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Los etruscos sentían predilección por las fieras lactantes, por considerar quizá que en tal estado extreman ellas su agresividad. La Tumba de las Leonas de Tarquinia y otros sepulcros de la época dan muestras de esa predilección, como también lo hacen los símiles homéricos que para realzar el coraje de un guerrero lo comparan a la leona, la loba o la jabalina que han dejado a sus crías en el cubil. Igual cometido pudo tener la estatua de una loba -quizá esta misma- que se hallaba en el Comitium de Roma al pie de la ficus Ruminalis, la higuera consagrada a Júpiter, a cuyo pie habían sido expuestos Rómulo y Remo. La loba bastaba por sí sola para señalarla sacralidad del lugar y dispensarle protección. Pero en el año 295, cuando empieza a soplar sobre Roma la corriente renovadora del primer helenismo; los hermanos Ogulnios, los mismos que sustituyeron la vieja cuadriga del fastigium del Templo de Júpiter en el Capitolio por otra de aire más moderno, pusieron bajo las ubres de la Loba Ruminal las estatuas de los gemelos fundadores (Livio X, 23: lovemque in culmini cura quadrigis et ad ficum Ruminalem simulacra infantium conditorum urbis sub uberibus lupae posuerunt). Así pues, cuando ya no se entendía el sentido de las fieras arcaicas, la Loba quedó convertida por los Ogulnios en mater Romanorum. No se sabe cómo, los gemelos perecieron en el naufragio de la Antigüedad. Y durante todo el Medioevo, cuando la vio magister Gregorius a la puerta del Laterano, estuvo la Loba a la vista de otro público de gusto arcaico, que se estremecía de emoción ante las fieras, sin echar en falta el complemento idílico de Rómulo y Remo. Hubo de sobrevenir en el Renacimiento una nueva época de humanismo para que un escultor de entonces, quizá Antonio Pollaiuolo, volviese a ponerle unos gemelos lactantes, creando con ello uno de los pastiches más famosos y mejor logrados de la historia del arte. Un lugar consagrado a Marte, a Apolo, o al Hades etrusco, las tres divinidades itálicas asociadas con el lobo, era el destino idóneo de esta Loba ancestral de los romanos, vigilante, amenazadora y firme en su actitud, obra de un gran artista de comienzos del siglo V.
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Las escenas de género serán muy frecuentes en la pintura holandesa actualizando a medida que pasa el tiempo su temática. En este caso Van Gogh nos presenta el gentío ante una administración de loterías de La Haya. Numerosas personas se agolpan esperando adquirir una participación que las saque de la miseria a la que parecen abocadas por su condición humilde. Podríamos encontrar un significado moralizante a una obra quizá pintada ante la admiración de un hecho frecuente. Las figuras se ubican en el espacio correctamente, consiguiendo una soberbia sensación de profundidad al disponerlas en diferentes planos para cerrar la composición con una pared donde se abre el arco de la puerta de la oficina. La oscuridad del interior parece engullir a los jugadores que se presentan en su mayoría de espaldas. Los trazos rápidos, casi violentos, protagonizan una escena en la que las tonalidades oscuras son las más abundantes, ligeramente animadas por las cofias de las mujeres y el manto rojizo de una de ellas. Las líneas de las baldosas refuerzan la perspectiva en un alarde de perfección que demuestra el interés tomado por Van Gogh durante su estancia en el taller de su tío Anton Mauve.
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Louisiana era una colonia en el bajo Mississippi, pero para los franceses era teóricamente el territorio existente entre el sur de la Nueva Francia y el norte de México, al oeste de las colonias inglesas en Norteamérica. Es decir, casi todo lo que hoy son los Estados Unidos. Con el siglo empezó realmente el intento de colonización en la Louisiana, que prácticamente se había descubierto a fines de la centuria anterior. Pierre y Jean Baptiste Le Moyne, señores de Iberville y de Bienville, fueron sus impulsores. El primero de ellos, marchó a Francia buscando apoyo para la colonización y se vio inmerso en la Guerra de Sucesión española, que quiso aprovechar para expandir la Louisiana a costa de las colonias inglesas en Norteamérica. Murió en La Habana cuando se preparaba para ello y le sucedió su hermano Bienville, quien decidió ocuparse de los cien colonos establecidos en la desembocadura del Mississippi. En 1711 fundó Mobile, en la bahía del mismo nombre, trasladando allí a los pobladores que había en Biloxi. En total se reunieron unos 400 entre colonos y soldados. La firma posterior del tratado de Utrecht no tuvo consecuencias para Louisiana. Bienville hizo una campaña de alianza con los indios y en 1716 erigió Fort Rosalie, aguas arriba del Mississippi, que se convertiría posteriormente en Natchez. Tras un desafortunado intento de la Compañía de Occidente para monopolizar Louisiana, cuyo único resultado fue el envío de algunos colonos alemanes, presidiarios y prostitutas franceses y algunos esclavos, Bienville fue nombrado Gobernador. Una de sus primeras actuaciones fue fundar Nueva Orleans en 1718, a unos cien kilómetros de la desembocadura del Mississippi. Pronto sería la capital de la colonia y la cabecera de un pequeño hinterland en el que se cultivaba tabaco, arroz y legumbres. Bienville administró la colonia hasta 1743 y durante sus diez últimos años, como gobernador real. Logró mejorar algo la situación de Louisiana y la conectó con Nueva Francia, pero fracasó en sus intentos de expandirla hacia Texas y de sostener buenas relaciones con los indios. Hubo tres guerras con los indios Natchez y muchos conflictos con las tribus de Arkansas. La política de fortificaciones en el Mississippi condujo, además, al enfrentamiento con las colonias inglesas, que vieron frenada su expansión por el oeste. La colonia no logró sobrepasar los diez mil habitantes (1763), incluidos los esclavos. Tampoco se logró ninguna producción agrícola comercializable de importancia. Tras la Paz de París (1763), que motivó la pérdida de Nueva Francia, Luis XV no manifestó el menor interés por seguir sosteniendo una pobre colonia ambicionada por los ingleses y la cedió a España.
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En los últimos diez años se han producido en el mundo varios acontecimientos de enorme repercusión: el final de la guerra fría, que ha permitido reducir los gastos militares y extender las libertades políticas a la mayor parte de la población del planeta; la reforma económica en China, que ha mostrado un gran vigor y tenido un éxito notable, lo que ha abierto el camino de la prosperidad a más de 1.200 millones de personas; por último, la creciente toma de conciencia de la gravedad de los problemas medioambientales como el efecto invernadero, la destrucción de la capa de ozono, la lluvia ácida, etcétera. El progreso ha sido por tanto espectacular. Sin embargo, el subdesarrollo sigue siendo una asignatura pendiente en el mundo de hoy. Es urgente, como ha reclamado insistentemente el PNUD, "un pacto internacional para promover el desarrollo humano".Con objeto de crear un orden internacional más justo, es imprescindible al menos la reforma de los principales organismos multilaterales del sistema de las Naciones Unidas. Especialmente clamorosa es la necesidad de cambiar los comportamientos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, las dos instituciones gemelas nacidas de la conferencia de 1944 de Bretton Woods. Hay que otorgar al Tercer Mundo una mayor capacidad de influencia en la toma de decisiones de esos dos organismos, para evitar que se mantenga su sesgo actual en favor de los países desarrollados. Por otra parte, es necesario y posible liberar recursos financieros para conseguir objetivos de desarrollo, como la universalización de la educación básica, de la asistencia médica primaria o del acceso al agua potable; la eliminación de la desnutrición aguda; el mayor acceso a los métodos de planificación familiar; así como el descenso paulatino de la pobreza absoluta, para lo que será necesario aumentar el empleo y el crecimiento económico general. Para obtener esa financiación, el PNUD recomienda las siguientes medidas fundamentales:- proseguir y acentuar la reducción de los gastos militares en los países desarrollados y subdesarrollados, para ampliar el llamado "dividendo de la paz";- aumentar y, sobre todo, reformar la ayuda oficial al desarrollo, que apenas alcanza, para los objetivos de la OCDE, un 0,35 por 100 de su PNB (la mitad del objetivo propuesto hace veinte años por las Naciones Unidas) y que es necesario reorientar hacia los países más pobres y los gastos prioritarios desde el punto de vista humano;- condonar una parte significativa de la deuda externa, que actualmente bloquea las posibilidades de desarrollo en muchos países del Tercer Mundo;- abrir los mercados solventes de los países desarrollados a las exportaciones de los del Tercer Mundo, especialmente en productos agrícolas y artículos textiles y de confección, ya que el proteccionismo actual es una de las manifestaciones más claras de la falta de solidaridad internacional;- finalmente, impulsar la financiación internacional del desarrollo sostenible, esto es, respetuoso con los equilibrios ecológicos.Medidas ciertamente ambiciosas, pero imprescindibles para empezar de una vez a colmar la brecha que existe entre desarrollo y subdesarrollo.
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La conceptualización del SIDA como síndrome cubre el periodo comprendido entre junio de 1981 -fecha de difusión de la primera voz de alarma acerca del nuevo fenómeno patológico- y mayo de 1983, en que su germen causal fue aislado. La construcción de este primer paradigma tuvo lugar de forma predominante en Estados Unidos. Durante estos dos años, epidemiólogos y clínicos norteamericanos detectaron y caracterizaron la nueva enfermedad con arreglo a criterios estrictamente epidemiológicos, lo que les llevó a identificar grupos "de alto riesgo" y a ofrecer sugestivos modelos y símiles. Desde mediados de 1981 el Morbidity and Mortality Weekly Report, boletín epidemiológico semanal de los CDC de Atlanta, anunció de forma reiterada un incremento súbito y casi simultáneo en Nueva York y California, en la incidencia, desde meses atrás, de dos enfermedades muy inusuales y propias de individuos con sistemas inmunitarios defectuosos (lactantes) o severamente deprimidos (ancianos o pacientes sujetos a terapia inmunosupresora): la neumonía por Pneumocystis carinii o pneumocistosis y el sarcoma de Kaposi. Epidemiólogos y clínicos se veían también sorprendidos por la aparición de ambas enfermedades en un grupo social inesperado, el de los varones homosexuales. La noticia más temprana -junio de 1981- indicaba que desde octubre de 1980 habían aparecido en Los Angeles cinco casos de pneumocistosis en varones jóvenes (29-36 años), homosexuales previamente sanos, cuyo sistema inmunitario aparecía severamente deprimido según los análisis efectuados. Un mes después, el boletín de los CDC hacía referencia a un súbito incremento en la incidencia del sarcoma de Kaposi, en los treinta meses anteriores a la fecha: 26 varones jóvenes (26-51 años) y de condición homosexual, de las ciudades de Nueva York y San Francisco. Varios de estos individuos presentaban también pneumocistosis y algunos incluso otras infecciones oportunistas: infección por citomegalovirus, toxoplasmosis cerebral, candidiasis extensiva, meningitis criptocócica e infección por herpes simple. En el caso de Los Angeles, los propios médicos que atendieron a estos pacientes alertaron a los CDC sobre la extrañeza de los casos vistos. En Nueva York, en cambio, sólo los servicios federales de vigilancia epidemiológica se percataron en un primer momento de las verdaderas dimensiones del problema, debido a que el total de pacientes atendidos se repartió entre un número mucho mayor de hospitales universitarios. En este segundo caso, el detonante de la alarma epidemiológica fue el incremento en la demanda de un medicamento -la pentamidina- que el Estado distribuía al margen de los canales comerciales y que sólo se administraba ante casos, muy raros, de resistencia del parásito responsable de la pneumocistosis a los antibióticos convencionales (tan sólo dos casos en el periodo 1967-1979). En abril de 1981, un técnico responsable de las ordenanzas para los medicamentos de uso no habitual informó al director del servicio de enfermedades parasitarias acerca de nueve peticiones procedentes de Nueva York desde febrero, al tiempo que se hacía eco ante éste de los rumores acerca de una inhabitual presencia de ciertos sarcomas no comunes en aquella ciudad. En los meses siguientes, el boletín epidemiológico de los CDC continuó publicando noticias de nuevos casos de pneumocisto y otras infecciones oportunistas, de sarcoma de Kaposi y de un linfoma de tipo no Hodgkiniano. La presencia de otros grupo sociales -varones no homosexuales y mujeres- en estos casos, no impidió que el nuevo problema patológico continuara asociándose con creciente insistencia a la homosexualidad masculina. La actitud ambigua, cuando no abiertamente homófoba, de los expertos contribuyó a la estigmatización de los homosexuales como grupo social al que se presentaba como fuente y nicho del nuevo y desconocido fenómeno patológico. La práctica totalidad de los nombres entonces empleados para designarla relacionaba de forma expresa la enfermedad con la homosexualidad masculina: "gay cancer", "gay pneumonie", "gay plague", "Gay-Related Immune Deficiency", "Gay Compromise Syndrome". Los estudios epidemiológicos se centraron en el grupo de enfermos homosexuales. Las hipótesis de trabajo dominantes relacionaban el nuevo mal con el estilo de vida. Se realizaron diversas investigaciones para detectar los factores de riesgo. Aunque también se ponderaban otras variables (asistencia a casas de baños, historia previa de sífilis, consumo de cannabis y opiáceos, exposición a heces durante la relación sexual), se insistió de modo particular en dos factores: la inhalación de estimulantes sexuales como el "popper" -nitrito de amilo- y la práctica de relaciones sexuales con un elevado número de "partenaires".Para explicar el origen del nuevo mal, algunos epidemiólogos postulaban un modelo causal multifactorial, según el cual una enfermedad viral de transmisión sexual (posiblemente por citomegalovirus) junto con drogas recreativas como el "popper" provocaba una depresión de la inmunidad en varones genéticamente predispuestos. Otros relacionaban la enfermedad con la promiscuidad homosexual (repárese en que este término no sólo define una conducta, sino que la califica moralmente), lo que a menudo les conducía a formular hipótesis de innegable pintoresquismo. Así, por ejemplo, algunos relacionaban la enfermedad con una especie de "surmenage" inmunológico derivado de una vida sexual muy intensa; otros la consideraban el efecto de una supuesta "sobrecarga antigénica" del recto del receptor de esperma, con las consiguientes reacciones inmunológicas; y un tercer grupo insistía en la condición de inmunosupresor natural propia del esperma. Para noviembre de 1981, había en Estados Unidos 159 casos declarados y 21 sospechosos más. Antes de concluir aquel año, se había podido constatar que todos los enfermos presentaban un importante descenso de los linfocitos que siempre afectaba a una subpoblación específica (los linfocitos T4). También entonces, los expertos de los CDC concluyeron que debía tratarse de un agente causal infeccioso transmitido por vía sexual, pero aún carecían de pruebas irrefutables al respecto. A comienzos de 1982 el número de casos superaba la cifra de 200 y el problema había rebasado las aparentes barreras impuestas por la geografía (se habían detectado nuevos casos en 15 estados diferentes, a partir de los 3 nichos iniciales de Los Ángeles, Nueva York y San Francisco), la conducta sexual (se había incrementado el número de enfermos heterosexuales, que unas veces eran heroinómanos y otras inmigrantes haitianos) y el género (entre los drogadictos enfermos había una mujer). Fue entonces cuando sonaron las primeras voces apuntando que el desconocido agente causal podía ser un virus que se propagaba de acuerdo con un patrón epidemiológico similar al de la hepatitis B. La prueba definitiva confirmatoria de esta hipótesis llegó cuando, en el verano de 1982, se detectaron los primeros hemofílicos infectados a través de los productos sanguíneos filtrados que debían emplear en el tratamiento de su enfermedad. En esas mismas fechas, las investigaciones de los CDC de Atlanta, el National Institute of Health (NIH) de Bethesda (Estados Unidos), el Institut Pasteur de París y la Organización Mundial de la Salud (OMS) permitieron localizar las cabezas de puente de la nueva enfermedad en todos los continentes.Fue entonces cuando el nuevo fenómeno patológico comenzó a conocerse por la expresión Acquired Immunodeficiency Syndrome (AIDS), que el boletín epidemiológico de los CDC utilizó a partir de septiembre de 1982. Los CDC definían entonces un caso de AIDS (SIDA en la mayoría de las lenguas latinas) como "una enfermedad al menos moderadamente predictiva de un defecto de la inmunidad celular, que incide en una persona sin causa conocida para presentar una disminución de la resistencia a tal enfermedad". El conjunto de casos descritos se ordenaba en cinco grupos: 1) varones homosexuales o bisexuales (75%); usuarios de drogas por vía intravenosa sin historia de actividad homosexual masculina (13%); haitianos sin historia de homosexualidad ni de consumo de drogas intravenosas (6%); personas con hemofilia A que no eran ni haitianos, ni homosexuales, ni usuarios de drogas intravenosas (0,3%); y, por último, otros no incluidos en ninguno de los grupos anteriores (5%). La nueva enfermedad quedaba así conceptualizada como un "síndrome", es decir un cuadro clínico cuyas causas y mecanismos patogénicos no podían prejuzgarse. Se abandonaba la hipótesis del "estilo de vida" y comenzaba a hablarse de "grupos de riesgo". Aunque los epidemiólogos no habían logrado aún detectar un agente transmisor para el SIDA, la adopción del modelo de la hepatitis B sirvió de base para la introducción de medidas de salud pública, tales como las llamadas a evitar contactos sexuales con personas sospechosas o enfermas de SIDA, así como sus donaciones de sangre o plasma, y a recomendar las autotransfusiones. A finales de 1982 la prensa de masas estadounidense se ocupaba de la nueva enfermedad, presentándola como una plaga selectiva que afectaba a los "otros" (en Europa, el inicio de la alarma se retrasó hasta el verano de 1983). Se la llamaba la "enfermedad de las 4 H" (homosexuales, heroinómanos, haitianos y hemofílicos). Algunos añadían una quinta: "hookers" (prostitutas).Más enfáticamente, en marzo de 1983 el boletín de los CDC calificaba estos grupos como "de alto riesgo", es decir, "grupos cuyos miembros corrían mayor riesgo de infectarse y de infectar a otros, transportando un microbio que es capaz de transmitirse mediante tráfico sexual y de donaciones de sangre". Aunque este órgano subrayaba que en cada grupo había muchas personas que probablemente tenían poco riesgo de contraer el SIDA, lo cierto es que para el conjunto de la población, los medios de comunicación e incluso los científicos, la inclusión dentro de uno de los grupos de riesgo significaba, a falta de aislamiento del agente causal, la asignación del estatus de portador y, consecuentemente, de potencial contaminador. Además, la adopción para el SIDA del modelo epidemiológico de una enfermedad tan extremadamente contagiosa como la hepatitis B reforzó la idea de que el SIDA podía transmitirse incluso de modo casual. Finalmente, la creación del concepto de "grupos de alto riesgo" reforzó la idea de la relación existente entre la enfermedad y grupos sociales marginales. Un segundo paradigma que redefinió el SIDA como una enfermedad específica fue sustituyendo de modo gradual al anterior a partir de marzo de 1983. Si la epidemiología había formulado el contexto social y la morfología del SIDA como síndrome, el protagonismo en esta redefinición correspondió a la investigación biológica básica. Virólogos, inmunólogos y cancerólogos caracterizaron entonces el SIDA como un conjunto de problemas biomédicos abierto a una resolución bioquímica en forma de fármacos y vacunas. En mayo de 1983, el equipo de virólogos del Institut Pasteur de París, dirigido por el profesor Luc Montagnier, logró aislar un virus que desde entonces es considerado el agente causal del SIDA, el llamado Virus de la Inmunodeficiencia Humana (VIH). Un año más tarde (mayo de 1984) consiguió este mismo objetivo el equipo de cancerólogos del National Cancer Institute de Bethesda (Estados Unidos), dirigido por el profesor Robert Gallo. Como expresivamente ha afirmado Grmek, se trataba de un germen "diabólico, maligno en todos los sentidos del término, que empieza alterando las defensas inmunitarias del organismo, luego desorganiza su policía interna, después perturba de rebote las relaciones sexuales y, finalmente, las relaciones sociales de una manera inédita, más sutil y más insidiosa que la lepra medieval, la sífilis del Renacimiento o la tuberculosis del comienzo de la civilización de las máquinas". Tras el aislamiento del retrovirus supuestamente causante del SIDA, en abril de 1984 se consideraba definitivamente probada la relación causa-efecto entre el germen y la enfermedad. El SIDA se convertía así en un estado patológico específico debido a la infección por el virus VIH, al igual que la tuberculosis lo es al por el bacilo de Koch o la sífilis venérea por el Treponema pallidum. Consecuentemente, la expresión AIDS/SIDA por la que se conocía el hasta entonces síndrome, perdía su condición de acrónimo para transformarse en el nombre de una nueva enfermedad específica, por más que la forma aids/sida, más adecuada a la nueva situación, se ha prodigado poco hasta la fecha.La demostración definitiva de la condición infecciosa del SIDA dio paso a la investigación de sus vías de contagio (sangre, semen y fluido vaginal) y hacia el desarrollo de pruebas serológicas para la detección de anticuerpos frente al VIH. Los tests diagnósticos de rutina comenzaron a estar disponibles sólo a partir de julio de 1985; en España, desde octubre de ese año. A partir de 1986 se comenzó a emplear el AZT, el primer medicamento que aparentemente frenaba la multiplicación del virus y prolongaba el tiempo de supervivencia de los enfermos. La redefinición del SIDA como enfermedad causada por un microorganismo específico supuso, al igual que ocurrió a finales del siglo XIX y comienzos del XX tras la formulación de la teoría bacteriológica de las enfermedades infecciosas, una disminución en la vitalidad de su concepción como enfermedad social, conductual y multifactorial. Consecuentemente, se demostró un severo descenso del interés por los estudios epidemiológicos sobre el SIDA. Con todo, esta redefinición estrictamente biológica del SIDA tuvo, paradójicamente, algunas implicaciones sociales positivas. En efecto contribuyó a una cierta desestigmatización social de la enfermedad, que quedaba así convertida en diana de una cruzada puramente sanitaria, como lo fue la polio en su día y lo es el cáncer de forma permanente. La disponibilidad de pruebas serológicas fiables para la detección de anticuerpos frente al SIDA (el test de detección ELISA y el test de confirmación Western Blot, principalmente), cuya comercialización se inició en 1985, además de reforzar la vigencia de la nueva orientación en el estudio de la enfermedad, provocó el cuestionamiento del concepto de "grupos de alto riesgo" que había jugado un auténtico papel estigmatizador de los grupos sociales implicados. Los tests biológicos permitían no sólo determinar qué miembros de esos grupos estaban realmente infectados, sino también detectar los casos de infección por VIH existentes fuera de ellos. En consecuencia, el concepto de "grupo de alto riesgo" se vio reemplazado de forma gradual por el de "actividades de alto riesgo". Ahora bien, este cambio conceptual sólo fue socialmente operativo cuando se presentó a la población heterosexual activa en su conjunto como igualmente expuesta al riesgo de contraer la enfermedad.Por lo demás, en su nuevo papel subsidiario de la investigación biológica básica, la epidemiología contribuyó al conocimiento de la historia natural y transmisión de la infección por VIH, suministrando pruebas adicionales sobre la hipótesis viral, estableciendo los factores de riesgo en esta infección y otras variables susceptibles de intervención clínica o social, y recabando información en áreas fuera del alcance de la microbiología y sus técnicas. Dos razones principales le permitieron jugar este papel: la primera, la incapacidad de los científicos básicos para encontrar modelos animales adecuados para estudiar la conducta humana; la segunda, la capacidad técnica de los epidemiólogos para superar las limitaciones éticas que plantea la experimentación humana, mediante el estudio de los patrones de enfermedad que acontecen en poblaciones concretas.
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Otro fenómeno muy característico de los años sesenta fue la mercantilización de la belleza, considerada como un componente obligado del éxito. En general, a partir de este momento se atribuyó a la apariencia personal una importancia creciente en todos los terrenos, incluido el profesional. Muy característico de los años sesenta fue la insistencia en una imagen juvenil y aniñada de la que pueden ser un buen ejemplo las modelos británicas Twiggy o Jane Shrimpton. De ahí derivó un modelo de belleza femenina que sólo era posible gracias a los métodos de adelgazamiento o en las dietas. Pero no se piense que la cuestión se redujo a un sexo. Hubo también una apreciación de la belleza masculina que se tradujo en la importancia de la misma en la política. A partir de Kennedy, en la política norteamericana hubiera sido imposible un candidato a la presidencia norteamericana como Adlai Stevenson que, aparte de ser calvo, se dejaba retratar un tanto desaliñadamente vestido y con los zapatos agujereados. El cambio más trascendental y duradero fue el que se produjo en la condición de la mujer. Fueron las mujeres que habían participado en las protestas de los sesenta quienes se lanzaron a un activismo de género y llevaron a cabo una revolución dentro de la revolución. La reivindicación alcanzó con el paso del tiempo una creciente aspereza, como se percibe comparando el libro de Friedan con The female Eunuch de Germaine Greer (1970), muy beligerante contra el otro sexo. A partir de 1968 proliferaron los ataques de las activistas a los premios de belleza femenina o incluso a las prendas íntimas, supuesto signo de opresión. Desde 1967 se liberalizaron las leyes del aborto en todo el mundo desarrollado. En Francia donde sólo el 1% de las mujeres eran ejecutivos en 1974 hubo, por vez primera, una ministra, Françoise Giroud, dedicada a la condición femenina. Resulta significativo que fuera en la presidencia de Giscard que también creó una secretaría de Estado para la inmigración y recibió a barrenderos en el Elíseo. La liberalización del divorcio tuvo, en general, menos conflictividad, aun con excepciones. En mayo de 1974 tuvo lugar el referéndum acerca del divorcio en Italia en que éste triunfó por 59.1 a 40.9. Constituyó una demostración de hasta qué punto los políticos se habían separado del pueblo: los democristianos habían anunciado los peores desastres en el caso de la aprobación cuando en realidad la propia sociedad lo admitía como una realidad. En esta profunda transformación de los enfoques sobre aspectos de la vida cotidiana se debe incluir una nueva visión de los desequilibrios psíquicos. En la novela de Ken Kesey, Someone flew over the cuckoo nest (1962), luego convertida en película, aparecía este aspecto de la nueva sensibilidad.
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La estrategia utilizada por Roma durante la guerra contempló dos objetivos: la expulsión de Anibal de Italia y la eliminación del poder cartaginés en España, ya que ésta era la base que suministraba los medios a Cartago para la continuación de la guerra. Por su parte Cartago jugó una baza, tal vez la única oportunidad que se le ofrecía, que consistía en alimentar los sentimientos de independencia de los galos del Norte, dominados políticamente por Roma, pero cuya soberanía aún no estaba consolidada. En el 218 a.C. Aníbal atravesó los Alpes con su ejército. Sólo con 20.000 soldados de infantería y 6.000 caballeros llegó Aníbal a Italia. Todavía antes de terminar el año logró sus dos primeras victorias sobre los ejércitos romanos en dos afluentes del Po, Tesino y Trebia. Como Aníbal esperaba, los galos se unieron a él. En el 217 a.C. Aníbal atravesó los Apeninos, contando con la presencia de muchos galos que reforzaban su ejército. En el lago Trasimeno (cerca de Perugia) derrotó de nuevo a un ejército romano muy superior a él, a cuyo mando estaba el cónsul Cayo Flaminio. Prácticamente el ejército romano fue aniquilado. Murieron más de 15.000 soldados y otros tantos fueron hechos prisioneros. La estrategia de Aníbal en este caso era significativa: si los prisioneros no eran romanos, Aníbal los dejaba marchar sin rescate. Sabía que su éxito dependía de las brechas que pudiera abrir entre Roma y sus aliados. Pero los etruscos adoptaron una actitud pasiva. Aníbal decidió entonces abandonar Etruria y se dirigió hacia el Piceno. Gran conocedor de los puntos débiles de Roma, se encaminó desde el Piceno hacia la Apulia. Desde allí esperaba lograr el apoyo de los samnitas y lucanos. En el 216 a.C. se produjo uno de los acontecimientos bélicos más trascendentes de la historia militar antigua: en la Apulia, en Cannas, el ejército cartaginés con no más de 40.000 infantes y 10.000 caballeros se enfrentó con un ejército romano que le doblaba en número, al mando de los generales Paulo y Varrón. Aníbal logró que cayeran más de 70.000 soldados romanos e hizo prisioneros a otros 10.000. Por su parte, el ejército de Aníbal perdió únicamente 6.000 soldados. La conmoción en Roma fue tremenda. Después de Cannas, la mayor parte de la Italia meridional se pronunció a favor de Aníbal: los samnitas, los mesapios, lucanos y brutios, las ciudades de Capua, Tarento, Metaponto y Turios. Incluso Siracusa -cuyo rey Hierón murió pocos meses después de la batalla de Cannas- se puso de acuerdo con Aníbal. Además, en el 215, Aníbal concluyó un tratado de alianza con Filipo V de Macedonia -cuyo consejero era Demetrio de Faros, sin duda el gran impulsor de esta alianza- por el que se comprometía a desembarcar en Italia un ejército y doscientos barcos. La estrategia de Roma ante esta coalición consistió, por una parte, en neutralizar a Macedonia, para lo cual en el 212 Roma firmó con los etolios un pacto bastante deshonroso contra Macedonia: la tierra conquistada en Macedonia sería para los etolios y el botín transportable, para los romanos. En segundo lugar, decidió aplicar en aquellos lugares -por insignificantes que fueran- que habían hecho defección a favor de Aníbal, escarmientos que inculcaban el temor sobre los otros pueblos aliados de Cartago. Así, por ejemplo, en el 214 a.C., Casilino fue destruida por completo, poco después cayó Tarento y 30.000 de sus habitantes fueron vendidos como esclavos. En tercer lugar, Roma había enviado tropas a Hispania para impedir el envío de tropas cartaginesas y de ayuda económica a Aníbal. Allí, al frente del imperio cartaginés estaban un hermano de Aníbal, Asdrúbal, y Magón. Publio Cornelio Escipión, al frente de un ejército romano emprendió la conquista de la zona peninsular controlada por Cartago, llegando a controlar la propia Cartago Nova, que era el centro del poder cartaginés en Hispania. En el 208 a.C., Asdrúbal, el hermano de Aníbal, abandonó Hispania con los restos de su ejército intentando llegar hasta el Sur de Italia sin conseguirlo, ya que fue derrotado por los romanos junto al Metauro. Pero además, la muy superior flota de guerra romana prácticamente tenía cerrado todo el movimiento de tropas cartaginesas por mar y, sobre todo, impidió el desembarco de mercenarios enviados desde Cartago a Italia e hizo imposible todo intento del rey de Macedonia de cumplir la promesa hecha a Aníbal. Aníbal resistió este cerco, manteniéndose en los Abruzos, hasta el 203 a.C., año en que condujo a Cartago por mar a sus últimas tropas. Al llegar, ya había desembarcado Escipión en Africa y en el 202 a.C. tuvo lugar la última y definitiva batalla de la llamada segunda Guerra Púnica, en Zama. Aníbal ya no pudo ganarla y el tratado de paz impuesto por Escipión el Africano significó el fin de Cartago como poder independiente. Después de la segunda Guerra Púnica, Roma como era previsible, aplicó en Italia durísimas represalias a aquellas comunidades que habían apoyado a Aníbal. Así, por ejemplo, los brutios fueron desprovistos de todo tipo de instituciones urbanas y sólo se les permitió participar en los ejércitos romanos como criados. Por el contrario, otras comunidades fueron castigadas a proporcionar tropas en cantidades enormes. Todas ellas perdieron además territorios que fueron a engrosar el ager publicus, tierras del Estado romano. Respecto a los galos, los boyos dejaron sencillamente de existir, como antes había sucedido con los senones. Los cenomanos e ínsubros perdieron la libertad. En la práctica, gran parte de la Italia del siglo II a.C. quedó sometida al gobierno directo de Roma; muchas comunidades perdieron cualquier tipo de autonomía o independencia. La zona del Po fue sembrada de colonias militares romanas desde Aquileya a Plasencia y definitivamente sometida. Y como consecuencia del éxito militar romano, gran parte de la Peninsula Ibérica -la franja costera mediterránea y el Sur- quedaron bajo el dominio romano.
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Escenario principal de la lucha internacional por adquirir posesiones en América fue el Caribe, donde confluyeron franceses, ingleses, holandeses y hasta daneses y suecos para ocupar islas deshabitadas o para expulsar a los españoles de las suyas. El Caribe fue también el teatro de la gran piratería y del contrabando organizado. Los franceses fueron los primeros en llegar al Mar Caribe. Sus piratas y corsarios se opacaron a fines del siglo XVII pero jugaron un papel decisivo en la centuria siguiente, bajo la tipología de bucaneros o filibusteros. La presencia holandesa en América cubrió todo el Continente y dejó dos claves colonizadoras importantes en Nueva Holanda y Brasil. Sus corsarios azotaron la costa del Pacífico, donde intentaron varias veces realizar fundaciones de factorías-fortalezas en Chile. Su acción más perdurable fue, sin embargo, la realizada en el Caribe, adonde llegaron atraídos por el triple motivo de explotar las salinas, asaltar las flotas y los puertos españoles, y organizar una buena red de contrabando. Aunque los ingleses barrieron el Caribe durante los últimos cuarenta años del siglo XVI, su primer asentamiento en el mismo data del segundo cuarto del siglo XVII y fue la colonia de San Cristóbal. Expulsados de allí por el almirante Oquendo, se dispersaron por otras islas, como la Barbada y la Tortuga. Con todo, la mejor colonia inglesa del Caribe fue Jamaica, conquistada en 1655.
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El Concordato de Worms y otros acuerdos similares sirvieron de pauta para solucionar -o paliar al menos- el espinoso problema de las investiduras. Un tema quedaba, con todo, por resolver: el de la articulación de la comunidad cristiana y, consiguientemente, el de su rectoría. El gregorianismo había marcado su pauta abogando claramente por la supremacía papal. Por los mismos años de celebración del II Concilio de Letrán, Honorio Augustodunense redactaba la "Summa gloria de Apostolico et Augusto". Invocando la "Donación de Constantino" y los "Dictatus Papae" afirmaba que sólo al Papa le correspondía la corona y las insignias imperiales. El Papa disponía así del "dominium mundi" mientras que el emperador debía limitarse a ser un "advocatus Ecclesiae", una especie de delegado pontificio para los asuntos temporales. Frente a estas afirmaciones se levantaron los defensores de las prerrogativas imperiales. Para ellos, la autoridad papal debía limitarse a la esfera estrictamente espiritual. Los años centrales del siglo XII conocieron en Alemania la formación de dos partidos: los welfen, partidarios de la supremacía de los Papas, que se alinearon junto a los duques de Baviera; y los weiblingen, defensores de la supremacía imperial, agrupados tras los duques de Suabia. Transplantados a Italia, los términos welfen y weiblingen darán los vocablos de güelfos y gibelinos llamados a protagonizar la convulsa política peninsular a lo largo de varios siglos.