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Este italiano coetáneo de Turner, Gros y Friedrich, admirado por Stendahl, autor de programas decorativos tipo imperio y de pintura de historia, realiza sus obras más conseguidas como retratista, y en éste género guarda interesantes afinidades con Runge. De línea segura y ahorrativa, concentrado en la expresión del rostro y en la sencillez verista, guarda cánones que divergen de los imperativos de gracia y elegancia del retrato romántico francés.
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En que se da cuenta de la jornada y viaje primero que al descubrimiento de las islas de Salomón hizo el adelantado Álvaro de Mendaña, siendo piloto mayor Hernán Gallego, que es quien escribió la relación Habiéndose de tratar en esta historia del descubrimiento de la parte Austral incógnita, parece muy conveniente, así para claridad de lo adelante como para dar al lector satisfacción a su deseo, el dar razón antes; y así se tratará en este capítulo del primer viaje, conforme lo escribe el piloto mayor de él, Hernán Gallego. El año mil quinientos y sesenta y siete, siendo presidente en Lima y gobernador por vacante del virrey el licenciado Castro, el cual, por causas que le debieron de mover, despachó del puerto del Callao a su sobrino Álvaro de Mendaña, con título de general y orden para que descubriese a la parte incógnita del Sur, tierras que debía de sospechar había en ella. Isla de jesÚs.--Partió el general, como se dice, del Callao, y viernes diez de enero de mil quinientos sesenta y ocho, reconocieron una isla pequeña, poblada de gente amulatada: púsosele por nombre Isla de Jesús: está en altura de seis grados y tres cuartas partes, a mil cuatrocientas y cincuenta leguas de Lima: halláronse aquí los primeros aguaceros, truenos y relámpagos que se vieron. Bajos de la Candelaria.--De esta isla ciento y sesenta leguas, hay unos arrecifes, atravesados de Nordeste Sudueste, con alguna isleta en medio de ellos; lo que se vio tendría quince leguas, y pasan más adelante: llamáronse los Bajos de la Candelaria: está su medio en altura de seis grados y un cuarto; pusiéronse diez y siete días en llegar desde la primera isla a ellos, con contrastes de vientos, grandes aguaceros del Oeste y del Oesnorueste y del Norueste. Isla de Santa Isabel.--Túvose vista de otra tierra; fuese en demanda de ella, y hallaron un puerto en donde entraron día de Santa Apolonia, a punto que se cayó un pedazo de tierra mayor que la nao al puerto, que está de la banda del Norte, casi en medio de la isla; se puso Santa Isabel: llámanla los indios Samba, y al cacique Bille-banarra. Córrese este puerto con los Bajos de la Candelaria, Norte-Sur cuarta de Norueste-Sueste, distancia veinte y seis leguas. Esta gente adora en sus oratorios culebras, sapos y cosas tales; son amulatados, los cabellos crespos, andan desnudos, partes tapadas; su comida es cocos y raíces a que llaman renau; no tienen ningunas carnes ni brebajes: es gente limpia. Entendióse por cosa cierta que comían carne humana, y porque el cacique envió de presente al general un cuarto de un brazo de un muchacho con su mano, mandóle el general enterrar delante de los que le trujeron; mostraron gran sentimiento de esto, y bajando las cabezas, se fueron muy corridos. Es gente de parcialidades, tienen guerra unos con otros, y pareció se cautivaban, porque unos que los nuestros prendieron delante de unos amigos, los pedían por cautivos, y porque el general no se los quiso dar, se fueron tristes a sus pueblos: llaman al capitán Jaurique. En esta isla hizo el general decir la primera misa, y por hallar allí aparejo se hizo un bergantín con que, a cuatro de abril, fue enviado el maese de campo Pedro Ortega Valencia, con diez y ocho soldados, doce marineros y el piloto mayor Hernán Gallego a descubrir. Navegóse al Essueste, que así corre la costa, y a seis leguas del puerto se hallaron dos islas pequeñas con grandes palmares, en altura de ocho grados, y por el mismo rumbo se hallaron otras muchas islas, y se vio una grande bahía con siete u ocho islas pequeñas, todas pobladas de gente que tiene por armas macanas, arcos y flechas. Isla de Ramos.--.Leste-Oeste con esta ensenada, a catorce leguas, se vio una grande isla que llaman los indios Malaíta: tiene a medio camino dos isletas y otras seis de a dos leguas cada una; a una, punto que está en altura de ocho grados, llamóse Isla de Ramos por descubrirse en su día. Cabo Prieto.--Corriendo la costa de la isla se vio un puerto y cabo en nueve grados escasos, catorce leguas de la ensenada atrás; púsose por nombre Cabo Prieto. Isla Galera.--Al Sudueste de este cabo, distancia de nueve leguas, están unas islas echadas de Norte a Sur, cuarta de Norueste Sueste, y otras de Nornorueste-Susueste: la primera de ellas a que se llegó tendrá de boj legua y media, cercada toda de arrecifes; llamóse La Galera. Buena Vista.--A una legua de ésta y Norueste-Sueste, y con Cabo Prieto a distancia de nueve leguas, está otra de doce de cuerpo; es muy poblada y tiene los pueblos formados y juntos: diosele por nombre Buena Vista, por tenerla y ser muy fértil; su altura son nueve grados y medio; tiene en su redonda muchas isletas pobladas, y otras cinco en cordilleras del Leste-Oeste. Islas Florida, de San Dimas, de San Germán y Guadalupe.--Saltóse en tierra en la primera, cuyos moradores se enrubian el cabello, huyen del arcabuz, tocan arma con caracoles y tambores, comen carne humana: sus bojes de veinticinco leguas; altura, nueve grados y medio; llamóse La Florida: a otra isla más al Leste, de cinco leguas de boj, llamóse San Dimas; a las otras islas no se fue, y llamáronlas, a la una San Germán, y a la otra, Guadalupe. Isla Sesarga.--De estas cinco islas, a la parte del Sur hay otra, que se le puso por nombre la Sesarga; tiene de boj ocho leguas y de altura nueve grados y tres cuartos: está con Buena vista, Norueste-Sueste, distancia cinco leguas; es isla alta, redonda y muy poblada.; tiene mucha comida de ñames, panaes, y algunos puercos, y en medio de ella un volcán, que de ordinario está vomitando mucho humo. Isla Guadalcanal.-- RÍo de Ortega.--Viose una grande isla; en ella un gran río, donde salieron a ver a los nuestros, nadando, muchos hombres, mujeres y muchachos, y otros muchos en canoa, los cuales dieron un cabo al bergantín, y teniéndole junto a tierra, tiraron muchas piedras, diciendo mate, mate: mataron los arcabuces algunos de ellos, con que se retiraron. Saltó el maese de campo en un pueblo, a donde halló mucho número de raíces y jengibre verde, cogido en cestillas, y también puercos; llamaron a la isla Guadalcanal y al río de Ortega, que está en altura de diez grados escasos al Sur de Buena Vista, distancia de nueve leguas. Isla de San Jorge.--De este paraje se volvió el gergantín con toda su gente, en demanda del puerto donde habían dejado las naos; fueron bojeando la isla de Santa Isabel, porque así se les había ordenado, pasando por junto a Cabo Prieto: a siete leguas de él, al Oesudueste, a distancia de cinco leguas, estaba una isla que, en nombre natural, llaman Varnesta, y su cacique Benebonafa. Esta isla hace canal con la de Santa Isabel: la entrada, que está por parte del Sueste, tiene de largo seis leguas y un auste de ancho, y puerto de ocho a doce brazas, fondo limpio, que pueden caber mil naos: la entrada al Sueste y la salida al Norueste, a donde hay una población con más de trescientas casas. Viéronse en esta isla algunas perlas, y los indios no hacen mucho caso de ellas; dábanlas todas por el rescate de una canoa que se les había tomado; también trujeron unos dientes que parecieron ser de algún grande animal; estimábanlos en mucho, y decían que los tomasen y volviesen su canoa. Su altura nueve grados y un tercio; su nombre San Jorge. Islas de San NicolÁs y de Arrefices.--Navegando al Oeste cuarta al Noreste, como al tercio de esta isla, de la parte del Sudueste, se vieron dos grandes y espaciosas islas; no se fue a ellas por irse acabando el plazo y por ser cosa de arrecifes, y tanto que, a veces, apenas se podía salir en el bergantín; estarán a seis leguas de Santa Isabel, altura de nueve grados y un tercio una contra otra Leste-Oeste, y la tierra para el Oeste corre mucho adelante: la una sé llamó San Nicolás, y las demás, al Poniente, de Arrecifes, por tener muchos: tiene de ancho veinte leguas; viéronse en ella murciélagos que tenían, de punta a punta de las alas, cinco pies. Corriendo la costa de la isla de Santa Isabel, habiendo andado cuarenta leguas, se vieron unos muy grandes arrecifes y en ellos muchas canoas de indios que estaban pescando; vinieron todos a tirar flechas al bergantín y se volvieron: en estos arrecifes hay muchas isletas pobladas y despobladas, y en la punta y remate de Santa Isabel, que está en siete grados y medio, hay muchas islas, todas pobladas: tiene de largo esta isla noventa y cinco leguas, de ancho viente, de boj más de doscientas: viéronse murciélagos como los dichos. Isla de San Marcos.--A la vuelta del Oeste, cuarta del Sudeste de este cabo, a seis leguas, se vio una grande isla: no se fue a ella por no detenerse y haber muchos que andaban ausentes: púsosele por nombre San Marcos: está en altura de siete grados y tres cuartos: a la gente que está aquí, que se vio, no se le conoció señor. Habiendo girado la isla por la parte del Oeste, se hallaron los mismos vientos Lestes y Lessudestes con que antes navegaron, y porque habían de volver a Leste en demanda del puerto donde quedaron las naos, siendo tan contrario e viento, por esto el maese de campo envió una canoa con nueve soldados, un marinero y un indio amigo, que siempre anduvo con los nuestros, a dar aviso al general de su ida y de las causas por que no llegaba. Fueron éstos costa a costa, y en unos arrecifes se hizo pedazos la canoa, y perdiendo alguno el hato, se salvaron todos; y por habérseles mojado la pólvora, determinaron volver atrás a buscar el bergantín. Fuéseles el indio, aunque no era de aquella isla; caminaron toda la noche en su demanda, por encima de las peñas vivas de luengo de costa sin camino, con temor de cuando los indios los habían de asaltear; encontraron con una cruz, que habían dejado levantada en cierta parte cuando pasaron, y habiéndola adorado, acordaron de esperar tres días al bergantín, o hacer una balsa para irse a los navíos. En esta aflicción estaban, cuando Dios fue servido que viesen el bergantín, que les dio el contento que se puede imaginar, y así hicieron una bandera para hacerles señas, a que acudió el bergantín, y embarcando la gente, siguieron su viaje hasta entrar en el puerto, donde hallaron algunos de las naves muertos y otros indispuestos.
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La travesía del Pacífico por Magallanes reactualiza mitos como la localización de las minas del rey Salomón, y viejas teorías medievales como la existencia de la Quarta Pars Incógnita. Hasta el asentamiento en las Filipinas, las navegaciones españolas se habían circunscrito al Pacífico septentrional, y aunque se sabía que existían archipiélagos, ¿a qué continente pertenecerían? Esa incógnita será el móvil de unas navegaciones que se emprenderán desde el virreinato del Perú en el último tercio del siglo XVI y primeros años del siglo XVII. Los protagonistas serán: Alvaro de Mendaña, su esposa Isabel de Bárrelo, que para los habitantes de Manila será la nueva y legendaria reina de Saba, y sobre todo, el portugués Pedro Fernández de Quirós, el hombre que con su fantasía logrará atraer la atención de papas y monarcas, las preocupaciones de Consejos como el de Estado y de Indias, y sobre todo el interés de toda Europa occidental, absorta ante las noticias del descubrimiento de la Terra Australis, que unido a la belleza paradisíaca cíe sus tierras, atesoraba cuantas riquezas imaginaba el protagonista de nuestro relato. La repercusión de los escritos de Quirós fue muy grande en su tiempo, y hay que tener en cuenta que un siglo más tarde, los viajes científicos del XVIII, a cargo de Cook, Bouganvüle, etcétera, tendrán como misión fundamental, comprobar las aseveraciones de Quirós.
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Descubrimiento de Nueva España Francisco Hernández de Córdoba descubrió Yucatán, según ya contamos en otra parte, yendo por indios o a rescatar, en tres navíos que armaron él, Cristóbal Morante y Lope Ochoa de Caicedo, el año 17. El cual, aunque no trajo más que heridas del descubrimiento, trajo relación de cómo aquella tierra era rica en oro y plata, y la gente vestida. Diego Velázquez, que gobernaba la isla de Cuba, envió luego, al año siguiente, a Juan de Grijalva, sobrino suyo, con doscientos españoles en cuatro navíos, pensando ganar mucha plata y oro, por las cosas de rescate que enviaba, a donde Francisco Hernández decía. Fue, pues, Juan de Grijalva a Yucatán, peleó con los de Champoton, y salió herido. Entró en el río de Tabasco, que llaman por esto Grijalva, en el cual rescató, por cosas de poco valor, mucho oro, ropa de algodón y lindas cosas de pluma. Estuvo en San Juan de Ulúa; tomó posesión de aquella tierra por el Rey en nombre de Diego Velázquez, y cambió su mercería por piezas de oro, mantas de algodón y plumajes; y si se hubiera dado cuenta de esta bondad, hubiera poblado en tan rica tierra, como le rogaron sus compañeros, y hubiese sido lo que fue Cortés; mas no era tanto bien para quien no supo conocerlo; aunque él se excusaba diciendo que no había ido a poblar sino a rescatar y descubrir si aquella tierra de Yucatán era isla. También lo dejó por miedo a la mucha gente y gran tierra, viendo que no era isla, pues entonces huían de entrar en Tierra Firme. Había también muchos que deseaban ir a Cuba, como era Pedro de Albarado, que se perdía por una isleña; y así procuró volver, con la relación de lo hasta allí sucedido, a Diego Velázquez. Recorrió la costa Juan de Grijalva hasta Pánuco, y volvió a Cuba, rescatando con los naturales oro, pluma y algodón, a pesar de la mayoría, y hasta lloraba porque no querían volver con él: tan de poco era. Tardó cinco meses desde que salió hasta que regresó a la misma isla, y ocho desde que salió de Santiago hasta que volvió a la ciudad, y cuando llegó no lo quiso ver Diego Velázquez; que fue su merecido.
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Tras ser decapitado por Judith, Holofernes yace sobre el lecho siendo descubierto el cuerpo por sus generales a la mañana siguiente. Botticelli nos introduce en la escena al situar al cadáver en primer plano como si el espectador fuera un militar más que contempla el macabro descubrimiento. La perspectiva empleada es elevada, licencia pictórica que Sandro emplea para destacar a Holofernes, cuyo cuerpo escultórico se convierte en el protagonista. La luz resbala por el cadáver mostrando la admiración del artista hacia las esculturas de la Antigüedad gracias a su relación con los hermanos Pollaiolo y Andrea del Verrocchio. La expresión de los personajes transmite cierta resignación, ahondando en el efecto escenográfico que se respira en la composición. La perspectiva ha sido relegada al colocar como fondo las telas de la tienda de campaña donde se han producido los hechos, existiendo una referencia paisajística en la zona central. Con estas obras de exquisito dibujo y brillante colorido, Botticelli se abre un hueco entre la exigente clientela florentina que pronto hará de él uno de sus preferidos. El Regreso de Judith a Betulia es su compañera.
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DESCUBRIMIENTO DEL RÍO DE LAS AMAZONAS Y SUS DILATADAS PROVINCIAS Al Excmo. Sr. D. García Mendoza de Haro, conde de Castrillo, de los Consejos de Estado y Guerra de Su Majestad, gentil hombre de su Cámara y del Consejo de ella y presidente en el Real de las Indias. Excmo Señor: Llegó por la vía de Quito a mis manos la relación y planta del río de las Amazonas, tan dilatado, que, según se ve en él, continúa su corriente por mil y seiscientas leguas, desembocando en las provincias del Brasil; y juntamente el intento de continuar esta navegación por los portugueses a las provincias de Quito, donde llegaron algunos. Hice reparo, Señor, en los inconvenientes que se podrían seguir con los que se experimentan en el río Orinoco y otros navegables de las indias, teniendo tanta diversidad de naciones, tan enemigas de la monarquía de Su Majestad, infestadas sus costas. Y escrebilo al virrey de Lima y al presidente del Audiencia de Quito y a Su Majestad, cuya copia de carta pongo en la Relación; y fue tal mi advertencia, que correspondió con una real cédula que hallé de Su Majestad en la materia y con lo que el conde de Chinchón mandó observar, como él y el Presidente me lo han escrito; y aunque lo atractivo de la fertilidad de lo descubierto fuera más, contrapesado con el daño, no es apetecible. Dedico a V. Ex.? esta Relación como ministro superior de la América y como tan capaz, por el gran talento que Dios se sirvió de darle, que a mejor luz que a la ceguedad de la cudicia humana, tan ávida en estas partes, aplicará el remedio igual al estado presente de la Monarquía. Lo curioso, Señor, del asumpto acreditará el embarazo que doy a V. Ex.?, a quien guarde Dios los felices años que deseo y he menester. Santa Fee 23 de Junio de 1639. -D. Martín de Saavedra y Guzmán.-. Carta que D. Martín de Saavedra y Guzmán, caballero de la orden de Calatrava, del Consejo de S. M., su gobernador y capitán general del Nuevo Reyno de Granada y presidente de la real Audiencia y Chancillería que en él reside, escribió a S. M. en los particulares del descubrimiento y navegación del río de las Amazonas. Señor: Aunque no me toca, por razón del oficio en que estoy sirviendo a V. M., lo que le suplico mande ver en esta, por la de mis obligaciones a su real servicio y el continuo desvelo en que vivo dél, no he podido excusar representar lo que he entendido del descubrimiento que se ha hecho para la navegación del río de las Amazonas o Marañón desde el gobierno de los Quixos y la Canela, cerca de la ciudad de Quito, hasta que desemboca en el mar y paraje del Brasil con gran cantidad de islas a su entrada, pobladas de diversas naciones, algunas de cuatro y seis leguas de circuito. Las circunstancias deste descubrimiento y los útiles que del se prometen en aquella provincia, dice la Relación que ha llegado a mis manos y remito a V. M. y otras cartas que he visto de particulares que casi concuerdan todas en la substancia. -Confieso a V. M. que, viendo el cuidado que da en este reino el río Orinoco y las poblaciones que en su boca tiene el enemigo, que navegó cuarenta leguas el río arriba a saquear y quemar la ciudad de Sancto Tomé de la Guayana, sin tener en estos puestos más útil que el del tabaco y palos de tinta, me ha dado cuidado este descubrimiento; pues es cierto tendrá el enemigo ya noticia dél, siendo aquel paraje donde de ordinario asiste con armadas y urcas, ocupando puestos, siendo tan fuerte el de Fernambuco. Menos ocasión y caminos quisiera ver abiertos para penetrar el corazón desta tierra firme, que se halla tan desarmada y se vive en ella con tan poca vigilancia y cuidado que, con el socorro que he enviado a Santo Thomé y la Trinidad, no han quedado veinte arcabuces en la ciudad y pocos menos en su comarca, descuido digno de reparo en tan dilatadas provincias. Más descansada holgara yo ver la real hacienda de V. M. para descubrimientos y conquistas; menos atentos los émulos de la Monarquía a no perder las ocasiones de divertirla, siendo punto de más reparo en el estado presente la conservación y que se reparen los daños que el tiempo y menoscabo de los indios van causando y la naturaleza de los españoles que pasan a estos reinos, así en los gastos que hacen como en lo poco que trabajan para ellos, y la falta de armas y municiones que se experimenta. Al conde de Chinchón escrebí, luego que supe la nueva, como a quien toca la disposición de lo que allí se ha de obrar, lo que se me ofrecía, que en substancia es algo de lo que representó V. M. Cuya Católica y Real Persona guarde Dios como la Christiandad ha menester. Santa Fee 29 de Mayo de 1639. Después de haber escrito a V. M. recorriendo algunas cédulas, he hallado una que me quita el escrúpulo con que daba a V. M. este aviso, en que se mandó al marqués de Cañete impidiese estos descubrimientos, con atención a los inconvenientes que tenía permitir el comercio libre que los portugueses tendrían. Remito copia de ella a V. M. y así mismo la remitiré al conde Chinchón y Presidente de Quito, por si no tiene noticia de ella. -Don Martín de Saavedra y Guzmán. Capítulo de carta que el Presidente de Quito escribió al del Nuevo Reyno en Febrero de 1639. -La resolución de V. S. es muy acertada y conviene que no dé lugar a que se navegue por el río que viene a entrar en este que llaman del Marañón, que lo mismo resolvió el señor virey en respuesta de la carta de esta real Audiencia y las mías, en que di cuenta a su Excelencia de la venida de los portugueses, y se fundó en la misma cédula cuya copia me ha remitido V. S.; y eso es lo que yo he de ejecutar entre tanto que S. M. no mandare otra cosa. Cédula al virrey del Perú que no dé lugar se comunique ni pase por lo que el gobernador de Santa Cruz ha descubierto hacia el Brasil. -El Rey.- Marqués de Cañete, pariente, mi virrey gobernador y capitán general de las provincias del Perú, o a la persona o personas a cuyo cargo fuere el gobierno dellas. Así, por cartas que me habéis escrito, como por otras que he recibido de diferentes personas de esas provincias, he entendido que D. Lorenzo Suárez de Figueroa, gobernador de Santa Cruz de la Sierra, ha pasado tan adelante en el descubrimiento de aquellas tierras, que ha llegado a los confines del Brasil, y aún dice que se podrá tener comercio con ellas, por haber caminos dispuestos y fáciles. Y porque éste parece un caso de gran consideración, por muchos inconvenientes que se presentan y entiendo podrían resultar en que se abriese esta puerta, pues demás de que podrían entrar por allí los portugueses y meter sus mercadurías y esclavos, tan sin poderlo resistir, en tierras tan anchas, siendo aquéllas tan pobres y ésas tan ricas y prósperas, no se puede dudar de que todos querrán entrar a disfrutarlas, dejando desamparadas las costas y aun llamando a los enemigos la comodidad de aquel paso, -demás de que se puede y debe excusar que estas naciones se junten, procurando que cada cual se conserve en lo que descubrió y posee;- os mando que miréis mucho en esto y que, habiendo conferido y comunicado con personas muy celosas e inteligentes las razones propuestas y las demás que se ofrecieren, tanto en lo espiritual como en materia de Estado y buen gobierno, me enviéis relación muy particular de lo que pareciere conviene y se debe hacer en razón de si se atajará aquel paso, dejando a los portugueses en la ignorancia que hasta aquí, para que no lo intenten; y en el entretanto miréis mucho por aquello, sin dar lugar a que se comuniquen las tierras por allí ni se prosiga el descubrimiento. Y asimismo me avisaréis del remedio que se puede poner en lo que está ya hecho. Fecha en Madrid a 26 de Junio de 1595 años.-Yo el Rey.- Por mandado del Rey nuestro Señor.-Juan de Ibarra,- Y señalada del Consejo.
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El Descubrimiento y conquista del Perú forma la tercera parte de la Crónica que compuso Pedro Cieza de León, tres partes que no han aparecido juntas hasta la edición dirigida por Carmelo Sáenz de Santa María en 1984. La primera, impresa -con singular éxito- en vida de su autor (Sevilla, 1556); la segunda, a mediados del siglo pasado, y la tercera en 1979 en Roma, en cuya Biblioteca Apostólica Vaticana fue localizada una copia coetánea por Francesca Cantú, que fue su editora. El Descubrimiento y conquista completaba en el plan del autor su Crónica, que se abría con descripciones geográficas y etnográficas del territorio y sus primitivos habitantes, a las que se añadían las llamadas por el autor Fundaciones de las ciudades hispanas. La segunda parte describía el gran imperio de los Incas; y la tercera se dedicaba al encuentro, no siempre pacífico, hispano-indígena. Se abre el libro con el descubrimiento de la tierra y los sucesivos avances de Pizarra y su hueste, que coinciden con la guerra civil, que debilita y desarma el poderío incaico, prácticamente anulado al ser preso por los castellanos en Cajamarca el último emperador Atahualpa. Se intercalan episodios que en Perú son fundaciones de ciudades, y en España, diversas gestiones ante el emperador; se interrumpe el proceso con la irrupción de Pedro de Alvarado y sus guatemaltecos, que se incorporan a las tropas almagristas y pizarristas, como tercera fuerza que no siempre fue vínculo de unidad. El último episodio lo forma el asedio a que someten los indios al grupo de castellanos concentrados en el Cuzco: episodio que falta en el manuscrito editado y que se suple con los capítulos correspondientes del cronista Antonio de Herrera, a quien se puede llamar -devoto y fiel- copista de Cieza.
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INTRODUCCIÓN He sido invitado por mi buen amigo Manuel Ballesteros a presentar la Tercera Parte de la Crónica del Perú para ser incluida en la colección; viniendo esta presentación detrás de las publicadas por él mismo para la Primera y Segunda Parte de esta misma Crónica, es natural que me apoye en ellas, y me ciña simplemente a las peculiaridades de la Tercera Parte. No se trata sólo de un gesto cortés, ya que considero a don Manuel de un peruanismo mucho más antiguo que el mío, tanto en sus aspectos de "biblioteca", cuanto en su faceta de trabajo de "campo"; pero además he de confesar que mi afición al Perú fue efecto de una especie de compromiso contraído con don Ciriaco Pérez Bustamante, quien me asignó --en su calidad de director del antiguo instituto Gonzalo Fernández de Oviedo-- la parcela peruanista en mis estudios críticos de fuentes, que hasta aquel momento se habían centrado en los temas mesoamericanos, relacionados especialmente con Guatemala. Desde entonces he simultaneado ambas líneas de estudio, y cuento en mi haber con una reducida bibliografía que curiosamente omite don Manuel en sus apartados bibliográficos de la Primera y Segunda Parte ya mencionadas. Y sirva mi bibliografía, presentada en orden cronológico, para justificar mi aparente intromisión en el campo de la historia peruana1. Don Manuel Ballesteros, en la ya mencionada Introducción, hace constar la falta de una buena biografía del autor; es verdad que no existe una obra que se haya dedicado exclusivamente a la vida de Cieza, pero desde los primeros estudios de Jiménez de la Espada en 1877, en el vol. II de la Biblioteca Hispana Ultramarina, en que presentó la Guerra de Quito en edición incompleta enriquecida con prólogo y 18 apéndices del texto, la figura de Cieza dejó de ser desconocida. El conocimiento sobre Cieza recibió un fundamental esclarecimiento con el artículo de Miguel Maticorena Estrada2, que es un comentario al testamento de Cieza, localizado en el Archivo de Protocolos de Sevilla, y publicado entonces por primera vez en 1955. Prosiguió en esta línea de investigación el catedrático don José Muñoz Pérez3, y se cierra el ciclo por el momento con el libro de Francesca Cantú4. A lo explicado por don Manuel hay que añadir la serie de documentos que jalonan la vida del criado del mariscal Robledo, Pedro de León, que es el nombre con que Cieza se autodesigna hasta su incorporación al ejército de Gasca; y todo ello queda incorporado al relato biográfico de Cieza, en prensa, y que entrará en el tomo III del volumen II de la ya mencionada colección Monumenta Hispano Indiana. Resumo ahora las etapas de la vida de Cieza que presenté hace años en el Anuario de Estudios Americanos fechado en Sevilla en 1975, aunque su elaboración procedía de fecha anterior, y que fundamentalmente sigue válido. Rasgos biográficos de Pedro de León Nace en Llerena (actual provincia de Badajoz) hacia 1521 en una familia de cierta distinción formada por el matrimonio López de León e Isabel de Cazalla, que se había coronado con cinco hijos, dos de ellos varones: uno se ordenará sacerdote, y otro sería nuestro cronista. Fueron las mujeres: Leonor, Beatriz y María. Pedro adopta el apellido de su padre; sus hermanos Rodrigo y Leonor son Cieza; María es Álvarez, y Beatriz, Cazalla. No se han conservado --nos dicen-- Ciezas en Llerena; hay abundancia de León y de Cazalla. Pedro cambió su apellido durante su vida: fue León en los primeros años de su estancia en Indias; se firma Cieza cuando emerge tímidamente tras el asesinato de su patrono, el mariscal Robledo; y junta ambos apellidos en el incongruente De Cieza De León como nombre literario. La familia Cazalla estaba muy bien relacionada en la región extremeña meridional que se extiende entre el Guadiana en su último tramo y el Guadalquivir. Los Cazalla son mercaderes muy estimados en Flandes y en indias; y no faltan entre ellos conocidos escribanos. No puede ser ignorado Pedro López de Cazalla, que acertó a ser secretario de confianza del marqués Pizarro, del presidente Vaca de Castro, de Lorenzo de Aldana y, finalmente, de Pedro de la Gasca. Hay un poderoso mercader en Panamá, Alonso de Cazalla, que se hace cargo del traslado a través del istmo de parte del tesoro que Gasca quería presentar al emperador. Calvete de Estrella menciona setenta y cinco cargas de plata y cien mil pesos de oro que fueron confiados a Cazalla. Cieza, durante su estancia en Panamá como criado de Robledo, goza de la generosidad de su pariente, quien en momentos difíciles le adelanta cincuenta mil maravedís: de los que no se acuerda Pedro hasta la cuenta final que establece en su testamento. Cuando Pedro prepara su viaje de regreso a España decide contraer matrimonio; y lo hace por poder, en presencia de su futuro cuñado, Pedro López de Abreu: casamiento que le introduce en otra poderosa familia de mercaderes, los Llerena, cuyo jefe, Juan de Llerena, es el piloto que dirige la nave de Cieza en sus pequeñas operaciones mercantiles, en víspera de su temprana e inesperada muerte. Para completar el cuadro familiar de Cieza, recordemos a los Mercado, de simbólico apellido, que no solamente son hábiles comerciantes, sino que cuentan en sus filas con el primer gran tratadista mercantil, el dominico fray Tomás de Mercado, que inauguró la serie de los estudios de economía en España con su Tratos y Contratos de Mercaderes y Tratantes, que vio la luz pública en Salamanca en 1569. Si prestamos atención por un momento a este frondoso árbol genealógico de Cazallas, Llerenas y Mercados, lo vemos lleno de escribanos y mercaderes: profesiones que en aquellos tiempos hacían fruncir el ceño a los puristas del Derecho, o simplemente a los moralistas del negocio; en sus ramas encontramos no sólo el primer gran tratadista mercantil, sino también un escribano-secretario, Pedro López de Cazalla, que pudiera servir de ejemplo y modelo para estas dos difíciles profesiones: profesiones que en España se mantenían en el límite autorizado para los que quisieran mantener ínfulas de hidalguía. Ante este árbol tan frondoso y tan abierto al negocio y la ganancia, nos preguntamos qué pudieron ver en este escribano de tradición, pero cronista de ocasión, nuestro flamante Pedro. Y que lo vieron es un hecho demostrado por la prisa con que arreglaron el matrimonio por poder antes que, regresado a España, pudiera arrepentirse del compromiso contraído. Yo creo adivinar en aquellos mercaderes un sentimiento de admiración por quien pudiera vender en Flandes un libro, en competencia con lanas, telas y tapices...
contexto
El suceso comúnmente conocido como el "descubrimiento de América", es decir, la llegada de Colón a las Antillas en 1492, no fue un hecho aislado ni casual, ni una coincidencia, sino la culminación de un proceso interno de la economía europea, en el que Castilla tendría un papel importante. Más específicamente, se inserta de lleno en la expansión marítima protagonizada por los pueblos ibéricos desde mediados del siglo XIV y, sobre todo, a lo largo del siglo XV, incentivada por la búsqueda de oro y especias y la necesidad de encontrar una ruta directa hacia los lugares productores de esos tesoros. Una expansión que, recuérdese, cuenta con una buena base tecnológica: a partir de 1440 se dispone de barcos apropiados (la carabela, perfección de la barca portuguesa) y de una serie de adelantos técnicos que proporcionan mayor seguridad a los viajes oceánicos (mejora de instrumentos de navegación como la brújula o el astrolabio). La iniciativa en este proceso correspondió a Portugal, que entre 1415 (conquista de Ceuta) y 1488 (cuando Bartolomé Díaz dobla el Cabo de Buena Esperanza) protagoniza una impresionante expansión descubridora hacia el sur, mientras Castilla apenas se ocupa de la conquista y colonización de las islas Canarias (empresa que aún no habrá concluido en 1492). A lo largo de todo el proceso son constantes los conflictos entre ambos países, resueltos en el tratado de Alcaçovas-Toledo (1479), que delimita las respectivas áreas de influencia: Castilla tendrá las Canarias "ganadas e por ganar", y Portugal las Azores y Madeira, más la exclusividad de navegación al sur de Canarias, contra-Guinea. El Atlántico queda así repartido por una línea horizontal, al norte de la cual está la zona castellana y al sur la portuguesa. En 1481 el tratado será refrendado por la Bula Aeterni Regis. En esta atmósfera de expansión nacionalista y rivalidad peninsular irrumpe Cristóbal Colón con su proyecto de llegar a la India navegando hacia occidente, idea no totalmente nueva pero si era nuevo el entusiasmo obsesivo con que él la asumió. Pese a la tremenda cantidad de estudios realizados sobre este personaje, lo cierto es que su vida sigue llena de misterios: se discute su origen, familia, su lengua, su tumba. Muchos de los misterios fueron fomentados por él mismo y por su hijo Hernando, para encubrir su humilde origen, que a estas alturas está ya plenamente acreditado: no hay duda de que nació en Génova hacia 1451 ó 1452, en el seno de una familia humilde y plebeya. Su padre, Domenico Colombo, casado con Susana Fontanarossa, fue tejedor de paños y tabernero, entre otros oficios. No consta que cursara estudios y sí que desde muy joven se enroló en expediciones marítimas, actividad que ya no abandonará: en 1501 escribe a los Reyes Católicos que llevaba 40 años navegando y que "todo lo que hasta hoy se navega, todo lo he andado". Se dedica al negocio azucarero, como agente de compañías genovesas, y en 1476 se instala en Portugal, donde se casa con Felipa Moniz de Perestrello, hija del capitán donatario de Porto Santo (Madeira), y donde concibe su idea descubridora. Mantiene contactos con cosmógrafos y geógrafos portugueses y extranjeros, y tiene acceso a un mapa del florentino Paolo del Pozzo Toscanelli, que contenía algunos de los planteamientos teóricos colombinos. Con este y otro material elabora su proyecto, que además de simple (sólo una nueva ruta) y poco original (desde Aristóteles, Séneca, Estrabón, Plinio, Averroes, se sabía que la ruta occidental era posible aunque impracticable por razones técnicas; incluso Pierre d'Ailly en su Imago Mundi aseguraba que el océano era navegable en pocos días con viento propicio), se basaba en una serie de errores de cálculo. Partía del hecho cierto -y bien conocido ya en la época- de la esfericidad de la tierra, pero todo lo demás estaba equivocado. Utilizando sólo los datos que convenían a su tesis, Colón redujo la dimensión de un grado terrestre: acepta las 56 millas calculadas por Alfragano, pero olvida que obviamente eran millas árabes -1.973 metros-, y las convierte en millas italianas -1.477 metros-, resultando así eliminada una cuarta parte del planeta (la circunferencia en el Ecuador mediría unos 30.000 kms y no los 40.076 kms. reales). Y toma de Toscanelli sus cálculos de un continente euroasiático más dilatado, de manera que entre Lisboa y el Cipango de Marco Polo habría sólo unas 3.000 millas náuticas, que él incluso reduce a 2.400 (la distancia real son 10.600 millas). En resumen, Colón redujo el grado, dilató Asia y calculó un mundo un 25% más pequeño; esta fue la errónea base científica de un plan descabellado que, como es lógico, fue informado negativamente por cuanta comisión de expertos lo examinó, en Portugal y en Castilla.
obra
Tras haber descubierto el judío Judas el emplazamiento de la Sagrada Cruz, santa Elena procedió al derribo del templo dedicado a Venus que ocultaba las reliquias, encontrando tres cruces. Estaba en el lugar indicado pero desconocía cuál había correspondido a Cristo. Se produjo entonces un milagro ya que un joven fue resucitado por el Santo Madero. Santa Elena envió una parte de la Cruz a su hijo Constantino y dejó el resto de la reliquia en Jerusalén. En esta escena que observamos, Piero della Francesca narra de manera sucesiva el hallazgo de las tres cruces en la zona de la izquierda y el milagro de la resurrección en la derecha, recurriendo a una secuencia típicamente medieval pero que también encontramos en los frescos de la Capilla Sixtina pintados años más tarde por Botticelli o Cosimo Rosselli. Las escenas se desarrollan ante una representación ideal de Jerusalén que más bien corresponde a una imagen de Borgo de Sansepolcro o la propia Florencia, abundando los edificios dotados de cierto clasicismo. El terreno en el que se sitúan las figuras permite cierta desconexión entre éstas y el fondo, creando la sensación de encontrarse ante un mero telón teatral aun cuando el paisaje es de gran belleza y excelente ejecución. Las figuras continúan ausentes, sin expresión, a pesar de gozar de una sabia anatomía y un efecto escultórico creado gracias al empleo de una luz uniforme que ensalza a los diversos personajes. Algunas de las figuras se encuentran de espaldas en un claro ejemplo del virtuosismo del maestro, que recuerda por momentos a Masaccio, cuyos frescos de la Capilla Brancacci cautivaron a Piero durante su estancia en Florencia en el año 1439.