El 1 de junio de 1873 tuvo lugar la apertura de las Cortes Constituyentes, y el día 8 el nuevo régimen fue definido como una República federal. Tres días después se formó un nuevo Gobierno, bajo la presidencia de Pi y Margall. Pronto se dibujaron tres tendencias en el Parlamento: un centro de precario equilibrio, dirigido por el nuevo presidente; una tendencia más conservadora, abanderada por Emilio Castelar, y los intransigentes, dirigidos por el nuevo presidente de las Cortes, José María Orense. Todos entraron prematuramente en conflicto a la hora de formar Gobierno y elegir presidente de las Cortes. En un plazo de apenas dos semanas se dieron sucesivos cambios de cargos en los aparatos políticos, demostrativos de la falta de cohesión del partido. En estas circunstancias se entregaron los federales al sueño de transformar por completo la realidad española, para lo cual era precisa una nueva Constitución. Pero, como tantas otras leyes emanadas de esta época, el proyecto redactado por Castelar quedó simplemente en eso, en proyecto. Conviene, no obstante, analizar el texto de la que habría sido Constitución de 1873. La idea básica residía en acabar con la centralización del Estado, como principal causante de los males del país, y consolidar la democracia a partir de la estructura federal. La declaración de derechos era similar a la de la Constitución de 1869. En el tema religioso iba más allá de la libertad de cultos de 1869, para plantearse la separación total Iglesia Estado y la prohibición de subvencionar cualquier culto, además de la exigencia de la sanción civil para matrimonios, nacimientos y defunciones. España quedaba integrada por 17 Estados, incluidos Cuba y Puerto Rico. Cada uno de ellos podría actuar libremente, siempre ajustándose a los principios constitucionales. La división de poderes -ejecutivo, legislativo y judicial- era la clásica, aunque se añadía un cuarto poder, el relacional, en manos del presidente de la República, cuya misión consistía en mantener el equilibrio entre los Estados de la federación. El Parlamento quedaba constituido por dos cámaras con diferentes funciones: el Congreso, con poderes legislativos superiores, y el Senado, de representación territorial por Estados, que carecía de iniciativa legislativa y ejercía el control de la constitucionalidad de las leyes. El poder judicial gozaba de la extensión del juicio por jurados. En los temas sociales el republicanismo, que se había erigido, en los períodos de oposición, en portavoz de las reivindicaciones populares, tenía ante sí la posibilidad de establecer una práctica al respecto, que, de paso, ensanchara sus bases sociales. Los dos temas estrellas eran, sin duda, la cuestión de la tierra y las relaciones capital trabajo. La primera era muy difícil de abordar sin cuestionar los derechos de propiedad. Las resoluciones tomadas no traspasaron, en su mayoría, el umbral de los proyectos. El 23 de junio se presentó una proposición de reparto de tierras a censo reservativo, solicitando la no inclusión en las leyes de desamortización de los bienes propios de los pueblos. El 12 de julio, otro proyecto de ley, sobre venta a censo reservativo de los bienes de aprovechamiento común. Otro de 18 de agosto, sobre reparto a braceros de terrenos faltos de cultivo. Ninguno de ellos prosperó. Sólo el proyecto de 20 de agosto, que culminará en Ley sobre redención de Foros, de escasa vigencia, que no tuvo operatividad, y acabó derogado el 20 de febrero del año siguiente. En cuanto a las reivindicaciones obreras, la fecundidad legal no fue mayor, aunque por primera vez, desde el poder, se establecían premisas enfocadas a tratar de regular la cuestión social. Así, el 24 de julio se aprobó una ley sobre protección del trabajo para los menores de 16 años, que, aunque estuvo en vigor hasta 1900, nunca fue operativa. Otro proyecto, inspirado en un acuerdo pactado entre fabricantes y obreros de Barcelona, tampoco llegó al estadio de ley: contemplaba la creación de jurados mixtos, de patronos y obreros, como instrumento legal para solventar los conflictos laborales.
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Cuando María de Medicis encargó a Rubens el ciclo de pinturas para la decoración del palacio de Luxemburgo en París, no dudó en reservarse el derecho a introducir cambios en aquellas obras que no fueran "glorificadoras" de su reinado. Esto ocurrió con la Expulsión de París, obra en la que se recogía una de las dos derrotas sufridas por la regente ante las tropas de sus adversarios. Doña María no dudó en sustituir este cuadro por la Felicidad de la Regencia, mucho más halagador a pesar de haber constituido un periodo de intranquilidad para el reino de Francia.Un comentario del propio Rubens, fechado el 3 de mayo de 1625, es utilizado como interpretación de la obra: "Se muestra el florecimiento del Reino de Francia, con los recuerdos de las ciencias y las artes a través de la liberalidad y el esplendor de su Majestad, quien se sienta sobre un trono dorado, sosteniendo en su mano una balanza con la que mantiene al mundo en equilibrio gracias a su prudencia y equidad".La figura de María de Medicis preside la alegoría, flanqueada por Cupido y Minerva -identificada por su casco y su escudo-, la diosa de la sabiduría. La reina enseña uno de sus pechos, como muestra de su estado alegórico, pose algo anómala para una mujer que ya tenía más de cincuenta años. Minerva es acompañada de la Prudencia, con una serpiente alrededor de su brazo (recordando que la sabiduría se simboliza con la serpiente) y la Abundancia, con una cornucopia. En la izquierda aparece Saturno (con una hoz, su atributo) que personifica el tiempo, presentando a Francia para que reciba las bendiciones del reinado de María. Estas bendiciones se muestran en un buen número de elementos como la guirnalda de frutas que se suspende sobre el trono, la cadena de oro, las monedas y la corona de laurel que lleva Minerva en su mano. A los pies de la regente encontramos cuatro puttis, sobre cuyas cabezas Minerva arroja las bendiciones. Uno de los putti lleva una flauta mientras que otro sostiene pinceles; un libro, manuscritos, una trompeta, un compás y una escuadra indican que las ciencias y las artes están floreciendo. El cuarto putti pisa la cabeza de una de las figuras que representan la maldad, identificadas como la Envidia, la Ignorancia -con orejas de asno y las manos atadas a la espalda- y el Vicio, representado por un sátiro. Dos figuras aladas con trompetas completan la composición.La Boda de María de Medicis y el rey Enrique IV y el Encuentro de María de Medicis y Enrique IV también forman parte de la serie.
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En el mes de mayo se celebraba una feria anual en la aldea de Pitlessie, perteneciente a la parroquia de Cults en la que el padre de Wilke era pastor. Allí se vendía ropa, animales y objetos varios, siendo la actividad continua durante el tiempo que duraba la fiesta. El maestro escocés se interesa por representar con sus pinceles el ambiente festivo que reinaba en la feria. Pero debido a que los parroquianos no querían posar para él, tuvo que hacer una serie de dibujos y bocetos a escondidas durante los oficios religiosos, al tiempo que hacía también un boceto de la aldea vacía. Diversos grupos de personajes forman la composición, ocupando el centro de la escena un oficial de reclutamiento con su casaca roja, buscando "voluntarios" para participar en la guerra contra la Francia napoleónica que se libraba en aquellas fechas. Cada una de las figuras está perfectamente indivualizada, creando una perfecta sensación de dinamismo e incluso dramatismo en sus gestos y actitudes. La obra es uno de los primeros trabajos de Wilkie, pintado en casa de su padre. Al no disponer de caballete, para sujetar el lienzo tuvo que emplear un cajón abierto de su cómoda. El cuadro fue vendido a Kinnear de Kinloch, un terrateniente local.
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La primera etapa de Rodríguez Guzmán se desarrolla en Sevilla donde realiza un buen número de escenas protagonizadas por ferias. En esta ocasión nos convertimos en anónimos observadores de la Feria de Abril, con sus casetas y sus variados personajes. Apareciendo un buen número de figuras que gesticulan, cantan y jalean, creando un emotivo espectáculo. Rodríguez Guzmán da muestras de ser un excelente dibujante como podemos apreciar tanto en primer plano como en el fondo, donde aparece la catedral y la Giralda, a pesar de mostrar una mayor difuminación en esta zona.
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Desde el siglo XIX empieza una verdadera fiebre arquitectónica por alcanzar alturas hasta ese momento nunca conseguidas. La Torre del Parlamento de Londres, el famoso Big Ben, con sus 97 metros y medio, puede ser considerada el punto de partida de esta "carrera hacia el cielo". Pero el momento culminante de la centuria decimonónica se vive con la construcción de la Torre Eiffel, de 300 metros, levantada por Gustave Eiffel para la Exposición Universal de París de 1889. En 1902 Daniel H. Burnham construye el Flatiron Building, que alcanza los 87 metros de altura, convirtiéndose en el rascacielos más alto de su tiempo en la Gran Manzana de Nueva York. La fiebre de la altura tendrá su máximo exponente en la década de 1930, cuando dos de los magnates de la industria automovilística americana compitan por construir en Nueva York el edificio más alto de mundo. En 1930 se inaugura el Chrysler Building con 319 metros de altura, diseñado en forma de aguja por William van Alen y financiado por Walter Chrysler, propietario de la Chrysler Corporation. Un año más tarde el Empire State Building, financiado por John Jakob Raskob, fundador de General Motors, se elevaba hasta los 381 metros, convirtiéndose en un clásico de la imagen de Nueva York. Shreve, Lamb y Harmon fueron los encargados del diseño de este edificio. Esta fiebre se detuvo durante unas décadas, hasta que en 1973 se inauguraron las Torres Gemelas del World Trade Center neoyorquino, obra maestra del arquitecto Minoru Yamasaki, derribadas por un atentado terrorista el 11 de septiembre de 2001. Poco tiempo duraría el record a las Torres Gemelas ya que, al año siguiente, se finalizaba la construcción de la Sears Tower en Chicago, de 443 metros, obra de Bruce Graham y el gabinete de Skidmore, Owings and Merrill. El 28 de agosto de 1999 se inauguraban las Torres Petronas en Kuala Lumpur (Malasia). El gabinete de arquitectura de Cesar Pelli sería el encargado del diseño, levantando las dos torres hasta los 452 metros, convirtiéndose en los edificios más altos del mundo, hasta ahora.
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La ceremonia egipcia más importante fue la llamada fiesta "Sed" o jubileo real, llamada así quizás por estar en conexión con un dios-chacal conocido como Sed, o quizás en alusión al concepto "cola", representado en la vestimenta del faraón como un aditamento que sujeta el faldellín real. La fiesta "Sed" es conocida ya desde el Imperio Antiguo, como muestran las tablillas del rey Den o el patio del complejo de Zoser en Saqarah, perdurando hasta el siglo IV a.C. Su fundamento está en la consideración del rey como soporte del reino, tanto física como espiritualmente, por lo que, dado el desgaste que supone el paso del tiempo, se hace necesario proceder a una renovación, evitando la pérdida de sus poderes. Durante la fiesta "Sed" volvían a celebrarse las ceremonias que tuvieron lugar durante la primera coronación. En teoría, esto debía hacerse cada 30 años, aunque con el paso del tiempo los motivos para hacerla eran diversos: cuando el faraón lo requería, en intervalos diferentes o si las circunstancias lo exigían. Se sabe que Amenofis III realizó tres fiestas Sed, mientras que las fuentes hablan de 14 para Ramsés II. La fiesta, con una duración de al menos cinco días, se celebraba en la llamada "Casa de los millones de años" -hut heh renpwt- una estructura arquitectónica compleja, como lo demuestran los restos hallados en Malqatta, Karnak y Bubastis. Uno de los rituales más importantes era el enterramiento de una estatua personificando al viejo rey. Después se realizaba una procesión con el monarca cubierto por un manto de Osiris para, más tarde, celebrar otras ceremonias en presencia de la Esposa real, de sus hijos y su harén. La parte fundamental de la fiesta era la "erección del pilar djed", acto que aludía a la resurrección de Osiris y con el que se quería procurar al faraón un reinado estable "por millones de años". Para ello era necesario que fuera el propio rey quien levantara el pilar. Después se realizaba un exuberante homenaje, en el que participaba la familia real, el alto clero y los funcionarios de mayor rango. Más tarde el rey procedía a visitar, en compañía de su séquito, las capillas de los dioses, en especial la de Ptah. Posteriormente realizaba una carrera entre dos marcas, delimitando así simbólicamente su territorio. Por último, era ungido con las dos coronas del Alto y el Bajo Egipto, visitando los santuarios junto con a los estandartes de los dioses. El acto final eran diversos ritos y un fastuoso banquete. Se discute si el festival "Sed" fue una elaboración posterior de un rito antiguo, practicado en Egipto durante el Calcolítico y Neolítico, consistente en la eliminación física del dirigente envejecido. Lo que sí manifiesta esta ceremonia, en cualquier caso, es el papel fundamental del monarca para la pervivencia del país, su naturaleza humana -sometida, por tanto, a desgaste-, y la perdurabilidad de la institución monárquica.
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Durante el reinado de Enrique VIII, la fiesta cortesana muestra una acusada orientación tradicional y medievalizante. Los festejos de más auge en esta corte fueron los torneos, cuyos caracteres y significación habían quedado definidos desde mediados del siglo XV en la corte de Borgoña; es éste un tema que, al contrario que el de la entrada triunfal, no evolucionó hacia las coordenadas humanístico-renacentistas. Razones de índole política subyacían en este reverdecer del culto a la caballería, ya que suponía un modo de atraer a una poderosa aristocracia al servicio de la corona; a ello, lógicamente, se unían motivaciones sociales y de prestigio. Una imagen como la del torneo de 1511, donde Enrique VIII asistido por cuatro caballeros era el protagonista de la justa que presenciaban la reina Catalina y sus damas, es elocuente al respecto, e incluso, a decir de Strong, con un carácter un tanto provinciano. El torneo propiamente dicho se completaba con una serie de festejos, con baile, música, lectura de poemas, etc., todo con referencias a las virtudes de damas y caballeros y alusiones constantes a la mítica Camelot del rey Arturo. Los temas imperiales derivados de Carlos V y sus círculos humanísticos tuvieron una enorme repercusión en el pensamiento isabelino y su concepto de la monarquía, ahora también cabeza de la Iglesia anglicana. Se argumentaba que, habiendo reducido el Papa a la nada el poder imperial, concernía a los reinos recuperarlo e instaurarlo. El culto a Isabel I proviene de este papel de la virgen justa (recuérdese su figuración como Astraea) que toma una postura activa en esta peculiar reforma imperial. Uno de los eventos más significativos en esta línea exaltatoria fue el entretenimiento dado por Lord Hertford como homenaje a Isabel I, concebida como la bella Cinthia, Emperatriz del ancho Océano. Tuvo lugar en 1591 en Elvetham (Hampshire), disponiéndose un gran lago en forma de media luna (Cintia es la diosa de la Luna) que simbolizaba la luna imperial, lema que había sido adoptado por Enrique II de Francia y que ahora asume el imperio Tudor en expansión; expansión pirático-marítima, sobre todo, que, en estos momentos y tras el desastre de la Invencible de Felipe II en 1588, se presenta más factible que nunca. En concreto, la colonización de Norteamérica no se hará esperar, partiendo de Virginia, fundación inglesa ya existente y cuyo nombre deriva precisamente de Isabel I, reina-virgen.