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El final de la Edad del Hielo está definido por un progresivo calentamiento de la tierra y por el inicio de un período geológico que se ha denominado Holoceno, el cual se divide en tres etapas básicas: Anatermal.............. 7.000 a 5.000 a.C. Altitermal............... 5.000 a 2.000 a.C. Mesotermal............ 2.000 a la actualidad La consecuencia principal de este cambio climático es que los grandes bloques de hielo sueltan agua, sube el nivel de los mares y desaparece definitivamente el puente de tierra en el Estrecho de Bering. Al mismo tiempo, la disminución en el régimen de lluvias produce profundas alteraciones en la biomasa y disminuye el volumen de la vegetación comestible. Los antiguos hábitats visitados por los grandes herbívoros desaparecen y son desplazados por bosques de hoja caduca. Los animales, ante la falta generalizada de pastizales, se retiran a áreas de refugio hasta que se extinguen: mamut, mastodonte, smilodon, tapir, équidos, cérvidos, camélidos, felinos y un largo etcétera hasta un total de 200 géneros de animales, desaparecen del registro faunístico americano. El cambio ambiental produce un complicado caleidoscopio microambiental cuyos efectos se traducen en multitud de adaptaciones culturales particulares, iniciándose una etapa más plural, menos especializada que el Paleolítico Superior; ésta ha sido denominada Arcaico y abarca entre el 7.500 y el 2.500 a.C. La dieta del hombre durante este período se orienta poco a poco hacia la recolección y la experimentación agrícola, siendo la caza de tipo menor. La recolección genera transformaciones culturales de primera importancia: el ciclo de los recursos vegetales está más sometido a la estacionalidad que el de los animales; el hombre sólo puede cosechar en determinadas temporadas, pero puede seguir de manera permanente a las piezas. Por ello, se ve obligado a la sedentarización en determinadas estaciones, por ejemplo, en primavera-verano, cuando se cosecha; mientras que en otoño-invierno, cuando escasean los productos silvestres, su vida se hace de nuevo más nómada. En este patrón económico, los campamentos se componen desde una familia hasta 15 ó 25 individuos y su permanencia es muy variable desde 1 ó 2 días a una estación completa. En Guilá Naquitz, Oaxaca, Flannery detectó un patrón indicativo de que la cueva se utilizó anualmente entre agosto y diciembre, cuando se pudo recoger nueces, frutos, vainas de legumbres, calabaza, mezquite y pencas de maíz para asar. Esta dieta fue complementada por la caza del ciervo de cola blanca, conejo, tórtola y varios roedores. La cueva era de nuevo abandonada a inicios de enero y sus habitantes se dispersaban en grupos más pequeños por diversas zonas del valle. Esta nueva especialización en la subsistencia requiere un cambio tecnológico profundo en relación con el principal instrumento del Paleolítico Superior: las grandes puntas Clovis, Folsom y Plano se hacen más pequeñas y afiladas, ya que la existencia de animales de pequeño y mediano tamaño (venado, conejo y diferentes tipos de roedores) exige mayor distancia y precisión al cazador. La herramienta principal ahora es el lanzadardos (atlatl): un palo enmangado de unos 0,50 m de longitud y con una ranura que lo recorre hasta un tope; en ella se coloca un dardo y el cazador lo impulsa. Boleadoras y diversos tipos de trampas son también técnicas comunes empleadas en la caza. Este cambio tecnológico se acompaña con la manufactura de cestas para la recolección, transporte y almacenaje, y con la utilización de manos y piedras de moler, morteros y machacadores confeccionados en piedra pulida. Otra consecuencia importante es la cooperación interbandas; los grupos tienen que recoger el alimento porque si no se pudre, de manera que se produce la cooperación de varias comunidades para esta tarea, las cuales se disgregan cuando escasea el alimento. Los grupos sociales más numerosos necesitan, además, una organización superior, por lo que se introducen también alteraciones en la organización de la sociedad. La concentración de estas comunidades tiene gran importancia social -intercambio de mujeres-, política -definición de territorios-, comercial -intercambio de productos- e ideológica y religiosa -ceremonias, rituales, conocimientos científicos, etc. Aunque el cambio es genérico en América, las respuestas son variadas. Una de las que tienen mayor personalidad es la Tradición Cultural del Desierto, originada en California, Gran Cuenca y Suroeste de los Estados Unidos y que se distribuyó hasta Panamá. Mac Neish ha elaborado una excelente secuencia en las tierras áridas y semiáridas de Tamaulipas y Tehuacan en México, en la que está identificado este sistema de vida y que se complementa con la secuencia trazada por Flannery para Oaxaca. Paralelamente a este tipo de adaptaciones, se produce otra a lo largo de las costas y en zonas lacustres orientada a la explotación intensiva de los recursos marinos, la cual está documentada desde Norteamérica a América del Sur, y que en algunas zonas es tan fructífera que permite la aparición de poblados sedentarios e, incluso, de centros ceremoniales incipientes, como en la costa central andina. Ejemplos de ellos los tenemos en la costa este de Estados Unidos, la fase Chantuto de Tlacuachero (Chiapas), Palo Hueco (Veracruz), los concheros de la costa ecuatoriana, la cultura Paijanense en el Perú desde el 8.250 a.C., el sitio de Quereo en Chile en 7.400 a.C. y los sambaquís de Brasil.
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El final de la Edad del Hielo está definido por un progresivo calentamiento de la tierra y por el inicio de un período geológico que se ha denominado Holoceno, el cual se divide en tres etapas básicas: Anatermal (7.000-5.000 a.C.), Altitermal (5.000-2.000 a.C.) y Mesotermal (2.000 a la actualidad). La consecuencia principal de este cambio climático es que los grandes bloques de hielo sueltan agua, sube el nivel de los mares y desaparece definitivamente el puente de tierra en el Estrecho de Bering. Al mismo tiempo, la disminución en el régimen de lluvias produce profundas alteraciones en la biomasa y disminuye el volumen de la vegetación comestible. Los antiguos hábitats visitados por los grandes herbívoros desaparecen y son desplazados por bosques de hoja caduca. Los animales, ante la falta generalizada de pastizales, se retiran a áreas de refugio hasta que se extinguen: mamut, mastodonte, smilodon, tapir, équidos, cérvidos, camélidos, felinos y un largo etcétera hasta un total de 200 géneros de animales, desaparecen del registro faunístico americano. El cambio ambiental produce un complicado calidoscopio microambiental cuyos efectos se traducen en multitud de adaptaciones culturales particulares, iniciándose una etapa más plural, menos especializada que el Paleolítico Superior; ésta ha sido denominada Arcaico y abarca entre el 7.500 y el 2.500 a.C. La dieta del hombre durante este período se orienta poco a poco hacia la recolección y la experimentación agrícola, siendo la caza de tipo menor. La recolección genera transformaciones culturales de primera importancia: el ciclo de los recursos vegetales está más sometido a la estacionalidad que el de los animales; el hombre sólo puede cosechar en determinadas temporadas, pero puede seguir de manera permanente a las piezas. Por ello, se ve obligado a la sedentarización en determinadas estaciones, por ejemplo, en primavera-verano, cuando se cosecha; mientras que en otoño-invierno, cuando escasean los productos silvestres, su vida se hace de nuevo más nómada. En este patrón económico, los campamentos se componen desde una familia hasta 15 ó 25 individuos y su permanencia es muy variable desde 1 ó 2 días a una estación completa. En Guilá Naquitz, Oaxaca, Flannery detectó un patrón indicativo de que la cueva se utilizó anualmente entre agosto y diciembre, cuando se pudo recoger nueces, frutos, vainas de legumbres, calabaza, mezquite y pencas de maíz para asar. Esta dieta fue complementada por la caza del ciervo de cola blanca, conejo, tórtola y varios roedores. La cueva era de nuevo abandonada a inicios de enero y sus habitantes se dispersaban en grupos más pequeños por diversas zonas del valle. Esta nueva especialización en la subsistencia requiere un cambio tecnológico profundo en relación con el principal instrumento del Paleolítico Superior: las grandes puntas Clovis, Folsom y Plano se hacen más pequeñas y afiladas, ya que la existencia de animales de pequeño y mediano tamaño (venado, conejo y diferentes tipos de roedores) exige mayor distancia y precisión al cazador. La herramienta principal ahora es el lanzadardos (atlatl): un palo enmangado de unos 0,50 m de longitud y con una ranura que lo recorre hasta un tope; en ella se coloca un dardo y el cazador lo impulsa. Boleadoras y diversos tipos de trampas son también técnicas comunes empleadas en la caza. Este cambio tecnológico se acompaña con la manufactura de cestas para la recolección, transporte y almacenaje, y con la utilización de manos y piedras de moler, morteros y machacadores confeccionados en piedra pulida. Otra consecuencia importante es la cooperación interbandas; los grupos tienen que recoger el alimento porque si no se pudre, de manera que se produce la cooperación de varias comunidades para esta tarea, las cuales se disgregan cuando escasea el alimento. Los grupos sociales más numerosos necesitan, además, una organización superior, por lo que se introducen también alteraciones en la organización de la sociedad. La concentración de estas comunidades tiene gran importancia social -intercambio de mujeres-, política -definición de territorios-, comercial -intercambio de productos- e ideológica y religiosa -ceremonias, rituales, conocimientos científicos, etc. Aunque el cambio es genérico en América, las respuestas son variadas. Una de las que tienen mayor personalidad es la Tradición Cultural del Desierto, originada en California, Gran Cuenca y Suroeste de los Estados Unidos y que se distribuyó hasta Panamá. Mac Neish ha elaborado una excelente secuencia en las tierras áridas y semiáridas de Tamaulipas y Tehuacan en México, en la que está identificado este sistema de vida y que se complementa con la secuencia trazada por Flannery para Oaxaca. Paralelamente a este tipo de adaptaciones, se produce otra a lo largo de las costas y en zonas lacustres orientada a la explotación intensiva de los recursos marinos, la cual está documentada desde Norteamérica a América del Sur, y que en algunas zonas es tan fructífera que permite la aparición de poblados sedentarios e, incluso, de centros ceremoniales incipientes, como en la costa central andina. Ejemplos de ellos los tenemos en la costa este de Estados Unidos, la fase Chantuto de Tlacuachero (Chiapas), Palo Hueco (Veracruz), los concheros de la costa ecuatoriana, la cultura Paijanense en el Perú desde el 8.250 a.C., el sitio de Quereo en Chile en 7.400 a.C. y los sambaquís de Brasil. Este dilatado periodo de 6.000 años que acabamos de reconstruir resulta de vital importancia para la evolución de las sociedades americanas, por cuanto a lo largo de él se acelera una serie de experimentaciones que culminarán en la domesticación de las plantas y animales y en el desarrollo de la agricultura. En este sentido, podemos afirmar que existen dos focos nucleares de experimentación -Mesoamérica y el Área Andina- y un foco secundario, el amazónico-caribeño, todos los cuales, junto con otros de naturaleza más marginal, incorporan al registro universal de plantas cultivadas más de cien especies. En estos complicados procesos ocurridos en el continente americano, el énfasis preferente se orienta hacia la agricultura, ya que los animales domesticados son escasos. Varios milenios de experimentación, cuidado y selección de los productos vegetales documentan este lento proceso, definido por multitud de alternativas, caracterizado por la acumulación de conocimientos y acompañado por innovaciones técnicas adaptadas a él. El calidoscopio ambiental resultante del cambio al Holoceno produjo una rica variedad cultural. En Mesoamérica, la experimentación se orientó con preferencia hacia el maíz, el frijol y la calabaza. En algunas de sus regiones mejor investigadas -Tamaulipas, Tehuacan, el Centro de México y el valle de Oaxaca-, se ha constatado que esta evolución no fue homogénea. El maíz (Zea mays), la planta más importante del Nuevo Continente, que procede de un antepasado silvestre y del teosinte (Zea mexicana), pudo ser utilizado en Guilá Naquitz (Oaxaca) desde el 7.500 a.C., pero no se usa en Tehuacan hasta el 5.000 a.C., y en Tamaulipas hasta el 3.000 a.C. Las distintas variedades de calabaza (Cucurbita pepo, mixta y moschata) aparecen también con una temporalidad diferente. La primera se conoce en Oaxaca hacia el 8.000 a.C. y llega a Tamaulipas hacia el 7.000 a.C. y a Tehuacan en el 4.000 a.C. Lo mismo podríamos alegar con respecto a las otras dos variedades. En cuanto al frijol (Phaseolus coccineus), se ha aislado entre el 8.700 y el 6.700 a.C. para Oaxaca, pero no llega hasta el 5.000-2.500 a.C. a Tamaulipas y para los inicios de nuestra era a Tehuacan. Junto a estos tres alimentos básicos se utilizó pimiento (Capsicum annum), aguacate (Persea americana), amaranto (Amarantos spp.), mezquite, nopal, maguey, frutos de árboles, bellotas, nueces y un largo etcétera. En el capítulo de animales domesticados, sólo podemos apuntar perro, pavo y pato. En el Área Andina se desarrollaron otras plantas autóctonas que resultaron de la misma importancia para la evolución cultural de las sociedades complejas. En especial la papa o patata (Solanum tuberosum), que se cultivó en zonas de la sierra peruana hacia el 3.500 a.C., mientras que otras regiones no la adquirieron hasta el 1.000 a.C., e incluso no llegó a Bolivia hasta el 400 a.C.. La quinoa (Chenopodium quinoa) aparece en Ayacucho (Perú) hacia el 4.500 a.C. y no se explota en Argentina hasta inicios de nuestra era. Y lo mismo sucede con la cañihua (Chenopodium pallidicaule) y la calabaza (Cucurbita ficifolia y moschata). En los Andes orientales y su confluencia con la Amazonía se experimentó con batata (Ipomoea batatas) y cacahuete (Arachis hipogaea). La domesticación de animales tuvo más importancia en el Área Andina que en Mesoamérica, llegando a desarrollarse una verdadera ganadería en torno a la llama (Lama glama) tal vez desde los inicios del 3.000 a.C. También de gran valor económico fue la domesticación de un roedor, el cuy (Cavia porcelus). El último foco importante de domesticación fue la cuenca Orinoco-amazónica, donde además de batata y cacahuete, se experimentó con la mandioca (Manihot esculenta y utilissima), en sus dos variedades -amarga y dulce- en las sabanas de Venezuela y Colombia desde el 2.500 a.C., las cuales resultaron ser de enorme importancia económica para los grupos del bosque tropical.
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Han sido muchos, y muy variados, los intentos de definir el arte etrusco. Sin insistir en la arquitectura, cuya originalidad resulta patente, los indiscutibles contactos entre tirrenos y griegos han supuesto, durante siglos, un verdadero ejercicio crítico a la hora de delimitar los campos y de matizar -a veces obra a obra- las relaciones. Podría recordarse, por ejemplo, que hasta principios del pasado siglo eran consideradas etruscas las cerámicas áticas, porque casi todas aparecían en los ajuares toscanos. Hoy el panorama se ha ido aclarando y, a pesar de las tendencias discrepantes que aún permanecen, hay un acuerdo generalizado sobre la apreciación general del arte etrusco, sobre la idea de un cierto aire que lo caracteriza, y, desde luego, sobre su grado de dependencia frente a la plástica griega y sus posibilidades de particular iniciativa. Bastará que expongamos un par de opiniones al respecto, a título de introducción. Empecemos por citar a R. Bianchi Bandinelli. Para este teórico e investigador, el arte etrusco mantiene siempre un carácter artesanal, "del que pueden emerger, y emergen, personalidades artísticas originales, pero que, irás a menudo, confía en un buen hacer espontáneo y generalizado y se deja llevar por influjos externos, cambios de gusto y cuantos aconteceres afectan a la clase gentilicia consumidora de objetos artísticos. Frente a la marcha congruente del arte griego, donde fantasía y razón se equilibran siempre y se llega a superar la condición artesanal del escultor o pintor, los etruscos avanzan por empujes sucesivos recibidos de fuera. Sus obras más conseguidas se hallan en el campo de las artes decorativas (candelabros, cistas, espejos grabados, urnas cinerarias, sarcófagos), y los problemas más graves surgen ante las obras de gran formato: fruto de los saqueos, éstas nos han llegado en muy escaso número, y algunas (la Quimera de Arezzo, la Loba Capitolina, etc.) se muestran de una calidad no sólo superior, sino tan peculiar, que periódicamente hacen surgir el problema de su atribución a la producción etrusca, a talleres de la Magna Grecia, o incluso a talleres instalados en Etruria" (L'arte etrusca, Roma, 1982, p. 13). Se trata de una visión perfectamente atinada, según los planteamientos actuales, y que M.-F. Briguet ha matizado aún más en una reciente publicación: pérdidas masivas de obras de arte (entre ellas, las de mayor entidad tanto en el campo de la pintura como en el de la escultura), restauraciones abusivas realizadas en el siglo XIX, etc., complican, según esta autora, el análisis del arte etrusco, donde la norma es un abundantísimo artesanado. De cualquier forma, sin embargo, puede afirmarse que "el arte etrusco no constituye una disciplina como el arte griego, cuya ambición de permanencia y universalidad desconoce... No mantiene ni su espíritu competitivo, al parecer, ni su perfección técnica... y jamás intentó, como él, crear un tipo humano ideal fundamentado en la observación atenta de la realidad y engrandecido por la inteligencia y la razón. Por esta causa, los espectadores se mantienen en una actitud dubitativa: mal comprendido, mal definido, el arte etrusco sigue adornándose con una sonrisa enigmática, y se siente la tentación de entregarse, ante sus obras, más a las sensaciones que al análisis y al razonamiento" (Le sarcophage des époux de Cerveteri du Musée du Louvre, Florencia, 1989, p. 148). Esta última afirmación es, efectivamente, cierta. Pero no constituye, creemos, una nota negativa. Por el contrario, toda obra de arte ha de atraer, por definición, las sensaciones; ha de ser sugestiva, en una palabra. El hecho de que el arte etrusco aliente a ello quiere decir, en el peor de los casos, que sabe al menos incorporar sentimientos peculiares, ajenos al mundo griego, dentro de la plástica helénica. Sin duda carece de originalidad estilística -tiempo tendremos de acostumbrarnos a ello-, pero no es un arte provincial, versión empobrecida de sus modelos: al igual que el arte ibérico, por ejemplo, maneja, desvirtúa y recrea ciertas posibilidades del arte griego, para adaptarlas a una mentalidad particular. El artista etrusco se deja invadir por un lenguaje plástico prestigioso y cargado de matices que, a menudo, es incapaz de entender, pero a cambio, sabe infundirle, en ocasiones, un hieratismo aristocrático o un vitalismo desenfrenado o, en ciertos casos, una inquietante sensación de temor y desasosiego.
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Uno de los símbolos de la Tarragona romana, el arco de Bará se halla situado en la antigua Via Augusta, a unos 20 kilómetros al nordeste de la ciudad, en el límite de la unidad geográfica actualmente conocida como Camp de Tarragona. Con una larga historiografía, la primera mención es de Mariangelo Accursio (1525), el monumento ha sido objeto de diversas restauraciones (1786, 1840, 1936) que, junto al paso del tiempo, han contribuido a variar de forma significativa su imagen. Ha sido tradicionalmente fechado a principios del siglo II d. C., básicamente a partir de la lectura de la inscripción, en la actualidad parcialmente conservada en el arquitrabe de uno de sus lados, en la que se ha identificado a Lucius Licinius Sura, el influyente senador y tres veces cónsul, como constructor del mismo, ex testamento. Se trata de un arco de un solo vano, construido sobre un alto podio, con un cuerpo central estructurado por cuatro lesenas corintias en cada una de las fachadas; lesenas simples junto al arco y de ángulo en los extremos. Las lesenas se apoyan en una especie de plinto corrido, que separa el cuerpo central del podio, y sostienen un entablamento formado por un arquitrabe moldurado, un friso -en el que originariamente se hallaba la inscripción- y una cornisa denticulada. Tanto la cornisa como el ático que, sin duda alguna, coronaba el monumento han desaparecido. La antigua imagen del arco era diversa de la actual ya que, por un lado, presentaba el citado ático, probablemente con estatuas, y, por otra parte, la cota de base era unos 0,90 m inferior a la que ahora podemos observar. Las dimensiones del edificio pueden reconstruirse en 14,65 m de altura, 11,84 de fachada y 3, 7 para los lados menores. Un reciente estudio ha permitido fechar, gracias al análisis arquitectónico del mismo, su construcción a finales del siglo I a. C., momento al que, por sus caracteres paleográficos, también corresponde la inscripción. Esta era ligeramente más larga de cuanto se había pensado y completaba a otro epígrafe principal, perdido, que debió situarse en el ático, probablemente indicando a quién fue dedicado el monumento. La nueva cronología atribuida al epígrafe (CIL II, 4282 =RIT 930) del arco de Bará, permite determinar que éste fue construido por disposición testamentaria de un Lucius Licinius Sura, perteneciente a la tribu Sergia, fallecido en el último cuarto del siglo I a. C. Este personaje, antepasado homónimo del senador de época de Trajano, puede ser identificado, a nivel de hipótesis, con un praefectus de Lepida/Celsa (Velilla de Ebro), quizás emigrado a Tarraco a principios del principado de Augusto.
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En la iglesia de Santa Martina, aneja a la Curia del senado, se conservaron durante todo el Medioevo la inscripción dedicatoria y los restos de un monumento destruido no sabemos por qué causa: uno de los arcos de triunfo más hermosos de Roma y más típicamente romanos a juzgar por los relieves que del mismo se conservan, once en total, los tres más completos, y mejor conservados, en el Palacio de los Conservadores desde 1515, y los otros ocho usurpados por el emperador Constantino en el siglo IV e instalados en el ático de su arco. Según la inscripción (CIL, VI, 14) el arco se le concedió a Marco Aurelio en diciembre del 176 por haber superado a todos los generales que el mundo había conocido. En efecto, el emperador había pasado ocho años enteros fuera de Roma sin tomarse un día de descanso. Los bárbaros presentes en los relieves visten la misma ropa (túnica de mangas y capa) y tienen la misma fisonomía que los germanos que figuran en la Columna, de modo que han de ser como éstos, los marcomanos y los sármatas del Danubio, con los que el emperador estaba decidido a formar dos nuevas provincias, Marcomania y Sarmacia, que nunca llegaron a hacerse realidad. En varias placas figura al lado del emperador su mejor general, Ti. Claudio Pompeyano, presunto sucesor en el imperio. Para hacer más sólido el compromiso, Marco Aurelio le concedió la mano de su hija, Lucila, viuda de Lucio Vero (víctima éste de la peste del 169). Cuando todo parecía arreglado en el Danubio, el emperador y sus tropas hubieron de partir para Oriente, donde el ejército de Siria y el pronunciamiento favorable de Alejandría, habían aclamado como César al ambicioso Avidio Casio. Los ejércitos no llegaron a enfrentarse, porque las tropas de Avidio ajusticiaron al rebelde. El 23 de diciembre del 176, Marco Aurelio pudo celebrar en Roma los triunfos de los últimos ocho años, en compañía de su hijo Commodo, proclamado ya sucesor al trono, pese al convencimiento de su padre de que carecía de dotes y de carácter para ocuparlo dignamente. El formato de los relieves, más alto que ancho, limita sus posibilidades de instalación al ático de un arco, como la que le dio Constantino a los reutilizados por él. El estilo tampoco es todo lo homogéneo que cabría esperar en obras de un mismo taller, pero éste no es obstáculo insuperable. Sieveking y Rodenwaldt primero, Wegner y Becatti mucho después, han dudado, sin embargo, de que todos perteneciesen a un mismo arco. L'Orange ha sido el más acérrimo defensor de su pertenencia a un solo monumento, y esta tesis sigue teniendo defensores calificados. Cada uno de los relieves exalta las virtudes y los momentos culminantes de la actuación del césar, la Clementia, demostrada en su benevolencia y consideración con los bárbaros; la Pietas, en el desempeño de sus funciones sacerdotales; la Victoria, la Fortuna, la Providentia, la Fortitudo. Los tres relieves del Palacio de los Conservadores tienen la ventaja, sobre los demás, de conservar la cabeza auténtica de Marco Aurelio, no sustituida por la de Constantino. En uno de ellos, el de la Victoria Caesaris, el emperador se encuentra en un carro triunfal tirado por una cuadriga y coronado por una Victoria. Aunque la cuadriga marcha hacia la derecha, girando hacia la Porta Triumphalis por donde ha de pasar, Marco Aurelio aparece apenas sesgado, casi de frente, mostrando una tendencia, que acabará por imponerse, a que el césar se muestre siempre de cara al espectador, aun cuando la acción requiera verlo de perfil como tantas veces está Trajano en su columna. El séquito del emperador se reduce a un lictor que dirige su mirada reverente a los ocupantes del carro y un buccinator que introduce el pabellón de la trompeta en el vano del arco. El templo que se ve junto a él debe de ser el de la Fortuna Redux. El estilo clasicista no impide, pues, que empiecen a debatirse en él tendencias que muy pronto se mostrarán pujantes en otros monumentos. En éste asistimos a la culminación de dos siglos de arte imperial que están comenzando a ceder el terreno a nuevas manifestaciones.
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En la linde oriental del Foro Romano se erigió en honor de Tito, a poco de su muerte en el año 81, este arco, hoy el más antiguo de cuantos se conservan en Roma. A esta conservación contribuyó la extensa restauración llevada a cabo hace un siglo largo por el discreto Valadier, como se echa de ver sobre todo en el lado que mira al foro y en la inscripción del mismo. Por el otro lado se conserva buena parte del friso y la inscripción original, por la que el senado y el pueblo romano dedican el monumento al Divo Tito Vespasiano Augusto. Con loable modestia, Domiciano se abstuvo de figurar en la dedicatoria. El arco consigue armonizar perfectamente lo que pudieran ser componentes antagónicos, la puerta y los pilares de una muralla. El conflicto radicaba en el enlace de las proporciones de aquélla con las de éstos. El arco ha de ser de medio punto, y debe tener, por tanto, una altura relativamente baja. Las semicolumnas de los ángulos de los pilares no pueden ser tan altas que parezcan gallardetes; y sin embargo, pilares y arco deben alcanzar una misma altura y compartir un entablamento y un ático comunes. La solución encontrada aquí fue perfecta: las pilastras del arco descienden hasta la última moldura del zócalo, mientras que las columnas arrancan de encima de éste. Los capiteles pertenecen al orden compuesto, de las hojas del corintio y las volutas del jónico, una nueva moda implantada entonces. En las enjutas del arco sendas Victorias se dirigen volando sobre globos, portadoras de estandartes, a las claves de los arcos, joyas del barroco antiguo. La ese que dibujan sus volutas está recubierta de follaje, y por si esto fuera poco, las personificaciones de Roma y del Genio del Pueblo Romano se alzan valientes ante su respectiva consola. No sabemos qué diría un griego de este alarde de anticlasicismo. Lo que del friso se conserva por el lado oriental del arco, corresponde a la entrada triunfal de Vespasiano y Tito en la ciudad de Jerusalén, algo sucedido mucho antes de la celebración del triunfo en Roma. Lo relativo a éste se encuentra más abajo y mucho más visible, como si sus autores hubiesen tenido conciencia de estar planteando a la crítica de arte del futuro el problema de si se podía o no hablar de una escultura romana independiente de la griega. En el interior del pasadizo del arco, se encuentran a media altura, uno a cada lado, dos altorrelieves de gran formato. Uno está dominado por la cuadriga y el carro en que el emperador Tito, a quien corona la Victoria, desfila en triunfo. No lo acompañan, como sería de esperar, los magistrados, sacerdotes, vestales, miembros de la familia imperial y allegados, sino sólo los lictores con sus fasces y las figuras alegóricas de Dea Roma, seguida dócilmente por la cuadriga imperial, el Genius Populi Romani y el Genius Senatus. Cuando el arco fue levantado, Tito había muerto. En lo más alto del intradós del arco un relieve lo muestra en su transporte al cielo a lomos del águila de la consecratio. Esta circunstancia aconsejó sin duda no representarlo en compañía de los vivos, sino de figuras alegóricas, aunque el hecho que se conmemoraba fuese histórico. Nacía así como nuevo género el relieve histórico-alegórico. El otro relieve es una visión puramente histórica del mismo desfile y no hay en ella nada sobrenatural, sino sólo la masa más compacta aquí, más holgada allí, de los portadores del botín y de ciertas enseñas en un lugar y momento concretos, el de su entrada por la Porta Triumphalis, reconocible por las dos cuadrigas que la coronan. La puerta, vista de escorzo, se sumerge en el fondo del relieve como si éste no existiese. La apretada turba camina ligera en varios planos, y sus componentes tienen no sólo el mayor o menor bulto que les corresponde, sino distintas alturas. El movimiento parece ondulante, y su trayectoria, curva: el cortejo viene de frente por la izquierda y gira hacia el fondo por la derecha, penetrando en el vano de la puerta. Este y otros pormenores del relieve recuerdan a las urnas tardías de Volterra y podrían revelar una concepción tuscánica o itálica del mismo. Como en el relieve anterior, a las figuras les sobra el tercio superior del fondo, que allí se rellena con los ocupantes del carro y sobre todo con las fasces, que crean ilusión de espacio, y aquí con las piezas más características del botín judaico -la Mesa de los Panes, las Trompetas de plata y el Candelabro de los Siete Brazos, del Templo de Jerusalén-, y con unos estandartes en forma de tabula ansata. Esta concepción y este tratamiento del fondo le dan al relieve una gran profundidad espacial, y su claroscuro una plasticidad tan intensa y tan pictórica como es posible en un relieve. Si esas calidades justifican el empleo de los términos ilusionismo y barroco, tan anacrónicos el uno como el otro, es cuestión de criterios.
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La década de los noventa, la que se había iniciado con la revuelta jónica, a la que los atenienses colaboraron con veinte naves, fue en Atenas escenario de conflictos, donde la herencia de los tiranos y las tendencias renovadoras de la democracia se encuentran involucradas con los efectos de la presencia persa en el Egeo. Pisistrátidas y Alcmeónidas están presentes en los asentamientos costeros afectados por la expansión y por sus acciones represivas o protectoras de determinados grupos colaboracionistas dentro de la política de las ciudades. Mientras Hipias era protegido de los persas, en el 496-95 desempeñaba el arcontado en la ciudad de Atenas un Hiparco, miembro de la misma familia de los tiranos, a pesar de que antes la misma asamblea había votado el apoyo a la revuelta antipersa. Por otra parte, en el año 493, el poeta trágico Frínico representó su obra "La captura de Mileto", acerca de los recientes acontecimientos, ocurridos cuando la ayuda ateniense ya se había retirado, tal vez porque ya entonces dominaba una política menos hostil a los persas. La obra es de las pocas, conservada sólo los "Persas" de Esquilo, que se refieren a acontecimientos históricos recientes, dentro de un género que habitualmente tiene el mito legendario o heroico como tema. Así se convierte en heroico el drama reciente de la ciudad. Ahora bien, según Heródoto, el público no pudo reprimir su dolor y, consecuentemente, multaron al autor. El corego, ciudadano encargado de los gustos de una liturgia o función pública cara pero productora de gran prestigio, había sido Temístocles, del genos de los Licómidas, no especialmente brillante, pero considerado hostil a los Alcmeónidas, en unos momentos en que parecen acercarse los intereses de éstos a los de los Pisistrátidas. Si bien Frínico fue multado, sin embargo, al año siguiente Temístocles fue elegido arconte. Tal vez, paralelamente, se hubiera producido un acercamiento a Milcíades, que a su vez había roto con los Pisistrátidas. Las luchas gentilicias reflejaban las tensiones que afectaban a la población en su conjunto, en proceso de consolidación como democracia, para la que los apoyos exteriores, imprescindibles, resultaban oscilantes debido a la alteración de las circunstancias, entre las que la presencia persa y la política externa espartana desempeñaban también un papel.
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Hasta hace poco tiempo, las tierras bajas mayas se consideraban una región aislada, despoblada, que se sumó tarde a los procesos aldeanos mesoamericanos; sin embargo, en la actualidad se ha completado un cuadro evolutivo más exacto que pone de relieve su incorporación temprana a esta tradición. Dada su gran extensión, la evolución cultural será distinta entre las tierras bajas, el altiplano y la llanura costera. La evidencia sostiene que hacia el 2000 a. C. se instalan en el bosque tropical pequeñas aldeas que tienen una cerámica ya evolucionada en sitios como Cuello (Belice), Becán y Cenote Maní (Yucatán). En Cuello, junto a tales cerámicas, se define un patrón cultural que incluye plataformas, enterramientos, basureros y objetos que se mantendrán en la tradición maya. Sin embargo; en la Costa del Pacífico, los desarrollos más tempranos caracterizan la fase Barra (2000 a 1500 a. C.), mediante sitios cercanos a la costa que tienen una economía mixta basada en la recolección de productos de estuario y el cultivo de tubérculos, como la mandioca amarga; una tradición que algunos investigadores piensan fue importada desde sitios costeros de Ecuador y de Colombia. Después del 1500 a. C. la región se integra culturalmente en el llamado Horizonte Ocós, y este sistema de subsistencia es desplazado por el patrón más mesoamericano fundamentado en la agricultura del maíz. Las formas típicas de cerámica son el tecomate o jarro globular sin cuello, y el plato de fondo plano, decorados con pintura de hematite especular y técnicas de incisión e impresión, como diseños de rejilla y estampado de mecedora. Las tradiciones tempranas incluyen las figurillas de arcilla sólidas, toscas, dedicadas a cultos a la fertilidad, como única manifestación artística. La diferencia fundamental estriba en que, mientras en Chiapas y sitios aislados de Costa del Pacífico se deja sentir cierta influencia olmeca en Padre Piedra y lugares de la Depresión Central del río Grijalva, en las tierras bajas no existen huellas de tal conexión. La arquitectura pública aparece desde el Formativo Medio. En San Antonio (Chiapas) se construyen estructuras piramidales organizadas en torno a plazas, amplias plataformas para sustentar edificios e, incluso, se programa un juego de pelota, manifestando unos mecanismos culturales de gran similaridad a los instalados en la Costa del Golfo y Oaxaca. La escultura monumental incluye diseños de inspiración olmeca y así, en sitios como Tzutzuculli, El Xoc y San Miguel Amuco se generalizan tallas bidimensionales, en bajorrelieve, realizadas según cánones olmecas. Paralelamente a estos acontecimientos, la arquitectura monumental en las tierras bajas mayas se inicia de manera autóctona a finales del Formativo Medio: en Tikal, en el área de Mundo Perdido, se construyó una estructura piramidal en cuatro escalinatas al oeste de una plaza, y en relación con una plataforma al este, que más tarde habría de sustentar tres edificios, con una función astronómica. Son los Complejos de Conmemoración Astronómica, cuya presencia indica que la vida compleja en las tierras bajas se formó en torno a estos centros de ciencia y religión.
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Dice Aristóteles que, en el período subsiguiente a las Guerras Médicas, en Atenas había gobernado el Areópago gracias a las medidas que había tomado en el momento de la batalla de Salamina. Se trata, pues, de un efecto del espíritu triunfalista, el mismo que llevaría a intervenir en favor de Esparta a propuesta de Cimón. Sin embargo, después del ostracismo de Temístocles, al inicio de la década de los sesenta, las circunstancias comienzan a cambiar, seguramente por causas no ajenas a dicha intervención. En efecto, mientras Cimón estaba ausente, en 462-61, en Atenas, Efialtes lleva a cabo una serie de medidas que afectaban principalmente al Areópago, tanto porque fueron acusados muchos de sus miembros por delitos públicos, como porque la institución misma se vio privada de buena parte de sus funciones. En relación con el primer aspecto, cabe pensar que aquí se encuadre el desarrollo de las prácticas por las que los magistrados y cargos públicos se someten en Atenas a la rendición de cuentas. Nadie estará libre en la democracia de una sanción si su gestión no ha sido satisfactoria para el demos. En este sistema, donde en el aspecto económico los controles siguen en manos de las grandes familias, tal forma de supervisión popular limita la capacidad de los poderosos para ejercer sus cargos con impunidad. Según Aristóteles, lo fundamental fue que privó al Areópago de su papel de guardián de las leyes y creó nuevos nomophylkes, para desempeñar esa función, mientras que otras fueron atribuidas al Consejo de los Quinientos, la boule, y a los tribunales, la Heliea, reclutada entre todos los miembros del demos. La consecuencia, en este aspecto, afecta al arcontado, al que se priva de la capacidad de dar un veredicto en cuestiones judiciales, ahora en manos del demos. Bien es verdad que, anteriormente, los arcontes, al haberse designado por sorteo, habían perdido funcionalidad política y atractivo como función desempeñada por la clase dominante, por lo que no tuvo tanta importancia en la fama que posteriormente acompañaba a las reformas de Efialtes, más atenta a lo que afectaba al Areópago, organismo entonces en auge. Ahora quedaría limitado al juicio por delitos de sangre, heredero de la justicia gentilicia, ya estatalizada en tiempos de Dracón. Ese papel venerable mantendría su prestigio, vinculado a la leyenda de la absolución de Orestes por el asesinato de su madre, timbre de gloria de la Atenas mítica que sirvió de resolución dramática conciliadora a la tragedia de los Atridas representada en la Orestiada esquilea, en el año 458. Otra consecuencia fue el ostracismo de Cimón, coherente con la misma reacción del demos, en el plano institucional y en el plano individual. La represión de la revuelta de los tasios pudo colaborar, pues de allí volvía cuando sufrió la condena, porque tal vez ponía de relieve que las relaciones idílicas no eran posibles en el imperio tal como se iba configurando, ni siquiera entre griegos. La teórica continuación de la guerra contra los persas está empezando a dejar ver su otra cara, que afectaba a estas otras relaciones.