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El cuarto Pilar fundamental del Islam es el ayuno (sawn o siyam) que se practica durante el mes de Ramadán. Consiste, básicamente, en la prohibición de que ninguna sustancia entre el cuerpo de un musulmán adulto y sano en las horas de luz solar de los días del mes de Ramadán. En consecuencia, están proscritas la comida, la bebida, el fumar y las relaciones sexuales durante ese periodo, en tanto la luz solar permita "distinguir un hilo blanco de uno negro". Incluso, algunos creyentes se abstienen de perfumarse, ducharse o bañarse, por temor a contravenir ese precepto. La abstención se prolonga durante todas las horas diurnas de dicho mes. Cuando anochece, se realiza una primera ingestión de alimento (iftar), comida para la que se confeccionan manjares significativos, como de una fiesta. También el final del mes se celebra de manera especial (idu l-fitr, o bien idu l-sagir) en la que las familias se visitan y se entregan regalos, aunque ese periodo también puede ser vacacional. La fiesta celebra el triunfo de la abstinencia y el sacrificio de los musulmanes sobre los sentidos y las pasiones, así como el hermanamiento y la universalidad de la comunidad islámica. El ayuno durante el Ramadán supone, también, un cambio en los hábitos de la vida cotidiana, pues el trabajo y las obligaciones han de adaptarse a la nueva situación. En este sentido, los horarios de trabajo suelen acortarse en una hora. En los primeros tiempos de la religión islámica el ayuno sólo se producía durante las veinticuatro horas del décimo día del primer mes del calendario islámico, algo similar a lo que prescribe la religión judía para el décimo día del mes de Tisri. Sin embargo, a partir de que fuera revelada en Medina la sura 2 y como modo de distanciarse de los judíos, Muhammad estableció la realización de un ayuno diurno durante todo un mes, aunque siguió recomendando que se practicase el ayuno anterior, que se celebra durante la fiesta llamada asura.
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El Ayurveda o "Veda de la vida larga" es el complejo de conocimientos médicos más antiguo que nos ha llegado hasta la actualidad, pues la primera vez que aparece descrito es en la literatura sánscrita de hace 5.000 años. El ayurveda es parte de uno de los vedas, los libros antiguos que el dios creador Brahma entregó a los hombres. Se trata de un conjunto de nociones sistemáticas cuya finalidad es lograr el equilibrio entre el alma y las células del cuerpo, siempre con la naturaleza como principio de la vida. El ideal de esta ciencia puede resumirse en la siguiente frase: "Que pueda siempre tener aire en mi nariz, voz en mi boca, vista en mis ojos, oído en mis orejas, pelo y dientes que no pierdan color y mucha fuerza en mis brazos, poder en mis muslos, rapidez en mis piernas y estabilidad en mis pies. Que mis riñones se mantengan intactos y mi alma libre". Los principios fundamentales del Ayurveda se mantienen inalterables desde hace miles de años, habiéndose expandido a partir de su lugar de origen, la ciudad de Benarés. Sus practicantes y estudiosos son bhikkhus, gurus y doshas, monjes que alcanzan un alto grado de especialización. Aparte de Benarés, la ciencia del Ayurveda tiene otros lugares importantes, como el Templo Wat Poh, en Thailandia, en cuyos muros se representan sus principios fundamentales en esculturas, relieves y pinturas; y la Universidad gurukul, al norte de la India, un internado en el que el neófito ha de pasar catorce años viviendo con la familia (kula) del maestro (guru), llevando una vida de ascetismo y estudio para poder perfeccionar el espíritu.
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El Azaque es el tercer pilar fundamental del Islam. Mal traducido por limosna, se trataría más bien de un impuesto, dado su carácter obligatorio. Es, en definitiva, una contribución a la colectividad, pues las actividades económicas -en origen básicamente las agrícolas, ganaderas, comerciales y las posesiones en metálico o especie, excepto los inmuebles- eran gravadas a lo largo de cada año lunar con un porcentaje que variaba entre el 2,5 y el 10 por ciento. Sin embargo, no todo el mundo reconoce debidamente su nivel de riqueza, eludiendo o aminorando el pago de su contribución. Para el islam, el dinero y los bienes son propiedad de Dios, siendo detentado su usufructo por los hombres. En consecuencia, está prohibida la usura y el cobro de intereses. En origen, lo recaudado con este impuesto iba a parar a las arcas del estado islámico, destinado a su vez a sufragar los gastos de la administración (baytu l-mal) y a mantener a los menesterosos. En tiempos más recientes, este tributo ha sido sustituido por prácticas fiscales más de corte occidental, aunque los fieles siguen manteniendo el tradicional azaque entregando cantidades en dinero o en especie, habitualmente al final del mes de Ramadán (zakatu l-fitr). Los bienes entregados son redistribuidos entre la comunidad de fieles, aunque también pueden ser entregados a no musulmanes. Sin embargo, no hay que confundir el azaque (zakah) con la limosna, pues ésta (sadaqah) es una entrega espontánea, y no obligatoria. El islam mantiene que este pilar resulta fundamental, por cuanto mantiene la cohesión de la comunidad al tiempo que favorece al donante, que de esta forma se purifica. Los beneficios del zakah aparecen mencionados en el Corán: "Los que dan sus bienes en el camino de Dios se parecen a un grano del que salen siete espigas, y de cada espiga salen cien granos. Dios todavía lo multiplica más para quien le place. Dios es Magnánimo y Omnisciente".
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Un decreto del Presidium del Soviet Supremo de la URSS había alargado la jornada normal de trabajo al poco de estallar la guerra con Alemania, el 26 de junio de 1941. Quedaban así suprimidas todas las fiestas ordinarias y ello hizo posible que con el mismo número de empleados y obreros se incrementaran casi un tercio las posibilidades de producción. Sin embargo, el gigantesco traslado de la mayor parte de la industria soviética al este, unido a la mayor demanda del frente en armas y municiones, significó un tremendo bache, como era inevitable, y no fue previsto en toda su cuantía por el Kremlin ante la magnitud de la lucha y las fuerzas enemigas. Es oficial el hecho de que entre el mes de octubre de 1941 y abril del año siguiente el Ejército Rojo bordeó el desastre ante la inquietante escasez de suministros. El 1 de diciembre de 1941 sólo funcionaba en el conjunto del territorio soviético libre de invasores el 38,4 por 100 de los altos hornos, el 52,6 por 100 de los hornos Martin, el 38 por 100 de los hornos eléctricos y el 52,2 por 100 de los trenes de laminación. Como el resto de la industria, la metalurgia se enfrentaba a una aguda carestía de mano de obra. Cifras cantan: de 31,6 millones de trabajadores industriales que había registrados al inicio de las hostilidades, casi cinco meses más tarde -a comienzos de noviembre de 1941- eran sólo 19,8 millones. La razón principal es que una parte de esos empleados y obreros habían quedado aislados en zonas ocupadas por el Ejército de Tierra de la Wehrmacht y otra importante se hallaba aún de viaje hacia los nuevos puntos en el este. Todo ello influyó en que, en su conjunto, la producción industrial de la URSS bajara de junio a noviembre de 1941 a la mitad, siendo la situación aún más grave a finales de ese año. Se registró una gran escasez de molibdeno y manganeso, ya que una gran parte de este último se extraía en el área de Nikopol, ocupada por los nazis, debiendo abrirse a toda prisa nuevas exploraciones de ese mineral en el Kazakstán y los Urales. Más grave aún era la pérdida de la riquísima zona de Donbass, que producía el 60 por 100 del carbón, lo que de inmediato motivó una rápida aceleración de las extracciones en otras partes de la URSS, situadas muchísimo más al este. La industria de municiones tenía una preocupante escasez de ferroaleaciones de níquel y metales no ferrosos. A este déficit se juntaban otros muy importantes, como los de aluminio, estaño y cobre. De 26 grandes fábricas químicas evacuadas al este, sólo ocho habían podido llegar a su destino definitivo a primeros de diciembre de 1941 y, encima, su producción estaba a la mitad. Según datos oficiales ofrecidos por el Ministerio de Industria y Transportes de la Unión Soviética, desde finales de junio hasta principios de diciembre de 1941 se habían trasladado al este un total de 1.523 grandes fábricas; de ellas, 226 a la región del Volga, 667 a la zona de los Urales, 244 a la Siberia occidental, 78 a Siberia oriental y 308 al Kazakstán y Asia central. Entre esas 1.523 factorías se contaban las 1.360 mayores empresas de armamento de la URSS. Para transportar todo el conjunto de esa colosal carga, se hizo preciso utilizar la capacidad de 1,5 millones de vagones de ferrocarril. La magnitud del esfuerzo realizado supera todo lo imaginable. Es, en realidad, una imposibilidad material que ha sido hecha posible merced a un esfuerzo sobrehumano, sostenido y minucioso. La razón se niega a admitir que miles de toneladas de material puedan ser transportadas a miles de kilómetros de distancia en brevísimos lapsos. La realidad, sin embargo, prueba que tal hecho fue posible. Jamás en la historia se produjo una evacuación de tal magnitud ni de tanta importancia. Un año largo después de terminada la Segunda Guerra Mundial en Europa, Molotov mencionó las gravísimas pérdidas sufridas por su inmenso país en un discurso pronunciado en París el 26 de agosto de 1946. Según el ministro soviético de Asuntos Exteriores, el III Reich y sus aliados habían "...destruido 31.850 empresas industriales, que empleaban a cuatro millones de trabajadores al comenzar el conflicto, y arruinado o robado 239.000 motores eléctricos y 175.000 máquinas-herramientas". Esta declaración de Molotov es una prueba de que del gran conjunto de equipos industriales no evacuados sólo una parte -casi el 40 por 100- quedó bajo el férreo control de la política estaliniana de tierra quemada.
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Los cuadros de bretones habían cosechado bastante éxito en el Salón de París en los últimos años de la década de 1880. Gauguin, que estaba en Pont-Aven en 1888, decidió emplear a las bretonas como protagonistas de sus lienzos. Así surgen escenas como Cuatro mujeres bretonas o este baile, en el que el pintor ha recogido el momento de la danza de la recolección de la paja. Contemplamos a tres niñas en diferentes posiciones agarradas de las manos, interesándose Gauguin por representar los tocados de las pequeñas mientras el resto del cuadro aparece con un mayor abocetado. La paleta del pintor se aclara a marchas forzadas, dando paso a tonalidades más personales con las que transmite su estado de ánimo y sus sentimientos.
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En líneas generales a partir del siglo II y salvo excepciones como Itálica se advierte un descenso en el número de construcciones y un mayor predominio de restauraciones o modificaciones de programas ya ejecutados con anterioridad. Así se constata en ejemplos como el que proporciona Clunia, en las termas denominadas tradicionalmente Los Arcos, donde han podido definirse dos momentos de utilización a partir de sus estructuras más antiguas de finales del siglo I d. C., el primero correspondiente a Adriano o Antonino Pío y el segundo, definitivo y renovador a fondo, probablemente de época de los Severos. Un dato, interesante por el escaso número de ejemplos conocidos, viene dado por la localización en Tarragona de la sede de la corporación de obreros de la construcción o Schola del Collegium Fabrum, identificada gracias a varios testimonios epigráficos y que se encontraba activa en época de Adriano. A partir del siglo III la realización de grandes proyectos monumentales de carácter urbano sufrió un acusado descenso a consecuencia de la crisis en la que se vio envuelto el Imperio. El escaso número de inscripciones de este período, relativas a la financiación de construcciones por parte de las elites ciudadanas, constituye la prueba más evidente de los cambios que se produjeron en las formas de vida de las ciudades. Por otra parte, la situación de tranquilidad que venía disfrutando la Península durante los dos primeros siglos, se vio alterada por acontecimientos como las incursiones de los Mauri en la Bética, cuyas consecuencias han podido apreciarse en ciudades como Munigua, donde de forma apresurada se edificó una muralla que seccionó la necrópolis meridional, llegando a utilizarse hasta las propias inscripciones funerarias de ésta como material de construcción. Asimismo, la población de Itálica dedicó un epígrafe a Gayo Valio Maximiano en señal de agradecimiento tras haber restablecido la paz en la Bética y en otra inscripción procedente de las cercanías de Antequera (Málaga) se rinde homenaje a esta misma persona por haber liberado al Municipium Singilia Barba de un prolongado asedio. En el Noroeste de la Tarraconense, las revueltas ocasionadas por un numeroso grupo de tropas encabezado por Materno, también debieron afectar a algunas ciudades, como por ejemplo Ampurias, que con tal motivo acogió un destacamento de la Legio VII Gemina. Esta ciudad se hallaba ya en plena decadencia, como lo demuestra el abandono en el siglo II de dos grandes residencias y la pérdida de funciones de su foro en el siglo III. Otros acontecimientos, como las invasiones bárbaras de los años 262 y 297, provocaron la reconstrucción de las murallas de un buen número de ciudades como Gerunda (Gerona), Barcino (Barcelona), Caesaraugusta y Castuto (Jaén). En el Noroeste, Bracara Augusta, Asturica Augusta y Lucus Augusti fueron también fortificadas, como lo fue también Legio (León). La nueva situación político-administrativa derivada de las reformas de Diocleciano, con la división de Hispania en cinco provincias, no supuso un incremento de la arquitectura pública y las actuaciones en este campo se limitaron principalmente a restauraciones de monumentos antiguos y en menor medida a la construcción de nuevos edificios, promovidas por estamentos oficiales, entre los que destacaba el gobernador de la provincia. En Tarragona el praeses (gobernador) Julio Valente construyó en nombre de los emperadores Diocleciano y Maximiano un "porticus Ioviae", alusión al apelativo "Iovius", recibido por Diocleciano en el 287 d. C. En contrapartida, se prestó una mayor atención a la arquitectura privada y en particular a las residencias de los altos funcionarios de la Administración. Así se explica cómo, en Augusta Emerita, una imponente casa del siglo II, situada al sur del teatro, fue ampliada durante el siglo IV. Ejemplos aislados denotan cierta actividad constructora. Así, en Baelo Claudia a fines del siglo III o comienzos del IV se produjo una reorganización de la ciudad que afectó al macellum altoimperial, transformado ahora en almacén y también, a la zona occidental, donde destaca la construcción de unas pequeñas termas a la vez que se repara el decumanus maximus. Otras termas bajoimperiales se edificaron en Castulo (Jaén). Sin embargo, los signos de decadencia se hicieron cada vez más patentes. La basílica del foro de Tarragona fue destruida por un incendio a mediados del siglo IV y ya no fue restaurada. En Córdoba el cese de las actividades en el foro provincial debe situarse a lo largo del siglo IV, como lo demuestra la serie de estatuas imperiales erigidas por gobernadores provinciales del siglo IV halladas en el otro foro, el colonial. Además, un edificio público del foro provincial fue transformado en residencia privada en torno a los siglos IV o V. En Tarragona, a lo largo del siglo V, el gran conjunto monumental del foro provincial, construido en el siglo I d. C., padeció un importante proceso de transformación, no exenta de expolio, que implicó la pérdida de sus funciones orientales. En definitiva, estos últimos ejemplos son signos evidentes de las mutaciones que se estaban produciendo en el seno de las ciudades, en las que la gran arquitectura pública altoimperial estaba siendo objeto de un paulatino desmantelamiento.
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En el año 305 Diocleciano abdica, obligando a imitarle a su colega Maximiano, también augusto. Galerio y Constancio, los otros dos miembros de la tetrarquía, pasan ahora a ser augustos, y nombran césares a Severo y Maximino Daya. Sin embargo, el sistema tetrárquico fracasa por las contradicciones internas de la política dinástica. Constancio quiere promocionar a su hijo, Constantino, mientras que Maximiano pretende hacer lo propio con Majencio. El resultado es un periodo de luchas que se prolongará hasta el año 312, cuando Constantino se convierta en el único emperador de Occidente tras derrotar a Majencio en el Puente Milvio. Las primeras medidas que adoptó fueron la disolución de la guardia pretoriana, el refuerzo de sus relaciones con Licinio - augusto de Oriente desde 308- y la promulgación en Occidente de la libertad religiosa. En el año 324 Constantino, tras derrotar a Licinio, reunificó de nuevo el Imperio después de cuarenta años de haber estado dividido. Desde el año 313 Constantino se acerca a la Iglesia cristiana, llegando a ser bautizado en el lecho de muerte. Potenció y utilizó el poder de la Iglesia, lo que le reportó amplias ventajas: le procuró nuevas bases en las que asentar su poder y actuó manteniendo el consenso que todo poder político necesita. Las disposiciones que Constantino adoptó a favor de la Iglesia se concentran en dos campos especialmente importantes: las concernientes al patrimonio y las referidas a la jurisdicción eclesiásticas. Una de las medidas que marcaron más profundamente la nueva etapa constantiniana fue el traslado de la capitalidad del Imperio a la antigua ciudad de Bizancio, reconstruida y enormemente ampliada por decisión del emperador. Ésta, desde el 8 de noviembre del 324 (fecha de su inauguración) pasó a llamarse Constantinopla o ciudad de Constantino. Esta decisión trasladó de forma definitiva el eje político del imperio hacia Oriente. Constantino asoció a tres de sus hijos al imperio designándoles césares, recuperando el espíritu de la tetraquía de Diocleciano. Tras su muerte (337) se produjo una encarnizada lucha por el poder entre los césares que había nombrado. Constantino II se puso al frente del Imperio Occidental y Constancio II del Oriental. A Constante, el menor, le encomendaron el gobierno del Ilírico. Los enfrentamientos continuaron hasta que Constacio II se impuso, nombrando césar a Juliano. En el año 355 Juliano es nombrado césar por Constancio y enviado a las Galias para sofocar una serie de revueltas bárbaras. Allí pudo demostrar su habilidad política y militar, que le valió para ser nombrado emperador en 361, a la muerte de Constancio. Enseguida emprendió una tarea de organización y depuración, intentando resucitar el antiguo espíritu republicano. La actitud de Juliano, quien había afirmado sus creencias paganas, respecto al cristianismo fue inicialmente de tolerancia. Pero en los veinte meses que duró su gobierno se puso de manifiesto la imposibilidad de convivencia pacífica entre estas dos religiones. Después de la muerte de Juliano no volvió a haber ningún otro emperador pagano. El fallecimiento de Juliano supuso el ascenso al poder de Joviniano. Su gobierno duró escasos meses y fue sucedido por Valentiniano, interesado por preservar los derechos del Estado y abandonar los conflictos religiosos. Eligió a su hermano Valente como augusto oriental, siendo una decisión equivocada, ya que Valente carecía de dotes políticas o militares. El Imperio se dividió en dos partes y Valente tuvo que afrontar la invasión de grupos de bárbaros, que le derrotaron en Andrinópolis. El gobierno de Valentiniano supuso el último empeño, mantenido con una tenacidad admirable, no sólo de salvaguardar el imperio Occidental, sino de relanzarlo. Militarizó todas las funciones administrativas, incluso las civiles, e incrementó el ejército, contando incluso con soldados bárbaros. Uno de sus mayores intereses será incrementar los ingresos fiscales, por lo que se enfrentó con el Senado. Tras su muerte se asiste a un empeoramiento de la crisis, que ya será imparable. A la muerte de Valentiniano I, Graciano, que había sido elevado a augusto durante el gobierno de su padre, quedaba como nuevo monarca de Occidente. Durante su reinado se disfrutó de una época de paz en las fronteras, gracias a la sabia política defensiva de su padre. Su política religiosa parece determinada también por influencias externas. Así, en el 379, publicaba un edicto de tolerancia religiosa. Ese año nombró a Teodosio augusto de Oriente, mientras Valentiniano II recibió la Iliria. Los ataques de los bárbaros son constantes y en el año 382 Teodosio permite la instalación de los visigodos entre el Danubio y los Balcanes. La política religiosa pro cristiana desplegada por Graciano provocará la proclamación del usurpador Máximo como emperador en Britania (383), quien avivó el sentimiento de romanidad frente a los bárbaros y procedió a la fortificación del limes del Rin. Teodosio intervino y se dirigió a Italia pero prefirió negociar con Máximo, repartiéndose el Imperio. La evacuación de parte de Britania y la cuestión prisicilianista desencadenarán los acontecimientos que conducirán a la derrota de Máximo en el año 388 a manos de Teodosio. Tras el triunfo ante Máximo, Teodosio -augusto de Oriente- recluyó a Valentiniano II en la Galia. La muerte del segundo motivó la proclamación de Eugenio y su dominio sobre las Galias, Italia e Hispania. En el año 394 se enfrentan ambos, saliendo Teodosio victorioso, lo que significa la reunificación del Imperio. Con Teodosio, el Imperio se postergará ante los dictados de la Iglesia, al convertir el cristianismo en religión oficial y prohibir los cultos paganos. A la muerte de Teodosio (395) se divide el Imperio entre sus dos hijos: Oriente para Arcadio y Occidente para Honorio. La presión de los pueblos bárbaros hará que vayan ocupando cada vez más territorios y funciones administrativas. Continuas oleadas de bárbaros penetran en la parte occidental, lo que motiva el traslado de la capital a Rávena. La fisura entre ambos Imperios es ya un hecho irreversible. En esta situación, los estados bárbaros surgidos dentro del Imperio se consolidan y Alarico llega a saquear Roma durante tres días. Las revueltas de los soldados de Italia, que no habían recibido su paga, dieron la ocasión al jefe bárbaro Odoacro de asumir el poder, eliminando a Rómulo Augústulo, último emperador de Occidente, destronado en el 476. Esta fecha señala el fin del Imperio Romano occidental. Los continuos ataques a las fronteras occidentales serán la principal causa de la caída de ese sector del Imperio, mientras que la zona oriental pudo mantener casi intactas sus fronteras. Ahora bien, el Imperio Romano de Oriente vivirá en continua amenaza por las constantes querellas religiosas e intrigas palaciegas. Tres causas esenciales propiciaron la ruina del imperio occidental: las invasiones de los pueblos bárbaros, los problemas internos y la influencia eclesiástica. La herencia romana, no obstante, permanecerá aún viva -aunque muy matizada- en el Imperio bizantino, hasta que, en las primeras horas del 30 de mayo de 1453, caiga a manos de los turcos.
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La proclamación de Diocleciano como emperador tras el alzamiento de sus tropas no lo diferenciaba en nada de sus antecesores inmediatos. Pero la constitución que se redactó, después de años de tanteos, sí que significaba el fin de medio siglo de anarquía: un sistema de gobierno presidido por dos Augustos, uno para Oriente y otro para Occidente, secundados por dos Césares que al cabo de veinte años pasarían a ser Augustos y designarían a dos nuevos Césares. . Una visión simplista de la historia cree que esto significó el fin del Imperio Romano. Nada más lejos de la realidad: Diocleciano no quería otra cosa que ser emperador, y de hecho lo fue en los veinte años de la Tetrarquía. En el fondo su régimen venía a perfeccionar el de los Antoninos, e incluso el de los Severos, con su reparto de poder (Marco Aurelio y Lucio Vero, Septimio Severo y Caracalla). Cualquiera que fuese la residencia de los emperadores, Roma seguía siendo la capital del Imperio, y lo fue hasta el año 360; de hecho, durante el gobierno de Diocleciano la romanización y latinización del Imperio alcanzaron su máxima intensidad. Lo primero que en el terreno del arte diferencia a esta época de su predecesora es la reaparición de las obras patrocinadas por el Estado. Las únicas que lo habían sido en el cincuentenio de la Anarquía tenían todas carácter militar: los Muros Aurelianos, en Roma, y cinturones defensivos similares en multitud de ciudades del norte del Mediterráneo. Alguna otra, como el Templum Solis de Aureliano, apenas ha dejado rastro. Ahora era distinto: el año 298 inicia el Augusto de Occidente, Maximiano Hercúleo, la construcción de las termas que unos años después serán inauguradas a nombre de Diocleciano y de su primer promotor, las más grandes que nunca tuvo Roma, y las mismas que, en parte pequeña, convirtió Miguel Angel en una de las principales basílicas de Roma: Nuestra Señora de los Angeles. En el 315 alza Constantino las suyas en el lomo del Quirinal, en las proximidades de dos estatuas de las más célebres de la Roma de hoy: los Dioscuros de Montecavallo, testigos, como otras estatuas, del esplendor ornamental de aquellas termas. Entre Majencio y Constantino levantaron la basílica que hoy es más conocida con el nombre del primero.
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Bajo Imperio está unido íntimamente en la historiografía moderna al término decadencia. La desaparición, en el año 476, del Imperio Romano Occidental como figura política y administrativa a cuyo frente estaba el emperador ha llevado a los estudiosos a investigar los antecedentes remotos de tal desaparición. Así, se ha establecido la curva descendente en este período que se iniciaría con las reformas de Diocleciano. El Bajo Imperio o Antigüedad Tardía ha sido definido como el fin del mundo antiguo en el título mismo de obras clásicas como la de Gibbon, Mazzarino, Chastagnol y Momigliano, entre otros. Hoy día se tiende a sustituir el término decadencia, que implica un juicio de valor, por el de transformación, esto es, la creación de una nueva realidad surgida a partir de la anterior, que coincidiría con la idea de Croce: "La historia -de esta época- no es la historia de su muerte, sino la historia de su vida". Una época marcada por las transformaciones que modificaron la vida política, económico-social y religiosa y por las trágicas circunstancias en que el Imperio Romano Occidental se debatió durante ese período. Tales circunstancias propiciaron la crisis de la unidad romana y su percepción aparece en muchos autores de la época: Lactancio (Inst. diu. VII,15), Ambrosio (Exp. in Lucam, 10, 10), Jerónimo (Don. II, 140), Sulpicio Severo (Chron. II, 3, 6) o Hidacio (Chron. XX) entre otros. Los autores antiguos tuvieron clara consciencia de la gravedad del hundimiento de la pars Occidentalis y, en cierto modo, la fecharon el 23 de agosto del 476, fecha en que un bárbaro, Odoacro, se proclamó rex tras deponer al último emperador romano que, ironía del destino, se llamaba Rómulo y, al ser un niño, Augústulo. La idea de la recuperación, del renacimiento imperial, tal vez permaneció vigente en la esperanza de muchos durante algún tiempo, pero cuando en el 518 se habla de la caída del Imperio en el Chronicon del comes Marcelino o en la Vita di S. Severino, del monje Eugipio, tal caída se establece como una constatación. No hay nostalgia ni esperanzas de restauración. Habían pasado ya los años suficientes para vencer toda resistencia ideológica que pudiera acariciar la utopía de la reinstauración. Ciertamente, lo que en Italia acaeció en el 476 no era muy diferente a cuanto había sucedido en las Galias o Hispania bastantes años antes, pero la reducción de Italia, su sumisión a un germano, supuso sin duda una gran commoción, a pesar de que Odoacro adoptara durante su reinado el gentilicio de Flavius, aparentando así cierta romanidad y a que siguiera gobernando sin modificar las cancillerías anteriores, ni al senado romano, al que intentó complacer en compensación por su apoyo. Así, el Imperio sólo desapareció como entidad política, pero no hubo una ruptura inmediata desde el punto de vista administrativo. No obstante, el ejército era realmente un ejército de ocupación, integrado por bárbaros y fuertemente implantado. Casi desde entonces hasta nuestros días los estudiosos de la historia han reflexionado sobre las razones de la desaparición del Imperio Romano. Entre los autores modernos las teorías son múltiples. Para Montesquieu (Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadence), la introducción del epicureísmo en Roma aceleró la corrupción de los romanos. Para Gibbon (Decline and Fall of the Roman Empire), el triunfo del cristianismo y la acción de la Iglesia fueron el fermento de una civilización y un modo de gobierno diferentes y opuestos a la tradición y al espíritu clásico de Roma y un elemento determinante de la caída del Imperio. Para Piganiol (Historia de Roma), retomando la idea de los humanistas que contraponían civilización y barbarie, Roma habría sido asesinada por los bárbaros y el hecho externo de las invasiones bárbaras habría sido el elemento decisivo del hundimiento del Imperio Romano. Esta teoría, que hoy día es considerada, curiosamente, como marginal o superada es, en nuestra opinión, no la única, pero sí la más claramente determinante. Rostovzeff ve en los conflictos sociales un factor de desintegración definitiva (Historia económica y social del Imperio Romano). Tal vez sea la suma de todos estos factores que se habrían gestado muchos años antes del 476, los que determinaron el final del Imperio Occidental y el posterior surgimiento, en las antiguas provincias romanas, de estados particulares cuyo desarrollo ocupará toda la Edad Media.
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En 1991 todavía el 74% de la población india vivía en el campo, lo que parecía identificarla con los países más subdesarrollados. Lo característico de India ha sido siempre, sin embargo, en primer lugar, la existencia de un modelo secularizado de democracia occidental y, en segundo, de un sistema económico que ha permitido un crecimiento importante, aunque muy lejano al de Japón y los "cuatro dragones" y que, con oscilaciones, ha hecho posible la convivencia entre la propiedad colectiva y la privada de los medios de producción. La democracia ha pervivido a pesar de la existencia de fuertes tentaciones autoritarias y personalistas. El Congreso en sus inicios fue un partido de notables que tenía a su favor "vote banks", es decir, depósitos de votos procedentes de notabilidades locales. No era, además, un partido monolítico sino que se caracterizaba por la existencia de distintas tendencias, a veces muy contradictorias; al mismo tiempo era también capaz de pactar en distintas direcciones. Se trataba, en fin, de un partido muy relacionado con un Estado fuerte que, a su vez, influía de forma destacada en una sociedad poco estructurada. En consecuencia, la oposición contra él fue impotente y, al mismo tiempo, ambigua o, lo que es lo mismo, dominable. Los comunistas, los más inasimilables, se dividieron pronto, principalmente por motivos derivados de la división entre la URSS y China Popular. Lo que obtuvo más éxito entre la oposición fue el "no-congresismo", es decir, la oposición formada por socialistas y nacionalistas, cuyos propósitos eran más antagónicos que constructivos. Pero el Congreso siempre pudo reaccionar por el procedimiento de recurrir a la estrategia tradicional de cooptar a alguno de sus antiguos adversarios e integrarlo en el Gobierno. Aun así, en mayo de 1963 sufrió una derrota en elecciones parciales. Nehru murió en mayo de 1964 y dejó a su país en una situación que parecía fomentar las luchas internas. La larga etapa de predominio político de Indira Gandhi, su sucesora, se caracterizó por el populismo, el autoritarismo y la voluntad socialista. En el ínterin, hasta que ella consiguió hacerse con el poder, Shastri había demostrado haber dejado a su país mejor preparado para el estallido de una guerra como sucedió con Pakistán en 1965 que lo que había estado Nehru en 1962 cuando estalló la guerra con China. También Indira Gandhi consiguió gran parte de su prestigio gracias a la Guerra de independencia de Bangla Desh (1971-1972) que dividió a Pakistán y le redujo a la impotencia. En las elecciones de 1967 el Congreso no conservó más que el 54% de los puestos en el Parlamento. Gandhi tuvo el apoyo de una sola parte del partido y en 1969 entró en conflicto con el resto, en parte debido a su voluntad de imponer un candidato para presidente de India, que acabó triunfando. También hubo, sin embargo, otros motivos de protesta contra ella como, por ejemplo, la nacionalización de los catorce grupos bancarios más importantes que, al final, llevó a cabo; en ese momento la apoyaron diputados que se situaban en la izquierda del espectro político. De hecho, cada vez Indira Gandhi hablaba más de socialismo y su partido acabó chocando con el Tribunal Supremo que se opuso a la nacionalización de los grupos bancarios más importantes. En las elecciones de 1971 se lanzó a una campaña populista diciendo combatir la pobreza ("garibi hatao") y apelando directamente a las masas. Pero de la política populista y socialista pronto pasó también, tras la Guerra de Bangla Desh, al autoritarismo. En el verano de 1975 proclamó un estado de urgencia que le llevó a hacer incluso 100.000 detenciones; en enero de 1976 introdujo, además, un sistema de censura. La política india cada vez aparecía más dominada por una familia: su hijo Sanjay monopolizaba la Administración de Nueva Delhi. El autoritarismo llegó a conllevar incluso acusaciones de que el sistema de limitación de la natalidad revestía un carácter compulsivo. Sólo en enero de 1977 se levantó definitivamente el estado de sitio. En las elecciones de este año el Partido del Congreso fue derrotado obteniendo tan sólo el 34% de los votos mientras que el Partido Janata, resultado de la unión entre el Partido Socialista y el principal de los nacionalistas, llegó al 41%. En su ideario y programa había un fuerte componente de fundamentalismo hindú que manifestaba quejas respecto a la forma en que los manuales escolares presentaban la invasión musulmana. Si este partido acabó dividiéndose, la situación del Congreso no resultó mejor. El hijo de Indira Gandhi fue declarado persona no grata por el Congreso y eso supuso una nueva escisión que hizo nacer un Congreso (I) con la inicial de Indira Gandhi. En las elecciones de 1980 consiguió el triunfo con el 42% de los votos pero Sanjay Gandhi, su hijo y sucesor, se mató volando con su propio avión. A partir de 1982 el Congreso se enfrentó con la realidad de una multiplicación de las tensiones separatistas en la sociedad india lo que le hizo insistir en la especificidad hindú. En octubre de 1984 fue asesinada Indira Gandhi por miembros de su escolta sikh y, como consecuencia, tuvieron lugar fuertes disturbios como resultado de los cuales se produjeron miles de muertos. El heredero del Partido del Congreso fue Rajiv Gandhi, otro hijo de la dirigente desaparecida, sin duda no preparado desde el punto de vista político para esa responsabilidad: tenía tan sólo 41 años y, muestra de la occidentalización de la clase dirigente, estaba casado con una italiana. En 1989 ganó las elecciones Singh pero el panorama político se convirtió en cada vez más inestable y se vio crecientemente complicado como consecuencia del fundamentalismo religioso aparecido también en la religión hindú. En junio de 1991 el Congreso obtuvo la victoria pero fue, sobre todo, por el previo asesinato de Rajiv Gandhi. De hecho el partido vinculado con la independencia había perdido ya una buena parte de sus apoyos tradicionales. Narasimha Rao que lo dirigió en este momento tuvo la particularidad de lanzar a la India por una vía nueva, la de la liberalización económica que presidió la vida pública durante la primera mitad de la década de los noventa. Enfrentada la democracia india a un creciente problema de estabilidad por la confluencia de populismo, corrupción, faccionalismo y de fundamentalismo, sin embargo, ha mantenido sus rasgos esenciales desde el momento de su fundación. En el terreno económico, en una primera etapa se procuró que la India tuviera un desarrollo económico a base de industria pesada. Las dificultades alimenticias fueron resueltas durante este período gracias a la entrega de aprovisionamientos de grano y de arroz por parte de los Estados Unidos; éstos proporcionaron más del 50% de la ayuda exterior mientras que los soviéticos sólo otorgaron un máximo del 12% y para proyectos específicos de carácter industrial. Al mismo tiempo, las guerras padecidas a mediados de los años sesenta obligaron a la India a doblar su presupuesto de defensa con el consiguiente sacrificio de sus posibilidades de desarrollo. A partir de 1965 la India se lanzó a una revolución "verde" que le llevó a la autosuficiencia por el procedimiento de la utilización de semillas de alto rendimiento. Las cosechas por hectárea llegaron a triplicar; además, la constitución de fuertes reservas alimenticias almacenadas por el Estado tuvieron como resultado la superación del hambre endémica. Pero la política económica del Estado intentó centrarse de forma exclusiva en la industria pesada y en las infraestructuras. El problema económico principal de la India fue el crecimiento demográfico que era del 1.25% en los años cuarenta y llegó al 2.2% en los setenta y ochenta de tal manera que en 1981 se llegó a una cifra de 681 millones de habitantes. Este crecimiento demográfico limitaba las posibilidades de un desarrollo sostenido. Pero hubo otras dificultades adicionales. India representaba en 1950 el 12% de la producción industrial del Tercer Mundo y llegó en 1980 a suponer tan sólo el 4.5%; en el mismo período pasó de ser la décima potencia industrial del mundo a la vigésimo séptima. Había conseguido, como máximo, la autosuficiencia alimenticia pero sin lograr un crecimiento fuerte ni tampoco una espectacular reducción de la desigualdad social. A partir de 1981 la situación económica mejoró. El PIB creció ya a un 5.5% anual frente a 3.5% en los tres decenios siguientes; además, el flujo de las inversiones extranjeras se hizo mucho más activo. No obstante, lo que les llamaba la atención a los dirigentes indios era la diferencia de desarrollo entre su país y otros. En 1960 Corea e India tenían idéntica renta per cápita pero la primera se desarrolló a continuación a un ritmo muy superior. India había conseguido electrificar el 85% de sus pueblos pero, al mismo tiempo, contaba con diez millones de empleados de la industria estatal, trabajadores privilegiados en un país que no podía permitírselos. De ahí la importancia de los programas liberalizadores. La variable más constante de la política india ha sido siempre la política exterior en el sentido de que ésta siempre se ha fundamentado en una cierta visión del no alineamiento. En gran medida eso se debió a razones biográficas: Nehru había participado en reuniones internacionales de nacionalidades oprimidas desde 1927. El volumen demográfico de la India siempre le dio una cierta sensación de invulnerabilidad y de capacidad de iniciativa. La política exterior fue objeto de un consenso entre todas las fuerzas políticas a pesar de tratarse de un país muy dividido por otras razones. La relación privilegiada con la URSS se explica en gran medida por el deseo de compensar el peligro que representaba otro país cuya fuerza derivaba de su peso demográfico, China.