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En el área mediterránea de la Península Ibérica, los análisis sobre el patrón de asentamiento comienzan a ofrecer los primeros resultados y, con ello, significativas diferencias dentro de la geografía de la cultura ibérica. Los estudios sobre el Alto Guadalquivir de A. Ruiz y M. Molinos, han confirmado la existencia, desde mitad del siglo V a.C., de un modelo de asentamiento único que en las fuentes históricas escritas es conocido con el nombre de oppidum, sin que tenga mucho que ver con lo que serán algunos siglos después los oppida celtas. Se trata de asentamientos localizados en alturas entre los 300 y los 800 metros sobre el nivel del mar, en puntos de amplias posibilidades estratégicas por su gran visibilidad y altura relativa y, sobre todo, en el caso de los que ocupan las campiñas de Córdoba y Jaén, por dominar las fértiles tierras de secano de su entorno. Hacia el este y del mismo modo en las altiplanicies de Granada, el modelo se modifica sensiblemente porque los asentamientos, también oppida, se localizan junto a las vegas de los ríos, perdiendo parte de su valor estratégico visual pero ganando en su disposición respecto a las redes de comunicación, así como asegurando su supervivencia económica en el marco de una agricultura de regadío. Presentan los oppida ibéricos patentes fortificaciones con torres y, en la mayor parte de los casos conocidos, se levantan sobre los viejos asentamientos fortificados del siglo VII.

Por otra parte, son, en algunas áreas como el Alto Guadalquivir, tal y como se ha señalado, el modelo único de asentamiento, con distancias entre sí de 8 kilómetros de media y tamaños diferentes que se pueden expresar en tres escalas: una superior, entre 10 y 20 hectáreas, otra media, entre las tres y seis, y un tercer nivel, de pequeños núcleos, en torno a la hectárea. No se puede señalar por el momento si existiría otra escala superior en asentamientos como Porcuna o Cástulo, que fueron los grandes centros de la zona, al menos desde el siglo III a.C. y tal vez antes si se siguen las fuentes literarias. En el área valenciana, en torno al valle del río Turia, se observa otro modelo de asentamiento que podría ser algo más tardío, quizá a partir de mediados del siglo IV o inicios del III a.C. y que articula tres tipos diferentes de asentamiento, como han demostrado J. Bernabeu, C. Mata y H. Bonet. Esta vez a los oppida, que son escasos y se mueven en las escalas media e inferior de las referidas al Alto Guadalquivir (el asentamiento mayor es Lliria, con 10 hectáreas), se añaden pequeños caseríos sin fortificación y atalayas defensivas en los extremos del territorio del oppidum mayor, como es el caso del Puntal del Llops para los centros estratégicos o Castellet de Bernabé para las aldeas agrarias. En el área catalana, a los elementos reconocidos en el caso anterior se le añade la originalidad de presentar campos de silos, como se ha documentado en el Empordá, en las proximidades de la factoría griega de Emporio, o en el Bajo Llobregat.

Por lo demás, mantienen el modelo valenciano de un gran oppidum, como se advierte en los casos de Ullastret o Burriac. El modelo citado, excepcionalmente en algunas áreas como la costa de Garraf, no muestra restos de fortificación en los asentamientos. En el entorno de Marsella, un complejo de núcleos de altura fortificados como Entremont o Saint-Blaise dan idea de un modelo nuclearizado que recuerda el recogido en el Alto Guadalquivir. No obstante, tienen unas características específicas y distintas a las recogidas en aquel caso y, sobre todo, falta información sobre el territorio. Más significativo es, en la bibliografía, el debate en torno al problema de influencia griega sobre el hábitat indígena, dada la proximidad de Massalia. Para autores como Treziny, apenas se puede observar helenización antes de los inicios del siglo II a.C., en el que hacen su aparición los planos hipodámicos en Entremont o I'Ille-de-Martigues o las fortificaciones como en el primero de los dos asentamientos citados o en Saint-Blaise. Durante el periodo anterior, tanto la construcción de las fortificaciones en piedra, con torreones circulares, como el trazado filiforme de los poblados sólo mostrarían el peso de la tradición indígena. En contra de esta opinión se barajan cuestiones como la construcción, desde el siglo VI y de forma generalizada en el V a.C., de casas con zócalo de piedra y adobe o la impronta que a través del Ródano se va dejando notar hacia el interior de Europa del efecto focense massaliota.

En la península italiana también se conocen algunas referencias sobre el patrón de asentamiento, al margen del caso romano, ya un modelo clásico al que no se hará referencia aquí. En general, el desarrollo del siglo V a.C. muestra una serie de cambios importantes; así, en la Lucania desaparecen algunos núcleos, Ruvo del Monte o Ripacandida, en tanto otros, como Serra de Vaglio, sufren una importante transformación; en general, en esta área interior lucana del sur de la península, en Basilicata, se advierte un cambio en la estructura del paisaje sustituyéndose las antiguas aldeas por un sistema disperso que se hace patente en el segundo cuarto del siglo IV, si bien paralelamente se reafirma el sistema de núcleos fuertemente fortificados, unas veces ocupados, caso de Serra de Vaglio, y otras veces como simples recintos defensivos en los que concentrarse la población dispersa en situaciones críticas. Este último modelo que la investigación italiana conoce con el nombre de patrón de asentamiento pagano-vicánico o aldeano, ha sido muy bien estudiado en el área samnítica y sabina, que alcanza la vertiente adriática; se trata de una población dispersa que se organiza en factorías y se asocia a un gran recinto (oppidum) en el que son raros o inexistentes los edificios y es frecuente, también en la zona, la existencia de algún santuario local para las ferias periódicas. En la vertiente tirrénica y en el interior de la Campania, de nuevo en territorio lucano, se documenta asimismo el sistema de oppida fortificados asociados a un poblamiento disperso, es el caso de Roccagloriosa, que se muestra como un gran centro indígena desde el siglo V a.

C.; sin embargo, aquí el proceso sigue una vía muy diferente al que se observa en el interior del territorio lucano, ya que la población en la segunda mitad del siglo IV salta la estructura fortificada disponiendo las estructuras de habitación de una forma muy regular, lo que se observa también en otros casos de la zona como Grumentum. Quizá en ello influya la expansión militar que en un momento dado había producido la toma de la colonia griega de Paestum por los lucanos. Hacia el norte, la presencia céltica se hace cada vez más evidente con sus sistemas de oppida y aldeas, como se documenta en el oppidum de Monte Bibele, una pequeña aldea de pocas casas que, sin embargo, muestra diferencias significativas en su necrópolis. En el tema de la planificación interior de los asentamientos para el área ibérica se constatan diversos modelos, que van desde los casos más pequeños con la planimetría de calle central o forma circular con espacio central vacío, muy documentados en el área catalano-levantina e identificados en las atalayas o las aldeas, como el caso de los sitios valencianos ya citados de Puntal dels Llops, Castellet de Bernabé o catalanes como Puig Castellet en Gerona, hasta planos muy complejos con acrópolis definidas por torres, también presentes en el área en el Bajo Ebro en el Coll del Moro. Un nivel con trazados más complejos, con diferentes manzanas y calles de distinto ancho, se documenta en los oppida de mayor tamaño; en Andalucía éste es el caso de Puente Tablas o Tejada la Vieja; en Valencia, de la Bastida o San Miguel de Liria, y en Cataluña, de Ullastret y Burriac.

Respecto a la estructura de las casas ibéricas, se observa una amplia tipología donde el modelo más simple lo constituye los departamentos únicos documentados en las atalayas o aldeas que, en algún caso como Puntal dels Llops, han sido interpretados como espacios insertados en una unidad mayor, el asentamiento, en la que las unidades constructivas se complementan entre sí en las diferentes funciones domésticas. En otros casos, como la recientemente excavada casa de Gaihlan, en el sur de Francia, se ha advertido que la estructura única distribuía después interiormente el espacio en dos salas y utilizaba el exterior para desarrollar gran parte de la actividad cotidiana. En el otro extremo del área ibérica, se conocen unidades mayores como las casas recientemente estudiadas en Puente Tablas, Jaén, con un patio al fondo o a la entrada, semicubierto lateralmente y donde se dispone el hogar y la mayor parte de las actividades de consumo, y una estructura cubierta al fondo, a veces a la entrada, compartimentada lateral u horizontalmente, en algún caso hasta en tres estancias. Los modelos más complejos disponen una segunda planta sobre la parte cubierta y pueden llegar a añadir un cuerpo lateral al patio, también cubierto. En general, las casas oscilan en tamaño entre los 6 y los 170 metros cuadrados de superficie en los edificios domésticos. No obstante y con la salvedad del sur de Francia, donde en algunos poblados persiste la cabaña de materiales perecederos hasta fechas muy tardías, todos los edificios presentan zócalos de piedra y construcción de las paredes en tapial o adobe, sin poderse documentar, hasta el momento con anterioridad al siglo III o II a.

C., según las zonas, sistemas complejos de servicios urbanos como la canalización del agua o complejos pavimentos en las calles; no así los silos y los aljibes, que están presentes en muchas casas a nivel privado y en las zonas vacías interiores de los oppida. Más complejo es el problema de los edificios singulares. En el sur de Italia, a partir de la destrucción del palacio de Braida en Serra de Vaglio, en la Basilicata, y la restructuración que sufre el poblado en el siglo V a.C., se levantaron varias casas señoriales o aristocráticas. De igual modo, estas situaciones se producen en la Daunia, con la persistente tradición de seguir enterrando cerca de la casa. En Forentum, en la Daunia interna, se construyeron cinco residencias aristocráticas a fines del siglo V a.C., con planta absolutamente idéntica, caracterizadas por un gran patio precedido por un pórtico decorado con un acroterio que muestra representaciones de caballeros. En la Península Ibérica, estos signos de isonomía se perfilan en los edificios singulares que se documentan en Campello, Alicante, o, más recientemente, en San Miguel de Lliria en Valencia. El primero, con un almacén frente a él, y el segundo, con un patio con un betilo central, y un pozo con cenizas, y un rico ajuar en su interior. El debate sobre estos edificios está abierto en la actualidad entre los partidarios de considerarlos templos o residencias aristocráticas.

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