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En el año 1478 Botticelli pinta esta tabla para Lorenzo di Pierfrancesco, primo del Magnífico. El destino de la obra era su villa campestre de Castello, en las cercanías de Florencia. En la izquierda de la composición aparece Mercurio, el dios mensajero y del comercio. A su lado se encuentran las Tres Gracias, enlazadas, por sus manos, recordando su postura los pasos de la danza cortesana. El centro de la escena está ocupado por Venus, la diosa del amor y del placer, sobre cuya cabeza se sitúa Cupido, con los ojos vendados y disparando sus flechas. La zona de la derecha está presidida por la Primavera, esparciendo las flores por la tierra. Flora, cuyo desnudo cuerpo es cubierto por un paño transparente, es perseguida por Céfiro, uno de los vientos. El fondo es un bosque que elimina cualquier referencia a la perspectiva. En este cuadro, Botticelli pone de manifiesto su dominio del color y del dibujo. Las figuras están modeladas con suavidad por luces y sombras, adquiriendo una corporeidad única. Sus miradas y sus cuerpos refuerzan la sensación de armonía y musicalidad que respira el conjunto. Los personajes se representan en la naturaleza, lo que equivale a describirla con la máxima precisión posible, como si se tratara de un ejercicio botánico. El tema del cuadro está en sintonía con las ideas neoplatónicas de la corte de los Médici, resucitando algunos de los episodios más destacados de la mitología clásica, entendida como saber válido. La obra se vincularía, por lo tanto, con los textos del neoplatónico Poliziano.
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Toulouse-Lautrec será uno de los mejores cronistas de su tiempo al representar escenas de la vida cotidiana aunque siempre encontremos un aspecto marginal en ellas. Esta imagen que contemplamos formaba parte de una serie que iba a acompañar un artículo en el diario "Paris Illustré" que dirigía su buen amigo Maurice Joyant. Representa a una familia burguesa en el momento de encaminarse hacia la comunión de su hija. La figura del padre empujando el carrito con el bebé está inspirada en su amigo y compañero François Gauzi, quien posó para Henri apoyándose en una silla del estudio. Los demás personajes fueron pintados de memoria. Nos encontramos ante una escena de gran frescura, realizada al aire libre, alejándose de los interiores que contemplamos en cuadros anteriores como Polvo de arroz o Vincent van Gogh, captando el asunto con total naturalidad, siguiendo la influencia de la fotografía y de la estampa japonesa al cortar los planos pictóricos. La escasez de colorido es otra importante característica, suplida con el realismo y la ligera dosis de humor que hallamos en la figura del caballero.
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Las primeras obras de Llimona, todavía académicas, nos muestran una serie de personajes típicos e históricos del país, como la estatua ecuestre de "Berenguer el Grande" modelada en Roma en 1888 y la "Modestia" (1891). Más tarde, su estilo derivó hacia unos modelos ya plenamente modernistas con influencias de Rodin y Meunier. Pertenecen a este periodo esta obra de 1897, el famoso Desconsol (1907) situado en el centro del estanque del Parque de la Ciudadela frente al Parlamento de Cataluña y "El Idilio".
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La sociedad de la primera etapa de la Edad de Hierro en Europa central vive, obviamente, un proceso de adecuación a una economía cada vez menos dependiente de la producción de bronce. A los grupos sociales del período la nueva economía los va impulsando hacia una mejor productividad de los recursos naturales (agrícolas, o de mineral) con el consiguiente bienestar para muchos. Aquellos grupos que cifraban su prosperidad en el control del acceso a las rutas del cobre y del estaño se verán, naturalmente, obligados a modificar sus hábitos comerciales para asegurarse su supervivencia. Regiones como Escandinavia, vitalmente ligadas a la producción de bronce, se verán particularmente desfavorecidas con la nueva situación. Centroeuropa, en cambio, se beneficia de las nuevas circunstancias económicas reinantes, por tener cubierta la provisión de metal y disponer de materias primas de las que hay fuerte demanda en el sur de Europa: sal y mano de obra humana. Como consecuencia de todo ello, la Centroeuropa de la Edad de Hierro terminará manteniendo lazos de relación comercial y social con la Europa mediterránea: con la culturas del norte de Italia, con Etruria, y con las colonias helénicas. Sus líderes se proveerán de bienes de prestigio sumamente valiosos. Pero no todo ocurre de la noche a la mañana. Mientras el final del proceso de transformación acaece, cosa que hay que asignar a la época de Hallstatt-D, la sociedad y la economía de la primera época de Hallstatt se prepara lentamente para ella. Al principio, el hierro es un material de prestigio, con el que sólo se fabrican adornos o espadas de hoja larga y afilada: las llamadas espadas de Mindelheim, cuyo nombre proviene del yacimiento arqueológico de Baviera en el que fueron encontrados. En las regiones occidentales del Hallstatt los establecimientos se sitúan en el llano; en la zona oriental hallstáttica, en cambio, los poblados ocupan las alturas. La diferencia entre ambos sectores no es tan sensible en el ritual de enterramiento. La cremación va desapareciendo en favor de la inhumación. Hallstatt es precisamente la excepción. El cementerio está en un llano, y las tumbas más ricas de esta fase son de incineración. En superficie, las necrópolis de Hallstatt forman grupos de túmulos, quizá reveladores de linajes, castas o entidades familiares. Los enterramientos se realizan en cámaras recubiertas de placas de madera. Los ajuares contienen espadas de hierro y de bronce, piezas de atalaje de caballo, en su mayoría de bronce, armas de ceremonia de bronce (cascos y corazas), y un carro o furgón. En la provincia oriental de Hallstatt los adornos personales de oro y de bronce dotan a las sepulturas de particular riqueza. En esta región, por otra parte, se dan, en lo arqueológico y en lo artístico, ciertas coincidencias con las culturas del norte de Italia, de las localidades de Este y Golasseca.
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Será a partir del verano de 1942 cuando el Proyecto Manhattan se ponga realmente en marcha: se procede a la construcción de fábricas de enriquecimiento de uranio en Tennessee, mientras que la producción de plutonio se efectúa en una región del río Columbia. El centro fundamental de actividades se sitúa en Los Alamos, en el Estado de Nuevo México, en lo que fue denominado campo de concentración de sabios, que los científicos empleados se comprometieron a no abandonar hasta seis meses después de haber finalizado el conflicto. Un jefe militar, Leslie R. Groves, es nombrado coordinador general del proyecto y encarga al físico norteamericano formado en Alemania Robert Oppenheimer la planificación de las acciones concretas a realizar, siempre dentro del más absoluto secreto. El desarrollo de los acontecimientos haría posible que el Proyecto Manhattan se elevase a un primer plano de importancia para el Gobierno de Washington. De hecho, la guerra actuó como el agente fundamental en el progreso de la investigación sobre la energía atómica en una medida determinante. El Proyecto reunía junto a un amplio grupo de científicos seleccionados de entre los más cualificados de la época a unas ciento cincuenta mil personas que participaron en sus realizaciónes prácticas. Las cantidades asignadas al mismo revelan la importancia que le había sido otorgada: al final de la guerra contaba con un presupuesto superior a los dos mil millones de dólares. Ello haría posible que en el plazo de tres años fuesen producidas dos clases de bombas atómicas, las que contaban con un detonante de uranio y las que lo tenían fabricado en plutonio. El desierto del Alamo Gordo, asimismo en el Estado de Nuevo México, sería el escenario de la primera prueba efectuada con estas nuevas armas. A las 5.30 horas del día 16 de julio de 1945 se llevó a efecto la explosión de una bomba de fisión. El reducido grupo de conmovidos espectadores presentes en el acto tenía clara conciencia en aquel momento de que el mundo penetraba en una nueva etapa de su Historia: la Era Atómica. La comprobación material del éxito obtenido con el terrible instrumento hizo posible que los responsables de Washington pudiesen enviar al Presidente Truman, reunido por entonces en Potsdam con sus aliados británico y soviético, el telegrama cuyo texto se haría célebre: "El niño ha nacido bien". Ahora, solamente quedaba por decidir la crucial cuestión de una posible utilización contra Japón, cuya dura resistencia todavía no hacía prever un inmediato derrumbamiento.
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El continuo rechazo sufrido por los jóvenes artistas franceses por parte de las instituciones académicas les llevaría a organizar su propia exposición. La muestra tuvo lugar entre el 15 de abril y el 15 de mayo de 1874, en las salas del fotógrafo Nadar. El grupo reunió 175 telas para la exposición. Cézanne envió dos paisajes de Auvers y su Nueva Olimpia; Degas, diez cuadros con su característica temática de bailarinas y carreras de caballos; Monet siete bosquejos al pastel y cinco óleos; Berthe Morisot, nueve pinturas; Pissarro envió cinco paisajes, el mismo número de obras que Sisley; Renoir, seis telas entre ellas El palco y la Bailarina. El resto de los miembros de la Sociedad Anónima Cooperativa de Artistas Pintores, Escultores y Grabadores presentó ciento catorce obras. Los críticos fueron muy severos con la muestra o se negaron a tomarla en serio. Uno de ellos, llamado Louis Leroy, será el culpable del nombre del grupo, al denominarles despectivamente impresionistas, tomando el título de uno de los cuadros de Monet, Impresión, sol naciente, como apelativo del nuevo estilo que se estaba gestando.
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Resultaría poco menos que inútil tratar aquí de desarrollar de forma pormenorizada los múltiples incidentes que tuvieron lugar entre la población española y las tropas francesas durante estos años, y exponer todas las operaciones que desplegaron ambos ejércitos, cuando historiadores como Geoffroy de Grandmaison necesitó tres volúmenes y Gómez de Arteche catorce para historiar la Guerra de la Independencia. Nos limitaremos, por tanto, a señalar las fases más importantes del conflicto y a destacar sus aspectos más significativos. Al iniciarse las hostilidades, los ejércitos franceses sumaban algo más de 110.000 soldados, que bajo el mando de Murat se distribuían en cinco cuerpos de ejército. A estas fuerzas se sumaron 50.000 hombres a mediados de agosto de 1808. El ejército español, por su parte, contaba con 100.000 hombres encuadrados en las tropas regulares, de los que 15.000 colaboraban con las imperiales de Dinamarca antes de que se produjese la invasión de la Península. La superioridad numérica de las fuerzas francesas se veía acentuada por la mayor movilidad y autonomía de sus Divisiones. La estrategia francesa se basaba fundamentalmente en una serie de factores que llevaba a sus soldados a una continua acción ofensiva. Frente a la línea de combate, utilizada por los españoles y los ingleses, los franceses oponían la formación en columna. El levantamiento español de mayo de 1808 provocó la inmediata puesta en movimiento de los cuerpos de ejército del general Junot, que se hallaban en Portugal, y los de Duhesme, situados en Barcelona. Las fuerzas de Moncey y Dupont, concentradas en torno a la capital, conservaban su comunicación con Francia, gracias a las tropas de Bessiéres que, desde Vitoria, cuidaban de la protección de la ruta vital que llevaba a la capital de España. El plan que había fraguado Napoleón consistía en una rápida ocupación del país, aun a costa de diluir sus fuerzas. Bessiéres, sin perder el control de la comunicación Madrid-Bayona, ocupó Zaragoza, mientras que las fuerzas reunidas en la capital marcharían sobre Valencia y Sevilla. Este plan estratégico tendría unas consecuencias nefastas, al dejar extensas partes del territorio español aisladas, sin ninguna conexión entre sí, y sin guarniciones suficientes para garantizar la retaguardia. Por otra parte, Napoleón, al no calibrar suficientemente la fuerza de sus oponentes, había enviado a España soldados bisoños, sin gran experiencia y de escasa presencia por su mala uniformación y su deficiente porte, tan distintos a esa imagen que se había creado en toda Europa de unos militares aguerridos, disciplinados e impresionantemente eficaces. Una primera fase de la guerra tuvo lugar durante la primavera-verano de 1808. Durante estos meses, la acción de las tropas napoleónicas tuvo unos resultados muy distintos de los previstos por sus altos mandos. El general francés Bessiéres no pudo ocupar Zaragoza, defendida bravamente por Palafox. Las tropas que fueron enviadas en su ayuda desde Cataluña tuvieron que volverse al ser detenidas en el Bruch en dos ocasiones. La expedición a Valencia también fracasó al pie de sus murallas. Pero el mayor fracaso del ejército francés se produjo en Andalucía. El general Dupont, tras saquear Córdoba, se encontró aislado en Andújar. La Junta de Sevilla improvisó un ejército que, al mando del general Castaños, hizo sufrir a los franceses, que no se adaptaron ni al calor ni al terreno, una estrepitosa derrota. Era la primera vez que un cuerpo del ejército de Napoleón se rendía ante el enemigo en campo abierto. La desaparición del ejército de Andalucía tuvo como consecuencia la retirada de los franceses sobre Vitoria para impedir el corte de sus comunicaciones. Por su parte, el ejército de Portugal, que se encontró de esta forma aislado y lejos de la ruta de Madrid, negoció con los ingleses su retirada a Francia por mar a bordo de buques británicos. Así pues, en la primera fase de la guerra fallaron los planes de Napoleón, quien tuvo que tomarse en serio la campaña de la Península.
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Como Guerra de los Cien Años se conoce desde el siglo pasado al enfrentamiento bélico que sostuvieron Francia e Inglaterra durante gran parte de la Baja Edad Media. Auténtica sucesión de conflictos, esta pugna acabó arrastrando a otros reinos occidentales, por lo que puede ser considerada la primera gran guerra internacional europea. La reclamación de los derechos de Eduardo III de Inglaterra (1327-1377) al trono de Francia ha sido considerada tradicionalmente el origen de la guerra. Sin embargo, esta coartada o pretexto dinástico, que en ocasiones sí impulsó el conflicto, sólo fue una de sus causas, y no la primera. En la génesis de esta prolongada guerra convergen diferentes razones político-económicas: la principal fue el control de la rica Guyena o Gascuña, último reducto francés del Imperio Angevino de Enrique II Plantagenet (1154-1189), lo que convierte esta guerra en el último episodio de la secular pugna Capeto-Plantagenet por el dominio de Francia. Guyena era feudo inglés, pero los reyes de Francia consideraban que, como soberanos feudales, tenían derecho a intervenir en sus asuntos internos. Esta inadaptación feudal a las nuevas circunstancias políticas y económicas generaría permanentes incidentes, como las confiscaciones francesas de Guyena en 1294 y 1323. La hostilidad anglo-francesa se agudizó por culpa de conflictos periféricos menores como el apoyo francés a Escocia contra la hegemonía inglesa, el control del estratégico ducado de Bretaña y la cuestión sucesoria de Artois. Sin embargo, la chispa del conflicto fue Flandes, otra fuente de disputas debido a la peligrosa contradicción existente entre su dependencia económica de la lana inglesa y su subordinación feudal a los reyes de Francia, problema agravado por la lucha social entre la nobleza profrancesa y los grupos urbanos proingleses. Tras el sometimiento de la rebelión de las ciudades flamencas en la batalla de Cassel (1328), el conde de Flandes Luis de Nevers y Felipe VI de Francia se aliaron en perjuicio de los vitales intereses ingléses en la zona, a lo que respondió Eduardo III con una medida explosiva: en 1336 prohibió las exportaciones de lana inglesa a Flandes, arruinando a los artesanos flamencos. Un año después Felipe VI procedió a la tercera confiscación de Guyena. Eduardo III rompió entonces el homenaje prestado en 1329 y reclamó el trono de Francia. La cuestión dinástica, menor hasta esa fecha, adquirió entonces un papel esencial al convertirla Eduardo III en la única forma de asegurar el vital dominio inglés sobre Guyena.
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Muy activos políticamente y muy radicales -para ellos Dada era un grito de combate-, los dadaístas berlineses editaron panfletos, manifiestos, periódicos... y participaron en la sesión en que se constituyó la república de Weimar, en febrero de 1919. Allí, Baader, el más Dada de todos, Oberdada, repartió panfletos en los que se informaba de que pronto tomaría el poder el Consejo Dada para la revolución mundial; en otra ocasión, en la catedral de Berlín, el mismo Baader interrumpió al predicador. Tampoco Franz Jung se paró en barras: robó un barco en altamar, en el Báltico, y lo llevó a Leningrado como regalo a la Unión Soviética. Sin embargo, el acto más espectacular de Dada en Berlín tuvo lugar en junio de 1920, en la galería de Otto Burchardt, la Primera Feria Internacional Dada, organizada por Hausmann -Dadasoph-, Heartfield -Monteur dada- y Grosz -Marshall-. Allí se expusieron casi doscientas obras dada de toda Europa, en un clima de provocación, que iba desde el tono político de la Feria hasta la obscenidad manifiesta, pasando por un claro antimilitarismo.Las bestias negras, o los leitmotivs de la Feria eran la república de Weimar, con las secuelas de la guerra: mutilación, hambre, miseria, prostitución... que se presentaban con toda crudeza, y la concepción burguesa del arte. En el marco de la crítica artística se exhibían, entre otras muchas cosas, Obras maestras corregidas, montadas por Grosz y Heartfield, sobre cuadros de Picasso y Rousseau y Obras de escultura de la antigüedades perfeccionadas, como la Venus de Milo y el Apolo de Belvedere, que alcanzaban su perfección mediante cabezas modernas. Heartfield en el anuncio de la Feria decía: "El movimiento dada conduce a la desaparición del mercado artístico". No era menos brutal la crítica política: el soldado alemán colgado del techo con cabeza de cerdo, llamado el Arcángel prusiano, los cuadros de Otto Dix, Aptos para el trabajo en un 45 por 100 y de Grosz, Alemania, un cuento de hadas (destruidos), aparecían junto a octavillas, grabados, fotomontajes, collages, muñecos... y frases como "El hombre dadaísta se opone radicalmente a la explotación; el sentido de la explotación no produce más que necios y el dadaísta desprecia la necedad y ama el sinsentido".En Berlín la situación política era tan acuciante que incluso este tipo de acciones, que provocaron un proceso por injurias al ejército del Reich, se quedaban cortas para los artistas, a muchos de los cuales el compromiso les llevó a la liga espartaquista. Por otro lado, muchos de los rasgos del expresionismo berlinés de los años veinte están presentes ya en la Feria Internacional Dada.
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Al mismo tiempo que se declaraba el Estado de Israel se iniciaba la primera Guerra árabe-israelí, que daría lugar al más persistente conflicto de la Historia del mundo actual. La situación militar de partida puede ser descrita de una manera que podría hacer pensar en la inevitable victoria de los árabes. En efecto, las milicias judías disponían de tan sólo unos 70.000 hombres, sin otra capacidad que la de una guerrilla y sin medios pesados ni aviación, mientras que los árabes tenían una cifra muy difícil de calcular de unidades militares de los países del entorno y unos veinte mil palestinos en unidades irregulares. Pero la realidad es que el armamento árabe estaba envejecido, la coordinación entre las acciones militares fue prácticamente nula y resultó de la máxima importancia el tipo de combatiente que actuó, en realidad, occidental en el caso de los judíos. Éstos tuvieron en Ben Gurion un liderazgo firme y decidido y emplearon mucho mejor sus recursos (cuando hubo aviones realizaron cinco veces más salidas que sus adversarios). La batalla decisiva tuvo lugar en la carretera entre Tel Aviv y Jerusalén y acabó con la división de esta ciudad en dos y con la ocupación del territorio previsto por parte de los israelíes, con la excepción tan sólo del desierto del Neguev. En junio de 1948, el conde Bernadotte, intermediario nombrado por las Naciones Unidas, consiguió una primera tregua entre los combatientes y propuso una nueva fórmula que hubiera supuesto la división del territorio de Jordania entre los Estados palestino y judío. Pero los combates se reanudaron en julio y a partir de este momento las victorias judías se sucedieron una tras otra. En el desierto del Neguev, por ejemplo, hasta tres mil egipcios fueron hechos prisioneros; uno de ellos era el futuro presidente egipcio Nasser. Allí, las ofensivas israelíes le proporcionaron victorias que hubieran podido suponer la destrucción del Ejército egipcio y la llegada hasta el Canal de Suez de no ser por las advertencias británicas de llegar a una intervención como consecuencia del pacto suscrito con este país. En estas circunstancias, asesinado el conde Bernardotte por un grupo radical israelí, su sucesor Ralph Bunche consiguió un cese el fuego en enero de 1949. Entre febrero y julio, toda una serie de armisticios fue suscrita en la isla de Rodas entre Israel y los distintos Estados árabes, con la excepción de Iraq. Se trató de acuerdos exclusivamente militares que, por lo tanto, no significaban la determinación de fronteras permanentes, por más que diera la sensación de que los árabes reconocían al Estado de Israel. Si antes la política mantenida por los países árabes había consistido en repudiar el reparto ahora pasó a defenderlo cuando tuvo lugar la derrota. Pero el Estado de Israel había sido gestado en el combate y ya no quiso volver atrás. Habían muerto 6.000 judíos, el 1% de la población, una proporción semejante al número de franceses caídos en la Primera Guerra Mundial. En las zonas controladas por los árabes no quedó un solo judío pero, en cambio, unos 200.000 árabes se mantuvieron en zona controlada por los judíos. A partir de este momento, se inició el inacabable proceso para intentar llegar a la paz. Las conversaciones, a veces llevadas a través de intermediarios por la negativa de los contendientes a aceptar incluso sentarse con el adversario, se celebraron en Suiza y más tarde en París, pero el acuerdo fue imposible. Una parte de las razones derivó de la conmoción que en el mundo árabe se había producido como consecuencia de la derrota con asesinatos de dirigentes o sustitución de los regímenes. En julio de 1952, por ejemplo, la derrota supuso la sustitución de la Monarquía y la aparición del régimen de los Oficiales Libres en Egipto, pero ya antes el rey Abdallah de Transjordania, que se había mostrado dispuesto a unificar a los palestinos bajo su mandato, había sido asesinado -en el mes de julio anterior- cuando entraba en la mezquita Al Aqsa de Jerusalén. A mediados de los años cincuenta, en un momento en que se hacía presente en Medio Oriente una evidente voluntad de intervención soviética y la aparición de un neutralismo activo, la confrontación entre árabes e israelíes aparecía de forma semejante o peor que la de 1948.