Las distintas clases de tlahtolli Fijémonos en unos textos que se cuentan entre los más significativos de la tradición prehispánica: los huehuehtlahtolli, testimonios de la antigua palabra. Numerosas son, relativamente hablando, las muestras de este género que han llegado hasta nosotros. Las transcripciones que de ellos hicieron principalmente Olmos y Sahagún permiten valorar esta peculiar forma de expresión nahuatl. En opinión del mencionado fray Bernardino, aquí podía hallarse el mejor testimonio de la retórica y filosofía moral y teología de la gente mexicana, donde hay cosas muy curiosas, tocantes a los primores de su lengua, y cosas muy delicadas tocantes a las virtudes morales. En varios huehuehtlahtolli hay exhortaciones paternas o maternas, henchidas de enseñanzas para los hijos que han llegado a la edad de discreción. También se conservan diversas formas de pláticas como las que se dirigían al tlahtoani recién elegido, demandándole, como escribe Sahagún, favor y lumbre para hacer bien su oficio, al igual que otros discursos clásicos de los mismos tlahtoque, señores, que, como modelo de expresión, conservó el recuerdo. Los consejos e invocaciones de la partera ante el niño recién nacido, las palabras de enhorabuena con motivo del nacimiento, las consultas de los padres con los tonalpouhque, astrólogos, que debían interpretar los destinos del nuevo ser, la promesa de llevar a los niños, cuando tengan edad para ello, a las escuelas de la comunidad, los discursos de los maestros, de tono moral o dirigidos a enseñar las artes del bien hablar o de la cortesía, las palabras de preparación para el matrimonio y, finalmente, determinadas formas de oración o imprecación a modo de discurso, todo esto integraba el contenido de los distintos huehuehtlahtolli. Atendiendo ahora a la peculiaridad de los huehuehtlahtolli, a aquello que muestra, como dice Sahagún, los primores de su lengua, aparecen varios rasgos dignos de ser notados. Primeramente puede afirmarse que, de todas las formas de tlahtolli, es ésta una de las más refinadas, que en rigor podía merecer el título de tecpillahtolli, lenguaje propio de gente noble. Toda la gama de las fórmulas de respeto, en las que abundó tanto esta cultura, se hacen presentes en los huehuehtlahtolli. Hay en ellos proliferación extraordinaria de metáforas: al ser humano se le nombra casi siempre dueño de un rostro y de un corazón; de la suprema deidad se dice siempre que es Yohualli, Ehécatl, la Noche y el Viento; la niña pequeña es chalchiuhcózcatl, quetzalli, collar de piedras finas, plumaje de quetzal. Y también en los huehuehtlahtolli, como en muchos cuícatl, es frecuente el paralelismo, o sea la repetición de un mismo pensamiento con ligeras variantes; indicio del propósito de que estas palabras más fácilmente pudieran conservarse en la memoria. A no dudarlo, el estudio de los huehuehtlahtolli es uno de los mejores caminos para acercarse a la cultura intelectual del hombre prehispánico. Se conocen asimismo otros discursos a los que, por su contenido, debe aplicarse la designación más específica de teotlahtolli, disertaciones acerca de la divinidad. Es el caso de varios de aquellos que, a modo de oración, se dirigen a Tloque Nahuaque, el dios supremo, dueño de la cercanía y la proximidad, y en los que se precisan sus distintas advocaciones y atributos. Teotlahtolli --con ritmo y medida-- fueron aquellos textos que recordaban la serie de creaciones de las distintas edades o soles. Igualmente el muy conocido acerca del origen del quinto sol en Teotihuacán o aquellos en los que se refieren las actuaciones de Quetzalcóatl el dios o el sacerdote entre los toltecas. Relativamente abundantes son los testimonios nahuas de contenido histórico. Por una parte existían, como es sabido, determinados libros, principalmente los xiuhámatl, papeles de los años, en los que, en forma de anales, se inscribían y pintaban en la correspondiente fecha de los sucesos más dignos de recuerdo. Ya dijimos que algunos de estos manuscritos han llegado hasta el presente, bien sea de origen prehispánico o en copias que datan de los primeros tiempos de la Nueva España. Pero, una vez, también la relación oral fue complemento esencial de lo que se consigna en los códices. En los centros de educación, sobre todo en los calmécac, tenía lugar importante la memorización de los ye uehcauh tlahtolli, relatos sobre lo que sucedió en tiempos antiguos. En ellos se fijaba a modo de ihtoloca, lo que permanentemente se dice de alguien o de algo, el gran conjunto de los tlahtóllol, la esencia de la palabra, recordación del pasado. Y como hasta hoy se conservan algunos códices nahuas de contenido histórico, lo mismo puede decirse de varios textos que, memorizados en la antigüedad prehispánica, se transcribieron más tarde con el alfabeto latino. En contraste con lo escueto de anales como éstos, los yeuehcauh tlahtolli se enriquecieron también muchas veces con narraciones y leyendas, verdaderos tlamachilliz-tlahtol-zazanilli, relatos de lo que se sabía, que permitían conocer con más detalles la vida y la actuación de los gobernantes y lo que había acontecido a la comunidad entera en las distintas épocas. Ejemplo de esto son las célebres leyendas de Quetzalcóatl, incluidas en el Códice Matritense de Sahagún y en los Anales de Cuauhtitlán, o lo que refiere esta última acerca de la vida del señor de Tezcoco, Nezahualcóyotl. Otras formas de tlahtolli, además de las que se han mencionado, hubo en el mundo prehispánico. Entre las más importantes estuvieron los in tonalli itlatlatollo, discursos de los tonalpouhque o astrólogos, que hacían la lectura de los destinos. A esta materia se dedica íntegramente el libro IV del Códice Matritense de la Real Academia, donde aparecen los testimonios en nahuatl que recogió Sahagún de sus informes. Hay asimismo vestigios de otra forma de expresión esotérica que se designó con el vocablo nahuallahtolli, el tlahtolli de los nahualli, lenguaje encubierto o mágico, propio de los brujos. Material para su estudio lo ofrece el Tratado de las supersticiones de los naturales de esta Nueva España de Hernando Ruiz de Alarcón (1954). Allí se conservan en su original algunos conjuros que recogió éste entre los brujos nahuas que aún ejercían sus funciones a principios del siglos XVIII. Aunque literatura por esencia esotérica, el nahuallahtolli encierra sorpresas del mayor interés. Variada y rica, más de lo que pudiera sospecharse, fue la producción literaria en nahuatl. Mucho es lo que de ella se perdió, pero también son numerosos los textos que se conservan. El elenco que hemos ofrecido de las fuentes en las que se incluyen antiguos textos literarios de los pueblos del México antiguo, pone de manifiesto que no es fantasía hablar de una rica tradición literaria, o si se prefiere, de literatura en los tiempos prehispánicos. Los modernos estudios sobre esta literatura y la difusión de la misma Durante muchos años la expresión de la palabra en nahuatl quedó en la penumbra y sólo fue conocida de unos pocos. Así, después de la etapa que hemos descrito como de rescate --sobre todo en el siglo XVI--, las persecuciones de las idolatrías, tuvieron, entre otras consecuencias, el ocultamiento de estos testimonios y, en no pocos casos, la pérdida total de ellos. A lo largo de los siguientes siglos novohispanos --el XVII y el XVIII-- tan sólo unos cuantos estudiosos pudieron atesorar algunos viejos manuscritos y consultarlos a solas. Fue el caso, entre otros, de varios cronistas indígenas como Chimalpahin Cuauhtehuanitzin (1578-1650). En tanto que el primero cita en sus Relaciones varios códices y otros textos que consultó, el segundo, además de acudir a tal género de fuentes al escribir sus obras históricas, llegó a formar una importante colección de antiguos manuscritos nahuas. Varias de estas fuentes de primera mano pasaron luego a ser posesión del humanista criollo Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700). Escribió algunos trabajos sobre historia prehispánica, hoy perdidos, en los que al parecer tomó en cuenta los testimonios que había reunido. A su muerte, su biblioteca y archivo pasaron por disposición testamentaria de Sigüenza a poder de los jesuitas. De este modo, ya en el siglo XVIII en la principal biblioteca de los jesuitas --en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo--, al igual que en las de los miembros de otras órdenes religiosas, en especial los franciscanos, se conservaron los principales conjuntos documentales en los que se incluían los testimonios de la literatura indígena. Durante el mismo siglo XVIII sobresalieron dos estudiosos que mucho contribuyeron al ulterior rescate, preservación e incipiente difusión del conocimiento de estas fuentes. Por un lado estuvo el milanés Lorenzo Boturini Benaducci (1702-1770?). Llegado a México en 1736, durante su estancia, hasta su salida en 1744 con rumbo a España en calidad de prisionero, se dedicó a hacer pesquisas que culminaron con la formación de una extraordinaria colección de documentos, que designó como su Museo indiano. Propósito original de Boturini fue promover el culto y la coronación de Nuestra Señora de Guadalupe. En busca de apoyos documentales para aprobar la veracidad de las apariciones y milagros de la misma, amplió luego el campo de su interés hasta reunir un gran cúmulo de testimonios indígenas. Cuando, por obrar sin autorización real, siendo además extranjero, se le apresó y envió a España, su Museo indiano sufrió grandemente. La mayor parte de sus documentos quedó semiolvidada en habitaciones bajas del Palacio Virreinal. Con el transcurso del tiempo, en tanto que algunos desaparecieron, otros fueron adquiridos subrepticiamente y pasaron a poder de coleccionistas, varios de ellos extranjeros. De todas formas, lo emprendido por Boturini no fue del todo estéril. Por una parte quedó su obra, Idea de una nueva historia general de la América Septentrional, impresa en Madrid, 1746, y, por otra, muchos de sus manuscritos, aunque a la postre pararon en el extranjero (Biblioteca Nacional de París y no pocas de Estados Unidos y Alemania), habrían de ser más tarde objeto de estudio. El otro estudioso digno de muy especial mención fue Francisco Xavier Clavijero (1731-1787). Jesuita, tuvo amplia ocasión de consultar los documentos que Sigüenza había donado a la Compañía de Jesús. Cuando en 1776 salió exiliado de México con los otros miembros de esa orden religiosa, se estableció en Bolonia, dentro de los Estados Pontificios. Allí escribió una obra que le dio gran celebridad: su Historia antigua de México, publicada primeramente en italiano, en Cesena, 1780. Recordando cuanto le fue posible las fuentes que había consultado en México y otras, como el llamado Códice Cospi --uno de los del grupo Borgia, conservado precisamente en Bolonia--, destacó en su obra la existencia de testimonios históricos y literarios en nahuatl. No fue sino hasta el siglo XIX, y más plenamente en la presente centuria, cuando algunos conocedores de lo aportado por estudiosos como los aquí mencionados --Alva Ixtlilxóchitl, Sigüenza, Boturini, Clavijero y otros, entre ellos fray Juan de Torquemada, cuya Monarquía Indiana se había publicado dos veces en 1615 y 1723-- se sintieron atraídos por la palabra indígena. No siendo mi intención hacer aquí un elenco de los cada vez más numerosos investigadores que han venido ocupándose de estos testimonios, mencionaré tan sólo aquellos cuyas aportaciones han sido de mayor significación. Punto de partida del moderno interés parece haber sido un hallazgo de don José María Vigil, al hacerse cargo de la dirección de la Biblioteca Nacional de México en 1880. Fortuna suya fue encontrar entre muchos libros viejos amontonados, como él mismo escribe, el códice o manuscrito que se conoce como Colección de cantares mexicanos32. Es cierto que ya había algunos pocos estudios acerca de otros códices indígenas de tema histórico y mitológico, redactados con glifos principalmente pictográficos e ideográficos, pero hasta entonces habían quedado olvidadas las recopilaciones de textos con poemas prehispánicos como los que se contenían en el recién descubierto manuscrito. Otros documentos de transcriciones de poemas, discursos, narraciones e historias en lengua hahuatl, conservados en biblitoecas y archivos principalmente en Europa, iban a atraer bien pronto la atención de los estudiosos. Tomaron éstos nueva conciencia del valor de estos textos, gracias sobre todo al redescubrimiento del manuscrito de la Biblioteca Nacional. Mérito fue el americanista Daniel G. Brinton pubicar por vez primera una obra en inglés en la que incluyó una selección de la Colección de cantares mexicanos, a la que dio el título de Ancient Nahuatl Poetry33. Contó con el auxilio de don Faustino Galicia Chimalpopoca, que preparó para él una versión parcial al castellano de los poemas. Y si es verdad que son deficientes las dos traducciones, reconozcamos que fue éste el primer ensayo de dar a luz una muestra de la literatura del México prehispánico. Recordaré ahora los nombres de otros investigadores que, con diversos criterios, se han ocupado también de las fuentes documentales en las que se conserva la literatura nahuatl. Incansable descubridor y compilador de textos fue don Francisco del Paso y Troncoso. De él puede decirse que, gracias a sus hallazgos y a las reproducciones de códices y documentos que alcanzó a publicar, abrió mejor que nadie este campo casi virgen para provecho de los futuros estudiosos. Entre los extranjeros hay que mencionar al menos al francés Remi Siméon, autor de un magno diccionario nahuatl-francés y asimismo traductor de algunos textos; al iniciador de este tipo de investigaciones en el ámbito alemán, doctor Eduard Seles, estudioso de buena parte de los Códices matritenses y comentador del Códice Borgia, así como a sus seguidores Walter Lehmann, Leonhard Schultze Jena, y a los investigadores más recientes Gerdt Kutscher y Günter Zimmermann. En México, y esforzándose por superar innatas formas de resistencia que pretendían desconocer la autenticidad de los textos prehispánicos, no pueden dejar de citarse los nombres de Cecilio Robelo, Luis Castillo Ledón, Mariano Rojas, Rubén M. Campos y el del distinguido lingüista y filósofo Pablo González Casanova. En fecha más cercana y destacando entre otros varios que podrían citarse, ha sido precisamente el doctor Ángel María Garibay K. (1892-1967), quien con un criterio hondamente humanista y a la vez científico ha dado a conocer no poco de lo que fue la riqueza literaria del mundo nahuatl. Gracias a sus numerosas publicaciones, entre ellas su Historia de la literatura nahuatl, es posible afirmar ahora que las creaciones de los poetas y sabios del México antiguo han despertado enorme interés en propios y extraños. Antes, las pocas ediciones que había de textos prehispánicos sólo atraían la atención de especialistas-arqueólogos, etnólogos e historiadores. Hoy, la literatura nahuatl ha traspuesto los límites de un interés meramente científico y comienza a ser valorada, al lado de otras creaciones indígenas en el campo del arte, desde el punto de vista estético que busca la comprensión de las vivencias e ideas de hombres que, básicamente aislados del contacto con el Viejo Mundo, fueron también a su modo creadores extraordinarios de cultura. En la actualidad, el estudio de la rica documentación al alcance se prosigue con renovados métodos en México y en otros países. Para no incurrir en el peligro de omitir nombres de distinguidos investigadores, a quienes considero colegas y amigos, me limito a señalar que tales estudiosos laboran en universidades e institutos de los siguientes países: Estados Unidos, Canadá, España, Francia, Alemania Occidental, Italia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia y Japón. De los textos literarios nahuas han parecido versiones directas a la mayor parte de las lenguas habladas en los referidos países. De este modo, el legado de la antigua palabra ha comenzado a difundirse y disfrutarse en los cuatro rumbos del mundo. El que aquí y ahora se incluyan muestras del mismo en esta prestigiada serie de las Crónicas de América es otra prueba, bastante elocuente, del interés que empieza a desarrollarse en España por saber lo que pensaron, sintieron y expresaron aquellos hombres con los que, hace ya más de cuatro siglos y medio, se enfrentó Hernán Cortés. Añadiré, para concluir, que esta antigua palabra se difunde también ya entre los descendientes más directos de los forjadores nahuas de cantos y crónicas, es decir, entre los modernos hablantes del nahuatl y sus variantes. Son cerca de millón y medio de personas para las que este antiguo legado comienza a ser fuente de inspiración. Como lo están empezando a hacer asimismo otros grupos de mesoamericanos, también entre los nahuas se cultiva una nueva palabra, portadora de sus inquietudes, aspiraciones, mensajes y esperanzas. Coincidencia oportuna es ahora cuando hablamos del ya cercano Quinto Centenario, la palabra antigua, raíz de cultura, vuelva a ser tomada en cuenta entre los descendientes de los protagonistas en el primordial encuentro de los hombres de Castilla y los hombres de Mesoamérica. Miguel León-Portilla
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El concepto actual de divisa no es extrapolable a esta época; no había unas insignias mediante las que se indicaba el empleo de cada militar, sino que eran determinados aspectos externos, como, por ejemplo, el uso de una armadura o de un tipo de arma u otro, los que marcaban las diferencias. Así, en las compañías de piqueros los cabos llevaban una partesana en lugar de una pica. Por su parte, los sargentos se distinguían porque en el campo de batalla usaban una alabarda o una jineta, y como armadura un coleto o una lóriga. En cuanto a los oficiales, el alférez, por ser el que portaba la bandera, vestía con especial elegancia, llevando una armadura de lo más completa. Su arma, cuando no llevaba la bandera, era una jineta. En combate, el capitán usaba las mismas armas que los hombres que mandaba, empuñando una espada y portando un escudo del tipo rodela. Por último, el sargento mayor estaba armado con una corcesca, mientras que el maestre de campo llevaba, además de ésta, una especie de bastón de mando llamado bengala. Las bandas carmesí empezaron a ser usadas por los capitanes, llevándolas de hombro derecho a cadera izquierda. En el caso de los generales descansaban sobre el hombro izquierdo, siendo Don Fernando Álvarez de Toledo, tercer Duque de Alba, el que primero lo hizo. Estas diferenciaciones generaban otras: Don Juan de Austria llevaba en su brazo derecho un brazalete rojo con nudo en forma de rosa. El Rey y el Príncipe de Asturias desdeñaron la banda usando en su lugar un brazalete en cada brazo.
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A comienzos del siglo XIX, Christian Jurgensen Thomsen fue encargado de realizar una clasificación de los materiales que componían las colecciones del Museo Nacional de Antigüedades de Dinamarca. Basándose en una cierta idea de progreso tecnológico a lo largo de la historia humana, Thomsen creó lo que se ha denominado Sistema de las Tres Edades, que después se ha visto más o menos confirmado por los hallazgos de la mayor parte del Viejo Mundo. Esta periodización divide la Prehistoria en tres partes: Edad de la Piedra, Edad del Bronce y Edad del Hierro. En 1865, John Lubbock dividió la primera Edad en dos términos distintos, el Paleolítico (Edad de la Piedra Antigua o de la piedra tallada) y Neolítico (Edad de la Piedra Nueva o de la piedra pulimentada). A estas divisiones se añadieron en épocas posteriores el Epipaleolítico/Mesolítico, que hace referencia a los cazadores-recolectores postglaciales, en vías o no de neolitización, y el Calcolítico o Edad del Cobre, que cubre la etapa postneolítica en la que comienza la metalurgia. En principio, esta periodización es esencialmente válida para Eurasia, y por tanto es la más usada en la Península Ibérica, y tal vez también para África, pero carece de aplicación completa en América, donde no llegó a desarrollarse una verdadera metalurgia hasta la llegada de los europeos, o en Australia, continente en el que los modos de vida paleolíticos han pervivido hasta la actualidad. Hay que tener en cuenta además que incluso en el Viejo Mundo muchas de estas etapas no son realmente prehistóricas, ni mucho menos consecutivas, puesto que las primeras civilizaciones orientales, como Mesopotamia o Egipto, estaban ya plenamente formadas en una fase tecnológica equivalente a la Edad del Bronce, mientras que en el África Subsahariana no hay utilización de los metales anterior al 500 a. C. Estos problemas de ajuste cronológico, sin embargo, no restan utilidad al Sistema de las Tres Edades a la hora de concretar el continuo cronológico que es la Prehistoria peninsular, puesto que, en definitiva, cada una de las etapas arriba citadas posee los suficientes contenidos culturales como para poder ser utilizadas en un sentido convencional más o menos amplio.
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En 1962 Chagall realizó unas majestuosas vidrieras para decorar las ventanas de la sinagoga del Centro Médico Universitario Hadassah-Hebrew, cerca de Jerusalén. El artista eligió un tema bíblico, el de las Doce tribus de Israel, como motivo ornamental, representando en cada una de las doce vidrieras una escena o un personaje. Fotografía cedida por el Ministerio de Turismo de Israel.
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Ya nos hemos referido a las teorías de A. Leroi-Gourhan sobre los estilos, la cronología y otras cuestiones. Ahora vamos a ocuparnos de sus doctrinas sobre la interpretación, magistralmente expuestas en "Préhistoire de l'Art occidental" (1965). Sobre sus planteamientos, en los últimos veinticinco años se ha avanzado poco, a excepción de las propias aportaciones personales del sabio parisino. Durante el decenio de los cincuenta, Anette Laming-Emperaire, colaboradora de Leroi-Gourhan, investigaba nuevas vías para explicar el significado del arte paleolítico, haciendo al propio tiempo una severa crítica de las ideas predominantes hasta el momento. Sabemos que Laming-Emperaire conocía la obra pionera de Max Raphael, de los años cuarenta, en la que se puede rastrear algo de lo que iban a ser las nuevas interpretaciones. Mientras que para Leroi-Gourhan hay en el arte paleolítico dos principios, femenino (mujer o signo femenino= bóvido) y masculino (hombre o signo masculino = caballo), Laming-Emperaire opinaba que la explicación era inversa. Dando por indiscutible la alternancia de dos principios, atribuía un carácter masculino al bisonte y un carácter femenino al caballo, pero con muchas dudas. Esta inseguridad le llevó a buscar otros caminos interpretativos, por ejemplo el muy sugestivo de que detrás de las figuras había mitades o divisiones sociales, idea de la que dio a conocer algunos avances. Su muerte prematura nos privó de conocer las profundas reflexiones que sabemos hacía sobre este asunto, a pesar de su dedicación al americanismo en sus últimos años. Las teorías e hipótesis elaboradas y fijadas por Leroi-Gourhan, se concretaron en diversos trabajos menores y en el importante libro que hemos citado y que, para muchos, fue un verdadero revulsivo. Se podía estar o no de acuerdo con sus planteamientos, pero lo cierto es que la obra constituía un hito a partir del cual se ha iniciado un nuevo período en el conocimiento y la interpretación del arte paleolítico. A lo largo de los dos decenios siguientes, Leroi-Gourhan fue aportando perfeccionamientos, retoques y ampliaciones a sus propias doctrinas a través de numerosas publicaciones. Leroi-Gourhan y Laming-Emperaire rechazan sistemáticamente la utilización de los paralelos etnográficos, postulando que toda la investigación tiene que basarse en las propias evidencias del arte paleolítico. Por ello dejan de lado los planteamientos de los autores clásicos que partían de la idea que el presente debe informar sobre el pasado. Y por presente aquéllos entendían las actividades artísticas de los esquimales, pieles rojas, africanos, australianos, etcétera. Para su mejor comprensión intentaremos resumir las teorías de Leroi-Gourhan en este aspecto. Tiene singular importancia la que se refiere a las composiciones y su significado. Anteriormente, hasta los años cincuenta, se valoraban y destacaban dos cosas: la acumulación de imágenes durante milenios y el significado mágico de los temas representados. Utilizando una metodología en la que se hace patente la influencia del estructuralismo, Leroi-Gourhan encuentra que las asociaciones figurativas son intencionales y responden a una tradición muy concreta y a una organización de las cuevas en santuarios. Esto lo consiguió mediante un enorme esfuerzo de interpretación personal, apoyado siempre en las estadísticas e inventarios de los temas, a base de fichas perforadas correspondientes en los inicios a 75 cuevas conocidas por él "de visu". Teniendo en cuenta que más de la mitad de los animales representados son caballos o bisontes, llegó a la conclusión que tenían que representar dos temas acoplados o yuxtapuestos, que serían A y B, mientras que a los demás animales les corresponderían papeles secundarios en relación con dichas categorías, recibiendo siglas como C I a el ciervo, C I b la cierva, C e el mamut, C 3 el íbice, D el oso, el jabalí y los felinos, etcétera. Luego estudió la situación de las figuras en el interior de las cavidades. A partir del análisis de la distribución de los animales, dividió las cuevas en siete regiones que constituirían los santuarios sistemáticamente organizados. De acuerdo con las características topográficas específicas de cada cueva aquellas regiones pueden describirse así: 1, el lugar donde empiezan las representaciones; 2, los corredores o pasos que conectan las grandes galerías; 3, puntos al principio de fisuras, divertículos y rincones; 4, la región decorada más alejada; 5, la parte central de los muros decorados en las grandes galerías; 6, las zonas marginales en torno a la parte central; y 7, puntos diversos en las fisuras, divertículos y rincones. En los plafones centrales (región 5) se encuentran los animales del grupo B (bisontes o uros; mujeres). Con una sola excepción, los animales de grupo A se encuentran en todas las demás áreas (1 a 4, 6 y 7). La excepción es el caballo, que también se encuentra normalmente en el área 5 con los animales del grupo B, formando así el tema básico de hombre + mujer y/o caballo + bisonte. Como indicaron Ucko y Rosenfeld, no siempre es fácil comprender las diferenciaciones fundamentales. Basándose en la indicada dicotomía -caballo/bisonte- y en el hecho que, en algunos lugares, el punto central está ocupado por una mujer, Leroi-Gourhan ve el tema completo de las representaciones naturalistas paleolíticas como la yuxtaposición, oposición, acoplamiento o asociación no de dos grupos de animales por sí mismos, sino de un principio femenino y otro masculino. Los animales del grupo B representan lo femenino y los del grupo A lo masculino. En este punto, las teorías de Leroi-Gourhan se conectan con la problemática de los signos. Apoyándose en un inventario detallado, los divide en dos grupos que, según él, demuestran una clara derivación bien de la figura completa femenina o de los órganos sexuales femeninos (b), o bien de los órganos sexuales masculinos (a). Paralelamente a las representaciones naturalistas, los signos b se hallarían en los plafones centrales, mientras que lo signos a serían predominantemente periféricos. Por tanto, entre unos y otros existiría la misma relación que entre el caballo y el bisonte. Además, los unos podrían ocupar el lugar de los otros, como por ejemplo, cabría que un animal fuese sustituido por un signo equivalente, aunque el propio autor admite que la relación entre los grupos a / b y A / B es difícil de definir. Frente a todas las opiniones anteriores en las que la ausencia casi total de escenas se consideraba una característica significativa del arte paleolítico, lo expuesto lleva a la conclusión de que nos estamos ocupando de escenas narrativas. Mientras que antes se interpretaban las frecuentes superposiciones en el sentido que la configuración final del plafón no era importante y que lo que tenía significado era el acto real de dibujar cada animal de una forma individual y con fines mágicos, Leroi-Gourhan consideró que la vecindad y la superposición son un medio para expresar la idea de un cuadro complejo. Así, para exponer un caso, las heridas que presentaban algunos animales no formarían parte de un ritual relacionado con la magia de la caza, sino que serían símbolos en los que el venablo o la flecha tendrían un valor masculino, mientras que la herida lo tendría femenino. Como vemos, en el fondo de la interpretación de Leroi-Gourhan domina una compleja concepción de hechos relacionados con la fecundidad que, probablemente, en diversos aspectos, se puede interpretar como una pervivencia larvada de una parte de las viejas teorías del abate Breuil y su seguidores. De acuerdo con estos planteamientos, Leroi-Gourhan llegó a la conclusión que las cuevas estaban decoradas según un plan sistemático, cuyo esquema se puede llegar a reconstruir. Gracias a él, la tradicional concepción breuiliana de la cueva /santuario se ha visto confirmada y mejorada. Ilustraremos lo dicho hasta aquí con el ejemplo concreto del techo de la reina de las cavernas españolas con arte paleolítico: Altamira. Como es sabido, el punto de mayor interés de la cueva de Santillana del Mar es el tan divulgado y siempre impresionante conjunto del Salón de los policromos, con su veintena de grandes bisontes y otros animales pintados sobre el fondo de una decoración anterior y aprovechando las protuberancias de la roca del techo. Como ya hemos explicado, el conjunto fue incluido por Leroi-Gourhan en su Estilo IV (Magdaleniense medio). Según este autor, la lectura del célebre plafón es la siguiente: A A D C1b C1b B1 B1 B1 B1 B1 C3 B1 B1 B1 B1 B1 B1 B1 C1b C3 B1 B1 B1 B1 B1 B1 El mismo desarrolla así esta lectura: "Aquí hay dos caballos, uno de los cuales, en la cima del eje central, está expresado por una enorme cabeza. La mayor parte de la superficie del techo está cubierta por las figuras de 17 bisontes. Esta capa de bisontes (B) está delimitada por el jabalí (D), los dos caballos (A) y las dos ciervas (C 1). Los caballos están en posición marginal, pero presentes. Puede observarse de paso lo significativa que puede ser la gran cabeza de caballo, que dominaba el conjunto del techo y el pequeño bisonte del borde, bajo el cuello de la cierva. Esta disposición recuerda, en la misma época, pero del otro lado de los Pirineos, los juegos de dimensiones entre el caballo, el bisonte y el íbice de Niaux". Los trabajos que discrepan de las doctrinas de Leroi-Gourhan no son muy numerosos. Así, el único análisis sistemático y crítico se contiene en el ya citado libro de P. J. Ucko y A. Rosenfeld. Parece ahora, más bien, que la investigación se orienta a perfeccionar los trabajos de Leroi-Gourhan y abrir nuevos caminos a partir de los mismos, aunque las aportaciones son escasas y se producen a ritmo muy lento. Véase, por ejemplo, el sentido que toman las investigaciones de G. y S. Sauvet que, en las conclusiones de uno de sus artículos, escriben así: "Descubriendo que cada tema, animal o abstracto, de nuestro repertorio, está ligado a los otros por relaciones que ofrecen un carácter sistemático, nos hemos visto llevados a considerar el arte rupestre cuaternario como un modo de expresión gráfico, convencional y colectivo, por tanto, como un sistema semiológico; nos falta, por consiguiente, contemplar cada tema como un signo, en el sentido que el lingüista F. de Saussure, fundador de la semiología, ha dado a esta palabra: un signo es la asociación convencional de un significante (la forma perceptible del signo) y de un significado (el concepto que representa)". Con todo esto, todavía en el terreno de la mera hipótesis, creemos que estamos ante una mitología expresada por un sistema semiológico, o incluso una mitología relacionada con la caza según un sistema binario, con los que estableceríamos el punto entre las viejas y las nuevas teorías. Frente al hecho maravilloso de su existencia y de la posibilidad de su contemplación, el correcto significado del arte paleolítico queda en la penumbra. Sin embargo, no hay que olvidar que se trata del primer arte conocido de la humanidad.
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A partir de la reforma de Lutero en el siglo XVI surge el mundo cristiano protestante, desligado de la autoridad del Papa de Roma y en cuyo seno existen también diversas doctrinas. Las principales son el luteranismo, el anglicanismo o episcopalismo, el metodismo, las Iglesias bautistas, el presbiterianismo, los cristianos menonitas, los cuáqueros o Sociedad de los Amigos, los mormones y el cientismo o Christian Science. Los anglicanos cuentan con la liturgia más compleja, basando su culto en El Libro de oración común. Para los bautistas lo importante es la experiencia religiosa personal, así como el bautismo de los adultos. Es ésta una de las doctrinas protestantes más numerosos, dividiéndose a su vez en muchos subgrupos. Los adventistas del Séptimo Día celebran la fiesta del Sabbath en sábado y buena parte de su alimentación se basa en lo dispuesto en el Antiguo Testamento. Los testigos de Jehová tienen creencias de tipo milenarista, según las cuales algún día Cristo regresará para luchar y vencer en la batalla final con Armagedón, inaugurándose un reinado de mil años. Los evangélicos, una doctrina común a varias Iglesias protestantes, conceden gran importancia a la conversión personal y a la difusión de su doctrina, viéndose a sí mismos como renacidos en Cristo. Los pentecostalistas se centran en la doctrina evangélica y su culto es carismático, pues es importante la experiencia extática o mística.
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La temática oriental será muy demandada en la Inglaterra victoriana como respuesta al imperialismo que se estaba desarrollando en aquellos momentos. La admiración por lo exótico queda de manifiesto en este lienzo que John Collier realizó en 1883, siguiendo el más puro estilo victoriano, estilo del que pretendían huir los Pre-Rafaelitas. Collier nos presenta a tres lozanas jóvenes ataviadas a la moda egipcia, ligeras de ropa pero bastante adornadas. La minuciosidad a la hora de mostrar los objetos, el exquisito colorido y el delicado dibujo son las características de esta composición, en la que observamos un recuerdo de los trabajos de Ingres, el maestro más admirado del siglo XIX.
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Como cronista de la vida nocturna de París, Toulouse-Lautrec no va a pasar por alto la homosexualidad femenina tan habitual entre las prostitutas y las mujeres del espectáculo, exhibiendo en algunos locales un show lésbico y existiendo un bar de lesbianas llamado el "Lady Bird", cuya encargada era tuerta. En el mundo de "voyeurs" que poblaban la noche parisina el lesbianismo era una atracción más por lo que Henri realiza entre 1894 y 1895 una serie dedicada al lesbianismo de la que forman parte El sofá, L´Abandon, El beso o esta imagen que contemplamos, quizá la más erótica del conjunto. Las modelos, ahora más jóvenes y delgadas, aparecen en el mismo diván que en las imágenes compañeras, incluso parecen tener sus roles más marcados ya que la muchacha de segundo término lleva una camisa de aspecto masculino mientras que la que encontramos en primer plano lleva el vestido rojo bajado, apreciándose sus medias negras. Como buen observador, Lautrec capta perfectamente la intimidad de sus figuras, empleando para ello un perfecto dibujo con unas líneas muy marcadas y un colorido vivo y alegre, aplicado con rapidez. Podríamos hablar de influencias de grabados eróticos japoneses y de cierta relación con la pintura de Degas.
obra
A lo largo de toda su vida, Rops retratará los aspectos más sórdidos de la sociedad, a través de personajes degradados y solitarios. En este contexto, en la pintura de Rops cobra cada vez más fuerza el papel de la mujer, mostrando la idea de que a través del sexo ella consigue lo que quiere del hombre. Por esta razón, buena parte de su producción está protagonizada por mujeres a medio vestir que intentan seducir a los hombres a su antojo; y para ello no dudan en utilizar todos los instrumentos que están en su mano, los fetiches del deseo, como las medias, la ropa interior, los ligeros o los zapatos de alto tacón. Se trata de mujeres que muestran sin ningún pudor sus caderas, sus pechos o su pubis, como en esta ocasión, anunciando el placer que pueden ofrecer y del que ya disfrutan.