La mujer está presente a lo largo de la vida de Gauguin, tanto en sus cuadros como en su "modus vivendi". Por eso no es de extrañar que las protagonistas de esta obra sean tres mujeres en diferentes estadios del vestir: una de ellas tapada hasta la cabeza, otra semidesnuda y desnuda totalmente la que aparece de espaldas, dando la impresión de estar pegada al resto de la composición. Las tres mujeres se enmarcan en un idílico paisaje tropical de colorido irreal. Gauguin se interesa en esta ocasión por la perspectiva, creándola de manera acertada al situar una sucesión de árboles en profundidad junto a unas piedras y florecillas en primer plano, alejándose de la planitud de otras composiciones. Las figuras antiguas fascinaban a Gauguin por estas fechas por lo que la figura de la derecha parece sugerida por los frisos atenienses del Partenón que, junto a los de Borobudur en Java, fueron en numerosas ocasiones sus fuentes de inspiración.
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Tradicionalmente la llamada a la oración (adan) ha sido realizada por el muecín (mu´addin) desde la torre de la mezquita o alminar, siendo encomendada esta misión a un ciego, para preservar la intimidad de las viviendas. Actualmente, esta misión se desempeña mediante altavoces, que difunden una grabación. En la llamada a la oración, entre los sunníes, se dice: "Dios es el más grande. Dios es el más grande. Doy testimonio de que no hay ningún otro dios que Dios. Doy testimonio de que Muhammad es el mensajero de Dios. Venid a la oración. Venid a la salvación. Dios es el más grande. Dios es el más grande. No hay ningún otro dios que Dios". Después se continúa con otras fórmulas de alabanza según criterio del convocante (los shiíes incluyen una alabanza a Alí). En la oración de la aurora la frase "venid a la salvación" es sustituida por "la oración es mejor que dormir".
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En esos mismos momentos, De Gaulle marcha a Inglaterra. Desde allí lanzará, por los micrófonos de la BBC puestos a su disposición por Churchill, la legendaria llamada del 18 de junio, punto de partida de la actividad resistente a la vez que elemento fundacional de la ideología gaullista que él personificó. Según el mensaje, el general se considera depositario del honor y la soberanía nacionales, abandonados por unos poderes públicos entreguistas. De Gaulle va a hablar a partir de ese momento en nombre de Francia, y el Gobierno de Londres le reconocerá inmediatamente como cabeza del Comité Provisional de Resistencia. Más que un simple desastre militar, la catástrofe sufrida supone algo mucho más hondo, que llega a afectar a todos los ámbitos de la sociedad francesa. El armisticio es así para De Gaulle un crimen contra la patria. El general considera que, tras la muerte de cien mil soldados, Francia y los franceses son entregados al enemigo atados de pies y manos, mientras oficiales y soldados son mantenidos en cautividad. Con la patria y el Gobierno reducidos a la servidumbre no cabía un armisticio con honor. Por todo ello, De Gaulle hace una llamada a la esperanza en esas horas tan oscuras y apela a la resistencia de todos los que no hayan aceptado la solución impuesta. Francia -finaliza- ha perdido una batalla, pero no ha perdido la guerra. A pesar del ofrecimiento del Gobierno francés, los alemanes deciden hacer muestra de su fuerza material y siguen avanzando. El día 20 de junio, la misma ciudad de Burdeos es bombardeada como advertencia previa a la imposición de los términos del armisticio. Mientras, queda patente el hecho de que la llamada de De Gaulle no se ve respondida por ningún partido político y figura pública destacada. De hecho, se ha llegado a afirmar que, si en aquellos días se hubiera realizado un plebiscito libre acerca de la solicitud o no del armisticio, el mariscal Pétain hubiera obtenido una aplastante victoria. Entonces, casi nadie ponía en duda la buena fe y el patriotismo del mariscal, mientras que el desprestigio de los políticos republicanos era patente y notorio para todos los franceses.
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Posiblemente nos encontremos ante uno de los trabajos más atractivos entre los elaborados por Van Gogh en el mes de junio de 1888. Interesado por captar la cosecha en las huertas y los campos de los alrededores de Arles, recoge en este lienzo la intensidad de las diferentes tonalidades al aplicar una potente luz solar que crea sombras malvas en las montañas del fondo. De esta manera, Vincent enlaza con el Impresionismo, mostrando su fuerte personalidad especialmente en el color, el principal protagonista de la composición. Diversos tonos de amarillo organizan el espacio salpicado de notas verdes, rojas o azules, representando el campo en todo su esplendor. La pincelada es muy variada, encontrando superficies planas que recuerdan a la estampa japonesa - el espacio verdoso-amarillento - junto a pequeños toques que se acercan al Puntillismo. Su relación con la acuarela titulada Cosecha en la Provenza es muy estrecha, reforzando la influencia impresionista.
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Con el respaldo que le proporcionaba la Constitución de Bayona, José I formó un gobierno en el que incluyó a Luis Mariano de Urquijo en la Secretaría de Estado, a Francisco Cabarrús en la Secretaría de Finanzas y a Gonzalo O'Farril en la de Guerra, tres destacados colaboradores españoles del nuevo régimen. Además, formaban parte también de este primer gabinete Azanza (Indias) y Mazarredo (Marina). El recién nombrado rey entró en Madrid el 9 de julio de 1808. Creía que iba a ser bien recibido por sus súbditos y que iba a ganarse su beneplácito, pero pronto se dio cuenta de que los españoles no sólo no iban a aceptarlo, sino que se mostrarían hostiles en su mayor parte. Por lo pronto iba a permanecer muy poco tiempo en Madrid, puesto que como resultado de la batalla de Bailén, tuvo que retirarse hacia el norte. Restablecido el dominio de las tropas napoleónicas, José Bonaparte hizo una nueva entrada en Madrid el 22 de enero de 1809, con mayor solemnidad si cabe que la primera vez. Después de pronunciar un breve discurso en la iglesia de San Isidro, presidió un Te Deum, y se retiró al Palacio Real entre salvas de artillería. Tenía entonces el rey José 41 años y era el mayor de los hijos de la familia Bonaparte. Era un hombre culto, con afición por la literatura y las artes, y a pesar de la propaganda patriótica que hacía todo lo posible por desprestigiarle, pintándolo como adicto al alcohol (Pepe Botella) y a los naipes, José no era un necio. Era generoso y amable y se esforzó por agradar a los españoles. Aunque carecía de inteligencia y de la capacidad de decisión de su hermano Napoleón, poseía dotes de buen soberano. Lo que ocurre es que las circunstancias en las que accedió al trono español hacían prácticamente imposible que pudiese desarrollar una labor de gobierno con resultados positivos. Que era un hombre bueno y bien intencionado, lo demostró con ocasión de la gran hambre que pasó la población de Madrid en 1811-1812, visitando los barrios más afectados de la capital y ayudando a los más pobres. Eso no calmó, sin embargo, la hostilidad de la mayor parte de los españoles, aunque éste no fue el único problema con el que tuvo que enfrentarse. Una de sus mayores dificultades consistió en preservar la independencia española frente a Napoleón. En varias ocasiones amenazó a su hermano con renunciar a la corona, pero en el fondo no quería, ni desagradar al Emperador, ni renunciar al prestigioso trono español. Así pues, continuó su reinado intentando resolver los muchos problemas que le asediaban.
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Según las fuentes árabes de la época, a la vuelta de Ibn Qasi del Magreb llegó con él un destacamento militar enviado por Abd al-Mumin, primer califa almohade (1130-1163), al mando de Barraz ibn Muhammad al-Masufi, al que siguieron otros dos ejércitos. Estas primeras tropas, que llegaron en el verano de 1146, ocuparon las bases fronterizas de Tarifa y Algeciras, desde donde partió el proceso de ocupación del territorio. En primer lugar, se dirigieron al Algarve, donde previamente se les había reconocido, y después marcharon a Sevilla, ciudad que se erigió como capital del Imperio en al-Andalus.A partir de entonces, los almohades continuaron su proceso conquistador, aunque no instauraron un principio de acción coherente ni ordenado. Se limitaron, por el contrario, a recorrer y fijar guarniciones en los enclaves en los que contaban con partidarios. De esta forma, dominaron Sevilla en 1148, Córdoba en 1149, Málaga en 1153, Granada y otras ciudades vecinas hasta 1156, el Algarve en 1157-58, Almería en 1157, seguida de Baeza, Jaén, Ubeda y otras. Pero en algunas zonas los andalusíes se resistieron a la ocupación, como fue el caso de Levante y las Baleares, por lo que la unificación total nunca fue posible.Incluso en zonas ya ocupadas surgieron problemas, por ejemplo, en Sevilla, donde los hermanos del Madhi Ibn Tumart, el fundador del movimiento almohade, Abd al-Aziz e Isa, cometieron abusos desmedidos de negativas consecuencias para la nueva dinastía. La desconfianza creció no sólo en el ámbito sevillano sino que se extendió por las circunscripciones vecinas. De esta forma, algunos personajes adeptos en un principio volvieron la espalda a los nuevos dirigentes magrebíes. Este es el caso de Yusuf al-Bitruyi, señor de Niebla, a quien incluso habían intentado asesinar. Su ejemplo fue seguido de inmediato por Ibn Qasi, en Silves; por Alí ibn Isa ibn Maymun, en Cádiz, y por Muhammad ibn Hachcham, en Badajoz.Otros puntos como Jerez, Ronda y sus comarcas mantuvieron la obediencia. Por otra parte, Ibn Ganiya ocupó Algeciras, los habitantes de Ceuta se insubordinaron y la situación se agravó hasta el punto de que los hermanos del Mahdi volvieron a Marrakech y Abd al-Mumin envió para hacerse cargo de la situación a Yusuf ibn Sulayman, quien, de hecho, consiguió la sumisión de todos ellos.No hay que olvidar que la amenaza castellana oprimía insistentemente a la población andalusí, no sólo en lo político y territorial sino también moralmente. Alfonso VII de Castilla ayudó a Ibn Ganiya a tomar Córdoba, pero, a cambio, le obligó a ceder Baeza y Ubeda, penetrando así en el espacio enemigo. Jugadas de esta categoría ocurrían con frecuencia y, además, dicha presión política y territorial se traducía en exigencias económicas materializadas en el pago de tributos cada vez más cuantiosos.
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Acisclo Antonio Palomino y Velasco (1653-1726) nació en Córdoba y allí fue discípulo de Juan de Alfaro. Al pasar a la Corte, por recomendación de su maestro, estudia con Claudio Coello e intima con Carreño. Palomino ha pasado a nuestra historia de la pintura como el biógrafo más importante de los artistas españoles de los siglos XVI y XVII, al escribir en la tercera parte de su tratado "Museo Pictórico y Escala Optica", un estudio de doscientas veintiséis biografías. Más interesante si cabe, es el hecho de que conoció directamente a muchos de los artistas madrileños del Barroco pleno. Otro factor que da importancia a su figura fue su realización de muchas decoraciones murales, repartidas por toda España. Debido a ellas extendió el estilo del Barroco por algunas escuelas regionales que habían permanecido anquilosadas en modelos estéticos del pasado. Obras suyas hay en Valencia, la bóveda de la iglesia de Nuestra señora de los Desamparados, hacia 1700; en Granada, la cúpula del Sagrario de la Cartuja, de 1711-1712; en Salamanca y en su ciudad natal, Córdoba. Su pintura decorativa se halla a caballo entre el viejo estilo de la escuela madrileña, de solemnes encuadramientos arquitectónicos, y el nuevo estilo de decoración que impone la llegada de Luca Giordano, un estilo más ligero, aéreo, cercano a las primeras manifestaciones del Rococó. Con Palomino podemos decir que concluye esta etapa de la pintura en Madrid y se inicia otra, en la que destaca el magisterio de los artistas italianos y franceses importados por los Borbones.
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El 28 de octubre de 1848 se inauguró el primer ferrocarril peninsular, que unía Barcelona con Mataró. No fue éste, sin embargo, el primer ferrocarril español, pues en 1837 ya había entrado en funcionamiento una línea en Cuba. El ferrocarril era visto como un vehículo de progreso y modernización. El desarrollo industrial requería que las mercancías pudieran desplazarse con gran rapidez, llegando a puntos de venta más alejados. En 1851 Isabel II inaugura la siguiente línea, que unía Madrid y Aranjuez. En julio de 1854 entró en funcionamiento la línea de Barcelona a Granollers. Por esas fechas también se construyó el ferrocarril de Barcelona a Molins de Rey, prolongándose en 1859 hasta Martorell. En 1854 se construyó el ferrocarril que enlazaba la provincia de Valencia con Játiva. Un año más tarde se habían construido ya más de 400 kilómetros de ferrocarril. En 1855, tras la revolución liberal y bajo el Gobierno de Espartero, se promulgó la primera Ley General de Ferrocarriles. Con ella, se facilitaba la entrada de capital extranjero. Muy pronto surgieron grandes compañías ferroviarias que impulsarían definitivamente el ferrocarril. Hacia 1860, ya hay numerosos nuevos tramos abiertos, como los que unen Sabadell con Lérida; Pamplona y Caparroso; Valladolid, Palencia y Burgos; Madrid con Zaragoza y Albacete; Gijón y Sama de Langreo, Alicante con Chinchilla o Jerez con Sevilla, entre otros. El tren trajo consigo un cierto desarrollo económico, en verdad algo lento debido al retraso industrial español. Además, las distancias entre poblaciones comenzaban a ser más cortas y, en las ciudades, las nuevas estaciones ofrecían un aire de modernidad y progreso. Para 1865 ya se ha completado buena parte de la red ferroviaria prevista, con un claro desarrollo radial que parte de Madrid. Las zonas mineras e industriales de la cornisa cantábrica, el Levante y el sur aparecen ya comunicadas con el resto de España.