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Junto al patrocinio artístico oficial de la Iglesia, el Papado al frente, el de las órdenes religiosas y el de la aristocracia romana, se desarrolló una amplia comitencia culta, animada principalmente por hombres de cultura (médicos, abogados, literatos), expertos en arte y coleccionistas, a los que se unen algunos viajeros extranjeros. Entre esos grandes comitentes romanos figuraron el cardenal Del Monte, admirador y protector incondicional de Caravaggio; el marqués Vincenzo Giustiniani, rico banquero genovés, propietario de una riquísima galería de pintura y arte antiguo; el estudioso y experto en arte Cassiano Del Pozzo, amigo de Galileo, admirador de la obra de Poussin, al que protegió, de Lorrain y de Velázquez, de los que poseía cuadros, uno de los animadores de la vida cultural de Roma desde su cargo de maestro de cámara papal. Ya fuera por herencia o por compra-venta, en el siglo XVII se formaron en Roma grandes galerías privadas, creadas al socaire del contexto apuntado, que reflejaban en su conformación tanto el gusto de la época como la sensibilidad de sus dueños (Doria, Spada). La galería Giustiniani, por ejemplo, se formó a partir de un núcleo de obras de Tiziano, Veronese y Tintoretto, más alguna del genovés Cambiaso, para pronto decantarse por la pintura de los primeros barrocos, en sus dos filones más representativos, con los Carracci y Caravaggio a la cabeza, para terminar volcándose por el clasicismo de Poussin y Lorrain.Iluminador de la valoración que merecía la pintura, cercana al de bien de consumo generador de intereses económicos (inversión y renta), es el testimonio del marqués Giustiniani: "no sólo en Roma, en Venecia y en otras partes de Italia, sino también en Flandes y en Francia, modernamente se ha puesto de moda decorar los palacios completamente con cuadros, para andar variando el uso de los paramentos suntuosos usados en el pasado, máxime en España... y esta nueva costumbre ofrece, además, gran favor a la venta de las obras de los pintores, a los cuales deberá resultar al día de mayor utilidad para el futuro" (Lettera al signor Teodoro Amideni, ant. 1620). Ese nuevo valor dado al cuadro varió en parte el ejercicio de la protección artística, lo que unido al rápido cambiar de las fortunas económicas, alentó la antigua relación de servitú particolare, en la que el artista era acogido y mantenido con regularidad en el palacio del protector, para el que el artista trabajaba cobrando por las obras ejecutadas un pago aparte. Al margen de los cambios de fortuna del mecenas, no todos eran tan liberales como un Del Monte o un Del Pozzo, planteando serias limitaciones a la iniciativa de los artistas.Es así que, con el paso de los años, la figura del intermediario o marchante de arte de profesión adquiere una mayor importancia. Con libertad por ambas partes, el marchante contrataba la obra al artista y la proponía a los coleccionistas. Con todo, dada la no existencia de normas sobre los precios, estimación y pagos al artista, éste solía salir perdiendo, lo que se agravaba si el marchante había colocado en el mercado obras falsas, copias o imitaciones. En 1633, la Academia romana de San Lucas intentó el control y la limitación del mercado por medio de unas tasas. Pero, la respuesta a la figura del intermediario, sin escrúpulos, en este variopinto mundillo del arte apareció en otra de más alto nivel profesional, la del experto conocedor. A esta categoría pertenecieron altos funcionarios como monseñor G. B. Agucchi, médicos como G. Mancini, poetas de fama como G. B. Marino o, incluso, pintores como el caballero D'Arpino. Coleccionistas también, por la mediación prestada solían cobrar dones, favores o cargos por parte del cliente u obras por parte del artista. La aportación más fundamental de estos profesionales fue, sin duda, la de potenciar las preferencias barrocas entre los coleccionistas. De su capital aportación habla a las claras el que Mancini, erudito y teórico del concepto del ideal en el arte, escribiera un breve tratadito, especie de guía práctica dedicada a los coleccionistas: "Considerazioni appartenertti alla pittura come diletto di gentiluomo nobile" (c. 1617-21), con la que intentó dar un criterio con el que el hombre de gusto pudiera estimar con corrección las obras de arte, distinguir las copias de los originales, elegir una ubicación digna del cuadro, etcétera.Hechos como éste otorgaron a la pintura, en especial, el carácter de fenómeno cultural público. Gradualmente se fue ampliando el interés ciudadano por la creación artística, difundiéndose las novedades a través de exposiciones organizadas con ocasión de alguna ceremonia o fiesta, como la del Corpus. El público podía recorrer los lugares de exposición (que no de venta) en el Panteón o en iglesias como San Salvatore in Lauro o San Giovanni Decollato, convirtiéndose así, a más de en un espectáculo festivo, en una oportunidad singular para los artistas que se daban a conocer ante el gran público y llamaban la atención de los expertos y coleccionistas. De su importancia, sólo un ejemplo. Velázquez, para confrontar su valía y afirmarse ante los críticos y artistas romanos, pero también ante el pueblo, expuso en el Panteón (1650) su extraordinario retrato de Inocencio X.
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A la altura de comienzos de 1945, ya las posibilidades de que Alemania resistiera a sus adversarios se habían desvanecido de un modo tan total que sólo el irrealismo de los dirigentes nazis explica que trataran de mantener una resistencia, en estos momentos por completo imposible. El frente interior mantuvo, sin embargo, su solidez; en parte, porque la oposición había sido triturada en el verano de 1944, pero también porque los altos mandos militares dejaron simplemente de prestar atención a las órdenes de Hitler cuando, por ejemplo, decidió la destrucción de cualquier recurso alemán que pudiera caer en manos del adversario. En sus memorias, Eisenhower afirma que al Führer le dominaba una especie de complejo de conquistador, que le impedía abandonar lo que había conquistado. En realidad, esa actitud se explica porque en un momento inicial de la campaña rusa había obtenido buenos rendimientos militares de ella. Ahora, sin embargo, no era más que una muestra de irrealismo que acababa por agravar la situación de sus propias tropas. En una reunión celebrada en Malta en enero-febrero de 1945, que precedió a la que tuvo lugar en Yalta, los anglosajones establecieron sus planes estratégicos respecto a la ofensiva hacia el corazón de Alemania. Siguiendo las preferencias de Eisenhower, decidieron derrotar al adversario junto al Rin, aprovechando su superioridad, en especial de la aviación, que los norteamericanos utilizaban como rodillo de idéntico modo que los soviéticos hacían con la artillería. Pero, como veremos, la ofensiva fue general y no sólo en un frente. El Mediterráneo se había convertido ya en un lago aliado, de modo que los aprovisionamientos a la URSS podían llegar sin problemas a través del Mar Negro. En febrero y marzo de 1945, los anglosajones batieron a sus adversarios en la orilla izquierda del Rin. Durante esa batalla, además, se hizo posible el paso del río en dos puntos. El primero de ellos fue el puente de Remagen, que los alemanes no pudieron destruir, mientras que el segundo punto, más al Sur, fue consecuencia de la decisión y la audacia de Patton. De esta manera, los aliados conseguían una doble penetración en el Ruhr y junto a Maguncia. Gracias a estas dos pinzas, pudieron efectuar un movimiento envolvente, en el que causaron al adversario un número triple de bajas que el que ellos mismos sufrieron. Lo que reveló verdaderamente que se enfrentaban con un ejército virtualmente derrotado fue el número de prisioneros que lograron, soldados deseosos de entregarse a ellos y evitar caer en las manos soviéticas. A fines de marzo, los anglosajones habían cruzado todo el Rin y se lanzaban hacia el centro de Alemania, concentrando el mayor peso de su ofensiva en su zona Norte. Se manifestó entonces, por parte de Churchill, un deseo de avanzar cuanto más al Este fuera posible porque ya preveía un próximo enfrentamiento con los soviéticos. Lo cierto es, sin embargo, que Roosevelt siempre mantuvo la promesa del reparto en áreas de ocupación que había hecho a los soviéticos y las tropas norteamericanas se retiraron de las dos quintas partes del territorio alemán que ya habían ocupado. Por otro lado, Roosevelt mismo murió cuando faltaban tres semanas para que concluyera la guerra en Europa. Truman, su sucesor, era un político provinciano cuyo buen sentido no le hacía persona con real capacidad para enfrentarse con las relaciones internacionales. Churchill, que se sintió muy afectado por la desaparición del presidente norteamericano, también se vería desplazado en la fase final del conflicto del centro mismo de las decisiones. En esos días finales de la guerra en Europa, menudearon los incidentes entre los aliados occidentales. Por ejemplo, los franceses fueron obligados por los norteamericanos a retirarse de Stuttgart, porque no les correspondía a ellos llevar a cabo la ocupación de esta ciudad. Por otra parte, la inmediata supresión de la legislación de "préstamo y arriendo" por parte de los norteamericanos empezó a revelar las dificultades económicas que los británicos habrían de sufrir durante la posguerra. Paradójicamente, en ese mismo mes de abril, Churchill, por fin, vio cómo se convertía en realidad ese triunfo en Italia que había esperado largamente y que le había sido negado hasta el momento. Las tropas aliadas, como en todos los frentes, tenían una amplia ventaja (doblaban al adversario y aun lo triplicaban en blindados). A esta superioridad en tierra era necesario sumar la abrumadora que se manifestaba en el aire y, junto a ella, la actividad de los guerrilleros de la resistencia. Las órdenes alemanas de no retroceder no provocaron otra cosa que el desbordamiento por parte de los aliados. El Ejército alemán en Italia había perdido su mando más brillante, Kesselring, quien había hecho posible una defensa tenaz aunque más destinada al retraso que a una posible victoria. En abril, se produjo una generalizada sublevación partisana en la zona Norte de Italia. Fueron los guerrilleros quienes detuvieron a Mussolini que huía hacia Suiza con un pasaporte español y lo ejecutaron sumariamente, junto a su amante, Clara Petacci, exponiendo los cadáveres de ambos en una gasolinera de Milán. El Duce que, en la fase final de su régimen había radicalizado sus contenidos y su acción política hasta el extremo de ordenar la ejecución de su yerno y antiguo ministro de Exteriores, el conde Ciano, durante los últimos meses de su existencia no fue más que una caricatura de sí mismo. Los alemanes de guarnición en Italia, por su parte, no tuvieron el menor inconveniente en negociar su rendición a los norteamericanos en Suiza, desoyendo cualquier indicación de Hitler en este sentido. La ofensiva del Ejército Rojo en el frente del Este se inició en el mes de enero y estuvo decidida por su aplastante superioridad, en especial en artillería; su potencia de fuego era diez veces mayor que la alemana. En esta última fase, los soviéticos demostraron una capacidad militar muy superior a la que sus mismos aliados occidentales les atribuían. El avance desde el Vístula al Oder, donde ya se encontraban cuando se celebró la reunión de Yalta, fue rápido y testimoniaba una capacidad de penetración en forma de cuña semejante a la que habían exhibido los alemanes en 1940. El avance fue acompañado de una barbarie abrumadora en el tratamiento de la población civil, con violaciones y ejecuciones sumarias que parecían devolver a los que huían el mal que ellos mismos o sus jefes habían hecho. En su avance, las tropas soviéticas descubrieron los campos de concentración y de exterminio alemanes; en el de Auschwitz, por ejemplo, encontraron almacenadas siete toneladas de cabello de mujer listas para su reutilización. No puede extrañar que la población alemana huyera en masas de millones de personas, eligiendo la senda inversa a la colonización germana iniciada ochocientos años atrás. Se comprende también que algunas ciudades alemanas, como Breslau, resistieran a ultranza hasta el final. Por su parte, los aliados siguieron con los bombardeos, en algún caso tan injustificados como los de Dresde, a mediados de febrero de 1945, cuando ya las líneas alemanas carecían de capacidad de resistencia. Una resistencia que también se había derrumbado en el frente húngaro. La Batalla de Berlín se inició a mediados de abril, con un número de atacantes que decuplicaba al de defensores, carentes de preparación y de armas. Pronto, la ciudad estuvo rodeada y el 25 de abril las tropas soviéticas se hallaban ya a unos centenares de metros del búnker donde se había refugiado Hitler. Lo que sucedió allí es bien expresivo de lo que era la dictadura alemana y de aquello en lo que se convirtió en su fase final. Hitler lo había mandado construir y durante los tres últimos meses de su vida permaneció en su interior, saliendo a la superficie en tan sólo dos ocasiones. Allí vivió una existencia irreal, pretendiendo que acudieran en su ayuda ejércitos que ya no existían o confortado por la lectura de la biografía de Federico el Grande, que había sufrido severas derrotas pero que finalmente había podido superarlas. Cuando tuvo noticia de la muerte de Roosevelt, Hitler lo interpretó como una señal de esperanza. A veces se dejaba guiar por los horóscopos, y otras elaboraba fantásticos planes, como construir un auditorio para 35.000 personas cuando consiguiera la victoria. Enfermo y tratado por curanderos, con frecuencia se sumía en una apática pasividad, pero también dedicó los últimos días de su vida a destituir a alguno de sus mejores generales, como Guderian, o a ordenar la ejecución del jefe del servicio secreto, Canaris. Los últimos días del Reich resultaron simplemente propios de un manicomio. Los generales y ministros desobedecían las órdenes y uno de estos, Speer, no sólo se negó a destruir sistemáticamente todo lo que pudiera caer en las manos de los aliados, sino que trató de envenenar a los habitantes del búnker con gases tóxicos. Algunos de los dirigentes nazis, como Goering y Himmler, que habían tomado parte en las más abominables empresas del régimen, tuvieron esperanzas, carentes de cualquier justificación, de que podrían pactar con los aliados. Hitler reaccionó contra ellos antes de suicidarse, el 30 de abril. Después de casarse con Eva Braun, que seguiría su mismo destino, dictó un testamento por el que nombraba como sucesor al almirante Donitz, que había dirigido la Marina con fidelidad bovina y como jefe de Gobierno a Goebbels; en el nuevo Gabinete no figurarían ni Speer ni el ministro de Exteriores, Ribbentrop. Goebbels, sin embargo, se suicidó también con toda su familia. Sus cuerpos fueron quemados. El 2 de mayo se dejó de combatir y, una semana después, se produjo la capitulación definitiva.
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En el verano de 1944 la guerra llegaba a su momento culminante. Resultaba universalmente evidente que Alemania estaba perdiendo la guerra y que el inmenso esfuerzo desplegado por los ejércitos y las industrias alemanas sólo lograrían retrasar la derrota. Sin embargo, a comienzos de aquel verano, Hitler aun dominaba toda Europa occidental -salvo media Italia- y sus ejércitos ocupaban una importante porción de la Rusia Europea, más Estonia, Letonia y Lituania... El III Reich tenía bajos las armas a cerca de seis millones de hombres y muchos millares de aviones, tanques y cañones.. las industrias alemanas fabricaban ingenios bélicos cada vez más sofisticados y los fanáticos nazis esperaban armas secretas, la gran panacea para aquellos días de retroceso en todos los frentes de lucha. En suma, Alemania aparecía como un enemigo aún muy entero y dispuesto a luchar. Bastó el verano para cambiarlo todo. El 6 de junio desembarcaron en las costas de Normandía los aliados occidentales y en tres meses tomaron Francia y se plantaron en las fronteras de Alemania. Quince días después atacaban los soviéticos y en seis semanas de lucha empujaron a los alemanes hasta el Vístula. En ese verano, tremendo para Alemania, perdió Hitler más de dos millones de hombres (muertos, heridos, desaparecidos, prisioneros) y a sus aliados: Rumania, Hungría y Bulgaria... En septiembre de 1944, con Alemania retorciéndose bajo los bombardeos aliados, la guerra estaba vista para sentencia... Y, sin embargo, sacando fuerzas y recursos impensables, el nazismo logró prolongar su agonía, con poderosos coletazos, como las Ardenas o los contraataques en Prusia y Hungría... Este volumen dedica dos tercios de sus páginas a esa marcha triunfal de un lado y desesperada de otro, pero no podía olvidarse de la guerra en el mar, que será estudiada en el período 1942-1945, apogeo y eclipse del arma submarina alemana. En el mar, sin embargo, la guerra estaba decidida antes que en tierra: a mediados de 1943, los aliados ya eran dueños por completo de las grandes rutas oceánicas y habían decidido a su favor la guerra del tonelaje.
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El asalto a la playa de Utah fue una operación casi aislada, sin nexo directo con las otras, a las que no comprometía. A las 6,30 horas la Fuerza U desembarcaba rápidamente, con facilidad, pues un error de navegación la había llevado a 1,5 Km del objetivo, cerca del pueblo de La-Madeleine, en una zona casi indefendida, por lo que la reacción alemana fue prácticamente nula. Dos horas más tarde se había despejado la playa, tras desembarcar vehículos y 32 carros DD (sólo 4 perdidos), y se la había dejado atrás. Pérdidas: 12 muertos y 39 heridos. Todo un éxito. Durante el trayecto hasta la costa se habían ocupado también las islas Marcouf, que los alemanes no habían creído oportuno controlar. Por otro lado, todavía en el mar, surgieron las primeras fricciones entre los mandos británicos y estadounidenses. En la playa Omaha todo fue muy diferente. Antes del desembarco se produjo una situación de dantesca confusión a causa de la mar gruesa: algunas embarcaciones zozobraron, se perdieron cañones y carros por lanzamientos prematuros al agua -sólo quedó un tercio de éstos-;los soldados arribaron mareados, congelados, agotados, con calambres, en desorden. Apenas desembarcados -en el mar, no en la playa- fueron recibidos por nutrido fuego de morteros y ametralladoras, sufriendo muchas bajas, también por la negativa de Bradley a utilizar los Funnies de Hobart -salvo algunos DD- para limpiar los campos de minas; la barrera artillera alemana destruyó bastantes carros. El desembarco se había efectuado cerca de Vierville y Colleville; al cabo del día la Fuerza O había avanzado apenas 1,2 km, muy por debajo de sus objetivos. No se había logrado abrir ningún pasillo ni reducir al enemigo, que aquí había combatido decididamente. Sólo una parte de los desembarcados pudieron avanzar. Hubo unidades cuyo agotamiento o desmoralización, y la falta de carros, les impidió avanzar, pese a los esfuerzos de los oficiales por reagruparles: pero su idea era que luchasen los que venían detrás. Sólo 100 Tm de suministros pudieron descargarse, de las 2.400 requeridas. Hay que decir, sin embargo, que por parte norteamericana falló la protección artillera y de los carros y que en esa zona había una división alemana cuya presencia no se sospechaba. Finalmente, se había conseguido que la operación no se convirtiera en un desastre, pero a costa de 1.000 muertos y más de 2.000 heridos. Así pues, los norteamericanos habían llevado a cabo con relativo éxito su cometido en la porción occidental del frente. En el sector oriental los británicos-canadienses van a desembarcar con rapidez y sin demasiados contratiempos en las playas Gold, Juno y Sword. El peso del desembarco recayó en la Fuerza G de Gold, los británicos de Bucknall. Su misión era ocupar Arromanches (donde debería fondearse un Mulberry) y Port-en-Bessin, nudo ferroviario que llevaba a Bayeux. En la zona las fortificaciones alemanas estaban bien defendidas, pero los británicos pudieron avanzar bien por su izquierda, gracias también al apoyo de los Funnies, que atacaron las fortificaciones. En menos de una hora los asaltantes habían penetrado dos kilómetros tierra adentro, desarticulando las defensas alemanas, y ocupando, en el oeste, Arromanches. Pronto la cabeza de puente de Le-Hamel tendrá 5 km. de profundidad. A primeras horas de la tarde se habían alcanzado ya los 16 km de penetración.
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La tercera batalla de Cassino, programada por los aliados para antes incluso de terminar la segunda (es decir, para la segunda mitad de febrero), comenzó el 15 de marzo: las condiciones meteorológicas impidieron hasta aquel momento la realización del "experimento" que debía abrir el camino a las tropas. Dicho experimento consistía en realizar un bombardeo intensivo sobre la ciudad de Cassino mediante los bombarderos pesados de la "Strategic Air Force" orientado a la destrucción de los edificios y los alemanes que los defendían. El 14 de marzo se dió la señal de partida a la operación, pues se preveían algunos días de buen tiempo. También esta vez el ataque se confió a los neozelandeses de la 2? división y a los indios de la 4? división, mientras que la 78? división se mantuvo en reserva con la intención de hacerla intervenir en caso de que fracasaran las anteriores divisiones.El plan de ataque fue preparado por el general Freyberg. Sin embargo, la tercera batalla de Cassino, denominada también "Operación Dickens", no fue sino un horroroso desastre que duró cinco días y cinco noches, habiendo conseguido atacar apenas las defensas alemanas.El nuevo ataque a las líneas de Kesselring se lanzó el 11 de mayo de 1944: la ofensiva fue organizada a lo largo de un frente de 32 kilómetros que iba desde Cassino hasta el Mar Mediterráneo. Los ingleses se retiraron más allá del Rápido , pero los alemanes resistieron el ataque. Los americanos, por su parte, fueron capaces de atravesar la "Línea Gustav", a pesar de que fueron detenidos un poco más allá de Santa María Niña. A la derecha de la formación americana, el Cuerpo de expedicionarios francés de Juin consiguió sobrepasar el Garigliano y desplazarse más allá cortando a los alemanes las líneas de comunicación. El 17 de mayo, Kesselring, intuyendo que la posición estaba perdida, ordenó la retirada. Finalmente, el 18 de mayo, los polacos ocuparon Cassino y lo que quedaba después de los duros bombardeos. La pesadilla de Alexander había terminado.
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Las donaciones efectuadas por los monarcas de la dinastía Trastámara a la nobleza constituyen, en opinión del historiador S. de Moxó, la más caudalosa fuente de señoríos de Castilla. Sin duda antes de 1369 había en Castilla abundantes señoríos, pero después de esa fecha se produjo una auténtica marea señorializadora, de la que fue beneficiaria la alta nobleza. Claro que la victoria de los poderosos significaba, simultáneamente, el retroceso del común, pues, como indicó C. Sánchez Albornoz, tras el triunfo de la facción enriqueña y nobiliaria después de Montiel (1369), las masas populares tuvieron que sufrir las consecuencias de su vencimiento. A Enrique II se le denomina el de las mercedes por la gran cantidad de donaciones que hizo a la nobleza. Pero el proceso por él iniciado continuó en tiempos de sus sucesores. El fracaso castellano en Aljubarrota, por ejemplo, supuso la instalación en Castilla, ricamente dotados, de diversos linajes nobiliarios lusitanos, como el de los Pimentel. En el siglo XV, Juan II y Enrique IV, particularmente este último, hicieron asimismo importantes concesiones a los poderosos. Ahora bien, el grupo social beneficiario de esas mercedes, la alta nobleza, experimentó en el transcurso del siglo XIV importantes cambios. Algunos linajes de la vieja nobleza, como los Lara, los Haro, los Castro o los Meneses, desaparecieron, ante todo por causas biológicas. Otros, en cambio, subsistieron, algunos debilitados, como los Manuel, otros renovados, como los Girón, otros, en fin, plenamente integrados en la nobleza de servicio creada por los Trastámaras, como los Mendoza, los Guzmán o los Manrique. Pero quizá lo más significativo del proceso en cuestión fue la llegada a las filas de la ricahombría de nuevas familias nobiliarias, estrechamente ligadas a la nueva dinastía. Esta nueva nobleza puede ser ejemplificada en familias como los Velasco o los Alvarez de Toledo, o, por mencionar linajes de origen foráneo, los citados Pimentel. En definitiva, tal y como señalara en su día S. de Moxó, se había producido en los reinos de Castilla y León el paso de la nobleza vieja a la nobleza nueva. Al concluir el siglo XIV la Corona de Castilla estaba salpicada, de Norte a Sur y de Este a Oeste, por un rosario de grandes estados señoriales. En ellos funcionaba, al servicio del señor correspondiente, un aparato de Estado que reproducía, ciertamente a otra escala, el de la propia monarquía. Los señores gozaban de facultades jurisdiccionales, cobraban rentas de muy diversa índole, algunas de origen regaliano, ejercían monopolios diversos y, en general, aprovechaban cualquier resquicio para obtener beneficios en su provecho. En ocasiones acudían a métodos violentos, lo que explica que se haya hablado de ellos como los malhechores feudales. Los castillos, utilizados cada vez más como residencias palaciegas, eran el símbolo de su poder, pero también de su dominio sobre los vasallos de las tierras circundantes. Hagamos un rápido recorrido por el territorio de la Corona de Castilla con el fin de trazar, a grandes rasgos, su "geografía señorial". En Galicia, destacaban los linajes de los Osorio y los Andrade. En la Meseta Norte brillaban a gran altura los señoríos de los Fernández de Velasco, en tierras burgalesas; los Manrique, en el ámbito palentino; los Pimentel, en torno a Benavente; los Enríquez, señores de Medina de Rioseco; los Alvarez de Toledo, en la vertiente septentrional del Sistema Central y los Bearne-Cerda, señores de Medinaceli. En la Meseta Sur, tierras por excelencia de las Ordenes Militares, se establecieron los Estúñiga, en la zona occidental, y los Mendoza, en la zona de Guadalajara. En el reino de Murcia la familia más pujante era la de los Fajardo. Los Guzmán y los Ponce de León destacaban entre la alta nobleza de la Andalucía Bética. Creció el número de los señoríos en poder de los ricos hombres en la época trastamarista. Pero sobre todo se produjo un cambio cualitativo en el carácter mismo de esos señoríos. Por de pronto, se trataba de señoríos plenos, lo que quiere decir que aunaban los dos rasgos básicos que definen a la institución: el referente al territorio sobre el que se proyectaban, es decir el elemento solariego, y el específicamente jurisdiccional. Es más, C. Estepa ha afirmado que el triunfo del señorío jurisdiccional se alcanzó precisamente en la época de los Trastámaras. Paralelamente, se generalizó el sistema del mayorazgo. Ciertamente las concesiones que hiciera Enrique II por vía de mayorazgo tenían un claro límite, pues si fallaba la sucesión por línea directa los bienes donados por el rey a la nobleza tenían que retornar a la corona. Mas la ofensiva de los ricos hombres logró al final sus objetivos, al conseguir la supresión de dicha cláusula, lo que se acordó en las Cortes de Guadalajara, convocadas por Juan I en 1390. Si no había sucesión por línea directa podía acudirse a las líneas laterales. Así las cosas, estaba garantizada la transmisión, indivisa, de los grandes patrimonios nobiliarios. Por eso ha dicho el profesor B. Clavero, brillante estudioso del mayorazgo, que la implantación de la institución citada supuso la consolidación, en la Corona de Castilla, de la propiedad territorial feudal. Al fin y al cabo los estados señoriales constituidos en la Baja Edad Media han perdurado hasta la disolución del régimen señorial, en la primera mitad del siglo XIX. Por lo demás, los pomposos títulos que aún en nuestros días acompañan a la alta nobleza (duque de Medinasidonia, de Medinaceli, de Alba, del Infantado, de Benavente, etcétera) tienen también su génesis en la época trastamarista.
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La rapidez y profundidad de los avances cristianos en la zona occidental -la frontera se establece a orillas del Duero- sólo puede explicarse si aceptamos la relativa despoblación de esta zona y el escaso interés de los musulmanes por asentarse en ella tras el abandono de las guarniciones beréberes a mediados del siglo VIII. El Valle del Ebro está mucho más poblado, y sus dirigentes, árabes o miembros de la nobleza visigoda convertidos al Islam, ofrecen una gran resistencia por lo que los avances cristianos serán mucho más lentos y la frontera se estabiliza en una línea que se extiende desde la sierra de Codés en Occidente hasta Benabarre pasando por el valle de Berrueza, las estribaciones de Montejurra y Carrascal hasta el río Aragón en Pamplona, y desde el Aragón por Luesia, Salinas, Loarre, Guara y Olsón en el condado aragonés. Esta línea no fue superada hasta comienzos del siglo X en tiempos de Sancho Garcés I (905-925), cuya subida al trono fue facilitada por el leonés Alfonso III, interesado en que los navarros cerraran el paso a los musulmanes del Ebro y a los cordobeses y protegieran el flanco oriental de León. Con la ayuda leonesa, Sancho I extiende sus dominios sobre Monjardín, Nájera, Calahorra y Arnedo a pesar de la derrota sufrida en Valdejunquera. Por el Este el reino se extiende a lo largo de la cuenca del Aragón dejando así al condado aragonés sin posibilidad de ampliar su territorio hacia el Sur. Aragón acabará uniéndose al reino navarro aunque conserve sus instituciones y su propia personalidad. El artífice de la unión navarroaragonesa, con la que se inicia la hegemonía navarra sobre los reinos cristianos, parece haber sido la reina Toda, viuda de Sancho Garcés y regente de García Sánchez I al que casó con Andregoto Galíndez de Aragón y al que hizo intervenir decisivamente en León al morir Ramiro II. Toda, aliada al castellano Fernán González o de acuerdo con los califas, nombra y depone reyes en León y pone en peligro la independencia de Castilla cuyo conde tuvo que renunciar, en favor de Navarra, al monasterio de San Millán de la Cogolla y a su entorno, que sería saqueado por Almanzor, lo mismo que Santiago de Compostela, a pesar de la sumisión navarra y leonesa a los musulmanes. Tanto Vermudo II de León como Sancho II de Navarra reconocieron su dependencia de Córdoba entregando a Almanzor una hermana y una hija como esposas, respectivamente. Sancho III el Mayor (1005-1035) puede ser considerado el primer monarca europeo de la Península sobre cuyos reinos cristianos ejerce un auténtico protectorado. No sin razón ha podido afirmarse que el reino de Sancho se extiende desde Zamora hasta Barcelona, aunque su autoridad es muy desigual: en unos casos se hace efectiva mediante la intervención militar, como en el caso castellano; en otros, su hegemonía es reconocida gracias a una hábil combinación de la diplomacia y de las armas, que le permiten alternar los ataques al reino leonés con la creación en tierras leonesas de un partido favorable al monarca navarro. En Gascuña y Barcelona la autoridad de Sancho es más nominal que efectiva y adopta la forma feudal europea: Sancho tendrá como vasallo al conde Sancho Guillermo de Gascuña al que apoya contra los señores de Toulouse y del que obtiene el vizcondado de Labourd, y vasallo del monarca navarro es Berenguer Ramón I de Barcelona. El condado de Sobrarbe-Ribagorza es anexionado de forma directa. Las zonas incorporadas mantienen su personalidad: Castilla fue unida a Navarra previo el compromiso de Sancho de confiar el gobierno del condado al segundo de sus hijos legítimos, y puede suponerse que a un acuerdo similar se llegaría en los casos de Sobrarbe-Ribagorza o Aragón, según se desprende del testamento de Sancho, o de las leyendas que explican por qué Sancho dividió el reino entre sus hijos García (Navarra), Fernando (Castilla), Ramiro (Aragón) y Gonzalo (Sobrarbe). La preeminencia feudal de García sobre sus hermanos, de Navarra sobre los demás territorios, tiende a mantener la unidad de los dominios de Sancho el Mayor y es al mismo tiempo la mejor prueba de las diferencias existentes, la prueba de que tanto los castellanos como los aragoneses se sienten y son distintos de los navarros. La anexión de estos territorios y el reconocimiento de la superioridad del monarca navarro sólo pueden explicarse satisfactoriamente por la importancia adquirida por el reino, pero nuestra información sobre este punto es deficiente. Sin duda, Navarra es un lugar privilegiado para el intercambio comercial y cultural entre la zona musulmana del Ebro y el mundo europeo, pero ignoramos la importancia de los intercambios económicos y su incidencia sobre la economía navarra. Mejor conocidas son las relaciones políticas, eclesiásticas y culturales: Sancho es el protector de las nuevas corrientes eclesiásticas representadas por Cluny, cuya observancia introduce en el monasterio aragonés de San Juan de la Peña y en el navarro de Leyre desde los que se realiza una importante labor de cristianización de las masas rurales. A Sancho se debe la reparación y modificación de los caminos seguidos por los peregrinos que atraviesan Navarra y Aragón para dirigirse a Santiago de Compostela, y sus contactos políticos con el mundo europeo le llevan a considerar el reino como una monarquía cuya unidad vendrá dada por las relaciones feudales existentes entre sus hijos y entre las tierras confiadas a cada uno de ellos.
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La noche del 30-31 de enero (viernes a sábado), una larga columna de ambulancias, camiones, tractores de artillería, hombres barbudos y demacrados comenzó a cruzar la calzada que unía Malasia con Singapur. 30.000 hombres heridos, agotados y desmoralizados por 8 semanas de lucha y derrota, todo lo que quedaba del 3er Cuerpo de Ejército británico, penetraron como espectros en la fortaleza. Atrás quedaban cerca de 25.000 hombres muertos o prisioneros de los japoneses. Cuando los gaiteros de Argyll, que cerraban la retirada, terminaron de cruzar el dique de un kilómetro de largo por casi 40 metros de ancho, los ingenieros volaron un trozo de la obra, produciendo un boquete de unos 30 metros... esa era la distancia que separaba Yamashita, ya bautizada como el Rommel de la jungla, de su presa más codiciada. Para esas fechas Londres daba por perdida la isla, aunque confiaba en una activa y prolongada resistencia que entretuviera y desgastara al ejército japonés. Tal es así que la Royal Navy había ordenado por su cuenta la evacuación de la gran base naval, operación que se efectuó entre los días 28 y 30 de enero en el más absoluto secreto. Para la población de Singapur, que se enteró tres días después, fue una noticia desmoralizadora. También para las tropas estacionadas o recién llegadas a la isla: estaban abocados a una defensa sin esperanza. Con todo, el general Percival iba a contar con fuerzas teóricamente capaces de oponerse a los japoneses. Tenía bajo su mando unos 85.000 hombres, pero era ésta una fuerza más teórica que real: unos 15.000 hombres eran fuerzas no combatientes y sus 41 batallones de infantería padecían toda clase de calamidades: los pertenecientes a la 18? D. estaban faltos de entrenamiento tras una larga navegación; los de la 9? y 111? D. angloindias estaban agotados, desmoralizados y con efectivos muy bajos tras haber cargado con el peso de la lucha en Malasia; los de la 8? D. australiana eran, en general, tropas bisoñas. La artillería pesada no había sido movida de sus emplazamientos y seguía apuntando al mar. Toda la aviación disponible era un escuadrón de Hurricanes y una docena de viejos Búfalos. Yamashita iba a lanzar contra ese ejército a tres divisiones de choque: la de La Guardia, la 5? y la 18?, Crisantemo, bien apoyadas por artillería, dos centenares de carros y otros tantos aviones. En total, unos 55.000 veteranos, bien equipados y llenos de moral por su rosario ininterrumpido de victorias. Tenían, además, el dominio del mar (28). Pese a esta superioridad cualitativa, aérea y naval, los japoneses hubieran encontrado muchas dificultades si las defensas disponibles hubiesen sido bien utilizadas y mejor distribuidas las tropas: los japoneses debían atravesar el estrecho de Johore, empresa costosa si se les oponía una defensa enérgica que contara con medios. Estos existían y no era problema ni de abastecimiento de víveres (tenían para 6 meses) ni de agua. Pero Percival se equivocó. La costa norte de Singapur podía dividirse claramente por el este y el oeste de la calzada. Frente a la costa oeste los japoneses disponían de fáciles embarcaderos para el asalto, cosa que no les ocurría en el otro lado; la costa oeste de Singapur tenía buenas playas y terrenos apropiados para desembarcos masivos, mientras que la este era pantanosa e impracticable para grandes masas o medios pesados. Examinado el terreno, Wavell recomendó a Percival que reforzase fundamentalmente la costa oeste; Simson había llegado a la misma conclusión por su cuenta y volcó todo su esfuerzo en fortificar al oeste: minas, alambradas, obstáculos contra embarcaciones, barriles de gasolina que pudieran ser incendiados en caso de ataque nocturno, centenares de faros extraídos de los cementerios de automóviles que iluminarían las aguas del estrecho en el caso de un más que probable asalto durante la noche... Percival se empeñó en hacer todo lo contrario. Colocó en el oeste de la calzada a la 8? D. australiana, mientras que situaba en el este a la 111? D. angloindia y a la 18? D. inglesa. Simultáneamente ordenaba a Simson que trasladase todo su aparato defensivo al este, operación que concluía el 5 de febrero. Había ofrecido a Yamashita el mejor terreno sin protección y con los efectivos más débiles. De poco sirvió que el día 6 ordenase a Simson que volviera a instalar sus artilugios defensivos en el oeste, porque el ataque japonés ya no lo permitió.
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El efecto psicológico de la inesperada derrota de Gergovia superó sus propias proporciones, al empujar a Vercingétorix a protegerse tras los muros de Alesia, una inexpugnable plaza fuerte en territorio mandubio, que, sin unanimidad, se sitúa en Mont Auxois, junto a Alise-Sainte-Reine. César no dejó escapar la ocasión y, consciente de lo infructuoso de un asalto frontal, se dispuso a reducir por hambre a los sitiados mediante la construcción de una compleja línea de fortificaciones de 17 kilómetros de longitud, que circunvalaban la ciudad. En ambos campos había clara conciencia de que la suerte de Alesia tendría un significado decisivo para el destino de la Galia; por ello, los galos se esforzaron en reunir un gran ejército que rompiera el cerco. La poderosa tropa fue reunida en territorio eduo, desde donde emprendió la marcha bajo el mando común de cuatro régulos galos. César aprovechó la lentitud del avance enemigo para levantar una segunda línea de defensa paralela a la de asedio, que daba a su ejército la doble calidad de sitiado y sitiador. Tras un mes de desesperante tensión, cuando el hambre comenzaba a mostrar sus efectos tanto en Alesia como en el campamento romano, el ejército galo de socorro lanzó el ataque decisivo, pero César le infligió una terrible derrota. La suerte de Alesia estaba decidida; Vercingétorix, para ahorrar inútiles sacrificios a su gente, se manifestó dispuesto a la capitulación, que la soberbia de César obligó a cumplir con caracteres humillantes: ante el trono del vencedor, el príncipe galo hubo de arrodillarse y entregar las armas. No hubo perdón. Prisionero de guerra, Vercingétorix esperaría encadenado durante seis años su participación en el espectáculo triunfal que César celebró en Roma en el año 46, para ser a continuación estrangulado. No mucha mejor suerte les cupo a los que no pudieron buscar en la huida su salvación. Esclavizados, fueron entregados como premio a los soldados romanos; sólo los pertenecientes a las tribus de eduos y arvernos fueron dejados libres. Era un cálculo político bien meditado, como gesto de clemencia y distinción hacia los dos pueblos más grandes de la Galia, destinado a romper la cohesión nacionalista que había constituido la fuerza de la rebelión.
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La ofensiva germano-italiana comienza el 27 de mayo de 1942 al amanecer. El objetivo principal de las fuerzas del Eje es el puerto libio de Tobruk, desde donde arranca la famosa Vía Balbia, cuya ocupación permitiría a sus columnas motorizadas alcanzar Alejandría y más tarde el Canal de Suez. Pero esta vez las defensas enemigas de tierra adentro, box la llaman los ingleses, están mejor organizadas que en el pasado. El alto mando inglés, duramente aleccionado por las experiencias anteriores en aquel campo de operaciones, está decidido a obligar a Rommel a desplegar sus unidades y a no subestimar el valor estratégico del sector desértico. De ahí la línea de puestos fortificados, cuyo último box es Bir-Hakeim. El primer batallón de la 13 Semi-Brigada ocupa las posiciones del lado Este. El segundo cubre el sector central y está estructurado en destacamentos volantes en disposiciones de acudir a cerrar posibles brechas. En los otros dos, las tropas coloniales negras de Centroáfrica y las fuerzas del Pacífico. Un total de 3.500 defensores de los cuales cerca de mil son españoles. El armamento de que disponen es éste: 24 cañones del 75, 85 cañones antitanques del 75 y 47 del 25 -la mayor parte de ellos manejados por españoles-, 44 morteros, 72 ametralladoras y fusiles-ametralladores, 18 cañones antiaéreos y 8 ametralladoras antiaéreas. Todas las posiciones están semi-enterradas. Según un testigo, las de la Legión, cuyos arquitectos tenían, por lo visto, bastante práctica en la materia eran las mejores acondicionadas. Esta disposición protegía a sus ocupantes de los bombardeos enemigos y de algo no menos temible: las tempestades de arena. El hospital de campaña, los depósitos de municiones, de víveres y la gasolina estaban completamente enterrados, así como las sesenta y tres tanquetas -las eficientes Bren-Carriers inglesas-, llamadas muchachas de servicio, porque servían para todo. El ataque germano-italiano contra las líneas aliadas lo protagonizan tres divisiones italianas: Brescia, Pavia y Ariete, y otras tres alemanas: la 15, la 21 y la ligera 90. El primer parte de la Séptima División Blindada británica, a las 7.30 del día 27 de mayo, dice así: "El enemigo ha iniciado su maniobra de envolvimiento, intensamente apoyado por su aviación y su artillería y se localizan, por el S y el SE, gran número de tanques y vehículos diversos. Levantan grandes nubes de arena. Poco después se divisan una cincuentena de carros de asalto italianos que inician el ataque en orden desplegado. Detrás avanza un segundo escalón compuesto por otros treinta tanques. El eje de la marcha es el campo atrincherado de Bir-Hakeim". Los tanques se acercan cubriéndose por la cortina de fuego de sus propios cañones. Las piezas del 75 de la posición responden y al poco rato, tocados por los proyectiles y víctimas de las minas, varios tanques italianos quedan inmovilizados. Pero los restantes siguen avanzando y la segunda oleada se pone en marcha hacia el sector que defienden los legionarios españoles. Incluso los antiaéreos de Bir-Hakeim disparan ahora contra los carros de asalto enemigos. De repente, dice el general de la Bollardière, "por encima de aquella barahúnda artillera, se empezaron a oír gritos en español, mientras los tanques italianos iban y venían, aplastando todo lo que les salía al paso y ametrallando a mansalva. Parece que los estoy oyendo: "¡¡Cómo en Madrid, camaradas!! ¡¡A por ellos!!" Las botellas de gasolina saltaban por todos lados: aquello fue una especie de fuegos artificiales totalmente desconocidos para nosotros, si bien es cierto que los legionarios los habían practicado ya en Noruega, pero en escala mucho más reducida, que no tenía nada que ver con lo de Bir-Hakeim". En adelante, aquello se conocería por el recital español de Bir-Hakeim. El cabo primera de antitanques, el barcelonés José Millán Vicente, nos puntualiza: "Las tres cuartas partes de los tanques italianos puestos fuera de combate lo fueron por los antitanques del 7,5. Y esto, a los españoles, además de restablecer la verdad, no nos quita el menor mérito; puesto que, de los tres pelotones de antitanques que operaron frente a las oleadas de blindados italianos infiltrados, dos estaban mandados por gente nuestra: uno por Enrique Marco Nadal, de Valencia y otro por José Artero, de Tarrasa. Yo combatía con Enrique". La línea de boxes, que iba desde la costa (Tobruk) hasta el desierto (Bir-Hakeim), defendido por la 150 Brigada británica, caería en poder de Rommel en la noche del 31 de mayo al 1 de junio, capturándose 3.000 prisioneros, 124 cañones y un centenar de vehículos. Esto permitió a los atacantes volcar sobre el campo atrincherado de Bir-Hakeim importantes efectivos y mayor volumen de fuego. Y, en cierta manera, obligar a sus defensores a prolongar su resistencia, prevista, en principio, para diez días, hasta catorce largas jornadas. "Todos se decidió en torno a Gott-el-Oualeb -ha narrado el general Bayerlein, jefe de E. M. de Rommel-. Ni siquiera sabíamos que el punto de apoyo central estuviese instalado allí. Por eso nuestros primeros ataques fracasaron. Si no nos apoderamos de él el 1 de junio, los ingleses hubieran podido capturar a todo el Afrika Korps en peso. Al anochecer del tercer día estábamos cercados y casi privados de gasolina. Fue un milagro que nuestros aprovisionamientos nos llegaran a través de los campos de minas. El segundo gran ataque contra el campo atrincherado lo conducen unos 150 blindados y un centenar de vehículos auxiliares de las fuerzas del Eje. Son las 7 de la mañana del día 2 de junio de 1942. El avance se estabiliza a cierta distancia y entonces empieza un violentísimo bombardeo. La artillería y los blindados enemigos rivalizan con su aviación en el aplastamiento de los 1.200 nidos-trincheras y de los campos de minas, que los alemanes llaman los jardines del diablo. Hacia las 10 de la mañana se acerca al campo atrincherado un blindado italiano que enarbola una bandera blanca. Trae un ultimátum del general Rommel. Al leer la nota, el general Koenig, a decir del propio enlace motorista del jefe francés, el español Carrillo, exclama: "Vamos a decirles que se vayan a la mierda, pero se lo diremos finamente". A la raya del mediodía empiezan a llover granadas del 105 sobre Bir-Hakeim. Todos reconocen que aquello tenía oro aire que el ataque italiano. Ahora lleva la batuta el propio Rommel, quien, en sus memorias, ha escrito: "Raramente en un campo de batalla de África tuve que librar un combate tan duro". El cañoneo durará hasta bien entrada la noche. Y, al amanecer del día 3, Rommel volverá a pedir a Koenig que se rinda. El segundo ultimátum lo lleva un prisionero inglés, superviviente de Gott-el-Oualeb; se le ha encomendado que explique a los franceses de Bir-Hakeim cómo habían aplastado los alemanes la resistencia del punto de apoyo central del dispositivo británico. Durante la jornada del día 3, la posición es bombardeada por la aviación germano-italiana una docena de veces, siendo interceptada en varias ocasiones por los cazas ingleses de Alejandría, mientras que los antiaéreos de Bir-Hakeim derriban tres aviones. Los 105 alemanes cañonean la posición por rotación. Millán Vicente explica: "A partir del día 3 tuvimos que enfrentarnos con la inaguantable prueba del calor y de la sed. Eran necesarios cinco litros de agua por persona y por día y sólo recibíamos litro y medio. Y a esto se añadía la perturbación de la visión. Vivíamos zambullidos en plena humareda, en medio de una espesa nube de viento, arena y del humo de las explosiones. El día 4, la aviación enemiga vuelve a bombardear Bir-Hakeim una docena de veces, perdiendo dos aparatos. Mientras que a los cañones del 105 se agregan las piezas del 210. Agravará la situación el hecho de que estos últimos cañones quedan fuera del alcance de las baterías del campo atrincherado. El día 5, el aplastamiento de la posición asediada se limitará al bombardeo artillero". Al fin, el día 6 por la mañana se desencadena el primer gran ataque combinado esperado por Koenig. He aquí lo que escribió Rommel: "El 6 de junio, a las 8 de la mañana, la 90 División ligera se lanzó al ataque contra las tropas del general Koenig. La fecha del ataque logró alcanzar un punto distante tan sólo de 800 metros del campo fortificado. Pero una vez más nuestras fuerzas fueron detenidas. En aquel pedazo de terreno, que era un auténtico pedregal, desprovisto de protección, los franceses combatían ferozmente. Por la noche tuvimos que suspender el ataque, aunque nuestros hombres siguieron manteniendo el asedio... Luego, aprovechando la oscuridad, los destacamentos de asalto se replegaron a sus respectivos puntos de partida. El campo atrincherado, apenas amaneció el día 7, fue sometido a otro intenso cañoneo y nuestra aviación lo bombardeó de nuevo. Y poco después nuestra infantería entraba en acción. Pero en vano. Pese a su empuje y a la dureza de su intervención, este asalto se estrelló contra el fuego concentrado de la defensa. ¡Notable resistencia la de esta plaza aislada del resto del mundo!" Rommel dirigirá personalmente las operaciones que se escalonan entre el 6 y el 8 de junio, animando a sus hombres e incluso a los italianos, a quienes lanzará estentóreos y guturales: "¡Avanti!, ¡avanti, legionarios!". Leemos en el diario de marcha de la 13 Semi-Brigada "...las ametralladoras pesadas del enemigo dispararon durante cuarenta y ocho horas sin la menor interrupción, día y noche, sobre la posición Bir-Hakeim. Y cuando algún soldado aliado no español comentaba, con aire dramático, la situación, siempre había un ibérico -en este caso el barcelonés Perxachs- que lanzaba: "Bueno, bueno, que no hay para tanto. Fijaos aquí, en esta madriguera, estamos siete topos. Los mismos que cuando empezó el asedio, sin un rasguño casi. ¡En el Ebro ya la hubiésemos palmado todos! ¡Aquello si que fue un festival de aupa!" El día 9 el programa será idéntico a días anteriores. Por lo menos durante la mañana, ya que al mediodía el cañoneo y los bombardeos por vía aérea volverán a arreciar, centrándose en los campos de minas. De los cincuenta y tantos mil artefactos semienterrados que rodeaban la posición Bir-Hakeim, antes del primer ataque del día 6, se calcula que estallaron la mitad. Aquel día, a las 5 de la tarde, Koenig recibe un mensaje de la 7? División Blindada británica informándole que la posición Bir-Hakeim ya no es esencial. El general francés decide, pues, abandonar el campo atrincherado en la noche del 10 al 11. En una orden muy confidencial se prescribe que los zapadores-minadores, apenas anochezca, abrirán en la zona minada un corredor de unos 200 metros de ancho. La primera unidad en salir será la Legión. "A tout Seigneur, tout honneur". Ese honor lo han conquistado los legionarios solventando las papeletas más críticas que la guarnición asediada ha conocido. Su misión consistirá en hacer frente a su enemigo en los flancos del corredor, hasta que la columna haya salido de Bir-Hakeim. A las 0,15 horas del día 11 de junio de 1942, los primeros destacamentos de legionarios, compuestos principalmente por españoles, salen de sus posiciones. Apenas se inicia el despliegue, desde el campo enemigo empiezan a brotar bengalas y pronto el cielo se llena de surcos azules que, al caer, iluminan amplias zonas del campo atrincherado. Los legionarios se abren en abanico y se lanzan al asalto de los nidos de ametralladoras enemigos con la bayoneta calada. Es el capitán francés Lamaze el que conducirá la carga de las tanquetas, que están dotadas de un fusil-ametralladora, Bren, contra los puestos de artillería enemiga. La concentración de treinta y tantos Bren-Carriers se hace en un santiamén. "Nunca se podrá reproducir aquella espeluznante carga, ni en el mismo cine, con todos sus trucos -ha narrado el propio Koenig-. Vi al capitán Lamaze meter su tanqueta en la zona minada, como si tal cosa, cruzarla como un meteoro y arremeter contra una posición enemiga. Y al teniente Davé, dirigiendo su tanqueta contra otra posición, aplastándola; y en seguida poner proa hacia otra y luego enfrentarse con una pieza de artillería, que tiraba a bocajarro, como en un duelo a pistola. Y vi saltar su tanqueta en pedazos por los aires..." Puntualizamos: la mayoría de esas tanquetas iban conducidas por españoles. En menos de una hora, en una zona -la de Las Mamelles- donde el tableteo de las ametralladoras coreaba el agudo silbido de los obuses y donde, con una magnitud extraordinaria, las voces humanas tenían ecos sobrenaturales: "¡A mí, la Legión! ¡Adelanté, legionarios!, estallan otra vez recias voces castellanas: ¡Vamos, muchachos, a por ellos! ¡Cómo en Madrid, camaradas...! ¡Que ya son nuestros! aunque alguna vez, como en el caso del capitán Putz, un austriaco de las Brigadas internacionales, los gritos de combate se tiñan ligeramente de acento sajón". Las tanquetas consiguen ensanchar el corredor y, en las dos últimas horas de oscuridad, como para recompensar y proteger a los esforzados paladines de la libertad, una espesa niebla cubre el campo de batalla. La columna entera sale antes de que amanezca y se dispersa por el desierto para acudir por mil senderos, al lugar de la cita: un determinado mojón de la pista militar británica número 837, a unos diez kilómetros al NE de Bir Hakeim. "Nosotros salimos poco antes de medianoche -sigue explicando el legionario barcelonés Millán Vicente-. Teníamos cita con los elementos motorizados británicos en un punto donde los ingleses tenían instalada una gasolinera volante. Yo salí junto con uno de Tarrasa, José Artero, que caería prisionero aquel mismo día. Perdimos bastante gente, a causa de los ametrallamientos aéreos y otros se despistaron y no encontraron los camiones. Tres jornadas duró nuestra marcha y a medida que nos recuperaban, los ingleses nos enviaban a Ismailia, a orillas del Nilo, donde se reorganizaría la 13 Semi-Brigada". Hubo quienes llegaron al sector inglés al cabo de una semana. "Entre estos retardatarios se encontraba Joaquín Rufi El Yayo, un barcelonés del distrito quinto, muy castizo él -recalca Millán Vicente-. Venia que parecía una momia egipcia acabada de desenfundar. Todo aquel grupo eran auténticos espectros y pocos de ellos sobrevivirían, a causa de la deshidratación. El Yayo fue uno de los escasos resucitados". Del destacamento dejado en Bir-Hakeim, para desorientar al enemigo, unos quinientos hombres -entre ellos la casi totalidad de los efectivos del Batallón del Pacífico-, se supo que, al amanecer el día 11, los alemanes habían bombardeado y ametrallado la posición con 200 Stukas, arrasándolo todo. De los 3.500 hombres del campo atrincherado de Bir-Hakeim, una tercera parte perdió la vida en la batalla que duró desde el 26 de mayo al 11 de junio de 1942. Y de los que salieron de la posición asediada en la noche del 10 al 11 unos 1.250 combatientes, tan sólo medio millar alcanzaron el campamento militar de Ismailia. "En los combates nocturnos para abrir la brecha de salida -asegura Millán Vicente- los legionarios tuvimos, entre muertos y heridos, cerca de 400 bajas". Al ocupar Bir-Hakeim, el día 11, a media mañana, los alemanes recogieron cerca de dos centenares de cadáveres, otros tantos heridos, y a un centenar de prisioneros. Estos últimos serían enviados a Túnez y embarcados en Bizerta con destino a Italia. Pero, durante la travesía, un submarino inglés torpedeó el barco y lo hundió. En el naufragio perecieron medio centenar de legionarios españoles. En una de estas expediciones se encontraba el tarrasense José Artero que luego, en el avance de las fuerzas aliadas por Italia, sería liberado por éstas. Días más tarde, Rommel entraba en Tobruk y en una de sus fulgurantes ofensivas -la última con estilo rommeliano- se presentaba a las puertas de El-Alemein a un centenar de kilómetros de la base naval británica de Alejandría. Pero de allí no pasó. Aquella sería su última incursión, también, en dirección al Este. Las dos semanas de resistencia en Bir-Hakeim habían permitido a los ingleses replegar a sus castigadas unidades a segunda línea, proceder a su completa reorganización y establecer una línea fortificada que cerró el paso hacia el Canal de Suez a los blindados enemigos. En esta gran derrota de Rommel, valga el recuerdo, los republicanos españoles de la 13 Semi-Brigada de la Legión Extranjera francesa habían jugado un papel importantísimo como fuerza de choque. Con el revés de Bir-Hakeim y de El-Alemein se abriría para Rommel, el zorro del desierto, una interminable cadena de pesadillas cuyo último eslabón sería su suicidio, por encargo de su idolatrado Führer.