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La Tirana es una de las mejores muestras de las obras de "casacón" pintadas por Casado del Alisal durante su estancia en Roma como director de la Academia Española de Bellas Artes. Nos presenta a una bella mujer sentada en un sillón, vistiendo un escotado traje en tonos azules y una chaquetilla de torero con alamares plateados y fondo azulado en sintonía con la falda. En su dedo meñique de la mano izquierda cuelga un abanico de plumas similar al de la Dama con abanico que acentúa el aspecto decorativo de la composición. Un cortinaje sirve de cierre a la escena, al igual que observamos en Flora. Una vez más Casado exhibe su pincelada minuciosa y detallista así como sus tonalidades vivas y brillantes, obteniendo un resultado muy preciosista, siguiendo la estela de Raimundo de Madrazo. Las críticas recibidas en el momento fueron favorables a la luz, el color y el estilo pero advirtieron escasez de expresividad en el rostro de la dama, falta de brío. Debemos advertir que Casado sí hace hincapié en el gesto de la dama, resaltando el carácter que hace honor a su apelativo.
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El emperador Tiberio no tomó las previsiones de Augusto para preparar una transmisión anunciada de su poder. No contamos con pruebas que garanticen si ello se debió a la desconfianza que tenía en los posibles candidatos de su familia o a que esperaba que el Senado reaccionara ante su muerte eligiendo al mejor de los senadores. Lo cierto es que Macro, el prefecto del pretorio, depositó su confianza en Calígula y consiguió, con el apoyo de sus tropas, que el Senado reconociera al punto al nuevo emperador concediéndole el imperium maius y la potestas tribunicia, además del título de Pontifex Maximus. Cayo César Augusto Germánico ha sido conocido por el apodo cariñoso de botita, caligula, que le dieron los soldados de su padre, Germánico. Con la forma de su elección se había sentado un precedente que se repetiría en ocasiones posteriores comenzando por su propia sucesión: la guardia pretoriana apoyaría al emperador dispuesto a concederle mayor autoridad y mejores compensaciones económicas. En este caso, se inclinaron por un joven de poco más de veinte años sin experiencia de gobierno. Calígula ha pasado a la posteridad como ejemplo de tirano que se sirve del poder caprichosamente y como el autor de los mayores delitos y locuras imaginables: mantenimiento de relaciones incestuosas con su hermana, autor de todo tipo de depravaciones, loco al pretender que lo consideraran divino, etc. A la creación de esa imagen ha contribuido la historiografía antigua, ante todo la biografía de Suetonio.
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A pesar de la estructuración realizada por Solón, las tensiones continúan. En el plano de las rivalidades gentilicias, un arconte, Damasias, pretendió prolongar el cargo de modo irregular. En el plano de la representación política, la importancia del arcontado se reveló, según Aristóteles, en que para intentar apaciguar la situación se eligieron nueve arcontes, cinco eupátridas, tres agroicos y dos demiurgos, representantes de la nobleza, el campesinado y las actividades artesanales que caracterizan ahora la ciudad. Luego, el conflicto o stasis se había quedado definido, según Heródoto, como un enfrentamiento entre los atenienses de la costa, páraloi, de la paralia, lugar junto al mar o playa, y los de la llanura. Los primeros estaban encabezados por Megacles, del genos de los Alcmeónidas, que al parecer tenían sus tierras en las zonas costeras próximas a Laurio, al sur del Atica, y los segundos tenían como dirigente a Licurgo, de los Eteobútadas, que suelen situarse en el demos de Bútadas, al noroeste de la ciudad. En esa disputa vio la oportunidad de intervenir Pisístrato, a cuyo padre, Hiparco, mientras sacrificaba en Olimpia, se le había aconsejado que no tuviera hijos. Era un peligro para la estabilidad representada por la aristocracia olímpica y defendida por los espartanos frente a los tiranos. Pisístrato pertenecía al genos de los Filaidas que se remontaba a Codro, rey de Atenas, descendiente de los Neleidas de Pilos. Se apoyaba en los diacrios o hyperakrioi, los que están a lo largo de o mas allá de las montañas. La Diakria se situaba al noroeste, entre Parnés y Braurón, donde se halla File y el demos de los Filaidas y se rinde culto a Artemis Brauronia. Fingió un atentado mientras se dirigía al campo y pidió ayuda al demos, apoyándose en el prestigio adquirido en su función como estratego frente a Mégara luchando por el puerto de Nisea y por Salamina, donde se sabe que se implantaron clerucos, colonos con una parcela de tierra, kleros, nuevo modo de solución de los problemas de la explotación agraria. La asamblea le concedió una guarnición de korynephoroi formada por individuos de la ciudad, astoi, ajenos al ejército hoplítico, con la misma denominación que la clase dependiente de Sición. Posiblemente, también en Atenas se vivían tensiones que podían llevarlos a la dependencia. El proceso iniciado con Solón tiene como virtual efecto su salvación, garantizada de hecho por Pisístrato. Así se introduce igualmente la práctica del misthós, de la paga para formar parte del ejército, medida alternativa y paralela, en desarrollo, a la exclusividad de los ejércitos hoplíticos. Según Aristóteles, los grupos en discordia podían definirse por los lugares en que cada uno practicaba la agricultura, pero también por criterios de orden político. Así, Megacles y los Alcmeónidas representaban la mese politeia, la constitución equilibrada tan querida por Aristóteles, la de Licurgo buscaba la oligarquía y Pisístrato resultaba ser el mas demótico y popular. Si las definiciones de los primeros grupos responden a los matices internos de la actitud que puede adoptar el genos aristocrático en su modo de distribución del poder, definida ésta más bien de acuerdo con las circunstancias de tiempos posteriores, Aristóteles especifica, en cambio, que en torno a Pisístrato se alineaban los que se habían quedado descargados de las deudas, porque continuaban en la miseria, aporía, y los que no estaban claramente integrados en el sistema gentilicio, es decir, los segregados y los absorbidos en la práctica política soloniana, que habían pasado a constituirse como thetes. Cuando se expulsó la tiranía, éstos serian sometidos a una revisión para la determinación del voto en las asambleas. Plutarco dice que sus partidarios estaban formados por la masa de los thetes. Es evidente que en la lucha gentilicia Pisístrato ganó apoyos ajenos a las clientelas aristocráticas y territoriales, lo que lo convirtió en el más próximo al demos. Pisístrato fue expulsado por la alianza entre Licurgo y Megacles. Sin embargo, luego este último lo hizo volver con la promesa de entregarle la mano de su hija, pero Pisístrato no quería tener hijos con ella. Las alianzas entre familias no daban el resultado buscado y tuvo que marcharse. Había entrado en la ciudad bajo la protección de una curiosa Atenea, representada por una corpulenta mujer tracia vestida de hoplita, tal vez en busca de nuevos apoyos en la ciudad a través de un patriotismo algo burdo, según lo cuenta Heródoto, con el servicio de los tracios, donde Pisístrato busca metales y mano de obra esclava en una nueva visión de las relaciones económicas y sociales. Pisístrato regresaría con nuevos apoyos, desde Eretria, en Eubea, con el respaldo económico de Tebas, ejércitos argivos que recibían un misthós, hombre y dinero de Lígdamis de Naxos, apoyado para obtener a su vez allí la tiranía. Nuevas relaciones internacionales se van fraguando en el desarrollo de las tiranías. Pero al desembarcar en Maratón, también recibió el apoyo, tanto desde la ciudad como de los distritos rurales. Las minas de Laurio, en Ática, y Pandeo, en Tracia, se convertirían en su apoyo económico, el que le permitiría encargarse, él solo, de los problemas de la comunidad y prescindir del ejército del demos, al que hizo deponer las armas ante el templo de Teseo, en el ágora. Según Aristóteles, ayudaba a los pobres para que cultivaran la tierra y no tuvieran que estar constantemente presentes en la ciudad. Con ello pretende estabilizar a la clase campesina, lo que hace que en el futuro aparezca entre ellos como un nuevo representante de la edad de oro. Alternativamente, la ciudad adquiere un nuevo auge como centro cultural y religioso. Allí se traslada el culto de Ártemis Brauronia y los festivales rurales de Dioniso, transformados así en Dionisias Urbanas, lugar de desarrollo de los festivales dramáticos. También las fiestas Panatenaicas adquirirían nuevo vigor, sobre todo en la época de sus hijos Hipias e Hiparco. Este fue considerado una especie de mecenas cultural de la ciudad y de su transformación edilicia. Pero fue muerto en uno de los festivales por rivalidades aristocráticas, complicadas al parecer por celos amorosos de tipo homosexual, por obra de Harmodio y Aristogitón, que luego recibirían culto como tiranicidas como si fueran héroes de la democracia. En el siglo V, Tucídides pondrá en guardia a sus lectores contra esta interpretación. El historiador advierte que sólo más tarde fue derrocada la tiranía y ello con el apoyo de los espartanos.
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El interés que siempre suscitó la obra de Degas en el ánimo de Toulouse-Lautrec motivó que realizara alguna obra como homenaje, encontrando en los desnudos de jóvenes en el baño pintadas por Degas en 1886 un motivo al que responder y homenajear. La figura de la joven pelirroja y con la piel muy blanca aparece de espaldas al espectador, situada entre dos sillones de mimbre y sentada sobre una alfombra. De esta manera sugiere el pintor que nos encontramos en su estudio, sin preocuparse por aludir nada más del entorno, en una muestra más de su radical naturalismo. La pose de la figura, con las medias medio bajadas y la camisa cayendo desde los hombros hasta la cintura, refuerza ese naturalismo ya que no existe ennoblecimiento en la postura. El colorido (con malvas, amarillos, verdes y azules) muestra el punto de partida de Toulouse-Lautrec desde el Impresionismo a pesar de que su interés se centra en el modelado y el dibujo, como podemos apreciar en el desnudo de la muchacha.
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Alfonso VIII de Castilla había logrado reunir un gran ejército cristiano formado por el rey de Aragón, un conglomerado de eclesiásticos y caballeros franceses (ultramontanos les llama Jiménez de Rada) y las mesnadas castellanas. Partieron de Toledo el 21 de junio de 1212. Tres días después tomaron el castillo de Malagón. Sigue, a continuación, la crónica del arzobispo de Toledo, que participó en la empresa. "Así pues, avanzando todos a la par desde allí, llegamos a Calatrava. Por su parte, los agarenos que en aquel lugar resistían inventaron fabricar unos abrojos de hierro y los esparcieron por todos los vados del río Guadiana; y como tenían cuatro punzones, quedaba uno de ellos hacía arriba sea cual fuese la forma en que cayeran, y se clavaban en los pies de las personas y en los cascos de los caballos. Pero como las invenciones de los hombres nada pueden contra la providencia de Dios, la voluntad de Dios fue que escasísimos, o casi ninguno, se hirieran con aquellos abrojos; y sobre la mano de la gracia de Dios, a modo de puente, atravesamos el río Guadiana y acampamos en derredor de Calatrava. Por su parte, los agarenos habían asegurado de tal manera aquella fortaleza con armas, estandartes e ingenios en lo alto de los torreones, que parecía bastante dificultoso asaltarla a quien lo intentara. Además, aunque esa fortaleza está en terreno llano, sin embargo una parte de su muralla es inaccesible al lindar con el río; por las otras partes está tan defendida por la muralla, los bastiones, fosos, torreones y baluartes, que parecía imbatible sin un largo castigo de los ingenios (...) Aprestadas las armas y repartidas entre países y príncipes las distintas zonas de la fortaleza, invocando el nombre de la fe arremetieron contra la fortaleza. Y por la gracia de Dios sucedió de tal modo que, en el domingo después de la festividad de San Pablo, ahuyentados los árabes, tornó Calatrava a manos del noble rey, e inmediatamente fue guarnecida por los frailes que tiempo atrás tenían allí su sede y devuelta al poder cristiano. Por su parte el noble rey no se reservó ninguna de las cosas que allí se encontraron, sino que se lo dejó todo a los ultramontanos y al rey de los aragoneses. Pero corno el enemigo del género humano no deja de malquerer las obras cristianas, introdujo a Satán en el ejército de caridad y encizañó los corazones de los envidiosos; y quienes se habían aprestado para la contienda de la fe dieron marcha atrás en sus buenas intenciones. Pues casi todos los ultramontanos, dejadas las enseñas de la cruz, abandonados también los trabajos de la batalla, tomaron en común la determinación de regresar a sus tierras. Por su parte el noble rey les hizo participes de los víveres de los suyos, proporcionó a todos cuanto precisaban; pero ni aun así pudo revocarse la obcecada resolución, es más, se marcharon todos en masa sin pena ni gloria, salvo el venerable arzobispo Arnoldo de Narbona, que con todos los que pudo reunir y con muchos nobles de la provincia de Vienne perseveró en su buena disposición sin apartarse nunca del bien. Y eran alrededor de ciento treinta caballeros; además de los infantes, de los que también se quedaron algunos. También se quedó Teobaldo de Blazón, de tierras de Poitou, persona noble y valerosa, hispano de origen y de familia castellana. El rey de los aragoneses continuó con todos los suyos hasta el final, unido al noble rey con inquebrantable amistad (...) Y así, tras la partida de los que abandonaron la cruz de Dios ante las dificultades, los hispanos solos, junto con los pocos ultramontanos citados más arriba, iniciaron esperanzados el camino hacia la batalla del Señor. Y en primer lugar llegaron a Alarcos, y habiendo acampado allí se apoderaron de la plaza, aparte de otros castillos cercanos. Durante aquel alto llegó el rey Sancho de Navarra..." Con su refuerzo, el ejército cristiano avanzó hasta chocar con los almohades en Las Navas de Tolosa el 14 de julio de 1212, infligiéndoles una tremenda derrota de la que ya no se recuperarían.
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La toma de Izcuzan Estando Cortés en Huacacholla, le dijeron que en Izcuzan, a cuatro leguas de allí, había gente de Culúa que lo amenazaba y que hacía daño a sus enemigos; fue allá, entró por la fuerza, lanzó fuera a los enemigos, unos por las puertas, y otros saltando por los adarves. Los siguió legua y media; prendió a muchos, y en fin, de seis mil que eran los que guardaban el pueblo, pocos escaparon de sus manos, y de un río que cerca de la ciudad pasa, en el cual se ahogaron muchos, por haberle cortado el puente para su seguridad y fortaleza. De los nuestros, los de a caballo pasaron pronto, mas los otros se detuvieron mucho. Ya Cortés tenía entonces ciento veinte mil combatientes, y más gente, que con la fama y victoria concurrían a su ejército desde muchas ciudades y provincias. Izcuzan es lugar de comercio, especialmente de fruta y algodón. Tiene tres mil casas, buenas calles, cien templos con cien torres, y una fortaleza en un cerrillo; lo demás está en llano. Pasa por allí un río que la rodea de grandes barrancos, en los cuales, y alrededor, hay una pared de piedra con su pretil, en donde tenían muchos ruejos. Cerca hay un buen valle, redondo, fértil y que se riega con acequias hechas a mano. El pueblo quedó desierto de gente y ropa, pues pensando defenderlo, se habían ido todos a lo alto y espeso de la sierra que está al lado. Los indios amigos de Cortés cogieron lo que encontraron, y él quemó los ídolos y hasta las torres. Soltó a dos presos para que fuesen a llamar al señor y vecinos, dándoles su palabra de no hacerles mal. Con esta seguridad, y porque todos deseaban volver a sus casas, pues los españoles no enojaban a quien se les entregaba, vinieron al tercer día algunos principales del pueblo a entregarse y a pedir perdón para todos. Cortés los perdonó y recibió; y así, al cabo de dos días estaba Izcuzan tan poblada como antes, y los presos sueltos; excepto que el señor no quiso venir, por temor, o por ser pariente del señor de México; y por esta causa hubo debate entre los de Izcuzan y los de Huacacholla sobre quién sería señor, pues los de Izcuzan querían que lo fuese un hijo bastardo de uno de sus señores que había matado Moctezuma. Los otros decían que fuese un nieto del ausentador, porque era hijo del señor de Huacacholla. En fin, Cortés interpuso su autoridad, y acordaron que fuese éste, y no el bastardo, por ser legítimo y pariente muy cercano de Moctezuma por vía de mujer; que como en otro lugar se dirá, es costumbre en esta tierra que hereden al padre los hijos que tiene en parientas de los reyes de México, aunque tengo otros mayores; y como era un niño de diez años, mandó Cortés que lo tuviesen, criasen y gobernasen dos caballeros de Izcuzan y uno de Huacacholla. Estando apaciguando esta diferencia y tierra, vinieron embajadores de ocho pueblos de la provincia de Claoxtomacan, que está a cuarenta leguas de allí, a ofrecer gente a Cortés y a entregársele, diciendo que no habían matado español ninguno ni tomado armas contra él. Era tanta su nombradía, que corría por muchas tierras, y todos los tenían por más que hombre; y así, le venían a porfía de muchas partidas embajadas; mas, porque no fueron tan importantes como ésta, no se cuentan.
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La toma de México De la manera que queda dicho ganó Hernán Cortés a México Tenuchtitlan, el martes 13 de agosto, día de San Hipólito, año de 1521. En remembranza de tan gran hecho y victoria hacen todos los años, en semejante día, los de la ciudad, fiesta y procesión, en la que llevan el pendón con que se ganó. Duró el cerco tres meses. Tuvo en él doscientos mil hombres, novecientos españoles, ochenta caballos, diecisiete tiros de artillería, trece bergantines y seis mil barcas. Murieron de su parte hasta cincuenta españoles y seis caballos, y no muchos indios. Murieron de los enemigos cien mil, y según otros dicen, muchísimos más; pero yo no cuento los que mató el hambre y pestilencia. Estaban a la defensa todos los señores, caballeros y hombres principales; y así, murieron muchos nobles. Eran muchos, comían poco, bebían agua salada, dormían entre los muertos, y estaban en perpetua hedentina. Por estas cosas enfermaron y les vino pestilencia, en la que murieron infinitos. De las cuales también se colige la firmeza y esfuerzo que pusieron en su propósito; porque, llegando al extremo de comer ramas y cortezas y a beber agua salobre, jamás quisieron la paz. Ellos bien la hubiesen querido a la postre, pero Cuahutimoccín no la quiso, porque al principio la rehusaron contra su voluntad y consejo, y porque, muriéndose todos, no dieron señal de flaqueza; pues se quedaban con los muertos en casa para que sus enemigos no los viesen. Por aquí también se conoce cómo los mexicanos, aunque comen carne de hombre, no comen la de los suyos como algunos piensan; pues si la comieran, no morirían de hambre. Alaban mucho a las mujeres mexicanas, y no porque se estuvieron con sus maridos y padres, sino por lo mucho que trabajaron en servir a los enfermos, en curar a los heridos, en hacer hondas y labrar piedras para tirar, y hasta en pelear desde las azoteas; que tan buena pedrada daban ellas como ellos. Se dio a México al saqueo, y los españoles cogieron el oro, plata y pluma, y los indios la ropa y el resto del despojo. Cortés hizo encender muchos y grandes fuegos en las calles, por alegría y por quitar el mal olor que los encalabrinaba. Enterró los muertos como mejor pudo. Herró muchos hombres y mujeres por esclavos con el hierro del rey, y a los demás los dejó libres. Varó los bergantines en tierra, dejó en guarda de ellos a Villafuerte con ochenta españoles, para que no los quemasen los indios. Estuvo ocupado en esto cuatro días, y luego pasó al real de Culuacan, donde dio las gracias a los señores y pueblos amigos que le habían ayudado. Les prometió gratificárselo, y dijo que se fuesen con Dios los que quisiesen, pues al presente no tenía más guerra, y que los llamaría si la hubiese. Con esto, se fueron casi todos ricos, y muy contentos con haber destruido a México, y por irse amigos de los españoles y en gracia de Cortés.
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La toma de Sagunto por Aníbal ha sido descrita al detalle por los autores antiguos hasta el punto de que sus descripciones aportan mucha información sobre las tácticas y métodos de guerra de la época. Para los historiadores filorromanos, el relato sobre los saguntinos, amigos de Roma, resistiendo con valentía a un ejército más poderoso para defender su libertad equivale a una exaltación indirecta de las virtudes romanas encarnadas ya en los saguntinos; es claro en este sentido el testimonio de Livio (21, 7-8; 11-12; 14-15). Tras un largo asedio, el 219 a.C., Aníbal toma Sagunto, una de las ciudades más importantes del sur del Ebro. El pretexto de Aníbal para el ataque a la ciudad fue la necesidad de proteger a las poblaciones vecinas de turboletas, que se sentían oprimidas por Sagunto. Roma no acudió á defender a los saguntinos ni les envió ayuda. El mensaje militar y político de la toma de Sagunto fue comprendido al punto por Roma. Ambas potencias comenzaron a hacer los preparativos para lo que sería un encuentro frontal de las mismas. A raíz de este acontecimiento, Roma crea dos cuerpos de ejército: el cónsul T. Sempronio Longo debía partir el 218 a Sicilia y, desde allí, pasar a Cartago, mientras el otro cónsul, P. Cornelio Escipión, debía dirigirse a Marsella y, desde allí, a la Península Ibérica. A su vez, el mismo 218 a.C., Aníbal somete a los pueblos hispanos situados entre el Ebro y los Pirineos (ilergetas, ausetanos, airenosios y lacetanos) y, una vez organizada la defensa de la Península, dirige sus tropas a Italia, iniciándose así la II Guerra Púnica, que no terminó hasta el 204 a.C. La discusión sobre la búsqueda del culpable de la II Guerra Púnica ha sido profusamente planteada en la historiografía moderna. Más de una treintena de artículos han tratado el asunto con interpretaciones que van desde la lectura rigurosa de matices constitucionales del Estado romano y del cartaginés con el intento de adivinar de qué lado estaba la decisión justa, hasta la aportación de explicaciones geográficas como la tan curiosa que sugería que el tratado del Ebro había sido realmente el tratado del Júcar. La realidad más cruda reside en la comprobación de que tanto Roma como Cartago deseaban la guerra para decidir con ella la cuestión central del mantenimiento de la hegemonía económica y política sobre el occidente del Mediterráneo.