Es habitual considerar que la Historia necesita del transcurso de un cierto tiempo para que se le pueda atribuir la imprescindible imparcialidad. Lo cierto es, sin embargo, que la Historia no estudia el pasado remoto sino el ser humano en el proceso del cambio. Algunos grandes historiadores clásicos fueron testigos de lo que narraron. Sólo en el siglo XIX, cuando tuvo lugar la conversión de la Historia en una ciencia apareció como requisito el alejamiento cronológico. Intentar la Historia del tiempo actual pareció, en adelante, imposible por la carencia de fuentes y porque el historiador resultaría demasiado subjetivo. Así ha solido suceder en países como España, en los que el pasado ha sido muy conflictivo. Hoy en día, sin embargo, ni en España ni en ninguna otra parte del mundo, se juzga que la Historia de la época más reciente -la posterior a 1945- deja de ser científica por el solo hecho de la proximidad. Un historiador del tiempo más reciente debe ser cuidadoso con la imparcialidad y hacer una Historia en cierto modo provisional porque pueden aparecer nuevas fuentes, pero tiene también la ventaja de poder captar mucho mejor el ambiente del momento que él mismo vivió. Pero, además, hay factores que hacen inevitable intentar, al menos, la Historia del tiempo presente. La aceleración del tiempo, la multiplicidad y volumen de las fuentes parecen exigir una explicación causal, basada en la sucesión del tiempo, y sintética que sólo puede proporcionar la Historia. Esta no sólo ofrece una disciplina intelectual y una densidad de su explicación, frente a la demasiado efímera del periodista, sino que además contribuye a la formación moral porque facilita la tolerancia. La Historia del tiempo presente tiene un especial sentido en el caso de España. Así como la guerra civil hizo nacer un régimen que duró hasta 1975, a partir de esta fecha se trató de fundamentar una nueva convivencia iniciando un camino nuevo. La memoria de la guerra civil, como catástrofe que era preciso evitar, contribuyó muy positivamente a la transición democrática que inauguró nuestra actualidad y lo hizo de un modo ejemplar para buena parte del mundo.
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Sería muy incorrecto presentar como lineal el desarrollo de la democracia en el mundo. Por el contrario, lo característico de la misma ha sido un desarrollo mediante una sucesión de oleadas, la primera de las cuales se inició en el siglo XVII. La segunda fue consecuencia de la victoria de los aliados durante la segunda guerra mundial en 1945 y, en el Mediterráneo, produjo la democratización de Italia y la de Turquía. La tercera ola de democratización se inició en Grecia y Portugal, obtuvo en España el primer éxito importante, cruzó el Océano hasta la América española y logró un triunfo espectacular en los países del Este a partir de 1989. En todos los casos la conquista de la democracia fue un complicado proceso, como una partida de ajedrez jugada a varias bandas, en la que si las circunstancias dadas fueron importantes sucedió lo mismo con las decisiones de los dirigentes políticos. Sin duda, el examen de los casos precedentes muestra estrechas similitudes con el caso español. En él, si realizamos un balance rápido de las condiciones de partida, encontramos un panorama inicial que no induciría en un primer momento al optimismo. En España no se produjo una derrota exterior, como en Grecia y en Portugal; tampoco se dieron las circunstancias del año 1945 en cuanto a victoria general de las democracias. El régimen franquista procedía de una guerra civil sangrienta y de una dura represión, había durado mucho tiempo y en sus comienzos había estado cercano al totalitarismo. Dentro de la sociedad española existía más conflictividad social y política, incluido el terrorismo, que en cualquiera de las europeas del Sur. No estaba claro que la transición española hubiera de concluir bien, ni, menos aún, que tuviera unos costes sociales inferiores a la de Portugal, en donde estuvo a punto de llegar una dictadura de izquierdas. Sin embargo, hubo un balance muy positivo con algunas salvedades. Ese carácter positivo se explica porque la transición española, aparte de los rasgos generales, que la asimilan a procesos semejantes, tuvo también unas peculiaridades que no se dieron en otras latitudes. En primer lugar, el caso español fue el de un país que había experimentado durante la dictadura una decisiva transformación que no tiene parangón con la producida en Portugal, Grecia, Turquía o Italia durante el fascismo. Nuestro país en los años cincuenta estaba en un nivel de desarrollo inferior a algunos de los países iberoamericanos, y a la altura de 1975 figuraba entre la docena de los más desarrollados. Ese cambio jugó un papel decisivo para ratificar lo escrito por Aristóteles según el cual la democracia es tanto más posible cuanto más igualitaria sea una sociedad. La española lo era mucho más que en cualquier etapa anterior de su Historia, pero, además, no sólo había visto modificarse su estructura de clases sino también sus pautas culturales. El cambio producido en la Iglesia, la mayor tolerancia con respecto a la prensa y la frecuencia de los contactos con el exterior habían hecho quebrar el autoritarismo en la conciencia de los españoles. Según las encuestas, las actitudes de base autoritarias descendieron del 11 al 8% en el período 1966-1976, mientras que las no autoritarias pasaron del 35 al 56%. En el año 1973 tres de cada cuatro españoles eran partidarios de la libertad de prensa y de cultos (que eran admitidas por el régimen, aunque en forma restringida) pero, además, el 58% era partidario de la libertad de sindicación y el 37% estaba a favor de la libertad de creación de partidos políticos. La sociedad española presenciaba el ejemplo cotidiano de un régimen en el que existían problemas de institucionalización y en que sus mismos protagonistas tenían crecientes dudas acerca de la legitimidad de su propio ejercicio del poder. En la transición española a la democracia jugó un importantísimo papel la institución monárquica. El gran peligro de un proceso de transición democrática es la quiebra de la legitimidad en el momento en que se ha desvanecido la de la dictadura y aún no se ha consolidado la democrática. Pues bien, la Monarquía fue un instrumento fundamental en la transición española para evitar la quiebra de la legitimidad. Por un lado, el régimen monárquico era el sistema elegido por Franco y don Juan Carlos I, su heredero. Pero, sin embargo, por otro, también representaba una legitimidad dinástica y su persona aparecía vinculada inevitablemente a la trayectoria de su padre en oposición al régimen de Franco. La postura mantenida por don Juan durante todo el franquismo explica el hecho excepcional de que una Monarquía, que tenía un pasado discutido, fuera restaurada después de más de cuarenta años, en un momento en que el régimen monárquico estaba en retroceso en toda Europa. Don Juan Carlos representó, además, lo que podría denominarse como una legitimidad democrática en expectativa. Este solapamiento de legitimidades contribuyó, como resultado final, a hacer posible un proceso de transición pausado y profundo al mismo tiempo. Sin aludir a quién personificaba a la institución, con la mención de la Monarquía hemos entrado en el protagonismo de esta operación histórica. Con el fin de completarlo es necesario hacer mención de otras fuerzas que desempeñaron un papel fundamental. El protagonismo principal en la transición democrática española, como suele ser habitual, correspondió a los elementos del Gobierno, que fue quien dirigió la operación, estableció el calendario y tomó las iniciativas principales. Sin embargo, también es necesario tener en cuenta a otros sectores. Hablando en términos generacionales, Rodolfo Martín Villa ha atribuido la principal responsabilidad de la transición a los más jóvenes y reformistas del régimen anterior y a los más viejos de la oposición. Esta afirmación es bastante exacta y sólo requiere ser matizada, pues las posibilidades de actuación de los elementos jóvenes procedentes del régimen franquista sólo fueron posibles cuando los mayores se habían descartado a sí mismos durante la época de Carlos Arias Navarro. También tiene razón Rodolfo Martín Villa cuando atribuye al PSOE una carga utópica... que contrastaba con el realismo pactista y pragmático de Santiago Carrillo. Ciertamente el papel del partido socialista en la transición democrática fue relativamente pequeño, aunque contribuyó a dinamizar todo el proceso y ampliar lo que podría haberse quedado en tan sólo una democracia otorgada. El papel simbólico del comunismo resultó especialmente importante, como se revela imaginando qué podría haber sucedido si la posición del partido dirigido por Santiago Carrillo hubiera sido otra. Los comunistas, por ejemplo, podrían no haber prescindido de las liturgias republicanas. Al hacerlo, posiblemente, hubieran aumentado sus votos, incluso de modo sensible, pero entonces sin ninguna duda la transición misma habría resultado mucho más difícil de lo que fue. Característica peculiar de la transición española a la democracia fue la de haberse realizado desde dentro mismo del régimen dictatorial. Esta afirmación merece alguna precisión más debido a su mismo carácter excepcional. Existen dificultades para determinar si los reformistas del régimen, por sí mismos, hubieran podido realizar una transformación tan profunda como la que, en efecto, se llevó a cabo. Con toda probabilidad, por ejemplo, si el partido del Gobierno hubiera conseguido una situación parlamentaria más cómoda en las elecciones de junio del año 1977, hubiera resultado mucho más complicada la elaboración de una Constitución basada en el consenso. Todo indica que el programa de los reformistas no estaba definido desde un primer momento y que la tendencia del Gobierno a ir elaborando su programa de acuerdo con la evolución misma de los acontecimientos permitió que periódicamente la oposición le espoleara. Pero no hay duda de que las iniciativas siempre fueron gubernamentales y la oposición nunca estuvo en condiciones de derribar al Gobierno o de sustituirle por la sola fuerza de sus manifestaciones. Toda esta combinación de factores diversos hace imposible determinar si lo que sucedió fue una reforma o una ruptura e incluso quita cualquier sentido a interrogarse sobre el particular. Se realizó una ruptura por procedimientos reformistas o una reforma tan profunda que logró hacer desaparecer de manera radical a lo reformado. Por otro lado, entre nosotros la construcción de un acuerdo nacional en torno al sistema democrático nació del mismo peso de la Historia y de la voluntad de conjurarla. En España desempeñó un papel decisivo el recuerdo de un pasado y, en especial, de una guerra civil. La experiencia vivida en los años treinta, con su exacerbada movilización partidista que acabó en un enfrentamiento fratricida, sirvió para que la clase dirigente intentara por todos los medios desactivar cualquier posibilidad de que la situación se reprodujera. Los parlamentarios constituyentes de 1978 citaron profusamente a sus puntos de referencia ideológica de esos años. Esas citas no solamente eran referencias eruditas sino que venían a resultar como una especie de exorcismo a fin de evitar que la experiencia democrática incipiente concluyera como había sucedido en el año 1936 y también servían de testimonio de hasta qué punto la clase política dirigente tenía presente los riesgos de la transición. La guerra civil acabó por jugar un papel positivo tras el transcurso de décadas. Existieron algunas cuestiones como, por ejemplo, la religiosa, que precisamente por el papel negativo que habían desempeñado en el pasado fueron puestas en sordina por todos los dirigentes de los partidos. El papel jugado por el Ejército en la transición española a la democracia constituye también un rasgo peculiar de este proceso. El papel de los militares en la transición española resultó poco relevante, lo cual no deja de ser paradójico si tenemos en cuenta que el punto de partida era precisamente una dictadura militar. No existió una mayoritaria voluntad de protagonismo político; aunque los elementos contrarios a la democracia tuvieron como única esperanza una intervención militar del Ejército, en realidad, éste mantuvo de manera mayoritaria su unidad y la fidelidad a un sistema institucional que evolucionaba desde una legalidad a la otra. La situación española resulta muy paradójica, ya que precisamente durante la dictadura de Franco el Ejército había ido adquiriendo una voluntad de no intervenir en la política. Nunca fueron mayoritarias las actitudes golpistas, como se demostraría en el año 1981, aunque es muy posible que estuvieran mucho más generalizadas de lo que se admitió en esta fecha.
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A finales del Pleistoceno tiene lugar un brusco cambio climático y ambiental de considerables consecuencias en los sistemas de vida de los grandes cazadores y que desembocará en la domesticación de determinadas plantas. En América, es un proceso lento, gradual, con avances y retrocesos, pero de singular importancia para el desarrollo de la vida social compleja. Los cambios climáticos y en la biomasa aceleran la extinción de la megafauna, y el hombre orienta su economía de subsistencia a la explotación estacional de plantas, semillas silvestres, frutos y raíces y, de manera secundaria, a la caza de animales de tamaño más reducido: venados, conejos, tapires, roedores, y otros que hoy en día están representados en la fauna de la región. Como consecuencia de este cambio alimenticio, se producen transformaciones tecnológicas de importancia: las puntas de proyectil se reducen en tamaño, y se adaptan a la caza de animales más pequeños y ágiles y, sobre todo, se relacionan con el propulsor de dardos, denominado "atlatl". Junto a ello, aparecen instrumentos de molienda que persistirán en la actualidad en los ajuares domésticos indígenas: piedras de moler (metates), manos y morteros; utensilios que conviven con otros de uso más antiguo: tajadores, raspadores y raederas. Como son comunidades orientadas a la recolección de plantas, poco a poco elaboran una tecnología de almacenaje que incluye cestas, bolsas y contenedores para procesar alimentos: vasijas de cestería densamente urdidas para contener agua e introducir piedras incandescentes para cocer alimentos. No disponemos de manifestaciones artísticas correspondientes a este período crucial de la prehistoria de América. Paulatinamente, estas bandas recolectoras experimentan con determinadas plantas como maíz, calabaza, frijol, tomate o pimiento hasta lograr su definitiva domesticación; junto con el éxito en la manipulación de plantas, se han producido cambios en el patrón de asentamiento consistentes en permanencias cada vez más dilatadas de las bandas en un mismo lugar, en particular en épocas clave de recolección; y con ello, alteraciones en la organización de la sociedad, ya que la conjunción en macrobandas durante la primavera y verano trajo consigo diferentes necesidades organizativas. Es muy posible que los cambios ambientales y de orientación alimenticia originaran transformaciones ideológicas, por la nueva experiencia adaptativa de los pobladores del Arcaico, pero no podemos reconstruirlas ante la falta de evidencia y de realizaciones artísticas correspondientes a este período. La experimentación con las plantas culminó hacia el 2500 a. C. con la consecución de la agricultura en Mesoamérica, un proceso que confluyó con los primeros asentamientos sedentarios y con el desarrollo de la cerámica. Comienza así una etapa definida en un principio por un patrón agrícola y la igualdad social, y que culminará con el establecimiento de los centros urbanos y de la civilización hacia el 150 d. C. En este dilatado momento, Mesoamérica sufre profundas alteraciones de tipo socioeconómico, político, religioso o intelectual, aunque no se producen avances espectaculares en tecnología. Algunos de los fenómenos acaecidos en estos 2500 años son básicos para definir la civilización mesoamericana, y muchos de ellos confluyen en el desarrollo y la decadencia de la primera civilización en la región: la olmeca entre el 1200 y el 400 a. C.
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En los últimos meses de la enfermedad de Fernando VII, su esposa María Cristina de Borbón había actuado como regente y se había apoyado en Cea Bermúdez. Después de la muerte del Rey, María Cristina, ya como gobernadora y regente durante la minoría de edad de Isabel II, renovó la confianza al gabinete Cea Bermúdez que, en octubre de 1833, publica un manifiesto en el que se proclama defensor de la monarquía absoluta, al tiempo que ofrece mejorar la gestión gubernamental mediante reformas administrativas ajenas a cualquier reforma política. El Manifiesto no contentó ni a liberales ni a absolutistas. La situación impuso a la regente un cambio decisivo. Algunas personalidades que despachaban habitualmente con María Cristina se declararon explícitamente favorables a la convocatoria de Cortes, como único medio de consolidar el trono. Los generales Llauder y Quesada se mostraron también favorables a la reunión de las Cortes. El Consejo de Gobierno (que Fernando VII nombró para asesorar a la regente durante la minoridad de Isabel II) opinaba de igual manera y era partidario de cambiar el gabinete. La convergencia de manifestaciones en el mismo sentido y las escasas reformas del Gabinete Cea Bermúdez (la más importante, en diciembre de 1833, la división territorial de Javier de Burgos) hicieron optar a la regente por el cambio. En enero de 1834 designó a Martínez de la Rosa para formar un nuevo gabinete con el objeto de elaborar un régimen constitucional aceptable para la Corona que renunciaría a un poder exclusivo a través de un Estatuto. El Estatuto Real que la regente María Cristina concede en 1834 es un documento de difícil clasificación jurídica. Con frecuencia, se ha asimilado a la correspondiente carta otorgada francesa de 1814, en la que se inspira, con elementos del liberalismo doctrinario. No alude explícitamente a la soberanía, sino que remite a una constitución histórica que otorga la soberanía al rey con las Cortes. Se trata pues, de una convocatoria de Cortes, al estilo del Antiguo Régimen, pero con algunos elementos modernos. Artola cree que se trata de una persistencia del ideario de Jovellanos, muy vivo en los liberales viejos que han visto funcionar, en su emigración, el constitucionalismo inglés y se dan cuenta de la dificultad de aplicar la Constitución de 1812 en España. Martínez de la Rosa, inspirador principal del Estatuto y líder de un grupo de liberales moderados, propugna un régimen gobernado por dos instituciones: el Rey y Las Cortes. Estas no pueden legislar sino a propuesta del Monarca que es quien las convoca, excepto para el presupuesto cada dos años. Instituye un sistema bicameral, de clara influencia británica, con un Estamento de Próceres y un Estamento de Procuradores. Los próceres -natos, grandes de España, y de designación real en número limitado dentro de un pequeño sector de la sociedad- deben poseer rentas muy elevadas para alcanzar su escaño. Los procuradores eran elegidos indirectamente y por tres años, en virtud de un sufragio muy limitado. Como ha señalado J. Tomás Villarroya, sólo algo más de 16.000 individuos (menos del 0,15% de la población) tienen capacidad de voto. Estos eligen dos electores por partido judicial, que a su vez designan los procuradores correspondientes, que habrán de tener igualmente un nivel económico alto, pero menor que el de los próceres. Así accederán a la cámara baja algunos miembros de las clases medias acomodadas. El sistema político del Estatuto Real satisfacía las aspiraciones del sector de liberales más moderados que lo había propugnado, mientras que, como ha advertido Artola, para los progresistas era el primer paso de un proceso. Estos utilizarán todos los medios a su alcance para que se reconociese más amplia y eficazmente la intervención de los ciudadanos. Las 56 peticiones de los procuradores (utilizando el derecho de petición que el Estatuto preveía) formuladas entre julio de 1834 y mayo de 1835 constituyen un programa de cambio en la organización, de acuerdo con los planteamientos originales de la revolución liberal. En todo caso, ninguna de estas peticiones, salvo la que condujo a la ley orgánica de la Guardia Nacional, sirvió para incoar el correspondiente proceso legislativo. Como consecuencia inevitable, las relaciones entre las Cortes y el Gobierno se hicieron muy tensas. El camino inútil de una nueva petición, que definía la doctrina de la dependencia del gobierno respecto a las Cortes, que ni siquiera pudo ser leída, llevó al abandono de los medios políticos con la esperanza de alcanzar el poder por medio de un pronunciamiento (Cardero, enero de 1835) que fracasó. Cuatro meses más tarde se intentó una vez más la acción política, proponiendo un voto formal de censura. A pesar de que no se tomó en consideración, Martínez de la Rosa decidió clausurar las Cortes a finales de mayo y presentar la dimisión de su cargo. La designación de Toreno en junio de 1835 para la presidencia del Consejo suponía en parte una continuidad de la política moderada, de la que el Estatuto Real era un símbolo. Sin embargo, se produce un acercamiento a los progresistas al llamar a Mendizábal para que se encargue de la cartera de Hacienda. Este acepta y, entre otros, redacta los decretos de desamortización. Surgen dificultades como consecuencia de la exclaustración del clero regular y la desamortización de sus bienes. La Iglesia rompe relaciones con el Estado, el clero regular en parte apoya el carlismo. Pero la necesidad de dinero, debido especialmente a los gastos de guerra, es perentoria. Pasados dos meses del nombramiento de Toreno, la oposición progresista se lanzó de nuevo a la acción revolucionaria. En esta ocasión a cargo de la milicia urbana. El desarrollo de la revuelta de las ciudades condujo a la constitución en buena parte del país de juntas locales o territoriales que asumieron el gobierno (verano de 1835). El Gobierno Toreno trató de reducir el movimiento. Dispuso a principios de septiembre la disolución de las Juntas, a las que declaraba ilegales. En algunas provincias cedió la tensión, pero en otras (Cataluña, Aragón, Valencia y Andalucía) el movimiento de las Juntas adquirió más fuerza.
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La transmisión de la soberanía El plano existencial político de las Cartas de relación, alcanza su más alta expresión en la elaboración de un concepto de Reino muy peculiar y que ha sido estudiado por Victor Frankl mediante la penetración profunda en el pensamiento de Cortés y en la compleja estructura situacional de su ideario27. Ya don Ramón Menéndez Pidal28 había destacado un importante texto de la segunda Carta de relación: He deseado que V. A. supiese las cosas desta tierra; que son tantas y tales, que como ya en la otra relación escribí, se puede intitular de nuevo emperador della, y con título y no menos mérito que el de Alemaña, que por la gracia de Dios vuestra sacra majestad posee. La interpretación que Menéndez Pidal da a este texto gira en torno a la idea de que por primera vez se da a las tierras del Nuevo Mundo una categoría semejante a la de Europa, ensanchando el tradicional concepto de Imperio; Cortés quiere que el César dedique al Nuevo Mundo todo el interés debido, como a un verdadero imperio. En la interpretación del sentido de este texto, afirma Frankl que Menéndez Pidal lo aísla tanto de los acontecimientos como de la situación jurídico-vital de Cortés vigente en el momento de escribirla, así como del contexto de ideas jurídico-políticas que constituyen las bases de la conquista. Pero, sobre todo, Menéndez Pidal no tiene en cuenta la variabilidad del pensamiento de Cortés en lo que se refiere al Reino --o Imperio, aunque esta denominación resulta absolutamente extraña al pensamiento castellano-- que si en la segunda Carta de relación menciona un imperio particular y limitado, en las Cartas cuarta y quinta, sostiene otra idea completamente distinta y opuesta a aquella, que es la del Imperio universal. Este cambio de orientación constituye uno de los problemas claves del mundo intelectual de Cortés, que ha cometido, con singular profundidad el profesor Frankl, cuyo análisis seguimos en sus líneas maestras en cuanto hace referencia, lógicamente, al problema fundamental en la Segunda Carta de relación, que es el de la transmisión de la soberanía desde Moctezuma hasta el Rey de España Carlos I. En primer lugar, ¿de dónde toma Cortés la idea caracterizadora del Imperio particular? Exactamente de la primera noticia que recibe del poder de Moctezuma, en el valle y población de Caltanmí, donde fue muy bien recibido y alojado. La transcripción que hace Cortés de la entrevista con el cacique de Caltanmí supone, claro está, la introducción de una ficción literaria, que le sirve para argumentar en política: Después de haberle hablado de parte de vuestra majestad y le haber dicho la causa de mi venida a estas partes, le pregunté si éI era vasallo de Mutezuma o si era de otra parcialidad alguna, el cual casi admirado de lo que le preguntaba, me respondió diciendo que quien no era vasallo de Mutezuma queriendo decir que allí era señor del mundo. Yo le torné aquí a decir y replicar el gran poder de vuestra majestad, y otros muchos y muy mayores señores, que no Mutezuma, eran vasallos de vuestra majestad, y aún que no le tenían en pequeña merced.... Y para que tuviese por bien le mandar recibir a su real servicio, que le rogaba que me diese algún oro que yo enviase a vuestra majestad, y él me respondió que oro, que él tenía, pero que no me lo quería dar si Mutezuma no se lo mandase y que mandándolo él, que el oro y su persona y cuanto tuviese daría. Este pensamiento cortesiano, permite comprender su actitud intelectual interpretativa del imperio en cuanto particular. Sin duda, este pensamiento se inscribe en una tradición específicamente española vigente desde el siglo IX, cuyo núcleo central consiste en destacar la unidad de España y su independencia respecto a cualquier poder universal, concebida con un carácter hegemonial29. De modo que ambos supuestos justifican la propuesta de Cortés de un Reino particular (el de Nueva España) equiparable al de Alemania, así como la idea de un pensamiento hegemonial de dominio de Carlos I sobre otros señores. Por otra parte, además, todo ello se inscribe en el pleito mantenido con la estructura burocrática del clan fonsequista, representado por el gobernador de Cuba, de modo que el imperio particular propuesto por Cortés, implica un juicio jurídico-político que hace referencia a la raíz misma del dominio español sobre Nueva España, que pretende segregar del dominio --confuso por el patrimonialismo de los Colón-- tenido por España sobre las islas del Caribe. Es decir, frente a la donación papal como título de dominio, sugiere una identificación de origen semejante en la Nueva España, al del imperio alemán: un título jurídico secular, de base análoga al de la votación de los príncipes electores alemanes, lo cual con toda evidencia, habría de otorgar plena validez al Acta fundacional de Veracruz. Frankl estudia, con detenimiento, en la segunda Carta de relación el desarrollo de los títulos de la historia mexicana, naturalmente inventados por Cortés, que desconocía absolutamente dicha historia, en tres niveles, de los que resulta un fundamento especial para México, independiente de la donación papal. En el primer nivel, Cortés pone en labios de Moctezuma una declaración explícita de extranjería en su propio territorio, y hace aparecer al Rey Carlos I como primordial conductor de los mexica y, en consecuencia, como señor natural de los mismos: Muchos días ha que por nuestras escripturas tenemos de nuestros antepasados noticias que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales dellas, sino extranjeros, y venidos a ellas de partes muy extrañas; y tenemos asimismo que a estas partes trajo nuestra generación un señor cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza, y después tornó a venir dende en mucho tiempo, y tanto, que ya estaban casados los que habían quedado con las mujeres naturales de la tierra y tenían mucha generación y hechos pueblos donde vivían, y queriéndolas llevar consigo, no quisieron ir ni menos recibirle por señor, y así se volvió; y siempe hemos tenido que los que de él descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros como a sus vasallos; y según de la parte de vos decís que venís, que esa do sale el sol, y las cosas que decís de ese gran señor o rey que acá os envió, creemos y tenemos por cierto, él sea nuestro señor natural, en especial que nos decís que él ha muchos días que tenía noticia de nosotros; y por tanto, vos sed cierto que os obedeceremos y tendremos por señor en lugar de ese gran señor que vos decís... El segundo nivel, lo ofrece Cortés en otra panorámica completamente distinta. Moctezuma ya se encuentra prisionero, uno de los principales señores mexica --Cacamatzin-- se ha rebelado e, igualmente, ha sido hecho prisionero. En esa situación, ante toda la aristocracia cortesana, la más alta jerarquía social del Anahuac, explica Moctezuma --no olvidemos que, en realidad quien habla es la intencionalidad de Cortés-- el tema del originario conductor del pueblo mexica, para llegar a una intensificación de alto dramatismo en la que exhorta a la aristocracia a la transmisión de los vínculos de soberanía al rey de España: Hermanos y amigos míos, ya sabéis que de mucho tiempo acá vosotros y vuestros padres y abuelos habéis sido y sois súbditos y vasallos de mis antecesores y míos ... ; y también creo que de vuestros antecesores tenéis memoria cómo nosotros no somos naturales de esta tierra, y que vinieron a ella de muy lejana tierra y los trajo un señor que en ella los dejó, cuyos vasallos todos eran... Y bien sabéis que siempre lo hemos esperado y según las cosas que el capitán nos ha dicho de aquel rey señor que lo envió acá, y según la parte de donde él dice que viene, tengo por cierto y así lo debéis vosotros tener, que aqueste es el señor que esperábamos, en especial que nos dice que allá tenían noticias de nosotros, y pues nuestros predecesores no hicieron lo que a su señor eran obligados, hagámoslo nosotros, y demos gracias a nuestros dios es porque en nuestros tiempos vino lo que tanto aquellos esperaban. Y mucho os ruego, pues a todos es notorio todo esto, que así como hasta aquí a mí me habéis tenido y obedecido por señor vuestro, de aquí adelante tengáis y obedezcáis a este gran rey, pues él es vuestro natural señor, y en su lugar tengáis a éste su capitán; y todos los tributos y servicios que hasta aquí a mí me hacíades, los haced y dada él... (a lo cual, respondieron los presentes) ...que ellos lo tenían por su señor y habían prometido de hacer todo lo que les mandase; por esto y por la razón que para ello les daba, que eran muy contentos de lo hacer, y que desde entonces para siempre se daban ellos por vasallos de vuestra alteza. Todo ello quedó protocolizado ante escribano público en presencia de muchos españoles, si bien al comienzo de esta misma Carta advierte Cortés que en cierto infortunio se me perdieron todas las escrituras y autos que con los naturales de estas tierras yo he hecho. El tercer nivel argumental, otorga pleno sentido a los anteriores: ... y todos, en especial, el dicho Mutezuma, me respondieron que ya me habían dicho que ellos no eran naturales de estas tierras, y que había mucho tiempo que sus precedesores habían venido a ella, y que bien creían que podrían estar errados en algo de aquello que tenían, por haber tanto tiempo que salieron de su naturaleza y que yo, como más nuevamente venido, sabría las cosas que debían tener y creer, mejor que no ellos; que se las dijese e hiciese entender, que ellos harían lo que yo les dijese que era lo mejor. Y el dicho Mutezuma y muchos de los principales de la ciudad dicha, estuvieron conmigo hasta quitar los ídolos y limpiar las capillas, y poner las imágenes, y todo con alegre semblante, y les defendí que no matasen criaturas a los ídolos, como acostumbraban, porque demás de ser muy aborrecible a Dios, vuestra sacra majestad por sus leyes lo prohíbe y manda que el que matare lo maten. El profundo sentido político que se deduce de esta ficción literaria cortesiana, basada en la historia religiosa y civil de los mexica, es evidente. Por ella la historia mexicana, otorga el dominio al rey de España sobre el territorio mexica, un fundamento jurídico similar al que le permitió presentar su candidatura al Imperio alemán y, en consecuencia, completamente independiente de la donación pontificia, lo cual, a su vez, autonomiza la conquista de México respecto al círculo del Caribe y la gobernación de Cuba. Aquí radica el argumento decisivo de Cortés, sobre el cual tiene que montar todo su edificio jurídico-político y, por supuesto, la decisión de hacer frente y apresar a Pánfilo de Narváez, e incorporar a su tropa a su propia compaña. Todo ello supone la entrada de Nueva España en el Reino particular. Cuando ya tiene montado este argumento decisivo, que expone al Rey en su segunda Carta --tema fundamental de la misma-- se producirá un auténtico cambio de actitud ideológica, que ocurre inmediatamente después de que el Rey reconozca --y le nombre-- para el triple cargo de Capitán General, Justicia Mayor y Gobernador, lo cual ocurre el 5 de octubre de 1522. Como pone de relieve Frankl30, ya en la tercera Carta de relación se insinúa una nueva consideración de la Nueva España como puente para el imperio universal, y expresarlo claramente en la cuarta Carta de relación, cuando se refiere a los navíos que ha ordenado construir en la costa del Mar del Sur (Pacífico): Tengo en tanto estos navíos que no lo podría significar; porque tengo por muy cierto que con ellos, siendo Dios Nuestro Señor servido, tengo que ser causa que vuestra cesárea majestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos que los que hasta hoy en nuestra nación se tiene noticia; a él plega encaminarlo como él sirva y vuestra cesárea majestad consiga tanto bien, pues creo que con hacer yo esto no le quedará a vuestra excelsitud más que hacer para ser monarca del mundo. Más adelante, dentro de la peculiar línea personal sobre la acción descubridora, Cortés expone sus proyectos para conocer el secreto de la costa, que es lo que descubrió Juan Ponce de León y de allí la costa de la dicha Florida, por la parte del norte, hasta llegar a los Bacallaos, con objeto de descubrir el estrecho que pasa a la Mar del Sur. Y por representárseme el gran servicio que aquí a vuestra majestad resulta ...he determinado de enviar tres carabelas y dos bergantines en esta demanda ...Plega Nuestro Señor que la armada consiga el fin que se hace, que es descubrir aquel estrecho, porque sería lo mejor, lo cual tengo muy creído, por en la real ventura de vuestra majestad ninguna cosa se puede encubrir, y a mí no me faltará diligencia y buen recaudo y voluntad para lo trabajar. Frankl llama la atención acerca de la yuxtaposición en este párrafo de la idea antigua de la fortuna principis con la místico-renacentista del spiritualis homo a quien la naturaleza se le revela espontáneamente, y la medieval castellana relativa a la obligación del pueblo de decir siempre la verdad a su Rey. A propósito de ello argumenta una vinculación del pensamiento cortesiana a la tradición gibelina, así como la persistencia del propio pensamiento medieval español. Resulta, pues, notoria, la transformación de las ideas políticas de Cortés entre la segunda y las cuarta y quinta Cartas de relación. Además, se corresponde con la propia transformación del pensamiento del monarca, que se fundía con la nación española, originando el erasmismo español31 y la robusta corriente de la monarquía universal, principalmente mantenida por Alfonso de Valdés y el jurista Miguel de Ulzurrun. Estas ideas se enriquecieron extraordinariamente con la traducción del Enchiridion militis christiani, al que considera Bataillon, con harta razón, motivador de una verdadera revolución espiritual en España, en la que participaría también Cortés, pues en sus cuarta y quinta Cartas de relación se encuentran huellas de un profundo erasmismo. Contrariamente, pues, a la afirmación de Madariaga que caracteriza a Cortés como un oportunista, lo que resulta de los núcleos de argumentación política y jurídica en sus Cartas de relación es un importante --y prácticamente desconocido-- mundo intelectual y un vigoroso y bien constituido pensamiento político en el que destaca, con fuerza, sólidas notas de modernidad. Contra Hernán Cortés se organizó, en su propio tiempo, un poderoso antagonismo que provino de dos cuerpos sociales e institucionales para los que, por diversas razones, Cortés no resultó persona grata: la nobleza tradicional y el sistema burocrático-administrativo. Como hombre de acción no percibió la enorme fuerza que en el Estado moderno adquirió la burocracia; como hombre de letras, no entró en el estilo romanista de interpretación de la letra legislativa. De ahí su constante enfrentamiento con oficiales reales, Audiencias, el primer virrey, los asesores peninsulares y, por supuesto, con el clan fonsequista en el largo pleito mantenido con Velázquez. Por su parte, la nobleza peninsular fue, desde el primer instante, el enemigo más serio de la empresa indiana, temorosa de perder la mano de obra básica para el cultivo de sus extensas propiedades y arrastrada por su característica endogamia, nunca pudo aceptar --excepto cortas excepciones-- a Cortés como un miembro de ella. Lo consideraron un intruso y ninguno regateó ocasiones para el desprecio o la burla, el vejamen o la calumnia contra el indiano ennoblecido con el título de Marqués del Valle de Oaxaca32. Les resultaba absolutamente extraño e imposible comprender que un pobre hidalgo pudiese, por hechos y hazañas realizados en un mundo distante, fabuloso y salvaje --según opinaban displicentemente-- levantarse hasta situarse a la altura de la nobleza cortesana, pulcra y atildada. Fuerzas demasiado poderosas tuvo frente a sí Cortés, pero siempre pensó que la autoridad se definía por la justicia más que por cualquier otra razón. Por ello, al final de su vida, en su querida España, se retiró al pueblo sevillano de Castilleja de la Cuesta, donde organizó a sus expensas una interesantísima tertulia literaria y humanística; en su testamento33 clamó para que su cuerpo no tardase en ser trasladado a México, que tanto le pesó destruir, aunque también tan rápidamente reconstruyó, como un verdadero modelo de ciudad occidental, en el mismo emplazamiento indígena, incluso contra el criterio de todos a quienes consultó34.
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Durante muchos siglos, las potencias extranjeras han asolado el Africa negra en busca de mano de obra esclava. Desde Tombuctú y otros puntos del interior, mercaderes musulmanes adquirían esclavos y los trasladaban por diferentes rutas hacia ciudades como Marrakech, Argel, Trípoli o El Cairo. Zanzibar era el punto desde el que salían hasta el importante encave de la isla Reunión. Otro puerto, Malindi, servía de puerta de salida hacia el Indico, la península Arábiga o, cruzando el Mar Rojo, la misma Constantinopla. También las plantaciones y minas de América fueron trabajadas por mano de obra esclava, procedente de Africa. Portugal tenía el monopolio sobre los puertos de Benguela, Luanda y Loango. Sao Tomé, Fernando Poo, Accra o Gorea, entre otros puntos de la llamada Costa de los Esclavos, eran objeto de la libre competencia entre europeos. Desde estos puertos salían las rutas transatlánticas de transporte de esclavos hacia América. Virginia y Luisiana en Norteamérica; Santo Domingo, Jamaica y Nueva Granada en la América central, y Pernambuco o Bahía, en la del Sur, eran los puntos de entrada de los esclavos al nuevo continente. Se calcula que, en total, entre 50 y 100 millones de personas fueron arrancadas y convertidas en esclavos a partir del siglo XV.
obra
Entre 1883 y 1887 Renoir vivirá un periodo de crisis, de ruptura con el estilo impresionista en el que estaba trabajando e inaugura el llamado "periodo seco". En palabras del propio artista: "Me di cuenta de que nuestro estilo era demasiado formalista, que era una pintura que llevaba a uno permanentemente a compromisos consigo mismo. Al aire libre, la luz es más variada que en el estudio, donde sigue inalterable para todo propósito y tarea. Pero justamente por esta razón la luz juega un papel excesivo al aire libre. No se tiene tiempo para pulir una composición, uno no ve lo que hace (...) Si un pintor pinta directamente al natural, en el fondo no busca sino efectos del momento. No se esfuerza en plasmar, y pronto sus cuadros se hacen monótonos". Este periodo de crisis afectará también de diferente manera a otros miembros del grupo como Pissarro, Degas, Monet y Cézanne, reaccionado de diferente manera y buscando soluciones personales a sus necesidades. La solución encontrada por Renoir se manifiesta en el empleo de un cuidado dibujo, modelando las figuras de manera exacta, recordando las obras de Rafael e Ingres, al tiempo que emplea tonalidades más suaves y frías.Si la obra maestra de esta etapa son las Grandes Bañistas, esta delicada escena protagonizada por Suzanne Valadon -una de las modelos más interesantes del momento que también trabajó como pintora y fue la madre de Maurice Utrillo- presenta las características de este periodo seco al emplear el maestro un potente y casi escultórico dibujo que enlaza con el clasicismo. La atractiva modelo se sitúa en un marcado primer plano, resaltando la luz su belleza, deteniéndose el tiempo en el instante que la modelo se hace una trenza. Lo que rodea a la figura carece de importancia para no restar nuestra atención, buscando Renoir con estos trabajos un refugio para la armonía y la felicidad.
contexto
Sobre el Panteón Real se levantó una tribuna o palco regio que bien pudo ser contemporáneo del Pórtico Norte. Mediante un gran arco, hoy cegado, se abría a la nave central de la iglesia. Este espacio en alto, sobre el Pórtico y a los pies del edificio, emulaba la tradicional capilla palatina de la monarquía asturiana, como las de San Miguel de Lillo o San Salvador de Valdediós. En la actualidad este recinto, que se llamó en tiempos Cámara de doña Sancha y hoy alberga el tesoro de la Colegiata, se cubre con una gran bóveda posterior. Esta reforma, obra probablemente de fines del siglo XII o principios de la centuria siguiente, nos impide saber si dicho ámbito contó con tres estancias como los referidos ejemplos astures o sólo con el único que hoy conocemos. Por otro lado, a causa de diferentes remodelaciones sufridas a lo largo de los siglos, nada nos aclara la tribuna que conserva la iglesia de San Pedro de Teverga y con la que siempre se le han buscado conexiones. Como en el caso del Pórtico Norte, la escultura de los capiteles de ese ámbito, aunque más tosca, también posee la huella cercana de la del Panteón.
contexto
Hay Imperios de nombre e Imperios efectivos. El Imperio romano existía de hecho dos siglos antes de su constitución como tal: el Sacro Imperio Romano Germánico lo fue de nombre y derecho, pero prácticamente no fue sino una verdadera confederación. Entre los aztecas se organiza una confederación, que realmente eso era el Imperio azteca de Tenochtitlan. El resultado de la alianza cuatripartita no sólo trae la perseguida muerte de Maxtla -o Maxtlaton, en forma despectiva-, sino la ruina de Azcapotzalco y, por consiguiente, el fin de la supremacía tecpaneca. Hora era ya de organizar un orden nuevo, y el encargado de ello, asesorado por la asamblea de los barrios o calpultin (plural de calpulli) mexicanos, es el nuevo tlacatecuhtli, sucesor de Itzcoatl: Motecuzoma Ilhuicamina, sobrenombre traducido por unos como "rayo del cielo" o "cólera divina", y también por "el colérico". Este organiza una triarquía integrada por los principales vencedores -Tenochtitlan y Texcoco, representados por Motecuzoma y Nezahualcoyotl (coyote hambriento)- y la modesta Tlacopan, colonia azteca en la ribera. Está unida la confederación para la conquista, la guerra, el reparto de botines y tributos: dos quintas partes para México, dos para Texcoco y una para Tlacopan. Los guerreros de las tres ciudades inician la salida del valle, hacia Cuauhnahuac (Cuernavaca en el decir español) y los territorios de Michoacán y de los totonacas. La riqueza de tributos, muchos de ellos en forma de prisioneros para las obras públicas y para las grandes fiestas con sacrificios humanos, comienzan a engrandecer materialmente a Tenochtitlan, capital de la confederación, ya que el tlatoani azteca era el jefe de ella. Se levantan edificios y templos de cantería y afluyen piedras y plumas preciosas, manufacturas y materias primas de calidad. Ihuicamina es realmente el iniciador del Imperio. No se engañaron mucho los españoles al considerar a su último sucesor como un verdadero emperador. Axayacatl -1469-1481- tiene ya una costumbre hecha para los caballeros águilas y para los caballeros ocelotl o tigres, que se adornaban con cabezas de estos animales como cascos. Aunque Tepeticpac -fortaleza de la irreducible república de Tlaxcallan- quedaba encerrada entre territorios conquistados y los tarascos de Michoacán -muy nahuatlizados, por otra parte- no fueron nunca vencidos, las tropas de los aztecas llegan hasta la Huasteca, cuyos habitantes, de raza y lengua mayas, estaban también muy influidos por la tradición tolteca, es decir, nahua. La vieja Tlaltelolco, monitora de los aztecas en su primera etapa de asentamiento en los islotes, es añadida a la ciudad. Todo parece augurar grandezas, pero una revolución se va fraguando insensiblemente: la del acceso de los hombres comunes -macehualtin- a la vida pública. El macehual ya no es el "vasallo", sino el guerrero, y el esplendor de México-Tenochtitlan se debe a su esfuerzo. Se perfila un período militarista que, de hecho, venía formándose desde Ilhuicamina. El "reinado" de Tizoc, aunque importante por haberse comenzado las obras del gran templo central de la ciudad, es breve y el mismo consejo tribal lo manda ejecutar, por razones oscuras. Interregno que no cierra la era de las conquistas, ya desde 1486 hasta 1502 el tlatoani Ahuitzotl extiende los dominios hasta el golfo de México y abre para la tributación los caminos que antes sólo frecuentaban los pochteca o comerciantes: 1a llamada "ruta del cacao", que llegaba a Soconusco y Guatemala. Antes les habían precedido emigrantes nahuas, como los pipiltin (pipiles del Salvador) y los nicaraos de Centroamérica.