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Con mayor intimidad muestra Degas la estancia del castillo de Ménil-Hubert, propiedad de su amigo Paul Valpinçon, lo que podría indicarnos que se trataba de la habitación que siempre ocupaba cuando se trasladaba allí durante una temporada. La decoración es más sencilla que la sala de billar, destacando el gran espejo sobre la cómoda así como la colorista decoración de la pared. En la perspectiva vuelve a interesarse por la esquina de la estancia - como hacía también en Examen de danza - preocupándose aquí con mayor interés por la luz que penetra por una ventana situada a nuestra izquierda que se refleja en el suelo. Las líneas verticales, horizontales y diagonales organizan el espacio para que nada escape a su control.
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En la segunda parte del Crimen de Castillo se presenta a María Vicenta envuelta en una manta y con las manos y los pies ocultos para no exhibir los grilletes con los que había sido atada, según cuenta su madre. Tras ella observamos la figura de una anciana y las dos criadas que sujetan una vela con la que posiblemente lean la carta que enviaba María a su amante. De esta forma, la luz del farol se convierte en secundaria ante la "potencia" de la vela que insinúa los rostros de las dos jóvenes. Al fondo encontramos las formas de una mujer que parece reposar sobre la pared. La sensación de tristeza y drama han sido perfectamente interpretada por Goya, creando un efecto ambiental que recuerda a Rembrandt.
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En los años finales de la década de 1830 se estaban imponiendo los temas orientales propios del Romanticismo. Ingres no quiere quedarse anticuado y presenta esta escena en la que la protagonista es una odalisca acompañada de una tañedora de laúd y de un guardián. Sin embargo, el interés del pintor no está en mostrar el exotismo de la escena sino en el desnudo, como ya había hecho en la Gran Odalisca o en la Bañista de Valpinçon. La joven se sitúa en un acentuado escorzo, en postura de desperezarse, totalmente iluminada por un potente foco de luz que crea un atractivo contraste de luces y sombras. Tras ella contemplamos a la tañedora, vestida a la moda oriental, aunque en los dibujos preparatorios aparezca completamente desnuda, como era habitual en el proceso de creación de Ingres. Dos columnas rojas, la balaustrada y el laúd sirven para enmarcar a la odalisca. La riqueza y el detallismo de las telas son fruto del exquisito dibujo del que siempre hará gala Ingres. La influencia renacentista se aprecia en esta imagen en la balaustrada y en el paisaje del fondo, e incluso en el propio desnudo, como habían hecho Tiziano o Giorgione.
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Nos encontramos ante otra de las escenas en la que Van Gogh recoge la influencia del Puntillismo, alejándose del contenido estrictamente científico de este estilo para tomar la pincelada a base de pequeños puntos obtenidos con ligeros toques de pincel. La luminosidad de la estancia y la alegría del colorido hacen de esta imagen una de las más atractivas del artista en el año 1887, interesándose por las luces de interior como hará más tarde en su estancia en Arles. La rapidez con que trabaja Vincent no le permite detenerse con atención en los detalles, aunque las líneas de las sillas y las mesas estén más definidas, organizando un entramado lineal con el que organiza la composición. Una obra similar a ésta se vendió en el mes de mayo de 1996 por 1.287 millones de pesetas.
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A diferencia del Restaurante Carrel en Arles donde la escena transcurre por la noche, en esta ocasión nos encontramos en el mismo lugar pero en un momento distinto del día, cuando la luz natural ilumina la estancia, obteniendo una mayor frialdad que con las luces nocturnas. La escena es igual pero la alegría cromática y lumínica de su compañera la hacen más atractiva. Al mostrar la variación de un mismo lugar en diferentes momentos, Van Gogh se acerca a Monet y Pissarro interesados en ofrecer las variaciones de un elemento dependiendo de la iluminación empleada.