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A pesar de sus grandes diferencias en otros aspectos, los mamelucos y los otomanos construyeron sus respectivos dominios sobre situaciones económicas que tenían ciertas semejanzas. La primera es la relativa escasez de hombres, sobre todo en el medio rural, que contrasta con la hipertrofia de las capitales urbanas, debida en parte al éxodo de campesinos desarraigados; la penuria demográfica se agravó por causa de las hambres y epidemias que se suceden desde 1347; algunas del siglo XV, como la carestía de 1403-1404 en Egipto o la peste de 1468-1469 en todo el norte de África fueron especialmente terribles: algún autor antiguo afirma que en Túnez murieron 260.000 personas sobre un total de 800.000 en la última de las fechas citadas, pero no es posible contrastar tales cifras. Más seguras parecen las que atribuyen 3 millones de habitantes a Egipto y 900.000 a Siria a mediados del siglo XIV, antes de aquellas catástrofes pero ya en un tiempo de decadencia; Egipto había alcanzado un máximo de entre 7 Y 10 millones a comienzos de la era cristiana. El Cairo, que tenía unos 600.000 habitantes en la primera mitad del siglo XIV, no llegaría a 430.000 a mediados del XVI. El problema principal en aquellas circunstancias fue mantener un nivel suficiente de mano de obra rural, y más porque estaban agravadas a veces por guerras, mala administración, fuerte presión tributaria o excesiva dependencia económica, todo ello dentro de un sistema de producción y formas de obtención y redistribución de renta que no varió en sus aspectos fundamentales, ya que tanto en el Egipto mameluco como en el Imperio otomano se trataba de sostener sendas aristocracias militares y políticas con las rentas pagadas por campesinos cultivadores en usufructo perpetuo de una tierra cuya propiedad última era del sultán.

El fellah egipcio o el ra'ya bajo dominio otomano, ya sean musulmanes o cristianos, no suelen estar adscritos obligatoriamente a la tierra pero, de hecho, así es porque no tienen alternativa en la práctica; la adscripción forzosa sólo afectaba a algunos aparceros (ortaktchï) entre los otomanos, y debió estar vinculada a menudo al crecimiento de grandes propiedades privadas (murk) -sobre todo en Serbia, Bulgaria y Albania-, desconocidas o escasas en otros países musulmanes. El régimen de la tierra y el destino de las rentas era también peculiar en aquellas que formaban parte de bienes "waqf", al estar vinculadas al sostenimiento de mezquitas y otras fundaciones religiosas, pero la situación de sus cultivadores no seria muy distinta a la de otros tenancieros del dominio útil. Las rentas que satisfacían con carácter general aquellos campesinos usufructuarios -salvo los aparceros- eran el diezmo de la cosecha, equivalente a la limosna legal, diversas tasas sobre el ganado, derechos con ocasión de matrimonios y herencias, multas diversas y ocasionales y, en el caso de los cristianos, la capitación personal. La contribución territorial (jaray), de la que en principio debían estar libres los musulmanes, se pagaba también a modo de renta por el usufructo o posesión, debida al sultán o a su derechohabiente -timariota, etc.- como propietario eminente. E incluso la capitación se había vinculado también al suelo en Egipto desde 1315, con lo que los campesinos musulmanes tenían que pagarla, cosa que no ocurrió en el dominio otomano.

Aquellas medidas tendían, sin duda, a contener el deterioro del importe global de la renta, pero carecemos de datos cuantitativos: en Egipto, el jaray, que había ascendido a 12 millones de dinares anuales bajo los omeyas, se cifraba en 4 a 6 millones durante el siglo XIV y en 2 millones a finales de la época mameluca. Buena parte de la renta de origen agrario estaba vinculada mediante procedimientos de iqta' entre los mamelucos y de timar entre los otomanos. Ambos nos son conocidos ya pero es preciso añadir que su importe podía variar mucho. Un jefe militar o emir mameluco podía tener la renta de varias aldeas y redistribuir parte de ella entre los mamelucos a su mando, pero también podía suceder que algún mameluco recibiera una iqta' de menor cuantía a título personal. Habría sido indispensable modificar el reparto cada cierto tiempo, pero no se hizo después de 1315 lo que, unido a la escasez de campesinos y al deterioro de la economía rural en algunas regiones, provocó el mal funcionamiento del sistema y de la eficacia y disponibilidad militar unidas a él. Entre los otomanos no ocurrió tal cosa porque su administración consiguió mantener al día los catastros y vigilar el reparto y la modificación de timar, al menos en los siglos que ahora estudiamos: un timar suficiente para mantener a un caballero con su equipo y personal auxiliar rentaba unos 20.000 akçe o 66.000 aspre (equivalen a 2.000 ducados o florines a comienzos del siglo XIV), pero había zeamet de 20.

000 a 100.000 akçe y hase de más de 100.000, atribuidos a altos mandos militares o cargos administrativos de importancia, entre ellos los mismos gobernadores provinciales. La vida económica en el medio urbano tendió a decaer o, como máximo, a estancarse en procedimientos y situaciones tradicionales. En general, "la vida económica del Próximo Oriente se caracteriza por el inmovilismo y luego por la neta regresión en la segunda mitad del siglo XV" (Ashtor). Se suele mencionar como señal de deterioro la variación del curso y ley de las monedas, pero esto también obedece a la mayor demanda del instrumento monetario, o al interés político, e incluso de algunos grupos sociales, en la devaluación; de hecho, el aprovisionamiento de oro y plata era suficiente en el Imperio otomano y más aun en Egipto, cuya balanza comercial con los occidentales fue favorable, pero la depreciación de la moneda de vellón o de plata baja fue inevitable en el siglo XV, al igual que ocurría en Europa. Los mamelucos variaron el curso legal del dinar de oro (4,40 gramos de oro) desde 1425 con relación al dirhem, que era ya de vellón y no de plata, y que descendió hasta 1/300 de dinar en 1456 y 1/460 en 1458: el sultán gastaba el equivalente a entre 130.000 y 190.000 dinares anuales para pagar a sus mamelucos a fines del siglo XIII pero tres veces más hacia 1460, por lo que es evidente que, si se empleaba moneda devaluada -con la que los campesinos pagaban sus rentas- podía compensarse parcial y transitoriamente aquel aumento del gasto.

Los otomanos acuñaron moneda desde un principio según el sistema veneciano: la pieza de oro de 3,57 gramos era igual al ducado veneciano, y el aspre de plata como el mezzanino, en principio (1,15 gramos) pero también sufrió cierta depreciación: a mediados del siglo XIV la pieza de oro equivalía a 33 aspres pero a 54 en torno a 1500. En aquellas circunstancias, tanto en Egipto como en Turquía la moneda de oro y la de buena plata se reservaba ya para el gran comercio o para el atesoramiento. Por debajo de las fluctuaciones monetarias y del aumento de precios expresados en piezas de vellón, con las tensiones sociales que acarreaba, permanecía una economía urbana muy tradicional, basada en talleres artesanos numerosos y pequeños de todas las especialidades de producción y distribución precisas para abastecer el mercado urbano, bajo el control del muhtasib. El nivel de urbanización era inferior en el dominio otomano que en el mameluco pero las condiciones fueron muy semejantes: la competencia de las manufacturas traídas por los comerciantes occidentales, en especial la pañería, bloqueó el desarrollo o aceleró la decadencia de la artesanía dedicada a atender mercados más amplios que el local. Se afirma, por ejemplo, que en Alejandría el número de telares descendió de 14.000 a fines del siglo XIV a 800 en 1434; para entonces, la decadencia de las plazas manufactureras del delta, como Tinis o Damieta, se había consumado ya. El conocimiento de las condiciones en que se realizaba el gran comercio por vía marítima nos permitirá completar estas observaciones.

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