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Personaje Arquitecto
Obtuvo dos medallas de segunda clase en las exposiciones universales de 1867 y 1878, y una medalla de plata en la de 1889. Fue inspector de trabajo en la ciudad de Reims, arquitecto jefe de la ciudad de Brest y, por último, inspector de trabajo de París. Colaboró junto a Ballu en la construcción de iglesias y en el Hôtel de Ville de París. Además fue profesor en la Escuela de Bellas Artes. Fue nombrado arquitecto diocesano de Luçon en 1895.
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Mientras el Ejército soviético avanzaba por el este y las fuerzas aliadas por el oeste, Himmler dio órdenes de minar los campos, de construir túneles para dinamitarlos después de haber encerrado en ellos a todos los deportados. Varios campos fueron totalmente evacuados y trasladados al mar del Norte. Allí volaron dos barcos llenos de prisioneros. Un documento secreto de la Policía de Seguridad del distrito de Radom encontrado después de la guerra expone: "Es impensable que los detenidos que trabajan en la industria o en los campos, sean judíos o no, puedan ser liberados por el avance del enemigo y caer en sus manos... Se ordena, también, que sean fusilados los 25.000 detenidos del campo de Dachau". El mapa de la deportación empieza a moverse de un lado a otro dentro del universo concentracionario. Millares de presos son trasladados de Auschwitz a Mauthausen. La evacuación de toda esta gente representaba multiplicar por mil la mortandad normal en un campo de concentración. Algunos iban en tren, otros a pie y la gran mayoría nunca llegó. Los evacuados en tren iban hacinados en vagones de carga y se pasaron más de quince días viajando por Polonia, Alemania, Checoslovaquia y Austria, sin abrir para nada los vagones. Al llegar a Mauthausen sólo habían sobrevivido unos doce detenidos por cada vagón. Franz Ziereis, comandante de Mauthausen y herido de muerte el 23 de mayo de 1945, confiesa ante los prisioneros recién liberados: "Bajo la orden del ministro del Reich y jefe de la SS, Heinrich Himmler, y transmitida por el general de los SS, doctor Kaltenbrunner, yo tenía que exterminar a los detenidos de los campos Gusen 1 y Gusen 2 (anexos de Mauthausen). Tenían que ser llevados a los túneles subterráneos con las cuatro salidas previamente tapadas, excepto una de ellas. Después tenía que hacer volar las galerías". A Buchenwald llegaron evacuados de Silesia, de Gross-Rosen, de Auschwitz. La mitad de ellos murieron por el camino y sus cadáveres fueron arrastrados por sus compañeros. El 2 de abril de 1945 empezó en Buchenwald la lucha contra las evacuaciones. Los SS evacuaron a algunos miles de deportados, pero el 11 de abril comenzó la sublevación de este campo. Buchenwald sería uno de los pocos centros en que los detenidos se liberarían a sí mismos. Los de su anejo Dora no tendrían tanta suerte. Los presos fueron liquidados o evacuados a Bergen-Belsen. De estos últimos llegaron muy pocos, pues los que no se tenían en pie iban siendo ejecutados con un tiro en la nuca durante el camino. Cuando los ingleses liberaron Bergen-Belsen, encontraron un infierno. Este campo, que recogía deportados de otros campos, se había convertido en un enorme cementerio, lleno de montañas de niños judíos destrozados y de moribundos hambrientos. Los ingleses quemaron el campo y las barracas con bulldozers para evitar que se propagara todavía más una epidemia de tifus que había causado estragos. Había trece mil cadáveres que los SS no tuvieron tiempo de quemar... Así, a partir de julio de 1944, la evacuación de los campos de la muerte se convirtió en inenarrable tragedia. Primero fue el de Lublin-Maidanek, más tarde el de Natzweiler-Struthof, replegado hasta Dachau. En enero de 1945 le tocó el turno a Stutthof. La gran mayoría de sus cincuenta mil deportados murieron durante la larga marcha. En la misma época se evacuó Gross-Rosen. Los enfermos e inútiles de este campo que no podían andar fueron ejecutados antes de partir. Centenares de deportados de Dora y Neuengamme fueron quemados vivos en una granja de Gardelengen. Decenas de millares de deportados conocieron esta última prueba y muy pocos pudieron contarla. Fueron numerosas estas marchas de la muerte por el amplio mapa del universo concentracionario nazi.
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Fotografía cedida por el Servicio de Promoción e Imagen turística del Gobierno de Navarra.
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En la base de su revolución cultural, las ideas del utópico barón de Coubertin sí se han perpetuado. Propugnaba que, a través del deporte competitivo, se consiguiera mejorar las cualidades corporales y el carácter del hombre como contribución de éste a la paz mundial y la comprensión humana. Tras los Juegos de Londres, en 1909, el aristócrata se asustó: "Los próximos Juegos deben ser más dignos, más discretos, más íntimos y menos caros". Coubertin ignoraba que el auge del deporte iba a permitir financiar por vía privada ediciones como la de Los Angeles, en 1984, con éxito suficiente para cambiar el ritmo en el movimiento olímpico. El 83 por 100 de la ciudad de Los Ángeles había votado en contra de los Juegos, pero en la recta final la organización se granjeó las simpatías de los californianos de todo el país, a la vez que lograban financiar el proyecto: 4.000 patrocinadores pagaron 3.000 dólares por kilómetro de cada corredor voluntario con la antorcha. Eran 12 millones de dólares que luego destinaron a fines benéficos. Unos 44 millones de norteamericanos se acercaron a los arcenes para aplaudir el paso de la llama. Se precisaban 470 millones de dólares (47.000 millones de pesetas de entonces) para financiar los juegos, y la tarta sentó un precedente que marcó los presupuestos de Seúl 88 y Barcelona 92: los derechos de televisión se tasaron en 250 millones de dólares; los patrocinadores aportaron 115; la venta de entradas supuso 85 millones y las licencias comerciales, 14 millones. Coubertin encontró otro aliado para su dogma de "Juegos, Paz y Solidaridad". El progreso, en este campo, se convirtió en aliado de los postulados del aristócrata francés. Gracias a la televisión, 3.500 millones de telespectadores siguieron los Juegos Olímpicos de Barcelona desde su casa. Dos años antes, la final del campeonato del mundo de fútbol Italia 90 fue seguida por 1.060 millones de personas, más del doble de los que presenciaron la llegada del hombre a la Luna, en 1969, y tres veces más que la audiencia de la boda de los príncipes de Gales, en 1981, dos hitos en la historia de la televisión moderna. Hay, eso sí, una imposición tecnológica dictada por los tiempos: en 1992 había en todo el mundo mil millones de receptores. En 1996, en Atlanta, había un parque estimado de 1.300 millones de aparatos. Televisión y deporte se necesitan mutuamente. El desarrollo de una coincide con la evolución del otro, y la parafernalia que rodea a uno no sería posible sin la sofisticación imparable e imprevisible de la otra. Desde mitad del siglo XX cada edición de los Juegos Olímpicos ha marcado un paso más en la evolución tecnológica traducido en records de audiencia: el progreso ha sido vertiginoso. En Melbourne 56 se produce la primera retransmisión televisiva de algunos acontecimientos a toda la ciudad sede. Cuatro años después, en Roma, se consigue por primera vez una emisión directa. La CBS norteamericana transmite veinte horas de programación, con un sistema rudimentario: cintas de vídeo llegan por vía aérea para recoger en diferido lo más destacado de la jornada olímpica.Los juegos de Tokio, en 1964, utilizan ya sistemas de transmisión por satélite y obligan a la consolidación del diferido: los desfases horarios limitan la simultaneidad comunicativa del planeta. Los ingresos por derechos de televisión superan por primera vez el millón de dólares (1.577.778, unos 200 millones de pesetas de 1994), lejos de los 609 que significaron para el Comité Organizador de Barcelona 92 y de los 875 en que salieron a la venta los de Atlanta 96. Los Juegos de Munich, en 1972, consolidan la televisión en color y el uso del vídeo. La audiencia de esta edición, la de las siete medallas de oro del nadador norteamericano Mark Spitz y la matanza de dieciocho israelitas a manos de un comando palestino, alcanzó ya los 900 millones de espectadores. Hubo 67 horas de emisión olímpica, tres menos que en Montreal 76. En Canadá intervinieron cuatro satélites Intelsat: dos en el Atlántico, uno en el Indico y otro en el Pacífico. En Moscú, en 1980, se superan los 100 millones de dólares de derechos de televisión. Entonces, esta cifra significaba el 95 por 100 del pastel económico de los Juegos. Ahora, ese concepto no supera el 50 por 100. La otra mitad, entre 1989 y 1992, procedió de los patrocinadores, en un 38,6 por 100, y de la venta de entradas, en un 5,4 por 100. De los souvenirs y otros productos autorizados, el 6 por 100. Pero el verdadero punto de inflexión se produce en Los Angeles 84, donde la cadena norteamericana ABC se convierte en la principal patrocinadora de los Juegos. La espectacularidad de las ceremonias de apertura y clausura marcó la entrada en el siglo XXI, según los analistas. Las cifras, también: la organización ingresó 276 millones de dólares (38.640 millones de pesetas al cambio actual) en concepto de derechos de televisión. Seúl 88 inicia la incursión en la televisión de alta definición y el imperio de la fibra óptica que alcanza la mayoría de edad en Barcelona 92, donde se baten todos los records: derechos de televisión (650 millones de dólares), horas de televisión producida (2.500), audiencia (3.500 millones de telespectadores) y calidad de las emisiones. Los Juegos Olímpicos son el acontecimiento deportivo más importante. Por el evento en sí, que logra concentrar a los mejores atletas del mundo, y por la bocanada de progreso que representa para la ciudad organizadora. Para los Juegos de 1988 hubo cinco precandidatas. Para los de 1992, que ganó Barcelona, 13, y para los del año 2000, que organizó Sydney, siete. También son el acontecimiento más masivamente seguido, como demuestran las estadísticas: el campeonato del mundo de fútbol, el teórico deporte rey, apenas llega a la mitad. Los Juegos, según algunos estudios de audiencia, tienen un impacto tres veces mayor que el torneo de tenis de Wimbledon, cuatro veces más que el campeonato más seguido de fórmula 1 y seis veces más que el Tour de Francia y la final de fútbol americano, la Superbowl. La evidencia de los datos hizo al mismísimo Juan Antonio Samaranch, el presidente del COI, replantearse el regreso del tenis a la Carta Olímpica. El argumento del profesionalismo no era ya muy coherente. No tenía mucho sentido que Carl Lewis ganara 20.000 dólares por segundo en un mitin de atletismo y el sueco Stefan Edberg o el alemán Boris Becker, que podían percibir en un torneo de segunda categoría 50 millones de pesetas, no pudieran disfrutar del ambiente en la Villa Olímpica. El tenis regresó a los Juegos en Seúl 88, y la reacción de los tenistas fue variopinta. Hubo quien acudió a pasearse a Seúl y Barcelona, pues la ausencia de premios desmotiva, y otros, que, como Edberg, aseguraran que jugar sin dinero era suficiente motivación: "Juego con menos presión, más relajado y a gusto. Hoy por hoy, esto no es Wimbledon, pero quizá en el futuro será algo más", dijo. El regreso del tenis a los Juegos fue aplaudido por millones de aficionados de todo el mundo. Pero, afortunadamente para el espectador, para la televisión no sólo existen los Juegos Olímpicos. La citada Superbow1, que enfrentó en su edición de 1994 a Dallas Cowboys y Buffalo Bills, fue seguida en todo el mundo por 750 millones de personas gracias a 64 cámaras que dispuso la cadena norteamericana NBC en todo el estadio Georgia Dome de Atlanta. La infraestructura que ofreció el país americano al fútbol europeo en el campeonato del mundo de fútbol en 1994 no tuvo tan febril acogida: aunque la superpotencia pujó por la organización del acontecimiento con el fin de introducir el soccer entre el gran público, su éxito no va más allá de las high schools y universidades, donde se practica con destreza, sobre todo entre la población hispana. La carencia de interés contrasta con el de otros países occidentales, como España, donde el programa de televisión más seguido en 1993 fue un partido de fútbol: el España-Dinamarca del 17 de noviembre, que significó la clasificación de la selección nacional para el campeonato de Estados Unidos, atrajo el interés de casi 12 millones de personas. En 1992, por poner un ejemplo comparativo, el programa más magnético fue un show del dúo Martes y trece, "Que te den concurso", seguido por 10,5 millones de espectadores. El fútbol es garantía de audiencia para las televisiones, que recurren a él hasta la saturación. En la temporada 1992-1993, 629 partidos fueron retransmitidos por los 11 canales de televisión nacionales, públicos o privados. Así, había comunidades autónomas como La Rioja, en las que se recibe la señal de diversas cadenas autonómicas circundantes, que podía mantener al espectador sentado ante el televisor durante ocho partidos seguidos o simultáneos en una tarde.
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En la década de los años sesenta, un nuevo invitado se sumó a la gran fiesta del deporte: la violencia en los espectáculos deportivos. Tribus urbanas que ritualizan el alcohol, enfrentamientos nacionales y nacionalistas, reinvidaciones sociales, todas las viejas y bajas pasiones humanas encuentran acomodo sobre todo en el campo de fútbol. La escalada se traduce en estadísticas siniestras: muertes y detenciones salen a escena con lamentable insistencia. Los historiadores escarban en los orígenes de algunas especialidades para rescatar los antecedentes del fenómeno. Algunos citan tumultos en Roma tras espectáculos circenses. Otros, como Guttman, aseguran que los excesos de los hinchas ingleses y latinoamericanos son casi inocuos con los desmanes que se producían en el Imperio Bizantino, con frecuentes intervenciones del ejército para restaurar el orden. Incluso la prohibición actual de consumir alcohol en los partidos de fútbol tiene procedencia muy antigua: en el año 450 antes de Cristo, en el estadio de Delfos, para prevenir las alteraciones de orden que pudieran ocasionar los espectadores excesivamente embriagados.La espiral es tan perversa que todos los países europeos han creado comisiones gubernamentales que velan por la seguridad en los terrenos de juego: ya hay muchas sentencias contra espectadores culpables de agresión a otras personas. Los jóvenes protagonizan la mayoría de actos desalmados. Los sociólogos lo explican por la necesidad de hacerse valer y la búsqueda de un cierto prestigio en el grupo de iguales. Hay diferentes estilos con un mismo fin: "skinheads", "punks", "rockeros"... hacen suya la hegemonía en la grada por la fuerza. La única terapia es el tiempo: el joven ultra más violento se vuelve dócil con los años, como lo hace el deportista más agresivo. El fenómeno tiene su origen en Inglaterra, y es exportado por sus inventores, los "hooligans". Lo demostraron los del Liverpool en su más famosa gesta: la excursión a Bruselas, en mayo de 1985, para presenciar la final de la Copa de Europa que enfrentaba a su equipo frente al Juventus de Turín. La acometida de los hinchas ingleses contra los italianos provocó la huida de éstos, que encontraron las vallas en su camino: el incidente se saldó con 39 muertos y 600 heridos.Los 26 detenidos, según sus guardianes en Bruselas, eran personas normales, adolescentes tranquilos. Había entre ellos incluso algunos adultos: un funcionario del Ministerio de Finanzas, un asistente sanitario y un obrero de la construcción. La policía de Liverpool disipó pronto las dudas de sus colegas belgas. Los detenidos no eran, como pensaban éstos, los líderes del colectivo: los verdaderos cabecillas eran 15 individuos que aparecían en las filmaciones y no fueron identificados nunca. Seguramente encajaban en el prototipo de "hooligan": de clase obrera, gran bebedor de alcohol y presuntamente marginado por la sociedad. En los viajes al extranjero encuentran su teatro de operaciones, como resume Bill Buford, un periodista norteamericano afincado en Gran Bretaña, que siguió a los hinchas del Manchester United durante ocho años, entre 1982 y 1990. Ha viajado por Gran Bretaña, Italia, Turquía, Grecia y Alemania y ha compilado su experiencia en el libro Entre los vándalos, donde resume la simpleza del decálogo de valores que inspiran a los bárbaros: la cerveza, la Reina, las Islas Malvinas, Margaret Thatcher, las películas bélicas, los monos de aviador caros, ir al extranjero... y sobre todo, ellos mismos. "Lo que más les gustaba -recuerda Buford- eran ellos mismos, y lo que menos, el resto del mundo. El resto del mundo es un sitio bien grande, y sus habitantes, los extranjeros, son en esencia desconocidos (..) Los extranjeros eran seres disminuidos, sobre todo si se trataba de extranjeros de piel oscura, por no mencionar a extranjeros de piel evidentemente negra que además se proponían venderte alguna cosa. Esos eran los peores". En efecto, el fenómeno "ultra" encuentra en el racismo su mejor expresión. En Gran Bretaña, Alemania e Italia los incidentes con futbolistas extranjeros se suceden. El negro John Barnes suscitó todo un debate en la ciudad de Liverpool a su llegada al equipo, a comienzos de los ochenta. Los holandeses de color Rijkaard y Gullit cosecharon diferentes muestras de rechazo fuera de la ciudad de Milán, en cuyo equipo más representativo jugaron durante seis años. En 1989, el israelí Rosenthal se vio obligado a abandonar Udine, la capital de Friuli, en el norte de Italia, con implicaciones históricas en Austria y Alemania, pues los hinchas del Udinese le amenazaron con pintadas: "Rosenthal, vete al horno"; "Fuera los judíos de Friuli". Rosenthal siguió los pasos del peruano de color Jerónimo Barbadillo, al que le acosaron también las pintadas. En la península italiana, el fenómeno nacionalista y el enfrentamiento norte-sur no está exento de racismo. Los "tifosi del norte reciben a los napolitanos con leyendas del tipo: "Bienvenidos a Italia", "EI humo y el napolitano contaminan Milano" o "Terroni -paletos-, lavaros". Y en la devolución de visita, en Nápoles se puede leer "Mejor un aborto hoy, que un veronés o un milanés mañana". El ambiente allana el terreno a la crispación, al enfrentamiento violento, sobre todo tras la irrupción de tribus como los "skinheads". El rosario de actos violentos es escalofriante. Hasta 1946, las necrológicas del fútbol se nutrían de tragedias como derrumbamientos de muros y tribunas. Pero en ese año, en la cuna del fútbol y la violencia, Inglaterra, hay 44 muertos en el Bolton Wanderers-Stoke City, a consecuencia de peleas multitudinarias entre hinchas. El fenómeno se exportó pronto: en 1964, en Lima, un Perú-Argentina se salda con 320 muertos y mil heridos por los gases lacrimógenos que lanzó la policía contra la multitud que había iniciado un enfrentamiento masivo por un gol anulado. En la historia más reciente, la tétrica estadística tiene acento inglés: además de la final de la Copa de Europa de 1985, en Bruselas, en Sheffield (Inglaterra), cuatro años más tarde, la policía permitió la entrada de hinchas sin entradas en un Nottingham Forest-Liverpool, con el estadio lleno. Fallecieron 95 personas aplastadas contra las vallas. También hay catástrofes naturales de este tipo fuera de las islas y su área de influencia. En El Cairo, en 1974, 80.000 personas pretendieron entrar a un estadio con cabida para 40.000, lo que provocó que se derrumbase el graderío, provocando 48 muertos y 47 heridos. En 1981, en Colombia, se desploma una pared en el partido Deportes Tolima-Deportivo Cali. Mueren 18 personas.En el mismo siniestro año 1985 fallecieron 53 espectadores en el viejo estadio de Bradford en un incendio. Las puertas del estadio estaban cerradas. En España, el fanatismo ultra se cobró su primera muerte en la persona del seguidor del Español de Barcelona Frederic Rouquier, que fue atacado a la salida del estadio por simpatizantes de los Boixos Nois, la peña ultra del Barcelona. Manuel García Ferrando abordó una tipología de los hechos violentos en el deporte español entre 1975 y 1985: de los 6.011 que registró, casi el 90 por 100 se habían producido en campos de fútbol. La causa más frecuente es la agresión entre jugadores. Pero el 30 por 100 fueron lanzamientos de objetos al terreno de juego y uno de cada diez fue una agresión al árbitro. Sólo entre 1980 y 1985 hubo 42 víctimas por impacto de objeto lanzado desde la grada. La FIFA y la UEFA han prohibido la entrada al estadio de productos de la industria pirotécnica, que causaron un muerto en Cádiz en 1985 y otro en Barcelona, en el estadio del Español, en 1992. En otros deportes, como el baloncesto, es frecuente la invasión del campo por parte de los espectadores, dada la mayor cercanía entre la grada y la cancha. De las 152 registradas en esa década, 33 se produjeron en campos de baloncesto. Poca cosa frente a los 106 espontáneos del fútbol. Violencia y doping son los invitados menos gratos a la fiesta del deporte. En el orden de prioridades, figuran subrayados con trazo grueso por los amantes del juego limpio. Algunas reglas tienen más de 2.000 años de historia, y nada exógeno ha conseguido cambiarlas.
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De manera similar a la Subida al Calvario, lo que a Durero le interesa en esta escena es el estudio del movimiento y de la acción en la escena. Igual que en el citado dibujo, Durero forma parejas que contraponen sus actitudes y su postura. Aquí, la más llamativa es la formada por el estricto perfil de la Virgen y el frente de María Magdalena, con su frasco de ungüentos.La escena está concebida en un friso horizontal que se corresponde a su vez con la cima del monte Calvario, donde puede apreciarse perfectamente la cruz vacía de donde han bajado el cadáver de Cristo.
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El artista de Estrasburgo Hans Arp, inició su trayectoria dentro del expresionismo, en el grupo Der Blaue Reiter. A partir de 1916, fecha en la que realiza esta obra, se unió a los fundadores del dadaísmo de Zurich, que se reunían habitualmente en el Cabaret Voltaire. A Tristan Tzara, fundador de este movimiento, le homenajea con esta obra.
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Atalanta Baglioni encargó a Rafael un retablo en memoria de su hijo Grifone que había sido asesinado en Perugia durante el año 1500 con motivo de las luchas entre los miembros de la misma familia por conquistar el poder. El encargo fue colocado en la capilla familiar de la iglesia de San Francesco al Prato de Perugia donde permaneció hasta 1606, año que fue regalada secretamente por el papa Paulo III a su sobrino el cardenal Scipione Borghese. Los habitantes de la ciudad protestaron siendo compensados con una copia realizada por el Cavaliere d´Arpino. Entre 1797 y 1815 estuvo en Francia como integrante del botín napoleónico para ser restaurada a su lugar actual. La tabla central del retablo corresponde al Descendimiento de Cristo, coronándose con una imagen del Padre Eterno y ángeles -copia del original realizada en el siglo XVI- mientras en la predela se colocaron tres tablillas en grisalla que representan las Virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad. Tras la muerte en el Calvario, las santas mujeres y los varones fueron a depositar el cuerpo de Cristo en el sepulcro. Este momento permite a Rafael realizar una composición que poco a poco se aleja del estatismo mágico de sus primeros cuadros. Rafael comienza a acercarse a la pintura del Cinquecento, más dinámica y apasionada, como la de Miguel Ángel y Leonardo da Vinci. La composición está basada en una estructura centrífuga a partir del cuerpo de Cristo. Los personajes parecen tirar de él y salir alejados hacia los extremos del cuadro, rodeando a Cristo pero dejando a su alrededor, al mismo tiempo, un espacio vacío que le hace destacar. Los rostros están agitados y reflejan la tristeza, la preocupación, en lo que se llamó el "pathos", la expresión del dolor en el rostro y en la actitud del cuerpo. La escena es mucho más agitada y los colores más sombríos. Rafael nunca abandonó el clasicismo pero en cuadros como éste y los del final de su vida, como las Estancias del Vaticano, se aproxima a posturas que anuncian el Manierismo.