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Dada la complejidad de la guerra en el Este, no la hemos querido aumentar mezclando los acontecimientos que sucedían simultáneamente en la URSS a centenares de kilómetros de distancia. Mientras hemos seguido la progresión de los frentes de Ucrania a costa de Manstein y Kleist y la sustitución de estos prestigiosos jefes, en el extremo norte del frente, entre el Golfo de Finlandia y el lago Ilmen, también pasaban los soviéticos a la ofensiva. Para defender un frente de 750 kilómetros contaba el mariscal Küchler con 40 divisiones de infantería, pues debió de ceder sus unidades de carros a los vapuleados ejércitos alemanes del Centro y Sur. En esas condiciones, aunque se había ocupado tenazmente en fortificarse, era previsible lo que ocurriría cuando atacaran los soviéticos. Por eso insistió ante Hitler en la conveniencia de acortar sus líneas, retirándose a la posición Pantera. El Führer se mostró inflexible, pues aún esperaba tomar la ciudad de los zares y, sobre todo, porque esa retirada hubiera desanimado más a los finlandeses, que con mediación norteamericana estaban negociando con Moscú de espaldas al III Reich. Y el 14 de enero ocurrió lo esperado. Desde el Frente de Leningrado y desde el Volkov se lanzaron dos profundos ataques soviéticos paralelos, que amenazaron con cercar a medio ejército de Küchler en la zona de Luga. El mariscal solicitó permiso urgente para retirarse y en vez de la autorización le llegó el relevo: Model. No mejoraba este meticuloso soldado al viejo mariscal prusiano, pero fue afortunado su nombramiento pues Hitler le permitió ejecutar los repliegues planeados por Küchler y le reforzó con algunas tropas. A mediados de marzo, el Grupo de Ejércitos norte estaba situado en las posiciones Pantera. En esta batalla perdieron los alemanes muchos hombres, grandes cantidades de material y parte de la confianza de sus aliados. En Helsinki, el presidente Risto Ryti envió a Moscú una misión negociadora. Franco retiraba del frente la División Azul. Hungría estaba próxima a la deserción del campo nazi, tanto que Hitler resolvió ocuparla a finales de marzo... Está claro que el proceso de la derrota del III Reich se había acelerado.
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Hubo dos medidas que, además de subvertir los principios de la agricultura en el Antiguo Régimen, serán claves para las transformaciones a medio plazo de la agricultura. Se trata de la desamortización y la desvinculación. La desamortización española tiene una larga cronología que abarca desde 1769 hasta 1924. Este proceso se puede dividir en períodos, bastante bien delimitados, que corresponden a fases con matices diferenciales y que en el reinado de Isabel II tuvo dos de sus principales etapas. La Desamortización de Mendizábal y Espartero entre 1834 y 1854 fue sobre todo una desamortización eclesiástica que comienza con las leyes y decretos de disolución de órdenes religiosas (a partir de 1834) y la declaración como bienes nacionales de sus posesiones, que es seguida por la orden de enajenación de éstas (1836-1837) mediante públicas subastas. La misma suerte correrán los bienes del clero secular, que, sin embargo, no se hizo efectiva hasta la ley de septiembre de 1841, ya bajo Espartero. Igualmente se suman a la desamortización las propiedades de las órdenes militares. Durante la Década Moderada (1844-1854) estas leyes fueron suprimidas o atenuadas, especialmente con el Concordato de 1851, año a partir del cual sólo se siguen subastando bienes de órdenes militares y algunos otros marginales hasta que, después de la Revolución de 1854, se prohíben por completo las ventas de cualquier bien nacional en espera del estudio de una nueva legislación que, por entonces, inició Madoz y que será efectiva a partir de 1855, abriendo una nueva y larga etapa desamortizadora. En cuanto a la desamortización civil, en 1834 se autoriza a los ayuntamientos a la venta de sus bienes raíces (bienes de propios), condicionando el uso de los ingresos percibidos por este concepto. Además, en 1837, se ratifican todas las desamortizaciones de bienes civiles -incluidos los repartimientos con un canon anual- que se han efectuado desde 1770, asegurando en su propiedad a los nuevos poseedores. La etapa 1834-1854 es, sin duda, la que más investigadores ha atraído especialmente con estudios de carácter local y provincial, que he analizado pormenorizadamente en otro trabajo (Rueda, 1976). A efectos de valoración, conviene recordar que esta etapa desamortizadora es la más importante en cuanto a ventas de bienes eclesiásticos que alcanzaron en las subastas un valor en torno a los cinco mil reales. No están evaluados -y muy poco estudiadas las consecuencias de su venta- los bienes civiles enajenados en esta época. La Ley Desamortizadora de Pascual Madoz de 1855, afectó a los bienes municipales, del clero, instrucción pública, beneficencia y de la Corona y estuvo vigente hasta 1924 con tres fases: 1855-1856, 1858-1897 y 1896-1924. La primera (1855-1856), la más activa e importante, aunque sólo estuvo vigente en poco más de un año del Bienio Progresista, prácticamente terminó de desamortizar los bienes de origen eclesiástico y afectó a buena parte de los municipales y otros de origen civil. Desde septiembre de 1856 se produjo un parón en la subasta de los bienes del clero hasta que se llegó a un acuerdo con la Iglesia (1857). En todo caso, la desamortización, que continuaba a la de Mendizábal y Espartero, se podía dar por concluida, aunque se siguieron vendiendo algunas fincas desde 1861, si bien con un acuerdo previo. Respecto a los montes municipales (los denominados de propios), los de las entidades de beneficencia y enseñanza más otros que se añadieron, se suspendieron la ventas en octubre de 1856 y se continuaron desde octubre de 1858. La extensión de las tierras que cambiaron de propietario se cifra en millones de hectáreas, las fincas en cientos de miles y los beneficiarios en decenas de miles. De hecho, esta desamortización, por el tipo de tierras puestas en venta y la forma de hacer las subastas, fue la que permitió distribuir más las propiedades, que fueron adquiridas en mayor proporción que en las etapas anteriores por medianos y pequeños labradores, aunque los hacendados rurales y urbanos siguieron siendo los principales compradores considerados individualmente. De las múltiples consecuencias de la desamortización he señalado algunas al estudiar la sociedad. Ahora me voy a referir a algunos de sus efectos en la economía. Está claro que tantos políticos y a lo largo de tan extenso tiempo no querían todos lo mismo. Pero, en mayor o menor proporción, coinciden en un punto: El deseo de obtener unos ingresos para disminuir la deuda pública, bien aceptando los títulos como forma de pago, bien dedicando parte del dinero en metálico para comprar títulos del mercado y hacerlos desaparecer. Además, parte del dinero metálico obtenido con la desamortización y los nuevos créditos que se negociaron, se dedicaron a sufragar los gastos extraordinarios, especialmente de la primera guerra carlista. Por su parte, los ayuntamientos se quedaron con parte de los ingresos -no todos fueron a parar a la Administración central- para acometer obras públicas esenciales para muchas ciudades y pueblos. La Hacienda nacional aumentó paulatinamente los ingresos fiscales ordinarios a través de la carga impositiva de los bienes desamortizados, por los que anteriormente sus propietarios tributaban en poca o en ninguna medida. En todo caso, éstas no son las principales consecuencias económicas de la desamortización que afectaron a la extensión de los cultivos, como veremos más tarde. Al sur del Tajo y Segura, en la zona meridional, la desamortización mantendrá o incluso acentuará la concentración de la propiedad, dando lugar en ocasiones a un nuevo latifundismo; paralelamente, en algunas regiones se puede hablar de proletarización del campesinado (entendido como jornaleros, braceros o criados permanentes). Esto, cuando no hay un desarrollo industrial simultáneo, como es el caso de la España del sur, produce un estancamiento, pues los campesinos proletarizados permanecen en el campo como mano de obra barata. En la zona septentrional, tierras de predominio de explotaciones medias y pequeñas, la desamortización potencia este tipo de estructura. Muchas de las explotaciones de labradores que hasta entonces se basaban fundamentalmente en el arriendo, van a pasar a ser explotaciones basadas en la propiedad de las tierras. No todas las consecuencias de la desamortización hay que buscarlas a corto plazo. En este sentido, buena parte de las mejoras técnicas y la creación de explotaciones modernas van a tener lugar en el siglo XX, especialmente desde finales de los años cincuenta. Muchos cambios tendrán que llevarse a cabo para que se ponga en marcha este tipo de economía agraria (industrialización del entorno, regadíos, cambio del sistema crediticio, electrificación, creación de una mejor red de comunicaciones y canales de comercialización, concentración parcelaria, importación de maquinaria agrícola... etc.). Pero todo ello se puede poner en marcha rápida y eficazmente por las transformaciones en el sistema de propiedad desde finales del siglo XVIII y en las que la desamortización juega un papel decisivo. Vista la historia como un proceso de larga duración, las consecuencias de un fenómeno a medio o largo plazo adquieren una dimensión mucho mayor.
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Uno de los fenómenos más característicos de la España del siglo XIX es el de las desamortizaciones. La desamortización suponía la expropiación por parte del Estado de bienes de particulares, tanto civiles como eclesiásticos, para su venta posterior. Con esta operación, el Estado conseguía ingresos extraordinarios, en una época de graves dificultades financieras. Fueron varios los gobiernos que llevaron a cabo este tipo de medidas, desde Carlos III hasta Madoz, pasando por Mendizábal, quien llevó a cabo la más conocida. La provincia en la cual se produjeron más ingresos con la desamortización de Mendizábal fue Sevilla, que aportó al Estado 400 millones de reales, a la que siguió Madrid, con 300 millones. Córdoba, Toledo, Salamanca, Zaragoza y Valencia aportaron a la Hacienda pública 200 millones de reales. La venta de bienes desamortizados produjo 100 millones de reales en las provincias de Cádiz, Jaén, Granada, las dos extremeñas, Zamora, Valladolid, Burgos y Barcelona. Ingresos de 50 millones se produjeron en Canarias, Murcia, Alicante, Baleares, Teruel o La Coruña, entre otras. En torno a los 10 millones aportó la desamortización en provincias como Almería, Ciudad Real, Soria y algunas de la cornisa cantábrica. Por último, el Estado ingresó 5 millones de reales en Pontevedra y Orense, y 1 millón en Guipúzcoa.
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El fascismo combinó elementos revolucionarios y reaccionarios. La mayoría de las dictaduras que se implantaron en Europa entre 1920 y 1940 no fueron formas de fascismo -algunas de ellas reprimieron a los movimientos fascistas-, sino dictaduras de inspiración por lo general conservadora y a veces nacionalista, que ante el aparente fracaso de los sistemas de partidos y parlamentarios, quisieron establecer un nuevo tipo de orden político autoritario y estable como base del desarrollo económico y social de sus respectivos países. Los Estados del este y centro de Europa, en concreto, eran países de muy débil tradición democrática, con la excepción de Austria y de la nueva Checoslovaquia. Eran además países económicamente atrasados, si bien con ciudades como Viena, Praga y Budapest de excepcional modernidad, y predominantemente rurales, aunque con estructuras de propiedad de la tierra muy distintos, y con importantes enclaves industriales y mineros en varios de ellos. Por lo general, hubieron de hacer frente en los años de la inmediata posguerra, como ya quedó dicho, a gravísimos problemas económicos y políticos: problemas de vertebración nacional (Polonia, Hungría), pleitos fronterizos y reivindicaciones irredentistas (Hungría, Bulgaria), tensiones interétnicas (conflicto serbio-croata, cuestión macedónica), inestabilidad financiera, formidables devastaciones territoriales (Polonia, Hungría, Bulgaria), reorganización y reconstrucción económica, y problemas, finalmente, de régimen político (Hungría, Grecia). Ya se mencionó que en Hungría, el almirante Horthy, como reacción al desastroso episodio bolchevique de 1919, estableció en 1920 una dictadura contrarrevolucionaria y antisemita que duró 24 años, y que en Yugoslavia las violencias entre serbios y croatas hicieron que en 1928 el rey Alejandro I proclamara la dictadura. En Polonia, el mariscal Pilsudski (1867-1935), el héroe de la independencia y de la guerra contra la Rusia soviética, el creador de la nueva nación polaca, puso fin en mayo de 1926 a la joven República, que en sus pocos años de existencia, plagados de problemas, había vivido permanentemente al borde de la guerra civil en un clima de fragmentación e inestabilidad políticas extremas (más de 30 partidos en el Parlamento, 14 gobiernos en cinco años). La República austríaca no recuperó su legitimidad política tras los violentos sucesos del 15 de julio de 1927 (también ya mencionados en un capítulo anterior). La depresión económica de 1929-33 -crisis internacional pero que comenzó con la quiebra del banco austríaco Kredit Anstalt y que fue particularmente grave en el país- puso fin además a la gradual recuperación económica que había ido produciéndose a lo largo de los años veinte. La llegada de Hitler al poder en 1933 supuso una amenaza directa para la seguridad del país: los nazis austríacos, además, desencadenaron de inmediato una intensa y violenta oleada de agitación pro-alemana. En esas circunstancias, el canciller Engelbert Dollfuss (1892-1934), que había sustituido a Seipel al frente del derechista Partido Social Cristiano, optó por una política de colaboración con la Heimwehr del príncipe Starhemberg y de amistad con la Italia de Mussolini. En 1934, tras suspender previamente el Parlamento, limitar las libertades democráticas y prohibir el partido nazi, deshizo a la oposición socialista tras una breve guerra civil de cinco días (12 al 16 de febrero), en la que las fuerzas del gobierno bombardearon el principal barrio obrero y socialista de Viena, e impuso (30 de abril) una nueva Constitución que convertía Austria en una dictadura católica y corporativa. En Bulgaria, el zar Boris III, que reinó entre 1918 y 1943, impuso en enero de 1935 una dictadura real, tras una larga etapa de disturbios y tensiones políticas, agravadas por el irredentismo búlgaro sobre los numerosos territorios perdidos en la I Guerra Mundial y por las derivaciones del problema macedonio. En efecto, desde 1919 el país había conocido sucesivamente: la llamada "dictadura verde" (1919-1923) del partido agrario dirigido por Alejandro Stambolijski; un golpe militar nacionalista contra éste (junio de 1923); varios y muy violentos conatos de insurrección comunista, durísimamente reprimidos; la violencia terrorista de la Organización Revolucionaria Interna de Macedonia, terrorismo que aunque dirigido principalmente contra Yugoslavia y Grecia, también se volvió contra políticos búlgaros acusados de no apoyar suficientemente los derechos de los macedonios, o de buscar la amistad con los dos países citados; y un nuevo golpe de Estado militar y nacionalista en mayo de 1934. En Grecia, el 4 de agosto de 1936, el general Metaxas (1871-1941), con el apoyo del rey Jorge III, disolvió el Parlamento y los partidos políticos, con el pretexto de prevenir una supuesta revolución comunista, y estableció una dictadura militar después también de una larga etapa en la que el país había vivido dividido y polarizado por la cuestión monárquica. Constantino I había sido obligado a abdicar en septiembre de 1922 como consecuencia de su actitud pro-alemana en la guerra y a causa de la derrota griega ante Turquía en 1922. Su sucesor, Jorge II, abandonó Grecia en diciembre de 1923 tras la gran victoria de los republicanos de Eleuterio Venizelos (1864-1936) en las elecciones de ese mes y la posterior proclamación de la república (1924-1935). La Monarquía fue restaurada en 1935, primero por el Parlamento -presionado por el general Kondylis, que se había hecho con el poder por la fuerza en octubre- y luego por el país en un irregular plebiscito: la experiencia republicana liderada por Venizelos, que pareció estabilizarse entre 1928 y 1932, había entrado en un período de enfrentamientos y tensiones graves como consecuencia del impacto que sobre el país tuvo la crisis económica mundial de 1929. Finalmente, en Rumanía, el 18 de febrero de 1938, el rey Carol II (que reinó de 1930 a 1940), ante el crecimiento del fascismo de la Guardia de Codreanu y la creciente polarización del país, reflejada en las elecciones de 1937, suspendió la Constitución de 1923 -que había introducido un sistema democrático y parlamentario viciado en la práctica por la corrupción electoral y el intervencionismo político de la Corona-, suprimió los partidos políticos, formó un gobierno de concentración nacional presidido por el Patriarca de la Iglesia ortodoxa, y tras un plebiscito popular fraudulento impuso una nueva Constitución claramente autoritaria y antidemocrática, con un parlamento corporativo y un electorado restringido. La eficacia, naturaleza y duración de estas dictaduras fueron tan dispares como sus orígenes. El régimen de Horthy, que en los años veinte supuso sencillamente el retorno de la antigua oligarquía imperial húngara, logró entre 1922 y 1932 estabilizar la economía del país e impulsar un notable desarrollo industrial. El conde Bethlen, que gobernó en todos esos años, mantuvo además un cierto pluralismo parlamentario, llevó a cabo una modesta reforma agraria, liberalizó los sindicatos e incluso toleró el retorno gradual de los socialistas a la vida pública. Pero no sobrevivió a los graves problemas financieros provocados por la crisis de 1929, que hundió las exportaciones de trigo, clave de la economía húngara. Horthy jugó entonces la carta del nacionalismo y del antisemitismo, encargando el gobierno en octubre de 1932 al filofascista y populista Gömbos, partidario del alineamiento húngaro con la Alemania nazi y la Italia de Mussolini (aunque ello no fue suficiente para frenar el crecimiento de la ultra-derecha húngara: el partido de La Cruz y la Flecha se creó precisamente en 1935). En Yugoslavia, la dictadura de Alejandro I, que concluyó en 1931 con la aprobación de una nueva Constitución menos democrática que la de 1920 -pues reforzaba el poder de las instituciones yugoslavas e ilegalizaba los partidos étnicos y particularistas-, no pudo poner fin a las tensiones entre las minorías nacionales. El propio rey fue asesinado en octubre de 1934, en Marsella, por un macedonio al servicio del terrorismo croata. Su sucesor, el príncipe regente Pablo -que ejerció la regencia en nombre del joven rey Pedro II- siguió en principio una política centralista y proserbia encarnada por Milan Stojadinovich, jefe del gobierno de 1935 a 1939, pero que al tiempo -y pese al estilo fascistizante del primer ministro- supuso una relativa apertura democrática y buscó, además, la atracción del nacionalismo croata moderado. Así, en 1935 Yugoslavia firmó un concordato con la Santa Sede que reconocía los mismos derechos a los católicos -esto es, a los croatas- que a los ortodoxos. Pero no bastó. Al contrario, la apertura fortaleció al nacionalismo croata y ello, más la fuerte oposición que suscitaron el estilo de gobierno de Stojadinovich y su política exterior (Concordato, amistad con Bulgaria, acuerdo de no agresión con Italia, dos de los enemigos históricos del país), forzaron su dimisión. En agosto de 1939, el regente restableció el sistema federal mediante un "acuerdo" (Sporazum) que reconocía una amplia autonomía a Croacia. Pero el problema era ya casi insoluble: el "acuerdo" de 1939 irritó al nacionalismo radical serbio, radicalizó al independentismo croata del Ustacha y despertó las aspiraciones autonomistas de las restantes minorías. En Polonia, la dictadura de Pilsudski, que inicialmente contó hasta con el apoyo de los comunistas, fue en sus primeros años una dictadura benigna: se limitó a enmendar la Constitución reforzando los poderes de la Presidencia del gobierno -poderes que Pilsudski, hombre desdeñoso de la práctica cotidiana de la política, no ejerció personalmente salvo en algún momento excepcional- y permitió un considerable grado de libertad. Pero la prolongación de la situación y las actuaciones irregulares de la dictadura provocaron hacia 1929-30 el fin del consenso. Pilsudski respondió endureciendo la represión y apoyándose exclusivamente en los militares y en los círculos de sus colaboradores más próximos. Frente a la crisis de 1929, siguió una política deflacionista, que golpeó particularmente a las clases populares, y, tras la llegada de Hitler al poder, intentó una política de acomodación con la Alemania nazi que pudiese garantizar la independencia de Polonia. En abril de 1935, impuso una nueva Constitución, que pretendía perpetuar la dictadura que, en efecto, a su muerte (mayo de 1935), se prolongó en el llamado régimen de los coroneles, un régimen nacionalista y antisemita, bajo la presidencia de Ignacy Moscicki, con el jefe del Ejército Rydz-Smigli como hombre fuerte y el partido Campo de la Unidad Nacional, creado por el coronel Koc, como base política. Las dictaduras del centro y este de Europa, nacidas todas ellas como regímenes fuertes y de autoridad, garantía de la regeneración, independencia y engrandecimiento nacionales, sucumbieron ante Hitler. El caso austríaco fue paradigmático y premonitorio. La dictadura de Dollfuss sirvió para muy poco. El gobierno pudo controlar el intento de golpe nazi de 25 de julio de 1934 -en el que Dollfuss fue asesinado-, pero la política de su sucesor, Schuschnigg, de salvaguardar la independencia de Austria mediante la amistad con la Alemania hitleriana fue un completo fracaso: el Ejército alemán ocupó el país el 12 de marzo de 1938 y los nazis austríacos proclamaron la unión con Alemania. En Hungría, Horthy, tras la muerte de Gömbos en marzo de 1936, propició el retorno a políticas más moderadas y tradicionales, reprimió al movimiento nazi-fascista de Szálasi e impulsó una política exterior que, aun reforzando la amistad con Alemania, tendiese puentes con Austria y con otros países balcánicos y con Occidente. La colaboración con el Eje permitió a Hungría recuperar entre 1938 y 1940 parte de Eslovaquia, Rutenia y Transilvania, la gran aspiración del irredentismo húngaro desde 1919. Como aliada de Alemania, en junio de 1941 Hungría declaró la guerra a Rusia; pero cuando Horthy -que personalmente detestaba a Hitler y los nazis- quiso negociar una paz separada con los aliados occidentales, Alemania, cuyo ejército ocupaba importantes posiciones en el interior del país, y que en 1943 ya había impuesto un gobierno afín, encarceló a Horthy (octubre de 1944) e impuso un gobierno nazi presidido por Szálasi. Los "coroneles" polacos intentaron seguir una política de equilibrio entre Alemania y la Unión Soviética. Fue inútil. A principios de 1939, Hitler anuló el pacto de no-agresión que había firmado en 1934 con Pilsudski. Más aún, las cláusulas secretas del pacto nazi-soviético de 25 de agosto de 1939 suponían la quinta partición de Polonia. El 1 de septiembre, tropas alemanas invadieron el país y se anexionaron Danzig: antes de un mes habían entrado en Varsovia (al tiempo que el Ejército soviético ocupaba importantes territorios en la Polonia oriental). En Yugoslavia, un golpe de Estado de militares pro-occidentales acabó el 27 de marzo de 1941 con la regencia del príncipe Pablo, que desde 1938-39 había basculado, como los demás países de la región, hacia Alemania e Italia. Diez días después, los alemanes desencadenaron un violentísimo ataque por aire y tierra y en pocos días ocuparon toda Yugoslavia. Ésta fue dividida. Eslovenia quedó incorporada a Alemania, Dalmacia a Italia, la Vojvodina a Hungría y Kosovo a Albania. Serbia fue colocada bajo administración alemana; Croacia fue declarada Reino independiente y a su frente alemanes e italianos pusieron a Ante Pavelic, el líder del Ustacha, que desencadenó una represión verdaderamente atroz contra las minorías serbia y judía. Metaxas creó un régimen que él mismo llamó "totalitario". La dictadura militar impulsó un vasto programa de obras públicas e introdujo una amplia legislación social paternalista y protectora para las clases trabajadoras. Como los coroneles polacos, el régimen griego trató de mantener una política de equilibrio entre el Eje de un lado y Gran Bretaña y Francia (que en abril de 1939 garantizaron la integridad e independencia de Grecia) de otro. Pero la Italia fascista, al atacar Grecia en octubre de 1940, rompió el equilibrio. Ello provocó la unidad de Grecia en torno al régimen militar: los griegos derrotaron a los italianos, pero no pudieron resistir la posterior invasión alemana (abril de 1941). Bulgaria y Rumanía también se convirtieron, incluso antes, en meros satélites de la Alemania nazi. A Bulgaria, la cooperación le valió la recuperación de las Macedonias griega y serbia. Pero el zar Boris se abstuvo de declarar la guerra a Rusia y desde 1942-43 trató de negociar con los aliados. En Rumanía, los alemanes tuvieron su hombre en el general Antonescu (1882-1946), militar prestigioso y de claras simpatías fascistas que encabezaba el gobierno desde 1940 y que, tras exiliar al rey Carol en septiembre de ese año -a la vista de la campaña ultranacionalista y antimonárquica desencadenada por los sucesores guardistas de Codreanu- asumió plenos poderes dictatoriales (con el título de Conducator, equivalente rumano de Duce y Führer). Antonescu, que a veces gobernó con la Guardia de Hierro pero que la reprimió con dureza cuando le fue preciso -con el asentimiento y la ayuda alemanes, además- llevó a Rumanía a la guerra como aliado de Alemania. Alemania e Italia no condicionaron de la misma forma -aunque sólo fuese por razones geográficas- la dictadura portuguesa. Ésta fue otro ejemplo significativo de la crisis que la democracia sufrió en la Europa del período de entreguerras. Cronológicamente, fue una de las primeras. La dictadura portuguesa fue instaurada por el pronunciamiento militar de 28 de mayo de 1926 encabezado por el general Gomes de Costa (muy pronto sustituido por el también general Carmona) y fue desde luego una de las más largas y exitosas: duró hasta 1974. La dictadura llegó por agotamiento de la experiencia democrática que se inició en 1910 con la proclamación de la República. Falta de autoridad y de instituciones moderadoras, amenazada por la contrarrevolución monárquica, el faccionalismo republicano y el intervencionismo militar, sometida a una creciente polarización por cuestiones religiosas y sociales y marcada por un estrepitoso fracaso económico y financiero -el escudo se depreció en un 2.800 por 100 entre 1911 y 1924-, la República portuguesa naufragó: nueve presidentes, 45 gobiernos (uno cada cuatro meses), 25 revoluciones y golpes de Estado, tres dictaduras contrarrevolucionarias, un Presidente, Sidonio Pais, y un jefe de gobierno, Antonio Granjo, asesinados, todo en dieciséis años. La dictadura portuguesa, como otras dictaduras europeas, se inspiró en el ejemplo italiano de 1922 (y en el español de 1923). Pero no fue, como no lo fueron aquéllas según se ha visto, un régimen fascista. Inicialmente, el régimen portugués fue una dictadura militar, preocupada ante todo por el mantenimiento del orden público y la suspensión de toda actividad política. Incapaces de resolver los problemas económicos de Portugal, los militares llamaron al ministerio de Hacienda a un catedrático de Economía de la Universidad de Coimbra, ya conocido y respetado en los medios católicos y reaccionarios, Antonio de Oliveira Salazar (1889-1970), un hombre de origen campesino y humilde, antiguo seminarista, muy religioso, soltero, ascético, de vida privada reservada, anodina y austera, que en muy poco tiempo logró, mediante una política muy conservadora de economías y ahorro, estabilizar la moneda, reducir el déficit y restaurar la confianza internacional en la economía portuguesa. Salazar -que ejerció como primer ministro de 1932 a 1969- institucionalizó la dictadura y le dio una significación política clara y precisa (y distinta, sin duda, de los vagos y contradictorios proyectos iniciales de los militares). Creó un régimen, el llamado Estado Novo, anti-liberal, antidemocrático, contrarrevolucionario, católico y corporativo, inspirado en las directrices sociales del catolicismo conservador portugués. La Constitución de 1933, en efecto, además de establecer una especie de "diarquía" entre la jefatura del Estado -ejercida por Carmona hasta 9.951- y la del gobierno, detentada por Salazar hasta su muerte, creaba un Estado fuerte, en el que el gobierno era responsable no ante las cámaras sino ante el Presidente (elegido cada siete años) e introducía un sistema de representación corporativa, en el que grupos y corporaciones (gremios, casas de pescadores, universidades y similares) y no los individuos, constituían la base de la representación, y en el que las cámaras (Asamblea Nacional y Cámara Corporativa) tenían muy escasas competencias. Los partidos políticos fueron prohibidos, salvo el partido gubernamental, la Unión Nacional, que Salazar creó desde arriba -diferencia esencial con los movimientos fascistas- y que perfiló como una entidad de integración nacional que trascendía los partidos políticos. El salazarismo fue, por tanto, una especie de corporativismo católico y autoritario. Más que a la ideologización de las masas, el salazarismo aspiró a su desmovilización. Salazar no creó un estilo fascista. El movimiento fascista portugués, el Movimiento Nacional-Sindicalista de Rolao Preto, fue liquidado en 1934. La dictadura portuguesa no fue por ello menos represiva. Salazar hubo de hacer frente a intentos de restauración democrática (1927) y a insurrecciones de carácter obrerista (1934) y desde 1945, a una creciente oposición. El régimen portugués se apoyó en todo momento en el Ejército y dispuso desde 1933 de una policía política, siniestro instrumento de una represión eficaz, amplia y continuada. Pero la represión, la censura y el control no explicarían su duración. El catolicismo y el pragmatismo de Salazar sin duda apelaron a los valores y preocupaciones de una buena parte de la sociedad portuguesa. La dictadura creó una administración eficiente, reforzó la integración entre Portugal y sus colonias, desarrolló un vasto programa de obras públicas -ferrocarriles, carreteras, presas hidraúlicas- que cambió la infraestructura del país (y que permitiría su progresiva industrialización, que se inició a partir de 1950-60) y saneó la economía, aunque Portugal siguiese siendo durante muchos años un país rural y pobre, y cerca de un millón de portugueses optaran por la emigración entre 1921 y 1940. El pragmatismo de Salazar, finalmente, mantuvo a Portugal fuera de la II Guerra Mundial. Había apoyado a Franco en la guerra civil española (1936-39). Pero la neutralidad que observó durante la contienda mundial y su especial relación amistosa con Gran Bretaña, y a través de ella con los aliados, hicieron que, paradójicamente, la dictadura portuguesa se encontrara en 1945 al lado de los países democráticos.
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El problema interno de Egipto en tiempos de sus dos primeras dinastías había consistido en encontrar fórmulas de convivencia entre una aristocracia dominante y una masa de población dominada. La inscripción de la peana de la estatua de Khasekhem, con la mención de tantos miles de muertos en el norte, es un elocuente testimonio de aquel dramático proceso. Apenas resuelto este problema, comenzó a agudizarse otro, no ya social como el primero, sino espiritual. Dentro de la mentalidad, de raíces prehistóricas, de la época tinita, no resultaba difícil aceptar la identificación del faraón con el sol, como grande y única divinidad cósmica. En la figura del halcón se concertaban el rey, el sol y el cielo en una mágica y sola potencia. Pero en cuanto esta equiparación comenzó a ser objeto de dudas y reflexiones, la base de la religiosidad egipcia mostró sus primeras fisuras. Una de las fases del sol, el sol naciente, se hizo independiente como dios del mundo y asumió las funciones de creador que hasta entonces se había arrogado el faraón. El Ra de ese sol naciente reemplaza al Ra del faraón. Mientras antaño los recién nacidos recibían su espíritu vital del Ra faraónico, ahora creen recibirlo del Ra solar. El importante desarrollo económico y social que se produce en esta época tendrá como reflejo la construcción de las pirámides. La de Zoser en Sakkara y las de Giza serán las más importantes.
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A la difusión de esta creencia -El Ra de ese sol naciente reemplaza al Ra del faraón- que ponía en entredicho su divinidad, respondieron los faraones con una portentosa exhibición de poder: las pirámides. Estas gigantescas moles de piedra los eternizan después de su muerte; de las pirámides y sólo de ellas, afirma el nuevo credo, emanan las fuerzas que garantizan la supervivencia de Egipto. Es necesario erigir enormes mausoleos; su construcción ha de tener para el pueblo el valor de un servicio religioso. En su competencia con el culto solar, las pirámides alcanzan dimensiones cada vez mayores, pero cuando el culto solar alcanza al fin la supremacía en esta disputa, vuelven a disminuir de tamaño y su construcción se verifica con mucho menos cuidado. Para hacer posible la participación de todo el pueblo en el servicio religioso que es la construcción de la pirámide, el país entero es sometido a una reorganización. Las posesiones del rey en cada cantón se convierten en centros político-administrativos del mismo. Las aldeas pierden aquella autonomía patriarcal que habían tenido en la época anterior, y sus habitantes pueden ser trasladados de una finca real a otra, según convenga. La propiedad privada es abolida. Todos los egipcios están al servicio del faraón, quien se cuida de ellos según la profesión y la actividad de cada uno. Esta nueva situación impuso una radical reforma administrativa, con una nutrida burocracia a su servicio. Gracias a esta reorganización fue posible realizar el prodigio de que hombres cuyas manos nunca habían hecho nada más alto que una casa, o incluso una choza, levantasen esas moles que desde entonces han sido el pasmo de la humanidad. Es curioso que egipcios de épocas muy posteriores, y dueños de expresarse con plena libertad, no pronunciasen o escribiesen nunca una palabra de censura contra el sistema que había permitido aquellas realizaciones. Todos los grafitos que hombres de otras épocas escribieron en los muros, en los pasillos, en los templos de las pirámides, manifiestan únicamente el asombro que éstas les producían, y algunos de ellos declaran, incluso, no haber recibido en su vida impresión más profunda y duradera.
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Sobre la dinastía Xia no existen evidencias arqueológicas que prueben su existencia, sólo referencias literarias que sitúan en esta dinastía los hechos mitológicos o inexplicables de su historia, como es el caso de los tres emperadores míticos: Fu Xi, Huang Di y Shen Nong, a los que se les atribuye, entre otras cosas, la invención de la escritura o el hallazgo del capullo de seda. Así pues, la dinastía Shang es la primera de la que tenemos referencias históricas; de ella conocemos gran cantidad de datos que nos permiten establecer una base real sobre su organización social y política, economía, ritual, astronomía... Se han descubierto dos ciudades correspondientes a las capitales de la dinastía; en los primeros tiempos la capital de la dinastía Shang estuvo situada en Erliang, provincia de Henan, conocida entonces como "la ciudad de Ao" fundada por el Rey Zhongding (1562-1550 a. C.). En ella se puede observar un recinto amurallado, estructuras palaciegas y la ubicación de talleres artesanales fuera del perímetro de la ciudad. Más tarde, y en sucesivas ocasiones, la capital fue trasladada a Yincu, en la provincia de Henan, conocida como Yin (Anyang) siendo su nombre sinónimo de esta dinastía. Yin fue fundada hacia el año 1300 a. C., por el rey Pan Gen, y su descubrimiento en el yacimiento de Anyang ha constituido la más valiosa documentación arqueológica sobre este período dado el gran número de necrópolis ahí encontradas. Su emplazamiento se conocía desde tiempos de la dinastía Song (960-1268 d. C.), si bien hasta fechas muy recientes no se realizaron excavaciones. En las necrópolis de Anyang se ha podido observar cómo los cuerpos mantienen una posición cara al sur, siguiendo los principios geománticos, y cómo van acompañados de una gran cantidad de objetos: bronces, inscripciones, lacas, jades, así como de animales domésticos (caballos, cerdos, perros...). Existió ya una clara estratificación social en estos pequeños territorios en torno a la cuenca del río Hoang He, a la cabeza de los cuales se sitúa la figura del rey (Wang), apoyado en una aparato administrativo compuesto por guerreros, chamanes (wu), sacerdotes escribanos (shih) y una fuerza de trabajo formada por campesinos libres y esclavos. La propiedad de la tierra era distribuida por el rey a cambio de prestaciones militares y el pago de tributos en especie. El campesino no estaba ligado a la tierra, a excepción de los esclavos, teniendo una cierta movilidad que se acentuó con la dinastía Zhou. Los esclavos, además de constituir el grueso de las fuerzas de choque del ejército, formaban la mano de obra necesaria para la construcción de obras de ingeniería, relacionadas principalmente con la contención de la crecida de los ríos (uno de las mayores azotes que ha conocido el pueblo chino). Los cultivos se adecuaron a las condiciones geográficas de la zona, destacando el trigo en cuanto a extensión; se utilizaron instrumentos agrícolas en piedra y madera y muy escasamente en bronce. La especialización del trabajo de los artesanos fue ya un hecho tal y como lo atestiguan los restos arqueológicos. Los talleres se encontraban en las afueras de la ciudad: al norte y al sur los broncistas, al oeste los alfareros, al noroeste los artesanos de hueso y jade. Con los Shang se inicia el comercio, cubriendo un área muy extensa, efectuándose el pago en conchas, caparazones de tortuga e incluso en monedas de bronce, si bien aún en escaso número. Toda esta organización social descansaba en los rituales, ofrecidos por los chamanes (hombres y mujeres), ligados al culto de los antepasados por medio de los ritos funerarios. Para realizar dichos ritos se tenía en cuenta no sólo la ubicación idónea, atendiendo a los principales geománticos alusivos a las corrientes aéreas y subterráneas, sino también al tiempo adecuado. La dinastía Shang conoce ya un calendario solar y lunar, dividiendo los años en meses lunares y los años en base a la posición del sol. Así resultó un cómputo de doce meses al año, de treinta o veintinueve días de duración, intercalando un mes al final del año. Los ritos se realizaban sacrificando animales y personas para acompañar al difunto y en ellos el uso del bronce, en forma de recipientes para alimentos y bebidas, sirvió como instrumento para lograr la comunicación entre el cielo y la tierra. Además del bronce, acompañaban al difunto piezas en jade, de tamaño pequeño, colocadas en diferentes partes del cuerpo, así como los bi y los cong.
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En el panteón inca están presentes lo masculino y lo femenino, personalizados en dioses y diosas que se presentan conformando dualidades entre las que destaca el sol y la luna, y sus proyecciones humanas: Inca y Coya. Para algunos, el dios Wiracohca vendría a reunir en uno las fuerzas de lo masculino y lo femenino, en una suerte de divinidad andrógina. Mamakilla, la Luna, hermana-esposa del sol es considerada la madre y diosa, fuente de fecundidad. El agua y la tierra son otras dos divinidades fundamentales, también vinculadas a la generación. Mamacocha, la madre mar, y Pachamama, la Madre tierra, son objeto de importantes muestras de culto, especialmente la segunda, quizá la divinidad más importante de los Andes desde tiempos inmemoriales. Gráfico Si el Templo Solar del Cuzco era el centro religioso del Imperio, en él tenía un espacio importante el Templo de la Luna, en el que se conservaban las momias de las Coyas. En los mitos de creación de los Andes no hay preferencia ni primacía en la creación de hombres sobre mujeres; la creación de unos y otros se realiza al tiempo. En cambio, sí apreciamos en los mitos y tradiciones una clara referencia a lo femenino como factor de fertilidad. Así, viejas leyendas justifican rituales simbólicos a través de los cuales se pide a las divinidades femeninas por la fecundidad de la tierra.
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La presencia femenina en el complejo panteón azteca es rica y variada. De hecho, los mitos y leyendas de la historia mexica están plagados de referencias a la actuación de divinidades, en las que lo femenino tiene singular importancia. Generalmente estas divinidades están relacionadas con la lluvia, la fertilidad, la agricultura o el maíz. Y los rituales en honor a las diosas tenían un lugar preferente en las ceremonias desempeñadas por las mujeres en el entorno doméstico. Además, en algunas ocasiones las mujeres se ataviaban con atributos propios del dios del maíz, tratando así de enfatizar su importancia. En general, las divinidades aztecas resultan todavía confusas, en cuanto a su nomenclatura y sus atribuciones. Un lugar especial ocupa la madre de Huitzilopochtli, Cuahtlicue, "la diosa con falda de serpientes", símbolo de feminidad, o divinización de lo femenino. Su leyenda se refiere a la concepción milagrosa de su hijo mientras ella se encontraba realizando trabajos de purificación. Cuando sus numerosos hijos quisieron matarla, por lo que consideraban una afrenta, Hiutzilopochtli salió de su vientre con todas sus armas, y persiguió a sus hermanos, matando a muchos de ellos. Gráfico Otras divinidades importantes vinculadas a lo femenino son Chalchihuitlicue, la "dama de la falda de jade", o Chicomecoatl, "Siete serpientes". La primera, hermana del dios de la lluvia Tlaloc, era la diosa de las tormentas, manantiales y riachuelos. La segunda, diosa del maíz, recibía ofrenda de sacrificios humanos en su fiesta. Ya se ha indicado antes que en los ceremoniales realizados en honor de las diosas del panteón azteca, tenían especial protagonismo las mujeres.
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Las disputas ibéricas Brevemente hemos analizado la importancia de las especias en el Medievo, y cómo el control comercial de éstas pasó a Portugal. ¿Cuál fue la actitud de Castilla frente a ese dominio? y lo que es más importante, ¿era de Portugal o de España la Especiería? El cuarto y último viaje de Colón se costeó con una finalidad, adelantarse a los lusitanos para llegar a las islas orientales16. En 1504, moría la reina Isabel la Católica, y en las Cortes de Toro (1505) -que se reunieron para depositar la regencia de Castilla en manos del rey viudo, D. Fernando-, se trató otro asunto importantísimo: proyectar los preparativos de una expedición a la Especiería, y con ese motivo se llamó, para que se trasladasen a la ciudad zamorana, a Vicente Yáñez Pinzón y Américo Vespuccio, para que asesorasen sobre el proyecto; aprobado éste, se le encargó a Martín Sánchez Zamudio la gestión de adquirir los barcos en los astilleros de Vizcaya17. Pero los sucesos ocurridos en España, la regencia de Felipe el Hermoso, la repentina muerte de éste, y la primera regencia del Cardenal Cisneros -a quien dicho sea de paso no le interesaba nada más que la evangelización del norte de África, y muy poco América-, motivaron que el proyecto de la búsqueda de un paso para llegar a la Especiería, perdiese interés y quedase paralizado. Cuando D. Fernando el Católico regresó de Nápoles para hacerse nuevamente cargo de la regencia de Castilla, en Burgos (1508) se planeó nuevamente un proyecto para llegar a la Especiería; se contaba con la colaboración entusiasta del Dr. Sancho Matienzo, responsable de la Casa de la Contratación18, que había apoyado anteriormente el fracasado intento gestado en Toro. A Burgos acuden nuevamente Américo Vespuccio y Vicente Yáñez Pinzón, ahora reforzados con el asesoramiento y experiencia de dos grandes marinos: Juan de la Cosa y Juan Díaz de Solís; a las discusiones asistieron personalmente el Rey y el Obispo Fonseca. Tres conclusiones se aprobaron en la ciudad castellana, tres decisiones que se ejecutaron con prontitud: a) creación del cargo de piloto mayor, y la actualización del padrón real; b) enviar a las costas de Veragua y del Darién dos expediciones de asiento y colonización, expediciones encomendadas a Diego de Nicuesa y Alonso de Ojeda, respectivamente. Entre los nombres que lleguen al Darién, aparecerá de forma clandestina Vasco Núñez de Balboa, del que luego hablaremos; c) el envío a Tierra Firme de una expedición en busca del paso, más al N de Veragua. La búsqueda de un paso fue la obsesión española hasta el descubrimiento del Estrecho magallánico. Los responsables de esa expedición fueron Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís. Siguiendo siempre la costa hacia el norte, reconocieron el litoral de Honduras y de México, llegando hasta las cercanías de la actual ciudad de Tampico. Pero el ansiado paso no apareció, solamente el golfo Dulce animó por unos momentos a los expedicionarios, pero pronto se desvanecieron las esperanzas. Santa María de la Antigua del Darién, en Castilla del Oro19 -como se denominó por algún tiempo a las demarcaciones de Nicuesa y Ojeda- fue la ciudad donde Vasco Núñez de Balboa, con rapidez y sagacidad, logró captarse la simpatía de la mayoría de los residentes levantándoles la moral y salvando a la reducida colonia -alrededor de trescientos pobladores- de la difícil situación por la que atravesaban. Como ha expuesto Guillermo Céspedes del Castillo en su obra -modelo de síntesis histórica-, con Núñez de Balboa surgió el primer gran jefe de la sociedad de frontera20 -frontera con lo desconocido-. Hasta 1513, Balboa se entretuvo en explorar la cuenca del río Atrato21 hacia el Sur, en busca de las piezas de oro que se obtenían en la costa, pero no localizó el lugar. En septiembre de 1513, Balboa inició la dura travesía del istmo panameño22, entrando en contacto con poblados y caciques indígenas: Careta, Comagre, Ponca, Chiapes, etc; y como el eterno femenino no puede faltar en la vida de un hombre, Balboa encontró a una bella india, Anayansi, que con fidelidad le acompañó y le sirvió de intérprete. El día 29 de ese mes, festividad de San Miguel, la hueste española contempló las aguas de un nuevo mar: el mar del Sur, el Pacífico. Entre los soldados, iba uno que se llamaba Francisco Pizarro, y será aquí, donde se iniciará -ante los informes de indígenas- la idea de llegar a un territorio rico en oro, El Birú (Perú). Tan pronto se conoció en España (1514) el descubrimiento del mar del Sur, se reavivó el interés por la búsqueda de un paso entre los dos Océanos; y con ahínco, la Corona puso los medios necesarios para ello. Y nadie mejor que el piloto mayor Juan Díaz de Solís, para llevar a cabo ese cometido, pero con una consigna: ir a descubrir a espaldas de Castilla del Oro. Solís inició su viaje recorriendo la costa Atlántica suramericana; llegó a un gran canal que no era otro que el actual río de la Plata -y que durante años se conoció con el nombre de río Dulce, o río de Solís-. Juan Díaz de Solís no pudo dar cuenta personalmente del descubrimiento ya que murió -juntamente con otros- a manos de los indígenas, en 1516. Mientras estos hechos ocurrían en España y en las tierras americanas hispánicas, en Portugal, Hernando de Magallanes23, juntamente con un cosmógrafo de renombre, Rui Faleiro24, dudaban si las islas de la Especiería eran de Portugal o de España. Francisco Serrão, aquel que dejamos en Ternate, había enviado unas cartas a Magallanes en las que manifestaba que, las Molucas son un mundo mayor y más remoto y rico, que el descubierto por Vasco de Gama. En el mismo texto le insinuaba que las islas de la Especiería, por su lejanía con respecto a las costas de Malaca, estaban dentro de la demarcación española. Y nuevamente la duda en la mente de Magallanes, duda que se fue aclarando a medida que Faleiro estudiaba con precisión las longitudes meridianas con respecto a las Molucas. Magallanes, que en aquellas fechas había caído en desgracia en la Corte portuguesa, por motivos que analizamos al estudiar su biografía, decidió trasladarse a España, en compañía de Faleiro. Y en 1518 en Valladolid, donde se encontraba la Corte, fueron recibidos primero, por el consejero del Monarca, Juan Sauvage, que había venido en el séquito borgoñés de D. Carlos. Este influyente personaje preparó la entrevista con Fonseca, vicepresidente del Consejo de Indias; el obispo Fonseca quedó bien impresionado por los lusitanos, y, además, las islas de la Especiería, era tema que desde las capitulaciones de Santa Fe, interesaba a Castilla. Como muy bien ha estudiado Ramos Pérez, el Extremo Oriente asiático y, fundamentalmente, las islas de la Especiería -cuyo producto está bien presente en las capitulaciones de Santa Fe- en cuya búsqueda fracasó Colón, es justamente lo que ahora Magallanes ofrecía alcanzar... En el tercer capítulo se dice que pertenecía a Colón la decena de 8 (todas o qualesquiera mercadurías, siquiere sean perlas, piedras preciosas, oro, plata, speciería)25. Fonseca pues, informó positivamente, y también lo hizo el flamenco, Guillermo de Croy, Señor de Chievres, Consejero del Rey. El proyecto, como vemos, fue analizado por muchos ojos. El 28 de marzo de 1518, se firmaba la Capitulación entre el Monarca y Magallanes26. Los tres años transcurridos (septiembre 1519-septiembre 1522) -que fue el tiempo empleado en realizar la primera vuelta al mundo-, y los sucesos ocurridos durante la travesía, tales como la muerte de Magallanes y la incorporación de Elcano, que pasó de contramaestre, a ser el responsable que condujo a feliz término la menguada expedición, son motivo de estudio en el apartado que hemos titulado dramatis personae. Al regreso de la nao Victoria, la realidad del Maluco y la riqueza de sus especias, es palpable y visible. Cuando se empezaron a descargar los fardos, de clavo, pimienta, etc., rápidamente la Corona pensó en continuar enviando nuevas expediciones al mismo tiempo que se ordenó establecer en La Coruña un centro coordinador para el comercio de las especias; y así, la Casa de la Especiería coruñesa27 -por breve tiempo- se encargó del mercado de los productos orientales. Eran las ciudades del norte de Europa las más interesadas en la adquisición de las codiciadas especias, y por eso se eligió la localidad gallega como lugar más estratégico, en el NO Atlántico. En Zaragoza, y en 1529 se llevó a cabo un tratado entre España y Portugal, para discutir la venta de las Molucas, por parte de España. En realidad lo que se hizo en Zaragoza no fue una venta -esto demuestra el convencimiento de que las Molucas eran de soberanía española- sino una hipoteca de las mismas. El Emperador, necesitado de dinero, empeñado con banqueros extranjeros28, necesitaba fondos para continuar su política europea; y en un tira y afloja, en una oferta y demanda, los españoles pidieron 1.000.000 de ducados, se les ofertó solamente la cantidad de 200.000, finalmente por 350.000 ducados, España, hipotecó las islas, con la condición de que tan pronto se saldara el préstamo, sin plazo fijo, se volvería a recuperar la codiciada Especiería29. Mario Hernández Sánchez-Barba, en un trabajo brillantemente razonado, con claridad y concisión30, sintetiza los seis puntos fundamentales en que se basó el Tratado: 1) Venta de España a Portugal de "todo derecho, acción, dominio, propiedad, posesión o casi posesión de todo derecho a navegar, contratar y comerciar en el Maluco por 350.000 ducados de oro, de 375 maravedises cada uno. Con la condición, por parte del Rey de España, de anularla cuando quisiese con tal de devolver íntegra la cantidad pagada por el de Portugal. 2) El Maluco se considera situado al Occidente de una nueva línea de demarcación, que pasa por las Velas y Santo Tomé (las Marianas), a 17 grados en el Ecuador, a 297 leguas y media de oriente de las Molucas. 3) Queda abierta la posibilidad de que el rey de Portugal renovase la cuestión de propiedad sobre el Maluco. En este caso, una junta mixta de tres astrólogos y tres marinos por cada parte, estudiaría el asunto durante cuatro meses en algún lugar fronterizo entre ambos países. 4) Todo cargamento de especias no traído por súbditos y naturales de Portugal, quedaría embargado en depósito hasta averiguar su procedencia. 5) El rey de España quedaba obligado a no despachar naves para la Especiería e impedir las acciones de sus súbditos que lo pretendiesen. 6) El rey de Portugal se obligaba a no construir fortaleza nueva alguna en el Maluco, ni en lugar alguno situado en la nueva demarcación acordada31. De esa forma, se puso punto final a la larga polémica del Maluco, entre España y Portugal. Los derroteros de la historia motivarán la aparición de nuevos propietarios: los holandeses, quienes desde comienzos del siglo XVII, se apoderaron de las plazas y factorías portuguesas en el Maluco.