Frente al predominio urbano e industrial de al-Andalus, los dominios cristianos sólo pueden ofrecer una economía agrícola y pastoril carente de moneda propia, sin proyección exterior importante y destinada fundamentalmente a la alimentación, vestido y calzado de sus habitantes, es decir, a la satisfacción de las necesidades vitales. Lógicamente, en una sociedad en guerra permanente, el botín es parte fundamental de la economía. Su importancia puede ser entrevista en el hecho de que todavía en el siglo XIII, cuando los navarros intenten limitar los poderes del monarca extranjero, Teobaldo de Champaña, le recuerdan que tras la ocupación de la Península por los musulmanes, fueron los hombres de la montaña los únicos que ofrecieron resistencia a los nuevos señores de la Península y que si eligieron un rey, siguiendo el consejo del papa, de los lombardos y de los franceses, no fue sino para que buscase un acuerdo entre ellos a la hora de repartir el botín.Con la incorporación a los reinos y condados de numerosos mozárabes, la búsqueda de botín se mantiene pero aparece teñida o encubierta por un ideal gótico-cristiano: la población de las montañas se deja absorber culturalmente y hace suyas las ideas de los nuevos pobladores; el objetivo oficial de las campañas militares será la recuperación de los antiguos dominios visigodos y la restauración del cristianismo. Esta interpretación fue fácilmente aceptada y quizás, en parte, tuviera su origen en las circunstancias políticas del momento: las dificultades internas de al-Andalus habían permitido a los astures llevar sus fronteras hasta el Duero en connivencia con los muladíes sublevados en Toledo, Badajoz, Bobastro...Fueran cuales fueran sus orígenes y las causas que facilitaron la aceptación de esta idea, el reino leonés dispone de una ideología que no sólo justifica la guerra sino que hace del enfrentamiento armado con los musulmanes la razón de ser del nuevo reino visigodo y de cuantos como él se hallaban en guerra con los musulmanes, es decir, del reino de Pamplona, del condado de Aragón y de los condados catalanes.Al margen del botín, durante los primeros tiempos, tanto en los territorios occidentales como en los orientales debió de predominar la ganadería sobre la agricultura, lo que se explica por la situación geográfica de los dominios cristianos. Los avances hacia el sur harían posible el cultivo de cereales y viñedo; el comercio apenas supera el ámbito local o regional, y sólo la nobleza y los clérigos disponen de objetos de lujo procedentes en su mayoría de al-Andalus.Por lo que se refiere al reino asturleonés, la economía agrario-ganadera viene atestiguada por la equivalencia entre el sueldo de plata, el modio de trigo y la oveja, que se utilizan en numerosos casos como moneda real ante la inexistencia o insuficiencia de la moneda; y puede aceptarse con Sánchez-Albornoz que si esta economía no se degradó hasta el estadio de la economía natural fue porque detrás estaba la etapa de economía monetaria visigoda y porque el reino astur vivió en contacto con la Europa carolingia en la que se mantuvieron la artesanía y el comercio, aunque en niveles muy inferiores a los de al-Andalus, con el que Asturias mantiene relaciones económicas continuas, tanto comerciales como en forma de botín de guerra.La situación es similar, en líneas generales, en Pamplona, Aragón y Cataluña. En los condados de Pallars y Ribagorza, estudiados por Abadal, puede hablarse de una economía tendente a satisfacer las necesidades de alimentación, vestido y alojamiento, cuyas bases son la agricultura en las zonas prepirenaicas y la ganadería en la montaña. Del mismo modo que en el reino occidental, existen pequeños mercados agrícolas y se realizan numerosas compraventas, pero, al menos hasta muy avanzado el siglo X, los pagos se hacen casi siempre en productos. Sin duda, la situación era muy diferente en el condado de Barcelona, situado en la llanura. y Gaspar Feliú ha podido reunir más de quinientos documentos fechados entre el año 880 y 1010 en los que el pago se efectúa directamente en moneda, pero de esta enorme masa documental sólo algo más de sesenta diplomas son anteriores al año 970. La cantidad de moneda circulante aumenta a partir de la segunda mitad del siglo X, pero ésta se halla en manos de los monasterios y nobles que la invierten en la compra de propiedades agrícolas, cuyos dueños anteriores pasan a la situación de colonos. Las campañas de Almanzor llevaron consigo un enrarecimiento de la moneda y el regreso momentáneo a una economía seminatural en la que los pagos se hacen en especie, pero el botín logrado en las campañas realizadas al servicio de los eslavos sirvió para reactivar y relanzar la economía catalana, según ha demostrado Pierre Bonnassie. Pese a los paralelismos señalados entre la economía castellano-leonesa y la catalana, las diferencias entre una y otra son considerables: los condados orientales, incluyendo entre ellos el reino de Pamplona, son un lugar de paso entre dos civilizaciones, entre el mundo islámico y el carolingio europeo, y por sus tierras cruza un activo comercio que sin duda contribuyó a acelerar el paso de la economía natural a la monetaria. Por otro lado, mientras en León no existió una conciencia monetaria ni siquiera en el nivel político, como lo prueba el hecho de que se utilizaran el modio y la oveja como monedas de cuenta y que las primeras acuñaciones reales tuvieran lugar en la segunda mitad del siglo XI, en Cataluña, aun cuando se pague en productos por escasear la moneda, los bienes se valoran siempre en moneda, y tanto los reyes carolingios como, en el siglo X, los condes independientes acuñaron piezas en territorio catalán. La vinculación al mundo europeo permitió que sobreviviera la moneda, al menos como recuerdo. Los intercambios con al-Andalus, que disponía de abundante y fuerte moneda, hicieron que se activara la circulación de las piezas amonedadas, y la necesidad de los condes de señalar, mediante la emisión de moneda propia, su independencia respecto a los monarcas carolingios les llevaron a acuñar moneda de plata en el siglo X y mancusos de oro en el XI. Castilla-León no emitirán moneda de oro hasta después de 1172 y este hecho se relaciona, sin duda, con una menor actividad comercial, para la que eran suficientes los restos de moneda visigoda o sueva y las piezas acuñadas en al-Andalus o en el mundo carolingio, únicas que circulan en el reino leonés.
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La primera impresión de los viajeros portugueses cuando arribaron a la India fue la de un país inmensamente rico y floreciente, donde los productos alimenticios eran abundantes y baratos. La gran mayoría de la población difícilmente podía compartir esta idea y se hubiese dado por satisfecha con tener al menos la supervivencia asegurada. La India era ya en el siglo XVIII un país muy densamente poblado, al que se le calculan para comienzos del siglo XVI unos 100.000.000 de habitantes. A pesar de la producción exuberante, que tanto admiraba a los europeos, la alta densidad de población motivaba la precariedad de la alimentación, y la nula comercialización de los productos básicos hacía que cualquier alteración del frágil equilibrio entre población y cosecha pudiese provocar escasez, hambre y muerte. La reorganización del sistema fiscal llevada a cabo por Akbar tenía por finalidad tanto la obtención de los recursos necesarios para mantener el Imperio unido, como la elevación del nivel de vida del campesinado lo suficiente como para posibilitar la reinversión de cara a la mejora de los rendimientos, que, a su vez, permitirían el aumento de la base impositiva. Esta reorganización estuvo así en la base del éxito del Imperio mogol en la India, pues proporcionó los medios de pagar una administración y un ejército unitarios. A pesar de sus riquezas en productos de lujo, la India era un país eminentemente agrícola, sector de donde habían de recaudarse la mayor parte de los impuestos. Uno de los grandes aciertos del gobierno de Akbar fue el haber levantado un catastro con la clasificación de las calidades del suelo, para poder imponer las contribuciones de la forma más ajustada a la realidad. Este impuesto sobre la tierra sustituía a numerosos gravámenes locales, lo que en definitiva mejoró la situación del campesino. En buena parte de la península fueron recuperados por la Corona numerosos feudos y sus rentas. Y se prefirió la utilización de funcionarios pagados por el Estado para el cobro de impuestos antes que el arrendamiento de las rentas, aunque tal medida no se llevase a rajatabla cuando se consideró conveniente.
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Las bases económicas del imperio songhay fueron muy similares a las de los imperios precedentes, como Ghana y Mali. El comercio transahariano fue la actividad más lucrativa, mientras que las actividades agrícolas, debido a que el suelo era más fértil, eran realizadas por numerosos esclavos en grandes propiedades controladas por la aristocracia. La pesca en el río Níger y la ganadería fueron también muy importantes para la economía. La primera actividad desarrolló una importante industria artesanal de ahumados, que llegó a exportarse por los territorios vecinos. La sociedad, fuertemente jerarquizada, mostraba una gran masa de la población con serias dificultades para vivir en el campo, y una aristocracia político-religiosa que junto a los ricos comerciantes vivía lujosamente en las grandes poblaciones.
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La economía del Israel antiguo se hallaba muy poco desarrollada hasta los primeros tiempos de la monarquía. Las principales actividades económicas eran la agricultura y la ganadería, quedando para el comercio un papel secundario. Cuando los israelitas llegaron a la Tierra Prometida se produjo el reparto de la tierra disponible. En primer lugar se sorteó entre las tribus, distribuyéndose posteriormente por clanes y familias. La tierra era la principal fuente de riqueza familiar, pues procuraba los productos para su sostén. Además, en ella pastaba el ganado y bajo su suelo se enterraban a los difuntos. La costumbre de que fuera el hijo mayor el heredero de los bienes familiares tuvo dos consecuencias fundamentales. Por un lado, evitó que los patrimonios se disgregaran; por otro, produjo un creciente numero de pobres e incrementó las diferencias sociales y económicas. En este sentido son notorias las intervenciones de los profetas contra los abusos del rico sobre el pobre, sobre el huérfano y la viuda. Si bien agricultura y ganadería fueron las actividades israelitas predominantes, desde la época de David y Salomón se produjo un desarrollo de actividades como el artesanado y el comercio. El tratado celebrado con el rey Hiram de Tiro facultó a Israel para beneficiarse de su posición geográfica en la parte sur del reino, sacando partido de las rutas que unen el mar Rojo con el Mediterráneo a través del puerto de Esión-Geber. También aquí fueron explotadas las refinerías de cobre, transportado desde las minas de Ararah. Otra característica de este periodo es que se recurrió, pese a las prohibiciones expresas sobre ello, al préstamo con interés, si bien se restringió a los extranjeros, no a los israelitas.
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La especialización económica que caracterizaba a las comunidades judías medievales y de la Edad Moderna ha dado paso, en los últimos siglos, a una gran diversidad. Si bien en algunos lugares la fuerza de la tradición y la propia dinámica de las comunidades ha hecho que las actividades económicas tradicionales sigan siendo el comercio, la banca y la industria, en el mundo judío actual pueden encontrarse representada todas las ocupaciones. Encuestas realizadas en Estados Unidos o Gran Bretaña dejan ver que existe en la comunidad judía una movilidad económica ascendente, que implica desde labores de tipo manual hasta trabajos administrativos, burocráticos o actividades liberales. El crecimiento demográfico de la comunidad judía y la renovación generacional acentúan esta tendencia. La derogación de las restricciones de acceso de los judíos al ejército que regían en muchos países han provocado que ésta sea también una salida profesional. Otro tanto ocurre con la agricultura, vedada tradicionalmente a los judíos y a la que están volviendo, comenzando por colonias experimentales en la Rusia del siglo XIX y continuando por América del Sur y Palestina. En Israel, el desempeño de la agricultura tiene además un cariz marcadamente identitario, pues la dureza de las condiciones agrícolas en algunas zonas es respondida por los colonos con ahínco, esforzándose por obtener la mayor rentabilidad de la Tierra Prometida. País nuevo, formado por oleadas de emigrantes, sus pobladores han ensayado fórmulas de actividad agrícola diversas, desde las cooperativas y establecimientos colectivos, hasta las comunidades tradicionales. Por otro lado, existen actividades por las que los judíos siempre han tenido una gran atracción, como la medicina, la ciencia, la magistratura o la educación, sectores todos ellos en los que la presencia judía es muy importante. La actividad política, desde la apertura producida en los últimos tiempos, es una ocupación también importante, si bien son pocos los judíos que, salvo en Israel, han alcanzado las más altas cotas del poder. Sin embargo, esta apertura no se ha producido en todos los países. En algunos, fundamentalmente los árabes, las minorías judías están totalmente excluidas también desde el punto de vista económico, cuando no pesa una fuerte limitación sobre sus oportunidades.
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Cuando se estudia el reinado de Fernando VII se olvida con frecuencia la enorme dificultad económica en la que se desenvolvieron los políticos y los gobernantes de la época, tanto absolutistas como liberales. Para comprender en toda su dimensión este difícil periodo de nuestra Historia es menester tener en cuenta la ruina total en la que cayó el país, porque de lo contrario acabaríamos por achacar únicamente a los cambios políticos, o peor aún, a la incapacidad de los dirigentes, o a su torpeza, todas las calamidades por las que atravesó España durante el primer tercio del siglo XIX. Los últimos años del siglo XVIII contrastan considerablemente con la tendencia económica general que se había seguido, al menos, desde 1750. Las guerras y las revoluciones finiseculares provocaron una crisis económica. Esta crisis se caracterizó por tres factores esenciales: a) por la sobreabundancia del crédito y de la circulación fiduciaria; b) por la gran subida de precios; y c) por la insuficiencia del presupuesto para atender a los gastos. La subida de precios produjo en un principio un proceso expansivo. Benefició a los grandes propietarios que tenían acceso directo a la producción de sus tierras. Por su parte, los que las tenían arrendadas, trataron de subir las rentas a sus colonos. Los que verdaderamente salieron perjudicados fueron los jornaleros. En el sector urbano, la inflación benefició a pocos y perjudicó a la mayoría, porque los productos alimenticios se encarecieron más que los manufacturados. Los funcionarios y todos aquellos que recibían un salario fueron los que más perdieron. Pierre Vilar pretendía demostrar que lo que ocurrió a finales del siglo XVIII no fue un fenómeno de inflación, sino más bien de exceso de crédito. Pero para muchos efectos viene a ser lo mismo. Abundaba el dinero y escaseaban los fondos del erario público. Las grandes monarquías de Occidente padecían una escasez de numerario cada vez mayor, sobre todo a causa de las guerras, y arbitraron como solución de urgencia la emisión de papel de deuda. Una solución hubiese sido la de aumentar los ingresos del Estado mediante la reforma del sistema fiscal. Pero esa medida tropezó en España con la oposición de la Corona, que se negaba a tomar en consideración una reforma que estuviese basada en la nivelación de los reinos y las provincias privilegiadas y en la eliminación de las exenciones de la nobleza y del clero. Así es que los ministros de finanzas se decidieron por la medida más fácil de emitir vales reales, y más tarde decretaron la circulación obligatoria de ese papel con una función más o menos parecida a la de nuestro papel moneda. La emisión de papel se produjo en Francia, en forma de los famosos "assignats", y también en Gran Bretaña. En España, como en estos países, se recurrió a la misma medida. Para atender a los gastos provocados por la intervención en la guerra de la Independencia de Estados Unidos de América, Carlos III emitió entre 1780 y 1782 vales por un valor total de 450 millones de reales. Carlos IV emitió vales en 1795 por valor de 963 millones para hacer frente a los gastos de la guerra de la Convención, y en 1799, autorizó una nueva emisión de 796 millones, a raíz de la reapertura de hostilidades con Gran Bretaña. Sin embargo, estas medidas, que no solucionaron la penuria de las arcas reales, contribuyeron a acelerar la desconfianza de los tenedores, que advirtieron la no convertibilidad del papel, y aceleraron el proceso inflacionario. La curva de precios en España alcanzó su punto máximo en 1799, año en el que el índice, con base 100 a comienzos del siglo XVIII, llegó a tener el valor de 198. Durante los primeros años del siglo XIX, los precios siguieron creciendo hasta alcanzar un índice de 221 en 1812. Además de la indiscriminada emisión de los vales y sin descartar las razones climáticas de sequía y heladas, que sin duda jugaron un papel relevante en esta carestía y de las cuales existen abundantes testimonios contemporáneos, no podemos dejar de lado las consecuencias de las guerras, ni la muy importante de la emancipación económica de América. Esta tuvo lugar años antes de que las colonias obtuviesen su emancipación política y se produjo como consecuencia de la imposibilidad de que España pudiese abastecerlas a causa de la guerra con Inglaterra. El 18 de noviembre de 1797, Carlos IV se vio obligado a emitir el decreto de Libre Comercio de las colonias con los países neutrales, que autorizaba a sus posesiones ultramarinas a comerciar directamente con los países que no intervenían en la guerra. Las colonias se dieron cuenta que la ruptura del monopolio les permitía un mejor comercio con otros países -sobre todo con los Estados Unidos- y un más rápido y más barato abastecimiento, con lo que se resistirían a volver al antiguo sistema una vez vuelta la normalidad. En efecto, España ya no pudo dar marcha atrás a esa medida y desde entonces se puede decir que perdió ese mercado trasatlántico que había sido una de las bases fundamentales de la riqueza económica de la Monarquía durante siglos. La falta de salida para los productos manufacturados, las consiguientes quiebras de fábricas y talleres y la falta de trabajo, afectaron sin duda al fenómeno de la inflación. El nuevo siglo comenzaba con graves problemas económicos que no harían sino agravarse en los años siguientes.
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A pesar de sus grandes diferencias en otros aspectos, los mamelucos y los otomanos construyeron sus respectivos dominios sobre situaciones económicas que tenían ciertas semejanzas. La primera es la relativa escasez de hombres, sobre todo en el medio rural, que contrasta con la hipertrofia de las capitales urbanas, debida en parte al éxodo de campesinos desarraigados; la penuria demográfica se agravó por causa de las hambres y epidemias que se suceden desde 1347; algunas del siglo XV, como la carestía de 1403-1404 en Egipto o la peste de 1468-1469 en todo el norte de África fueron especialmente terribles: algún autor antiguo afirma que en Túnez murieron 260.000 personas sobre un total de 800.000 en la última de las fechas citadas, pero no es posible contrastar tales cifras. Más seguras parecen las que atribuyen 3 millones de habitantes a Egipto y 900.000 a Siria a mediados del siglo XIV, antes de aquellas catástrofes pero ya en un tiempo de decadencia; Egipto había alcanzado un máximo de entre 7 Y 10 millones a comienzos de la era cristiana. El Cairo, que tenía unos 600.000 habitantes en la primera mitad del siglo XIV, no llegaría a 430.000 a mediados del XVI. El problema principal en aquellas circunstancias fue mantener un nivel suficiente de mano de obra rural, y más porque estaban agravadas a veces por guerras, mala administración, fuerte presión tributaria o excesiva dependencia económica, todo ello dentro de un sistema de producción y formas de obtención y redistribución de renta que no varió en sus aspectos fundamentales, ya que tanto en el Egipto mameluco como en el Imperio otomano se trataba de sostener sendas aristocracias militares y políticas con las rentas pagadas por campesinos cultivadores en usufructo perpetuo de una tierra cuya propiedad última era del sultán. El fellah egipcio o el ra'ya bajo dominio otomano, ya sean musulmanes o cristianos, no suelen estar adscritos obligatoriamente a la tierra pero, de hecho, así es porque no tienen alternativa en la práctica; la adscripción forzosa sólo afectaba a algunos aparceros (ortaktchï) entre los otomanos, y debió estar vinculada a menudo al crecimiento de grandes propiedades privadas (murk) -sobre todo en Serbia, Bulgaria y Albania-, desconocidas o escasas en otros países musulmanes. El régimen de la tierra y el destino de las rentas era también peculiar en aquellas que formaban parte de bienes "waqf", al estar vinculadas al sostenimiento de mezquitas y otras fundaciones religiosas, pero la situación de sus cultivadores no seria muy distinta a la de otros tenancieros del dominio útil. Las rentas que satisfacían con carácter general aquellos campesinos usufructuarios -salvo los aparceros- eran el diezmo de la cosecha, equivalente a la limosna legal, diversas tasas sobre el ganado, derechos con ocasión de matrimonios y herencias, multas diversas y ocasionales y, en el caso de los cristianos, la capitación personal. La contribución territorial (jaray), de la que en principio debían estar libres los musulmanes, se pagaba también a modo de renta por el usufructo o posesión, debida al sultán o a su derechohabiente -timariota, etc.- como propietario eminente. E incluso la capitación se había vinculado también al suelo en Egipto desde 1315, con lo que los campesinos musulmanes tenían que pagarla, cosa que no ocurrió en el dominio otomano. Aquellas medidas tendían, sin duda, a contener el deterioro del importe global de la renta, pero carecemos de datos cuantitativos: en Egipto, el jaray, que había ascendido a 12 millones de dinares anuales bajo los omeyas, se cifraba en 4 a 6 millones durante el siglo XIV y en 2 millones a finales de la época mameluca. Buena parte de la renta de origen agrario estaba vinculada mediante procedimientos de iqta' entre los mamelucos y de timar entre los otomanos. Ambos nos son conocidos ya pero es preciso añadir que su importe podía variar mucho. Un jefe militar o emir mameluco podía tener la renta de varias aldeas y redistribuir parte de ella entre los mamelucos a su mando, pero también podía suceder que algún mameluco recibiera una iqta' de menor cuantía a título personal. Habría sido indispensable modificar el reparto cada cierto tiempo, pero no se hizo después de 1315 lo que, unido a la escasez de campesinos y al deterioro de la economía rural en algunas regiones, provocó el mal funcionamiento del sistema y de la eficacia y disponibilidad militar unidas a él. Entre los otomanos no ocurrió tal cosa porque su administración consiguió mantener al día los catastros y vigilar el reparto y la modificación de timar, al menos en los siglos que ahora estudiamos: un timar suficiente para mantener a un caballero con su equipo y personal auxiliar rentaba unos 20.000 akçe o 66.000 aspre (equivalen a 2.000 ducados o florines a comienzos del siglo XIV), pero había zeamet de 20.000 a 100.000 akçe y hase de más de 100.000, atribuidos a altos mandos militares o cargos administrativos de importancia, entre ellos los mismos gobernadores provinciales. La vida económica en el medio urbano tendió a decaer o, como máximo, a estancarse en procedimientos y situaciones tradicionales. En general, "la vida económica del Próximo Oriente se caracteriza por el inmovilismo y luego por la neta regresión en la segunda mitad del siglo XV" (Ashtor). Se suele mencionar como señal de deterioro la variación del curso y ley de las monedas, pero esto también obedece a la mayor demanda del instrumento monetario, o al interés político, e incluso de algunos grupos sociales, en la devaluación; de hecho, el aprovisionamiento de oro y plata era suficiente en el Imperio otomano y más aun en Egipto, cuya balanza comercial con los occidentales fue favorable, pero la depreciación de la moneda de vellón o de plata baja fue inevitable en el siglo XV, al igual que ocurría en Europa. Los mamelucos variaron el curso legal del dinar de oro (4,40 gramos de oro) desde 1425 con relación al dirhem, que era ya de vellón y no de plata, y que descendió hasta 1/300 de dinar en 1456 y 1/460 en 1458: el sultán gastaba el equivalente a entre 130.000 y 190.000 dinares anuales para pagar a sus mamelucos a fines del siglo XIII pero tres veces más hacia 1460, por lo que es evidente que, si se empleaba moneda devaluada -con la que los campesinos pagaban sus rentas- podía compensarse parcial y transitoriamente aquel aumento del gasto. Los otomanos acuñaron moneda desde un principio según el sistema veneciano: la pieza de oro de 3,57 gramos era igual al ducado veneciano, y el aspre de plata como el mezzanino, en principio (1,15 gramos) pero también sufrió cierta depreciación: a mediados del siglo XIV la pieza de oro equivalía a 33 aspres pero a 54 en torno a 1500. En aquellas circunstancias, tanto en Egipto como en Turquía la moneda de oro y la de buena plata se reservaba ya para el gran comercio o para el atesoramiento. Por debajo de las fluctuaciones monetarias y del aumento de precios expresados en piezas de vellón, con las tensiones sociales que acarreaba, permanecía una economía urbana muy tradicional, basada en talleres artesanos numerosos y pequeños de todas las especialidades de producción y distribución precisas para abastecer el mercado urbano, bajo el control del muhtasib. El nivel de urbanización era inferior en el dominio otomano que en el mameluco pero las condiciones fueron muy semejantes: la competencia de las manufacturas traídas por los comerciantes occidentales, en especial la pañería, bloqueó el desarrollo o aceleró la decadencia de la artesanía dedicada a atender mercados más amplios que el local. Se afirma, por ejemplo, que en Alejandría el número de telares descendió de 14.000 a fines del siglo XIV a 800 en 1434; para entonces, la decadencia de las plazas manufactureras del delta, como Tinis o Damieta, se había consumado ya. El conocimiento de las condiciones en que se realizaba el gran comercio por vía marítima nos permitirá completar estas observaciones.
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A pesar de que los cálculos sobre las series de grandes magnitudes económicas no son del todo fiables, las elaboraciones que se han hecho en los últimos años nos orientan hacia un crecimiento acumulativo anual en torno al 0,75% entre 1830 y 1913. Sin embargo, este índice no es igual para el conjunto de la cronología. Leandro Prados ha calculado un índice de la Renta Nacional que muestra un crecimiento anual de algo menos del 0,4% en el período 1832 a 1860, un 0,7% entre el último año y 1888. Durante los mismos años, los países anglosajones y Francia aumentaron el producto real por habitante a un ritmo superior al español, lo que hace que aumente una diferencia que ya era considerable a principios del siglo XIX. Italia y Portugal, el primero con una economía ligeramente superior a la española y Portugal con un índice inferior, evolucionan de una manera parecida a la española. Sumida en un largo bache, la economía española comienza la expansión en torno a 1825. Efectivamente, la última década del reinado de Fernando VII es un período de depresión con síntomas de mejora. Esta fue posible gracias a una serie de circunstancias: las medidas de López Ballesteros, el acercamiento de éste a las posturas de la burguesía industrial barcelonesa y el agrupamiento de algunos financieros y hombres de negocios, una nueva generación de unos pocos empresarios, unida a la existencia de los emigrados políticos españoles (afrancesados y doceañistas liberales), algunos de los cuales, como Calero y Portocarrero, colaboraron en esta tarea. Todo ello estimula el cambio hacia un nuevo marco jurídico que permita el desarrollo económico: Ley de minas (1825), Arancel (1826), Patentes (1827), Código de Comercio de Sanz de Andino (1829), Bolsa de Madrid (1831). La documentación de la Junta de Comercio y Moneda en el Archivo General de Simancas nos da a conocer cierta actividad para incorporar la tecnología, que por entonces se está empleando en los países más avanzados de Europa, a la actividad económica española. Fruto de ello será, por ejemplo, la introducción del vapor en 1832 en la fábrica barcelonesa de Bonaplata y Cía. El régimen que sucede a Fernando VII continúa y profundiza una política económica de tipo liberal (iniciada en parte hacia 1826) que, como afirma Artola, aunque no dará sus frutos económicos de manera inmediata, va a suponer el comienzo de una nueva época económica. Entre 1833 y 1843 se incrementa la producción agrícola (cereales sobre todo) y crece la población, lo que supone el aumento de la capacidad de consumo. Desde 1832 la industria textil algodonera prospera, como ponen de manifiesto las cifras de importaciones de algodón, aumentan los puestos de trabajo en la industria y en la construcción (paralela al crecimiento de las ciudades) y se produce un desarrollo lento de la industria siderometalúrgica (Cataluña, costa andaluza, Asturias, Vizcaya). Una crisis (1843) cierra el ciclo decenal 1833-1843. Los precios descienden al nivel más bajo del siglo, las importaciones de algodón se reducen al 70% y las exportaciones de plomo conocen un descenso similar. Esta crisis crea un clima favorable a la caída del Gobierno progresista (Espartero), aunque no es la causa principal. El segundo ciclo decenal coincide con la década moderada, en la que se da una relativa expansión industrial con las empresas ferroviarias y una intensificación de las explotaciones mineras. Es la época del inicio de los altos hornos vizcaínos y asturianos y la continuación de los andaluces y catalanes. Se consolida una burguesía con la acumulación de beneficios por empresarios audaces, en algunos casos muy relacionados con el Gobierno, como el Marqués de Salamanca. Se crean las primeras empresas bancarias modernas (Banco de Barcelona y Banco de Isabel II). A todos estos factores hay que sumar una oleada de euforia económica internacional que llevará al boom de 1846 en el mundo occidental, que en España se reflejará en 1847. Durante los cinco años siguientes el marasmo económico será consecuencia del clima inflacionista que había alcanzado sus cotas más altas en 1847. Las importaciones de algodón descienden a niveles mínimos, así como las exportaciones de metales y vinos. No obstante, comienzan a llegar capitales extranjeros. Entre 1854 y 1866 se produce un ciclo alcista que descansa sobre cuatro soportes básicos: - Expansión del comercio exterior. - Llegada masiva de capital extranjero como consecuencia de la puesta en marcha de la red ferroviaria y explotación intensiva de yacimientos mineros, seguros, banca, servicios e incluso en la financiación de la Deuda Pública. - Desarrollo de un mercado de consumo interregional. - Expansión del cultivo de cereales. En 1863 la economía se encuentra eufórica. Sin embargo, en 1864 se notan los primeros síntomas de la crisis. La Guerra Civil norteamericana paraliza las importaciones de algodón y en 1865 se produce un crack financiero en medios internacionales. Ambos aspectos influyen en los núcleos industriales textiles, siderúrgicos y ferroviarios. En España, especialmente en 1866, la crisis afecta a los centros comerciales y financieros (Madrid, Barcelona, Cádiz, Valladolid) e influye en el resto de España. Se restringen créditos y aparece la crisis social. Según Vicens Vives y N. Sánchez Albornoz, la crisis de 1866 será un factor principal de la revolución de 1868. Artola y Jover mantienen que la intensidad de la crisis y la influencia en la revolución no fue tan grande.
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Superada la crisis del siglo XVII, la economía europea conoció durante el XVIII una etapa de expansión. Con diferencias cronológicas y de intensidad entre los diversos países, la oleada de crecimiento -más suave, por lo general, en una primera etapa y más acusada durante la segunda mitad del siglo, sin que falten problemas y tensiones en las dos últimas décadas- afectó a todos los sectores. Y a diferencia de lo que había ocurrido en el pasado, no desembocará en una nueva fase de recesión. Los cambios cualitativos que acompañaron a la expansión terminaron provocando el desbloqueo y abriendo el camino al crecimiento autosostenido. Pero no conviene exagerar los cambios. Desde una perspectiva global, y ateniéndonos estrictamente al período cronológico de la centuria, la impresión dominante es la de que prácticamente toda Europa vivía todavía en pleno "antiguo régimen económico" (E. Labrousse), caracterizado por el predominio de la agricultura, el papel secundario de la industria, la fragmentación del espacio económico y la inexistencia de un mercado nacional y el alto grado de autoabastecimiento. Ahora bien, sobre este fondo tradicional, el movimiento existía. No en toda Europa ni en todos los sectores económicos al mismo tiempo y con la misma intensidad. El dinamismo fue particularmente notable en el ámbito del comercio internacional y de las finanzas. Frente a ello, la agricultura y la industria no dejan de ofrecer mayores permanencias. En especial, el crecimiento agrario parece modesto, casi meramente cuantitativo. Pero, además de alimentar a una población en constante crecimiento, un examen más atento revela que también hubo intensificación y cambio. Por último, la industria se desarrolló considerablemente. Sin salir de su modesta posición -al menos, en el Continente- y, en buena medida, en el marco de las estructuras tradicionales. Pero cada vez con una mayor penetración del capital comercial en la esfera de la producción, lo que sería en ciertos casos la vía hacia la industrialización. Y la conjunción de un cúmulo de factores de diversa naturaleza -de los que no se excluye el mero azar- hacia que en las últimas décadas del siglo se acelerara la producción en general, y la industrial en particular, comenzándose un proceso de aceleración y de mutación de las estructuras que puede denominarse con propiedad revolución industrial. Se estaba sólo en sus inicios y en el estrecho marco de un solo país y debería afianzarse en el transcurso del siglo siguiente. Pero su aparición en un siglo en cuyos inicios la aceptación de los principios mercantilistas era casi universal, habla bien a las claras de la profundidad de los cambios producidos en su transcurso.
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En líneas generales, la industria española durante la década de los 30 conoció un cierto estancamiento, fundamentalmente debido a sus propias carencias y a los efectos de la Gran Depresión. Las principales zonas mineras e industriales se localizaban en la vertiente atlántica gallega, Asturias, el País Vasco, el área oriental catalana, Valencia, Madrid y el occidente andaluz. La metalurgia pesada se producía fundamentalmente en las áreas de Bilbao y Barcelona. Ésta última también destacaba por su importancia en la industria textil y química. Es también importante considerar cuál era la estructura de la propiedad de la tierra, con una gran cantidad de propiedades concentradas en unas pocas manos. El latifundismo en España afectaba fundamentalmente al sur peninsular. Según el catastro de 1932, en provincias como Cádiz, Sevilla y Ciudad Real había entre un 50 y un 60% de grandes fincas, mayores de 250 hectáreas. En otras, como Granada, Córdoba, Huelva o Cáceres, entre el 40 y el 50 % de las fincas eran latifundios. El porcentaje era algo menor en provincias como Málaga, Jaén, Badajoz o Toledo, variando entre el 30 y el 40 % de las fincas censadas. En Murcia, Albacete, Valencia, Salamanca, Avila y Madrid había entre un 20 y un 30 de fincas consideradas latifundios. Del 10 al 20 % de las propiedades de Soria, Segovia, Alicante y Almería eran mayores de 250 hectáreas. Finalmente, Zamora, Valladolid, Palencia, Guadalajara, Cuenca y Castellón tenían un porcentaje de latifundios inferior al 10 %. En el resto de España no se alcanzan porcentajes significativos, estando mucho más repartida la propiedad de la tierra.