Engelbert Dollfuss, que había nacido en Texing, en la Baja Austria en 1892, en una familia campesina católica, había realizado estudios de Derecho, hizo la guerra como oficial de las tropas alpinas y fue más tarde secretario de la federación campesina de su región de nacimiento. Esta especialización suya y su militancia en el partido católico le llevaron en 1931 a la cartera de Agricultura y, tras la crisis de mayo de 1932, sucedió al canciller Burech al frente del Gabinete ministerial. Tanto las encíclicas del Papa León XIII como el ejemplo fascista eran la base de su pensamiento y de su práctica política. Dos acontecimientos vinieron a precipitar entre los años 1932 y 1933 este específico austrofascismo, bautizado más adelante como Estado corporativo cristiano: la imposibilidad de una acción parlamentaria a consecuencia del enfrentamiento y ataque de partidos enemigos y la expansión del nacionalsocialismo en el campo austriaco. Cuando se hizo imposible la coalición entre socialdemócratas y socialcristianos, y a falta de una opinión pública autónoma debidamente informada y formada, al canciller no le quedó otro camino o solución que el Gobierno autoritario, a partir de su propio partido, que intentó renovar mediante la creación de ciertas formaciones militantes, como las Cuadrillas de Acción Austriaca o la misma Guardia Patriótica, muy útiles en la lucha contra el nacionalsocialismo interno y exterior, pero también muy convencidas de un antimarxismo tan radical que implicaba la aniquilación de la misma socialdemocracia. El austrofascismo, por tanto, a partir de estos cuadros provenientes del partido socialcristiano y de las guardias patrióticas que simpatizaban y apelaban al fascismo y a Mussolini, se constituía como una alianza entre el catolicismo autoritario y una forma de poder duro y eficaz opuesto tanto al nacional-socialismo como a una práctica antimarxista radical. Y estas características se mantendrán hasta 1938. A principios de 1933 el triunfo de Hitler en Alemania repercutió notablemente en la política austriaca, puesto que a la inicial dificultad para formarse y actuar como nación independiente se unía ahora la lucha contra una Alemania anexionista más allá de cuanto Austria podía necesitar. Este fue el reto y el drama del canciller: pese a su convencimiento y decisión primeros en favor de la unidad, debió luchar contra la unidad que amenazaba con imponerse, la de la anexión con pérdida o reducción al menos de la soberanía austriaca. Toda la política de Dollfuss a lo largo de 1933 fue un esfuerzo titánico por evitar la presencia anuladora de Alemania, sin dejar de reconocer, como acaba de indicarse, la base alemana, tanto racial como lingüística, del reciente Estado austriaco. De esta forma la aspiración de gran parte de Austria de unirse a Alemania sólo pudo evitarse en la práctica mediante procedimientos dictatoriales. En marzo de este año, tras la dimisión del Gabinete ante el presidente Miklas, Dollfuss se convirtió en el dictador de la nación. Restringió libertades, prohibió reuniones públicas, gobernó mediante decretos-leyes, redujo la oposición de los socialistas mediante la fuerza y, más en concreto, disolvió la Schutzbund socialista de Viena. En el mes de abril, y después de frecuentes entrevistas con Benito Mussolini, la dictadura austriaca incrementó o potenció sus matices resueltamente fascistas: aplicó los procedimientos políticos del Duce, proclamó la amistad italiana y la del Duce en particular; defendió en un discurso frente al Congreso regional de los socialcristianos la unidad e independencia de Austria. Impuso a los funcionarios del Estado un juramento de fidelidad a las leyes de la República donde explícitamente se juraba la no pertenencia a "sociedad alguna extranjera de finalidades políticas" (clara referencia o condena de las tesis hitlerianas); atacó durísimamente a los nazis exagerando, entre otras cosas, su protestantismo; trabajó, finalmente, en pro de un Concordato con la Santa Sede, que fue redactado con extraordinaria rapidez y firmado el día 5 de junio por el cardenal Pacelli, más adelante Pío XII. La lucha y la preocupación más duras desde el primer momento fueron contra el nazismo. Este fue declarado ilegal y prohibido como faccioso en toda Austria, y sus formaciones serían disueltas siempre que se manifestaran en público. Pero como el nacionalsocialismo alemán tenía sus intereses en Austria y alentaba el movimiento de las más variadas formas desde fuera y en el interior, Dollfuss optó por recurrir a la colaboración de potencias europeas al mismo tiempo amigas de Austria y opuestas o preocupadas por el auge del nazismo dentro y fuera de las fronteras alemanas. Por ello creyó conveniente envíar sendas notas a los Gobiernos de Inglaterra, Francia e Italia anunciándoles la creación de un cuerpo auxiliar de defensa, que fue aceptado por todos con la sola condición de no contravenir las cláusulas del tratado de Saint Germain. Al mismo tiempo el Gobierno tomó medidas para proteger las fronteras con Alemania precisamente cuando el territorio austriaco era habitualmente sobrevolado por aviones alemanes que sembraban propaganda hostil a Dollfuss, complementaria de la difundida de continuo desde la radio de Munich. Toda esta acción antinazi quedó coronada con la visita de Dollfuss a Mussolini, en Riccione, en agosto de 1933. Aquí, y pese a la progresiva identificación práctica entre los regímenes fascista y hitleriano, Mussolini reafirmó ante Dollfuss su "identidad de criterios" con el canciller austriaco; se repitió y ensalzó el papel importante a desempeñar por una Austria independiente en el corazón de Europa central; y se dedujo finalmente la pretensión italiana de utilizar en favor de su política e influencia los intereses austriacos pretendidos y defendidos por Dollfuss. Todo quedó así rubricado con el ofrecimiento formal de Benito Mussolini de apoyar incondicionalmente a Austria. De vuelta en Viena, el canciller quiso hacer el recuento de sus fuerzas conforme a los típicos formalismos autoritarios. Y así, con motivo del Congreso Católico, reunió en la capital de la República a 40.000 partidarios de su política. Días más tarde se repitió otra concentración de 80.000 personas, ante las que pronunció un discurso político revelador; aparte de repetir que había pasado el momento del liberalismo y del marxismo, dijo que su política contaba con un fin y con un objetivo más amplio y glorioso: "Lo que nosotros queremos es el Estado alemán de Austria, cristiano y social, sobre la base de un sistema corporativo y bajo la dirección de un Gobierno autoritario, pero no arbitrario. Nosotros somos alemanes, pero queremos conservar nuestras particularidades de austriacos". El nuevo paso en la reafirmación de su política y en la destrucción de cualquier objeción socialista a su sistema, aparte el incremento de poder de las heimwehren, nombrando al general Fey vicecanciller, y la entrega al príncipe de Starhemberg de la dirección del frente patriótico, fue la idea de reformar la Constitución como la vía más segura en la reafirmación de su poder dictatorial. De momento, sin embargo, optó por retrasar su planteamiento. De esta manera, a fines de 1933, Austria se debatía por la defensa de su independencia y por el logro de su estabilidad interna; y en medio de una situación económica aún muy difícil y complicada, el canciller actuaba dictatorialmente, aunque mostraba sus debilidades transigiendo con las exigencias de las heimwehren, la hostilidad nazi y las intemperancias socialistas. La desaparición, en 1934, del Partido Socialista austriaco, el tercero de Europa por el número de afiliados y el primero, según afirmación de J. Droz, por la reputación europea de sus líderes, fue uno de los sucesos más dolorosos para el mundo democrático occidental. En ningún país del mundo, como sigue confesando Droz, el socialismo había llevado a cabo una obra tan profundamente humana y educadora como lo había hecho en Viena. Destacó básicamente por su pujante ideología y por la fuerza práctica con que colaboró a la transformación de Viena entre 1919 y 1934. Su personalidad más representativa fue O. Bauer, no sólo por su oposición constructiva y eficaz a la política de monseñor Seipel, sino también, y sobre todo, por su radical realismo en la aplicación de las tesis marxistas a las nuevas realidades. Aunque era un convencido de la imposibilidad de conquistar el poder por medios democráticos y parlamentarios, temía igualmente la corrupción aneja a la participación en el poder y la confusión entre victoria revolucionaria y armonía de clases. En el Congreso celebrado por la Socialdemocracia en Linz, en 1926, recusó la dictadura del proletariado; pero a la vez afirmó categóricamente que un posible atentado por parte burguesa contra las conquistas del mundo obrero debería ser aniquilado mediante la fuerza, dando así legitimidad al carácter defensivo de la violencia. Su tesis, pues, no era otra que la oposición igualmente clara al bolchevismo y al aburguesamiento de los socialismos de Occidente. Como ya quedó afirmado, los socialistas dominaban fundamentalmente en la ciudad de Viena, la Viena roja, la ciudad más progresista de Europa, frente al apogeo provinciano y rural de los socialcristianos. En Viena tuvo lugar la realización de una política social, en el campo de la vivienda, la escuela, la cultura en general, mediante la creación de bibliotecas, lugares para reunión y conciertos, universidades populares, etc., que, aunque pudieron desembocar en cierto aburguesamiento, contribuían igualmente a un despertar de conciencias, a una formación de actitudes capaces de chocar, como de hecho ocurrió, con las pretensiones y las prácticas dictatoriales, con las formaciones paramilitares de las heimwehren. A partir de 1927, con la quema del Palacio de Justicia se precipitó el enfrentamiento con las fuerzas de la derecha; y la decisión de Dollfuss de crear un Estado corporativo y cristiano conforme al modelo preconizado en la encíclica Quadragessimo Anno de Pío XI, significó la imposibilidad de una actuación parlamentaria y el inicio de pérdida de cualquier libertad pública. El canciller, ofuscado con la persecución organizada del hitlerismo contra su Gobierno y desconfiado ante la posible colaboración o coalición con los socialistas, cuyo marxismo también aparecía condenado por la doctrina de la Iglesia, ignoraba o no atisbaba que la desaparición de la socialdemocracia implicaba la rápida marcha hacia el triunfo nazi en Austria. El momento álgido fue en febrero de 1934. El día 12 precisamente surgió una colisión trágica entre la heimwehr, cada vez más decidida por una solución fascista definitiva, y los socialistas, organizados en Schutzbund. Esta organización había sido declarada ilegal, y la policía intentó incautarse de los depósitos de armas de los socialistas. Estos rechazaron violentamente a la policía; y a partir de aquí comenzó una verdadera y brutal guerra entre socialistas y miembros de la heimwehr, en la que llegaron a tomar parte todas las fuerzas del Estado. El Gobierno proclamó la ley marcial en toda Austria, y los socialistas declararon la huelga general. La lucha fue brutal, al menos en los tres primeros días, sobre todo en Viena, donde las barricadas y alambradas callejeras daban la brutal imagen de una ciudad tomada férreamente, Eggenberg, Gratz, etcétera. Se luchó con una furia indescriptible. Dollfuss y las heimwehren, que actuaban como policía oficial, acabaron no sólo con los socialistas y su poder, sino con el mismo partido. El día 15 de febrero, tras la enorme tempestad provocada y con el resultado de varios cientos de muertos y la destrucción de importantes edificios donde los rebeldes se habían hecho fuertes, el partido obrero austriaco desaparecía. El día 16 fueron ejecutados varios jefes del movimiento subversivo; y el 18 el canciller se dirigió a la nación en un discurso a la vez duro y paternalista en el que, conforme al principio ético cristiano, pretendía aunar justicia con clemencia: "En estos días de desgracia nacional no se trataba de una lucha de las masas obreras contra el Gobierno, y sí únicamente de la lucha de un pequeño grupo de extremistas contra el Estado. Ahora nuestra principal preocupación es ayudar a las familias de las víctimas, incluso a las de los insurgentes". Hoy puede verse con cierta claridad la importancia que tuvieron en la crisis de febrero la crisis económica y el paro, las múltiples provocaciones de las heimwehren, el desorden en la toma de las armas por parte obrera y el fracaso de la huelga general, sobre todo por parte de los ferroviarios, que no la secundaron. La represión, dirigida por el mayor Fey, fue brutal; los jefes del Schutzbund fueron ahorcados en condiciones atroces; y los mismos embajadores de Gran Bretaña y Francia debieron intervenir para que la matanza no fuese más brutal y extensa. En Linz primero y más tarde en los barrios de Viena, la resistencia socialista fue indescriptible. Se hizo necesaria la acción militar del Gobierno manzana por manzana y casa por casa, lo que sin duda incrementó la barbarie señalada. El resultado final fue la liquidación de la socialdemocracia austriaca y, con ella, el fin del régimen democrático. El aislamiento real y psicológico a que la socialdemocracia venía siendo sometida en un país juzgado y muy indulgentemente desde las democracias de Occidente, más interesadas por los problemas alemanes o italianos, tuvo también su parte de culpa en esta derrota y en esta aniquilación a la que el propio canciller trató de quitar importancia. A partir de ahora la preponderancia de las heimwehren fue en aumento, de modo que sólo unos días más tarde, concretamente el 19, el ministro de la Constitución afirmaba en un discurso que la única expresión política austriaca era la representada por el Frente Único. En el mes de marzo la influencia de las heimwehren en el Gobierno y el protagonismo del príncipe de Starhemberg eran ciertamente decisivos e incontestables. A primeros de marzo se hizo realidad la nueva Constitución de tipo fascista. Fue una decisión rápida que obedeció a una idea y a una confección concluyentemente madura. El Consejo la aprobaba el día 7; y organizaba una sociedad conforme a criterios profesionales que se organizaban en seis categorías. El Estado reconocía el derecho de obreros y empleados a sindicarse, pero formando una federación entre cuyos objetivos se situaban la defensa de los obreros, la confección de contratos colectivos, la educación moral y profesional de los afiliados y la creación de lugares de recreo y ocio: la encarnación ideal del corporativismo defendido en la encíclica Quadragessimo Anno. Austria seguía siendo un Estado federal, con un presidente de la República, investido de grandes poderes y encargado de nombrar los miembros del Gobierno. Existían además cuatro consejos consultivos: un consejo de Estado (con 40 ó 50 miembros nombrados por el presidente); un consejo federal de cultura (integrado por las grandes eminencias de la literatura, la ciencia, el arte y la Iglesia); un consejo económico, constituido por los prohombres de los negocios; y un consejo de las ocho provincias (dos por cada una y otros dos por Viena). El presidente sólo disfrutaba del derecho de iniciativa; y el Bundestag, la asamblea legislativa compuesta por los delegados de los ocho consejos federales, aceptaría o rechazaría las propuestas presentadas. Si el Gobierno interpretaba que un proyecto rechazado continuaba siendo necesario, podría recurrir al referéndum popular. La justificación inmediata de esta Constitución estaba en la necesidad de sacar al país del marasmo económico y en la urgencia de consolidar el patriotismo austriaco. Persistía, no obstante, el odio a la dictadura desde sectores de la sociedad simpatizantes de la causa socialista y, sobre todo, desde las filas nacionalsocialistas. Pese a cierta esperanza de alivio en la gestión del Duce ante Hitler, tendente a limar los desmanes nazis en Austria, la situación sociopolítica del país no mejoró, en parte por la situación socioeconómica, pero sobre todo porque la gestión de Mussolini no tuvo resultado alguno y dentro del país se interpretaba la amistad de Dollfuss con cierto atisbo de sumisión. Tampoco nació la calma tras los sucesos de Alemania en la primavera del 35 y la dura represión empleada; de modo que Dollfuss se vio en la necesidad de reformar en junio su Gabinete, reservándose cuatro carteras, entre ellas las de Seguridad y Defensa nacional. Según su personal declaración, pretendía de esta manera "limpiar el país del último vestigio del movimiento traidor".
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Esta obra de Marsilio de Padua, con la colaboración de Juan Jandún, concluida en 1324, puede ser considerada como la más acabada exposición del averroísmo político; libro de excepcional importancia, punto obligado de referencia de sus refutadores, es un radical ataque a la autoridad temporal del Pontificado y a su primacía, proporcionando un arsenal de argumentos en los que beberá el luteranismo, de quien es precursor en el ataque a numerosos objetivos de aquéllos, y debe ser considerado como punto de partida de la ruptura de la Cristiandad. Marsilio había nacido en Padua en los primeros años del ultimo cuarto del siglo XIII; estudiante en la universidad de su ciudad natal, marchó luego a París, siendo rector de esta universidad en 1312. Pronto debieron recaer sospechas respecto al contenido de sus enseñanzas porque en 1315 tuvo lugar una investigación al respecto. Unos años después, desde 1320 aproximadamente, en que comienza esta su obra más representativa, se confirma su ruptura con la Iglesia. Su colaborador y amigo Juan Jandún es otro maestro averroísta de la universidad parisina; en el conflicto entre fe y razón, del que Siger de Brabante se mostraba desinteresado, o decía inclinarse en último extremo hacia la fe, Jandún se muestra partidario de la razón y burlón respecto a la fe: aunque no niega las verdades de la fe, se muestra incapaz de demostrarlas racionalmente. Una irónica incredulidad penetra toda su producción filosófica. Ambos forman parte del conjunto de pensadores, como Miguel de Cesena y Guillermo de Ockham, refugiado en 1327 en la Corte de Luis de Baviera, a cuyo servicio ponen las ideas contenidas en su obra; la aventura italiana del emperador permite a Marsilio el intento de poner en práctica las doctrinas contenidas en su libro. Fracasada la empresa volverá con el emperador a Munich, permaneciendo a su servicio hasta su muerte, anterior a abril de 1343. En la Corte bávara escribiría su "Tractatus de iurisdictione imperatoris in causis matrimonialibus", defendiendo tal prerrogativa imperial, una de las consecuencias de las doctrinas del "Defensor pacis", con el objetivo, en este caso, de justificar el matrimonio del príncipe Luis con Margarita Maultasch, ya casada con el futuro Carlos IV; la pretensión de Luis de Baviera de disolver este matrimonio produjo vacilaciones incluso entre los más firmes defensores de las prerrogativas imperiales, momento en que se inserta esta nueva obra de Marsilio. El "Defensor pacis" lleva al terreno político la separación entre fe y razón y entre el fin material y espiritual del hombre; ello se traduce en una estricta diferenciación entre el poder espiritual y el temporal: aquél atiende, con ayuda de la revelación, al fin eterno, y el poder temporal regula la vida de los hombres y asegura la paz, con el apoyo de los filósofos. La doctrina tradicional de la Iglesia, últimamente sintetizada por santo Tomás, admite una organización temporal de la Iglesia, para facilitar el cumplimiento de sus fines espirituales. Precisamente en estos años los Pontífices se esfuerzan en la creación de los mecanismos administrativos y fiscales que hagan realidad esa teoría, lo que les vale las críticas de muchos sectores, la oposición de los poderes públicos y el enfrentamiento con los sectores espirituales del franciscanismo, partidarios de una Iglesia desposeída de toda propiedad y poder temporal: no es casual la convergencia de este sector con el autor del "Defensor pacis" en la Corte bávara. Marsilio se oponía tajantemente a la doctrina tomista; aunque no le importa la utopía de la pobreza absoluta, utiliza las críticas de estos sectores al Papado como un elemento más de debilitamiento. Lo esencial es la comunidad humana, cuyas necesidades materiales son satisfechas por los distintos órdenes de artesanos y funcionarios en que los hombres se agrupan. Para regular la vida de la comunidad ésta delega su poder en el príncipe que ostenta el poder ejecutivo y también el legislativo, pero sometido a la ley, vigilado por la comunidad que puede deponerle si se convierte en tirano. El sacerdocio cumple también en la sociedad una función, como viene cumpliéndola desde las sociedades paganas; en la cristiana debe enseñar el evangelio y, a través de las enseñanzas eternas y de la esperanza de justicia ultraterrena, instar al respeto de la moral privada y colaborar así en el mantenimiento del orden social. La Iglesia es una creación meramente humana, con una función definida; si interviene en el orden temporal se convierte en un elemento de perturbación. Para garantizar la actuación del sacerdocio en sus justos límites e impedir la perturbación del orden, el príncipe debe seleccionar a los candidatos al sacerdocio, vigilar su actividad y, desde luego, disponer de los bienes eclesiásticos. Como en toda sociedad humana, en la Iglesia el poder reside en la comunidad; ahora bien, la Iglesia esta integrada por clérigos y laicos, luego el poder no reposa sólo en aquellos, sino en la totalidad, de la que es expresión el Concilio. Es radical en la negación de la potestad de los obispos, a quienes considera investidos de idénticos poderes sacerdotales que al resto de los presbíteros; la jerarquía no es de institución divina, sino creación humana para regular la vida común. Niega, en consecuencia, todo poder al Papa, cuya dignidad procede únicamente de ser obispo de la capital imperial; como todos los demás fieles, el Papa debe estar sometido al emperador, que es a quien corresponde la convocatoria y presidencia del Concilio. En el "Defensor pacis" la Iglesia queda reducida a cumplir una función dentro del Estado. Al ser la suya una misión únicamente espiritual, niega a la Iglesia la facultad de imponer penas temporales, así como las excomuniones y la doctrina de las indulgencias. Por el contrario, si los herejes se convierten en peligro para el orden social, corresponde al poder político, garante de ese orden, la persecución de los herejes. En algunos aspectos el pensamiento de Marsilio es oscuro o se ve obligado a salvar, con bastantes apuros, ciertas contradicciones. Afirma la plena autonomía del poder temporal y considera la ley como resultado de la voluntad del pueblo, causa primera específica y eficiente de la ley, y, por tanto, sin referencia a la ley eterna o a la natural. Sin embargo, implícitamente, se refiere a ella al hablar de lo justo, como requisito indispensable para la validez de las decisiones colectivas y, en consecuencia, de la ley. Al residir el poder en la comunidad, las decisiones han de tomarse por acuerdo mayoritario. Aquí se produce un desfallecimiento argumental. No puede sostener que el hecho numérico de constituir mayoría significa estar en posesión de la verdad; en consecuencia, expone el concepto de "maior et sanior pars". La mayoría no garantiza la verdad: ésta puede ser sostenida por una mejor parte, aunque minoritaria. El criterio para determinar esa mejor parte sólo puede venir dado por la coincidencia de su postura con la moral sana; en caso de no coincidir con ella, una mayoría, por muy amplia que sea, pierde su legitimidad. Inevitablemente se abría la necesidad de admitir una ley natural, anterior al hombre, a cuyo orden han de ajustarse las decisiones colectivas para ser legítimas. Una cuestión que no alcanza respuesta en la obra de Marsilio es si se requiere, o no, un poder universal como legislador supremo. En su obra se considera que una variedad de poderes garantiza mejor el orden social y el bien común que el Estado universal, pero se plantea la dificultad de conciliar esa preferencia con la evidente conveniencia de un Imperio universal en el que las decisiones de un Concilio, universal también, tengan adecuada fuerza de ley. Otra cuestión sin respuesta es si las múltiples Monarquías son totalmente soberanas, y ejercen por ello en su ámbito la función de supremo legislador, o deben reconocer un Imperio superior a ellas, y, en ese caso, qué tipo de normas deben regular esa relación. Otra cuestión de difícil explicación es la del gobierno de la Iglesia cuando el gobernante es infiel: el caso de la primitiva Iglesia, por ejemplo. La apurada respuesta es que el gobierno carismático de la Iglesia correspondió entonces, de modo excepcional, a los obispos. Mayores consecuencias y más difícil respuesta tiene el problema que plantea la existencia de súbditos que no forman parte de la comunidad de creyentes; cuando añadamos a ese problema no resuelto la convicción de que esos no creyentes son peligrosos para el orden social, se abrirá la posibilidad de las más variadas acciones del poder político para la extirpación de ese potencial peligro. El "Defensor pacis" ejerció una gran influencia. En primer lugar en la política de Luis de Baviera, a pesar de que los radicales postulados defendidos por Marsilio eran excesivamente revolucionarios para su aplicación; en los mismos círculos imperiales encontró oposición por el temor a las consecuencias que podían derivarse. Sin embargo, los argumentos de Marsilio ejercerán una gran influencia en todos los críticos contra el Papado, en quienes demandan medidas de reforma, en el debate conciliarista del siglo XV, y en muchos de los movimientos heterodoxos, casos de Wyclif y Hus, por ejemplo.
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La progresión de las atletas chinas reabre el debate sobre el dopaje, la asignatura pendiente más veces suspensa y aplazada por los responsables del deporte. Unas veces por desinterés de los propios directivos, otras por verdadera maestría del deportista en el manejo de las trampas. En los últimos seis años, el progreso ha remitido, al menos en el deporte rey, el atletismo. Sobre todo tras la publicidad de dos casos ilustres, de ambos sexos: el canadiense Ben Johnson, que consiguió un registro "imposible" en los Juegos de Seúl gracias a los anabolizantes, y la alemana oriental Katrin Krabbe. En el caso de Johnson había premeditación: reconoció que llevaba consumiendo esteroides androgénicos desde 1981. "He tomado pastillas de todos los colores", dijo al juez. En aquel año, su marca en los 100 metros lisos se recortó de 10,62 a 10,25 segundos. La Federación Internacional de Atletismo, que había sospechado desde que Johnson cayó en manos del entrenador Charlie Francis, "El químico", desposeyó al forzudo canadiense de records y medallas con carácter retroactivo, desde 1984. Poco le importa. La publicidad que le ha dado el caso ha permitido al canadiense vestirse y probar como jugador de fútbol europeo y de fútbol americano. Cada camiseta que se enfundó significó un puñado de dólares. Gracias al "caso Johnson" se sabe que el mercado negro de los anabolizantes mueve, sólo en Estados Unidos, al menos 10.000 millones de pesetas anuales que dan lucro y dudoso prestigio a laboratorios como el del ex atleta británico David Jenkins, que surtió desde México a los atletas norteamericanos hasta que fue detenido en 1988: controlaba el 70 por 100 del tráfico. El caso de Krabbe es un desliz de la picaresca. En el cambio de unas muestras de orina, en un control antidopaje por sorpresa en Suráfrica, en enero de 1992, se le detectó clembuterol, sustancia que algunos ganaderos suministran a las vacas para aumentar su volumen muscular. Los expertos especularon con el método empleado, seguramente de forma apresurada: se habló de unas bolsas con orina introducidas en la vagina que la propia atleta vacaría al miccionar en el control antidopaje. Un depósito de la forma y tamaño de un tampón permitiría a la atleta correr incluso con el invento. La repercusión de estos dos casos, que se saldaron con contundentes sanciones de cuatro años para ambos -a perpetuidad para Johnson, por ser reincidente- espantó a todas las especialidades. En halterofilia, antes de que en 1988 se hiciera el control obligatorio, se lograba una media de 30 ó 40 récords del mundo anuales. Desde entonces el goteo es escaso. En otras especialidades, como el tenis, el automovilismo y el motociclismo, los controles no son obligatorios. En el ciclismo, el deporte más duro que existe, según los expertos, se realizan controles, pero las sanciones parecen ridículas frente a las que se imponen en atletismo. El positivo de un ciclista significa cuatro meses de sanción, que puede cumplir en vacaciones. El caso de Krabbe es uno más en la larga lista que el atletismo femenino ha conocido en los últimos veinte años. En su afán por lograr el éxito, más allá del Telón de Acero, valía casi todo. Atletas rusas y alemanas llegaron a quedarse embarazadas por inseminación artificial dos meses antes de las competiciones, pues la secreción de hormonas para favorecer el crecimiento del feto les permitía hacer las mejores marcas en el torneo o campeonato. Un sencillo aborto terapéutico acababa con el proceso. Pero la antología de las trampas es tan variada como extensa. El caso de Krabbe y sus compañeras Silke Móller y Grit Breuer fue un simple error de falta de previsión: las muestras de orina de las tres atletas eran iguales. Hay quien ha denominado a la extinta RDA "República del Doping de Alemania". El semanario alemán Der Spiegel publicó varios reportajes de investigación desmantelando en los últimos años la trama de la república oriental en materia deportiva desde la Segunda Guerra Mundial. El gobierno resultó implicado en programas de dopaje que abarcaba el uso del Oral Turinabol (esteroide androgénico) y experimentos con atletas para desarrollar nuevas drogas estimulantes no incluidas entre los fármacos. El nadador Raik Hanneman, medalla de plata en los campeonatos europeos de 1989, fue claro al explicar las razones que le llevaron a doparse: "era la única forma de integrarme en los privilegios del sistema: quería un apartamento, un coche y una buena educación. Eso sólo podía lograrlo gracias al deporte". Hanneman era un prisionero del sistema. El que se negaba al suministro de sustancias era apartado de la elite y la posibilidad de entrenar. La saltadora de longitud Heike Drechsler, de la RDA, ha mantenido su nivel, siempre entre las mejores del mundo, después de la reunificación alemana. Ella siempre lo negó, pero se la señala como conejillo de indias del régimen. Su colega Heike Henkel, saltadora de altura, abanderó una cruzada contra el dopaje: compitió siempre con camisetas con leyendas como "Athletics without doping" (Atletismo sin dopaje) y "In the top without doping" (En lo más alto, sin dopaje). En la piscina, la diáspora de deportistas autómatas que ya no baten records, es aún más sospechosa. Astrid Straus, ex campeona del mundo de 800 metros, obtuvo sus mejores éxitos en la pubertad. Al entrar en la veintena, su peso se disparó de forma desproporcionada. Compitió en una prueba de la Federación Internacional, y fue la primera nadadora de la RDA que descubrió el pastel que se había cocinado en la RDA en los 70 y los 80. Hasta entonces, marzo de 1992, sólo había referencias de médicos, entrenadores y nadadores, siempre referidas al pasado. Kornelia Ender, ganadora de cinco medallas en los Juegos de Montreal 76 reconoció la posibilidad de haber consumido sustancias prohibidas, pero sin saberlo. Otras, como la ex plusmarquista mundial de 100 metros mariposa a finales de los años 70, Chistiane Knacke, reveló que llegó a tomar entre 10 y 15 píldoras diarias de esteroides: se vio obligada éticamente a declarar al comprobar los desarreglos hormonales que sufría su hija, el aborto que tuvo su compañera Andrea Pollack y las deformaciones de los dos hijos de la ex campeona mundial de 100 y 200 metros Barbara Krausse. La célebre Katrin Krabbe también perdió en marzo de 1994 el hijo que esperaba. Otras campeonas, como Kristin Otto, que ganó seis oros en Seúl 88, negaron todo repetidas veces con cierta indignación. Pero el catedrático de la universidad de Heidelberg Werner Franke, la dejó en evidencia en el diario Berliner Zeitung. En un control antidopaje realizado por las autoridades de la RDA en Bonn, en 1989, Otto, Daniela Hunger, Dagmar Hase y Heike Friedrich, las reinas de las piscinas en los 80, superaron hasta seis veces los niveles permitidos de testosterona. Todas acabaron saturadas de medallas en aquella competición. Tras la desaparición de la RDA, 300 médicos han emigrado a Austria, Italia, Hungría, China, Corea y España, según han denunciado algunos especialistas. Los Juegos de Seúl 88 marcan el punto de inflexión en la historia de las trampas, como apuntó el doctor Juan Manuel Alonso, de la Federación Española de Atletismo. "El caso Johnson" es el más famoso, pero en aquella edición se denunció también un procedimiento que llevaba al menos dos décadas en vigor: una punción en la vejiga introduce orina limpia en el atleta que va a pasar el control antidopaje. La micción del entrenador cómplice es la que analizan en laboratorio. En las mujeres, para evitar el pinchazo, a veces se utilizaba un catéter. Una variante, digna de 007, es ocultar una pera con orina limpia bajo la axila. El atleta presiona cuando va a orinar en el control, y un tubo sale bajo el pantalón con la micción sana. Al ciclista francés Michel Pollentier le pillaron "in fraganti" en el Tour de Francia de 1978. El "prestaorina" era el mecánico del equipo. Se han llegado a realizar transfusiones de sangre propia congelada meses antes en un entrenamiento en altura: la riqueza en glóbulos rojos y oxígeno permitirá lograr más rendimientos en pruebas de mediofondo y fondo. El método más frecuente, con todo, es adelantarse a la prohibición. Pedro Delgado lo hizo sin proponérselo en el Tour que ganó, en 1988, por tomar probenecina para curar un constipado: era un producto prohibido por las listas del Tour y el COI, pero la Unión Ciclista Internacional (UCI) aún no tenía tipificada esa droga, que enmascara los anabolizantes en los controles: retiene la orina, con lo que disminuyen las posibilidades de dar positivo por esteroides. Si Delgado hubiese sido atleta, le habrían caído cuatro años de suspensión. Otro ciclista, Jaime Huélamo, fue descalificado y privado de su medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Munich, en 1972, por hallarse en su orina restos de coramina. Su delito fue la ignorancia: la coramina aún no estaba catalogado por la UCI. A Carl Lewis, siempre abanderado en la batalla contra el dopaje, le fueron detectadas hormonas del crecimiento en el mundial de Helsinki, en 1983. Entonces no estaban prohibidas. El rumor sobre su consumo pesa también sobre Florence Griffith, que se retiró en 1988, un año antes de la prohibición. Un último truco son los diuréticos, que aceleran la eliminación de orina para hacer desaparecer los residuos dopantes. En algunos deportes, en los que el peso tiene especial importancia, como el boxeo o la lucha, los tramposos los utilizan para bajar de categoría. En una reciente reunión de expertos celebrada en Alemania, federaciones internacionales como la de ciclismo, la de tenis y la de fútbol dieron largas a la homologación total del control que realizan con el del atletismo. Pronto se verán obligadas a hacerlo: en 1992 estuvo a punto de no celebrarse el torneo de la raqueta de oro y diamantes de Bruselas, uno de los más cotizados, al exigir las autoridades belgas a la Asociación de Tenistas Profesionales (ATP) la implantación de los controles. En Estados Unidos, los deportes superprofesionalizados, como el fútbol americano, tienen una legislación antidopaje muy severa. Los deportistas deben agradecérselo a Lyle Alzado, un esmirriado joven que pretendía llenar sus 190 centímetros de músculo para fichar por el equipo de una gran universidad. En 1969 pesaba 86 kilos. En 1978, 135. ¿El secreto? los 50 miligramos diarios de dianabol que consumía para aumentar su masa muscular. Consiguió su propósito: fue una gran estrella de los Broncos y los Raiders. Pero a los 41 años, ya retirado, decidió volver a los anabolizantes, por adicción, y su cuerpo no lo resistió. Falleció al poco tiempo de cáncer. Un caso más reciente es el de Todd Marinovich, detenido en enero de 1991 por consumo y tráfico de cocaína y marihuana. Hoy, la Liga Nacional de Fútbol Americano (NFL) realiza controles obligatorios a todos los jugadores en la pretemporada y controles aleatorios a lo largo de la liga. Si un jugador da positivo en un control, se le concede el beneficio de la duda: sólo cae sobre él una multa y cuatro partidos de suspensión. Si es reincidente, se le propone una cura de desintoxicación que, si acepta, sólo le obliga a cumplir seis meses de suspensión. Si hay una tercera vez se acaba el deporte para él. Hay quien asegura que la NFL no ha admitido al atleta Ben Johnson por su juego sucio. La NBA, la liga de baloncesto, tiene una normativa similar. Los responsables de la competición y la Asociación de Jugadores firmaron un acuerdo que obliga a los profesionales a someterse a tratamiento médico cuando consuman droga. Si es reincidente por tercera vez, se sanciona al jugador a perpetuidad. La moralidad norteamericana concede algunos atenuantes como la confesión: si un jugador reconoce su drogodependencia, es sancionado, pero mantiene su sueldo. El jugador de los Suns de Phoenix, Richard Dumas, no pudo cobrar nada por llevar en secreto su adicción. Dumas era reincidente: ya fue sancionado por cocaína cuando era universitario.Entre los universitarios, la coca es moneda común. Chris Washburn fue el tercer jugador en el "draft", la lista a la que acceden los equipos profesionales para elegir jugadores universitarios. Jugó un año con los Golden State Warriors, pero no pudo apenas jugar con los Atlanta Hawks, pues fue sancionado a perpetuidad tras recaer varias veces. De aquella lista, el segundo, Len Bias; el sexto, William Bedford, y el séptimo, Roy Tarpley dividieron su carrera entre las canchas y las clínicas de rehabilitación.La polémica sobre el consumo indiscriminado de sustancias dopantes en el ciclismo durante los 70 fue reabierta por el ex corredor José Manuel Fuente, ganador de dos vueltas a España (1972 y 1974) y cuatro premios de la montaña en el Giro de Italia. En una entrevista concedida al diario El País en noviembre de 1993 aseguraba que el propio ciclista era el que se pinchaba: "Si trabajabas para los compañeros y no luchabas por una buena clasificación, tomabas y te arriesgabas, esperando que no te tocara pasar el control antidopaje". Según Fuente, el material más utilizado era la anfetamina (sulfatina, tenedrón, pervitín o centramina), en pastillas o por vía intravenosa.Entonces, las anfetaminas no estaban perseguidas. En el pelotón de los 70 recuerdan que en plena carrera, sin rubor ante los aficionados, algunos corredores se bajaban de la bicicleta para inyectarse. En pleno Tour de Francia de 1967, Tom Simpson falleció en la escalada del Mont Ventoux: en la autopsia le encontraron restos de anfetamina. Felice Gimondi, ganador de un Tour de Francia, dos Giros de Italia y una Vuelta a España, protagonizó dos positivos en el Giro de 1968 y otro en el Tour de 1975. En 1969, el belga Eddy Merckx, para muchos el mejor ciclista de todos los tiempos, tuvo que abandonar el Giro de Italia al detectársele estimulantes. En España, aparte del "descuido" en el caso de Pedro Delgado en 1988, Angel Arroyo es descalificado en pleno podio de la Vuelta a España de 1982 por dar positivo. El título de esa edición recayó sobre el segundo, el vasco Marino Lejarreta. En 1990, una prueba menor, el gran premio de Albacete, desveló como consumidor de cocaína a José Recio. El ha negado que fuera un adicto.Poco a poco, el fantasma del doping parece controlarse. Entre los 53.165 controles antidopaje realizados por el Comité Olímpico Internacional en 1991, hubo 380 positivos. El mayor porcentaje de fraudes se registró en una especialidad con mucha exigencia física, como el biatlon (ciclismo y carrera): de los 96 deportistas que se sometieron al control, tres dieron resultado positivo. En ciclismo, el porcentaje era del 1,08 por 100. En halterofilia, donde la masa muscular juega un papel prioritario, la cifra alcanzó los 80 casos de los 4.466 analizados. Los gobiernos se han puesto cada vez más duros en la lucha contra el doping. En Dinamarca, una nueva ley prevé incluso la cárcel para el deportista que dé positivo en el control antidoping. Según el ministro de Salud, Torben Luud, "el dopaje causa perturbaciones físicas y psíquicas, es un atentado a la salud y una violación de los principios básicos del deporte". El Comité Nacional Olímpico Italiano ha aprobado el reglamento que regirá en la Comisión de Investigación sobre el Dopaje, que prevé, entre otras cosas, la reducción de la sanción al atleta dopado en el caso de que colabore en la depuración de responsabilidades. No se puede reprimir al atleta, el eslabón más débil de una cadena larga. En Italia, la sensibilidad sobre dopaje se ha incrementado en los últimos años, con la llegada de algunos casos al fútbol: los argentinos Diego Maradona y Claudio Caniggia dieron positivo por consumo de cocaína.La aureola que suscitó la aparición del "caso Maradona" desveló por inercia otros casos, como el del boxeador norteamericano Ray Sugar Leonard, uno de los mejores pegadores de los años 80: confesó, al conocer la noticia, que él también había consumido coca entre 1982 y 1985, restando importancia al asunto.
contexto
La obra de Mabuse -pintor muy bien representado en el Prado- es una profunda reflexión sobre los presupuestos italianos; sus arquitecturas clasicistas, como marco idóneo para sus composiciones, no se reducen a epidérmicas decoraciones como en los Mánieristas de Amberes. Los temas mitológicos le atraen asimismo, siendo uno de sus primeros cultivadores en Flandes. No obstante, su visión de lo clásico es la de un pintor flamenco, que insiste en lo real y concreto de las cosas, como fruto de su propia experiencia empírica y con un desinterés total -estaría en este sentido en los antípodas de un Durero- por la proporción clásica, evidente en desnudos como los de su obra Neptuno y Anfítrite. En van Orley, su interés por la arquitectura clasicista como elemento figurativo de composición y, al tiempo, continente de las escenas, le lleva a importantes reflexiones sobre el espacio pictórico como tridimensionalidad que, en obras como El banquete de los hijos de Job, está referida también a las figuras y su disposición precisa y adecuada en dicho espacio, guardando entre sí las distancias apropiadas y puestas a la requerida profundidad. En ambos casos se trata, pues, de una peculiar visión y versión de modos y formas italianos que, no obstante, supone la adopción definitiva en Flandes de estos presupuestos, de tal modo que, hacia mediados del quinientos, lo italiano es también aquí una tradición a tener en cuenta.
obra
El 19 de julio de 1864, ante la costa de Cherburgo, se produjo el enfrentamiento entre la corbeta nordista Keasarge y la nave sudista Alabama, resultando hundida la segunda. El combate estaba previsto desde algunos días por lo que la costa se llenó de turistas que ocuparon todas las plazas hoteleras. Esta batalla naval quedará reflejada en el Combate entre el Keasarge y el Alabama, siendo uno de los episodios más comentados por la prensa francesa durante varios meses. La llegada de la corbeta al puerto de Boluogne provocó gran atracción siendo representada por Manet en este lienzo, uno de los escasos asuntos marinos que realizó el maestro. La provocadora silueta del barco aparece al fondo, en la línea del horizonte, acompañado de varios barquitos a vela que se acercan para contemplar ese "monstruo marino". Una embarcación a vela se dirige al Keasarge, apareciendo en primer plano, oscurecidas sus velas por la sombra. El mar ha sido conseguido de manera perfecta por el pintor, mostrando las pequeñas olas que indican calma. En estas marinas existe una referencia a los paisajes holandeses barrocos que Manet pudo contemplar en su estancia en los Países Bajos.
obra
El terrible bandido Pedro Piñero, conocido popularmente como el "Maragato", había cometido numerosos crímenes por los que fue condenado a muerte. La pena mortal le fue conmutada por trabajos forzados en el arsenal de Cartagena de donde se escapó el 28 de abril de 1806. Se dirigió a Oropesa (Toledo) asaltando a varias personas en el camino. En la mañana del 10 de junio llegó a una venta donde fray Pedro de Zaldivia procedió a su detención casi sin querer, convirtiéndose en un héroe nacional. En julio de 1806 se publica en Madrid un folleto donde se relata la detención algo novelada y fantaseada, por supuesto. Debido al éxito del asunto, Goya realizó una serie de seis pequeñas tablas en las que mostraba la detención. En la primera el "Maragato" ha encerrado a los habitantes de la casa en una habitación y ha solicitado un caballo. Al oír llegar al fraile que iba por esos lugares pidiendo limosna se dispuso a encerrarlo junto a los demás. El bandido amenaza al fraile con su escopeta y obliga al fraile a introducirse en la habitación del fondo. Las tablas que forman la serie están pintadas directamente sobre una preparación rojiza, sin apenas atender al dibujo, por lo que se aprecian numerosos cambios y arrepentimientos . La continuación de la historia se observa en Fray Pedro desvía el arma.
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A partir del siglo VIII y hasta finales de la Edad Media, la historia de la India está marcada por el reiterado fracaso de las tentativas por establecer un Imperio unificado, por la expansión del Islam y por la creciente importancia del Sur como refugio del hinduismo puro frente a los invasores musulmanes. Mohamed ibn Qasim, y con él el islamismo, penetra en el año 711 hasta el Sind, después de una marcha a través del desierto de Maram. Sus posteriores intentos de conquista sobre el Sind son rechazados por el Reino de Cachemira, lo que marcará una constante en la lenta y espasmódica penetración de los conquistadores musulmanes ya que, cuando pueden, los hindúes también reconquistan parte de los territorios perdidos. El éxito de los conquistadores musulmanes hay que justificarlo por su ventaja en armamento moderno y por sus técnicas de combate, a pesar de ser inferiores en número. Después de la conquista de Sind, sigue la del Punjab hacia el año 1000, la de todo el norte de la India hacia el 1200, la de Gujarat, Malwa y Dekán hacia el 1300 y, por último, la de la India meridional aproximadamente en el 1700. En el Oeste, el último soberano hindú de Sind sucumbe en 712 ante las tropas árabes procedentes de Beluchistán, pero las castas de caballería de los rajputas (hijos de reyes) impidieron un mayor avance de los invasores islámicos. La aparición de esta nueva nobleza debió de ocurrir a lo largo del siglo VII. Los rajputas, como casta guerrera organizada, dominan sobre una región que comprende los cursos fluviales del Indo, el Jumma y el Chambal. Su mítico origen lo entroncaban con las dinastías del Sol, de la Luna o del fuego, aunque en realidad eran en su mayor parte descendientes de hordas de guerreros extranjeras como los hunos. Las cuatro familias rajputanas mas conocidas fincan las de Paramara, Pratihara, Chahamana y Calukya. Los pratiharas obligaron, con su rey Nagabhata, en el año 725, a retirarse hasta Sind a los árabes, que habían penetrado en la India occidental. El rey Vatsaraja de Avanti (770-800 aprox. ) conquisto Rajputana, la región de donde procedían los gurjaras. Este rey unificó las dos dinastías Gurjara, creando el gran Reino Gurjara-Pratihara (775-910), en donde el arte y la cultura alcanzan un gran esplendor y refinamiento gracias a la tendencia de otorgar la misma veneración a todos los dioses, por lo que aparecieron templos con capillas e imágenes para los diversos cultos. En el Dekán la poderosa familia de los Rashtrakutas domina ya, como vasallos de los calukyas, en el norte de Gujarat, Berar y Nasyk, hasta que el soberano Krishna I (756-772) vence al último rey calukya, Kirtivarmam II, y sus sucesores continúan ampliando sus dominios en Malwa y Bengala. El rashtrakuta más poderoso, Govinda II (793-813) vence a las pratiharas en el Norte y a los pallavas en el Sur, teniendo los vencidos que pagarle un tributo. A pesar de las continuas guerras entre las diferentes dinastías y de la fragmentación de los Estados, la vida económica fue bastante próspera, con un artesanado numeroso y activo, una vida urbana intensa y una agricultura sin apenas transformaciones, que producía trigo, arroz, caña de azúcar, frutas, hortalizas y algodón. Pero en las fronteras septentrionales del subcontinente indio, en el mundo islámico, la hegemonía había pasado de los abbasíes a las iranios y después a los turcos, procedentes del Turquestán occidental y convertidos al Islam. En Gazna (Afganistán) el general turco Altegin, gobernador militar de Khorasán bajo los samaníes, fundó la dinastía de los gaznavíes cuando cayó en desgracia al subir al trono el califa Al-Mansur (961-976). Este nuevo Reino independiente tuvo su capital en la recién conquistada ciudad de Gazna. Tras la muerte de Altegin (963) los soldados turcos eligen como soberano a un yerno suyo, Subuktegin, que completó la islamización de las zonas central y oriental del Afganistán. A su muerte, y como consecuencia de la falta de unidad entre sus hijos Ismail y Mahmud, estalla una guerra civil en el país (997-999). El victorioso Mahmud, el destructor de imágenes, se hace cargo de la soberanía sobre Gazna y Khorasán (998-1030) y se lanza a la conquista del Punjab, realizando incursiones hasta la cuenca del Ganges. Mahmud realizó unas diecisiete expediciones a la India, resultando siempre vencedor, gracias a su ágil caballería que se enfrentó con éxito a los pesados ejércitos indios, cuya arma mas notable eran sus pesados elefantes. El imperio de Mahmud de Gazna que se extendió desde el mar Caspio hasta el Indo y que fue un verdadero Estado de nacionalidades, no le sobrevivió. Y aunque el Islam se instaló en el Punjab, los gaznavíes no afectaron en nada a la cultura india de la cuenca occidental del Ganges.
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La sociedad japonesa no se liberó de las tensiones que la agitaban desde el momento de la derrota sino a partir de 1960. En este momento desapareció por completo el peligro de una reaccionaria vuelta atrás. Lo que predominó fue, por el contrario, una preocupación por la gestión económica y, en el terreno de las relaciones industriales, por el pacto con los sindicatos. El primer ministro Ikeda, dirigente centrista de los liberal-demócratas, defendió lo que él mismo definió como una política "modesta": se trataría de "doblar la renta nacional japonesa en diez años". Pero en la realidad práctica hizo mucho más que eso. Consiguió ese objetivo en un poco más de un lustro y el crecimiento siguió avanzando a un ritmo anual del 10-14%. En los años sesenta ya la capacidad global de producción del Japón representaba el cuádruplo de la del continente africano y el doble de América Latina y casi resultaba semejante a la del resto de Asia junta. Pero, como contraste, el nivel de vida era la mitad del de Europa del Norte y la cuarta parte del de Estados Unidos. En esa década el Japón poseía la mitad del tonelaje marítimo mundial, era el tercer país en la producción mundial de acero y de vehículos de motor y segundo en electrónica. Las cifras comparativas en el momento en que se produjo la crisis económica de 1973 resultan todavía más impresionantes. La tasa de crecimiento en la década precedente fue tres veces más fuerte que en las potencias occidentales de modo que si en 1962 el producto interior bruto de Japón equivalía a una quinta parte del norteamericano, en 1972 representaba el tercio. A comienzos de la década de los setenta en tan sólo tres años el excedente comercial casi quintuplicó. En ese momento Japón era ya el primer país del mundo en construcción naval, producción de motos, aparatos fotográficos y televisores y el segundo en automóviles, acero y fibras sintéticas. La forma en que se produjo este crecimiento económico convierte el caso del Japón en absolutamente peculiar comparado con el de otras latitudes. Hubo, sin duda, alguna coincidencia, como, por ejemplo, con Italia en lo que respecta al papel muy importante desempeñado por la pequeña y mediana empresa en ese desarrollo. Pero en muchos otros aspectos las diferencias fueron muy considerables. Un rasgo muy decisivo fue la intervención del Estado y la protección con respecto al exterior. EL MITI (Ministerio dedicado a la tecnología y a la inversión) controló los intercambios con el exterior y centralizó el empleo de las divisas, pero también evitó la entrada de capital extranjero, contribuyó a la racionalización, fomentó una cartelización controlada, incentivó por procedimientos fiscales, reglamentó la concurrencia interna y promovió la innovación. Buena parte de los avances industriales se debieron a la renovación del aparato productivo a través de la labor de este Ministerio. En otros casos, las empresas se beneficiaron de una utilización excepcionalmente inteligente de lo inventado fuera. La empresa Sony imaginó, por ejemplo, utilizar la patente de los transistores de las prótesis auditivas para pequeñas radios portátiles con el consiguiente éxito. En otros casos, los excelentes resultados económicos se debieron a la capacidad de aprovechar al máximo unas oportunidades mínimas. Las acerías, por ejemplo, se situaron en la costa importando el hierro de Australia y el coke de Estados Unidos. Sólo comerciando con zonas lejanísimas pudo Japón superar su radical carencia de materias primas. Sin embargo, a medida que fue pasando el tiempo el papel del MITI fue disminuyendo: no logró, por ejemplo, reducir el número de empresas automovilísticas a tan sólo dos y surgieron nuevos grupos industriales que ya le debían bastante menos. Como se puede imaginar, el papel de las élites burocráticas a través de esa institución fue decisivo en el crecimiento económico japonés. Otro rasgo muy importante del crecimiento económico del Japón consistió en la existencia de un peculiar sistema de conflicto social. A partir de 1960 las relaciones industriales perdieron su vehemencia. En todas las grandes empresas a partir de los años sesenta se expandió el sistema de empleo para toda la vida, que ya había tenido su origen en los años veinte y que permitía una excepcional fidelidad a la empresa, de cuyo progreso se beneficiaban los trabajadores. Los sindicatos, por su parte, mantuvieron un nivel de afiliación relativamente alto (el 35%) pero sobre todo en esta categoría de los empleados para toda la vida. Gracias al sindicalismo y a las anuales "ofensivas de primavera" para lograr el incremento de los salarios progresó excepcionalmente el nivel de vida. Pero, al mismo tiempo, los trabajadores no tuvieron un sistema de protección social suficiente. Las pensiones sólo se establecieron en 1959 y fueron muy modestas por más que se hicieran compatibles con un segundo trabajo. Las prestaciones sociales tan sólo representaban menos del 15% en el presupuesto del Estado e incluso disminuyeron con el transcurso del tiempo. De ahí la necesidad de un fuerte ahorro popular que constituye también un rasgo muy característico de la economía japonesa. Pese a las apariencias ésta siguió teniendo también inconvenientes graves. La agricultura que ocupaba a la mitad de la población en los años cincuenta tan sólo llegaba al 14% en 1972. Se trató siempre de una agricultura muy protegida de modo que la introducción de arroz extranjero estaba simplemente prohibida y la de otros productos quedó sometida a dificultades muy acusadas. Aun así, un aspecto conflictivo de la economía japonesa fueron los problemas con la alimentación: el 20% de los productos alimenticios procedía del exterior a fines de los sesenta. Además, el nivel de vida siguió estando muy por debajo de los países más desarrollados de Europa y América: lo demostraba, por ejemplo, la vivienda y los equipamientos colectivos, aunque algunos fueran tan espectaculares como los trenes de alta velocidad. La misma diferencia de altura de los japoneses de generaciones sucesivas es una buena prueba del progreso de la sociedad de consumo. Quizá el inconveniente más grave de la economía japonesa consistió en que un desarrollo muy rápido como el que se produjo en este país se llevó a cabo con un escaso grado de preocupación por el medio ambiente. Desde mediada la década de los cincuenta se dieron casos de envenenamiento por vertidos de residuos industriales tóxicos en varios puntos del archipiélago. La concentración de la población en tres megalópolis en torno a Tokio-Yokohama, Nagoya y Osaka supuso que un tercio de la población japonesa vivía en el 1% del territorio donde la densidad de la población superaba los 9. 200 habitantes por kilómetro cuadrado. Las condiciones de vida en esta región fueron todo lo lamentables que se puede imaginar. No puede extrañar, en fin, que el acelerado proceso de desarrollo económico tuviera para el Japón unas consecuencias sociales de importancia. El éxodo rural, la llegada a la edad de jubilación de quienes habían sido protagonistas del crecimiento y la desaparición de unas pautas de vida tradicionales contribuyeron a una sensación de incertidumbres y desenraizamiento. De ahí la aparición de nuevos movimientos religiosos y de asociaciones reivindicativas de todo tipo. Entre los primeros, la más influyente fue Sokagakkai, una derivación del budismo extraordinariamente proselitista que, como veremos, llegó a tener una implantación en la política. En general, todos estos movimientos religiosos se caracterizaron por su sincretismo y simplicidad de su mensaje, insistencia en valores tradicionales y organización capilar para influir en la sociedad. A ellos hubo que sumar los movimientos de consumidores y aquellos destinados a defender a minorías étnicas, como los coreanos. Una de las protestas más estridentes realizadas en contra de los excesos de la industrialización fue la llevada a cabo en contra de la construcción del nuevo aeropuerto de Narita, cerca de Tokio. Por su parte, las mujeres también organizaron movimientos de autodefensa a pesar de que, de acuerdo con un sondeo oficial, el 80% aprobaban la diferenciación entre los papeles de los sexos. En 1972 había tan sólo siete mujeres en la Cámara baja japonesa. Pero la defensa del aborto y de la píldora contribuyó a crear una creciente presión social de cambio. La oposición más violenta en contra de la sociedad de consumo y el testimonio más palpable de la rapidez con que se había producido el cambio lo encontramos en los movimientos terroristas, muchos de ellos vinculados con los estudiantes. Si en todo el mundo existió una revolución estudiantil, el caso del Japón fue un tanto especial por tratarse de una sociedad muy competitiva. Las protestas contra las bases norteamericanas de Okinawa y la derivación terrorista de la protesta protagonizaron la vida japonesa a comienzos de los setenta. Los grupúsculos revolucionarios se caracterizaron por acciones de una violencia espectacular como el asesinato masivo de turistas en el aeropuerto de Tel Aviv en 1972 o los crímenes llevados a cabo entre representantes de las diversas tendencias. No obstante, en realidad todos esos movimientos no pasaron de arañar la superficie de la vida política japonesa caracterizada por una profunda estabilidad y un conservadurismo de fondo que relegaba a la oposición a un papel de acompañante molesto pero impotente. La gran paradoja de la vida política en los sesenta fue que, pese a que la influencia social del Partido Liberal Demócrata se erosionó, su poder político no lo hizo en absoluto sino que se consolidó. El voto al Partido Conservador pasó del 54% a tan sólo el 46% pero eso sólo tuvo consecuencias en algunas elecciones municipales o regionales. En muchas categorías sociales tradicionales el partido mantuvo el 70-80% del voto e incluso el 30% en la clase obrera. Su poder reposó siempre en el clientelismo, la popularidad personal de sus candidatos y la existencia de unos sólidos fondos electorales para llevar a cabo las elecciones proporcionados por las empresas. Es cierto que los liberal-demócratas siguieron padeciendo un extremado faccionalismo interno pero lo organizaron como sistema de Gobierno en el seno de su partido. Una razón decisiva para explicar que no hubiera cambio político fue una fragmentación de la oposición que proporcionó a los japoneses la sensación de vivir en un sistema con un partido y medio tan sólo. Parte de la normalización de la vida del país se percibió en la evolución de los socialistas, de los cuales un sector adoptó una actitud cada vez más democrática y menos cercana al marxismo. Pero al mismo tiempo, se produjo un descenso del voto socialista: en 1962 era prácticamente el único partido de la oposición con el 29% de los votos pero tenía tan sólo el 21% en 1972. En el primer año toda la izquierda sumada se quedó en el 39% y dejó de crecer a partir de este momento y en 1969 estaba por debajo del 22%. Las cifras resultan más espectaculares si examinamos los casos de las grandes ciudades, como Tokio y Osaka, en donde el voto socialista retrocedió del 40 al 16% mientras que crecía el Partido Comunista y un nuevo partido, el Komeito. El bajón en el voto socialista se explica por el crecimiento de otros grupos como, por ejemplo, el citado que llegó en 1968 al 15% de los votos y atrajo a un electorado que no podía votar ni por los conservadores ni por la izquierda. El Komeito fue un partido político nacido de la relación con Soka Gakkai, el grupo religioso de procedencia budista interesado de forma especial en la moralización de la política y en algunas materias de política exterior y capaz de atraer a la población carente de raíces por haber emigrado a las grandes ciudades en fechas recientes. También el Partido Comunista creció, sobre todo en el mundo profesional y en las grandes urbes. Los socialistas siguieron siendo el partido de los obreros sindicalizados de grandes empresas pero, incapaces de penetrar en otros estratos sociales, veían multiplicarse su importancia por la división entre unos parlamentarios muy moderados y unos afiliados que lo eran bastante menos. Por otro lado, la peculiar estructura del Partido Liberal Demócrata le permitía acoger en su seno las demandas de grupos de presión corporativistas. En política exterior la relación con los Estados Unidos siguió siendo el centro de gravedad de la presencia de Japón en el mundo. En 1960 se renovó el Tratado de Seguridad entre los dos países por diez años y las relaciones con los norteamericanos se caracterizaron en esta época por un mayor grado de normalidad. Okinawa obtuvo un cierto grado de autonomía. En 1961 Japón solucionó el problema de sus deudas con los norteamericanos y en 1963 fue admitido en la OCDE. Perduraban, sin embargo, los malentendidos. Okinawa era una base esencial para la presencia norteamericana en el Extremo Oriente. En 1967, tras haber mostrado su alineamiento con los norteamericanos en Vietnam, Sato, la gran figura política del momento, consiguió que se aceptara por los norteamericanos el debate sobre este archipiélago. La imagen de los Estados Unidos se había hecho mucho mejor en los años de Kennedy pero aunque luego empeoró desde el punto de vista diplomático los frutos obtenidos por el Japón fueron mucho mejores. Durante la presidencia de Nixon se decidió que Okinawa sería devuelta en 1972. Durante el comienzo de los setenta creció, por parte japonesa, la relación conflictiva con los norteamericanos en parte debido a la Guerra de Vietnam pero también por la falta de realismo norteamericano respecto a la manera como tratar a China. Cuando los norteamericanos se acercaron a la China comunista la reacción inmediata de los japoneses fue más allá, hasta llegar al reconocimiento diplomático de su poderoso vecino como único Gobierno legal. A pesar de ello, fue posible mantener las relaciones económicas con Taiwan. En 1966 Japón era ya el país vecino que más comerciaba con China, un país que representaba un quinto de la población mundial. Merece la pena citar también otros dos aspectos de las relaciones entre Japón y Estados Unidos. A partir de los años sesenta Japón fue el segundo país en comercio con los norteamericanos, pero las presiones de este Gobierno obligaron a restringir su comercio. En 1971 los Estados Unidos suspendieron la convertibilidad del dólar e impusieron dificultades a todas las importaciones. En adelante, la limitación más o menos voluntaria de la agresividad comercial japonesa en Estados Unidos jugó un papel decisivo en la relación entre ambos países. Un último aspecto de la relación nipo-norteamericana se refiere a la evolución del Ejército japonés. Las fuerzas de autodefensa aparecidas en los años cincuenta ya eran aceptadas por la opinión pública y contaban con 250.000 hombres y un millar de aviones a reacción. A fines de los sesenta hubo incluso un ministro, Nakasone, dispuesto a pedir que Japón tuviera el arma atómica y fabricara su propio avión de combate. Del resto de la vertiente exterior de la política japonesa hay que señalar que fue muy manifiesta la voluntad de una mayor presencia internacional. En definitiva, esto se explica no sólo por su potencia económica sino también por otros factores, incluso culturales. A fin de cuentas, en 1968 Kawabata fue el primer escritor no occidental en recibir un Nobel. Pero en algunas partes del mundo Japón seguía ofreciendo en su imagen de política exterior la sensación de que actuaba como "un comisionista de venta de transistores", tal como lo caracterizó De Gaulle. El cisma entre la URSS y China hizo que la primera se interesara mucho por el Japón. En 1968 todavía el comercio entre Japón y la primera era superior en cuantía: los soviéticos trataron de que Japón contribuyera a la explotación de los inmensos recursos de Siberia. Pero más importante resultó la relación entre Japón y el resto de Asia. Japón dedicaba, ya antes, un 1% del PIB a la ayuda al desarrollo y en 1960 superó esa cifra. Cuando se creó un Banco para el desarrollo de Asia aportó tanto capital como los Estados Unidos (1965) y jugó en él un papel fundamental. En 1965 reconoció como única Corea a la que tenía como capital a Seúl y en 1969 su comercio con ella ya era superior al que Corea del Sur mantenía con los Estados Unidos. Hacia 1970 Japón realizaba el 70% de sus exportaciones hacia los países asiáticos y del Pacífico y de ellos obtenía dos tercios de sus importaciones. De hecho, por medios no violentos, basados en la competencia económica y el comercio, había conseguido una influencia superior a la lograda en plena Guerra Mundial en toda esta área geográfica.
contexto
Es casi una obviedad señalar que la Historia de América no comienza con la llegada de los españoles en 1492. Por el contrario, tiene una antigüedad comprobada de varios milenios, en los cuales se desarrolla un verdadero proceso histórico -y no sólo prehistórico- que se suele denominar América prehispánica o precolombina, calificativos que en los últimos años están siendo sustituidos por aborigen o indígena, sin duda más apropiados por menos eurocéntricos, pero que pueden dar la errónea impresión de que no hay una historia indígena posterior a la conquista española. Por eso, quizá América antigua sea la mejor forma de designar esa primera y larga etapa de la historia americana. La etapa siguiente, los tres o cuatro siglos de dominio español -que apenas representan el 1 por 100 del proceso histórico americano- o historia moderna, no se entendería sin hacer siquiera una mínima referencia a esa América aborigen, como tampoco se entendería fuera del propio contexto español. La llegada de un centenar de hombres europeos a las Antillas el día 12 de octubre de 1492 se considera, convencional o simbólicamente, como el momento final del período que denominamos América antigua. El momento inicial, no tan bien documentado, se sitúa 40 ó 50.000 mil años atrás con la llegada de otros hombres, estos asiáticos, que en varias oleadas cruzaron a pie el estrecho de Bering, convertido en puente terrestre durante la última glaciación (Wisconsin). Desde la llegada de estos primeros descubridores de América, el desarrollo cultural del continente se produce sin influencias exteriores demostradas. Y el aislamiento es también interno: cerca de mil lenguas americanas documentadas muestran la proliferación de comunidades humanas, aisladas por las dificultades de comunicación impuestas por la tremenda geografía y otros condicionantes, como la carencia de animales de tiro y carga. La amplia gama de situaciones entre Alaska y la Patagonia dio lugar a una gran variedad de culturas, que alcanzarán muy diversos niveles de desarrollo tecnológico, desde pueblos de cazadores-recolectores hasta civilizaciones parangonables a las más avanzadas del Viejo Mundo, y aun verdaderos imperios establecidos también mediante guerras de conquista.