Busqueda de contenidos
Personaje
Científico
Nacido en 1596, se formó entre los jesuitas estudiando matemáticas, estudios clásicos y escolasticismo y posteriormente Derecho en la Universidad de Poitiers. En 1618 se puso al servicio del príncipe Mauricio I de Nassau-Orange y emprendió una carrera militar que le hará formar parte de varios ejércitos y a combatir en la Guerra de los Treinta Años. Entre 1623-24 permaneció en Italia, y a su vuelta a Francia comenzará a realizar investigaciones en óptica y sus primeros estudios sobre Filosofía. En 1628 viaja a Holanda y escribe sus "Ensayos Filosóficos" (1637), una obra multidisciplinar que incluye observaciones en óptica, geometría, astronomía y el famoso "Discurso del Método", estrictamente sobre Filosofía y su obra más conocida. Es autor también de "Meditaciones metafísicas" y "Los principios de la Filosofía". En 1649 la reina Cristina de Suecia le invitó a permanecer en la corte e impartir allí sus enseñanzas. Su pensamiento supone la implantación del método científico de carácter lógico-deductivo, en el que los fenómenos pueden ser explicados a partir del mecanismo natural causa-efecto y están, por tanto, sujetos a predicción e interpretación por parte del intelecto humano. La duda, el cuestionamiento de raíz de lo establecido, supone la herramienta básica de búsqueda de la verdad y el inicio de todo conocimiento. Su profundo cristianismo le lleva a racionalizar la idea de Dios y a demostrar lógicamente su existencia a partir de la propia toma de consciencia de lo humano y de sí mismo. Su método excluye todo lo que no sea racionalmente demostrable, a la manera de las matemáticas, de tal forma que la lógica cartesiana intenta construir una estructura explicativa partiendo de bases sólidas fuertemente contrastadas que permiten llegar a la razón y el intelecto hasta los últimos rincones de la realidad. Falleció en Estocolmo el 11 de febrero de 1650.
contexto
René Descartes (1596-1650) buscaba en sí mismo los principios de la ciencia, sintió la necesidad de crear la ciencia universal aplicando el razonamiento matemático a los fenómenos de la naturaleza e intentó reconstruir el sistema verdadero del Universo. En efecto, en 1637, Descartes publica el Discours de la méthode pour bien conduire sa raison et chercher la verité dans les sciences, donde declara su deseo de remontarse a los primeros principios de la ciencia nueva y deducir de ésta una ciencia universal. Su método es la ciencia del pensamiento matemático. Para constituir esa ciencia, Descartes utiliza la duda. Por principio, Descartes duda de todo. Nada existe. Todo es ficción. Las cosas no son más que una sombra debido a un genio que nos encanta y nos engaña. Pero si duda, si niega la existencia de todo, si juzga, si su entendimiento concibe una idea y si su voluntad niega su existencia, es indispensable que él, que piensa, que concibe, que afirma, que rehúsa, que quiere, que rechaza, que imagina y que siente, sea, es decir, que exista. Cogito, ergo sum: pienso, luego existo. No se trata de un silogismo. Yo pienso, yo existo, es una aprehensión inmediata de sí mismo, por la luz natural de la razón. Es una verdad de la que es imposible dudar y esta intuición le asegura el valor de la primera regla del método científico para llegar a la verdad: todas las ideas aprehendidas en sí mismo de golpe por el entendimiento con claridad y en plena luz interior, son verdaderas. Y todo lo que de un modo claro y distintivo es concebido como perteneciente a una cosa, pertenece realmente a ésta: el todo es mayor que cada una de sus partes; dos y dos son cuatro. De esa manera, la ciencia debe ir de dentro a fuera, del espíritu a las cosas. Así pues, Descartes afirma que el hombre halla ideas en sí mismo. Unas, denominadas adventicias, parecen proceder de la experiencia externa. Otras, llamadas facticias, son las construidas por la mente a partir de otras ideas. Y hay un tercer grupo de ideas, denominadas innatas, que ni son construidas por el hombre, ni son fruto de la experiencia externa, como el movimiento, la extensión, la duración, el pensamiento, la existencia; estas ideas no pueden ser concebidas más que como primitivas, pertenecientes a la revelación interior, a partir de las cuales se ha de construir el edificio de nuestros conocimientos. Entre las ideas innatas, Descartes halla otras como las de infinito y perfecto, que indudablemente no pueden proceder de un ser finito e imperfecto como el hombre, sino de Dios, pues la causa tiene que equiparase con el efecto. Las ideas de infinito y perfección demuestran, según Descartes, la existencia de Dios. La sola idea de Dios demuestra su existencia. Puesto que Dios tiene todas las perfecciones, tiene la de existir y su existencia está comprendida en su esencia. Y puesto que Dios existe y es infinitamente bueno y veraz no puede permitirse engañar al hombre haciéndole creer que el mundo existe, luego el mundo exterior existe. Dios aparece así, a los ojos de Descartes, como garantía de que a las ideas corresponde una realidad extramental. La existencia de Dios funda la realidad del mundo exterior, cuyo conocimiento se realiza mediante la física matemática, que pone en evidencia el orden profundo que rige el mundo. Sin embargo, conviene precisar que, según Descartes, Dios sólo garantiza la existencia de un mundo constituido por la extensión y el movimiento, que son cualidades primarias. A partir de esas ideas de extensión y movimiento puede deducirse la física, las leyes generales del movimiento, y Descartes intenta, a partir de postulados mecanicistas, realizar esta deducción. Con respecto al pensamiento y a la extensión, Descartes afirma que lo que nuestro espíritu reconoce con certeza en los cuerpos es una sustancia extendida en todas sus dimensiones, y todo lo que es corporal es extenso, con longitud, anchura y profundidad, y divisible al infinito. Así pues, el método cartesiano aconseja que, en el análisis de la materia, debe eliminarse todo lo que sea análogo al espíritu, esto es, las cualidades que nuestros sentidos nos ofrecen de la realidad, aunque ésta sea otra. La realidad verdadera consiste en dos ideas mensurables y, por consiguiente, matematizables: la extensión y el movimiento. Así pues, el entendimiento es la cantidad pura y la matemática es la esencia de lo real y la expresión del orden que gobierna el mundo. La existencia de Dios es su mejor prueba. Con relación a la materia, Descartes establece que todo cuerpo ocupa un lugar dinámico en el espacio, de tal manera que sus movimientos no implican vacío alguno. Así pues, el universo está siempre lleno y ocupado y, por consiguiente, el átomo no existe. Lo que existe son pequeñas partes de extensión y dimensiones desiguales. Entre estas partes y en ellas hay una materia muy sutil y fluida que se extiende, sin interrupción, por todo el universo, llenándolo. Dios le da el movimiento y ese movimiento de la materia sutil es circular y en forma de torbellino. El mundo funciona, así, como una máquina, y los cuerpos de los hombres y de los animales son, por tanto, máquinas. En el caso de la máquina humana, su funcionamiento es independiente de la intervención del alma, que no es necesaria para el movimiento. En el alma, que actúa unida al cuerpo y ocupa especialmente el cerebro, no existen más que nuestros pensamientos. El pensamiento y el método cartesianos jugaron un papel decisivo en el progreso y en el valor de la ciencia en el siglo XVII. La filosofía cartesiana ofreció al hombre de aquella centuria la esperanza de encontrar la certeza al devolverle la confianza en su razón. Sin embargo, Descartes fue combatido por la Iglesia, pues algunas de sus afirmaciones doctrinales (la reducción de la materia a extensión) se oponían a determinados dogmas, concretamente a la transubstanciación. Además, el Dios de Descartes era un frío geómetra, en su sistema no cabía la persona de Cristo y todo ello conducía al deísmo. Sus teorías fueron prohibidas en la universidad de la Sorbona entre 1671 y 1678. Aunque no se pueda afirmar que Spinoza fuera discípulo o seguidor de Descartes, lo cierto es que la filosofía cartesiana, interpretada no como un conjunto de doctrinas, sino como un método de razonamiento, dominó e impregnó todo el pensamiento de su época. Spinoza había estudiado profundamente la filosofía de Descartes, pero desde muy pronto había rechazado sus conclusiones y había descubierto incoherencias. Spinoza hizo de la distinción entre entendimiento e imaginación, entre pensamiento lógico puro y confusa asociación de ideas, uno de los basamentos de su sistema; a diferencia del filósofo francés, aplicó con rigor tal distinción de principio a fin. Si, por otra parte, Descartes fue racionalista en el sentido de propugnar la solución de todos los problemas del conocimiento natural, mediante la aplicación del método matemático de razonamiento puro, Spinoza fue, en el mismo sentido, doblemente racionalista, pues ningún filósofo de esa escuela ha insistido más que él en que todos los problemas, sean metafísicos morales o científicos, deben ser formulados y resueltos como si se tratara de problemas o teoremas geométricos. En la Ética Spinoza construye su sistema filosófico de modo rigurosamente matemático. Basta leerla para comprobarlo: está plagada de definiciones, axiomas, corolarios y escolios, según el orden geométrico, con un lenguaje sobrio, sin artificios ni excesos retóricos. El punto de arranque de su sistema metafísico descansa en la sustancia, causa inmanente de todas las cosas, es decir, aquello que es en sí (o existe por sí mismo) y se concibe por sí (o es conocido por sí mismo). Spinoza interpreta la realidad como un sistema único en que las partes remiten al todo y encuentran en él su justificación y fundamento. Este sistema único y total, esta sustancia única, es denominada por Spinoza como Deus sive Natura (Dios o Naturaleza), de tal manera que no hay sustancias creadas, no hay pluralidad de sustancias. Existe una sustancia única que se identifica con la totalidad de lo real. Esta sustancia infinita es Dios o la Naturaleza. Tal identificación es la prueba del monismo panteísta de Spinoza.
obra
Este Descendimiento muestra el momento en que Cristo muerto es descendido de la cruz por los santos varones. La Magdalena está arrodillada al pie de la cruz y la Virgen, desmayada, es auxiliada a la izquierda por otras dos mujeres. Correa sigue los usos italianos en su estilo, y plantea ya ciertos rasgos manieristas. El paisajito del fondo ya no es el paisaje nórdico que se había copiado en siglos anteriores de tablas flamencas, sino que es el típico paisaje italiano, con árboles y vegetación más frondosos y una ciudad a lo lejos que se pierde en una distancia azulada. La escena del monte Calvario es agitada, pero sin dramatismos. El gesto de San Juan, que ayuda a bajar el cadáver, y el de Magdalena son los más expresivos. Pero el anciano que arranca los clavos de los pies de Cristo está sencillamente concentrado en realizar su labor, así como las mujeres que atienden solícitas a María. Ésta lleva tocas de viuda, por la muerte de su hijo. El ambiente del paisaje y la atmósfera es sereno y luminoso, sin contrastes lumínicos. Los colores introducen unas gamas frías muy artificiales, típicas del Manierismo. El tema parece haberse interpretado de manera decorativa, por la composición: los personajes están colocados rítmicamente y el ropaje de San Juan, muy claro, se continúa visualmente en una curva sinuosa con el lienzo que sirve para sujetar a Cristo.Las figuras están correctamente construidas e idealizadas en sus facciones. El detallismo sólo se introduce en las tenazas de carpintero que el anciano está usando. El nimbo de Cristo es del tipo crucífero y está bellamente adornado con unas caligrafías púrpura. Como ya se ha dicho, este óleo pretende agradar los sentidos en primera instancia, más que excitar una pasión devocional.
obra
El tema del Descendimiento refleja el momento en que Cristo muerto es depuesto de la cruz por los santos varones y las mujeres. Para ello, se pasa un lienzo por los brazos de la cruz, rodeando el cuerpo de Cristo, y se deja caer suavemente hacia el suelo, donde María, medio desmayada, lo espera junto a la Magdalena y San Juan.Machuca sitúa esta acción en la oscuridad, en un marco agobiante, lleno de personajes entre los que se incluyen figuras anecdóticas, como el niño que corre o el soldado de la derecha. Estas figuras se utilizan como contrapunto de luz y color, que ayudan a equilibrar y dar ritmo a la composición, que de otra manera resultaría extremadamente sombría.Machuca emplea los tipos anatómicos musculosos de Miguel Angel, en un deseo de adaptar las novedades del Cincuecento, que parece que se le quedan un poco grandes, a juzgar por lo forzado del escorzo en la cabeza caída de Cristo.
obra
Para la capilla del Bono en la iglesia de San Juan de Parma - donde Correggio había decorado la bóveda con el tema de la Visión de san Juan Evangelista en Patmos - pintaría Antonio dos telas horizontales con un Martirio de santos y este Descendimiento que contemplamos. Posiblemente debido a problemas espaciales en la capilla, Allegri se decantó por situar a todas las figuras en primer plano quedando el fondo ocupado por la base de la cruz y la escalera dispuesta en diagonal por donde baja José de Arimatea. Correggio manifiesta en sus rostros el dolor contenido pero apreciamos cierta blandura en sus cuerpos, alejándose de la tensión de Miguel Ángel. Las figuras están tremendamente escorzadas, reforzando con las luces empleadas los movimientos, anticipándose al Barroco. La influencia de la escultura está presente en la obra así como de los maestros quattrocentistas : Mantegna, Tura o Bellini. La más importante novedad impuesta por Antonio es asimilar los diferentes estilos para crear uno propio donde la dulzura, la emotividad y el movimiento son los elementos definitorios.
obra
Esta tabla debía pertenecer a uno de los cuatro retablos que realizó Giotto para la iglesia florentina de la Santa Croce. El ciclo lo completan otras seis tablas, que desarrollan los episodios más importantes de la vida de Cristo. Giotto muestra aquí, como eje estructural de la obra, el sarcófago sobre el que yace el cuerpo de Cristo, cuya disposición determina el resto de la composición, con los personajes alrededor de este eje horizontal. Es de destacar la posición ligeramente oblicua del lecho de Cristo, que crea cierto efecto de profundidad. Al igual que la Virgen, derrumbada en primer término, en el extremo izquierdo de la imagen, a la que recoge Marta; o la postura de la Magdalena, delante del sarcófago, a los pies de Cristo. La figura de Jesús es la que mejor expresa el momento narrado: sus formas están adelgazadas hasta el extremo, hasta los huesos. El resto de personajes están bien caracterizados, con la expresión del dolor por la muerte de Cristo reflejada en sus rostros y actitudes. El episodio transcurre en plena naturaleza, pero la sensación espacial no se consigue por lo sumario de las rocas del fondo.