Cuando Felipe IV sube al trono, en 1621, la Monarquía hispánica cuenta con posesiones en toda Europa. Los reinos peninsulares son cuatro: Castilla, Aragón, Navarra y Portugal. En Italia, están bajo dominio español los reinos de Nápoles y Sicilia y el Milanesado. Son también españoles los Países Bajos y el Franco Condado. Frente a los Habsburgo españoles, la rama austriaca domina el Sacro Imperio romano-germánico, el mayor estado en extensión de la época. Dos son las principales potencias enemigas de ambas ramas de la casa Habsburgo: el reino de Francia y el de Inglaterra. Otros estados jugarán un papel fundamental en la política europea. Así, en Italia, los Estados Pontificios se asientan sobre buena parte de la península, rivalizando con la República de Venecia. En el norte de Europa se sitúan los reinos de Noruega y Dinamarca, por un lado, y el poderoso reino de Suecia, por otro. En el este europeo se sitúan el Imperio ruso, los reinos de Polonia y Hungría y el principado de Transilvania. Todos ellos habrán de hacer frente al Imperio otomano, que se expande desde el sur. El interés de franceses e ingleses será debilitar a los Habsburgo, tanto a la rama española como a la alemana. La pérdida del poder militar de los Habsburgo se plasmará en la paz de Westfalia, en 1648, en la que se reconocen las independencias de Suiza y las Provincias Unidas. Además, el Tratado de Lisboa, de 1668, ya con Mariana de Austria como regente de Carlos II, otorga la independencia a Portugal.
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En los inicios del primer milenio a.C. el contingente de población mediterránea había bajado sensiblemente, desapareciendo las grandes unidades políticas que, como Micenas, caracterizaron el segundo milenio. Por citar un solo caso, el asentamiento de Lefkandi en la isla de Eubea apenas debió de contar con unas docenas de personas a fines del siglo IX a.C. Sin embargo, en Grecia, a partir del siglo VIII a.C., el proceso se invierte y como señala Snodgrass, a mediados del siglo VI a.C. un sitio como Atenas en sólo sesenta años había multiplicado por siete su población. En términos generales, este proceso podría ser válido para todo el Mediterráneo, pero la constatación de la baja poblacional, con ser evidente, debió responder a diferentes matices según las zonas. Un caso especialmente bien estudiado, primero por Torelli y después por Bartoloni, porque permite evaluar el proceso hacia la aparición de la ciudad, es el que corresponde a la Cultura Villanoviana, en Etruria. Durante la fase del Bronce Final Protovillanoviano de los siglos XII al X a.C., se constata la existencia de un asentamiento-tipo en altura con un tamaño de cerca de cinco hectáreas y que, en su zona defendida por fortificación, no se muestra completamente habitado. La distancia media entre estos asentamientos es de 5 a 10 kilómetros, según los casos. Cuando esta estructura poblacional alcanza el siglo IX a.C., se produce el abandono de estos centros con el descenso al llano de la población, lo cual posibilitará la aparición de un sistema de aldeas con distancias de un kilómetro de media entre sí, formando concentraciones con un aumento significativo de las distancias medias entre cada conjunto, dándose el caso de que algunas de estas áreas territoriales de aldeas concentradas agruparon los territorios de una veintena de asentamientos del periodo precedente. Estas concentraciones se disponen en posiciones estratégicas sobre la costa (como será el caso de los núcleos de las futuras ciudades etruscas de Populonia, Vetulonia, Vulci, Tarquinia o Cerveteri), sobre los ríos (Chiusi, Orvieto o Veyes) o en las orillas de los lagos (Bisenzo). El caso de Veyes puede ser paradigmático como referente, al conformarse por una estructura de seis aldeas dispuestas en la llanura principal y una serie de núcleos que cubren estratégicamente las colinas que cierran el llano, hasta ocupar un total de 190 hectáreas. La fase, que se inicia hacia el 770 a.C. y que da inicio al villanoviano evolucionado, muestra un proceso de sinecismo por el que las aldeas, que hasta ese momento habían mantenido sus necrópolis separadas, proceden a una unificación espacial no sólo en el plano citado, sino incluso en la determinación del espacio urbano. Desde ese momento, algunas de las aldeas se erigirán en directoras de un proceso que conduce inevitablemente hacia la ciudad. La situación se produce de forma diferente algo más al sur, en el Lacio, donde con el paso de los siglos se desarrollará la poderosa Roma, sobre una base cultural común con el área villanoviana, aunque definida como cultura lacial. En la fase IIb de ésta, es decir, entre el 830 y el 770, según Bietti Sestieri, se quiebra el modelo típico villanoviano, al producirse en Roma por primera vez la separación neta entre los núcleos habitados (Foro-Palatino-Capitolio-S. Omobono) y los de las necrópolis (Esquilino-Quirinal-Viminal); es en esta fase cuando la concentración aldeana se fortifica, se crean centros dependientes como Décima y Rústica, o se desarrollan otros como Laurentino, también de forma dependiente. Sin embargo, Roma debe ser considerada un caso excepcional en esta área por su disposición de frontera y proximidad al área etrusca; en términos generales, todo el territorio lacial se caracteriza por la existencia de un patrón de asentamiento en el que los centros fortificados se disponen con distancias medias entre 5 y 10 kilómetros y tamaño sensiblemente inferior a los estudiados en la zona etrusca; en suma, un modelo que algunos autores han querido explicar por la presión de la población de la montaña sobre los territorios costeros laciales. En la Península Ibérica, conocemos el proceso que se sigue en el área mastiena del Alto Guadalquivir; allí, a fines del siglo IX a.C., se produce una situación semejante, aunque en proporciones reducidas: concentración aldeana en diferentes puntos de la Campiña de Jaén y de Córdoba tal y como lo muestran asentamientos como Torreparedones en Córdoba y Puente Tablas o Los Villares de Andújar en Jaén. El proceso se mantiene así durante el siglo VIII a.C., para desarrollar un proceso semejante al lacial, con una rápida definición de los centros fortificados sobre la mayor parte de los antiguos núcleos aldeanos. Conocemos, además, diferencias significativas entre el poblamiento de la Campiña cordobesa y la jiennense, que pueden ser efecto de la estructura étnico-cultural y política de tartesios y mastienos; los primeros, localizados en el curso bajo y medio del Guadalquivir y los segundos en el curso alto del mismo río y en toda la zona sudeste de la península. Así, sabemos que la concentración iniciada en tierras de la Campiña de Jaén durante el Bronce Final no posibilitará un poblamiento disperso una vez que se produzca la fortificación de los asentamientos; en cambio, el patrón de asentamiento cordobés, tal vez tartésico, se conforma alternando el asentamiento fortificado con las pequeñas factorías agrícolas en llano y sin fortificar. Es más, hacia fines del siglo VII a.C., quizá buscando alcanzar los focos mineros de Cástulo, se observa una auténtica colonización por medio de estas factorías aguas arriba del Guadalquivir, hasta Andújar al menos; el caso provocará en el modelo de la Campiña de Jaén una rápida reacción, en los inicios del siglo VI a.C., caracterizada por la aparición de una red de torres estratégicas, que por primera vez permiten advertir hasta qué punto el patrón de asentamiento mastieno podía fijar su territorio político. Desde el punto de vista del desarrollo de los modelos señalados, inicialmente se define en todos los casos un proceso de sinecismo, que en ocasiones se puede producir sobre los viejos núcleos ocupados en la Edad del Bronce, con dos vías alternativas de evolución: o bien una concentración en grandes núcleos aunque manteniendo la diversidad de las aldeas asociadas, lo que se sigue por la disposición independiente de cada núcleo con su aldea, como es el caso villanoviano en el área etrusca o en Roma, o bien un proceso de concentración en núcleos más pequeños, fortificados y en altura, tal y como se observa entre mastienos, tartesios o en el área lacial. Un tercer modelo, con características especiales, se configura en el territorio de Apulia, donde asentamientos como Lavello parten de una concentración del segundo tipo para, en el transcurso del proceso, entrar en un periodo de diferenciación de las necrópolis por grupos de casas o aldeas. La continuación de estos procesos se continúa en las líneas de desarrollo abiertas por los dos modelos señalados, mientras el villanoviano termina por generar grandes núcleos urbanos, unificando las necrópolis y superando la estructura defensiva, el segundo modelo produce un encastillamiento, con una variante muy concentrada, salvo en lo que hace referencia a la ocupación de puntos estratégicos con torres, caso de los mastienos o permitiendo una cierta dispersión poblacional a través de factorías agrarias tal y como se observa en el caso tartésico cordobés. Una variante del modelo villanoviano la constituye Roma, donde se construye la estructura defensiva conforme se define el modelo urbano y se aísla el área habitada y el área de necrópolis. Otro tema de gran interés es la estructura interna de los asentamientos. En Calvario, Tarquinia, uno de los pocos casos de excavación extensiva, se han localizado 25 cabañas de planta oval, rectangular alargada o cuadrangular, que siguen un sistema constructivo muy simple a base de un pequeño canal de cimentación y hoyos de poste para levantar la estructura, que se conoce gracias a las representaciones de cabañas en urnas de incineración. En general, durante los siglos IX a VIII y en algunos casos, como Bolonia, hasta el VI a.C., los poblados villanovianos muestran un modelo con cabañas y estructuras accesorias, sin orden aparente en su disposición y con distancias desiguales entre sí. En el seno de cada aldea no se detectan ni fortificaciones, ni áreas sagradas, ni siquiera una jerarquía entre los diferentes tipos, como tampoco una evolución entre unas formas de planta u otras; de hecho, el modelo, largo y complejo, no dará lugar a espacios claramente urbanos hasta mediados del siglo VII a.C. En el Lacio, el proceso se muestra igual en el sistema constructivo y en la falta de una ordenación interna de la aldea; no obstante, en algunos poblados como Satricum o Gabii, Bietti Sestieri señala que a fines del siglo IX parece destacarse una cabaña en posición relativamente central; sin embargo, no será hasta la mitad del siglo VII a.C. cuando se documente, como en Etruria, un cambio significativo en la estructura interna de las aldeas. La referencia más significativa para este momento la ofrece la evolución de la antigua Roma, con las transformaciones del Foro Boario y el Palatino, pero puede seguirse asimismo en casos como Ficana donde, en una posición excepcional en la estructura del poblado, se construye un edificio rectangular con dos ambientes y posiblemente un pórtico, en cuyo espacio interior aparecían varias fosas de basuras, en una de las cuales se documentó un servicio completo de banquete. Este hecho lleva a valorar el problema de los palacios. Uno de los casos, ya paradigmáticos, de análisis de estas diferencias internas en el seno de la trama urbana de los poblados es el realizado por Torelli en Etruria, sobre el palacio o la regia de Murlo, localizado cerca de Siena. El primer edificio, siguiendo la secuencia estratigráfica, se fecha en los primeros tres cuartos del siglo VII a.C. y presenta una edilicia muy primitiva, con una forma alargada y un significativo acroterio con la representación de un personaje. Hacia el 580 sufre una reconstrucción que sigue ya las pautas del palacio oriental, con una estructura cuadrada que gira en torno a un patio central con un pórtico de columnas alineadas sobre tres de sus lados. En uno de ellos se advierte la disposición de un almacén, en tanto que en otro se destaca un complejo tripartito para la audiencia y el banquete. En el centro del patio se distingue un pequeño recinto que debió corresponder al lugar de culto de los antepasados del grupo gentilicio. Todo el techo y las paredes del pórtico del patio ilustran, en una amplia representación figurada, las formas propias de la sociedad aristocrática: el banquete, los juegos, las procesiones o los sacrificios. Cincuenta años después, ya inscrito en el asentamiento y no en un altozano aislado como en Murlo, se levanta el palacio de Acquarossa, en el sur de Etruria y cerca de Viterbo. Se trata de un modelo muy diferente, en el que aún se conservan elementos comunes como el pórtico columnado, si bien sobre dos lados, el área del banquete o una fosa en el patio destinada a recoger las cenizas de los ritos, pero entre los relieves la representación ahora dominante es la del banquete y la de los trabajos de Hércules, es decir, los antepasados no se vinculan ya a los dioses sino a héroes. En el marco de la distribución espacial del palacio se advierte aun otro hecho más significativo: frente al palacio se ha construido un pequeño templo, lo cual implica la separación de los poderes político y divino. En el sur de la península italiana, en Apulia, durante la segunda mitad del siglo VI se observa un proceso semejante al momento documentado en el palacio de Murlo, en el asentamiento de Cavallino, con un edificio construido al gusto griego pero con los enterramientos de los antepasados en su entorno. En España, el caso más parecido a los citados se documenta durante el siglo V a.C., aunque su origen pudo remontarse hasta el siglo VI a.C., en Cancho Roano en la provincia de Badajoz donde se dan todas las características del palacio orientalizante, con un área para el banquete, otra en la parte opuesta del edificio que actuaría de almacén y un patio central entre ambas dependencias, con un pilar dispuesto en el centro, seguramente con fines rituales. En general, en el área tartésico-mastiena el proceso es bastante semejante al italiano; los poblados con cabañas se documentan durante el siglo IX y VIII a.C. en casos como Acinipo en Ronda, Málaga, El Carambolo en Sevilla o Puente Tablas en Jaén. El paso a la casa con zócalo, estructura cuadrangular y compartimentación interna se produce desde fines del VIII al siglo VII a.C., siendo el proceso anterior en la zona costera próxima a las colonias fenicias y en el Bajo Guadalquivir, si bien durante el siglo VII perduran algunos casos de poblados de cabañas como el asentamiento minero de S. Bartolomé de Almonte en Huelva.
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En el área mediterránea de la Península Ibérica, los análisis sobre el patrón de asentamiento comienzan a ofrecer los primeros resultados y, con ello, significativas diferencias dentro de la geografía de la cultura ibérica. Los estudios sobre el Alto Guadalquivir de A. Ruiz y M. Molinos, han confirmado la existencia, desde mitad del siglo V a.C., de un modelo de asentamiento único que en las fuentes históricas escritas es conocido con el nombre de oppidum, sin que tenga mucho que ver con lo que serán algunos siglos después los oppida celtas. Se trata de asentamientos localizados en alturas entre los 300 y los 800 metros sobre el nivel del mar, en puntos de amplias posibilidades estratégicas por su gran visibilidad y altura relativa y, sobre todo, en el caso de los que ocupan las campiñas de Córdoba y Jaén, por dominar las fértiles tierras de secano de su entorno. Hacia el este y del mismo modo en las altiplanicies de Granada, el modelo se modifica sensiblemente porque los asentamientos, también oppida, se localizan junto a las vegas de los ríos, perdiendo parte de su valor estratégico visual pero ganando en su disposición respecto a las redes de comunicación, así como asegurando su supervivencia económica en el marco de una agricultura de regadío. Presentan los oppida ibéricos patentes fortificaciones con torres y, en la mayor parte de los casos conocidos, se levantan sobre los viejos asentamientos fortificados del siglo VII. Por otra parte, son, en algunas áreas como el Alto Guadalquivir, tal y como se ha señalado, el modelo único de asentamiento, con distancias entre sí de 8 kilómetros de media y tamaños diferentes que se pueden expresar en tres escalas: una superior, entre 10 y 20 hectáreas, otra media, entre las tres y seis, y un tercer nivel, de pequeños núcleos, en torno a la hectárea. No se puede señalar por el momento si existiría otra escala superior en asentamientos como Porcuna o Cástulo, que fueron los grandes centros de la zona, al menos desde el siglo III a.C. y tal vez antes si se siguen las fuentes literarias. En el área valenciana, en torno al valle del río Turia, se observa otro modelo de asentamiento que podría ser algo más tardío, quizá a partir de mediados del siglo IV o inicios del III a.C. y que articula tres tipos diferentes de asentamiento, como han demostrado J. Bernabeu, C. Mata y H. Bonet. Esta vez a los oppida, que son escasos y se mueven en las escalas media e inferior de las referidas al Alto Guadalquivir (el asentamiento mayor es Lliria, con 10 hectáreas), se añaden pequeños caseríos sin fortificación y atalayas defensivas en los extremos del territorio del oppidum mayor, como es el caso del Puntal del Llops para los centros estratégicos o Castellet de Bernabé para las aldeas agrarias. En el área catalana, a los elementos reconocidos en el caso anterior se le añade la originalidad de presentar campos de silos, como se ha documentado en el Empordá, en las proximidades de la factoría griega de Emporio, o en el Bajo Llobregat. Por lo demás, mantienen el modelo valenciano de un gran oppidum, como se advierte en los casos de Ullastret o Burriac. El modelo citado, excepcionalmente en algunas áreas como la costa de Garraf, no muestra restos de fortificación en los asentamientos. En el entorno de Marsella, un complejo de núcleos de altura fortificados como Entremont o Saint-Blaise dan idea de un modelo nuclearizado que recuerda el recogido en el Alto Guadalquivir. No obstante, tienen unas características específicas y distintas a las recogidas en aquel caso y, sobre todo, falta información sobre el territorio. Más significativo es, en la bibliografía, el debate en torno al problema de influencia griega sobre el hábitat indígena, dada la proximidad de Massalia. Para autores como Treziny, apenas se puede observar helenización antes de los inicios del siglo II a.C., en el que hacen su aparición los planos hipodámicos en Entremont o I'Ille-de-Martigues o las fortificaciones como en el primero de los dos asentamientos citados o en Saint-Blaise. Durante el periodo anterior, tanto la construcción de las fortificaciones en piedra, con torreones circulares, como el trazado filiforme de los poblados sólo mostrarían el peso de la tradición indígena. En contra de esta opinión se barajan cuestiones como la construcción, desde el siglo VI y de forma generalizada en el V a.C., de casas con zócalo de piedra y adobe o la impronta que a través del Ródano se va dejando notar hacia el interior de Europa del efecto focense massaliota. En la península italiana también se conocen algunas referencias sobre el patrón de asentamiento, al margen del caso romano, ya un modelo clásico al que no se hará referencia aquí. En general, el desarrollo del siglo V a.C. muestra una serie de cambios importantes; así, en la Lucania desaparecen algunos núcleos, Ruvo del Monte o Ripacandida, en tanto otros, como Serra de Vaglio, sufren una importante transformación; en general, en esta área interior lucana del sur de la península, en Basilicata, se advierte un cambio en la estructura del paisaje sustituyéndose las antiguas aldeas por un sistema disperso que se hace patente en el segundo cuarto del siglo IV, si bien paralelamente se reafirma el sistema de núcleos fuertemente fortificados, unas veces ocupados, caso de Serra de Vaglio, y otras veces como simples recintos defensivos en los que concentrarse la población dispersa en situaciones críticas. Este último modelo que la investigación italiana conoce con el nombre de patrón de asentamiento pagano-vicánico o aldeano, ha sido muy bien estudiado en el área samnítica y sabina, que alcanza la vertiente adriática; se trata de una población dispersa que se organiza en factorías y se asocia a un gran recinto (oppidum) en el que son raros o inexistentes los edificios y es frecuente, también en la zona, la existencia de algún santuario local para las ferias periódicas. En la vertiente tirrénica y en el interior de la Campania, de nuevo en territorio lucano, se documenta asimismo el sistema de oppida fortificados asociados a un poblamiento disperso, es el caso de Roccagloriosa, que se muestra como un gran centro indígena desde el siglo V a.C.; sin embargo, aquí el proceso sigue una vía muy diferente al que se observa en el interior del territorio lucano, ya que la población en la segunda mitad del siglo IV salta la estructura fortificada disponiendo las estructuras de habitación de una forma muy regular, lo que se observa también en otros casos de la zona como Grumentum. Quizá en ello influya la expansión militar que en un momento dado había producido la toma de la colonia griega de Paestum por los lucanos. Hacia el norte, la presencia céltica se hace cada vez más evidente con sus sistemas de oppida y aldeas, como se documenta en el oppidum de Monte Bibele, una pequeña aldea de pocas casas que, sin embargo, muestra diferencias significativas en su necrópolis. En el tema de la planificación interior de los asentamientos para el área ibérica se constatan diversos modelos, que van desde los casos más pequeños con la planimetría de calle central o forma circular con espacio central vacío, muy documentados en el área catalano-levantina e identificados en las atalayas o las aldeas, como el caso de los sitios valencianos ya citados de Puntal dels Llops, Castellet de Bernabé o catalanes como Puig Castellet en Gerona, hasta planos muy complejos con acrópolis definidas por torres, también presentes en el área en el Bajo Ebro en el Coll del Moro. Un nivel con trazados más complejos, con diferentes manzanas y calles de distinto ancho, se documenta en los oppida de mayor tamaño; en Andalucía éste es el caso de Puente Tablas o Tejada la Vieja; en Valencia, de la Bastida o San Miguel de Liria, y en Cataluña, de Ullastret y Burriac. Respecto a la estructura de las casas ibéricas, se observa una amplia tipología donde el modelo más simple lo constituye los departamentos únicos documentados en las atalayas o aldeas que, en algún caso como Puntal dels Llops, han sido interpretados como espacios insertados en una unidad mayor, el asentamiento, en la que las unidades constructivas se complementan entre sí en las diferentes funciones domésticas. En otros casos, como la recientemente excavada casa de Gaihlan, en el sur de Francia, se ha advertido que la estructura única distribuía después interiormente el espacio en dos salas y utilizaba el exterior para desarrollar gran parte de la actividad cotidiana. En el otro extremo del área ibérica, se conocen unidades mayores como las casas recientemente estudiadas en Puente Tablas, Jaén, con un patio al fondo o a la entrada, semicubierto lateralmente y donde se dispone el hogar y la mayor parte de las actividades de consumo, y una estructura cubierta al fondo, a veces a la entrada, compartimentada lateral u horizontalmente, en algún caso hasta en tres estancias. Los modelos más complejos disponen una segunda planta sobre la parte cubierta y pueden llegar a añadir un cuerpo lateral al patio, también cubierto. En general, las casas oscilan en tamaño entre los 6 y los 170 metros cuadrados de superficie en los edificios domésticos. No obstante y con la salvedad del sur de Francia, donde en algunos poblados persiste la cabaña de materiales perecederos hasta fechas muy tardías, todos los edificios presentan zócalos de piedra y construcción de las paredes en tapial o adobe, sin poderse documentar, hasta el momento con anterioridad al siglo III o II a.C., según las zonas, sistemas complejos de servicios urbanos como la canalización del agua o complejos pavimentos en las calles; no así los silos y los aljibes, que están presentes en muchas casas a nivel privado y en las zonas vacías interiores de los oppida. Más complejo es el problema de los edificios singulares. En el sur de Italia, a partir de la destrucción del palacio de Braida en Serra de Vaglio, en la Basilicata, y la restructuración que sufre el poblado en el siglo V a.C., se levantaron varias casas señoriales o aristocráticas. De igual modo, estas situaciones se producen en la Daunia, con la persistente tradición de seguir enterrando cerca de la casa. En Forentum, en la Daunia interna, se construyeron cinco residencias aristocráticas a fines del siglo V a.C., con planta absolutamente idéntica, caracterizadas por un gran patio precedido por un pórtico decorado con un acroterio que muestra representaciones de caballeros. En la Península Ibérica, estos signos de isonomía se perfilan en los edificios singulares que se documentan en Campello, Alicante, o, más recientemente, en San Miguel de Lliria en Valencia. El primero, con un almacén frente a él, y el segundo, con un patio con un betilo central, y un pozo con cenizas, y un rico ajuar en su interior. El debate sobre estos edificios está abierto en la actualidad entre los partidarios de considerarlos templos o residencias aristocráticas.
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La situación existente en las Galias en el momento de la desaparición definitiva del gobierno imperial en Occidente era heterogénea, aunque en gran parte obedecía a la fundamental distinción entre una Galia septentrional y otra meridional. Además, uno de los resultados de la ruptura de la frontera del Rin había sido el que el gran río se convirtiera no en frontera sino en eje de un espacio sociopolítico en el que se incluían los territorios septentrionales de la antigua Galia romana. Este acontecimiento, que venía a borrar en parte quinientos años de historia, había sido la consecuencia de las invasiones francas. El origen de los francos es una de las cuestiones más debatidas entre los estudiosos. El nombre popular (los hombres libres) expresa a las claras que su etnogénesis se produjo a partir de grupos étnicos fragmentados. Como otras grandes estirpes de los germanos occidentales la etnogénesis franca no se produjo con el surgimiento de una Monarquía militar, sino mediante la formación de una liga que agrupaba a diversas soberanías domésticas. Su coagulación se haría en la región del bajo Rin no antes de finales del siglo III, tal vez como consecuencia de la progresión sajona hacia el oeste. Allí acabaría por englobar a toda una serie de etnias transrenanas, cuyos nombres pudieron conservarse en algunos de los grupos de la nueva liga franca (camavos, catuarios, brúcteros, salios, usipetes, tencteros, tubantes y ampsivarios). Más retardatarios que otros grupos germanos el desarrollo entre los francos de una progresista aristocracia guerrera, basada en sus séquitos armados, sólo sería una realidad ya bien entrado el siglo IV. Sin embargo, el surgimiento de una realeza nacional sería un fenómeno muy tardío, ya en el siglo V, no lográndose imponer hasta Clodoveo, a claras instancias romanas y de los germanos orientales. La progresión de los diversos grupos francos al oeste del Rin se recrudeció a partir de la desaparición de Aecio. En 456 Maguncia cayó en su poder, y en 459 Colonia; y a partir de esta ultima se inicio el poblamiento franco por los valles del Mosa y el Mosela, cuya conquista se pudo dar por finalizada en el 475. Sería precisamente aquí donde se constituyera lo que en las fuentes del siglo V se conoce como "Francia Rinensis". Era ésta una región de denso poblamiento franco, lo que produciría un retroceso de la frontera lingüística entre el latín y el germano, donde surgirían pequeñas monarquías militares producto del Landnahme, entre las que destacaría la que tenía por centro la antigua ciudad de Colonia. Mas allá de Maguncia el asentamiento franco tocaba con el de los alemanes, que a partir de 450 habían inundado la Alsacia. Al sur del Loira los visigodos de Tolosa habían completado su dominación hasta las costas atlánticas y mediterráneas, lindando por el este con el Reino burgundio, dueño del valle del Ródano y del Saona. Por el contrario era bastante más compleja la situación existente entre el Mosa, el Somme y el Loira. Aquí con centro en Soissons, se había intentado una solución coyuntural por parte de la aristocracia provincial sobre los restos del ejército imperial de la Galia, y bajo el mando del jefe de éste, Egidio, y de su hijo y sucesor, Syagrio. Mientras otras aristocracias urbanas locales intentaban también una vía autónoma constituyendo efímeras ligas, como podía ser la del antiguo "Tractus Armoricanus". Pero, sin duda, se trataba de soluciones de compromiso y coyunturales, que habrían de desaparecer ante la progresión de grupos de francos salios, comandados por diversos reyes -en realidad jefes de soberanías domésticas-, en gran parte relacionados familiarmente entre sí al decirse descendientes de un antepasado común, de nombre Meroveo. Entre estos últimos reyezuelos francos destacó el de Tournai, Childerico (463-481). Pues éste se supo presentar como defensor de los intereses de una buena parte de las aristocracias locales galorromanas, concediéndoles su apoyo militar contra enemigos externos, como los visigodos, a cambio de la entrega de lo que quedaba de la organización fiscal tardorromana. Sería la continuidad de esta política la que convertiría en auténtico poder hegemónico de las Galias y en rey de todos los grupos francos a su hijo y sucesor Clovis-Clodoveo (481-511). Las tempranas victorias conseguidas por Clodoveo sobre los poderes locales romanos existentes entre el Mosa y el Loira y su matrimonio con una princesa burgundia, Clotilde, acaban por asentar su supremacía sobre los restantes reyezuelos francos, que o desaparecieron o entraron en una posición de subordinación. La guerra y aplastante victoria alcanzada por Clodoveo sobre los alamanes (496?) y su bautismo católico por el obispo de Reims (498) convirtieron al nuevo soberano nacional franco en el poder político-militar mas importante de las Galias, que inevitablemente tenía que entrar en conflicto con los otros dos: las Monarquías visigoda y burgundia. La guerra civil estallada en el seno del segundo permitió a Clodoveo convertir a los burgundios en sus aliados (501), separándolos de los visigodos. Una inteligente propaganda romanófila y católica y los intereses de la aristocracia provincial de la región del Loira permitieron al merovingio emprender una exitosa guerra contra los visigodos de Tolosa (496-498 y 507). La aplastante victoria militar conseguida por Clodoveo en Vouillé, con la muerte del rey godo Alarico II, entregó casi todos los territorios galos del Reino de Tolosa en manos de Clodoveo y sus aliados burgundios. Si los visigodos no desaparecieron entonces de la Historia y pudieron conservar una franja de terreno en la costa mediterránea, la Septimania o Narbonense, eso seria gracias al apoyo militar de sus poderosos parientes los ostrogodos de Italia y de su rey, Teodorico el Grande, que quiso salvar la Monarquía visigoda para su nieto, el joven hijo de Alarico II, Amalarico. Poco tiempo después Clodoveo recibiría del emperador de Constantinopla las insignias consulares, auténtica legitimación con su catolicismo, de su soberanía sobre la colaboradora nobleza galorromana. A su muerte Clodoveo dejaba un enorme pero heterogéneo reino, que englobaba la muy romana Aquitania, pero también los territorios germánicos o germanizados que tensan al Rin por eje. Según Gregorio de Tours, al morir Clodoveo dividió su reino entre sus cuatro hijos en cuatro partes iguales; partes del reino franco que además no constituían territorios continuos, sino que se entremezclaban unas con otras. Extraño procedimiento explicable porque cada parte incluía una porción del antiguo reino familiar anterior al 486, y otra de cada una de las anexiones conseguidas por Clodoveo con posterioridad. Poco tiempo después el mayor de los hijos de Clodoveo, Teuderico (511-533), completaba la expansión franca en las Galias con la conquista del Reino burgundio y la anexión de la Provenza ostrogoda. El hijo más importante de este último, Teudeberto I (533-548), extendió la hegemonía franca hacia el este, incluyendo bajo ésta a frisios, sajones y turingios; al tiempo que al dominar las regiones alpinas los Merovingios se hacían con una plataforma para influir en la política italiana. En estas circunstancias nada tiene de extraño que Teudeberto mostrase ciertas aspiraciones imperializantes, como serían sus acuñaciones de moneda de oro con su popio nombre. Tras el fallecimiento de Teudeberto I, y del último hijo de Clodoveo, Clotario I (511-561), los Reinos francos entraron en una época de confusión de la que conocemos bastantes de sus aspectos más sangrientos y llamativos gracias a la pormenorizada narración de Gregorio de Tours. Pero, aunque este fue un contemporáneo de los hechos no cabe duda que su relato en absoluto es imparcial, habiendo contribuido bastante a la mala imagen de los soberanos merovingios en la Historiografía posterior. En todo caso no cabe duda que el periodo de guerras civiles que se abrió entonces entre los diversos Reinos merovingios -Neustria, Austrasfia y Burgundia (Borgoña)- se debió en buena parte a la imposibilidad de liberar el esfuerzo bélico hacia aventuras exteriores, consiguiendo nuevos territorios con los que beneficiar a una naciente y poderosa nobleza. Imposibilidad surgida de la existencia de vecinos poderosos, como fueron el Reino visigodo y los bizantinos y lombardos, y de la independencia conseguida por sajones y turingios. La guerra civil fue especialmente virulenta entre los cuatro hijos y herederos de Clotario hasta la muerte del más poderoso de ellos, Sigiberto (561-575). Aunque una situación de conflicto continuaría como consecuencia de encontrarse el Reino neustrio de Chilperico I (561-584) rodeado por las posesiones de los demás, y las mismas tendencias autonomistas existentes entere la nobleza de Austrasia y Borgoña, bien encarnadas en la reina regente, la princesa visigoda Brunequilda. Sólo sería tras la derrota y trágica muerte de ésta en el 613 cuando se conseguiría una estabilidad bajo el reinado unificador de Clotario II (584-629), el hijo de Chilperico. Por desgracia, la historia merovingia del siglo VII nos es mucho peor conocida, pues difícilmente la "Crónica de Fredegario" y sus continuadores pueden suplir a Gregorio de Tours. Además, estas últimas, al igual que la mas abundante documentación hagiográfica, pecan de un cierto anacronismo, reflejando la situación de finales de la centuria cuando la familia de los Pipínido-arnulfinos consiguieron el predominio en Neustria. Porque, desde luego, el "lei motiv" de la historia merovingia del siglo VII sería el de la transferencia del poder de la dinastía merovingia a la de los Mayordomos de Palacio de Neustria, los posteriores carolingios. Transferencia de poder que se enmarca en un proceso de creciente fortaleza de la nobleza franca, de sus querellas faccionales y de debilidad del poder central. El proceso de debilitamiento del poder central tradicionalmente se ha explicado como consecuencia de taras mentales hereditarias de algunos merovingios (Teudeberto II, Cariberto II y Clodoveo II) y de la abundancia de las minorías reales (Sigiberto III, Clodoveo II, Clotario III y Childerico II). Todo ello habría tenido como consecuencia la aparición de la figura clásica de los llamados reyes holgazanes, itinerantes entre sus residencias campestres y abandonando el ejercicio del poder a una camarilla nobiliaria abanderada por la figura del Mayordomo de Palacio. Sin embargo, el poder creciente de estos últimos y la escasez de conflictos internos podrían ser prueba de una cierta fortaleza del poder central, cuyos auténticos competidores habrían sido los particularismos representados por las noblezas regionales. En especial cada vez se hicieron manifiestos los deseos de constituir una entidad política independiente por parte de los territorios situados al sur del Loira, la vieja Aquitania, que continuaba siendo dominada por una nobleza esencialmente de origen tardorromamo. Si este proceso de división territorial no llegó a cuajar del todo sería en gran parte debido a que con frecuencia los Reinos merovingios en el siglo VII estuvieron unificados bajo un solo rey: desde el 678 al 714, y ya antes con Dagoberto I (623-638). Sería la minoría surgida en Neustria con el fallecimiento de éste, sin duda el último gran rey merovingio, la que iniciaría el proceso de paulatina autonomía de los Mayordomos, al ser éstos nombrados por la nobleza regional y no por los reyes. Que un soberano enérgico como Childerico II (662-675) tratase de mandar y fuera asesinado es todo un testimonio del clima de la época. Para entonces la política de la hegemónica Neustria era dominada por el Mayordomo Ebroin. Hegemonía que sería rota en el 687 en la batalla de Tertry, en la que resultaron victoriosos los nobles neustrios aliados con los de Austrasia bajo el liderazgo del Mayordomo de esta última, Pipino II de Heristal. Con ello comenzaba la carrera de la casa de Heristal hacia el trono y la ascendencia de la más germánica y renana Austrasia sobre toda la Galia Franca. La constitución del Reino de los Francos merovingios también seria responsable de la reorganización política del amplio espacio germánico entre el Rin, el Elba y el gran bosque de Bohemia. La invasión y conquista franca del Reino de los turingios en el 531 supuso importantes consecuencias para la región, desde el Harz-Ohre al Havel y hasta los Thuringerwald y Frankenwald. Pues el fracaso de la revuelta turingia del 556 entrañaría la muerte y emigración de los principales grupos dirigentes, creando un vacío entre el Elba y el Saale que seria ocupado por la marea eslava desde finales del siglo VI. La defensa de esta frontera oriental forzaría desde antes del 640 a la creación de un gran Ducado nacional turingio, aunque en principio bajo el liderazgo de un noble franco, Radulfo. Por su parte, la derrota de los alamames por Clodoveo les obligó a expansionarse hacia las tierras de la actual Suiza. Sometidos a la soberanía merovingia desde el 536, los alamames serían organizados también en un Ducado nacional, posiblemente confiado a miembros del antiguo linaje real de los alamanes. Más al este el siglo VI vería el complejo proceso de etnogénesis de los bávaros, a base de elementos populares muy diversos, que habitaban desde el siglo V a un lado y a otro de la antigua frontera romana de Retia y del Norico, actuando como núcleo aglutinador del Stamm las gentes de la Baia, a localizar posiblemente en la actual Bohemia. Desde el 555 los bávaros se ven sometidos a la soberanía merovingia, constituyéndose un Ducado nacional, confiado al linaje burgundio de los Agilolfingos. Sólo en el norte de Germania los sajones habrían sabido escapar a la dominación franca, aunque sometidos a mas de una expedición de castigo. Alejados de las costas del Mar del Norte por los daneses, los sajones habrían abandonado en el siglo VI sus tradiciones marineras, asentándose en la Sajonia histórica.
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La división tradicional en escitas reales o nómadas y escitas agricultores sedentarios debería permitir analizar un modelo de asentamiento, que, sin embargo, todavía no se conoce. En el área de la cultura de Chernoles, en la fase anterior a la supuesta intrusión escita, el poblamiento se caracterizaba por un hábitat abierto. En el distrito de Poltava, el modelo más característico es un poblado de 10 ha con las casas, en un caso hasta 22, dispuestas en círculo. Hacia el este el modelo se modifica por la aparición, sobre todo en el valle de Tjasmin, de pequeños núcleos fortificados por empalizada y con un foso inmediatamente delante; se sitúan en posiciones estratégicas y su tamaño oscila entre 40 y 100 metros de diámetro. La función y el origen de este nuevo modelo no queda bien definido, aunque en algún caso se ha interpretado como una expansión del grupo de Chernoles hacia el este. A partir del siglo V a.C., es decir, cuando esta población ya es definida como escita, el modelo sufre un nuevo cambio, ya que si por una parte se observa la continuidad del poblamiento en llano y sin defensas, caso de Ostroverkhovka con cinco grupos de casas cada una de las cuales presenta más de diez habitaciones, por otra algunos de los núcleos fortificados crecen considerablemente, como lo muestran Belskoïe en el valle del Volga o el fuerte de Tjasmin. En el primer caso, durante el siglo VII a.C., el lugar correspondía a dos fortines circulares, de los estudiados en la cultura de Chernoles; en el siglo VI a.C. ambos núcleos fueron incluidos en una estructura fortificada; por último, en la fase de los siglos V-IV a.C., se le añadió una nueva fortificación que dio la estructura definitiva al asentamiento hasta su abandono, en el siglo III a.C. Es difícil saber, en este momento de la investigación, cuál era la función de estos grandes centros; para Gimbutas, fueron lugares de reunión y defensa, y en todo caso de almacenaje del excedente; en cambio, para Chelov, pudieron ser centros de intercambio, almacenaje y producción industrial. La disposición de Belskoïe en el límite de dos territorios tribales hace pensar a este autor que se trata de Gelonus, citada por Heródoto, la capital de una unión tribal, que se encargaría de la redistribución de la madera y otros productos artesanales. Elizavétoskaïa, por citar otro caso, de 52 hectáreas y sobre el río Don, ofrece una interesante información, ya que el 80 por 100 de la cerámica recogida pertenece a ánforas griegas. Como en el caso anterior, el asentamiento desarrolló su vida hasta el siglo III a.C., siendo abandonado seguramente por la presión de los sármatas reales que ocuparon el Don hacia esta fecha; es entonces cuando se produce la aparición de Neapolis en Crimea, en un área periférica a las estepas. En el ámbito inmediato de las colonias griegas, la tendencia a imitar los modelos de la ciudad helénica fueron continuos, tanto en el área escita como en otras próximas. El asentamiento tracio de Seutopolis en Bulgaria, creado en el siglo IV a.C., muestra todas las tradiciones griegas en materia de defensa y de planificación, pero, como señala Champion, bajo esta apariencia nunca dejó de ser una residencia principesca.
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Durante el tercer milenio existirán diferencias entre Europa suroriental-central y la occidental, mientras que se igualan en los últimos siglos, con la sustitución en las islas Británicas, Bretaña francesa y Países Bajos de los enterramientos colectivos bajo monumentos tumulares o megalíticos, por enterramientos individuales con ajuares muy normalizados, a base del equipo campaniforme, paralelos a los que pueden encontrarse en Europa central en el grupo de Vucedol. En los últimos momentos del tercero y en los primeros siglos del segundo milenio, los enterramientos bajo túmulo a ambos lado del canal de la Mancha, Wessex y Armórica, con ajuares muy espectaculares, indican una profundización del proceso de jerarquización social, que alcanza un mayor relieve ahora en Occidente, por la significación concedida a los ajuares. La ausencia de asentamientos o su escasa entidad dificultan la valoración del fenómeno de las tumbas principescas, que aparecen en el momento de desaparición de la actividad de construcción de los grandes centros ceremoniales, tipo henge, de los que sólo se documenta una última fase constructiva en Stonehenge, reforzando la idea de un desplazamiento de las actividades ideológicas o de reproducción social de lo comunal a lo individual. Ese fenómeno de aparición de pocas tumbas individuales bajo túmulo, mucho más ricas, cuenta en Europa oriental y central con antecedentes durante el tercer milenio y tiende a ir acentuándose a lo largo del segundo, pero en un ritmo más lento que en Europa occidental, que culmina a mediados del milenio con la aparición de grandes sepulturas bajo túmulo, fenómeno que da nombre al periodo en buena parte de Europa interior. Estos túmulos, que continuarán a los del grupo de Unetice, se encuentran en necrópolis formadas por cientos de enterramientos, en las que es muy frecuente el uso de objetos metálicos en los ajuares, con un importante número de cremaciones entre las tumbas menos destacadas. Entre las tumbas se exhiben niveles claros de diferenciación en el estatus de los enterrados, con casos de sepulturas de gran riqueza en Keszthely en Hungría, la propia necrópolis del asentamiento de Unetice, Leubingen o Helrnsdorf, en Bohemia. En el caso de esta zona de Europa, es posible unir a la lectura de la necrópolis la existencia de frecuentes asentamientos amurallados, que han sido considerados centros regionales. Este mismo fenómeno de ricas tumbas bajo túmulo y asentamientos, interpretados como centros regionales, se encuentran en amplias zonas de Europa central, con necrópolis tan conocidas como Haguenau, Alemania, donde la frecuencia de aparición de espadas de bronce muy características es uno de los rasgos más propios de esas grandes tumbas. Todo ello ha hecho pensar en una unificación de casi toda la Europa templada, ahora, desde el Atlántico a las estepas rusas, con un rasgo común en los enterramientos bajo túmulo, donde sobresalen ricas tumbas. Desde las interpretaciones de Gimbutas, este fenómeno se consideró de nuevo el resultado de una expansión de pueblos pastores guerreros que se superponen a las poblaciones campesinas locales, a modo de élites militares dominantes, que en pequeños grupos y gracias a su superioridad en el terreno militar y su alto grado de organización social, ya de tipo estratificado, pueden considerarse, según la terminología neoevolucionista de Service, como sociedades de jefatura, donde aún no puede hablarse de clases pero sí existe la especialización artesanal, al menos a tiempo parcial, y la separación de actividades militares o guerreras de las de culto o sacerdotales.
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La transición de Hallsttat D a La Tène A, en el siglo V a.C., no se presenta como un proceso de ruptura si se analiza en el marco global de la Europa central, sino como un desplazamiento del eje económico más fuerte de Hallsttat D hacia el norte, conformando así las bases de riqueza de los grupos de Hunsrück-Eifel y Aisne-Marne al oeste y Bohemia al este. Es en esta área, que cubre una franja muy amplia entre la Champagne y la Bohemia, donde se continúa y desarrolla la tradición de los centros fortificados y las últimas tumbas principescas, cuando los centros más importantes de Hallsttat D en su área clásica, como Heuneburg, han sido abandonados; sin embargo, el proceso al tratarlo de una forma particularizada se muestra mucho más complejo: en Befort, Luxemburgo, los resultados de la excavación, en opinión de algún autor como Collis, dan más una imagen de granja fortificada que de gran poblado. Diferente es la situación en Bundenbach en el Palatinado, donde parece existir una aglomeración significativa de población, pero en ningún caso da señales de ser un asentamiento como Heuneburg; es más, la mayor parte de los asentamientos se sitúan en llano y sin defensas, y es en estos últimos donde parece que pudo residir el sector más enriquecido de la sociedad. De todos modos, el paso al siglo IV a.C. en todas las zonas supone una importante caída demográfica, como lo prueba la reducción del número de tumbas en este lugar; también desde el punto de vista del poblamiento, en la zona de Bohemia se constata la desaparición de los poblados de altura y las aldeas se definen como el elemento más característico del patrón de asentamiento. Collis señala que habría que poner en relación esta baja poblacional y estos cambios en el patrón de asentamiento con los movimientos demográficos que se observan al iniciarse el siglo IV, y que las fuentes documentan en el 390 a.C. con el avance céltico en Italia hasta Etruria y la misma Roma. El proceso se ve muy diferente dos siglos después, cuando se muestra en el territorio el patrón de asentamiento de la llamada civilización de los oppida, que se inicia primero a fines de La Tène C en Checoslovaquia y Alemania central y, algo después, en Francia y el sur de Alemania. Se trata de amplios asentamientos en altura o llano, defendidos por una fortificación a la que no le importa atravesar en su discurrir vallonadas y alturas, como en Zavist en Bohemia y en Mont-Beubray en la Borgoña. Los tamaños varían entre 20 ó 30 hectáreas, aunque una veintena oscila entre 90 y 600 hectáreas y algunos alcanzan las 1.500, como Heidengraben en el Jura. Collis destaca dos aspectos significativos en la valoración del modelo del oppidum. Una primera cuestión, referida al desarrollo del proceso, indica una tendencia a abandonar los oppidum en llano por oppida de altura, como ocurre en Lebroux y Basilea; posiblemente se justifique este hecho porque se tienda a una concentración de población mayor, como se demuestra en Auvernia, en asentamientos como Mont-Beubray o Gergovia, el primero de 135 hectáreas y el segundo de 150. No obstante, en algún caso el oppidum en llano partió de una antigua aldea y se mantuvo en el mismo lugar; es el caso de Manching, con sus 200 hectáreas junto al río Danubio. En Checoslovaquia, en cambio, como se advierte en los oppida de Stare Hradisko y Stradonice, la construcción fue desde un primer momento en altura. La segunda cuestión responde a la tipología de los oppida y su distribución espacial, a partir de su estructura de fortificación. Collis destaca dos tipos constructivos diferentes, uno conocido como el muro gálico, que consistía en realizar un entramado interior de la fortificación por un sistema de postes horizontales, que a veces sobresalían al exterior de la fortificación e iban asegurados por espigones de hierro. El muro era de tierra, si bien podía ser revestido al exterior por piedra y en su cara interna presentaba un talud de tierra. El segundo sistema constructivo era el tipo Kelheim y consistía en una pared construida con postes verticales, revestida por piedra al exterior y, como en el caso anterior, reforzada al interior por un terraplén de tierra; para el investigador anglosajón, si bien el modelo de muro gálico pudo estar presente en Alemania, como en Manching, es más característico del área gala, en tanto que el tipo Kelheim es característico de la zona centroeuropea. El patrón de asentamiento de la civilización de los oppida no se limitaba exclusivamente a las áreas defendidas, aunque a veces como en Zavist, la fortificación más externa encerraba un tipo de asentamiento rural. En oppida como Mont-Beubray o Steinsburg se documentan pequeñas unidades dispuestas en sus proximidades que permiten concluir que el poblamiento de los oppida no era nuclearizado y que siguieron existiendo factorías y aldeas tal y como lo prueban los casos excavados de Steinebach en Baviera o Zaluzi en Checoslovaquia. El hecho lo destaca el propio César, cuando señala que entre los helvecios había 12 oppida, 400 vici, que deben interpretarse como aldeas y un número indeterminado de factorías, que define como edificios privados. Ello no excluye que en este marco los oppida se presenten como los centros que congregan las mayores concentraciones de población; de hecho, las estimaciones demográficas superan todos los cálculos realizados para las fases anteriores; así, a Manching se le calcula 1.700 habitantes, y a Zavist 3.400. Para Wells, con una posición más cauta, la mayor parte de los oppida oscilaron entre 1.000 y 2.000 habitantes. En lo que respecta a la estructura interna de los oppida, uno de los casos mejor estudiados es Manching; a través de su investigación se sabe que la ordenación interna del asentamiento fue planificada de antemano, con calles de más de 10 metros de ancho, bordeadas por edificios rectangulares construidos en madera. Dentro del asentamiento se documentan áreas especializadas, separadas por empalizadas, como los grandes edificios interpretados como graneros o como posible barrio de artesanos y metalúrgicos, y áreas que se han interpretado para pasto del ganado, ya que la zona densamente ocupada con trazado de calles ocupa sólo 80 hectáreas. Este modelo de asentamiento, que tuvo incluso espacios para la acuñación de moneda, muestra el desarrollo de obras de carácter público como las calles empedradas de Hrazany en Bohemia, con edificios rectangulares que, a diferencia de Manching, son construidos con zócalo de piedra. Sin embargo, en ningún caso se documentan casas que se pueden interpretar como residencias aristocráticas o centros públicos, aunque son mencionados por César; no obstante, Collis resalta que algunos grandes edificios cercados, como los documentados en Villeneuve-Saint-Germain o el propio Manching, pudieron ser residencias de un grupo social dominante. Las casas son las que en algún momento hemos destacado por su función artesanal. Algunas áreas europeas incluidas dentro del área celta ofrecieron, sin embargo, modelos diferentes de poblamiento, como se ha observado para el norte de Italia y ahora se valora en las islas Británicas y en el área atlántica de la Península Ibérica. En el primer caso, está muy presente la tradición agropecuaria ya señalada en el periodo anterior y que primaba a lo largo de la Edad del Hierro el papel de la granja, es decir, de las unidades aisladas sobre el resto de los modelos de poblamiento; en todo caso, se puede apreciar con el correr del tiempo una cierta diferencia de tamaño entre los casos más antiguos, que partirían de los siglos VII y VI a.C., como Little Woodbury y los más modernos, caso de Gussane All Saints. En el siglo I a.C., como ocurre en Europa, se produce la concentración pero aquí se hace de dos modos: en el sur, a partir del desarrollo y engrandecimiento de los antiguos "hill-forts": Maiden Castle o Danebury; que ahora aparecen con varias líneas de defensa para la guarda del ganado, aunque el hecho coincide con la reordenación interior del asentamiento, si bien manteniendo siempre la tradición de la casa de planta circular. En todo caso y como señala Cunliffe, la población nunca superó los 350 habitantes. En la nueva situación debió jugar un gran papel el puerto de Hengistbury Head, que fue un asentamiento de la primera Edad del Hierro, muy reforzado en su papel comercial a partir de fines del siglo II a.C. Por el contrario, hacia el este y el sudeste, se abandonan los antiguos "hill-forts" y ya en el siglo II a.C. aparecen poblados defendidos por terraplenes, como Colchester, y localizados en los puntos estratégicos de las vías de comunicación definidas por los ríos y sus desembocaduras. En la Península Ibérica, hay una gran diferencia entre las unidades de poblamiento próximas al área ibérica, en La Mancha o Aragón, que tarde o temprano asumen ciertas tradiciones ibéricas y que producen grandes asentamientos como los casos de Complutum en Alcalá de Henares o Toletium entre los carpetanos y Bílbilis o Contrebia entre los celtiberos, con una significativa jerarquía territorial, y el noroeste, donde destacan el grupo de asentamientos vacceos, caracterizado por grandes núcleos muy distanciados entre sí, o Galicia y Asturias, con el mundo de los castros caracterizados por situarse en posiciones de altura, con fortificaciones, a veces dobles, y con casas de planta circular sin orden aparente en su distribución interna. En la Europa septentrional, el modelo conocido en la fase anterior continuará con las mismas características de hábitat disperso, ya documentado. Sólo a fines del milenio se observará una tendencia al aumento de tamaño de algunas granjas y se observará la aparición de las primeras fortificaciones.
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Casi todos los autores coinciden en aceptar, para el Bronce Final, la clasificación en tres tipos de Wells: asentamientos en llano, en las orillas de los lagos y en altura. Los asentamientos en llano, sin embargo, han sido matizados por Audouze y Buchsenschutz, en dos tipos diferentes, según que se trate de asentamientos aglomerados de tipo aldea o casas aisladas con carácter de factoría agraria. No obstante las diferencias formales, esta clasificación no responde a una cuestión cronológica o regional. El asentamiento tipo factoría agraria se documenta en toda la Europa continental desde Francia a Polonia, y cuenta con una fuerte tradición durante todo el segundo milenio. Difíciles de documentar, porque de ellos sólo queda como restos arqueológicos los hoyos de poste de la construcción, se trata de pequeñas unidades de asentamiento de dos o tres casas, muy abundantes en algunas regiones, ya que se han llegado a detectar hasta 675 en Havel. Los investigadores no acaban de ponerse de acuerdo sobre su grado de continuidad, y así para algunos autores son sólo lugares de trabajo o estaciones provisionales, en tanto que para otros son auténticas viviendas con todo lo que el concepto conlleva. La arqueología alemana, atendiendo a su ordenación interna ha dividido el asentamiento en llano y abierto en aldeas no ordenadas, con disposición en círculo y caracterizadas por un espacio central sin ocupación, y aldeas con ordenación en una o varias filas (aquí se inscriben las aldeas calle). Del primer tipo valdría como ejemplo Perleberg en Prignitz, Alemania. Petrequin ha defendido que este tipo, sin orden aparente, responde sin embargo a unas directrices previas que vienen expresadas por la orientación de las casas; de este modo, se advertiría la existencia de cuatro grupos de unidades de casas entre las dieciséis documentadas en Perleberg. Interesante, dentro del modelo de ordenación circular, es Lovcicky en Bohemia con sus 48 casas rectangulares. Las unidades se dividen en casas de dos o tres filas de postes, destacando en el espacio libre central una casa con estructura más compleja, seguramente para sostener un granero. En general, son asentamientos de corta duración, que se mueven generacionalmente a lo largo de varios kilómetros, a veces compartiendo una única necrópolis, en dos ocupaciones sucesivas. Entre los asentamientos de altura fortificados también se distinguen dos tipos: el modelo de espacio central o el de filas de casas; en el primer caso, el asentamiento de Wittnauer Horn en Argovia distribuye sus casas sobre la vertiente de la colina a lo largo de 230 metros, dejando en el espacio libre central cuatro casas, distribuidas en dos grupos de dos. Conforme avanza su historia, se produce un aumento de tamaño de algunas unidades a costa de las viviendas adyacentes. E1 segundo tipo está representado en Alte Schloss en Senftenberg, Alemania, con una ordenación en filas que cubre casi todo el espacio interno, salvo un área al noroeste. Los asentamientos lacustres responden o a un modelo sin orden preestablecido, como es el caso de Wasserburg en Baviera que, sin embargo, sigue un mismo eje de orientación en la disposición de las casas, o el caso de Cortaillod-Este, en el lago suizo de Neuchâtel, con un orden en ocho filas. En la actualidad se debate si se trata de auténticos poblados palafíticos sobre plataforma artificial o asentamientos en la orilla del lago, lo cierto es que, a diferencia del tipo de aldea en llano, suelen presentar una empalizada que delimita el asentamiento. No se conoce por el momento la relación entre los cuatro tipos de asentamiento, salvo la tendencia a engrandecerse, si se sigue su desarrollo desde el Bronce Antiguo; no obstante, se advierten algunas características en los asentamientos de altura, como la producción metalúrgica, o su disposición para cubrir puntos estratégicos, lo que podría llevar a pensar en unidades complejas de asociación entre diferentes tipos de asentamiento. Dos áreas rompen el planteamiento señalado para la Europa central y occidental, una corresponde al norte de Europa, Países Bajos y Escandinavia, donde no se documentan ni asentamientos fortificados ni complejas aldeas; se trata, en la mayor parte de los casos, de casas aisladas o de pequeñas asociaciones de dos a seis edificios, en algunas de las cuales, como en Elp (Holanda), de tres unidades, una es sensiblemente mayor que el resto. El análisis de los Países Bajos ha demostrado que muchas de las aldeas centroeuropeas pudieron ser pequeños enclaves con construcción continuada de casas, pero de tal modo que las conocidas en la actualidad sobre un plano no sean todas contemporáneas (ello podría llegar a unificar el primero y el segundo de los tipos consignados). La segunda zona se localiza en las islas Británicas, donde encontramos casas aisladas, como es el caso de Itford Hill en Sussex o aldeas como las del valle del Pym, siempre con casas de planta circular, rodeadas por una empalizada y sobre una pequeña plataforma en terraplén que anuncian lo que será el modelo clásico de la Edad del Hierro; a ello se añaden los asentamientos de altura, tipo hill-forts, tradicionalmente adscritos a la Edad del Hierro, pero que en casos como Mam Tor en Derbyshire están ocupados desde el 1100 a.C. y que parecen desempeñar una función especial, como lo muestra la disposición de algunos de ellos, Rams Hill en Berkshire, en el límite entre zonas de repartición de estilos cerámicos. Desde este punto de vista, su posición estratégica podría responder al control de intercambios de productos y no de límite entre territorios políticos. El paso a la Edad del Hierro en toda la zona templada implica algunos cambios respecto al modelo anterior: Mont-Lassois, en el Alto Valle del Sena, se levanta a partir de un talud precedido por una fosa, sobre una extensión de 40 hectáreas. El asentamiento tiene un gran interés, porque entre las tres tumbas con carro de su necrópolis destaca el mítico enterramiento de Vix. Algo más al sureste, sobre el Danubio y al sur de Wurtemberg, se levanta el asentamiento de Heuneburg con sus 3,2 hectáreas y una poderosa fortificación que, a mediados del siglo VII a.C., se convertirá en un gran muro de adobes; como en el caso anterior, el asentamiento destaca por la riqueza de sus tumbas, pero también porque en la zona excavada una antigua serie de graneros acaba por convertirse en un conjunto artesanal de talleres. También Sticna, al sur de Eslovenia, muestra con un tamaño semejante a Heuneburg una potente fortificación de tierra y piedra en un territorio rico en hierro y bueno para el desarrollo de la agricultura. Sin que se pierda el modelo del patrón de asentamiento existente en la fase anterior, fundamentado en los modelos ya reseñados, la nueva situación creada a partir de las primeras décadas del siglo VIII a.C. y que se definirá mejor en el siglo siguiente, caracteriza a los asentamientos fortificados como los factores de cambio más activos en el nuevo periodo. La investigación no ha conseguido aún explicar en qué tipo habitaron los individuos que se enterraron en tumbas tan ricas como Vix, porque hasta el momento no se han documentado unidades de habitación que impliquen una jerarquía interior en el poblado; el único factor distorsionante lo constituye, hasta el momento, los edificios con los hoyos de poste de mayor diámetro y dispuestos en el ángulo noreste del asentamiento de Goldberg en Wurtemberg; sin embargo, en opinión de Zippelius, podrían tener al igual que otro edificio también documentado, con pórtico y aislado en el centro del poblado, una función comunal. Lo sorprendente del caso es que Goldberg no es un clásico asentamiento fortificado en altura, sino una aldea con una empalizada, lo que plantea la posibilidad de que los individuos más poderosos no llegaran, durante esta fase, a habitar los asentamientos en altura y ocuparan, sin embargo, casas señoriales aisladas como la de Talhau, en las proximidades de Heuneburg. La Europa septentrional, como en la etapa anterior, continuó con un hábitat disperso, y en las islas Británicas, aunque se favoreció el desarrollo de los asentamientos de altura (hill-forts), se siguió basando la economía en las pequeñas unidades agrarias. De todos modos, estos asentamientos fortificados, como Danebury, cubrían un territorio de alrededor de 60 kilómetros, controlando una veintena de hábitats aislados. Por esta razón, los "hill-forts" se han asociado, en alguna ocasión, no como en Europa a centros artesanales, sino a asentamientos pensados para la cría de ganado, su estabulación y el almacenamiento del forraje y del cereal. Por otra parte, siguiendo la tradición de la fase anterior, las casas continuaron manteniendo la planta circular.
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La Guerra de Sucesión española dividió España entre los partidarios de Felipe V y del archiduque Carlos, ambos candidatos al trono. En apoyo del primero se manifestó Francia, con su rey Luis XIV al frente; a favor del segundo, Holanda, Inglaterra, Austria y Portugal. En 1713 finalizó la guerra en el exterior, con la firma del Tratado de Utrecht, paz refrendada un año más tarde con los acuerdos de Rastatt. En el interior, la contienda finalizó en 1714, con la caída de Barcelona, ciudad que había resistido en apoyo del pretendiente austriaco y en contra del centralismo borbónico. Ambos tratados dieron lugar a un nuevo mapa europeo. Inglaterra conseguía Terranova, Gibraltar y Menorca, así como permiso español para enviar anualmente una nave comercial a las Indias y monopolizar el comercio de esclavos. El Imperio austriaco se quedó con el Milanesado, Flandes, Nápoles y Cerdeña. A Saboya le corresponde una pequeña expansión en su frontera y la isla de Sicilia, que entregará a Austria a cambio de Cerdeña. El rey francés, Luis XIV, consigue a cambio que las potencias europeas reconozcan a su nieto, Felipe V, como rey de España, aunque en ningún caso las coronas de Francia y España podrán unirse en el futuro.