Hacia el 1250 a.C., con la llegada primero de los hebreos y la de los filisteos (los "peleshet" de los Pueblos del Mar) después, el actual territorio de Israel sufrió la desaparición de numerosas ciudades cananeas y a la postre la de su civilización. Los hebreos, guiados por sus "jueces", iniciaron el gobierno del país bajo los planteamientos de una sencilla civilización que naturalmente carecía de sensibilidad artística; sin embargo, pronto aceptaron lo cananeo anterior, aunque dándole una clara impronta fenicia, que se dejó sentir profundamente. Saúl (1040-1010 a.C.), primer rey del Estado palestino, construyó en Gabaa, la primera capital del reino, un palacio fortificado, identificado por W. F. Albright en Tell el-Ful. Sin embargo, David (1042-972 a.C.) prefirió Jerusalén como capitalidad, lugar que fortificó adecuadamente y en el que construyó su propio palacio, aún no localizado. El rey de Tiro le envió, según relata la Biblia, maderas, carpinteros y canteros para su realización. Tampoco nos ha llegado nada de las construcciones de Salomón (970-931 a.C.), que conocemos por la Biblia. Según esta fuente, su palacio, cuya edificación duró 13 años, estuvo al lado del Templo de Yahweh, sobre el mismo terraplén. De acuerdo con lo transmitido por el "Libro de los Reyes" (I Rey. VII, 1-12), este edificio palatino contó con cuatro series de elementos: la Casa del bosque del Líbano -nombre tomado por sus 45 columnas de cedro-, a modo de sala hipóstila (55 por 27,50 m; altura, 16); un vestíbulo de espera, precedido de un pórtico con columnas y gradas; el Salón del trono -donde juzgaba desde su trono de marfil-, con paredes recubiertas con planchas de cedro, y, finalmente, los apartamentos privados del rey y de la reina y el harem real. La construcción más importante fue, sin embargo, el Templo de Yahweh, levantado con materiales y operarios facilitados por Hiram, rey de Tiro, en la colina nordeste de Jerusalén, ocupada en la actualidad por la Mezquita de Omar, colina de larga tradición teofánica. Dicho templo (36,50 por 11 m; altura, 17) era en realidad un gran santuario, en cuya puerta existían dos columnas huecas de bronce de 9,90 m de altura y 2 de diámetro, llamadas Yakin y Bo´az. La estructura del santuario constaba de tres partes: el vestíbulo o "ulam" (5,50 por 11 por 16,50 m), el santo o "hekal" (22 por 11 por 16,50 m) y el santísimo o "debir", reservado exclusivamente al sumo sacerdote. Por los lados se hallaban adosadas otras dependencias secundarias. En su interior se guardaba el Arca de la Alianza, custodiada por dos magníficos querubines de madera revestida de lámina de oro. En el patio anterior del templo se hallaba el altar de los holocaustos (har´el) y el llamado mar de bronce, recipiente con capacidad para 787 hectólitros de agua destinada a las purificaciones rituales. Entre las residencias provinciales de esta época de unificación política del país hay que fijarse nuevamente en Meguidó. Allí (nivel IV B) se levantó una construcción que ha recibido el nombre de Palacio, aunque no gobernase en ella ningún rey independiente. La misma, sede de algún gobernador, rodeada por un muro con pilares de piedra de excelente aparejo, entre paños de mampostería, cubría una superficie considerable (23 por 21,50 m). Contaba con un patio central sobre el que se abría un edificio de dos pisos coronados por una torre. Una de sus instalaciones era remarcable: las llamadas cuadras de Salomón (55 por 22,50 m), descubiertas por P. L. O. Guy, y capaces de albergar un considerable número de caballos. Meguidó contaba todavía con otra extraordinaria obra de ingeniería: el pozo de agua subterráneo y el subsiguiente túnel hasta el manantial de abastecimiento, para lo cual se hubo de excavar profundas y largas galerías. A partir del año 931 a.C. se produjo la división del reino palestino en dos dinastías que se repartieron el territorio (Israel y Judá). En el reino de Judá, al sur, la ciudad de Jerusalén apenas sufrió modificaciones. Algunas citas bíblicas aluden a pequeñas reformas en el Palacio de Salomón, pero la realidad es que se ignora todo lo relacionado con las actividades arquitectónicas. En cambio, en el norte, en el reino de Israel, sus reyes tuvieron que improvisar incluso la capital -cuya situación se ignora- estableciéndose, pasados unos años, en Samaría. Jeroboam I (931-910 a. C.) se instaló en Siquem (Tell Balatah), pero en tal enclave las excavaciones no han localizado lo que pudiera haber sido palacio real; luego pasó a Penu'el (Transjordania) y, finalmente, optó por Tirsah, enclave que fue identificado por R. de Vaux -siguiendo una teoría de W. F. Albright- con Tell el-Fara'ah, cerca de Nablus. Allí se ha descubierto una importante construcción que parece no se acabó de edificar del todo. Esa circunstancia ha hecho pensar en que sus sucesores abandonaron el lugar. Sea como fuere, con Omrí (885-874 a.C.) la residencia real se situó en Samaría (I Rey. XVI, 23-24), lugar en el cual el propio rey adquirió una colina sobre la que levantó un edificio palacial, construido por operarios fenicios, pero siguiendo trazas asirias. Esta ciudad fue también capital con Acab (871-851 a. C.) y con Jeroboam II (793-753), quienes ampliaron el palacio, añadiendo en él sus propios aposentos. Acab rodeó el recinto con una muralla con casamatas, levantando en el ángulo sudeste una potente torre-vigía cuadrangular; por el sector occidental, Jeroboam II levantó otra, pero de planta circular, a fin de proteger sus dependencias, situadas en aquel sector. También en Yizre'el existió una residencia real, tal vez Palacio de invierno de los reyes de Israel. Durante el exilio y su inmediata etapa posterior (587-332 a.C.) no se prodigaron, obviamente, grandes construcciones; sin embargo, se sabe que Samaria fue fortificada, que Jerusalén se convirtió en indiscutible centro religioso, construyéndose en ella en el 535 a.C. el segundo Templo de Yahweh, gracias al empuje de Zorobabel, un judío nacido en Babilonia, y que venía a ser copia, en pequeño, del anterior templo salomónico. Asimismo, se reconstruyó una fortaleza en la acrópolis de Lachis, con una superficie de 2630 m2, siguiendo en su arquitectura trazas sirio-hititas e incluso partas. Pocos fueron los monumentos palestinos de época helenística (332-68 a.C.); de la misma tal vez deban destacarse la Torre Hananeel, el Mausoleo de Tobías y el Templo de Araq el-Emir (Transjordania). Durante el período herodiano (37-4 a.C.) se asistió a una gran actividad constructora, según dejan ver los edificios y ambientes urbanos que el idumeo Herodes el Grande levantó en Jerusalén, Samaria, Cesarea y Jericó, además de sus fastuosos palacios construidos en la escarpada Massada y en la fortaleza de Herodium, cerca de Belén. Sobre estas construcciones destacó, sin embargo, el nuevo Templo de Jerusalén (tercer templo) -para los judíos fue siempre el segundo, esto es, "miqdash sheni"-, cuya descripción conocemos por Flavio Josefo y cuya estructura copiaba en líneas generales la del primer templo salomónico. Como es sabido, en el año 70 el templo fue incendiado por Tito, el hijo de Vespasiano, no quedando de la construcción, según había profetizado Jesucristo, "piedra sobre piedra".
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A los arquitectos y estudiosos del arte no dejaron de asombrarles las soluciones y las herramientas que habían logrado los japoneses en la construcción de sus edificios, el manejo de los volúmenes y los espacios, la claridad y la sencillez. Grandes nombre, como F. Ll. Wright, incorporaron muchas de las soluciones logradas por los constructores japoneses. Resulta difícil resumir en pocas líneas la arquitectura japonesa, aunque de modo general se puede decir que las construcciones se realizan con materiales perecederos, como madera, barro, corteza o papel. El espacio interior de las viviendas suele ser diáfano, organizado mediante paneles móviles y puertas corredizas. Primando el utilitarismo, las viviendas carecen de todo lo que se tiene por innecesario: la decoración es la justa y apropiada y, al exterior, se manifiestan volúmenes claros y sencillos. El suelo interior está decorado con una escueta cubierta, el tatami, hecha de materiales vegetales prensados. En general, en las casas en que se dispone de él, el jardín se involucra con el edificio. La debilidad de los materiales hace que en muchas ocasiones las obras resulten destruidas, más aún atendiendo al carácter volcánico de la orografía del Japón y a la violencia de los tifones y terremotos. Sin embargo, ello no ha parecido tradicionalmente tener ninguna importancia, pues ha sido frecuente la reconstrucción de los edificios incluso manteniendo las mismas características y proporciones. Un ejemplo de esto es la reconstrucción exacta, cada veinte años, del Santuario de Ise, siguiendo el modelo original. Además de santuarios y templos, ya sea sintoístas o budistas, donde mejor se ha manifestado el carácter de la arquitectura japonesa ha sido en sus majestuosos castillos.
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El siglo más brillante de Pérgamo y de Rodas coincide con el broche final de la arquitectura griega. En la costa anatólica y en las islas más cercanas se intentan, por última vez en la arquitectura monumental y sacra, proyectos y fórmulas nuevas que ya no se podrán desarrollar, y que quedarán a merced de la iniciativa romana. Pero quizá es esa misma proyección ajena al mundo griego la que da mayor valor a estos edificios, criterios y planteamientos teóricos. Se trata, en primer lugar, de la introducción del paisaje en la arquitectura o, más exactamente, en la urbanística de los santuarios. Si tradicionalmente los griegos habían sentido la presencia de la divinidad entre rocas abruptas, al pie de gargantas o en el interior de bosques, lo cierto es que, al construir templos y otros edificios en estos ámbitos sagrados, se habían contentado con diseminarlos de forma pintoresca, ateniéndose sólo a ciertos ritos y a una estética de lo esquinado y del desorden. Ahora, en cambio, en los santuarios de Cos y de Lindos, que se estructuran en diversas fases durante los siglos III y II a. C., se organiza, aprovechando la situación en pendiente, lo que ha venido a llamarse santuario de terrazas: sucesivas plataformas, unidas por amplias escaleras y bordeadas de pórticos, permiten al peregrino una ascensión a la vez física y espiritual hacia la morada del dios. Se trata de una idea muy antigua en el Oriente -recuérdese el templo de Hatshepsut en Deir-el-Bahari-, pero en Grecia no se había planteado nunca, y pronto se convertirá en un dogma para los santuarios del Lacio, en torno a Roma. En el campo más concreto de la construcción de templos, lo más importante que cabe reseñar es la carrera de quien será considerado por Vitruvio el máximo teorizador del orden jónico, superior incluso a su lejano antecesor -y, pese a todo, modelo- Piteo: nos referimos al arquitecto Hermógenes. Será este hombre, ciudadano de Alabanda o de Priene, quien lleve a cabo el templo de Dioniso en Teos y los de Zeus Sosípolis y Artemis en Magnesia, fechables todos entre fines del siglo III y las primeras décadas del II: en ellos conseguirá el último tratamiento del orden helenístico y anatólico por excelencia, y de sus experiencias saldrán los últimos escritos teóricos de la arquitectura griega, cerrando un ciclo que había comenzado en el arcaísmo, y precisamente en Jonia, cuando se construyó el Hereo de Samos. Por ello nos parece que deben recordarse, al menos, las palabras que dedica a Hermógenes su discípulo romano, cuando describe el templo pseudodíptero: "está dispuesto de modo que cuenta con ocho columnas en el frontispicio y en la fachada del postigo posterior; y con quince en los laterales, incluidas las de los ángulos. Además, las paredes de la nave, en la fachada anterior y en la del postigo, tienen enfrente las cuatro columnas del medio, y el espacio en derredor, desde las paredes de la nave a las columnas, será de dos intercolumnios y un imoscapo. No hay ejemplo de este tipo en Roma; pero sí en Magnesia, en el templo de Diana, construido por Hermógenes"... (Vitruvio,III, 2; trad. de A. Blánquez). Al lado de Hermógenes, sólo otro arquitecto merecería recordarse en esta época, aunque ya lejos de la costa jonia: se trata, curiosamente, de un romano, Cosucio, pero totalmente helenizado: él fue quien, por encargo de Antíoco IV Epífanes, se puso al frente de las obras del enorme Olimpieo de Atenas. Se trataba de un proyecto comenzado por Pisístrato en el siglo VI, y abandonado después. Tampoco Cosucio llegaría a concluirlo -eso sólo lo logrará Adriano-, pero fue él quien tuvo la idea de planearlo en orden corintio: era la primera vez (hacia 170 a. C.) que se utilizaba en un gran templo este orden para el exterior, y con tal profusión de columnas. Pronto los romanos se dejarán seducir por tamaña riqueza: primero, a fines del siglo II a. C., levantarán su templo redondo a Hércules en el Foro Boario; poco después, incluso se llevarán algunos capiteles del Olimpieo para realzar la fachada del templo a Júpiter Capitolino.
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Dice M. Liverani que el florecimiento de una parte no escasa de la cultura urbana luvio-aramea -especialmente la del área luvita-, se dio en una región que por su geografía montañosa había sido antes -y lo sería después-, bastante secundaria. Sorprende, sin embargo, que en esa y en las regiones menos agrestes de dominio arameo, el origen y crecimiento de las ciudades fuese tan parecido: en torno o a la sombra de una altura fortificada, una ciudadela, que solía dominar el curso de un río. Esa era la imagen de Karkemis junto al Eufrates, Hamat a la orilla del Orontes, Sam'al juntó al Karasu o la Guzana flanqueada por el Girgib, afluente del Habur. La disposición general y él trazado urbanístico del último estado conservado en la mayor parte de las ciudades luvio-arameas conocidas es muy semejante también. Los recintos exteriores, que presentan desarrollos tan distintos entre sí como el círculo perfecto de Sam'al y el rectángulo casi perfecto de Guzana, no deben inducimos a error. Pues si se comparan las plantas de estos ejemplos extremos y otros semejantes, percibiremos una regularidad notable, una rígida separación entre ciudadela y ciudad baja y una arquitectura palatina prácticamente idéntica. Y como sugiere P. Matthiae, lo esencial es que a diferencia de la antigua tradición siria, los palacios reales luvio-arameos no estaban insertos en la trama de la ciudad, sino aislados en una ciudadela que podía situarse en el centro -caso de Sam'al- en un lado protegido por un río -caso de Karkemis y Guzana-. Dobles o sencillas, las murallas exteriores almenadas y torreadas, construidas con adobe y entramado de madera sobre cimientos y zócalos de sillares de piedra -al antiguo estilo hitita-, completadas con fosos -como el Guzana o Kardemis-, y alzadas sobre terraplenes -caso de Karkemis, entre otras-, daban acceso por sus puertas fortificadas de tenaza múltiple, decoradas con ortostatos esculpidos y leones de puerta, a un amplio espacio urbano que, en Karkemis, llegaba a cubrir las 95 hectáreas de superficie. Sam'al, la capital del pequeño Estado de su nombre, resulta hoy quizás el ejemplo mejor conocido de planificación urbana en el área de su cultura. Las 37 hectáreas de superficie no hacen de ella una de las mayores ciudades, pero tampoco la menor. Asombra, desde luego, el doble círculo de sus murallas que con 2,20 km de desarrollo, tres puertas fortificadas de doble tenaza y unas 94 torres en cada uno de sus lienzos, constituía un sistema de defensa colosal. No es extraño por ello que el rey asirio Asur-aha-iddin (680 - 669) gustara de elevar su estatua en la puerta meridional, la principal de la ciudad. El proyecto global de Sam´al no es tan tardío como algunos autores pretenden. En la línea opuesta, sugiere S. Mazzoni que en el siglo X existían ya las murallas de la ciudad baja, pero es que además la ciudadela y su arquitectura interior recuerdan sobradamente a la vieja tradición del norte, y aunque su aspecto final pueda parecer tardío, los orígenes se remontan por lo menos al siglo XI y aún antes. De hecho, F. von Luschan y sus colaboradores, aunque sólo se interesaron por los restos de la época del Hierro avanzado, comprobaron la existencia de ruinas y materiales de superficie anteriores al I milenio. Las murallas torreadas de la ciudadela, que aprovechaba la pendiente natural de la colina, tenían un solo acceso desde el sur -en el eje de la puerta meridional del recinto exterior-, una puerta fortificada y decorada con ortostatos basálticos que daba entrada a un espacio abierto y sin construcciones -un lugar de mercado según A. Blanco-, cerrado al fondo por una segunda muralla. Pasada ésta, el visitante ingresaba por fin en el conjunto de edificios del palacio. A las orillas del Eufrates, Karkemis tenía una historia mucho más larga. Pero los estudios realizados en ella, interrumpidos por la I Guerra Mundial, no permitieron que la información recogida fuera muy amplia. Sí es de relieve anotar, que la colina de la ciudadela, a pico sobre el río, sirvió como apoyo de los recintos amurallados: el semicircular de la ciudad interior, con tres puertas y erigido sobre un fuerte terraplén, y el doble y rectangular de la ciudad exterior, más tardío. Interesa destacar que en Karkemis encontramos los dos tipos de trazado amurallado de las ciudades luvio-arameas, sin que nada permita sugerir -como piensa M. Liverani-, que el trazado rectilíneo se deba a influencias asirias. De hecho los asirios de Arslan Tas-Hadatu o Til Barsip-Kar Salmanasar, se adaptaron de buena gana a un trazado luvio-arameo parcialmente circular. La cronología de Guzana sufre todavía de ciertas reservas. En líneas generales se admite el siglo IX, aunque algunos la sitúan antes -caso de W. F. Albright, por la ausencia de influencia asiria en su escultura- o después -caso de E. Akurgal, en razón a lo clásico y desarrollado de su arquitectura palacial-, pero lo único cierto es que Adad-mérari II (911-891) la mencionaría en una inscripción del 894, esto es, que por fuerza tenía que existir desde bastantes años antes. Creo que la muralla exterior de la ciudad, rectangular y apoyada en el río, no tuvo que deberse por fuerza a una inspiración asiria, pues tal trazado -además de que lo vemos en la segunda ampliación de Karkemis- era ya conocido en época mitannia en Nuzi por ejemplo: y la ciudadela desplazada al flanco cubierto por el río era, en razón a su misma presencia, su situación en el plano y sus técnicas de construcción, una creación puramente luvio-aramea. Dentro del recinto urbano y como en todas las ciudades antiguas, los edificios públicos recogieron las mejores experiencias de los arquitectos de la época. Una de éstas, la más famosa y controvertida por cierto, sería la del módulo palacial que los asirios llamaron bit hilani al estilo hitita, esto es, al del Gran Hatti luvita. Las teorías sobre su origen hitita, defendidas por K. Bittel y, parcialmente, por J. Margueron son, si no erróneas, cuanto menos muy dudosamente fundamentadas. No ocurre lo mismo con la hipótesis de maduración y último desarrollo luvio-arameo, a partir de una tradición siria documentada en el Bronce Medio y Tardío, pues los ejemplos ajustados pueden multiplicarse. H. Frankfort definió claramente la estructura tipo de tales edificios en un estudio clásico: se trata de un tipo de palacio formado, esencialmente, por dos grandes salas estrechas, con sus ejes paralelos a la fachada cuyo exterior se adornaba con ortostatos esculpidos. La primera sala era en realidad un amplio pórtico, sostenido por una o tres columnas o atlantes que descansaban sobre basas talladas o pedestales teriomorfos. Desde un lateral del mismo pórtico, una escalera subía a una segunda planta. Con pequeñas variantes, este módulo se repite en Guzana -el ejemplo de mayor claridad para E. Akurgal-, Sakçagözü, Tell Taïnat o Sam'al, donde en mi opinión, su reiterado empleo consiguió -sin intención aparente- un conjunto de alta originalidad y que recuerda sin embargo al mundo hitita. El bit hilani y los demás tipos de construcciones reales o religiosas solían integrar en su estructura una serie de elementos escultóricos: las columnas y sus elementos, las esculturas portantes y los bajorrelieves. Dice E. Akurgal, que la primera basa de columna individual y de formas artísticas nació en el seno de la arquitectura luvio-aramea. Sus posibles antecedentes en el mundo creto-micénico o sirio no pasaron de ser simples discos de piedra. Por el contrario, las basas luvio-arameas como las usadas en Tell Taïnat o en el edificio K de Sam'al, son verdaderas obras maestras, con rico tallado y auténtica función tectónica. En no pocos lugares, el mismo papel sería cumplido por pedestales teriomorfos, débiles o sencillos, entre los que hay que destacar por razones distintas, los animales del pórtico del hilani en Guzana y los leones echados de Tell Taïnat. Y a la arquitectura luvio-aramea hay que conceder también la original idea de utilizar esculturas como soportes del dintel de un pórtico, tempranos atlantes y cariátides que, en Guzana, cumplieron adecuadamente su misión. Si observamos las grandes obras de la arquitectura del período, convendremos en que el conjunto más impresionante y mejor conocido es el de Sam'al. Las construcciones que las murallas de la ciudadela protegen, se agrupan en varios sectores: en la curva este de la muralla, las casamatas. Más al norte, el palacio del gobernador asirio tras el fin de la independencia. En el rincón noroeste, los edificios J y K, de tipo hilani; y al oeste, el gran patio porticado con pilares cuadrados, al que se abrían los edificios III y IV, en el que se apoyaba el hilani II. Obviamente, no todos eran contemporáneos, pero los arquitectos procuraron irlos encajando en un plano general que, en su último estadio, recuerda al orden de Büyükkale. Ciertas inscripciones permiten fechar el edificio J en la época del rey Kilamuwa (ca. 830). Este palacio -en cuya entrada se halló la estatua de 3 m de un dios sobre un pedestal de leones-, parece el edificio más antiguo de la ciudadela. Con un sector privado y otro oficial, la entrada -de 8 m de anchura- debió contar con soportes que no dejaron rastro. Como era costumbre, en la sala principal, un hogar fijo serviría para hacer frente a los crudos inviernos de la región. Inmediatamente al lado, el hilani K se atribuye a la época del rey Barrakib (después del 732). Una escalinata de 8 peldaños y un pórtico de cuyas columnas quedaban tres basas finamente talladas -con cable trenzado estrangulando en el centro a las bandas superior e inferior de elementos vegetales-, llevaba a la típica sala alargada. Al mismo Bar-rakib se remonta también la parte más complicada del conjunto: el patio porticado y los edificios tipo hilani III, IV y II. En una inscripción, el monarca recuerda con orgullo que sus antecesores no habían edificado más que el palacio de Kilamuwa. Al hilani I se accedía por un pórtico de una sola columna con pedestal en forma de esfinge. A la izquierda, figuraba un famoso ortostato en el que el rey aparece junto a su escriba. Según E. Akurgal, el hilani II y III, un poco más tardíos, vienen a repetir el módulo conocido. Otro de los conjuntos palatinos más interesantes de la época luvio-aramea es el palacio de Kapara en Guzana. Se trata de un hilani cuyo muro sur, integrado en el recinto de la ciudadela, aparecía decorado en la base de sus cinco torreones con una larga fila de pequeños ortostatos de basalto y caliza rojiza. Siguiendo el muro, un visitante llegaría a la Puerta de los Escorpiones, una entrada de triple tenaza que daba acceso a la plataforma sobre la que se levantó el hilani. Las esculturas de su pórtico abrían paso a la planta sencilla y clara de un edificio que, carente de anexos, debió servir -según E. Akurgal- tan sólo como lugar de audiencias. En el terreno de la arquitectura religiosa, los maestros luvio-arameos parecen haber seguido líneas muy distintas. El recinto del templo en Karkemis, junto a la gran escalinata que lleva al palacio, apenas si tiene parecido alguno con el templo de Tell Taïnat, de planta idéntica a la de un megaron, con una escalinata de dos peldaños y un pórtico de dos columnas cuyas basas formaban dobles leones echados.
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El nombre de megalítico (con matiz diferente del término ciclópeo) hace referencia a una arquitectura de grandes piedras toscamente desbastadas (del griego niega: grande, y lithos: piedra). Es anterior y distinta a la denominada arquitectura talayótica en Baleares, mucho más moderna. El hombre megalítico se aplica a diversas categorías de estructuras funerarias y a otros monumentos de finalidad más discutida (menhires, alineaciones, cromlechs...), interpretados siempre en términos religiosos. Sin embargo, la denominación es reduccionista porque el concepto incluye a su vez otra serie de construcciones funerarias, no megalíticas, pero consideradas dentro del mismo fenómeno: estructuras funerarias en mampostería y falsa bóveda (denominadas tholoi), cuevas artificiales... coincidentes en su planta y destino con las sepulturas megalíticas en sentido estricto. La utilización de estas estructuras para enterramientos múltiples, así como la monumentalidad, son dos atributos compartidos, unificadores del concepto megalítico, obviando las divergencias en el aparejo o en la naturaleza de los materiales. A excepción de las denominadas cuevas artificiales (receptáculo fúnebre labrado en una roca relativamente blanda y adoptando un espacio equivalente al de las construcciones externas), todos estos panteones, sin importar morfología y dimensiones, se cubrían y ocultaban con un enorme túmulo de tierra o piedras, de disposición meticulosa y cuidada, normalmente marcando el perímetro por un anillo de piedras más pequeñas. Así pues, el paisaje de los megalitos no sería la desnudez que hoy contemplamos en la ruina de estos monumentos, sino un montículo cuya planta puede oscilar entre 10 ó 30 metros y superar los 2,5 m de altura. Incluso es factible, y así lo avalan algunos testimonios, que el colorido externo de algunos de estos estímulos no quedara camuflado en el paisaje, sino que la propia tierra o la alternancia combinada de guijarros o piedras de distinta naturaleza, diera unas coloraciones especiales que realzaran inclusive la artificialidad de estas colinas fúnebres. La construcción de uno de estos monumentos requiere algún tiempo y la colaboración de un cierto número de personas, siempre en función de su magnitud, pero su arquitectura repite soluciones muy simples, tanto si se opta por el sistema arquitrabado, lo más general, o por la cubrición en mampostería y falsa bóveda por aproximación de hiladas (tholoi). Las piedras verticales (ortostatos), generalmente de granito o pizarra, dependiendo de la oportunidad local de la geología (en ocasiones se recurre al transporte de varios kilómetros) se sostienen merced a su afianzamiento en una pequeña zanja y al uso de piedras menores, a modo de calzas, favoreciendo la sujeción y el levantamiento de cada una de las losas. El encaje en la tierra y la dispersión del empuje en el acoplamiento mutuo al cerrar el perímetro, así como su leve inclinación hacia el centro de la cámara, son suficientes para permanecer en pie, desafiando los siglos. Las tierras del montículo e incluso un anillo de piedras más pequeñas, alrededor de la cámara, sirven de plataforma y plano inclinado para el ascenso de la enorme piedra monolítica que actúa como techo de la cámara. La preparación del suelo puede ser por simple batido aunque en casos excepcionales se aprecia una especie de enlosado, más o menos tosco según la categoría del sepulcro. La cubrición del conjunto con las tierras del túmulo ocultarán a los ojos de los vivos el exterior del monumento, debidamente preparado para permitir las sucesivas inhumaciones, de acuerdo a las circunstancias. En la actualidad rara vez está conservado el túmulo, pero este elemento es consustancial a estas construcciones, unificadas externamente por su aspecto específico y valor simbólico del espacio consagrado al emplazamiento de la tumba, a veces marcado con la presencia de betilos, pequeñas columnas troncocónicas carentes de decoración y más raramente con auténticas estelas a modo de señalizaciones o hitos funerarios. Atendiendo a la morfología se distinguen tres tipos primarios: - El dolmen, palabra bretona que significa mesa. El esquema básico es una cámara simple, circular, poligonal, ovoide..., cubierta con una sola piedra (excepcionalmente techada con madera y ramajes). - La tumba de cámara y corredor. Se añade al tipo anterior un pasillo de acceso, normalmente más bajo, también adintelado. En el caso de que se trate de un tholos, se construye con aparejo de mampostería en seco y la cubrición se cierra por aproximación de hiladas. En ocasiones se recurre a una solución mixta combinando ortostatos y mampostería. El esquema en forma de tholos se ejemplifica en la necrópolis megalítica correspondiente al poblado fortificado de Los Millares, con más de un centenar de tumbas. Posiblemente este tipo de sepulturas, así como la variante en cueva artificial, representan los tipos más modernos, como una modalidad propia del Calcolítico, frente a la cubierta plana originada ya durante el Neolítico. La llamada Cueva del Romeral (Antequera, Málaga) o la de Matarrubilla (Valencia de Alcor, Sevilla), en este caso auténtica cueva artificial, están entre los megalitos más monumentales. - Galería cubierta. Adopta planta trapezoidal, sin diferenciación neta entre cámara y corredor. La cubrición es adintelada y según la anchura se colocan pilares intermedios que sirven de sostén. La monumental Cueva de Menga en Antequera (Málaga) sigue esta morfología. Nichos, divertículos anexos, puertas perforadas para delimitar el paso a la cámara, pilares divisorios... así como las variantes adoptadas por la planta, dimensiones e incluso la naturaleza de las piedras, reflejan unas divergencias, ligadas posiblemente a las particularidades del grupo social y a matizaciones más locales, entendiendo que aunque el sepulcro sea siempre colectivo (desde unos pocos individuos hasta más de 50), no significa la igualdad ni la uniformidad en los sepulcros y ajuares, ni en los ritos mortuorios. A las casuísticas apuntadas hay que añadir que la investigación ha puesto de manifiesto que la construcción de estas tumbas está ritualizada y las inhumaciones sometidas a una intensa manipulación de los cadáveres, lo que lleva a suponer que, en muchos casos, se trata de enterramientos secundarios después de haber practicado la descamación e incluso de haber coloreado de rojo los huesos. Cremación parcial, fuegos, depósitos votivos..., y otras actividades difíciles de encasillar en una normativa, no siempre apreciables cuando la tumba ha sido violada o su excavación es antigua, formaron parte del complejo ritual. Aparte del ajuar de cada individuo y de los materiales que propician los ritos, no es infrecuente evidenciar que este tipo de tumbas, sea en la puerta de entrada o en el interior de las paredes, se complementan con la ornamentación, desde el simple teñido de rojo hasta una recubrición de yeso, soporte de complicados dibujos geométricos (rojo, negro, blanco, amarillento...), simulando una especie de tapiz, pasando por grabados lineales más o menos profundos representando motivos solares, líneas onduladas, signos curvilíneos e incluso figuras humanas... Otro elemento omnipresente son las denominadas cazoletas, pequeñas cavidades, picando la superficie de la piedra, sin llegar a la perforación. En casos más excepcionales, se reconocen al exterior de las piedras desnudas dibujos comparables a la pintura rupestre, sin que quede claro hasta qué punto son sincrónicos a la construcción del monumento o han sido ejecutados con posterioridad, una vez desmoronado el túmulo. Las tumbas megalíticas se extienden por todo el territorio peninsular, llegando incluso a Baleares (dolmen de Ca Na Costa en Formentera). La incidencia es muy escasa hacia Levante, centro y meseta oriental (utilización de cuevas naturales). Por el contrario, el área pirenaica, fachada occidental, y Andalucía, documentan una enorme variedad y densidad de estos sepulcros cuya construcción se inicia con anterioridad al Calcolítico y se prolonga hasta el segundo milenio.
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De acuerdo con el estado actual de la investigación, de la Asiria del siglo XV en poder de los hurritas de Mitanni, no han llegado restos arquitectónicos. Tampoco los poseemos de la época de Assuruballit I (1365-1330), rey que supo convertir a Asiria en potencia internacional, lejos del vasallaje hurrita. La construcción más antigua de esta etapa histórica corresponde al palacio de Adad-nirari I (1307-1275), levantado en Assur y de estructura muy similar a la de los palacios hurritas de Alalakh y Nuzi. Rodeado por una muralla de irregular perímetro, estaba diseñado de acuerdo con diversos sistemas de patios, a cuyo entorno se abrían las estancias. Años después, con Salmanasar I (1274-1245) y su hijo Tukulti-Ninurta I (1244-1208), se dio paso a una política de grandes construcciones religiosas y civiles, parte de cuyos restos se han podido conocer. Salmanasar I fundó una nueva ciudad, Kalkhu -conocida en la Biblia como Kalakh- (hoy Nimrud), que sería, de hecho, repoblada durante el reinado de su hijo y sucesor. Fue éste, Tukulti-Ninurta I, quien dio un gran empuje a la arquitectura al ordenar restaurar y modificar edificios importantes de Assur, la capital imperial. Entre ellos estaba el antiquísimo Templo de Ishtar, al que se le dotó de nueva planta. La estructura principal, dedicada a la Ishtar. acadia (Assuritu), respetaba, sin embargo, la primitiva disposición del eje acodado. Mucho más importante que esta reforma, fueron el templo y la torre escalonada, dedicadas a Assur, que ordenó construir tal rey en la nueva residencia que levantó a unos 3 km de Assur, y que llamó Kar-Tukulti-Ninurta. El nuevo templo, sin embargo, no presentaba planta asiria, sino babilónica, pues estaba proyectado con una cella larga y estrecha. Algunos especialistas ven en esta disposición arquitectónica la presencia de la magnífica estatua de Marduk, traída allí por el rey desde Babilonia con ocasión del feroz saqueo que infligió a tal ciudad. Típicamente asirios, no obstante, fueron otros elementos ornamentales: los nichos, la escalinata y el podio, por ejemplo. De la nueva residencia que ordenó construir no podemos decir casi nada, puesto que la planta de la misma no se ha podido delinear con coherencia, dado lo poco que se ha conservado. Tampoco sabemos nada del nuevo palacio que se hizo edificar en la propia Assur; del mismo, los arqueólogos sólo han podido determinar su emplazamiento, gracias a los cimientos de mampostería que han sido encontrados. A su reinado pertenece, probablemente, un magnífico hipogeo (tumba número 45 de las excavaciones), construido en ladrillo, no lejos del Templo de Ishtar de Assur. Sirvió como tumba a dos sacerdotisas y en él apareció un rico ajuar funerario (22 vasos de alabastro, diferentes objetos de marfil, joyas y un magnífico sello de lapislázuli). Nuevamente, hemos de esperar un siglo para tener más noticias de actividades arquitectónicas asirias. Durante ese espacio de silencio constructivo, los nómadas arameos habían invadido amplias zonas de la alta Mesopotamia y las fricciones con Babilonia habían sido cosa frecuente. A todo ello puso término Assur-resh-ishi I (1133-1116), el vengador del país de Assur, lo que le permitió luego dedicarse a restaurar y construir templos y palacios en varios puntos de su Imperio. Cuando tras él, Tiglat-pileser I (1115-1077) accedió al trono, Asiria encontró de nuevo sus rumbos políticos y su función de gran potencia mundial. Las expediciones contra los nómadas, los países de la costa mediterránea y los reinos neohititas procuraron enormes botines al nuevo monarca, parte de los cuales empleó en diferentes construcciones. Una de ellas fue el doble templo de Anu y Adad (dioses del cielo y de la tormenta, respectivamente), levantado en Assur, y del cual sólo nos han llegado sus cimientos (36 + 35 m). Su planta constaba de dos capillas idénticas separadas por un estrecho pasillo, situadas entre las dos ziqqurratu cuadradas del doble templo.
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Son escasos los restos arqueológicos que han quedado de la cultura micénica, denominada de esta manera por Schliemann al trabajar en las excavaciones del Círculo A de tumbas en Micenas. Quizá sean estos enterramientos los monumentos más característicos de esta civilización. En primer lugar encontramos las tumbas de fosa o de pozo, situadas en las afueras de las ciudades y señaladas mediante estelas clavadas en el suelo y rodeadas de un muro circular. Después vendrán las tumbas con largo corredor (llamado dromos) y cámara circular al fondo (denominada tholos), cubierta con falsa bóveda. Las más importantes son las de Micenas donde destaca el llamado Tesoro de Atreo, realizada en sillería. Las ciudades micénicas que se han conservado tienen una serie de elementos comunes: situación elevada, preferentemente una colina, en cuya parte más alta - acrópolis - se construye la residencia del príncipe y el templo, amurallando especialmente este espacio; murallas exteriores construidas con grandes bloques de piedra sin tallar, denominado muro ciclópeo porque consideraban que lo habían realizado los cíclopes; acceso por rampas; entradas monumentales junto a otros accesos protegidos con torres. Las ciudades mejor conservadas son Tirinto, Micenas y Pilos. En Micenas se encuentra la llamada Puerta de los Leones, construida por grandes sillares de piedra, cerrada por un grueso dintel cuya carga ha sido aligerada con un vano triangular en el que se introduce el relieve que le da nombre, donde se representan dos leones enfrentados teniendo como eje una columna. En Tirinto hallamos una excelente fortificación que se extiende a la acrópolis rodeada con otra serie de murallas. A la acrópolis se accede por una entrada monumental denominada propileos permitiendo el paso al palacio edificado sobre la base del megarón.
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Las innovaciones técnicas más importantes en el campo arquitectónico fueron la adopción del ladrillo planoconvexo, técnicamente de mayor complejidad, que sustituyó a los tipos empleados en la protohistoria, denominados, según la terminología alemana, "riemchen", "patzen" y "flachziegel", y la creación de un muro de sostén (kisu), destinado a reforzar desde el exterior las paredes de los templos. Durante el Dinástico Arcaico se continuó construyendo en el complejo del Eanna de Uruk, siguiendo, en general, las directrices arquitectónicas de la fase anterior. Fue más al norte, en la región del Diyala, donde aparecieron nuevas construcciones, cuyo ejemplo puede centrarse en Khafadye. Aquí se habían levantado dos templos, dedicados respectivamente a Nintu y a Zuen (o Sin), que se completaron hacia el 2700 con un tercero que se consagró a un dios desconocido. Este último templo presentaba la novedad de hallarse rodeado por una doble muralla, recinto que ocupaba alrededor de 103 m de longitud por 74 de anchura. Es el llamado Templo oval, edificado sobre una alta plataforma de tres niveles y aislado del resto urbano por potentes defensas de perímetro ovalado. En su interior, además de las instalaciones propias del culto, existían almacenes, cocinas, talleres y otras dependencias administrativas. De esta época es también el segundo santuario del Templo del dios Abu en Eshnunna, de pequeñas dimensiones; poco después sería agrandado y adoptaría planta casi cuadrada (Templo cuadrado) con tres cellae en tomo al patio y eje acodado. Un caso similar puede verse en el templo de Tell Chuera, al norte de Gebel el-Aziz (Siria), cuya planta evolucionó también hacia una estructura rectangular. En Nippur, la ciudad sagrada de Sumer, cabeza que fue de una primitiva anfictionía, se comenzó a levantar el Templo de Inanna, de simple estructura al principio, contando con dos cellae y un estrecho vestíbulo rectangular; todo ello, al parecer, al aire libre. Durante las épocas de Gilgamesh de Uruk (h. 2650) y de Mesalim de Kish (h. 2550) comenzaron a aparecer monumentos de carácter civil, de tanta importancia como los religiosos. Testimonio de ellos serían la muralla de Uruk, de casi 9,5 km de perímetro y con 900 torres defensivas, y los palacios reales de Eridu y de Kish, que revelaron una nueva forma de civilización basada en la fuerza militar. Sin embargo, seguían siendo las construcciones religiosas lo más significativo en el campo de la arquitectura. Buen ejemplo era el Santuario de Shara, en Tell Agrab, de planta casi cuadrada, tres cellae y cuatro patios, y la ampliación que conoció el Templo de Inanna, en Nippur (estratos VIII-VII), a base de cuatro patios, dos cellae y un complejo económico-administrativo anejo a él. Por otra parte, el Templo del dios Abu en Eshnunna adoptó durante la época de Mesalim una planta casi cuadrada, con eje acodado, con tres cellae, dato que ha hecho pensar en el culto a alguna tríada divina. Un caso similar se dio en el Templo de Nintu, en Khafadye, que fue dotado también de tres capillas y otros tantos patios con accesos independientes. Muy cercano a este último está el excepcional Templo de Ishtar, en Mari, levantado en su periferia urbana. Ampliado en tres ocasiones, constaba de cella y patio con pórtico de columnas. En esta misma localidad se levantaron, asimismo, dos pequeños templos a otras tantas divinidades -en realidad hipóstasis de Ishtar- llamadas Ishtarat y Ninni Zaza. Ambos estaban dispuestos en torno a patios, con estancias sin altares, pero con podios y estatuillas de orantes. El de Ninni Zaza se hallaba adornado con las tradicionales pilastras y nichos de gran efecto decorativo, desarrollándose en él ritos procesionales en torno a un betilo colocado en el centro de su patio. Otra novedad de la época de Mesalim fue el templo in antis, cuyos prototipos se localizaron en Tell Chuera. Aquí se conocen tres templos de esta tipología, levantados sobre terrazas de ladrillos. Presentan planta rectangular con antas, escaleras de acceso y rampas laterales con gradas; al fondo, se sitúa el altar con nichos laterales. En los últimos tiempos del Dinástico Arcaico, la arquitectura religiosa sumeria conoció pocas transformaciones. Quizá la más significativa fuese la reforma del Templo del dios Zuen en Khafadye, al añadirle dos cellae (con lo que totalizaba cuatro), planta en eje acodado y dotarle de dos torres exteriores que encerraban el vano de acceso. Asimismo, algunas fachadas de templos fueron ornamentadas con importantes decoraciones, caso del Templo de la diosa Ninkhursag, en El Obeid, encerrado en una muralla de planta ovalada. Respecto a la arquitectura civil de la etapa Dinástica se poseen pocos datos. Los restos conservados, aparte de las ruinas de las viviendas de algunas ciudades, que han permitido conocer la planimetría de determinados sectores urbanos, pertenecen básicamente a residencias palaciales que, en cualquier caso, fueron similares a las de los particulares, si bien de mayores proporciones y con complementos ornamentales y estructurales (escaleras de acceso, columnatas, pórticos, corredores, pinturas, etc.). De estos restos los más significativos son los de Eridu, Tell el-Wilayah, Kish y Mari. En Kish, su Palacio A, de Tell Ingharra, constituye un monumental edificio, con aire militar, construido con ladrillos planoconvexos. Consta de dos cuerpos: uno más antiguo, rodeado por una doble muralla, con grandiosa puerta, torreones y escalera de acceso, y otro más moderno, añadido al sur del primero, articulado en dos estancias con columnas, además de un anejo en el lado nordeste con portal independiente. El primer sector o cuerpo se destinaría a las tareas del control administrativo y el segundo a residencia del "lugal", su familia y su guardia personal. Al norte de estos dos recintos, y muy cercano a ellos, se levantó en el Dinástico Arcaico III otro palacio, fuertemente fortificado (Palacio P), dispuesto en torno a diferentes patios. Otros restos palaciales se conservan también en Mari, palacio que fue evolucionando hasta alcanzar en el siglo XVIII una gran complejidad arquitectónica. De los restos de su etapa Dinástica Arcaica se han podido detectar, hasta ahora, tres fases constructivas, con estructuras tanto religiosas como civiles, rodeadas todas ellas por dobles murallas. Como ejemplo de arquitectura funeraria debemos citar las tumbas del cementerio de Kish y, sobre todo, las del cementerio de Ur (aquí con un total de 1850), correspondientes tanto a súbditos como a personas de la realeza que vivieron durante la I Dinastía. Las de los súbditos consisten en una simple fosa rectangular en cuyo fondo se depositaba el cadáver y algunos objetos de uso personal. Las sepulturas reales, en las que se empleaba junto al ladrillo también la piedra, obedecían a distintas tipologías: de cuatro salas con rampa y puertas con arco; de una sola cámara con bóveda de ladrillo; de foso pero sin cámara; y de una sola cámara con patio anterior, hechas indistintamente de piedra o de ladrillo. De las dieciséis tumbas regias (en la mayoría de las cuales no se ha encontrado el cadáver del personaje principal) son destacables las conocidas como Tumba del Rey, Tumba de la Reina Puabi, Tumba de Meskalamdug y, sobre todo, la Tumba del gran pozo de la muerte, en donde fueron hallados 74 cadáveres.
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Indudablemente, la arquitectura de este último período debe analizarse a partir de los restos que de la propia Babilonia -"la madre de las fornicaciones y de las abominaciones de la tierra", según la Biblia- han llegado a nuestros días. Dichos restos, que se extienden por una zona de unas 975 hectáreas, ocupan el mayor asentamiento urbano antiguo de toda Mesopotamia. Lo excavado hasta ahora ha permitido conocer la imagen que tuvo la ciudad, sobre todo durante sus últimos años caldeos, mucho mejor que la de las épocas aqueménida y seléucida que siguieron a aquéllos, pues las construcciones de estas dos últimas épocas apenas se han conservado, dada la pobre calidad de los materiales que se emplearon. Gracias a un antiguo trabajo escolar, copiado luego muchas veces en la etapa neobabilónica en cinco tablillas (titulado "Tintirki = Babilu"), se conoce con bastante detalle la topografía de la ciudad, que contó con 24 calles principales, distribuidas en diez distritos, dentro de un recinto de planta rectangular. El citado trabajo escolar, "Tintirki = Babilu", recogía como existentes en Babilonia ciudad 43 templos principales, 55 lugares santos para Marduk, 300 capillas para los Igigu, 600 para los Anunnaku, 180 nichos de culto al aire libre para Ishtar, 180 puntos de rezo para Lugalgirra y Meslamtae'a, 12 estaciones para los Sibitti y otros 8 para otras divinidades menores. De toda esta abultada nómina de centros religiosos (en total 1198), tan sólo se han descubierto diez: el Etemenanki y el Esagila, recintos de Marduk, y los de Nabu, Ishtar, Ninmakh, Ninurta, Gula, Belit-Nini, Adad y Shamash. Obviamente, la índole de este estudio no permite analizar uno a uno todos estos templos, algunos incluso restaurados en la actualidad; sin embargo, sí debemos detenernos en los más importantes, así como en las construcciones de carácter cultual y en las de carácter civil.
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Fue durante la etapa de restauración sumeria, en parte coincidiendo con la dominación de los qutu, y sobre todo tras su expulsión, cuando la arquitectura monumental llegó en Sumer y Akkad a su máxima expresión, con dos realizaciones fundamentales: la ziqqurratu, o torre escalonada, que alcanzaría por fin su más acabado modelo, y el templo de cella ancha, probablemente de influencia acadia, y que subsistiría hasta finales del I milenio. La estructura de las torres escalonadas, que en adelante ya sería uniforme, consistía en un grueso núcleo macizo, de adobes (con capas de cañizo para su mejor fragua), recubierto con ladrillos, de planta cuadrada o rectangular, y con paredes ligeramente en talud. Sobre este núcleo macizo se elevaban sucesivas terrazas, por lo común en número impar, cada vez de menor superficie y altura, comunicadas entre sí por rampas o escaleras, también de ladrillo. Ur-Nammu, el fundador de la III Dinastía de Ur, ordenó levantar diversas ziqqurratu (Ur, Uruk, Eridu, Larsa, Nippur): de todas ellas la mejor conservada es la de Ur (62,50 por 43 por 21,33 m), dedicada al dios Luna (Nannar o Sin) y denominada Etemenniguru (Casa cuya alta terraza inspira terror). Estaba estructurada en tres terrazas, accediéndose a la última por una escalera frontal, que era continuación de la escalera principal del primer piso, que se iniciaba exenta, lejos del cuerpo de la torre, y que se complementaba para su mayor majestuosidad con otros ramales laterales adosados a tal piso. Mención especial debemos hacer de la ziqqurratu de Mari, levantada, probablemente en tiempos de Shulgi (2094-2047), sobre una antigua terraza del Dinástico Arcaico (llamada Macizo rojo) y un templo dedicado al dios Dagan. Construida totalmente con adobes, presentaba como novedad tres largos muros divisorios, algo distanciados entre sí, a modo de rampas de acceso -sin escaleras- hasta la última terraza. Dado que este tipo de construcciones tenía entidad autónoma (por lo común se rodeaban de murallas que las separaban de los templos), se ha intentado ver si una nueva ideología religiosa habría producido en la etapa neosumeria tal tipo de edificios. Por lo que se sabe, parece ser que no hubo tal ideología, pues las excavaciones arqueológicas han detectado que las ziqqurratu se levantaron siempre sobre las antiguas terrazas de los templos sumerios. Eran, pues, construcciones que continuaban la tradición religiosa de los tiempos anteriores. También se ha elucubrado mucho sobre su funcionalidad. En este aspecto las teorías son diversas, siendo la más plausible aquella que sostiene que se trataría de un lugar destinado a proteger de las inundaciones a la divinidad, o bien la de ser un altar escalonado, al cual se subía para la presentación de ofrendas a los dioses. Una explicación más sencilla, aunque de contenido esotérico, sería la que ve en las torres escalonadas la idea de montaña sagrada, esto es, el lugar habitual donde se manifestaba lo sobrehumano o, si se quiere, el escenario de la comunicación entre la divinidad y los hombres. Otro extremo discutidísimo es el de si las ziqqurratu contaron o no con templos en su última terraza. Algunos textos clásicos (Heródoto al hablar de Babilonia, por ejemplo) permiten presumirlo, pero no hay constatación arqueológica de que fuese así. Por otro lado, respecto a los templos neosumerios, se sabe que su planta se diseñó de acuerdo con dos estancias principales: una cella principal, ancha, y con una pequeña capilla auxiliar, y otra estancia situada por delante (antecella) de parecidas dimensiones. Ambos ambientes, dispuestos de acuerdo con una estructura axial, mucho más pragmática, obedecían indudablemente a las nuevas exigencias religiosas (rápida recogida de las ofrendas de fieles y tributarios; mayor libertad de acceso para la oración directa ante la divinidad, etc.) Es también la ciudad de Ur la que mejor nos puede ilustrar sobre el estudio de los templos de esta época, cuyo paradigma se centra en su gran recinto sagrado, en el cual -y adosado al sudeste de la ziqqurratu- se halla la más antigua y grandiosa estructura del tipo de templo de dos estancias, dedicado en su día a la diosa Ningal, esposa de Sin. Dicho templo, ubicado en el interior del denominado Giparku, santuario muy complejo rodeado por una gruesa muralla, comprendía además de las dos cámaras -cella y antecella-, otra serie de estancias secundarias. Otro templo de similares características fue levantado más tarde por Amar-Sin (2046-2038), al sur de la misma ciudad, dedicado al dios Enki, con su cella precedida de la antecella al fondo de un patio. El mismo tipo de estructura se advierte en el templo donde se tributó culto al rey Shu-Sin (2037-2029), divinizado en vida, levantado en Eshnunna por el gobernador Ituria. Algunos especialistas han querido ver un tercer tipo de arquitectura religiosa en los llamados templos con cocina sagrada. En Nippur, por ejemplo, se halló un largo templo de planta rectangular, el Ekur (Casa montaña), dedicado a Enlil, situado al nordeste de la ziqqurratu de tal ciudad, con una cocina sagrada, en donde se preparaban las ofrendas alimentarias. Su singular planta presenta un portal principal, que estuvo decorado con rampas y nichos; a sus lados existían dos cellae con dos estancias comunicadas entre sí, provistas de hogares circulares de grandes dimensiones. Se argumenta que un templo análogo a éste hubo de existir en el Eanna de Uruk, correspondiente a esta época histórica; sin embargo, no ha sido aún encontrado. De la ciudad-Estado de Lagash, que conoció un gran florecimiento material y cultural durante la dominación qutu, debido sobre todo a su principal gobernador, Gudea, que actuó como verdadero príncipe independiente, apenas nos han llegado restos de edificios religiosos, a pesar del grandísimo número de ellos que, según la documentación, se levantaron en las distintas ciudades dependientes de Lagash. De todos sus templos merece ser citado el Eninnu (Casa cincuenta), dedicado al dios Ningirsu, construido en Girsu, el centro sagrado y administrativo del Estado. Conocido el templo ya en época del Dinástico Arcaico, sería con Ur-Baba (2155-2142) cuando recibiría una amplia remodelación, para ser reformado y ampliado considerablemente por su yerno y sucesor Gudea, quien lo hizo -según sus textos- parejo en esplendor al Ekur, el templo de Enlil. Sin embargo, a pesar de las numerosas referencias que se poseen del Eninnu, es muy poco lo que se puede decir de él, tanto de su arquitectura (dimensiones, estancias, capillas, patios) como de su valoración artística: decoración, mobiliario, utillaje, estilo. Incluso, los arqueólogos de comienzos de siglo, cuando lo excavaron, cuestionaron su ubicación, decantándose al final por situarlo en el Tell A de Telloh (Girsu), en base a la gran cantidad de ladrillos allí aparecidos con el sello de Gudea y otros objetos de arte, estatuas sobre todo. Por lo que respecta a Mari, controlada por gobernadores dependientes de Ur durante la etapa neosumeria, el antiguo Templo de Ninkhursag conoció una ampliación, al dotársele de un airoso pórtico sostenido por dos columnas, obra llevada a cabo por Niwar-Mer. Sin embargo, fue Ishtup-ilum, hijo de Ishme-Dagan, quien llevó a cabo la construcción de un templo de nueva planta, el Templo de los leones, que levantó sobre un zócalo de adobes y adosó al sur de la imponente ziqqurratu mariota. Tal templo, dedicado al dios Dagan (que no debemos confundir con el que había quedado enterrado en la torre escalonada), ornamentado con diversos leones de bronce, era de modestas proporciones (15,40 por 9,20 m) y poseía un santuario oblongo con cuatro altares en forma de lechos, destinados, probablemente, a las incubationes de los sacerdotes o al rito hierogámico.