella, colocó la monumental estatua ecuestre de Constantino (1662-68) que, ambientada teatralmente delante de una gran cortina de estuco, se presenta como una aparición. Tipológicamente, retoma la solución de Tacca (Monumento a Felipe IV (1634-40), en Madrid), pero resolviéndola con más dramático dinamismo y mayor sentido plástico. El mismo esquema lo seguirá en su Monumento ecuestre a Luis XIV (hacia 1667-77), radicalmente rehecho y arrinconado en los jardines de Versalles, clara evidencia de los resultados de su viaje a París (1665).Parecido desaire, contrario al recibimiento y al trato recibido durante su viaje a Francia, fue el que sufrirían sus proyectos para la ampliación del palacio del Louvre, criticados por el ministro Colbert y por el ambiente cortesano. La autonomía de Bernini y la fastuosidad romana, que cuidó los aspectos representativos del edificio pero no los funcionales, no eran conciliables con los módulos arquitectónicos propios del Clasicismo francés, ni con las exigencias del control académico y del circunspecto centralismo administrativo de Luis XIV.
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A lo largo de cinco siglos, la capital hitita fue desarrollándose y modelando sus edificios y su arte. Pero habida cuenta de la naturaleza del terreno, las técnicas de construcción y la inexistencia de documentos de fundación o ladrillos estampillados, tal y como señala K. Bittel con ocasión de una comunicación presentada a la Academia de Inscripciones y Bellas Letras de París (1983), los primeros estudios tipológicos estilísticos y cronológicos fueron extraordinariamente difíciles. Hoy, sin embargo, tenemos una imagen bastante ajustada del arte arquitectónico de la nación hitita y, en especial, del último período, el de su madurez. Vamos a detenernos en lo que considero sus creaciones más significativas. Desde los inicios del Estado hitita, el roquedal inaccesible de Büyükkale estuvo ocupado por la ciudadela fortificada y el palacio real de los príncipes de Hatti. En él vivían, hacían escribir sus cartas y desde allí se ponían en campaña. Pero las dificultades propias de la arqueología hitita hacen que lo que conocemos hoy sea tan sólo el palacio de los últimos cincuenta años, aquél que habitaron Tudhaliya IV -el Rey del Universo como se llegó a titular- y Suppiluliuma II, el último rey de Hatti. El palacio-ciudadela estaba cercado por una gran muralla que coronaba en óvalo la cota militar más alta de la pendiente. Tres puertas fortificadas, unas veintidós torres avanzadas y gruesos muros de piedra hacían del palacio real hitita el conjunto palatino mejor defendido de la época en todo el Oriente. Hasta las experiencias urartias del I milenio no volveremos a encontrar nada parecido. Las puertas del complejo parecen haber sido las dos abiertas al Sur, las cuales culminaban una rampa de fuerte pendiente. Por ellas se accedía a sendos espacios abiertos que antecedían a los patios inferior y medio. No deja de ser significativo que el conjunto, en su aparente desarrollo, presente de hecho tres patios escalonados y porticados con pilares cuadrados que conducen, como escribe K. Bittel, de la zona de recepción -patio inferior- a la de honor -patio medio con los edificios A y D- y finalmente a la parte privada de la casa -patio superior-. Entre todos los edificios que un día llenaron la colina, de los que apenas sí quedan hoy los cimientos y parte de los zócalos, conviene destacar al curioso edificio A que, en palabras de E. Akurgal, es la más antigua biblioteca específicamente construida para tal fin. Constaba de un largo vestíbulo sostenido por cinco pilares, cuatro habitaciones alargadas cuyo techo era soportado por dobles filas de pies derechos asentados en basas de caliza y, a la izquierda, por una escalera lateral que comunicaba con el piso superior. Según R. Naumann, los edificios B y C, situados en el rincón norte del patio inferior, debieron servir como alojamiento del cuerpo de guardia y como santuario a una divinidad ignorada respectivamente. K. Bittel, por su parte, destaca los edificios E y F, erigidos en zonas despejadas y vinculados probablemente con la vida cotidiana de la familia real. Desde sus pisos altos debía dominarse una maravillosa perspectiva sobre toda la ciudad. En el campo de la teoría arquitectónica, sin embargo, el edificio E serviría de base a la hipótesis del origen hitita para el bit hilani. El bit hilani fue un pequeño palacio formado por un pórtico y salas alargadas, muy propio de la Siria del I milenio. Según K. Bittel, el origen hitita de dicho trazado encontraría confirmación en su reconstrucción del edificio E. Su teoría fue severa y, en mi opinión, correctamente contestada por A. Frankfort en su estudio monográfico sobre el particular (1952), con argumentos muy plausibles, adscribiendo sus verdaderos orígenes a la Siria del Bronce Medio. E. Akurgal estimaba que si bien no imposible, lo cierto era que el estado de las ruinas no permitía matizar los elementos decisivos. Tras otros juicios diversos, J. Margueron ha considerado confirmada la primera hipótesis -sin fundamento según creo- por su hallazgo de Emar que, como el de K. Bittel, entiendo se ha reconstruido de un modo forzado. En lo que sí están todos de acuerdo es en destacar el papel principal jugado por el gran edificio D, dotado de dos plantas, numerosos ventanales y una entrada monumental desde el patio medio. Se trata de un cuadrado de 40 x 50 m según K. Bittel -39 x 48 m según E. Akurgal-, el mayor edificio por tanto de la ciudadela. Su planta baja, donde se hallaron numerosas bullae, sirvió como almacén. En los muros de sus largas estancias apoyaban los veinte pilares cuadrados de la sala superior. Esta gran sala, por la supuesta altura de sus pilares y su clara iluminación, debió ser el salón del trono y de audiencias oficiales del gran rey. Su magnífica arquitectura parece, en opinión de K. Bittel, un lejano antecedente de las salas reales de Urartu y las apadanas persas. E. Akurgal destaca también el edificio G, abierto al patio inferior. Sus ortostatos de granito y caliza, la decoración de sus muros, el pórtico integrado y las grandes salas con pilar sugieren otra construcción de especial relieve cuyo destino se relaciona, acaso, con el estanque situado entre este edificio y la muralla. Tras el complejo real, los edificios más importantes de cualquier ciudad antigua eran los templos de los dioses. Y Hattusa no era ninguna excepción. Esbozadas ya las características esenciales del plano-tipo del templo hitita, creo que bastará centrarnos en uno, el principal -dedicado probablemente al Dios de las Tormentas y a la Diosa Solar de Arinna-, pues éste compendia y mejora lo que los seis restantes conocidos -descartando por su fuerte vinculación siria, los hallados en Emar- aportan hasta hoy. El gran templo I, rodeado acaso por el muro de un amplio témenos que compartía sectores de las primitivas murallas de la ciudad baja, es el mayor complejo religioso hitita conocido. Dejando aparte el conjunto situado al suroeste de la gran vía central; dedicado a almacén y otras dependencias, el templo en sí se edificó sobre una plataforma de piedra de 137 x 100 m. Con su principal acceso situado al noroeste, rodeado por un anillo de largas habitaciones de dos plantas dedicadas a archivos -en los que se encontraron documentos valiosos, como tratados internacionales- y almacenes -con enormes tinajas semejantes a las halladas en Creta y Micenas-, y aislado por un pavimento de enormes losas de piedra, se levantaba el verdadero templo. La puerta, cuyo umbral forma todavía un gigantesco monolito, daba acceso por un pequeño vestíbulo al patio central. En su rincón noroeste, un pabellón para las abluciones rituales y al fondo, tras un pórtico de cinco pilares, las cellae de los dioses y distintas habitaciones relacionadas. Según K. Bittel, la construcción del templo sobre una plataforma, las gigantescas piedras utilizadas en muchos sectores del zócalo y los umbrales, coronado todo por altos muros enlucidos, debió dar cuerpo a un conjunto no menos impresionante que el constituido por el palacio real. Al hablar de la arquitectura religiosa, forzoso es detenerse en el santuario de Yazilikaya, situado extramuros, a 2 km al noroeste. Nos hallamos ante un temprano ejemplo de integración entre naturaleza y arquitectura que aprovecha, de un modo maravilloso, las condiciones del lugar, las creencias y los misterios rituales inmersos en un programa. Es un templo y acaso, simultáneamente, el columbario de las cenizas del rey Tudhaliya que, según veremos, aparece representado dos veces. Una doble entrada conducía a un patio desde el que, por un acceso lateral, se penetraba en el espacio rocoso y las gargantas con dioses esculpidos en relieve. La arquitectura es, en buena medida, la misma de los demás templos, aunque la comunión con la naturaleza y las rocas -en la esencia del pensamiento religioso de los hititas- presta a Yazilikaya un valor sin paralelo conocido. A la gran época de la arquitectura hitita corresponde también el estado final del más perfecto conjunto fortificado de la historia de Anatolia, las murallas de Hattusa. El complejo defensivo de la capital hitita cumplía ya, miles de años antes, los efectos que Karl von Clausewitz exigiría en las plazas fuertes: la protección eficaz del lugar con todo lo que en él se contiene y la capacidad de influir decisivamente en el exterior situado más allá del alcance de sus muros. El recinto primero estuvo formado por la ciudadela y los muros de la ciudad inferior. Su sistema de construcción será a través de poderosos bloques de piedra como basamento de una gruesa muralla almenada de adobe. Cada 30 m más o menos se levantaban fuertes torres. Especialmente fortificadas aparecían las puertas, cerradas por dobles hojas recubiertas de bronce. Bajo los muros de la ciudad inferior, nueve corredores construidos con piedras debieron servir para recoger con rapidez y en su caso a las tropas propias desplegadas ante los muros, o para organizar salidas contra los atacantes. Según K. Bittel, la gran ampliación al sur, posterior al 1400 y que llevó las defensas meridionales a casi un kilómetro de distancia, si bien mantuvo la técnica habitual, cambió en cierto modo algo de la concepción primitiva. El punto más fuerte de la ampliación que hizo doble el recinto amurallado, se apoyaba en un gran terraplén y glacis coronado por la puerta de las esfinges. Se trata del célebre Yerkapi, un gigantesco glacis empedrado, con fuerte pendiente, dotado con dos grandes escaleras laterales y recorrido por debajo por el gran pasadizo de la poterna. La práctica de campo sigue aportando novedades importantes a la hititología. Dos de ellas, el palacio de Masathöyük y la ciudad de Astata, merecen un comentario. En fechas no muy lejanas, en el limes hitita que cubría el norte contra las eternas invasiones de los pueblos pónticos, Tahsin Özgüç descubrió un palacio provincial destruido, violentamente, en torno al 1400. Este dato es muy importante, porque indica que el proyecto respondería a la fase anterior al último estado del conjunto real de Büyükkale. Si ello es así, el valor del palacio hallado en Masathöyük, ya de por sí enorme por sus archivos y el papel desempeñado, se realza aún más desde el punto de vista arquitectónico. Como es habitual, los arqueólogos turcos encontraron sólo la parte baja de los zócalos y cimientos en piedra de un sector del edificio, levantado con la tradicional combinación de aquélla con el adobe y la madera. Lo documentado se limita a los lados Norte y Este de un patio porticado -carácter que se afirma así como una tradición propia de la arquitectura hitita- de 41 x 36 m, y al que como en Büyükkale, se abren salas que no parecen responder a un proyecto unitario. Unas sirvieron como archivo -el mayor y único archivo específicamente hitita hallado fuera de la ciudad, pues el de Emar es mixto-, otras como almacén y el resto como habitación. Sus muros interiores presentaban un revoco cremoso o blancuzco y, en algunos lugares, una elemental decoración geométrica pintada en rojo. Mucho más lejos, al otro lado de Taurus, la fortuna llevó al hallazgo de un lugar que nos ha permitido conocer, según vimos, la capacidad de los arquitectos hititas para realizar un proyecto urbano global que precisaba, además, la solución de graves problemas estructurales. No vamos pues a volver sobre ello, pero sí referirnos a la arquitectura palacial. Porque J. Margueron ha defendido en su descubrimiento la confirmación del origen hitita del bit hilani. En efecto, en el punto más septentrional y alto de la colina, los investigadores franceses encontraron los restos de un pequeño palacio y sus archivos, con cerca de mil números de inventario. La planta que J. Margueron propone en sus comunicaciones es ciertamente la de un bit hilani, aunque la existencia de un pórtico de columnas, como el propio autor admite, sea indemostrable. Los argumentos esgrimidos, en fin, tampoco parecen justificar una reconstrucción en la línea por él sugerida. No obstante, la técnica de construcción de palacios, el aprovechamiento del relleno y su situación casi como nido de águilas, es puramente hitita. Como sugiere J. G. Macqueen, es inevitable que cuando comparamos el arte hitita con el producido en la misma época por sus vecinos -y en especial con las obras de Amarna o la pinturas de Creta- se produzca una cierta desilusión. Porque no parece ajustado que de la gran potencia anatólica, cuyas raíces se hunden en tan larga y rica tradición, apenas si queden obras de naturaleza semejante. Verdad es que las características de la arquitectura hitita y la evolución sufrida por las ruinas de sus ciudades tras el 1200 a. C. explican de algún modo la parquedad del legado de su cultura natural. Y no menos cierto es que el altorrelieve de la puerta del rey en Hattusa o los rytha de plata conservadas en la colección N. Schimmel, en nada desmerecen del mejor arte contemporáneo. Puede que sólo la mala fortuna nos esté distorsionando lo que acaso fue una realidad restringida, eso sí, pero no menos auténtica: la madurez final del arte de la antigua Anatolia. Y no pocos indicios parecen avalarlo así.
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Las guerras Los reyes de México tenían continua guerra con los de Tlaxcallan, Pánuco, Michuacan, Tecoantepec y otros para ejercitarse en las armas, y para, como ellos dicen, tener esclavos que sacrificar a los dioses y cebar a los soldados; pero la causa más cierta era porque ni les querían obedecer ni recibir sus dioses; pues el estilo por donde crecieron todos los mexicanos en señoría fue por dar a otros sus dioses y religión, y si no les recibían rogándoles con ellos, les hacían guerra hasta sujetarlos e introducir su religión y ritos. Movían también guerra cuando les mataban sus embajadores y mercaderes; pero no la hacían sin antes dar parte al pueblo, y aun dicen que entraban en la consulta mujeres viejas, que, como vivían más que los hombres, se acordaban de cómo se habían hecho las guerras pasadas. Determinada, pues, la guerra, enviaba el rey mensajeros a los enemigos a pedir las cosas robadas, y tomar alguna satisfacción de los muertos, o requerir que pusiesen entre sus dioses al de México, y también porque no dijesen que los cogían desapercibidos y a traición. Entonces los enemigos que se sentían poderosos a resistir, respondían que aguardarían en el campo con las armas en mano; y si no, reunían muy buenos plumajes, tejuelos de oro y plata, piedras y otras cosas de precio y se las enviaban, y pedían perdón, y a Vitcilopuchtli, para ponerlo y tener igual de sus dioses provinciales. Tomaban a los que hacían esto por amigos, y les imponían algunos tributos; a los que se defendían, si los vencían, los tenían por esclavos, que llamaban ellos, y les eran muy pecheros. Al soldado que revelaba lo que su señor o capitán quería hacer, lo castigaban como a traidor, y con gran crudeza; pues le cortaban entrambos brazos, las narices, las orejas, o las manos por junto al codo y los pies por los tobillos; en fin, lo mataban y repartían por barrios, o por escuadrones si era en los ejércitos, para que llegase a conocimiento de todos; y hacían esclavos a los hijos y parientes, y a los que habían sido sabedores de la traición. Los que andaban en guerra no bebían vino que emborrachase, sino el que hacían de cacao, maíz y semillas. Se emplazaban unos enemigos a los otros para la batalla, la cual siempre era campal, y se daba entre términos. Llaman quiahtlale al espacio y lugar que dejan yermo entre raya y raya de cada provincia para pelear, y es como sagrado. Juntas las huestes, hacia señal el rey de México de arremeter al enemigo, con una caracola que suena como corneta; el señor de Tezcuco, con un atabalejo que llevaba echado al hombro, y otros señores, con huesos de pescados que chiflan mucho como caramillos; al recoger hacían otro tanto. Si el estandarte real caía en tierra, todos huían. Los tlaxcaltecas tiraban una saeta; si sacaban sangre al enemigo, tenían por muy cierto que vencerían la batalla y si no, creían que les iría muy mal; aunque, como eran valientes, no dejaban de pelear. Tenían por reliquias dos flechas que dicen que fueron de los primeros pobladores de aquella ciudad, que habían sido hombres victoriosos. Las llevaban siempre a la guerra los capitanes generales, y tiraban con ellas o con una de ellas a los enemigos para tomar agüero, o para encender a los suyos a la batalla; unos dicen que las echaban con traílla, para que no se perdiesen; otros que sin ella, para que su gente, al arremeter en seguida, no diese lugar a los contrarios a que la cogiesen y rompiesen. Daban gritos, que los ponían en el cielo cuando acometían; otros aullaban, y otros silbaban de tal suerte, que ponían espanto a quien no estaba hecho a semejante gritería. Los de tierra de Teouacan tiraban de una vez dos, tres y cuatro flechas; todos en general llevaban aseguradas al brazo las espadas; huían para revolver de nuevo y con mayor ímpetu; preferían cautivar que matar enemigos; jamás soltaban a ninguno, ni tampoco lo rescataban, aunque fuese capitán. El que prendía señor o capitán contrario, era muy galardonado y estimado; quien soltaba o daba a otro el cautivo que prendía en batalla, moría por justicia, por ser ley que cada uno sacrificase sus prisioneros; el que hurtaba o quitaba por fuerza algún preso en guerra, moría también, porque robaban cosa sagrada y la honra, y, como ellos dicen, el esfuerzo ajeno. Mataban a los que hurtaban las armas del señor y capitán general o los atavíos de guerra; porque lo tenían por señal de ser vencidos. No querían, o no podían, los hijos de señores, siendo mancebos, llevar plumajes, vestidos ricos, ni ponerse collares ni joyas de oro, hasta haber hecho alguna valentía o hazaña en la guerra, matado o prendido a algún enemigo. Saludaban antes al cautivo que a quien le cautivó, y toda la tierra le daba el parabién al tal caballero, como si triunfara. De allí en adelante se ataviaba ricamente de oro, pluma y mantas de color o pintadas; se ponía en la cabeza ricos y vistosos plumajes, atados a los cabellos de la coronilla con correas coloradas de tigre; que todo era señal de valiente.
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Es cierto que no faltan noticias minuciosas, e incluso una sospechosa abundancia de datos, que hacen referencia a tiempos remotos, en los que cuatro edades o eras se sucedieron con sus diferentes humanidades. Pero como decíamos, hasta el reinado de Viracocha, o mejor, de Pachacuti, no se puede hablar de una historia real de cada uno de los soberanos incas. Sabemos que hasta este momento el pueblo conquistador del Cuzco se vio envuelto en luchas con sus vecinos y que la ampliación de su territorio se debió en parte al éxito en esas luchas, pero que jugó un papel importante la política de alianzas con algunos de esos pueblos, sellada en ocasiones con el establecimiento de vínculos familiares mediante la unión con hijas de los curaca o señores de pequeños Estados limítrofes con el área cuzqueña. La larga guerra con los chancas, que podría haber supuesto el fin del pueblo inca, y que desembocó en el ataque a la ciudad del Cuzco en los últimos años del reinado de Viracocha, supuso sin embargo el comienzo de su supremacía gracias a la valerosa intervención de Pachacuti, que no sólo repelió la agresión, sino que consiguió subyugar al pueblo chanca e incluso utilizarlo como auxiliar en sus propias campañas. Pero los chancas eran aliados peligrosos y el temor de que sus éxitos militares, aún bajo bandera inca, los animaran a la aventura de recobrar su poderío, indujo a Pachacuti a dar a uno de sus hermanos y generales, Capac Yupanqui, la orden de exterminio total del grupo. Pero éste, advertido del peligro y capitaneado por su jefe Ancohuallu, consiguió huir adentrándose en la zona de la selva oriental. El general Capac Yupanqui pagó con su vida el fracaso de la misión encomendada por el soberano, aunque, en realidad, desde su huida al pueblo chanca no volvió jamás a representar una amenaza para la expansión inca. Las campañas de Pachacuti llevaron esta expansión hasta el territorio de los aymaraes de la zona del Collao, junto al lago Titicaca, donde floreciera la civilización de Tiahuanaco, cuna de tradiciones que hablan precisamente del origen del pueblo inca. Desde el altiplano a la costa del Pacífico la soberanía de los incas fue reconocida sin excepción. Hacia el Norte, Cajamarca representó la frontera más extrema del Imperio de Pachacuti. La obra de este gran Inca, sin embargo, no se limitó exclusivamente a la simple conquista de nuevos territorios; su labor como legislador y organizador sentó las bases para la consolidación y sucesivo engrandecimiento del Imperio. Tupac Inca Yupanqui, todavía en vida de su padre y mientras éste se dedicaba a esa tarea de organización del Imperio y a la reestructuración y embellecimiento de su capital, que causaría el asombro y la admiración de los conquistadores españoles, fue el artífice del ensanchamiento territorial del Tahuantinsuyu. Sus campañas lo llevaron hasta las tierras de los señores del Norte, del reino de Quito, en la zona de la Sierra, y del señor de Chimú, en la Costa. Desde Chimú no le fue difícil a su regreso al Cuzco subyugar a todos los señoríos costeños hasta Pachacamac, en las cercanías de la actual ciudad de Lima, el gran santuario preincaico a cuyo culto, que respetó, superpuso la estructura y organización de la religión estatal. Una leyenda recogida en fuentes relativamente tardías, del último cuarto del siglo XVI, relata la fantástica expedición marítima que llevó a Tupac Inca Yupanqui desde la costa norte del Perú actual a unas lejanas islas del Pacífico, las misteriosas Aguachumbi y Nina Chumbi, que no ha sido posible identificar y que para algunos son las islas Galápagos, mientras para otros pueden ser nada menos que el archipiélago Salomón, descubierto precisamente por el cronista que recoge por primera vez esta leyenda: Pedro Sarmiento de Gamboa. Sin embargo, no es fácil aceptar la veracidad de este viaje, llevado a cabo por un pueblo que indudablemente no tuvo aptitudes marineras y que difícilmente pudo afrontar y superar las dificultades de una navegación de ida y vuelta por el Pacífico. Sí fue un hecho consumado en cambio, ya durante su propio reinado, la expansión del Tahuantinsuyu que Tupac Inca Yupanqui llevó hasta las tierras chilenas imponiendo su autoridad a todos sus habitantes hasta el valle del río Maule. El último gran Inca, Huayna Capac, no amplió demasiado las fronteras, pero su labor fue dura y difícil al tener que consolidar la soberanía incaica en regiones vastas y lejanas, en las que sus belicosos habitantes intentaron sacudirse el yugo del centralismo cuzqueño con constantes rebeliones que absorbieron, sobre todo en el Norte, el tiempo, la energía y los recursos de este soberano, cuyo reinado se desenvolvió en una situación de crisis permanente. A su muerte, en 1530, dejaba el orden incaico establecido y respetado desde el sur de Chile, donde él mismo dirigió la empresa de reorganización administrativa, hasta las tierras del sur de la actual Colombia, fijando la frontera en el río Ancasmayo y redondeando las fronteras del Imperio hasta la zona oriental de la actual República del Ecuador. La leyenda de una unión de Huayna Capac con una princesa quiteña, de la que naciera el príncipe Atau Huallpa, razón por la que el soberano decidió a su muerte dividir el Imperio entre éste y su hijo Huascar, carece de fundamento. Ni Atau Huallpa fue de estirpe quiteña, sino hijo de una mujer del Cuzco, ni el Inca pensó en dividir su reino. Sin embargo, la crisis sucesoria y las guerras civiles entre ambos hermanos son sucesos absolutamente históricos, cuyo desenlace y consecuencias alcanzaron a conocer los conquistadores de Cajamarca. A pesar de ello no se debe caer en el tópico de una conquista fácil y rápida del Tahuantinsuyu por los españoles. La resistencia inca; aunque no bien coordinada, por el odio y las rencillas entre los cuzqueños y los invasores de Quito fue feroz y tenaz. Es cierto que después del proceso a que fue sometido Atau Huallpa por los españoles y que culminó con la condena a muerte del príncipe, todo hacía presumir una voluntad de cooperación con los conquistadores por parte del sector de la aristocracia inca que había sufrido las consecuencias de la dura represión que sobre ellos hicieron pesar los generales de Quito; también lo es que Pizarro reconoció a uno de los hijos de Huayna Capac, Manco II, como legítimo soberano inca. Pero las continuas presiones de los españoles establecidos en la que fue capital del Imperio, sobre él y sobre los restos de las elites cuzqueñas, ya muy mermadas por las masacres de que habían sido objeto tras la victoria de Atau Huallpa, fueron el motivo de una rebelión organizada que cristalizó en 1535 con el cerco y asedio a la ciudad del Cuzco que estuvo a punto de aniquilar a los españoles. La decisiva intervención de otro de los hijos de Huayna Capac, Paullu, cuyos intereses eran contrapuestos a los de Manco y que lo llevaron a buscar la alianza de las huestes de Almagro, a las que había acompañado en su expedición a Chile, de donde regresaron en el momento en que la situación era critica para los sitiados, hizo fracasar la ofensiva indígena. Sin embargo, la resistencia continuó en la zona montañosa de Villcabamba, a donde Manco se retiró con su gente y sólo en 1572 quedó sometido definitivamente el territorio controlado por sus hijos, que siguieron considerándose Incas, cuando fue capturado el último de ellos, el joven e infortunado Tupac Amaru. La ejecución de su sentencia y condena a muerte dictada por el virrey don Francisco de Toledo fue presenciada en la plaza de Armas del Cuzco por una sobrecogida multitud de indígenas que prorrumpió en un general lamento al ver rodar la cabeza del nieto de Huayna Capac. Esto suponía el fin definitivo de la Historia de los incas.
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El desarrollo de las guerras civiles de fines de la república romana había condicionado la progresiva anexión territorial de la Península Ibérica hasta el punto de que el extremo noroccidental de la Provincia Citerior, ubicado al norte del Duero, permanece ajeno al ordenamiento provincial romano y tan sólo es objeto de actividades puntuales vinculadas a la depredación que practican los gobernadores provinciales en busca de botín o al reclutamiento de mercenarios. Concretamente, la zona no anexionada comprende el territorio correspondiente a los galaicos, que se extiende entre los cursos del Duero y del Miño-Sil, a los astures con centro en Asturica (Astorga), y a los cántabros que ocupan, junto a otros pueblos, la franja costera del Mar Cantábrico. La sumisión de estos pueblos se realiza mediante diversas operaciones militares que se proyectan en el período comprendido entre el 29 y el 19 a.C.; la explicación clásica del desencadenamiento de las guerras, presente especialmente en Floro y también en Casio Dión, insiste, como forma de justificarla, en la visión tradicional romana de la guerra defensiva; concretamente, en esta perspectiva el inicio de las actividades viene condicionado por las razzias que realizan los cántabros en el territorio de los vacceos, turmódigos y autrigones; el propio Casio Dión afirma que los cántabros pretendían una ampliación de su territorio mediante la anexión del correspondiente a estos pueblos. En esta perspectiva, la intervención romana se justifica por la necesaria defensa de los aliados, que constituyen uno de los elementos esenciales que conforman el discurso de la guerra justa (bellum iuxtum), que posee una amplia teorización en los pensadores latinos, entre las que destaca la realizada por Cicerón. La incoherencia de semejante explicación se observa en las propias indicaciones históricas de la tradición clásica que, como ocurre con Casio Dión, documentan claramente que las actividades militares romanas se proyectan tanto contra los depredadores cántabros como hacia sus víctimas, los vacceos. En realidad, el sometimiento de los galaicos, astures y cántabros posee condicionantes tanto políticos como económicos; los primeros se encuentran vinculados a la necesaria consolidación de los poderes personales del princeps, que tiene en las victorias militares frente a los enemigos del imperio uno de sus elementos propagandísticos fundamentales: en tal sentido, tras la finalización de las guerras civiles, Augusto emprende una serie de acciones militares que tienden a la pacificación del imperio mediante la sumisión de pueblos ubicados dentro de sus fronteras; tal ocurre concretamente con las acciones militares que se emprenden en los Alpes Marítimos en los años 16-14 a.C., o contra los retios y vindélicos en el Tirol septentrional en los años 16-15 a.C. El objetivo de tales actividades militares se centra en la conformación del Imperio dentro de determinadas fronteras, que Augusto aconseja no sobrepasar en el futuro, como un espacio completamente anexionado y pacificado. En esta perspectiva, la conquista de los territorios septentrionales de Hispania completa la integración de la Península y su victoria le proporciona el correspondiente prestigio personal. Los condicionantes económicos están constituidos, ante todo, por los propios beneficios que la acción militar genera directamente mediante la actividad depredatoria materializada en el correspondiente botín de guerra, en el que se integran los prisioneros que serán objeto de la venta como esclavos; pero, también se materializan en las posibilidades económicas que ofrece tras la conquista la explotación del territorio conquistado. En este aspecto, se debe de tener en cuenta la riqueza minera de los yacimientos del norte, que serán puestos en explotación inmediatamente después de la anexión, proporcionando importantes ingresos al fisco imperial, que se constatan en las referencias de la tradición literaria que cuantifican en 20.000 libras romanas los beneficios reportados por las explotaciones auríferas de la zona. El desarrollo de las operaciones militares se inicia mediante una serie de actividades de carácter puntual que ocupan los años 29-27 a.C.; concretamente, en el año 29 a.C. el legado de Augusto Statilio Tauro realiza una expedición militar contra los vacceos, cántabros y astures, que le permiten, tras la correspondiente victoria, el título de imperator. La trascendencia de semejantes éxitos militares debe considerarse como irrelevante, ya que en el año 28 a.C. se constatan nuevas intervenciones dirigidas por Calvisio Sabino, que le permiten celebrar el triunfo en Roma; este mismo carácter poseen las actividades militares que en el 27 a.C. dirige el procónsul Sexto Apuleyo, que también le permite la celebración del correspondiente triunfo. El desarrollo de las operaciones militares adquiere un carácter más sistemático a partir del 27 a.C., con la presencia de Augusto en Hispania. Concretamente, tras su estancia en el 27 a.C. en Tarraco, donde efectúa la correspondiente programación y reorganización de Hispania, se comienza a partir del 26 a.C. el desarrollo de las operaciones militares en dos frentes; el que opera contra los cántabros (Bellum Cantabricum) lo dirige personalmente Augusto conjuntamente con su legado Antistio; el centro de operaciones se establece en Segisama (Sasamón, Burgos). La penetración hacia el norte se efectúa por el río Pisuerga y en Vellica, actual Monte Cildá en las proximidades de Mave (Palencia), se obtiene la primera victoria frente a los cántabros. Con posterioridad, el avance continúa en dirección a Reinosa con el objetivo de conquistar los enclaves donde se habían refugiado los contigentes indígenas; de esta forma, se obtienen los triunfos de Aracillum (Aradillos, Santander) y de Mons Vindius, ubicable en la zona de los Picos de Europa, Pico Tres Mares o Peña Labra. De forma paralela a las operaciones terrestres, se produce la intervención de la flota romana que, procedente de Aquitania, desembarca en la costa cantábrica en Portus Blendium (Suances) o en Portuss Victoriae Iuliobrigensium (Santander). Las consecuentes operaciones sorprenden a los indígenas por la retaguardia y permiten la finalización de la guerra contra los cántabros. El segundo frente está constituido por las operaciones militares de apoyo que el legado de la Lusitania Publio Carisio realiza contra los astures (Bellum Asturum); las actividades militares se inician con el ataque de los astures al campamento romano, ubicado en la orilla del río Astura (Esla), que fracasa por el apoyo que le prestan los brigaencini a las legiones romanas. Con posterioridad, Carisio evita la confluencia de los astures y cántabros mediante la victoria de Lancia, en las proximidades de Villasabariego (León), lo que le permite el control de la llanura y avanzar hacia Mons Medulius, en la confluencia del Cabrera con el Sil, donde se produce la derrota definitiva de los astures que allí se habían refugiado. Tras la victoria, P. Carisio procede a la fundación de Emerita Augusta (Mérida), cuyas monedas fundacionales conmemoran el triunfo obtenido mediante la representación de las armas de los vencidos y de los nombres de las legiones que participan en las operaciones militares. Las operaciones sistemáticas de los años 26 y 25 a.C. condicionaron el desarrollo ulterior de la guerra; no obstante, en los años posteriores a la marcha de Augusto de Hispania se producen de nuevo determinados conflictos, que en el 24 a.C. son dirigidos por el legado de la Tarraconense, Lucio Elio Lamia, y en el 22 a.C. por el legado de la misma provincia, C. Furnio. La reactivación de las operaciones militares se produce en los años posteriores como consecuencia del regreso de los prisioneros de guerra que habían sido vendidos como esclavos en la Galia. Para poner fin a la resistencia, Augusto envía a Hispania a Marco Agripa, que realiza una serie de operaciones sistemáticas que provocan la devastación de la región mediante la destrucción del hábitat castreño y la ejecución generalizada de los prisioneros.
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<p>Conflicto de plena actualidad, su origen se remonta sin embargo a muchas décadas atrás. Los territorios que componen Palestina son el foco de un contencioso largamente larvado entre judíos y árabes. La creación del Estado de Israel en 1948 supone el detonante de una serie trágica de enfrentamientos.&nbsp;</p><p>&nbsp;</p><p>ÉPOCA&nbsp;</p><p>1.Los orígenes del conflicto.&nbsp;</p><p>Los estallidos de violencia.</p><p>La creación del Estado de Israel.&nbsp;</p><p>La primera Guerra árabe-israelí.&nbsp;</p><p>2.El conflicto palestino-israelí.&nbsp;</p><p>Los acuerdos de Camp David.</p><p>La cuestión palestina.&nbsp;</p><p>3.El papel de Ariel Sharon.</p><p>Un militar afortunado.&nbsp;</p><p>Matanza en Sabra y Chatila.&nbsp;</p><p>El enemigo de la paz.</p><p>La provocación.</p><p>La condena de Sharon.&nbsp;</p><p>&nbsp;</p><p>BATALLAS&nbsp;</p><p>1.Encadenados a una promesa.</p><p>De Herzl a Balfour.</p><p>Gracias a Balfour y Hitler.</p><p>De asediados a conquistadores.</p><p>El palo y la zanahoria.&nbsp;</p><p>2.Hacia el Estado de Israel.</p><p>La emigración a Palestina.</p><p>Protestas árabes.</p><p>Embrión de terrorismo.&nbsp;</p><p>Proyectos de partición.&nbsp;</p><p>Stern contra todos.</p><p>El Hotel King David.&nbsp;</p><p>Limpieza étnica.&nbsp;</p><p>3.El reparto del botín.</p><p>La piel del oso.&nbsp;</p><p>Los ingleses juegan y ganan.</p><p>La decepción de Wilson.</p><p>Menos tierra y más petróleo.&nbsp;</p><p>El petróleo no se toca.&nbsp;</p><p>Doctrina para todo.&nbsp;</p><p>4.Israel-Palestina, los muros.</p><p>Nace el ejército judío.&nbsp;</p><p>La razón de las pistolas.</p><p>El muro de Sharon.&nbsp;</p><p>Ruina económica y humana.&nbsp;</p><p>5.Operación Paz en Galilea.</p><p>La Guerra de los Seis Días.</p>
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Según el relato bíblico, la tierra de Israel fue entregada por Dios al pueblo hebreo. Sin embargo, la historia posterior resultará dramática. Durante cuarenta siglos, casi todo el tiempo lejos de la Tierra Prometida, el pueblo judío se mantuvo sojuzgado por potencias extranjeras, como el Egipto faraónico, Babilonia, persas, griegos, sirios y romanos. Estos últimos lo erradicaron de Palestina y lo dispersaron por todo el mundo conocido. En los siglos siguientes, Palestina conoció varias dominaciones hasta que, a partir del siglo VII, será musulmana. Entretanto, los judíos fueron huéspedes mal acogidos por los pueblos donde se afincaron, sin apenas mezclarse. Eso les hizo mantener su identidad, pero también ayudó a generar odio y persecuciones. Ante las matanzas y expulsiones, una de las respuestas dada por el mundo judío fue el sionismo, ideología que defendía desde el siglo XIX el regreso a la antigua Palestina. Pero ésta era ya parte del Imperio otomano y en ella vivían unos 700.000 árabes. Poco a poco fueron llegando emigrantes judíos y, entretanto, estalló la I Guerra Mundial. Vencido el Imperio otomano, Palestina fue puesta bajo mandato británico. Pero la II Guerra Mundial cambió pronto la situación. El antisemitismo, el odio hacia los judíos, culminó en el Holocausto nazi, con millones de judíos asesinados. Tras la guerra, el ambiente de culpabilidad que sacudió al mundo posibilitó la entrada en Palestina de más de 100.000 judíos. La convivencia se volvió imposible, con luchas entre árabes y judíos y atentados contra los británicos. Finalmente, en 1947 la ONU dividió Palestina, con una zona internacional en torno a Jerusalén, otra israelí y una tercera, formada por Gaza, Cisjordania y el Golán, para los palestinos. Los árabes no aceptaron la partición, la tensión se acrecentó y los británicos se retiraron. En 1948, Ben Gurion proclamó el Estado de Israel sin acogerse a los límites impuestos por la ONU. Rápidamente estalló un conflicto que, 50 años después, aún no ha sido resuelto. La primera guerra árabe-israelí se produjo en 1948. La Liga árabe lanzó un ataque sobre territorio israelí, que fue rechazado por la aviación judía. Tras combatir en el Negev, los israelíes conquistaron Eilat. En 1949 se firma el armisticio, por el que la franja de Gaza pasa a Egipto. La paz, sin embargo, no aliviará la tensión. En octubre de 1956, en respuesta a las incursiones de comandos árabes de sabotaje y al cierre del Canal de Suez y del puerto de Eilat, Israel ataca a Egipto. Los israelíes lanzan varias incursiones fulgurantes sobre la península egipcia del Sinaí, pero los combates fundamentales se producirán cerca de Rafah, en la franja de Gaza. Los egipcios se habían establecido en colinas fortificadas en torno a Rafah, con cañones antitanque, alambradas y campos de minas. Dos compañías israelitas asaltaron la colina 25 y, después, la cota gemela. Al mismo tiempo, la infantería asaltaba la colina 29. Cuatro compañías israelíes atacaron las colinas 36 y 34, bajo un intenso fuego de las posiciones egipcias que produjo numerosas bajas. Un batallón israelí cayó sobre la colina 5 y, más tarde, sobre la 10. La 8 fue la última en caer. Los egipcios fueron rápidamente expulsados de todas sus posiciones y, al cabo de 30 minutos, los israelíes seguían en dirección hacia su próximo objetivo: El Arish. Tras vencer en Rafah, los israelíes prosiguen su fulgurante avance por el Sinaí, que es conquistado en tres días. La Guerra de Suez culmina con la retirada egipcia y la ocupación israelí de la península del Sinaí y la franja de Gaza, territorios de los que un año más tarde se harán cargo los cascos azules de Naciones Unidas. Sin embargo, la paz aún quedará muy lejos. Tras las guerras de 1948 y 1956, la tensión entre árabes e israelíes estaba lejos de disminuir. Egipto buscó el apoyo militar de Siria y Jordania, mientras que Israel fortaleció su industria bélica. En 1967, tras la retirada de las tropas de la ONU de la franja de Gaza, el Gobierno de El Cairo bloqueó el estrecho de Tirán. La respuesta israelí se produjo en las primeras horas del 5 de junio, tras percibir en los radares la aproximación de aviones egipcios y de unidades acorazadas que avanzaban hacia su frontera. El ataque de la aviación israelí logró destruir a los aparatos egipcios. Con dominio aéreo, la infantería israelí cayó cómodamente sobre los ejércitos egipcios del Sinaí, que contaban con 7 divisiones y unos 1.000 tanques. La ofensiva judía se produjo mediante un triple avance. El lunes 5 de junio se tomó una amplia zona y la localidad de El Arish. El 6 de junio los israelíes prosiguieron su avance y ensancharon la franja conquistada, con los egipcios retrocediendo. Simultáneamente, el ataque israelí en el frente del Sinaí continuó por el Norte, rompiendo la resistencia de las tropas egipcio-palestinas que defendían la franja de Gaza. El miércoles, tercer día de la ofensiva, las fuerzas israelíes prosiguieron su rapidísimo avance y tomaron Bir Eth Thamara. El cuarto día de guerra, el ataque israelí en el Sinaí se hacía ya imparable. La desesperada defensa egipcia en el Paso de Mitla convirtió este lugar en el escenario de un acto desesperado, que no impidió la ocupación total de la península del Sinaí en tan solo cuatro días. El mismo día 5, Jordania entra en la guerra bombardeando las principales ciudades israelíes, como Tel Aviv y, especialmente, Jerusalén. En respuesta, aviones israelíes castigaron las ciudades jordanas de Amman y Mafraq. Los combates más cruentos tuvieron lugar en Cisjordania, y la ofensiva israelí consiguió tomar Ramallah, Jenin, la Ciudad Vieja de Jerusalén, Belén y Hebrón. Al mismo tiempo, desde Nablus se desplegaban tropas hacia el río Jordán. La debacle sufrida por egipcios y jordanos durante la Guerra de los Seis Días propició la aceptación de un alto el fuego promovido por Naciones Unidas, al que también se sumó Israel. Sin embargo, la guerra aun no había finalizado. Siria, que se había limitado a bombardear los poblados israelíes en los altos del Golán, fue atacada por los israelíes, quienes tomaron Quneitra. La toma de los altos del Golán estaba así completada, lo que obligó a Siria a aceptar el alto el fuego de Naciones Unidas, justo cuando los israelíes se dirigían hacia Damasco. La guerra había acabado. La gran vencedora, Israel, ocupó la península del Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán, pasando a controlar la ciudad de Jerusalén. Sin embargo, los conflictos no habían acabado. Los esfuerzos de Egipto y Siria por recuperar los territorios perdidos en la Guerra de los Seis Días condujeron a una nueva guerra, esta vez en 1973. El 6 de octubre, día del Yom Kippur, ambos países atacaron simultáneamente a Israel, provocando una rápida respuesta. La mediación de soviéticos y norteamericanos conduce a un acuerdo de pacificación, por el que tropas de la ONU ocupan zonas intermedias. La guerra de 1973 propició que los estados árabes productores de petróleo decidieran una brusca subida del precio que desencadenó una crisis económica mundial. En 1977 el presidente egipcio Sadat visitó Israel, iniciándose así un período de negociaciones que culminó con la firma de un tratado de paz entre ambos países y la devolución a Egipto de la península del Sinaí. En junio de 1982, las tropas israelíes invadieron el sur del Líbano y llegaron hasta las puertas de Beirut, en una ofensiva militar destinada a destruir las bases de los guerrilleros de la OLP, que proseguían sus operaciones de hostigamiento contra la región septentrional de Israel. La retirada de los israelíes al interior de sus fronteras, cediendo a la presión internacional, no se produjo hasta 1985. La retirada de las tropas israelíes del sur del Líbano alivió algo la tensión internacional. Pero aún quedaba un gravísimo problema por resolver: la cuestión palestina. En 1987, el líder palestino Arafat lanza la campaña de movilización civil de los palestinos en Cisjordania y Gaza, conocida como Intifada, que dura hasta 1991. Los atentados y la violencia se instalan entre israelíes y palestinos, con un nuevo rebrote en septiembre de 2000. El conflicto de Oriente Medio, lejos de estabilizarse, parece estancado. Las negociaciones en busca de la paz no han acabado de dar sus frutos. La subida al poder de Ariel Sharon en Israel supuso una radicalización de la situación, agravada por los atentados terroristas por parte palestina. Por si fuera poco, la muerte de Arafat en noviembre de 2004 abre una incógnita muy difícil de despejar.
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Galería de imágenes de la época. Dayan y Sharon en 1967. Rabin, Clinton y Arafat. Blindado judío alcanzado por el fuego egipcio en el Sinaí. Jóvenes palestinos durante la intifada. Israelíes y milicianos del Kataeb en Líbano. Arafat en un campo de entrenamiento de la OLP en Argelia. Un niño de la intifada herido por disparos israelíes. Atentado contra el hotel King David de Jerusalén. Masacre del campo de refugiados de Shatila (Beirut, Líbano). Soldados israelíes combatiendo en el Líbano. Blindado del ejército israelí en una calle de Beirut. Soldados israelíes durante la Guerra de los Seis Días.
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La creación del Estado de Israel en 1948 dio comienzo a un conflicto intermitente entre Israel y los países árabes. En el curso de este conflicto, aun no resuelto, han tenido lugar cinco guerras, diversos enfrentamientos irregulares casi ininterrumpidos y un trabajoso proceso de paz. La causa del enfrentamiento es la posesión de Palestina. Territorio de población musulmana, perteneció al imperio otomano y, a la caída de éste, quedó bajo mandato británico. Desde finales del siglo XIX, a Palestina comienzan a llegar numerosos emigrantes judíos, quienes pretenden recuperar así su patria bíblica. Pronto la convivencia entre ambos grupos se hace imposible, con enfrentamientos y atentados contra las tropas británicas. Como solución, la ONU votó en 1947 a favor de la partición del territorio en dos zonas, una israelí y otra palestina, fundamentalmente las áreas del Golán, Cisjordania y Gaza. Sin embargo, tras la proclamación del Estado de Israel, un año más tarde, éste comenzó a expandirse a costa del territorio palestino. Desde entonces las relaciones entre árabes e israelíes han dado lugar a guerras diversas, como la de 1948, la del Sinaí, la de los Seis Días o la del Yom Kippur, en 1973. Además, por parte palestina se ha recurrido a armas como el terrorismo y la insurgencia, contestadas desde el lado israelí con la represión violenta y el terrorismo de Estado. El conflicto, aún no resuelto, es el principal foco de tensión de nuestros días.