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Pocos artistas han sabido plasmar en sus lienzos la belleza de los paisajes provenzales con la misma fuerza de Cézanne. Para él la belleza estaba en la naturaleza y en ella debía buscar los volúmenes y las formas que paulatinamente sus compañeros impresionistas iban perdiendo. Para ello empleará en numerosas ocasiones los árboles, representados en primer plano como en esta tela, apreciándose entre el espeso follaje del paisaje provenzal el acueducto que se observa también en numerosas imágenes de la montaña Sainte-Victoire. Partiendo del impresionismo, Cézanne se interesa por la estructuración geométrica de la naturaleza y para ello no duda en trazar oscuras líneas para formar las siluetas de los contornos. La iluminación y la atmósfera que identifican las obras de Monet pasan a un segundo plano para interesarse por el color, el verdadero artífice de esa relectura del paisaje a la que aludíamos. Las tonalidades son limitadas -verdes, marrones, sienas, amarillos y lilas-, aplicadas con pinceladas fluidas con las que se organiza la estructura de la composición, anticipándose al cubismo en el empleo de las facetas.
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El Adelantado Alvar Núñez Tres años después de la muerte de Pedro de Mendoza, primer fundador de Buenos Aires, el 18 de marzo de 1540, Alvar Núñez Cabeza de Vaca conseguía del Emperador un asiento y Capitulación para que, con los títulos de Gobernador, Adelantado y Capitán General del Río de la Plata, fuera a socorrer a los supervivientes de la expedición de Mendoza18. Los límites de esa gobernación eran harto imprecisos y seguían siendo los mismos que los concedidos al anterior gobernador Pedro de Mendoza: al Norte, limitaba con el gobierno de Diego de Almagro; al Sur, con el Estrecho de Magallanes; al Este, con el Atlántico, incluyendo expresamente la isla de Santa Catalina. Tendría dos mil ducados de renta anual, aparte de otros beneficios, como la franquicia del almojarifazgo durante dos lustros; el permiso de levantar fortalezas, con cien mil maravedíes de sueldo cada una. En la Capitulación, en la que la Corona no daba ninguna ayuda económica, sí especificaba minuciosamente el capital que aportaba el Adelantado y conquistador, y que consistía en unos ocho mil ducados, como hemos dicho anteriormente, que debía invertir en los navíos y en la compra de armas, caballos, víveres y pertrechos de guerra. El 2 de noviembre de 1540 salía de Cádiz una flotilla de tres navíos, más otro que se les uniría al llegar a Canarias. En total, cuatrocientos hombres iban en la expedición de Alvar Núñez, que tras cinco meses de accidentada navegación arribaban a la isla de Santa Catalina19. Desde dicha isla envía un navío exploratorio en socorro de Buenos Aires, pero regresa rápido porque era invierno y tiempo contrario para la navegación de río, Esto y la llegada a la isla de Santa Catalina de nueve españoles, evadidos de Buenos Aires, por los malos tratamientos que les hacían los capitanes que residían en la provincia, constituye la primera y velada acusación contra Martínez Irala y los suyos. Pero sabe más, y es que Buenos Aires se mantiene; que Juan de Ayolas ha sido asesinado, y que, hacia el interior del Paraguay, viven el grueso de los supervivientes en la población de Asunción. Dado que el estado del mar le preocupa, y sobre todo no tiene espíritu marinero, decide temerariamente ir en socorro de Asunción, a través de la tierra; para ello envía antes a su fiel amigo Pedro Dorantes, que le ha seguido en este nuevo periplo, con ciertos cristianos e indios, para que explorara la naturaleza del terreno. Como los informes de Dorantes son alentadores, emprende su arrojado proyecto; despacha los barcos hacia el Plata para que socorran Buenos Aires, y él con 250 hombres y 26 caballos, inicia el camino terrestre. La marcha durará cuatro meses, y sin perder un solo hombre llegará a la Asunción, en los primeros meses del año de 1542. El itinerario ha sido seguir el curso del Igua?u, hasta llegar al Paraná, a través de los actuales Estados brasileños de Santa Catalina y de Paraná. Las autoridades de la Asunción, con Martínez Irala al frente, reconocen al nuevo gobernador. El mito de Alejo García y su expedición al fabuloso Rey Blanco será obsesivo para Alvar Núñez: llegar a las tierras argentíferas, que no serán otras que Potosí, y descubrirlas antes que los españoles que ya se encuentran en el Perú. Para ello, primero envía a Irala que pronto regresa con buenas noticias, por lo que el Adelantado prepara una expedición, capitaneada por él mismo, que parte en septiembre de 1543, remontando el Río Paraguay, y llegando casi hasta su nacimiento en el chapadao mattogrossense, donde se decide el regreso, ante la imposibilidad de proseguir la navegación. El regreso será bien amargo para Cabeza de Vaca. Una conspiración de los oficiales reales dirigidos por Martínez de Irala termina con el Adelantado en la cárcel y su posterior envío a la península donde será juzgado y confinado, ¿Cuáles pueden ser las causas y motivos de esa conspiración? Indudablemente a través de los Comentarios, sutilmente primero y abiertamente después, va desgranando Cabeza de Vaca una serie de acusaciones contra los conspiradores, que podemos resumir en tres puntos: 1.? La despoblación y abandono de Buenos Aires. Cabeza de Vaca, cuando se entera de la decisión tomada por Irala, la censura acremente con razón, porque Buenos Aires era, por su posición, imprescindible para la seguridad del Río de la Plata. La posterior repoblación o fundación por Juan de Garay ratificará su opinión. 2.? La política de atracción indígena, basada sobre todo en una política amistosa, en la que las armas debían estar olvidadas, si no era por imperativos de defensa personal. 3.? Indudablemente, muchos de los privilegios que las Capitulaciones concedían al Adelantado y gobernador chocaban forzosamente con los que de facto disfrutaban muchos colonos, y de ahí el temor a perderlos. De los tres, indudablemente, los dos últimos fueron los que más pesaron en el ánimo de los conspiradores. Indudablemente, fue Martínez de Irala el que movió los hilos de la conspiración, y el mayor beneficiario del motín y rebelión, ya que volvió a encargarse de la gobernación del territorio. Y en esto coinciden casi todos los historiadores argentinos que son los que con más interés se han ocupado de estos sucesos20. Pero lo más destacado de la gobernación de Alvar Núñez fue, sin ninguna duda, su política de atracción del indígena, y por ello se le puede considerar como uno de los hombres que mejor entendieron la política colonial que propugnaba Madrid, y que tan mal luego se plasmaba en Indias. Por su larga andadura por el sur de los actuales Estados Unidos, Cabeza de Vaca conoció innumerables pueblos indígenas, su idiosincrasia y temperamento. Ese largo aprendizaje se pondrá a prueba cuando, al regreso de la larga marcha, se encuentre con los españoles de Nuño de Guzmán, que están llevando la conquista de la Nueva Galicia a sangre y fuego. Alvar Núñez no deja de deplorarlo y contrastarlo con una política de acercamiento, ya que el indio está bien predispuesto. Los resultados, como bien señala en los Naufragios, no pueden ser más lamentables: los indios huidos, los poblados abandonados, la tierra y las cosechas perdidas; pero lo peor, es que los españoles han perdido ante los indios la aureola de ser los hombres míticos venidos del Oriente. Por esta razón, apenas llega a la isla de Santa Catalina comienza a practicar esa política de atracción, procurando la amistad del indio, sin engaños, y así yendo caminando por entre lugares de indios de la generación de los guaraníes, todos los cuales los recibieron con mucho placer, y los venían a ver y traer maíz, gallinas y miel y de los otros mantenimientos; y como el gobernador se lo pagaba tanto a su voluntad, traíanle tanto, que le dejaban sobrado por los caminos. Los frutos de esta política pronto se palpan apenas llega a la Asunción: los temibles agaces, que tenían atemorizados a los guaraníes y a los españoles piden la paz; es tal el prestigio alcanzado por el nuevo Adelantado, que los guaraníes colaborarán estrechamente con un ejército para combatir a los guaycurúes, y posteriormente marcharán con Alvar Núñez a la famosa expedición a las fuentes del río Paraguay. Todos los historiadores modernos, Gandía, Lafuente Machaín, Cardozo, Levene, Rubio, coinciden en resaltar el éxito de Cabeza de Vaca: es la primera vez que se da una colaboración total entre el indígena y el español, lo que explica el éxito colonial hispano en el Río de la Plata.
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El adulterio (zina) aparece condenado en el Corán con la pena de recibir cien latigazos, siendo necesario que existan cuatro testigos para demostrar la existencia del delito. Si la acusación no fuera finalmente demostrada, el acusador recibirá como castigo ochenta azotes. Según la sunna, los testigos han de ofrecer una declaración fiable y concordante, probando que "han visto desparecer el miembro del fornicador dentro del cuerpo de la mujer". Lógicamente, dicho testimonio ha de ser muy difícil de dar, a pesar de lo cual se han producido diversos casos de castigo por adulterio, como los de algunas mujeres lapidadas en África. D. Bramón afirma que la práctica de la lapidación es ajena a la tradición islámica, proviniendo del judaísmo. Los partidarios de esta práctica se basan en una tradición según la cual existe un fragmento de una aleya debida al califa Umar y no recogida después en la recensión del Corán debida a su sucesor. Esta aleya no escrita dice: "No os apartéis de la costumbre de vuestros padres, pues es una impiedad. Cuando un viejo y una vieja cometen adulterio, lapidadlos siempre. Es un castigo procedente de Dios. Dios es poderoso, sabio". También Bramón, estudiosa del mundo islámico, apunta que la lapidación para los adúlteros está en contradicción que el Corán pues, aunque no se explicita de modo concreto, establece que las mujeres adúlteras de condición esclava deberán ser castigadas con la mitad de la pena fijada para las mujeres libres, esto es, cincuenta latigazos.
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El paulatina conocimiento de las técnicas metalúrgicas aplicadas al hierro, supusieron, para el África subsahariana, su entrada en la Edad homónima, y en consecuencia, en una provisional Protohistoria, que coincide con la aparición de una cerámica peculiar con cavidad banal -cerámica Urewe-, y ciertos rasgos culturales. A la vez se realizan nuevas adquisiciones en el campo de la agricultura y de la ganadería, así como en la vida de aldea tras la adopción de la arquitectura en adobe. En los años últimos, diversos estudios etnográficos han ahondado en el conocimiento del pasado del África subsahariana, y reunido una gran cantidad de información en torno a las tradiciones orales, la Antropología, la Etnoarqueología y, finalmente, la primera historia primitiva de sus poblaciones. Ello ha permitido la elaboración de diversas hipótesis de trabajo en torno al origen de los llamados pueblos bantús, su dispersión, su penetración en el África austral; la reunión de tantos datos ha hecho cambiar puntos de vista que hasta hace pocos años se incluían en las primeras visiones históricas del continente. Aunque la voz bantú procede del término Ba-ntu, es decir, los hombres, claro exponente de que el etnocentrismo no fue ajeno a la génesis del grupo en cuestión, hoy ha pasado a designar una serie de lenguas y dialectos compartidos por numerosos y muy diferenciados grupos de poblaciones del África subsahariana. En realidad, la serie bantú es un grupo lingüístico constituido por sus sesenta lenguas principales distintas, que comprenden unos trescientos dialectos, poco más o menos, si se tiene en cuenta la expresión reciente de su trayectoria. Mas he aquí que los llamados bantús, en tanto que serie de pueblos interconectados e interrelacionados, presentan ciertas regularidades raciales, antropológicas, etnográficas y de distribución, resultado de los condicionamientos de sus trayectorias imbricadas en el tiempo y de sus agrupaciones lingüísticas compartidas. Nos encontramos ante un fenómeno cultural que en algunos aspectos ha podido ser considerado por algún científico como parejo al que en su expansión este-oeste conocieron diversos pueblos euroasiáticos, conocidos como ario-europeos o parlantes de lenguas indoeuropeas. Mas he aquí que en el África subsahariana, al manifestarse los bantuparlantes, se nos presentan como una subraza interprocreadora, dentro de la serie de los melanodermos africanos, como subserie, a su vez, del grupo étnico de los llamados negros, considerados como un grupo politético de particulares características. Así, algunos bantuparlantes reflejarán series subraciales diferentes en el seno del medio bantú, aunque también haya bantuparlantes que comparten particulares rasgos sociales y etnográficos, que los aislarán como entidad politética de sus vecinos espaciales y temporales, emergiendo en ocasiones una compleja organización social específica y un sistema de tenencia de la tierra que reposa en la práctica de la agricultura de azada, la ganadería y las aldeas permanentes, así como la metalurgia del hierro, el cobre y el oro. Se presenta así un complejo bantuparlante en su mayoría representado materialmente por un grupo de culturas bantús que van cambiando en sus conjuntos relacionados y colaterales, integrados por un conjunto politético de las mismas familias, aunque con diferente adopción de artefactos similares (tipos específicos). Representados políticamente aún por hoy unas seiscientas grandes tribus, que en ocasiones conocieron un dominio temporal pasajero sobre sectores locales para formar naciones permanentes en el seno de la amplia serie de los bantuparlantes, se plantea la cuestión de los orígenes, que hoy ha quedado reducida a hipótesis alternativas: Así, a) M. Guthrie, al considerar que el principal núcleo bantuparlante inicial se situó en Saba y en la región del noroeste de Zambia, practicando un agrocultivo cerealístico y el uso del hierro, lo que permitiría un aumento demográfico y, ulteriormente, la expansión del grupo. Así, b) la formulación de J.H. Greberg, para quien habría que buscar los orígenes bantús en el ámbito comprendido entre el lago Chad y el Benué medio, desde el que los bantuparlantes se desplazarían hacia el sur siguiendo las cuencas de los ríos. Y finalmente, c) J. Ki-Zerbo, elaborando una teoría ecléctica, por la que los pueblos negros del Sahara prehistórico o protohistórico, empujados por la desecación del desierto hacia la sabana, terminaron por dominar las técnicas metalúrgicas del hierro a la vez que ampliar su patrimonio lingüístico e incrementar tanto sus recursos técnicos como su demografía, lo que a la larga traería su expansión hacia el sur. Tardarían bastante tiempo en superar la selva ecuatorial, pero lo hicieron utilizando las rutas más favorables: el curso del Sangha y del Ubangui hasta el Zaire, o bien la ruta de los Grandes Lagos hasta la meseta de Katanga, ya en país luba, donde terminará asentándose el principal núcleo bantuparlante. Precisamente en el Zaire fue donde en los últimos años los arqueólogos han podido prospectar los viejos asentamientos de Sanga y Katoto, a orillas del Lualaba, que permitirán diferenciar dos culturas respectivas, las de Sanga, en la orilla occidental del lago Kasale, satélite de Lualaba (República del Congo), cuyos restos se han datado entre los siglos VII y IX y cuya población vivía particularmente de la caza, la pesca y en menor grado, de la agricultura y cuyos artesanos desarrollaron técnicas particulares, y la cultura de Katoto, expresión de una población próspera de cierto nivel técnico y en el que alcanzaron particular prestigio los herreros. Las gentes de Katoto mantuvieron mucho tráfico con Sanga, y a Katoto pudieron llegar mercancías, ya del Atlántico, ya del Índico, como perlas y nácar (madreperlas y cauríes). Actualmente, la inferencia arqueológica ha permitido diferenciar las principales unidades lingüísticas tribales, llevando la indagación a niveles y espacios temporales hasta la misma África oriental y austral.
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Estos modelos estructurales fueron materializados gracias al empleo de fábricas de composición y aspecto muy variados, al contrario que los puentes, que fueron de piedra exclusivamente, y en cierta manera como los diques, donde hemos visto una mayor variedad de materiales. Las formas de los acueductos, sobre todo de las arcuationes, son de dimensiones menores que las de los puentes y no digamos de las de los diques; esto y su continuidad y estrecha relación con ambientes urbanos, aconsejaron el empleo de materiales más moldeables, entre los que, como cabría esperar, los ladrillos y las mamposterías ocuparon un lugar significativo, incluso a veces como material monográfico. Ciertamente los ladrillos, cuyo carácter urbano y de cierto monopolio oficial fue siempre un factor restrictivo de su uso, es el menos utilizado pues sólo se da en aquellos casos (Itálica y León) donde se documentan instancias estatales o militares muy cercanas. Antes de entrar en la descripción de los elementos que están documentados, conviene reseñar dos aspectos complementarios. El primero de ellos, ya apuntado y muy reiterado, es que el factor de propaganda es tan significativo que, pese a la rareza de su hallazgo, las inscripciones conmemorativas debieron ser bastante usuales en los acueductos. Por otro lado, nos interesa señalar que es en este campo de los acueductos donde el acto de fe, que supone el estudio de puentes y diques, ante la carencia casi absoluta de excavaciones, es menor, ya que las conducciones de agua duraron escaso tiempo por ser muy artificiosas y no volvieron a usarse, por lo que pisamos un terreno mucho más seguro, de manera que el análisis de los restos existentes es, a falta de otras pruebas, una guía relativamente segura. De todas maneras este problema, el de datar sin pruebas científicas, es un riesgo que asumimos cuantos a esto nos dedicamos, pero lo que ya no parece tan justificable es que sobre bases inseguras se monten tragedias como la siguiente, referidas a la destrucción, en los años sesenta del siglo XX, del acueducto de Sevilla: "Y ha sido tan auténticamente vandálica, que no hemos podido encontrar ni un solo ladrillo abandonado de los millares que tuvieron que salir en el derribo. Y para mayor befa de romanos en las cinco arcadas que se han conservado, respondiendo quizás a aquella proposición de la Comisión Provincial de Monumentos de un número de metros del monumento que de común acuerdo sea determinado, se ha suprimido la caja, quedando así el pobre vestigio descabezado y sin sentido. Parece que en este desaguisado no ha tomado parte la Comisión de Monumentos, pues según me comunicaba un vecino de la zona, se dieron tanta prisa en derribar, que cuando llegaron los de Monumentos, no quedaba ya nada en pie". El texto que acabamos de citar es de C. Fernández Casado, quien dedicó una buena parte a consideraciones de este tenor, dando por buenos los informes de la Academia madrileña frente a las opiniones de la Comisión sevillana: "Como informa la Academia en el acta de defensa, desgraciadamente inútil, el acueducto era una de las pocas construcciones que quedaban de los romanos en Hispalis, y se encontraba entonces en casi su completa supervivencia. En construcciones de ladrillo era también excepcional, pues aunque existen varios puentes y el acueducto de Itálica en la región bética, se encuentran reducidos a ruinas en sus últimas fases, como le ocurre a este último, o se encuentran en lugares difícilmente accesibles". Los argumentos científicos del autor de estas citas eran los siguientes: "Resulta casi incontrovertible que la conducción y con ella el acueducto, es decir, la obra sobre arcos es romana, primero porque ya existía en época almohade, y anteriormente sólo los romanos han sido capaces de acometer una obra de tanto empeño. Ya hemos indicado que la zona de arcadas, sin contar la obra sobre muros, tendría unos 4 km de longitud, y es preciso descender hasta época actual para que se construyan puentes de fábrica de tal envergadura. Alineaciones rectas mantenidas con la constancia y la regularidad que destacan en la conducción solamente puede ser obra de romanos". Con los datos que ofreció Fernández Casado en otras partes de su estudio resulta claro para el lector medio que la parte visible del acueducto era, como mínimo, medieval, pero una lectura más ajustada de los mismos datos y la consideración de otros que estaban publicados entonces, avala los datos de la Comisión: el acueducto que vio derribar aquel avisado vecino había sido levantado a mediados del siglo XIX por una compañía, la "Seville Water Works", cuya aportación hídrica los sevillanos de los años cincuenta llamábamos el agua de los ingleses. Sin embargo, conviene señalar que, efectivamente, el acueducto de Itálica sí era de ladrillo, como muchas de las obras de la propia Roma, pero como los demás acueductos y puentes andaluces de época romana, era de los de menor aparato de todos los que conocemos en Hispania; así el de Almuñécar, el mayor de los de Boelo y el de Vícar en Almería, son de mampostería, y de aparejo muy irregular, cosa que también apreciamos en otros menores, tan pequeños que incluso carecen de arcos, consistiendo sólo en un sencillo muro. El acueducto de Almuñécar tiene estructuras variadísimas, tanto que, además de un sifón, según deduce Fernández Casado, posee una estructura del primer tipo (acueducto III del río Seco), otra del tercer modelo (acueducto II del río Seco) y otra con arquillos secundarios en las pilas (acueducto de Torres Cuevas), idéntica a las del acueducto de Boelo y al de Ceuta, datos que sugieren orígenes africanos a esta disposición, y cuya razón constructiva está aún por explicar satisfactoriamente, pero que en cualquier caso parecen relativamente tardías, tal vez de fines del siglo II d. C. o comienzos de la centuria siguiente. El más raro de estos acueductos es el citado de Almería, conocido solamente a través de una única publicación, y cuya romanidad se basa sólo en el olfato de su descubridor, acompañado de las características africanas que parecen comunes a las conducciones de esta época, localizadas todas ellas, como he señalado, en zonas costeras. Estos acueductos pertenecen a una etapa intermedia en la cronología de los acueductos hispanos, la que cubre la segunda mitad del siglo II d. C. y el siguiente hasta la Anarquía Militar, caracterizada por la multiplicidad de las soluciones y el carácter poco exhibicionista de las obras, de envergadura mediana. Antes, desde los años de Augusto hasta los de Adriano, se fabricaron conducciones muy espectaculares por su tamaño, costosas por el material y de los tipos estructurales más sencillos. De todos ellos el ejemplar más antiguo, en mi opinión, es el Aqua Augusta de Emerita, es decir, la conducción que partía de Cornalvo, formada casi toda ella por tramos subterráneos o sobre muro, pues su trazado se eligió para evitar precisamente los grandes desniveles, de manera que hoy sólo conocemos un arco de esta conducción, formando el aliviadero de un largo muro. Creo que el acueducto de Les Ferreres de Tarraco debe ser algo más tardío, quizás de los años centrales del siglo I d. C., en la época en que se construyó el gran foro provincial: es una hermosa estructura, labrada en sillares almohadillados, animados en apariencia por la estética brutalista de la Porta Maggiore claudiana, y construida según el modelo de estructura más simple. Las mismas razones formales nos aconsejan fechar por estos años el acueducto que corrió por el lugar del que llamamos hoy de San Lázaro, en Mérida, pues, como veremos, la arquería actual es bastante tardía. Al mismo tipo pertenece el acueducto de Segovia, prodigio de equilibrio y hermoso despilfarro, ejemplo de cómo el deseo de pregonar los beneficios de la romanidad primaban sobre otra consideración; la propaganda quedó explícita en el letrero, de capitales de bronce, que campeó en la gran cartela del arranque del segundo orden de arcos, justamente en la parte donde mayor altura tenía. La sillería, colocada a hueso, estaba animada por sucesivas cornisas molduradas, que resolvían los relejes de los pilares telescópicos. Hace ya unos años que, basándose en razones epigráficas y en similitudes formales, don Antonio Blanco Freijeiro fechó esta increíble estructura, notable por lo que ha durado intacta y por su belleza sin artificios, en los breves años del emperador Nerva. Poco después se labró el acueducto que tenía como caput aquoe el pantano de Proserpina, es decir, el antecesor de lo que llamamos hoy Los Milagros, en Mérida, del cual sólo subsiste un par de pilares y un arco justo en el paso del Albarregas. Hace ya bastante tiempo que deduje, por razones de oportunidad urbana, de técnica edilicia (es una obra de sillería grapada) y por parecido formal con puentes fechados en el imperio de Trajano (Alcántara y Alconétar y por extensión el de Salamanca), que sería de esa misma fecha. Hay otros muchos acueductos hispanos de esta época, o al menos así lo parecen, pues la mayoría posee sillares almohadillados y estructuras del modelo que hemos visto en Tarraco. El más curioso de todos ellos es el de Los Bañales, ya que consistió en una sucesión de pilares que sostenían un specus de madera. La tercera época de los acueductos hispanos, dejando a un lado las reparaciones que pudieran constatarse en alguno de los que hemos descrito ya, debe ser bastante tardía, tanto como los años de Diocleciano, o quizás los de Constantino, y se reduce a las arquerías cercanas a Mérida, es decir, Los Milagros y San Lázaro tal como se nos presentan hoy. Hace ya varios años que señalé la evidencia de que casi todo el material pétreo que vemos en ellas está reaprovechado, y también indiqué que en ambos casos estamos ante estructuras del segundo modelo, más seguras y de aspecto bien distinto de lo contemplado en Segovia o en Tarragona. Estas arquerías emeritenses son atribuibles, como el palatium recientemente destruido en Córdoba, cuya magnífica y sólida fábrica también aprovechó materiales de derribo de forma masiva, a la iniciativa constantiniana atestiguada por otras fuentes. La primera novedad edilicia es que sus pilares tenían planta cruciforme, aunque la parte que podríamos llamar estribos, por alguna razón, se trabó mal con el núcleo, y así se desprendieron, dejando ver el interior de hormigón. La segunda es que, para regularizar las hiladas de sillares reaprovechados, se intercalaron hiladas de ladrillo. La tercera, ya adelantada al referirnos al tipo general, es que los arcos no eran indispensables, salvo los más altos, pues muchos de ellos han fallado y los pilares, indudablemente sobredimensionados, han resistido perfectamente, como si fuesen, por accidente, una ampliación de los del acueducto de Los Bañales. Señalemos, finalmente, el impacto que su arruinada visión produce, pues si en Segovia o en Tarragona una de las causas de la admiración general es la sorpresa al contemplarlos virtualmente intactos, en Mérida la ruina les ha añadido un valor plástico que en su momento estaba atenuado por la regularidad de su trazado.