Busqueda de contenidos

contexto
Entre 600-900 ó 1000 d. C., el área peruana contemplará un fenómeno de unificación cultural que se ha denominado Horizonte Medio o también imperio Huari, ya que por el momento parece ser la ciudad de Huari, en la región de Ayacucho, el motor de los cambios profundos que llevaron a tal unificación. El arte y particularmente la cerámica serán una muestra clara de la expansión de una cultura que impondrá una iconografía particular e incluso unas técnicas desconocidas hasta ese momento. La cerámica polícroma se extenderá incluso a regiones desprovistas de las materias primas necesarias para su fabricación; aparecerán objetos fabricados con turquesa y lapislázuli y también finos tejidos policromados y en todo ello las representaciones de divinidades concretas o seres mitológicos. Las ruinas de Huari se encuentran a unos 25 km al norte de la actual ciudad de Ayacucho. Es un extenso centro urbano constituido por conjuntos de recintos rectangulares formados por muros altos y gruesos de piedras sin trabajar, circunvalados por otros muros de centenares de metros de longitud y de 6 a 12 m de altura que delimitan áreas, a manera de barrios. Las casas son rectangulares, tienen cuartos interiores y se encuentran también calles, plazas, terrazas empedradas, canales subterráneos y posibles reservorios de agua, recintos ceremoniales y un cementerio con entierros correspondientes a diversos períodos. Huari posee una escultura en piedra, relacionada estilísticamente con la de Tiahuanaco, pero con rasgos peculiares. Aunque tienen la misma tendencia geometrizante, de decoración con relieve en torno a un bloque, carecen de decoración sobreañadida y tienden a un cierto realismo. Es corriente la representación de individuos ricamente ataviados en los que destaca un tocado trapezoidal con cuatro picos o un sombrero de plumas. La cerámica Huari, polícroma y técnicamente muy elaborada, tiene siempre una cierta unidad estilística a pesar de las variantes regionales y de los estilos locales que se cuentan entre dichas variantes. Es precisamente la cerámica la que ha permitido el establecimiento de una cronología precisa para Huari, dividida en tres fases y cada una en estilos diferentes, aún dentro de la unidad mencionada. La fase más antigua muestra una fuerte influencia de Tiahuanaco, entremezclada también con Nazca, el origen probable de la brillante policromía, hasta el punto de que antes se hablaba de un estilo Tiahuanaco Costero. Esta influencia se manifiesta también en la iconografía, siendo motivo de representación común el personaje central de la Puerta del Sol de Tiahuanaco, motivo iconográfico en el que se refleja muy bien una de las características dominantes del estilo Huari, la tendencia a la geometrización y a la simplificación de las formas. De esta manera, la conocida figura de las varas acabará reducida a una cara rectangular de la que saldrán a modo de rayos, o las representaciones de aves, felinos o camélidos, geométricos pero reconocibles en un principio, terminarán en dos o tres elementos repetidos de manera esquemática en lo que se ha llamado Huari epigonal o final del estilo. Huari representó un impulso considerable para el desarrollo del urbanismo en el Perú, propiciando la conversión de centros religiosos en seculares, obras hidráulicas para aprovechar al máximo los terrenos de cultivo y obras de defensa que reflejan el carácter militarista de la época. La expansión Huari se realizó en muchas regiones por la fuerza de las armas, pero con tal éxito que en los siglos VIII y IX habían desaparecido por completo las antiguas culturas regionales. Huari significó también la consolidación de las clases dirigentes y de la especialización artística, procesos todos que veremos perfectamente establecidos en el período tardío. El desarrollo de la joyería, destinada a la clase dirigente, fue muy notable, utilizándose oro, plata, turquesas, concha, hueso y otros materiales, trabajados siempre con gran delicadeza. El arte del tejido experimenta también un auge considerable de la mano de los artistas Huari utilizando en su iconografía elementos al parecer de carácter religioso, como los de los ángeles guardianes que rodean la figura central de la Puerta del Sol de Tiahuanaco.
contexto
Carecemos de testimonios documentales antiguos, ya sean escritos o arqueológicos, que confirmen la existencia en España de un especial culto a Santiago por haber sido éste el que había evangelizado la Península. Un texto conocido como "Breviario de los Apóstoles", aparecido hacia el año 600, en el que se relacionaban los apóstoles y el lugar en el que éstos habían sido enterrados, atribuye a Santiago la evangelización de España, su martirio y sepultura en los siguientes términos: "Santiago, cuyo nombre significa el que suplanta, hijo de Zebedeo, hermano de Juan, predica aquí en España y en Occidente. Bajo el reinado de Herodes fue ajusticiado por la espada y fue sepultado en Aca Marmarica. El ocho de las calendas de agosto". El primer eco hispano de este texto corresponde a una interpolación de una obra de San Isidoro, "De ortu et obitu patrum", redactada hacia el año 650. Aldhelmo, abad de Malmesbury y después obispo de Sherborn, explicaba en un poema que se colocó sobre un altar dedicado a Santiago, hacia el año 709, cómo había ocurrido la conversión de los hispanos: "... educó con su enseñanza a los hispanos, evangelizando con su verbo divino las bárbaras multitudes que hasta entonces habían celebrado ritos antiguos en apestosos santuarios, ofuscados por las artes del horrendo demonio". A partir de estos datos, sin saber bien cómo, entre los cristianos que resisten en las montañas cántabras, a fines del siglo VIII, se tenía el pleno convencimiento que Santiago era el patrono de España. Esta invocación se hace en un himno litúrgico conocido como "O Dei verbum patris", atribuido a Beato de Liébana, el conocido monje comentarista del Apocalipsis y asesor del rey Mauregato (783-788). En la quinta estrofa de esta composición, al tratar de los Hijos del Trueno (así eran conocidos los apóstoles Santiago y Juan), se proclama: "Y también los dos poderosos Hijos del Trueno, impulsados por su madre a alcanzar los elevados puestos: Juan, que rige diestramente Asia y su hermano que los hace por España. ¡Oh verdadero, digno y santísimo Apóstol! Cabeza refulgente y áurea de España, nuestro protector y patrono vernáculo. Líbranos de la peste, males y llagas y se la salvación que viene del cielo". En aquella época, poco más se sabía sobre Santiago y su misión evangélica, pero pronto iba a acontecer un extraordinario prodigio. Informado el obispo de Iria, Teodomiro, de que se producían unos fenómenos extraños en un lugar de su diócesis, acudió allí y fue entonces cuando acaeció el hallazgo de la tumba apostólica. Alfonso II tuvo conocimiento del suceso en el año 834, disponiendo el monarca que se erigiese una basílica sobre el sepulcro. Se había creado así el santuario compostelano. Desde entonces la figura de Santiago y la Historia de España permanecerán entrañablemente unidas. El anónimo autor del "Poema de Fernán González" recoge en estos versos la satisfacción de los españoles por haber sido los únicos del Occidente que habían sido agraciados por Dios al concederles que un apóstol en persona les hubiese evangelizado: "Fuertemente Dios quiso a España honrar/ Cuand al santo apóstol quiso y enviar;/ De Inglatierra e Francia quísola mejorar,/ Sabet non yaz apóstol en tod aquel logar".
contexto
La afición de las mujeres por los idiomas, a veces mero afán de estar a la moda, favoreció la presencia de nombres femeninos en la frondosa jungla de las traducciones del siglo XVIII, sobre todo en las últimas décadas de siglo. (244) Era una manera humilde de acceder a la cultura, en un mundo de fuerte predominio masculino, mostrando al mismo tiempo sus intereses ilustrados. Ninguna parece hacerlo profesionalmente en un momento en que se está definiendo la figura del traductor profesional entre los varones. Muchas de ellas son nobles aristócratas que han tenido más fácil acceso al aprendizaje de los idiomas con sus preceptores particulares, y han podido viajar al mundo exterior. Predominan entre las traducciones los tratados de educación y los libros morales y religiosos. Gráfico Algunas de estas mujeres más destacadas fueron: María de la Concepción Fernández de Pinedo, marquesa de Tolosa, traductora del padre Lalemant Muerte de los justos o Colación de las últimas acciones y palabras de algunas personas ilustres en santidad (1793) y de un Tratado de educación para la nobleza (1796), de autor desconocido; la marquesa de la Espeja, Josefa de Alvarado, "literata y erudita señora de notable instrucción y recto juicio", el Compendio de filosofía moral (1785) del italiano Zanotti, junto a La lengua de los cálculos (1804) de Condillac; María Cayetana de la Cerda, condesa de Lalaing, tradujo del francés las Obras (1781) de la marquesa de Lambert, colección de opúsculos que, según el censor Tomás de Iriarte, forman una buena colección de "útiles máximas morales". La misma censura impidió, por contra, la publicación de la obra Las americanas o las pruebas de la religión por la razón natural, de Madame Beaumont, por ofrecer una concepción exclusivamente filosófica de la religión, lo cual provocó un memorial de la condesa al Consejo con duros argumentos contra los censores.
contexto
El apuro en que los mexicanos pusieron a los españoles En oír esto, en mirar la casa y preparar lo necesario se pasó aquella noche, y luego, a la mañana siguiente, por saber qué intención tenían los indios con su llegada, dijo Cortés que hiciesen mercado, como acostumbraban, de todas las cosas, y ellos estar quietos. Entonces le dijo Albarado que hiciese como que estaba enojado con él, y como que le quería prender y castigar por lo que hizo, pues le remordía la conciencia, pensando que así Moctezuma y los suyos se aplacarían y hasta rogarían por él. Cortés no hizo caso de aquello, antes bien, muy enojado, dijo, según dicen, que eran unos perros, y que con ellos no había necesidad de cumplimiento, y mandó luego a un principal caballero mexicano que allí estaba, que de todas maneras hiciesen mercado. El indio comprendió que hablaban mal de ellos, teniéndolos en poco más que bestias, y se enojó también él, y desdeñado, fue como que a cumplir lo que Cortés mandaba, y no fue sigo a vocear libertad y a publicar las palabras injuriosas que había oído, y en poco tiempo revolvió la feria, porque unos rompían los puentes, otros llamaban a los vecinos, y todos a una dieron sobre los españoles y les cercaron la casa con tanta gritería que no se oían. Tiraban tantas piedras, que parecía pedrisco; tantas flechas y dardos, que llenaban paredes y patio hasta el punto de no poder andar por él. Salió Cortés por una parte, y otro capitán por otra, con doscientos españoles cada uno, y pelearon con ellos los indios fuertemente, y les mataron cuatro españoles, hirieron a otros muchos de los nuestros y no murieron de ellos sino pocos, por tener la guardia cerca o en las casas, o detrás de los puentes y albarradas. Si arremetían los nuestros por las calles, les cortaban los puentes; si a las casas, recibían mucho daño de las azoteas, con los cantos y piedras que de ellas arrojaban. Al retirarse, les persiguieron terriblemente. Prendieron fuego a la casa por muchos lados, y por uno de ellos se quemó un buen pedazo sin poderlo apagar hasta derribar sobre él unas cámaras y paredes, por donde hubieran entrado a escala vista, si no hubiese sido por la artillería, ballestas y escopetas que se pusieron allí. Duró la pelea y combate todo el día, hasta ser de noche, y ni aun entonces los dejaban con gritería y combates. No durmieron mucho aquella noche, teniendo que reparar los portillos de lo quemado y debilitado, curar los heridos, que eran más de ochenta, reparar los aposentos y ordenar la gente para pelear al otro día si fuese menester. En cuanto fue de día, cayeron sobre ellos más indios, y más fuerte que el día anterior, tanto que los artilleros, sin asestar, jugaban con los tiros. Ninguna mella hacían en ellos ballestas ni escopetas, ni trece falcones que siempre disparaban, porque aunque se llevaba el tiro diez, quince y hasta veinte indios, en seguida cerraban por allí, que parecía no haber hecho daño. Salió Cortés con otros tantos, como el día anterior; ganó algunos puentes, quemó algunas casas, y mató en ellas a muchos que se defendían dentro; mas eran tantos los indios, que ni se descubría el daño ni se sentía; y eran tan pocos los nuestros, que aun peleando todos durante las horas del día, no bastaban a defenderse, cuanto más a ofender. No fue muerto ningún español; mas quedaron heridos sesenta, de piedra o saeta, que hubo que curar aquella noche. Para remediar que de las casas y azoteas no recibiesen daño ni heridas, como hasta entonces, hicieron tres ingenios de madera, cuadrados, cubiertos y con sus ruedas, para llevarlos mejor. Cabía en cada uno veinte hombres con picas, escopetas y ballestas, y un tiro. Detrás de ellos habían de ir los zapadores para derrocar casas y albarradas, y para conducir y ayudar a andar el ingenio.
obra
Goya decodió decorar su casa en las afueras de Madrid, llamada la Quinta del Sordo, con una serie de pinturas al óleo que han pasado a la posteridad con el nombre de las Pinturas Negras. El Aquelarre estaba situada en la planta baja de la casa, en una sala que haría las funciones de salón comedor. Frente a ella, se situaba la Romería de San Isidro y en los lados cortos de la sala, junto a ella, también estaban la Leocadia y Judith y Holofernes. Es difícil saber lo que verdaderamente representa esta reunión de viejas mujeres con rostros bestiales que rodean supuestamnte al diablo, al que vemos simbolizado como un macho cabrío. Podría ser una reunión de brujas en el momento de invocar a Satanás para presentarle a una neófita, la joven que aparece sentada en la zona derecha, en una silla y con las manos en los manguitos. Pero también podría mostrar una imagen de la mente del maestro, que bulle con sus fantasmas - las brujas y los monstruos variados - recibiendo, sin embargo, tranquilidad de su compañera sentimental - doña Leocadia Zorrilla, representada por la joven de la derecha -. Curiosamente, los cuadros que tiene la composición a sus lados representan claramente a Leocadia.Goya elimina todos los elementos ambientales para recortar la masa de personajes sobre un fondo pardo. En esa masa no diferenciamos a los individuos que la componen, destacando sus gestos y sus horribles rostros. La violenta pincelada aplicada, a base de manchas de color, refuerza la sensación de terror que inspira la composición. No cabe duda de lo extraño que resulta para el espectador comprender que este tipo de representaciones pudieran decorar una casa, por lo que los especialistas intentan encontrar algún elemento humorístico para explicar el conjunto.
contexto
"Cuando regresé a Roma de Hispania y de la Galia tras haber realizado en estas provincias con fortuna la labor que me había propuesto -era en el consulado de Ti. Nerón y P. Quintilio-, el Senado acordó consagrar en el Campo de Marte el Ara de la Paz Augusta por mi regreso, y ordenó que los magistrados, los sacerdotes y las vírgenes vestales hiciesen en ella un sacrificio anual". Era el 4 de julio del año 13 a. C. Seis años antes, en el 19, a su regreso de Siria, el Senado había tomado una resolución parecida: levantar en honor de Augusto el Ara Fortunae Reducis para celebrar su feliz retorno del Oriente. En este caso el ara se había levantado junto a la Puerta Capena, por donde el emperador había hecho su entrada viniendo del sur de Italia; ahora venía del norte, por la Vía Flaminia, y el ara se alzó al borde de la puerta correspondiente. Durante la construcción del Palacio Paretti, hacia 1568, aparecieron nueve placas de mármol con relieves que fueron adquiridos por la familia de los Médicis, sin que nadie los relacionase con el Ara Pacis, a pesar de su evidente importancia. El relieve de la Tellus fue interpretado inmediatamente como alegoría de los elementos agua, tierra y aire, pero hizo falta que F. von Duhn (1879 se percatase de la pertenencia de aquellas placas al Ara Pacis Augustae para traer a colación con ella los versos del "Carmen saeculare" de Horacio: "Que la Tierra, fértil en frutos y en ganado, regale a Ceres una corona de espigas. Alimenten a sus criaturas las aguas salutíferas y las auras de Júpiter". Al fin, en los años 1936-37, se practicaron rigurosas excavaciones en el lugar del hallazgo, y en el 1938, con motivo del bimilenario de Augusto, se pudo inaugurar el monumento reconstruido como hoy lo vemos, junto al Mausoleo del emperador. El ara se alza sobre un alto pedestal escalonado, dentro de un recinto murado de 11 por 10 metros, casi cuadrado, y con dos puertas de acceso, una al este y otra al oeste (hoy norte y sur en la reconstrucción). Dos puertas tenía también el recinto de Jano en el Foro. Cuando estas puertas de Jano estaban cerradas, reinaba la paz en el mundo, lo que desde los tiempos de Numa hasta los de Augusto no había sucedido más que dos veces; durante el principado de éste -él mismo lo afirma- se cerraron tres veces. Por la estrecha relación que existía entre Jano y la Paz es posible que se explique por qué tenía también dos puertas el recinto de ésta. El muro de demarcación del espacio sagrado -témenos en griego, templum en latín-, parece por dentro la copia de una valla de tablas verticales, coronada por un ancho friso de bucráneos y guirnaldas de frutos y follaje. Era éste un motivo consagrado por el arte del reino de Pérgamo, pero aquí no tratado a la griega, como un conglomerado de frutas de anchura uniforme, sino a la romana, en tramos curvos que se ensanchan gradualmente de los extremos al centro. Las cintas que ornan los bucráneos de los bueyes sacrificados no ondean a impulsos de un viento meteórico, que en aquel recinto no se haría sentir, sino del aura de sacralidad que reina en la sede de Pax Augusta. Las frutas de las guirnaldas son las propias del verano y del otoño: espigas de trigo, manzanas, peras, granadas, higos, bayas, nueces, bellotas, aceitunas, piñas, uvas, frutos silvestres y cultivados, cada uno con su follaje característico y siempre desiguales, aunque sujetos a la simetría de la composición; vistos de perfil en los extremos, de frente en el centro de cada una de las veinte combas. En el seno de todas ellas cuelga de la pared una pátera de metal, con su interior decorado en unos casos por lengüetas, en otros por una roseta, alrededor de su respectivo umbo. El zócalo de tablas pudo haberse inspirado en la tapia que delimitase el recinto el día de su dedicatoria solemne en el año 13 a. C. -una manifestación de realismo y de sentido práctico romano-; pero ahí acabaron las concesiones a lo prosaico y vulgar. En efecto, el exterior de ese mismo zócalo está revestido de una decoración vegetal de origen helenístico a base de roleos de acanto, poblados de una variada fauna. La poesía y los mitos en boga en la Roma de Augusto permitían interpretarla como alusiva a la Edad de Oro que la paz, propiciada por Augusto -pax terra marique parta- como dux pacificus, hacía creer al alcance de la mano. Nunca el relieve antiguo hizo una ostentación floral de esta magnitud; nunca los roleos clásicos se mostraron tan esplendorosos. Partiendo en cada composición, como centro, de una frondosa mata de acanto, muy fiel al natural, brotan de ella los roleos con sus caulículos, llorones, tallos, palmetas, hojas y flores, con la misma vitalidad y capacidad de llenar espacios de dimensiones moderadas -los que flanquean las puertas- que los enormes zócalos de los largos. En cada una de las matas de acanto que brotan en el centro de estos últimos, tiene su habitáculo la minúscula fauna que puebla esta floresta: dos lagartijas, una nidada de jilgueros, un sapo... De la carnosa hoja del medio se remonta recto, como un alto candelabro, un mástil de lirios egipcios, la colocasia de la "Egloga IV" de Virgilio: "mixtaque ridenti colocasia fundet acantho". A los lados, en perfecta simetría, sendos caulículos soportan las volutas de florones y palmetas. Como en la Edad de Oro lo real no está reñido con lo fantástico, pámpanos y racimos de vid se entretejen con los roleos: "incultisque rubens pendebit sentibus uva" (y el rojo racimo colgará del espino silvestre). En el cáliz de fino tallo de colocasia que brota entre los roleos, se columpia un cisne de alas desplegadas y sinuoso cuello, bello y liviano como una flor. El tema se repite a intervalos regulares. El cisne es el ave de Apolo, y su presencia, indicio de que toda la fronda nacida en la húmeda umbría del acanto ha llegado a su culminación merced al dios que la sibila de Cumas había proclamado rey de la nueva Edad de Oro: tuus iam regnat Apollo (ya reina tu Apolo). La Edad de Oro se había hecho realidad merced a la victoria de Accio, que propiciada por Apolo, había convertido al vengador de César en dux pacificus. Es asombrosa la fidelidad con que los poetas patriotas interpretaron y expresaron el espíritu del programa nacional. Augusto y toda la máquina de su propaganda tenían interés sumo en recalcar la hermandad de la Pax Augusta y de la Victoria Augusta. Allí estaban el Templo de Mars Ultor y el Foro del Princeps para recordar el origen militar del pueblo romano y de la nueva dinastía. En uno de los relieves del Ara, por desgracia muy destruido, estaba Marte observando complacido el cuadro idílico de la loba amamantando a sus hijos gemelos en la cueva del Lupercal, en el momento en que el pastor Fáustulo realizaba su pasmoso descubrimiento. Frente a él, al otro lado de la puerta principal del recinto, el troyano Eneas, insigne por su piedad y sus armas (Troius Aeneas, pietate insignis et armis), realiza en otro relieve el sacrificio previo al de la cerda de los treinta lechones, uno por cada una de las ciudades filiales de Alba Longa. Este relieve está casi íntegro. Vestido de toga sin túnica, como dice Plinio que lo estaban los reyes de Roma en sus estatuas del Capitolio, el pater Aeneas realiza la ofrenda de frutos en presencia de los penates de Troya sobre un altar rústico y asistido por dos jóvenes romanos, vestidos anacrónicamente como si fuesen de la Roma de Augusto. Las figuras míticas de Eneas y de su hijo Julo-Ascanio, el antecesor epónimo de la Gens Iulia, se fundían así con la juventud romana del momento de la dedicación del Ara Pacis; el pasado y la actualidad se entrelazaban. Era difícil que un observador de los relieves que doblase la esquina desde el lado oeste en que veía a Eneas, al lado sur, no se percatase de la gran semejanza que tenía con el Augusto con quien ahora se encontraba: Eneas y Augusto, los dos de la misma talla, los dos con la cabeza velada, ambos en la función del rex sacrorum, ministros del sacrificio inminente, tan religiosos el uno como el otro y caracterizados por su piedad, la pietas erga deos. No hay duda de la intención: con esos importantes pormenores fueron ejecutados. Encabezaba Augusto una larga procesión que como la de las Panateneas, en la Acrópolis, se dirigía en dos columnas a la puerta del templo. En los relieves se podía ver al Princeps, a su familia, a sus amigos y colaboradores -Mecenas entre ellos- dirigiéndose al sacrificio en solemne cortejo. Un senado agradecido y un pueblo regenerado asistían al acto. El nuevo régimen estaba en paz con los dioses y con los hombres. El templo de Jano se había cerrado. El hacha de la guerra, sobre todo de la guerra civil, había quedado sepultada en Accio y lo que ahora interesaba era implantar el reinado de la paz: "cum domino ista pax venit", dirá Lucano mucho después, con sorna de disidente. La Tierra -iustissima Tellus- respondía generosa, en primer lugar la de Italia, la Saturnia Tellus, a quien está dedicada la placa de uno de los relieves más hermosos del arte romano. Frente a él se encontraba otro, muy mal conservado, ocupado por Dea Roma, una vez más la Roma guerrera como contrapartida a la Roma pacífera. Tellus está sentada en compañía de sus criaturas -no sólo sus hijos, sino sus frutos, sus flores, sus animales predilectos- en un rústico trono de rocas. Su porte majestuoso y su actitud reposada, distendida, la equiparan a Venus, la Aeneadum genetrix romana, como la saludaba Lucrecio. Dos ninfas acuáticas, nimbadas por suaves velos -aurae velificantes-, una de ellas a caballo de un lobo marino, como personificación del mar, y otra de un cisne, como surgida de los ríos y las fuentes, la flanquean como las alas de un tríptico. El Ara Pacis es al siglo de Augusto lo que las esculturas del Partenón al Siglo de Pericles. Lo poco que en ella queda de arte popular se reduce al friso de diminutas figuras que acompaña a las volutas y los leones-grifos de las alas de la mesa del altar. Representaba este friso pequeño el sacrificio anual que habían de celebrar en el ara los magistrados, sacerdotes y vestales. Conforme a la prescripción, figuraban en el cortejo las vestales, los lictores que las escoltaban a ellas y a los magistrados, los apparitores, los victimarios y algo que de aquí en adelante no faltará nunca en los relieves oficiales -aún ausente del friso de la Gran Procesión-: las víctimas del sacrificio cruento; en el presente caso, un carnero para Jano y dos bueyes para Pax. Las figuras no se aprietan unas a otras, como en la procesión del otro friso, sino que caminan espaciadas, como de costumbre en el arte popular y con alardes de técnica y de arte que exhiben tanto los frisos figurados como los vegetales. Hay quienes se niegan a llamar artísticas a éstas y otras manifestaciones: la del friso de los Vicomagistri, del Museo Vaticano, o la del interior del Templo de Apolo Sosiano. Arte o no arte, están sin embargo ahí, bajo la tutela de la corte imperial y como prueba de que a muchos romanos, la mayoría de ellos sin, duda, la escultura les interesaba por el tema y sus pormenores (por ejemplo, las estatuillas de los Lares y del Genius Augusti que figuraban en el cortejo de los vicomagistri, vistas de frente para que el espectador las mirase bien), no por la forma ni por las excelencias de su arte.
contexto
Junto al hebreo, el arameo ocupa un lugar importante en la historia y la cultura judías. Antiguamente estuvo en uso en una amplia franja de países, desde Egipto hasta la India. Existen pasajes bíblicos escritos en arameo y manuscritos judíos arameos desde el siglo V a.C. El arameo fue el idioma de un gran número de judíos en la antigüedad, especialmente en Israel y Babilonia, incluyendo su literatura el Talmud y los targums o traducciones de la Biblia. Lengua de eminente uso cultural, siguió en uso incluso después de haberse dejado de hablar. El Zohar, texto clásico de la Cábala, fue escrito en arameo en España en el siglo XIII, siendo todavía empleado hoy en documentos, oraciones e himnos muy populares. Actualmente muy pocos judíos hablan arameo, aunque sobrevive en el Kurdistán con una amplia literatura oral y escrita.
contexto
El árbol metl Hay árboles en las sierras de México muy olorosos, y que los nuestros pensaron en seguida, en viéndolos, tener especias; empero la corteza es bastardísima, y el grano flojo. Había cañafístulas, mas ruines y no estimadas; los españoles las crían muy buenas. Hay árboles que tienen hojas coloradas y verdes, que parecen bien; otros que llaman de los vasos, por la fruta; y otros cuyas espinas sirven de alfileres. El elo es árbol grande, y tiene las hojas como el nogal, mas como el brazo de largo; no echa fruta, sino una flor blanca, verde y clara; tiene pena de muerte quien la lleva si no es señor o si no tiene licencia; la misma pena tiene el que lleva la iolo, rosa de gran árbol, de forma de corazón, color blanquecino y olor de camuesa. Es buena con cacauatl para las calenturas, aunque sean de frío; conforta el corazón, según su nombre y forma. Quien come la iolo que tiene las vetas moradas, enloquece. De estos árboles y otros así eran los huertos de Moctezuma, que tenía para su recreo. La vacalxuchitl es una rosa de muchos colores, que adoba el agua, y la encarnada se calienta por las tardes; propiedad rarísima. El ocozotles es árbol grande y hermoso, con las hojas como yedra; cuyo licor, que llaman liquidámbar, cura heridas, y mezclado con polvos de su misma corteza, es agradable perfume y olor suave. El xilo es otro árbol, del que sacaban los indios el licor que los nuestros llaman bálsamo. Pero, ¿qué voy contando, pues son cosas naturales que piden más tiempo? Solamente quiero poner el metl, por ser provechosísimo. El metl es un árbol que unos llaman maguey y otros cardón; crece más de dos estados de altura, y en grueso cuanto un muslo de hombre. Es más ancho de abajo que de arriba, como el ciprés. Tiene unas cuarenta hojas, cuya forma parece de teja, pues son anchas y acanaladas, gruesas al nacimiento, y terminan en punta. Tienen una especie de espinazo, grueso en la curva, y van adelgazando la halda. Hay tantos árboles de éstos, que son allí como aquí las vides. Lo plantan, y echa espiga, flor y simiente. Hacen lumbre, y muy buena ceniza para lejía. El tronco sirve de madera, y la hoja de tejas. Lo cortan antes de que crezca mucho; y engorda mucho la cepa. La excavan por la parte de dentro, donde se recoge lo que llora y destila, y aquel licor es luego como arrope. Si lo cuecen algo, es miel, si lo purifican, es azúcar; si lo destemplan, es vinagre, y si le echan la ocpatli, es vino. De los cogollos y hojas tiernas hacen conserva. El zumo de las pencas asadas, caliente, y exprimido sobre llaga o herida fresca, sana y encora pronto. El zumo de los cogollitos y raíces, revuelto con jugo de ajenjos de aquella tierra, cura la picadura de víbora. De las hojas de este metl hacen papel, que corre por todas partes para sacrificios y pintores. Hacen asimismo alpargatas, esteras, mangas de vestir, cinchas, jáquimas, cabestros y finalmente son cáñamo y se hilan. Las púas son tan fuertes, que las hincan en otra madera, y tan agudas, que cosen con ellas como con agujas cualquier cuero, y para coser sacan con la púa la veta, o hacen como con lezna o punzón. Con estas púas se punzan los que se sacrifican, según muchas veces tengo dicho, porque no se rompen y despuntan en la carne, y porque, sin hacer gran agujero, entran cuanto es menester. ¡Buena planta, que de tantas cosas sirve y aprovecha al hombre!