Todos los historiadores coinciden en fijar la fecha del 950 como el inicio en Cataluña de una etapa de auge en todos los niveles, económico, social, cultural, religioso. A partir de este momento se inicia la construcción del monasterio de Sant Benet de Bages en 951. Tienen lugar dos consagraciones en Cuixá, que corresponden a dos etapas constructivas, la del 953 y la del abad Garí de 974; la reforma del abad Oliba del monasterio se realiza hacia 1040. Se proyecta Sant Miquel del Fai en 997. Se comienza Sant Martí del Canigó en 1001 y tiene lugar una primera consagración en 1009 y una segunda en 1026. La iglesia de Sant Daniel de Girona se construye a partir de 1019 y el todavía hoy completo monasterio de Sant Pere de Casserres, cuya iglesia constituye una joya del románico de influencia lombarda, se está construyendo en 1006 y se consagra en 1039. El abad Oliba participa hacia 1020 en la construcción de la catedral de Manresa, y la catedral de Vic se consagra en 1038. El edificio paradigmático del románico de influencia lombarda en Cataluña, la colegiata de Sant Vicenç de Cardona, se consagra en 1040. La documentación y las propias obras garantizan una continuidad arquitectónica. Incluso lo que podría haber sido un descalabro para Cataluña, y en especial para Barcelona, la razzia de Almansur de 985, no afectó al proceso arquitectónico, puesto que las obras se rehacen inmediatamente y el auge constructivo se incrementa. Antes de entrar a revisar propiamente la arquitectura catalana del siglo XI, cabe tener en cuenta una premisa fundamental que garantizará la continuidad de que hablábamos. La unificación litúrgica a partir del mundo carolingio, que tiene lugar en la mayor parte de Europa, se ha dado ya en Cataluña, a diferencia de los reinos occidentales de la Península Ibérica, donde la liturgia visigótico-mozárabe perdura en esta época; sólo en 1083 la liturgia romana se establecerá en Castilla y León. En Cataluña, en cambio, y dentro del contexto de la Marca carolingia, la documentación habla de textos de liturgia romana a partir del 870. Así pues, el espacio arquitectónico religioso viene ya determinado desde finales del siglo IX y no sufrirá grandes modificaciones con la entrada en el período románico. Sólo cambios en la propia orden benedictina, que generará la multiplicidad de altares, y las peregrinaciones, con su sistema de circulación en la iglesia, afectarán a la distribución espacial. Otros documentos nos explican las novedades que se producen en el sistema constructivo. Así, un documento del año 953 referido a la iglesia del monasterio de Cuixá, y un segundo documento del año 957 referido a la iglesia del monasterio de Sant Esteve de Banyoles. En ellos se habla de aparejo regular en las construcciones. En ambos monasterios el muro prerrománico de piedras irregulares y barro será substituido por piedra y cal. Todo ello nos lleva a una continuidad en los lenguajes formales de la arquitectura de los siglos X y XI. Veremos cómo ya en el siglo XI perdurarán en planta y en alzado elementos propios del mundo prerrománico. Término el de prerrománico que indica sólo que se trata de algo anterior al románico y que para nosotros está vacío de contenido, puesto que defendemos esta continuidad. La reforma litúrgica se ha dado, los documentos nos explican también el cambio en los métodos constructivos. Y toda una arquitectura que constituye el legado de los siglos IX y X entra de pleno en el siglo XI, en el período románico. Y esto está sucediendo cuando se introducen los métodos constructivos y los modelos arquitectónicos del norte de Italia, de Lombardía. A veces se incorporan los elementos decorativos del románico lombardo, sobre formas que estaban en el lenguaje del siglo X y que se realizan en pleno siglo XI. Por ejemplo, el ábside trapezoidal y la nave única de Sant Marcel de Flaçá se decora con arcuaciones ciegas en la cabecera. Otro tipo de cabecera que se da en la arquitectura del siglo X y que perdura en época románica es aquella formada por transepto y tres ábsides semicirculares. Corresponde a los modelos de Sant Genís les Fonts y Sant Andreu de Sureda. Es el tipo de transepto bajo que podríamos encontrar en la arquitectura romana y también en el arte carolingio.
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Aunque en el último tramo de la centuria apareciera un gobernante común para Inglaterra y Holanda, sin embargo no se produjo ningún tipo de unión entre estas dos formaciones políticas, que continuaron con sus peculiares sistemas estatales, manteniendo asimismo sus rencillas económicas y su pugna por el dominio marítimo, lo que no impedía aunar esfuerzos para hacer frente al expansionismo francés. En el último cuarto del siglo la política holandesa quedaría condicionada por las luchas contra Francia, principal dedicación de su dirigente que, además, había asumido el mandato en Inglaterra, al ser requerido por los propios ingleses para que interviniera en los asuntos internos de las islas. Quedaban así teóricamente unidos los proyectos exteriores de ambos Estados, aunque esto no le supuso a las Provincias Unidas ventajas apreciables en cuanto a la mejora de su posición internacional, cada vez más amenazada por el ascenso casi imparable de Francia e Inglaterra. No obstante, no había sonado todavía la hora de la decadencia de las Provincias Unidas.
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El apogeo del siglo XIII tiene como fundamento esencial la prosperidad rural. Dicha prosperidad no sólo se debió a la confluencia de agentes propulsores del crecimiento, sino que también se reflejó en esta centuria del 1200 a través de una serie de signos ambientales y estructurales propios de un tiempo en el que el crecimiento económico y la expansión de los cultivos llegaron a alcanzar su mayor dimensión. Así, por ejemplo, el retroceso del hambre, sin llegar a desaparecer totalmente, entre los años 1235 y 1300 en Europa central y occidental, fue un síntoma manifiesto de la prosperidad conseguida. Sólo algunas comarcas y regiones aisladas o mal comunicadas permanecieron todavía carentes de subsistencias, a pesar de la intensificación comercial que sirvió, entre otros fines, para corregir desequilibrios; como sucedió en el oeste de Alemania cuando, entre 1217 y 1218, hubo que importar grano procedente de las tierras de colonización oriental, o cuando en el año 1272 los frisones hicieron los mismo importando cereales de Dinamarca y de la costa báltica a cambio de judías que se habían dado en abundancia por esa misma fecha (según recoge J. Le Goff). Pero el retroceso del hambre no fue consecuencia exclusivamente del desarrollo comercial, sino que a ello contribuyó, sobre todo, la ampliación de las superficies cultivadas y el aumento de los rendimientos de las cosechas como resultado de la aplicación de técnicas y esfuerzos humanos y materiales muy superiores a los tiempos precedentes. En todo caso el comercio facilitó la importación y exportación de productos alimenticios, entre otros. Sin embargo, en plena euforia, los logros obtenidos en el siglo XIII iban a constituir los máximos alcanzados hasta entonces, antes de la inflexión del ultimo tercio de la centuria. La puesta en activo de tierras roturadas en la colonización germana del este se frenó a partir de mediados de dicho siglo, cuando algunos rendimientos agrícolas eran todavía excepcionales, por ejemplo, los de las tierras del obispado de Winchester, donde el cereal alcanzó proporciones de 4,3 y 4,4, siendo lo normal 2,7; o los de las tierras del obispado de Arras, en las que hacia 1300 la proporción era aún de 8,12. No sólo esto. También el aumento ganadero acompañó al crecimiento agrícola. El ganado jugó un papel importante en la economía rural, y regiones amplias como Suiza, Alsacia, Tirol, Baviera o Carintia sostuvieron un crecimiento agropecuario espectacular, aumentando las menciones de "vaccariae, armentariae o viehhöfe" al referirse a explotaciones agrarias con un componente pecuario destacado, después de haber reconvertido superficies arables en pastos. Igualmente, en la expansión de los reinos ibéricos jugó un papel importante la ganadería, sobre todo en las grandes extensiones de las extremaduras castellana y aragonesa a partir del siglo XIII; y en las órdenes militares constituyó asimismo un elemento decisivo, como sucedió, por ejemplo, en la región manchega, Cuenca, el bajo Aragón o Andalucía occidental. Pero la prosperidad también se reflejó en la aparición de comarcas dedicadas especialmente a un cultivo, como ocurrió con las plantas tintóreas en Picardía o con el vino en Auxerre. En 1245, el franciscano Salimbene de Parma constataba asombrado al hablar de la región de Auxerre que las "gentes de ese país no sembraban ni recogían ni almacenaban en sus graneros, pues les bastaba con enviar su vino a París por la ribera próxima, y la venta del mismo en esta ciudad les proporcionaba lo necesario para vivir y vestir". Dado que la expansión agraria en su momento de plenitud se correspondió con el auge de la ciencia agronómica, desarrollada hasta entonces en el mundo musulmán (como es el caso del "Calendario de Córdoba", fechado en el siglo X en al-Andalus). Ejemplos de ello son los manuales ingleses llamados "housebondrie" (como el de Gauber de Henley) o el "Ruralium commodorum opus" compuesto a principios del siglo XIV por Pietro de Crescenzi en el norte de Italia, manual que fue traducido por orden de algunos soberanos europeos como modelo de "tratado técnico de economía rural". Asimismo, algunos tratados de tecnología y aprovechamiento de la energía hidráulica se difundieron por Occidente, siendo el ejemplo más conocido el "álbum" de Villard de Honnecourt, de la primera mitad del siglo XIII; conjunto de figuras entre las que aparecen sistemas de poleas para levantar pesos, tornos para telares y mecanismos de traslación del movimiento mediante palancas. Molinos hidráulicos y de viento completan el panorama técnico de las explotaciones rurales en las que se había introducido en el siglo XIII algún ingenio de aprovechamiento de la fuerza del agua o eólica para producir energía mecánica aprovechable en muelas, fraguas, batanes o martillos pilones. Otros aspectos que denotan el avance técnico en el medio rural, con las repercusiones habidas sobre el bienestar y el mejor aprovechamiento de los recursos, se refieren a la mayor demanda de productos naturales no agrícolas. Así, por ejemplo, durante el siglo XIII aumentó la explotación forestal ante el uso creciente de la madera, junto con la del hierro, sal y otros minerales y materiales de construcción. Dicha explotación fue animada por la demanda creciente de productos férricos, alimentos conservados y salazones; así como también por la elevación de edificios civiles y eclesiásticos, la reparación y mejora de la infraestructura viaria y el auge urbano. Si bien la mayor parte de la demanda de estos materiales en bruto o elaborados iba destinada al medio urbano y al comercio internacional, rebasando el ámbito estricto del señorío, la comunidad rural o el entorno abacial. La muestra definitiva de la prosperidad en el medio rural fue la introducción de la moneda y de la economía monetaria que permitió la sustitución de muchas rentas en especie por moneda, signo de la disponibilidad del campesinado y de la monetarización del sistema feudal, el cual tendría precisamente en esta reconversión un handicap negativo cuando la renta feudal en moneda fuera la prevalente y permaneciera fija, a pesar de las devaluaciones monetales y del aumento de los precios, que se convirtieron en signos de las crisis del siglo XV. Como ejemplo de esta "monetarización de la economía rural", en 1224 el capítulo general del Císter autorizaba la concesión a censo de todas las granjas de la Orden. Sin embargo, la extensión de la economía monetaria en el medio rural fue negativo en el momento de las crisis, pues provocó la ruina de muchos señoríos, el empobrecimiento de aldeas y villas, la inflación y el descenso acusado de muchas rentas y capitales; afectando con mayor incidencia en aquellas áreas más desarrolladas y en las que se había impuesto un capitalismo mercantil y financiero. G. Duby ha establecido el auge del crecimiento agrícola entre 1180 y 1320, basando dicho crecimiento en la mayor demanda de productos agrarios por la intensificación de la dependencia urbana, la acción de los mercaderes, el mercado, la moneda y el crédito. De esta forma, "cada explotación agraria, excepto las más pequeñas, cuyos poseedores no tenían nada que vender a no ser su propio trabajo, se hizo ampliamente accesible al comercio". De esta accesibilidad al comercio se derivaron varias consecuencias. En primer lugar una disminución de la "solidaridad económica" en el seno de la sociedad rural. "Manejar dinero, regatear los precios con el comerciante de granos o el tratante de vinos, unirse a un equipo de jornaleros o marcharse durante unos meses para probar suerte en la ciudad, eran actos individuales inspirados por un sentido personal de iniciativa que inevitablemente ponía a prueba la cohesión del grupo familiar. En el interior de las aldeas, la relativa uniformidad económica existente entre la mayoría de los agricultores, debida a las onerosas costumbres y exacciones pagadas al señor, desapareció en esta época". En segundo lugar, se produjo un cambio de actitud entre los señores al aumentar la codicia y buscar mayor provecho de la explotación campesina. Además, en lo relativo a la distribución de la propiedad de la tierra, la continuidad fue mayor en los grandes señoríos que permanecieron en manos de la aristocracia militar y de la Iglesia. Muchos miembros de la clase dominante abandonaron el campo y pasaron a residir en la ciudad, aumentando sus necesidades y exigencia de dinero, volcándose en los beneficios obtenidos de sus tierras. Finalmente el mercado comenzó a influir en los precios de los productos excedentarios y determinó en muchos casos la evolución de los señoríos y aldeas rurales condicionadas por la ley de la oferta y la demanda. No obstante, en el siglo XIII las condiciones económicas estuvieron a favor de las grandes explotaciones agrarias. "La presión demográfica mantuvo muy elevados los precios de los productos agrícolas e hizo descender más y más el nivel de los salarios. La calidad de su equipo de trabajo, su situación dentro de las parroquias, incluso su poder, colocaron a los grandes dominios en óptima posición para la producción y la distribución de los productos de la tierra; sus dueños negociaban la venta de los excedentes de las granjas campesinas vecinas, obteniendo óptimos beneficios. Su control sobre la organización del calendario agrícola, la rotación de cultivos y la administración de las tierras comunales, el trabajo que proporcionaban, los salarios y la asistencia que dispensaban, todo ello colocó a los grandes señoríos en una posición hegemónica sobre la economía campesina en su conjunto. Pero siguió siendo cada vez más frecuente el que estos grandes dominios no fuesen administrados por sus propietarios". Todas estas afirmaciones de G. Duby corroboran el gran cambio que el crecimiento prolongado de los recursos, bienes y servicios provocó en la economía campesina. Pero el crecimiento tuvo sus propias contradicciones, pues el desarrollo fue acumulativo y no corrector de lo que todavía tenia el sistema agrario de autarquía, subsistencia y autoconsumo.
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El autor En 1870 se publicaba en Madrid, como tomo primero de la Biblioteca Hispano-Ultramarina, la Historia del descubrimiento de las regiones austriales, hecha por el general Pedro Fernández de Quirós. La obra, antes de salir, armó polémica, porque una hoja divulgadora de la editorial reclamó la atención de la Real Academia de la Historia, que a través de la Gaceta de Madrid (5 de agosto de 1875) negaba la paternidad de la obra al poeta sevillano Luis Belmonte Bermúdez, secretario de Quirós en su viaje a la Tierra del Espíritu Santo. Justo Zaragoza, que atribuía la autoría a ese poeta, en sus prólogos a los dos tomos primeros de 1876 y 1880, atacaba inmisericordiosamente a las autoridades académicas, ratificándose en creer que el autor, Luis Belmonte Bermúdez, lo fue tanto del resumen o extracto del viaje de 1567, del piloto mayor de Mendaña, Hernán Gallego como también de la descripción bastante extensa del segundo viaje de 1595, tal vez habiéndoselo dictado Quirós o facilitándole los datos principales, aunque nos inclinamos por la primera hipótesis; y por último escribirá Belmonte, como cronista oficial, la relación del tercer viaje o postrero del general Pedro Fernández de Quirós. En lo que todos coinciden es en no creer autor material de la obra al navegante portugués, a pesar que de joven se inició como escribiente, y sobre todo, al final de la vida, escribe muchos memoriales. Sin negar que Quirós tuviera aficiones literarias, recurre a colaboradores para que le den definitiva forma. Aparte del poeta Belmonte Bermúdez, le ayudaron Mira de Amescua, Cristóbal Suárez de Figueroa, y sobre todo en cuanto a los memoriales, el literato Juan Gallo de Miranda, que inclusive le ayudó económicamente. Si se puede aceptar que alguno de los cincuenta memoriales que envió al monarca, o a sus consejos, fueran obra personal suya, no lo es materialmente la obra que nosotros presentamos, en la que alienta, sí, su espíritu inquieto y receloso, místico e idealista, o mísero, como ocurre en las grandes personalidades, capaces de sacrificar a todo el que se oponga a sus designios, eso sí, justificando siempre todo cuanto hace. El autor de la Historia del general Pedro Fernández de Quirós, según Zaragoza, debe ser, pues, Luis Belmonte Bermúdez, al que Juan Ruiz de Alarcón llama aventurero sevillano. Muy joven pasó a las Indias, residiendo en Nueva España, aunque pasando posteriormente a Perú. Se le encuentra en Lima el año 1604, se le conocía por poeta y autor de comedias, una de ellas titulada Algunas hazañas, de las muchas de don García Hurtado de Mendoza. Marchó con Quirós en calidad de cronista, y permaneció con el marino portugués hasta 1610, fecha en que le abandona para dedicarse más libremente a su vena poética, componiendo su Hispalica, donde, en estrofas casi gongóricas, narra la gesta de Quirós. Fue autor bastante prolífico. Ediciones Los viajes de Mendaña y Quirós alcanzaron una gran popularidad. La primera relación que se publicó fue por Antonio de Morga, en Sucesos de las islas Filipinas, México, 1609, obra que fue reeditada en Madrid en 1888, y en París por Rizal en 1890 y que recogen las relaciones de Álvaro de Mendaña; el segundo viaje de Mendaña y segundo de Quirós a través de la versión que publicamos, fue utilizada por Cristóbal Suárez de Figueroa para los Hechos de don García Hurtado de Mendoza (Madrid, 1613); finalmente, parte del tercer viaje de Quirós aparecía en la Monarquía indiana, de Fray Tomás de Torquemada (Sevilla 1615). Como vemos, todas estas primeras ediciones lo fueron fragmentariamente, y tenemos que llegar a 1737, cuando aparece la edición príncipe de Andrés González de Barcia, y sobre su contenido dice: Hemos separado las Relaciones de los viajes a las islas Salomón y Tierra Austral, con Álvaro de Mendaña; Historia o Relación del segundo viaje del Adelantado Álvaro de Mendaña a las islas de Salomón, siendo Piloto Maior i Capitan, el autor; y prosigue con la Relación del viaje que hizo él mismo, como General de la misma Tierra Austral, Población en ella, arribo a Acapulco, y venida a España, basta que se le mandó ir, con el príncipe de Esquilache, el año de 1614"52. Pero tendrá que llegar el siglo XIX, en que Justo Zaragoza edita para la efímera Biblioteca Hispano-Americana la Historia del descubrimiento de las regiones austriales hecho por el general Pedro Fernández de Quirós, basándose especialmente en la publicación del Manuscrito que guarda la Biblioteca del Palacio Real de Madrid, y que lleva por título: Varios diarios a la mar del sur... Curiosamente, este manuscrito es casi idéntico a otros dos que tienen la Biblioteca Nacional y el Museo Naval de Madrid, y hemos procurado en esta edición resaltar añadidos y omisiones que cada uno de ellos presenta. La edición que hoy sale a la luz, sustancialmente es el primer tomo de la edición de Zaragoza, al que hemos añadido la trascendental relación de Váez de Torres, por considerar que con la noticia del viaje descubridor fortuito de Australia completamos el ciclo descubridor hispano, que se inicia en 1567 y concluye en 1606. Bibliografía Intentar resumir la bibliografía sustancial que han generado estos viajes creemos que es empresa ardua, pues, como hemos visto, muy pronto despertaron curiosidad e interés. Las relaciones de los viajes han sido publicadas repetidas veces, lo mismo que toda clase de documentos relativos a su organización, que han ido revelando los estudios sobre estos navegantes. Dentro de una bibliografía inmensa, hay siempre obras capitales que merecen destacarse, como la de lord Amherst de Hadkney sobre Mendaña53; el también inglés Alexander Dalriymple, gran entusiasta de la obra de Quirós54, y que será el promotor del creciente interés hacia la figura del portugués. Debemos destacar la obra de Sir Clement Markham sobre el postrero viaje del navegante portugués55. Sobre el viaje de Váez de Torres, posiblemente lo más interesante sea la obra de Henry Steves56 a través del Diario del capitán Pardo y Tovar. Si repasamos títulos y obras en la Bibliografía general de los descubrimientos austriales57, nos damos cuenta del tremendo interés que ha mostrado el mundo anglosajón, ya que ellos fueron la motivación de los que constituyeron la llamada era Cook, como el problema de quien fue el descubridor de Australia. Lo cierto es que, aun existiendo omisiones, la benemérita bibliografía de Carlos Sanz nos muestra que ese interés no ha decaído, especialmente en las últimas décadas, con especialistas sobre Quirós, como el franciscano australiano Celsus Kelly, autor de numerosas obras sobre las travesías del portugués; Carlos Sanz y sus numerosas obras sobre los Memoriales, y hasta el autor de estas líneas, cuya tesis doctoral trató sobre las navegaciones españolas de los mares del Sur, en la que se apoyan muchos asuntos de esta introducción. insisto, pues, en la actualidad de este libro, verdaderamente apasionante, que muestra los esfuerzos de aquellos españoles por conocer todos los confines del mundo, con el propósito de desvelar viejos mitos, con antigüedad de siglos movidos por la mística evangelizadora de pretender que todos los indígenas de la Terra Austrialia rezaran en español. Roberto Ferrando
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El autor Pocas noticias tenemos de Alvar Núñez. Las únicas las sabemos a través de los escritos que comentamos3. Sabemos los nombres de sus padres, porque él mismo los cita al concluir sus Naufragios. Su padre era Francisco de Vera, y nieto de Pedro de Vera, el que ganó a Canarias, y su madre se llamaba doña Teresa Cabeza de Vaca, y era natural de Jerez de la Frontera. No sabemos con certeza su lugar de nacimiento, aunque se cree que en Sevilla y no en el propio Jerez como se ha pretendido. En favor del origen sevillano nos remitimos a Gonzalo Fernández de Oviedo, que le conoció personalmente en Madrid el año 1547, es decir, unos años después de escritos los Naufragios, lo que le permitió al cronista Oviedo inquirir detalles sobre los hechos narrados y sobre la patria del autor, Sevilla, que añadirla en su Historia General y Natural de las Indias. La fecha de su nacimiento sigue siendo problemática: entre 1490 y 1507, con más posibilidades para la primera, pues no es de creer que en 1527 --cuando apenas podía tener veinte años-- desempeñara un cargo de tanta responsabilidad como el de tesorero y alguacil mayor de la expedición a la Florida. Por otra parte, y en favor de la fecha de 1490, hay que tener en cuenta que antes de la expedición con Narváez contaba con experiencia militar. Nos referimos a su referencia a las Gelves. Si no es el pueblo sevillano del mismo nombre, cabe pensar que se alistaría bajo las banderas de Pedro Navarro, en el desgraciado intento de expugnar la malhadada isla tunecina. Para los partidarios de su nacimiento en 15074, no son válidas las objeciones anteriores, si tenemos en cuenta el linaje y prosapia de Alvar Núñez Cabeza de Vaca; ya que son precisamente éstas las que le abren las puertas de los cargos sin tener en cuenta su juventud y experiencia. Y de esto existen múltiples casos; por otra parte, hay que tener en cuenta que Alvar Núñez debió contar con un patrimonio considerable, que pudo ser garantía ante Pánfilo de Narváez. Tengamos en cuenta que Alvar Núñez precisamente no cosechó riquezas por las Floridas, sino más bien todo lo contrario. Pues bien, en 1540 podrá participar y sufragar por sí solo la expedición al Río de la Plata, que se cifró en la respetable cantidad de ocho mil ducados, procedentes todos ellos de su patrimonio peninsular, ya que en las Indias no le había sonreído la fortuna precisamente5. Alvar Núñez se enrolará en la expedición de Pánfilo de Narváez, cuando éste levante bandera en Sevilla. Dicha expedición se iniciará en Sanlúcar de Barrameda en 1527 y tendrá, como ya sabemos, un fin trágico, con cuatro supervivientes que a lo largo de una marcha increíble llegarán finalmente a México en 1535. Su llegada será apoteósica, siendo recibido por el primer Virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza, y por el desplazado conquistador Hernán Cortés, al que se le ha concedido como migaja el marquesado del valle de Oaxaca. En agosto de 1537 regresa a España, y al igual que tantos descubridores y conquistadores, Alvar Núñez escribirá su Relación, primero ante la Audiencia, para atestiguar ante el Emperador Carlos los sufrimientos y méritos que había acumulado en las Indias. El éxito del relato de Cabeza de Vaca fue enorme, rebasando las esferas oficiales6. Por ello no es de extrañar que gracias a la admiración que produjo el conocimiento de sus Naufragios, como de su linaje, obtuviese de la Corte, en el 18 de marzo de 1540, la gobernación del Río de la Plata. En la Capitulación con el Emperador se estipulaba que con los títulos de Gobernador, Adelantado y Capitán General fuese a socorrer a los supervivientes de la expedición de Pedro de Mendoza. El 2 de noviembre de 1540 partía del puerto de Cádiz, con una flotilla de tres navíos, que aumentaría con otra nave al llegar a Canarias, concretamente a la isla de La Palma. Tras una estancia de veinticinco días, y después de accidentada navegación, arribaron a la isla de Santiago, en el archipiélago de Cabo Verde. Nuevo descanso de otros veinticinco días y, por fin, la travesía de la línea equinoccial, en demanda de las actuales tierras brasileñas, arribando a las proximidades de Río de Janeiro, de las que tomó posesión en nombre del Rey de Castilla y León; y propiciando la navegación hasta la isla de Santa Catalina, adonde llegan a finales de marzo de 1541, es decir, al cabo de cinco meses de navegación. Desde la isla de Santa Catalina se internarán en busca de la ciudad de Nuestra Señora de la Asunción, donde se habían refugiado los supervivientes de la expedición de Pedro de Mendoza. Las líneas de penetración serán los ríos Igua?u, Paraná y Paraguay; y lo más destacado de este periplo el descubrimiento de las famosísimas cataratas de Igua?u, en el límite jurisdiccional brasileño, argentino y paraguayo. Apenas Cabeza de Vaca llega a la Asunción y hace valer sus credenciales como gobernador, adelantado y capitán general, encuentra reservas e inhibiciones de los colonos, y posteriormente solapada colaboración que concluye en abierta rebelión. Causas: Indudablemente las prerrogativas de las que iba investido Cabeza de Vaca, que de aplicarlas ponía en peligro los beneficios de aquellos colonos, que ellos mismos habían acumulado, al margen de todo control de la metrópoli. En esta lucha de intereses, la suerte de Cabeza de Vaca estaba sentenciada de antemano. Porque si antes había demostrado una voluntad férrea para sobrevivir, era débil de carácter para enfrentarse a todo un colectivo, y teme tomar graves decisiones, como las que correspondían a tales circunstancias. En el Paraguay, Cabeza de Vaca se muestra irresoluto, dubitativo, lo que va debilitando la imagen de poder con que llegó. El resultado final será una rebelión, rebelión casi palaciega. Es apresado y posteriormente enviado a España7. En el interin, en el breve tiempo que estuvo al frente de la gobernación, hay que destacar la famosa jornada descubridora colonizadora hasta las fuentes del Río Paraguay, importantísima, por las noticias que suministra sobre el territorio indígena de los pueblos sudamericanos8. El final de Cabeza de Vaca, sus últimos años, no fueron precisamente felices. El Consejo de Indias, ante la multitud de pruebas presentadas por los rebeldes, no tuvo más remedio que condenarle a ocho años, que pasó en la cárcel de la Corte, y fue despojado por tanto de la Gobernación. Que esos ocho años los pasó en Madrid lo atestigua el propio Cabeza de Vaca, al final de sus Comentarios, mientras se ha escrito que fue trasladado a Africa, donde estuvo confinado todo ese tiempo. Todos los amigos y valedores, posiblemente se moverían para revocar la sentencia, logrando que al fin del cumplimiento de la misma se le nombrase Juez del Tribunal Supremo de Sevilla, lo que no deja de ser paradójico. Se cree que falleció en dicha ciudad en 1564
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El autor La vida, el carácter y la personalidad de Juan Rodríguez Freyle siguen siendo poco y mal conocidos todavía. El mismo, sin embargo, proporciona en las páginas de su obra no pocos datos útiles para la reconstrucción de su biografía. Así, ya en la portada del libro, afirma ser natural de esta ciudad, y de los Freyles de Alcalá de Henares en los reinos de España, cuyo padre fue de los primeros pobladores y conquistadores de este Nuevo Reino. Después, en el capítulo segundo, precisa: nací en esta ciudad de Santa Fe, y al tiempo que escribo esto me hallo en edad de setenta años, que los cumplo la noche que estoy escribiendo este capítulo, y que son los 25 de abril del día del señor San Marcos, del dicho, año de 1636. Está claro, en consecuencia, que Juan Rodríguez Freyle nació en Bogotá el 25 de abril de 1566. Por su partida de bautismo, se sabe que sus padres fueron don Juan Freyle y doña Catalina Rodríguez, lo cual consta también en su declaración ante el escribano público don Juan Sánchez, al vender --mediante escritura pública del 9 de noviembre de 1629-- a su sobrino don Pedro Galbán, clérigo, un solar y sus anexos, situados en la calle Real, barrio de la catedral, en Bogotá. El comprador era hijo de Leonor Rodríguez Freyle, hermana del autor, el cual tuvo también otra hermana --cuyo nombre de pila se desconoce--, que caso con el soldado napolitano Francisco Antonio de Ocaglio, uno de cuyos hijos --Antonio Bautista-- era sacerdote y cura de los pueblos indios de Une y Cueca, mientras el sobrino del cronista servía el curato de Zipaquirá1. Así lo declara el propio autor en el capítulo XIV de su obra, donde da cuenta de su cuñado Francisco Antonio de Ocallo, napolitano, cuyo hijo fue el padre Antonio Bautista de Ocallo, mi sobrino, cura que hoy es del pueblo de Une y Cueca, y agrega que los capitanes Ospina y Oliva eran amigos de Ocaglio y que con ellos fue desde Bogotá a la ciudad de Tocaima, a cierto negocio. Los padres del autor fueron --dice éste en el capítulo II-- de los primeros conquistadores y pobladores de este Nuevo Reino, y añade: "Fue mí padre soldado de Pedro de Ursúa, aquel a quien Lope de Aguirre mató después en el Marañón, aunque no se halló con él en este Reino, sino mucho antes, en las jornadas de Tairona, Valle de Upar y Río de Hacha, Pamplona y otras partes. Pocos años después, cuando el obispo don Juan de los Barrios pasó por Santa Marta para tomar posesión de la diócesis de Santa Fe, invitó al matrimonio Freyle a acompañarle y --según Aguilera2-- para que le ayudasen en cuanto estuviese a su alcance, al manejo de la casa prelaticia y, tal vez, en los menesteres de la sacristía de la Catedral. Estas suposiciones aparte, el autor de El carnero registra el dato --capítulo IX-- de la llegada de sus padres a Nueva Granada: Al principio del año de 1553, entró en este Nuevo Reino el señor obispo don fray Juan de los Barrios, del Orden de San Francisco, el cual trajo consigo a mis padres. Después, el progenitor vino a España con Gonzalo Jiménez de Quesada, como cuenta el autor en el capítulo VII: Tenía descuidos el Adelantado, que le conocí muy bien, porque fue padrino de una hermana mía de pila, y el compadre de mis padres; y más valiera que no, por lo que nos costó en el segundo viaje que hizo a Castilla, cuando volvió perdido de buscar el Dorado, que a este viaje fue mi padre con él, con muy buen dinero que acá no volvió más, aunque volvieron entrambos. Casi nada o muy poco se sabe acerca de la infancia de Juan Rodríguez, y casi la totalidad de los escasos datos que hay sobre ella procede de lo que el propio autor dice en su obra. Así, en el capítulo IV se refiere al capitán Alonso de Olalla, llamado El cojo, y dice que él y doña Juana de Herrera, su hija, doncella, fueron mis padrinos de pila, el año de 1566. Del mismo modo, sabemos que iba a la escuela en 1575, es decir, cuando tenía nueve años, porque recuerda que el licenciado Francisco Briceño, presidente de la Audiencia, murió en aquel año, y evoca el luctuoso hecho con un dato personal: Yendo yo a la escuela (que había madrugado por ganar la palmeta), llegando junto al campanario de la iglesia mayor, que era de paja, y también lo era la iglesia por haberse caído la de teja que hizo el señor arzobispo don fray Juan de los Barrios hasta la capilla mayor, asomose una mujer en el balcón de las casas reales, dando voces: "¡Que se muere el presidente!¡Que se muere el presidente!" (cap.X). Con esta misma minuciosidad, Rodríguez Freyle declara que iba a la escuela de un maestro llamado Segovia, sita en la calle donde vivía don Cristóbal Clavijo. Un día, estando los alumnos en lección --estábamos en lección, escribe--, vieron pasar al oidor con mucha gente. El maestro preguntó a dónde iban, y le contaron el caso de un asesinato. En consecuencia, el maestro pidió la capa, fue tras el oidor, y los muchachos nos fuimos tras el maestro. Llegaron al pozo; el oidor mandó sacar el cuerpo .... Entre todos los que allí estaban no hubo quien lo conociese. Mandó el oidor que le llevasen al hospital y que se pregonase por las calles que lo fuesen a ver, para si alguno lo conociese. Con esto se volvió el oidor a la Audiencia, y los muchachos nos fuimos con los que llevaban en cuerpo al hospital (cap.XII). La anécdota revela, a mi juicio, las escasa fantasía que Rodríguez Freyle revela en los cuentos o historietas --en expresión de Oscar Gerardo Ramos3-- que constituyen lo más importante del texto de El carnero, obra que es, simplemente, un cuadro costumbrista directo y vivo. Pero de este tema se hablará más adelante, Ahora conviene decir que nuestro autor fue estudiante de Gramática hacia los años 1579 ó 1580 --es decir, a los trece o catorce años de edad--, según él mismo relata con el detallismo acostumbrado. En efecto: en los años del visitador licenciado Monzón --que llegó como tal a Bogotá en 1579-- y, más concretamente, con ocasión de las pretensiones de su hijo, don Fernando de Monzón, a la mano de doña Jerónima de Urrego --hija del capitán Antonio de Olalla--, a la que aspiraba también el oidor licenciado Francisco de Anuncibay, cuenta Rodríguez Freyle (cap. XIII) que unos emisarios portadores de un pliego para el visitador llegaron a casa de éste, un jueves a mediodía, que yo me hallé en esta razón en casa del visitador, y añade que estaban jugando a las barras en el patio; que estábamos mirando Juan de Villardón, que después fue cura de Suca, y yo, que entonces éramos estudiantes de gramática, y que ambos subieron al piso de arriba con los emisarios. Relacionado directamente con esos estudios, se halla el posible ingreso de Rodríguez Freyle en el Seminario de San Luis, fundado pocos años antes por el arzobispo fray Luis Zapata de Cárdenas. Tal ingreso consta en una de las copias manuscritas de El carnero4, donde se dice, además, que el arzobispado citado consagró a nuestro autor de corona y grados. No puede afirmarse que el tal ingreso se celebrara, pero una indicación del propio Freyle permite considerarlo, al menos, posible, ya que afirma: Pero sabe Dios disponer lo mejor, que más vale ser razonable soldado que caer en fama de mal sacerdote, y serlo. El hecho viene a confirmar el carácter aventurero e inquieto del joven Freyle, quien fue, impelido por su ansia de oro, a la laguna de Teusacá, en cuyas aguas se decía moraban los caimanes de aquel metal precioso y que había otras joyas y santillos. Pero un accidente trágico-religioso ocurrido al banquiano, aborigen de la comarca, a quien Freyle había recompensado sin tasa, le apartó de allí para no reincidir, pero ni volver a pensar en el azaroso modo de hacer fortuna con la pesca de uno de aquellos misteriosos saurios5. Fuera o no así, lo indudable es que el futuro cronista habla en varios lugares de su texto de las grandes cantidades de idolillos de oro y esmeraldas extraídos de los adoratorios muiscas. En cualquier caso, era fama pública la realidad de los tesoros muiscas, y Aguilera recuerda el caso del clérigo que, con ayuda de su conocimiento del idioma muisca, supo dónde estaba el tesoro del cacique de Ubaque. Y lo cierto es que la copia manuscrita de El carnero que usó el doctor Felipe Pérez para hacer la primera edición de la obra, apareció mutilada la hoja donde tal vez se procuraba alguna indicación sobre la situación de la cueva6. Así pues, Rodríguez Freyle, de temperamento inestable e inquieto, dedicó algunos años de su juventud a combatir a los indígenas insurrectos. Lo afirma (cap. XIX), cuando dice que gastó los años de su mocedad por esta tierra, siguiendo la guerra con algunos capitanes timaneses, de la cual narra algún detalle de acciones sucedidas por encima del valle de Neiva. Después participaría, a las órdenes del general-presidente don Juan Borja, en la pacificación de los pijaos. Pero ninguna de tales actividades fue suficientemente atractiva para nuestro autor, ya que las abandonó pronto e hizo un viaje a España hacia 1585. Así lo anuncia (cap. II): Yo en mi mocedad, pasé de este Reino a los de Castilla, a donde estuve seis años. Volví a él y he corrido mucha parte de él, y entre los muchos amigos que tuve, fue uno don Juan, Cacique y Señor de Guatavita, sobrino de aquel que hallaron los conquistadores en la silla al tiempo que conquistaron este Reino. Hizo el viaje con el licenciado Alonso Pérez de Salazar, a quien fui yo sirviendo basta Castilla con deseo de seguir en ella el principio de mis nominativos (cap. XV). Esta última frase ilustra, a mi juicio, con claridad suficiente, el propósito fundamental de Rodríguez Freyle al trasladarse a Castilla; a saber: entroncarse, conocer su ascendencia familiar. ¿ínfulas aristocráticas? No hay ningún indicio de tal actitud ni ésta se trasluce en ningún párrafo de la obra. En cualquier caso, si tal fue su objetivo, no lo alcanzó, debido a la muerte de su protector. La salida para España fue en mayo de 1585, como escribe Freyle (cap. XVI): El visitador Juan Prieto de Orellana abrevió con su visita, recogió gran suma de oro, y con ello y los presos oidores y el secretario de la Real Audiencia, Francisco Velásquez, y otras personas que iban afianzadas, salimos de esta ciudad para ir a los reinos de España, por mayo de 1585. Iban de compañía el licenciado Salazar y el secretario Francisco Velásquez, porque Peralta, como sintió a Salazar tan pobre, hizo rancho de por sí. Habíasele muerto a Salazar la mujer en esta ciudad. Estos gastos y las condenaciones del visitador le empobrecieron de tal manera, que no hubo con qué llevar sustento en el viaje para él y sus hijos y los que le servíamos, que si el secretario Velásquez no llevara tan valiente bastimento como metió, pasáramos mucho trabajo. Y agrega: Fueron muchos los enfados y disgustos que se tuvieron con el visitador, porque tenía por gloria afligir a los que llevaba presos; y en Cartagena intentó, al tiempo de embarcar, llevallos presos en la Capitanía, donde él se había embarcado, lo cual sintieron mucho. Rodríguez Freyle no registra en su obra con mucho detalle su estancia en España. Sin embargo, recoge un episodio muy interesante, relativo al intento del pirata Francis Drake contra Cádiz en 1587. Halleme yo en esta sazón --escribe-- en Sevilla; que el jueves antes que llegase el aviso de socorro, se había enterrado el Corso7, cuyo entierro fue considerable por la mucha gente que le acompañó, y los muchos pobres que visitó dándoles lutos y un cirio de cera que acompañasen su cuerpo. Acudió toda la gente de sus pueblos al entierro con sus lutos y cera, y todo ello fue digno de ver. Lleváronle a San Francisco y depositáronle en una capilla de las del claustro, por no estar acabada la suya. Al día siguiente, viernes, después de mediodía, entró el correo a pedir el socorro para Cádiz. Alborotóse la ciudad con la nueva y el bando que se echó por ella. Andaban las justicias de Sevilla, asistente, audiencia, alcaldes de la cuadra y todas las demás que de día ni de noche no paraban. El lunes siguiente, en el campo de Tablada se contaron cinco mil infantes, con sus capitanes y oficiales, y más de mil hombres a caballo, entre los cuales iban don Juan Vizentelo, hijo del Corso, y el conde de Gelves, su cuñado, cargados de lutos hasta los pies de los caballos. Acompañólos mucha gente de la suya, con el mismo hábito, que hacía un escuadrón vistoso entre las demás armas; estuvo este día el campo de Tablada para ver, por el mucho número de mujeres que en él había, a donde mostró muy bien Sevilla lo que encerraba en sí, que había muchas piñas de mujeres, que si sobre ellas derramaran mostaza no llegara un grano al suelo (cap. XVI). Salió, pues, la ayuda para Cádiz, y de ella formó parte nuestro autor: Partió el socorro para Cádiz, unos por tierra, otros por el agua; y no fui yo de los postreros, porque me arrojé en un barco de los de la vez, de un amigo mío, y fuimos de los primeros que llegamos a San Lúcar, y de allá por tierra al puerto de Santa María, desde donde se veía la bahía de Cádiz y lo que en ella pasaba. Por fin, Drake, viendo que no conseguía su propósito, se retiró. Pero diez días después volvió a Sanlúcar de Barrameda y envió un patache con bandera de paz y un recado para el Duque de Medina Sidonia, a quien suplicaba le socorriese con bastimentos, de que estaba muy falto, y se moría la gente; y que de él se había de valer, como amigo antiguo y tan gran caballero. Y apunta en seguida Rodríguez Freyle este dato curioso: Platicose entonces que este don Francisco Drake había sido paje del emperador Carlos V, que se lo había dado Phelipe II, su hijo, cuando volvió de Inglaterra, muerta la reina María, su mujer, y que por ser muy agudo se lo había dado al emperador su padre para que le sirviese, y que era muy españolado y sabía muy bien las cosas de Castilla, y que de allí nacía la conocencia y amistad con el duque de Medina. Este, en fin, envió al pirata bastimento y regalos para su persona, enviándole a decir que le esperase, que le quería ir a ver cuando allegase la gente que le había de acompañar, pero Drake respondió que él no había de reñir ni pelear con un tan gran caballero y que con tanta largueza había socorrido su necesidad, porque más lo quería para amigo que no para enemigo (cap. XVI). Y ahí acabó el lance. El oidor Pérez de Salazar tenía un estricto sentido de la justicia y trató de ayudar al joven Rodríguez Freyle, quien relata una anécdota que demuestra la suma probidad de aquél, y la cuenta --dice-- por pagarle algo de lo que deseó hacer por mí. No pudieron cumplirse, sin embargo, sus deseos, porque seis meses después murió, quedando yo hijo de oidor muerto, con lo que digo todo. Pobre y en tierra ajena y extraña, con que me hube de volver a Indias (cap. XVI). De regreso a Nueva Granada, el futuro cronista se dedicó a la agricultura en la región de Guatavita, quizás invitado por su amigo el viejo cacique8. Esto último no pasa para ser simple, aunque verosímil, suposición. No ocurre lo mismo, en cambio, con la dedicación a la agricultura, de la que hay varios testimonios personales en El carnero y en otros documentos. Así, se sabe que hacia 1609, cuando el autor tenía cuarenta y tres años, era muy gordo y muy cargado y se ocupaba en el beneficio de una estancia suya situada en el valle de Guasca, para el sustento de su mujer y de sus hijos, pese a lo cual era pobre9. Por otra parte, el propio escritor aporta dos notas personales acerca de su oficio labrador. Cuenta, en efecto, que el oidor Alonso Pérez de Salazar llegó a Bogotá en 1582 y se ocupó en castigar ladrones, que había muchos con los bullicios pasados, aunque agora no le faltan, y en limpiar la tierra de vagabundos y gente perdida. Y apostilla inmediatamente: ¡Oh si fuera agora, y que buena cosecha cogiera! Harto mejor que nosotros la hemos tenido de trigo, por ser el año avieso, y hasta ahora no he visto ninguno para holgazanes y vagabundos (cap. XV). El segundo testimonio del autor sobre su condición de labriego aparece vinculado, en cierto modo, a la persona del marqués de Sofraga, presidente de Nueva Granada, quien, con motivo de su juicio de residencia, le llamó para que testificara --como persona que he visto todos los presidentes que han sido de la Real Audiencia y que han gobernado esta tierra-- en que había faltado durante su gobierno. Pues bien: aprovechando tal circunstancia, el cronista afirma: Vuelvo a decir que ya lo he dicho otra vez, que no tengo que adicionarle, porque ha gobernado en paz y justicia, sin que haya habido revueltas como las pasadas; y porque su negocio topa en los dineros, quiero, por lo que tengo de labrador, decir un poquito que todas son cosechas. Con este motivo, inmediatamente después, establece un paralelo entre labradores y pretendientes --hermanos en armas--, de cuya exposición sólo interesa a mis fines la alusión a los problemas económicos de los agricultores --sufridos por él-- y a la afirmación sobre la necesidad de cultivar la tierra. Oigámosle: Los labradores, en sus cortijos y heredades o estancias, como acá decimos, escogen y buscan los mejores pedazos de tierra, y con sus aperos bien aderezados, rompen, abren y desentrañan sus venas, hacen sus barbechos, y, bien sazonados, en la mejor ocasión, con valeroso ánimo derraman sus semillas, habiendo tenido hasta este punto mucho costo y trabajo; todo lo cual hacen arrimados tan solamente al árbol de la esperanza y asidos de la cudicia de coger muy grande cosecha. Pues sucede muchas veces que, con las inclemencias del tiempo y sus rigores, se pierden todos estos sembrados y no se coge nada; y suele llegar a extremo que el pobre labrador, para poderse sustentar aquel año, llega a vender parte de los aperos de bueyes y rejas, que quizá le habrá sucedido a quien esto escribe. Pues pregunto yo ahora, labradores, ¿a quién pediremos estos costos y semillas, daños e intereses?¿Pedirémoslos a la tierra donde los echamos? No lo hallo puesto en razón. ¿Podrémoslos pedir a la justicia? Paréceme que sobre este artículo no nos oirán, ni se nos recibirá petición. Pues ¿pidámoslos a la cudicia? Eso no, que será echarla de casa y quedarnos sin nada. Pues ya se ha comenzado a romper el saco, volvamos a arar y romper la tierra, y acábese de romper, que quizá acertemos (cap. XXI). Como se ve, la constante queja de los agricultores por las malas cosechas es muy antigua. En el caso de Rodríguez Freyle, parece fundada, y debido a ello, quizá prestara oídos a la llamada del presidente doctor Antonio González, bajo cuyo mando pudo el cronista haber desempeñado algún cargo administrativo. Ello podría deducirse de una vaga y confusa alusión del autor al gobierno de aquél: Quiero acabar con este gobierno, que me ha sacado de mis calsillas y de entre mis terrones (cap. XVII). De esta alusión, Aguilera deduce que entre los treinta y los treinta y cinco años, Rodríguez Freyle ya se iniciaba en el cultivo del campo, aunque reconoce --y esta segunda hipótesis le merece mayor grado de probabilidad-- que también podría interpretarse el pasaje alusivo en el sentido de que la crónica no fue escrita en el campo, como algunos creen, sino en plena urbe, donde podía consultar cuanto le era indispensable10. Pienso, sin embargo, que tales deducciones no se ajustan a la realidad, ya que el presidente Antonio González entró en Bogotá el 24 de marzo de 1589 y gobernó ocho años, es decir, hasta 1597, según el propio escritor afirma (Catálogo final de su obra). Así, en 1589, Rodríguez Freyle tenía veintitrés años, y ocho después, treinta y uno. En consecuencia, si don Antonio González sacó de sus calsillas y sus terrones a nuestro autor, éste ya se dedicaba a la agricultura entre los veintitrés y los treinta y un años de edad, época en la cual el futuro cronista no había pensado siquiera en escribir, ya que empezó a hacerlo, como sabemos, cuando tenía setenta años. Rodríguez Freyle no precisa la edad en que contrajo matrimonio, pero al referirse al fallecimiento del arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero, dice (cap. XVIII): él me desposó de su mano, ha más de treinta y siete años, con la mujer que hoy me vive, que se llamaba Francisca Rodríguez. Dicho arzobispo murió el 8 de enero de 1622, y como el autor escribe entre los setenta y los setenta y dos años de su edad, no resulta difícil afirmar que se casó hacia 1603 ó 1604. De su familia, de si tuvo o no tuvo hijos, no se sabe nada, ya que él no hace la más mínima alusión a este asunto. Sí se sabe, en cambio, los años que empleó Rodríguez Freyle en escribir su obra. Como se comprobó antes, empezó su redacción en 1636. Dos años después, en 1638, seguía escribiendo todavía, y no dejó de hacerlo hasta, por lo menos, la segunda semana de cuaresma de 1638. En efecto: en el capítulo XX de su obra, el autor proporciona varios datos al respecto. El año de 1624 vino por oidor de esta Real Audiencia el licenciado don Juan de Balcázar, y este de 1638 sirve su plaza en esta Real Audiencia. Otro dato: Cien años son cumplidos de la conquista de este Nuevo Reino de Granada, porque tanto ha que entró en él Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada con sus capitanes y soldados. Hoy corre el año de 1638, y el en que entraron en este sitio fue el de 1538. Por último, al referirse al fallecimiento del arzobispo don Bernardino de Almansa, dice Freyle que su cadáver iba a ser trasladado a Castilla este año de 1638. Otros datos del Catálogo subsiguiente al capítulo XX, del título del capítulo XXI y del primer párrafo de éste y del catálogo final --de gobernadores, presidentes, oidores, etc.-- demuestran igualmente la fecha de redacción de la obra. Pero en el capítulo XXI de ésta, el autor precisa más el momento final en que escribía: Miércoles en la noche, a tres de marzo de este año de 1638, segunda semana de cuaresma.
contexto
Varios fueron los motivos que impulsaron la actuación de Jaime I el Conquistador en aquel momento de debilidad almohade. Por un lado, la necesidad de buscar solución a los graves problemas internos planteados por la actitud nobiliaria: las campañas contra los musulmanes ofrecían la oportunidad de encontrar beneficios en el exterior descargando, a la vez, las tensiones internas; por otro, el empuje comercial y económico que experimentaban las zonas catalanas -en consonancia con el apogeo mercantil de Venecia y Génova- que miraba más allá del Mediterráneo y necesitaba expandirse hacia los mercados de Oriente a través de Siria y Alejandría. Por ello, debía exterminarse la piratería para garantizar la seguridad en la navegación comercial y había que hacerse con el control de las islas Baleares para garantizar el monopolio del comercio.Así, la primera empresa conquistadora de Jaime I apuntó hacia las Baleares con la colaboración de las localidades catalanas interesadas en el comercio, sin una amplia participación de Aragón. En primer lugar, se dirigió a Mallorca cuya población, con Abu Yahya, su rey musulmán a la cabeza, opuso una dura resistencia y soportó un largo asedio que terminó con el saqueo de la capital. Las tropas de Jaime I se apoderaron de la isla en el año 1230. En el verano de 1231, se sometió Menorca sin recurrir a las armas. Se firmaron las capitulaciones el 17 de junio de este mismo año, estableciendo una relación tributaria con los vencedores cristianos. Con la conquista de Ibiza y Formentera, en el año 1235, el conjunto de las Baleares se incorporaba a la monarquía catalano-aragonesa.La acción bélica fue seguida por otra de repoblación. En Mallorca, se realizó a escala muy amplia, debido al abandono de la población islámica, mientras que, en Menorca, los habitantes musulmanes, que habían capitulado, conservaron sus derechos y aún pudieron acoger a un gran número de fugitivos procedentes de la Península y de las otras islas. Así siguió la situación hasta que, en el año 1287, el nieto de Jaime I, Alfonso el Liberal, la repobló con catalanes. En Ibiza, la repoblación fue dirigida por miembros de la nobleza, mientras la población musulmana quedó reducida a la servidumbre.Las campañas isleñas retrasaron el ataque de Jaime I contra Valencia. Sin embargo, éste se hizo perentorio por varias razones:a) La situación demográfica y económica exigía la incorporación de nuevas tierras que recibieran el excedente poblacional.b) La empresa conquistadora ofrecerá nuevos recursos que satisfarán a la nobleza: las fértiles tierras de Valencia serían la mejor respuesta a las demandas del levantisco sector nobiliario.c) Además, el intento castellano, en el año 1219, de anexionarse el Levante, a pesar de los términos del tratado de Cazorla, puso en guardia al monarca aragonés, que no podía dar más oportunidades al dinamismo conquistador de Fernando III de Castilla.
contexto
Ya con anterioridad a su proclamación definitiva como rey de la Corona castellano-leonesa en el año 1230, y gracias al juego de las alianzas con los reyes musulmanes, Fernando III había logrado ocupar, sin ninguna dificultad, Martos y Andújar en el año 1224, que le sirvieron de cabeza de puente en la zona del Alto Guadalquivir, y Baeza en el año 1227. Una vez confirmado en el trono reanudó su ofensiva. En 1232, tomó importantes plazas, como Ubeda, Iznatoraf y San Esteban. En el 1234 y 1235 rindió Medellín, Magacela y Hornachos. Córdoba, la que fuera esplendorosa capital del Califato omeya, se entregó a los castellanos con una facilidad sorprendente en el año 1236.La incorporación del reino de Murcia a la Corona de Castilla fue tarea del todavía infante Alfonso. Amenazado el rey murciano, Ibn Hud, por Granada desde el sur y el oeste y por los catalano-aragoneses desde el norte, se vio obligado a pactar con los castellanos en el año 1243 y ponerse bajo su protección, aceptando la presencia de guarniciones militares en los castillos y los puntos estratégicos más importantes. De esta forma, los habitantes de la ciudad de Murcia y su huerta conservaron sus derechos sobre sus tierras. Sin embargo, no todas las localidades murcianas aceptaron este pacto de igual manera. Lorca opuso resistencia a esa presencia en el año 1244 y lo mismo hicieron los habitantes de Cartagena y Mula al año siguiente, por lo cual fueron despojados de sus propiedades y expulsados de sus tierras.La anexión de Murcia al reino castellano-leonés significó tener aseguradas las fronteras en la zona oriental, hecho ratificado en el tratado de Almizra (1244), que las fijó definitivamente entre Castilla y Aragón. Fernando III ya podía concentrar sus dispositivos para proseguir con sus ataques contra los musulmanes en las zonas occidentales. Se dirigió primero hacia la cora de Jaén, puerta del resto de la Bética occidental que se encontraba, además, amenazada por los ejércitos portugueses. Se apoderó, primero, de varias localidades de la zona como Arjona y Alcaudete, luego sitió la ciudad para lograr su rendición por hambre. Al no recibir ayuda del reino granadino, Jaén cayó en manos cristianas en el año 1246.
obra
No es frecuente en la producción de Fortuny encontrar un tema tan tétrico como éste donde un esqueleto vestido con raídas ropas yace junto a un gran cofre abierto que guardaría el tesoro recaudado por el avaro a lo largo de su vida. La escena tiene lugar en una habitación, en una de cuyas paredes las cortinas caídas permiten contemplar una ventana enrejada por la que penetra el haz de luz que ilumina la estancia que impacta en el yacente y en las monedas de oro que brillan. El aspecto truculento de la composición queda reforzado por el empleo de oscuras tonalidades y la utilización de la iluminación, en un alarde compositivo que demuestra la maestría del pintor catalán. La sensación atmosférica de la estancia cerrada, con un ligero viento que levanta el polvo del cofre, ha sido captada a la perfección conjugando el dibujismo con cierto abocetado. La influencia de las pinturas de Valdés Leal para el Hospital de la Caridad de Sevilla, que Fortuny pudo contemplar en 1870, va a ser decisiva para la ejecución de esta escena.