Natural de Sajonia, Bonifacio de Querfurt se decidió por la labor misionera inspirado por el martirio de Adalberto de Praga. Rusia, Polonia y Lituania serían las zonas donde extendió la fe católica, siendo martirizado en algunas ocasiones. Sería santificado por su labor.
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Aunque la división cronológica adoptada obliga a cercenar en dos el mandato presidencial de Ronald Reagan, la trascendencia de los acontecimientos ocurridos en la URSS obliga a ello y, además, resulta oportuna esa división, pues entre esos dos mandatos, aunque hubiera la lógica continuidad, se produjo también una cierta ruptura, concluida en un final feliz para el presidente conservador. Habiendo cumplido Reagan setenta años pocos días después de ser elegido presidente por vez primera, las razones para no presentarse en una segunda parecían poderosas, pero su indudable popularidad y su carácter competitivo, más que su aferramiento al poder, explican que de nuevo fuera el candidato republicano. En cuanto al demócrata, Walter Mondale, en otra época sin duda hubiera sido un buen candidato. Descendiente de noruegos y, por tanto, con una sólida minoría a su favor, este heredero de Humphrey representaba la ética del Medio Oeste por su capacidad para el trabajo duro, su compasión hacia los desheredados y su espíritu de servicio público. Su misma carrera política representó un modelo de preparación de largo aliento: buen abogado, tenía también amplios conocimientos de política internacional, un terreno en que, como sabemos, su adversario flaqueaba de forma clara: nada menos que Kennan juzgó la actitud en política exterior de Reagan como "inexcusablemente infantil". En la precampaña electoral, Mondale intentó reconstruir la serie de alianzas en que siempre se había basado la política del Partido Demócrata e incluso ampliarla. Quiso, por ello, tener una vicepresidenta -Geraldine Ferraro- pero le falló al final; cuando llegó el momento de la convención de su partido, le dio un especial protagonismo a Jesse Jackson, personaje carismático para la población negra. La reconstrucción y ampliación de la coalición demócrata, sin embargo, acabó siendo contraproducente, porque de esta manera fomentó el despegue de los trabajadores manuales y especializados, tradicionalmente demócratas, que ya en 1980 se habían pasado a los republicanos en un 22%. De esta manera puede decirse que el proyecto de Mondale fracasó y que ningún otro surgió en el campo demócrata. Gary Hart, identificado con una cultura política más innovadora e individualista, representó un futuro demasiado imperfecto como para que pareciera viable en este momento. Un signo evidente de la debilidad de Mondale fue el hecho de que, durante las primarias, Hart y Jackson en conjunto obtuvieron más votos que él. Pero, además, muy pronto quedó claro que la capacidad política de Reagan era, a pesar de su edad, muy superior a la prevista. Fue denominado el "Presidente Teflón", porque ni los años, ni sus limitaciones de formación ni la pérdida de memoria, parecían afectarle: su gran momento electoral fue cuando, dándole la vuelta a la argumentación de sus adversarios, aseguró que no iba a utilizar contra ellos el arma de la edad para descalificarlos por su juventud e inexperiencia. Era un "demócrata cultural", en el sentido de que conectaba muy bien con el populismo norteamericano y parecía lejano al conservadurismo más característico de los republicanos y, además, una persona a la que, porque parecía próxima al americano medio, se le perdonaban con gusto todas sus equivocaciones e insuficiencias. Mondale llegó a producir pena atacándole y al hacerlo pareció también ir en contra de la misma América. La victoria de Reagan fue, por tanto, aplastante. Obtuvo el 59% del voto y 49 de los 50 Estados; en votos electorales, la victoria sobre su contrincante resultó abrumadora (525 votos contra tan sólo 10). El 61% de los electores independientes optaron por él y también lo hizo uno de cada cuatro demócratas. Los jóvenes votaron por vez primera republicano, pero también lo hicieron los trabajadores manuales. Mondale sólo obtuvo una clara mayoría entre judíos y negros. Sin duda, había mejorado la situación económica norteamericana y eso contribuyó de forma importante a la victoria de Reagan. Pero también hubo otro factor cultural que la explica. Un Nuevo Patriotismo dominaba América: la campaña de Reagan aseguraba que se había devuelto a América a su pasado y le esperaba un futuro prometedor. Los datos objetivos parecían darle razón y, aunque no hubiera sido así, existía el decidido deseo de creerlo. Sin embargo, a la hora de gobernar Reagan dio la sensación de que, en el ápice de su popularidad, era también perfectamente capaz de autodestruirse por completo. Ya su forma de gobernar pasiva y distante durante el primer mandato hubiera podido producir un desastre de no ser por quienes le rodeaban en la Casa Blanca, pero en 1987 todo pareció definitivamente volverse en contra suya. En parte se debió a que ese equipo originario fue sustituido por otro mucho menos eficaz y apropiado. Si Baker, como jefe de Gabinete, había servido de escudo protector del presidente, ahora un empresario megalómano y carente de cualquier capacidad política, Reagan, rodeado por personajes situados en la extrema derecha (como Buchanan) multiplicaron su fragilidad. La culpa fue también del propio Reagan, que con el paso del tiempo no sólo veía multiplicar sus achaques (en el verano de 1985 sufrió una operación de colon), sino que cada vez resultó más incapaz de arbitrar entre los componentes de su Gabinete, cada vez más enfrentados entre sí. A esa situación se sumó la intromisión en la política de su mujer, cuya ausencia de criterio la llevaba a consultar con astrólogos los desplazamientos o las decisiones de su marido. Un primer error grave cometido por Reagan se produjo cuando viajó a Alemania y en Birburg visitó un cementerio donde reposaban los restos de miembros de las SS. Pero mucho más grave y dañino para su prestigio fue, sin embargo, el asunto conocido como Irangate (por analogía con el Watergate). En sus memorias, Reagan asegura que, a pesar de la condición de "gran comunicador" que se le atribuyó, nunca consiguió convencer a la opinión pública ni tampoco al Congreso de la existencia de un peligro comunista en Nicaragua. Además, en 1985 el escenario político internacional parecía dominado por el terrorismo, lo que provocó el bombardeo de un país, Libia, cuyo líder, Gaddafi, parecía ser su principal promotor. La operación fue bien recibida por la opinión pública norteamericana, pero no consiguió, en cambio, el apoyo de los aliados europeos. Consecuencia de una serie de operaciones terroristas fue el hecho de que grupos de ciudadanos norteamericanos quedaran como rehenes en las manos de fundamentalistas, de los que se pensaba que podían ser influidos por las autoridades iraníes. Todas estas circunstancias explican el asunto Irangate sin que sea posible precisar por completo el grado de conocimiento preciso que tuvo de todo ello el presidente, que no parece haber sido demasiado consciente de lo acordado aunque lo autorizó con su firma en varias ocasiones; parece que desde luego no midió las consecuencias de lo que se decidió hacer. Tanto el secretario de Estado como el de Defensa se mantuvieron en oposición a la operación. Sentados estos antecedentes, ya puede explicarse en qué consistió. En la primavera de 1985, los norteamericanos convencieron a Israel de que vendiera armas norteamericanas a Irán, a cambio de que se facilitara la liberación de los prisioneros que estaban en poder de los terroristas; luego, los Estados Unidos repondrían esas armas. Se pretendió incluso por este procedimiento establecer un contacto con los elementos más moderados del régimen iraní. Además, se utilizó un procedimiento paralelo para financiar a la "contra" nicaragüense. Parte de las cantidades cobradas de los iraníes fue a parar a la guerrilla anticomunista, cuando existía una "enmienda Boland", aprobada por el Congreso, que desautorizaba este tipo de ayuda. Toda la operación, pensada con una indudable megalomanía, adquirió en ocasiones ribetes de opereta cómica. Los enviados norteamericanos tardaron mucho en conseguir la liberación de los rehenes porque ni siquiera eran capaces de establecer contacto con las más altas autoridades de Irán. Al mismo tiempo, las comisiones cobradas por los intermediarios resultaron ser de mayor importancia que las cantidades que llegaron a la "contra". El informe Tower, elaborado por el Congreso, aseguró que Reagan "parecía no haberse dado cuenta" de lo que había hecho, pero fue la primera ocasión en que el presidente quedó en entredicho y esa misma frase resultaba ya gravísima para él. En tan sólo unos meses, el presidente vio cómo la altísima tasa de aprobación del 70% que había alcanzado se desplomaba hasta el 46%. Además, el informe del Congreso reveló la existencia de unos circuitos de acción paralelos a los gubernamentales, de los que formaban parte personas, como el teniente coronel North y el almirante Poindexter, caracterizadas por una peculiar mentalidad de fervor religioso, nacionalismo y militarismo, hasta constituir una especie de CIA paralela, que se permitía interpretar la posición del presidente, decidir al margen del legislativo, mentir y ocultar operaciones ilegales. Aparte del Irangate, que por un momento pareció poder acabar con Reagan de la misma manera que el Watergate había concluido con Nixon, pronto la política económica de Reagan empezó a naufragar. El déficit empezó a crecer de forma espectacular, de manera que Estados Unidos, que no hacía tanto tiempo era el primer acreedor del mundo, se convirtió en el primer deudor. El incremento de la deuda durante el mandato de Reagan decuplicó el producido durante cualquier otro período presidencial. Hubo, además, un fenómeno de especulación bursátil que, si creó unas expectativas espectaculares por algún tiempo, a través por ejemplo de los arriesgadísimos "junk bonds" o "bonos basura", luego llevó a un resultado aparentemente catastrófico. En octubre de 1987 se produjo un "crash" bursátil y en una semana la Bolsa perdió el 13% de su valor. Se daba la circunstancia, además, de que una reforma fiscal que había disminuido la progresividad parecía al mismo tiempo haber puesto en peligro la estabilidad del presupuesto y los avances de la legislación social. En definitiva, a la altura de 1987, el mandato de Reagan parecía haber implosionado, destruyendo al Presidente Teflon. Por una ironía del destino, quien salvó a Reagan -o contribuyó de forma decisiva a ello- fue su peor enemigo de siempre: el comunismo. Durante su primer mandato, Reagan se había negado a tener contactos con los soviéticos, hasta el extremo de que vedó al embajador de la URSS una discreta entrada al Departamento de Estado que utilizaba en los momentos en que quería tener una entrevista reservada. El presidente podía tener una vaga idea acerca de cómo quería que fueran las cosas pero no, en cambio, una verdadera política exterior; por ello, no llegó a mediar en las diferencias entre Shultz y Weinberger en esta materia. La Iniciativa de Defensa Estratégica nació de un buen deseo (o, quizá, de alguna película de ciencia ficción que hubiera visto el presidente), pero no la consultó con casi nadie en absoluto y probablemente era por completo impracticable. En esta materia como en otras, Reagan trataba el "conocimiento como si fuera una cosa peligrosa para sus convicciones". No tenía reparos en autodefinirse como una especie de "sheriff" empeñado en imponer el orden en el pueblo, lo que irritaba a cualquier gobernante europeo medianamente sofisticado. Sin embargo, disponía también del arma del buen sentido a su favor: su deseo de evitar un holocausto nuclear o de hacer que Estados Unidos tuviera un escudo protector contra los misiles lo testimonian. En otras ocasiones, no obstante, convertía en posibles sus simples deseos. Tenía unas convicciones tan fuertes que simplificaba al extremo, pero esto le hacía llegar a la opinión pública. Todos estos rasgos de su personalidad hacían muy difícil imaginar que Reagan pudiera llegar a ser protagonista del final de la guerra fría, tal como veremos que acabó sucediendo. En este hecho, aunque parezca inconcebible, hubo también factores individuales de primera importancia. En el fondo, Reagan era un solitario: a su lado tenía solamente una persona amiga, con la que se había casado. Su mujer, Nancy, jugó un papel de primera importancia para convencerle de que podía concluir su presidencia con un esfuerzo por liquidar la confrontación de las dos superpotencias. Pero, como es natural, mucha mayor importancia tuvo para él descubrir en Gorbachov, un personaje tan magnético como él mismo, a una persona que podía ser un compañero creíble en esta empresa. El mérito de Reagan fue, a pesar de su edad, el de ser capaz de testimoniar apertura ante esta posibilidad. La rápida mejora de las relaciones internacionales contribuyó de manera decisiva al definitivo "final feliz" de la presidencia de Reagan. Además, con el transcurso del tiempo, cambió también la situación económica. El propio Congreso votó una disposición, la Ley Gramm-Rudman, destinada a combatir el déficit público y enjugarlo. Al final de la etapa de Reagan, se habían crea do en los Estados Unidos unos dieciocho millones y medio de empleos, mientras que la inflación había descendido de un 12.5% a un 4.4%. Subsistían los interrogantes acerca de una economía que parecía en exceso especulativa y que, sobre todo, suscitaba serias dudas acerca del comportamiento ético en materias económicas de quienes estaban en los aledaños del poder. Aunque Reagan fuera personalmente honesto, varios de sus colaboradores se beneficiaron en ese terreno de relaciones privilegiadas con el poder político. Al mismo tiempo, no cabe duda de que el presidente consiguió lo que en su momento también había logrado aquel político de su país al que trató de imitar, Franklin Delano Roosevelt: crear un orgullo nacional, una especie de reconciliación de Estados Unidos consigo mismo. Claro está que lo hizo de un modo que permitió la cristalización de una visión conservadora en la antítesis de lo que había sido la contracultura de finales de los años sesenta. Esta visión conservadora pudo tener una vertiente positiva en lo que respecta a la recuperación de los valores familiares, por ejemplo, o, en el terreno cultural, la denuncia de una cultura banal y simplificadora de que fue muestra el éxito conseguido por el libro de Allan Bloom The closing of American Mind (1987). Pero, al mismo tiempo, el inconveniente de la herencia de Reagan fue la perduración e incluso el incremento de la influencia de una derecha que se significaba por no establecer una verdadera distancia entre los principios religiosos y la presencia o actuación en la vida política, al tiempo que se revolvía en contra del intervencionismo del Estado. En ella se daba, por tanto, la paradoja de un extremado liberalismo -en el sentido europeo- en materias económicas y un autoritarismo en las culturales y morales. Esta herencia ha durado hasta el momento presente. George Bush, sin embargo, no perteneció a este mundo o, al menos, no se identificó plenamente con él. Pocos presidentes de los Estados Unidos han llegado a su cargo con tan amplia experiencia como la suya. Había sido un colaborador muy estrecho de Reagan en la vicepresidencia y tenía, al llegar a ella, una larga experiencia como embajador, director de la CIA y vicepresidente. El principal fallo en su carrera política fue que sólo había ganado una elección popular al Congreso. Cuando tuvo la pretensión de aparecer como un rico texano del petróleo, en definitiva, una especie de populista, aunque dotado de medios económicos, no consiguió acabar por perfilar esa imagen. En realidad, era un prototípico miembro del "establishment" aristocrático de la Costa Este y sus intentos por aparecer como otra cosa fracasaron por completo. Se dijo de ellos que era como si María Antonieta pretendiera ser una lechera (tal como intentó transfigurarse a fines del XVIII). Quayle, la persona que eligió como vicepresidente, fue un peso ligero que era capaz de, equivocándose, leer un discurso sobre una materia distinta de aquella sobre la que se hablaba en el Senado o que demostraba no saber siquiera deletrear palabras elementales. El sí estuvo relacionado de forma clara con la derecha religiosa ya mencionada. Presidente y vicepresidente estuvieron siempre a años luz de la capacidad de llegar a la opinión pública que tuvo Reagan. Pero no tuvieron problemas para vencer a los demócratas, que no acababan de encontrar su camino tras la etapa reaganiana. En efecto, en la elección presidencial de 1988 los demócratas volvieron a tener como candidato a Gary Hart, representante de la nueva cultura tecnológica y de un nuevo modo de concebir la política del Partido Demócrata, pero tras una etapa prometedora acabó por hundirse por su agitada vida sentimental y por su insinceridad al dar cuenta pública de ella. Por su parte, Dukakis ofreció un perfil del Partido Demócrata que pretendía ser nuevo a base de diluir las líneas maestras que le habían diferenciado en el pasado: llegó a decir que la campaña electoral no era un problema de ideas sino de competencia personal de los candidatos. Siguiendo una pauta que ya venía de lejos, pero que se aceleró en los años noventa, los mensajes propagandísticos, sobre todo los de televisión, resultaron en 1988 de una extraordinaria simplicidad, limitándose a tan sólo nueve segundos de duración. A ello se sumó el empleo de procedimientos más que dudosos para caracterizar al candidato demócrata: Dukakis fue destrozado como alternativa, al ser presentado como una persona excesivamente blanda en lo que se refería al orden público. La presidencia de Bush estuvo concentrada de forma especial en los problemas de política exterior en el momento en que se producía el final de la guerra fría y aparecía un nuevo orden mundial que se descubrió más inestable de lo que podía pensarse. Ya veremos que la labor del presidente no careció de méritos que, además, le fueron reconocidos en las encuestas. Durante la Guerra del Golfo, Bush llegó a tener una aceptación del 91% en la opinión pública norteamericana. Sin embargo, el país estaba más dividido de lo que se podía pensar, como se demuestra por el hecho de que Bush logró un apoyo no tan marcado en el legislativo norteamericano. Pero, además, con el paso del tiempo se descubrieron aspectos negativos de la actuación anterior de Bush, contra quien se volvió esa trayectoria anterior como gobernante que había contribuido a darle la victoria. No sólo había sido partidario de entregar armas a Irán, sino también al propio Iraq. Además, aunque sin duda en este punto se exageraron sus responsabilidades, tan sólo unos días antes del estallido de la guerra había dado aparentes seguridades a los iraquíes de que no deseaba enfrentarse a ellos, lo que pudo estimular la agresividad de Sadam Hussein. Pero, sobre todo, lo que hizo imposible la reelección de Bush fue el hecho de que su política interior fuera pésima. Después de haber prometido solemnemente que no incrementaría los impuestos -incluso lo hizo deletreando y pidiendo que se leyeran sus labios al pronunciar estas palabras- lo hizo luego sin ningún reparo dando lugar a la subida más grande de la Historia. Su reacción ante la crisis económica se resumió en declaraciones consistentes en decir que ya pasaría o que en el fondo no era tan grave. A los ocho meses de la Guerra del Golfo, no le apoyaba más que el 40 % de los norteamericanos. En las elecciones fue derrotado y es difícil que los historiadores del futuro no vean en su presidencia otra cosa que una especie de apéndice o apostilla final de la etapa de Reagan. Las elecciones de 1992 revisten un interés excepcional en la Historia norteamericana, no sólo porque en ellas se interrumpió el ciclo de doce años de presidencia republicana. Fueron, por así decirlo, como una especie de juicio retrospectivo acerca de los sesenta, percibidos desde ópticas muy contradictorias: bien desde la óptica del idealismo y la voluntad de renovación de aquellos años, bien desde la vertiente de la contracultura y el deseo de romper con los modos tradicionales de concebir la vida. Por otro lado, la desafección creciente en torno al sistema político tuvo como consecuencia la aparición, por vez primera en mucho tiempo, de un tercer candidato al margen del republicano y el demócrata. Como veremos, a pesar de resultar derrotado, este tercer candidato imprimió un giro decisivo a la política norteamericana. Bill Clinton fue un candidato demócrata ideal para conseguir los votos situados en el centro. Eso ofrecía de él una imagen borrosa y demasiado blanda, porque parecía cualquier cosa a cualquier persona pero le permitía acceder a una parte del electorado poco accesible hasta estos momentos para los demócratas. Como se verá, a todo ello sumó una capacidad para elaborar un programa renovador que le hacía aparecer como un demócrata nuevo. Pero, en realidad, su victoria se explica por las limitaciones de los demás tanto en el campo demócrata como en el republicano. Al igual que Carter, era un demócrata del Sur, gobernador de su Estado, que ganó porque en el momento en que se presentó dejó de hacerlo el candidato más imaginable y popular (Kennedy, en el primer caso, y Cuomo, gobernador de Nueva York, en el segundo). Carter y Clinton, cada uno en su momento, consiguieron la victoria a pesar del predominio político de los republicanos, por razones derivadas de acontecimientos concretos, como el Watergate, en el primer caso, o la recesión, en el segundo. Los dos vencieron a candidatos que no se libraron de la sombra que sobre ellos pesaba. Ford no hizo olvidar el recuerdo de Nixon, ni Bush el de Reagan. Clinton sólo tenía cuarenta y cinco años cuando llegó a la presidencia, pero llevaba doce como gobernador de Arkansas. Nacido hijo póstumo en 1946, tuvo una infancia poco feliz, con una madre y un padrastro de relaciones más que tormentosas. Su interés por la política fue muy temprano. Estudió en Georgetown, Oxford y Yale, en el momento en que Estados Unidos vivía la tragedia de la Guerra de Vietnam y su actitud al respecto fue muy definitoria. Quería dedicarse a la política y no deseaba ir a la guerra, pero posiblemente temía también ser acusado de falta de patriotismo. Al final, como tantos otros jóvenes norteamericanos, evitó el alistamiento por procedimientos más o menos tortuosos. En ningún caso, puede ser descrito como un joven idealista que corriera peligros graves por haberse enfrentado a la Guerra de Vietnam, pues no solamente no vivió lejos del "establishment", sino que siempre estuvo próximo a él. Así pudo convertirse en 1978 en el gobernador más joven de su Estado natal de Arkansas en las últimas cuatro décadas, después de haber sido previamente fiscal en el mismo. Derrotado en 1980 -en ese momento fue el tercer gobernador de Arkansas en un siglo que no consiguió un segundo mandato, lo que no hacía pensar en un futuro prometedor- volvió al poder en 1983, desde donde se fue construyendo una popularidad más allá de los límites de su Estado. La estrategia con la que lo logró merece ser reseñada porque la mantuvo con posterioridad y porque resulta muy representativa de los cambios producidos en la reciente política norteamericana. Evitando enfrentarse con la prensa abrumó a la opinión pública a través de los anuncios televisivos al mismo tiempo que llevaba a cabo encuestas permanentes que le permitían seguir paso a paso los cambios de aquélla e ir adaptando sus propuestas programáticas a sus deseos. Como Reagan, pero de una forma diferente a la suya, fue un gran comunicador y una máquina de ganar elecciones: a la altura del año 1988, había hecho quince campañas electorales en tan sólo catorce años. En otro punto, su relación con su mujer fue también testimonio de los cambios acontecidos en la sociedad norteamericana. Pocos ponían en duda que su cónyuge -la abogada Hillary Rodham- tenía mayor capacidad intelectual que él, una vida profesional que le permitía obtener mayores ingresos e incluso una voluntad más decidida y una capacidad de mando superiores a las de su marido. La campaña electoral de Clinton fue realizada a base de dar importancia a lo que lo tenía para el elector ciñéndose a los resultados de las encuestas. "It's the economy, stupid" fue la divisa interna de quienes colaboraron en ella. Además, el candidato siempre tuvo la preocupación de tratar de llegar a los electores demócratas que habían abandonado su campo durante los tres cuatrienios anteriores. Un aspecto novedoso de la campaña de 1992 consistió en el papel atribuido al comportamiento sexual del candidato demócrata. Clinton fue acusado por su comportamiento con las mujeres y no sólo él sino también su esposa tuvieron que dar explicaciones públicas acerca de su relación y de las repetidas infidelidades de aquél. Todo ello fue producto de una sociedad que ansiaba cada vez más la transparencia informativa incluso en comportamientos individuales que no afectaban en nada a la política. También los medios de comunicación jugaron un papel muy importante en lo que respecta a la candidatura independiente del millonario y self-made man Ross Perot que, en realidad, fue lanzado ante la opinión por el programa televisivo de entrevistas Larry King Live. Perot hizo propuestas innovadoras en todos los terrenos y resultó un buen testimonio del cansancio generalizado respecto a la política tradicional. Lo más sorprendente es que en el momento de la elección llegara a nada menos que el 19% de los votos tras haber estado muy por encima de esta cifra. En adelante, cada uno de los partidos tradicionales tuvo que pensar en la necesidad de vencer al adversario conquistando estos votos. Entre los republicanos, cada vez tenía más importancia la extrema derecha religiosa (a través de candidatos como Robertson o Buchanan). No tenía, por el momento, la posibilidad de triunfar, ni tan siquiera de imponer un cambio de rumbo a la candidatura presidencial propia pero constituía un factor de creciente importancia en la vida pública. Bush como candidato presidencial resultó ser un desastre: de él se dijo que no parecía siquiera tener claro por qué debía ser elegido. Además da la sensación de que intentó utilizar procedimientos sucios contra su adversario, como ya había hecho con Dukakis. Pero de poco le sirvió: consiguió menos votos que ningún otro candidato en el campo republicano en los últimos tiempos. Durante los primeros meses de la presidencia de Clinton pareció existir una permanente sensación de inestabilidad. El nuevo presidente no tenía equipo y acudió a Washington con una marcada inexperiencia acerca de cómo se hacía la política presidencial pero, al menos y a diferencia de Carter, con la conciencia de que debía llegar a aprender. Tenía, al menos, un programa sugerente que hacía patente su deseo de aparecer como un nuevo tipo de demócrata en ruptura con el modelo del New Deal. En vez de patrocinar programas sociales a base de incrementar el gasto público social, propuso diversas medidas que suponían el reaprendizaje profesional a lo largo de toda la vida, la reinvención del gobierno, el estímulo económico a la innovación tecnológica, la mejora de los programas de sanidad (una de las deficiencias más patentes de la vida pública norteamericana), la ecología y la reducción del déficit, creciente preocupación de la opinión pública. Si este programa no rompía de forma radical con la etapa reaganiana, al mismo tiempo demostraba la voluntad de restaurar entre los norteamericanos un sentido de comunidad. Pero la inseguridad y los errores de Clinton a lo largo de muchos meses, que se desgranaron en incidentes variados (apoyo a los derechos de los homosexuales en el Ejército, por ejemplo), tuvieron como consecuencia un rápido deterioro ante la opinión pública. En las elecciones legislativas de 1994, los republicanos consiguieron una victoria casi arrolladora en el Congreso y en el Senado. De los 73 nuevos congresistas republicanos, la mitad suscribía los principios de la llamada "coalición cristiana" con una característica identificación entre religión y política. Pero los republicanos triunfantes acudieron también con un programa novedoso en otros aspectos. Newt Gingrich, su líder, había propuesto "un contrato con América", programa innovador que tenía no poco que ver con propuestas de Perot y con la renovación de la vida política. A pesar de esas circunstancias desfavorables, en 1996 Clinton salió reelegido por el procedimiento de volver a aquellos métodos de campaña permanente que le habían hecho gobernador de Arkansas. Esto y sus éxitos económicos compensaron la nueva erupción de escándalos que hubo de padecer y explican el balance positivo de su presidencia. Su sucesor en el cargo será George W. Bush, hijo del también presidente George Bush, quien venció en unas reñidas elecciones al candidato demócrata Al Gore, vicepresidente del gobierno Clinton.
Personaje
Otros
Su educación discurre en Nápoles y luego se trasladó a Roma, donde estudia contabilidad. Sin embargo, su gran afición es el teatro. Con veintiún años actúa por primera vez sobre el escenario. A partir de este momento comienza a realizar pequeños papeles hasta que comienza a ganar cierto prestigio entre el público. En la década de los años treinta se adentra en el mundo del cine, protagonizando películas como "Pero no es una cosa seria" o "Il nostro sogni". A finales de esta década empieza a trabajar como director. Coincidiendo con el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial dirige "Il bambini ci guardano", una obra en la que se anticipa al neorrealismo. Dentro de este género es autor de "El ladrón de bicicletas" una de las obras maestras de la historia del cine italiano y por la que recibió un Oscar. También pertenecen a su filmografía obras como "Estación Termini", "Milagro en Milán" o "Matrimonio a la italiana".
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Los atractivos de la abstracción hechizaron a un grupo de artistas y arquitectos neerlandeses que llegaron a articular un proyecto estético común, estilísticamente unitario, cuyo fin último será el de iniciar a una nueva experiencia humana por la visualización de una obra de arte total. El nuevo estilo artístico afectaba al conjunto de las artes y preparaba a un nuevo estilo de vida. Los principios de ese Gesamtkunstwerk fueron formulados en la revista del grupo: "De Stijl" (El Estilo). Esta se publicó desde 1917 hasta 1932. Si bien al principio tenía periodicidad mensual, en los últimos años sólo aparecieron números esporádicos. Su principal promotor fue Theo van Doesburg (1883-1931), cuyo pensamiento no fue siempre compartido por los otros fundadores, de modo que los principios de De Stijl conocieron muchas revisiones y cambios a lo largo de su existencia.Al menos desde 1922 van Doesburg orientó la revista como órgano de expresión del Constructivismo internacional, del que se consideró portavoz. En 1925 rompió definitivamente con él el pintor más destacado del grupo, Piet Mondrian (1872-1944). Fue Mondrian quien consolidó buena parte de las propuestas plásticas del grupo, y el que bautizó esta manifestación holandesa de la vanguardia con el nombre de Neoplasticismo, como habitualmente se la conoce. Este nombre transcribía casi literalmente un concepto del teósofo holandés M.H.J. Scnoenmaekers. Antes de 1920 ya estaban definidos de forma estable los principios operativos de De Stijl. Pero poco después de esa fecha se hizo notoria la dispersión de las propuestas. En 1924, por ejemplo, comenzará Van Doesburg a acuñar su teoría del Elementarismo, interesada por los efectos dinámicos.Aparte de Mondrian y Van Doesburg, entre los fundadores del ideario stijliano se encuentra el pintor Bart van der Leck (18761958), quien colaboró hasta 1920; el escultor flamenco Georges Vantongerloo (1886-1965), quien también se distanciará del colectivo; el diseñador húngaro Vilmos Huszár (1884-1960), y los arquitectos J. J. P. Oud (1890-1963), Jan Wils (1891-1972) y Robert van't Hoff (1887-1979). Este último apenas llegó a participar dos años, pero a partir de 1922 se incorporaron nuevos arquitectos como G. Rietveld (1888-1964) y C. van Eesteren (1897). Son muchos también los artistas extranjeros que participaron esporádicamente en las actividades de De Stijl. Pese a los diversos cambios en las filas y en los idearios, De Stijl, por su estricto purismo, fue la constelación de la vanguardia histórica que pudo lucir la mayor coherencia estilística, puesto que el estilo era el objeto primero de sus programas. Inconfundible y paradigmático fue el diseño de Piet Mondrian, la personalidad artística más sobresaliente del grupo holandés."Cuando nos concentramos en la relación equilibrada, apreciamos unidad en lo natural. En lo natural, sin embargo, la unidad se manifiesta sólo de forma velada (..). La expresión exacta de unidad puede ser creada, debe ser creada, porque su apariencia no es directa en la realidad visible". Con estas palabras enunciaba Mondrian su convencimiento de que las formas objetivas de expresión de la pintura no pueden derivarse de la imitación de la apariencia cambiante de la naturaleza, sino que han de ser creadas. Su objetivo fue ganar formas de armonía visual reduciendo los medios pictóricos a sus elementos constitutivos básicos, precisando constantes inmutables del lenguaje plástico, equivalentes a las de la realidad. Era esta una exigencia a la que se vio impelido por sus creencias teosóficas.
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En 1917 se funda el grupo holandés De Stijl -"El Estilo"-, con un nombre equívoco y, a la vez, lleno de resonancias. De Stijl pretendía formular y codificar un nuevo estilo y en ese empeño participaron artistas y arquitectos como Theo van Doesburg, Piet Mondrian, Jacobus Johannes Pieter Oud, Robert van't Hoff, Cornelis van Eesteren o Gerrit Rietveld. El grupo, su revista, del mismo nombre, y sus sucesivos manifiestos van a plantear un problema fundamental tanto de la vanguardia artística como de la arquitectura: el rechazo de la historia y también de la tragedia, de la angustia metropolitana. Una tabula rasa que querían definitiva con respecto al pasado, unificando además los instrumentos figurativos y conceptuales de la pintura y de la arquitectura. O mejor aún que unificando, borrando las barreras disciplinares. De Stijl, de la misma forma que otros grupos de vanguardia, establecía un nuevo comienzo para el arte, aunque vestido con el radicalismo de las teorías de origen hegeliano sobre la muerte del arte. También tenía un marcado carácter místico y teosófico, como otros grupos de vanguardia defensores de la abstracción, tratando de encontrar un equilibrio entre lo universal y lo individual. Un equilibrio que era también rechazo del pasado y construcción de un arte puro, en el que la relación entre arte y vida debería anular sus conflictos.La polémica contra el Expresionismo llevada a cabo por De Stijl conducía necesariamente a la desaparición de la pintura, convertida en metodología analítica con miras a una planificación colectiva de la arquitectura y del urbanismo, y por tanto a una organización racional y lógica de la vida. El naturalismo figurativo del cubismo tampoco tenía cabida en el Neoplasticismo. Sus planteamientos tenían como destino su disolución en la metrópoli y en esto coincidieron con algunas propuestas dadaístas y constructivistas. La arquitectura y la ciudad, en efecto, constituyó frecuentemente el argumento de sus manifiestos y la excusa de sus objetos y pinturas, entendidos casi en la misma secuencia clásica del proceso del proyecto arquitectónico, del dibujo a la maqueta y a la obra construida. En 1922, Van Doesburg y Van Eesteren publican en "De Stijl" un manifiesto con el título de "Hacia la construcción colectiva". En él resumían algunas de sus convicciones sobre el arte y la arquitectura neoplásticos: "Hemos examinado las relaciones entre el espacio y el tiempo y encontrado que el proceso de hacer perceptibles estos dos elementos a través del color produce una nueva dimensión... Eliminando los elementos de limitación (muros, etc.) hemos eliminado la dualidad entre el interior y el exterior. Hemos dado al color en la arquitectura el lugar que le corresponde legítimamente y afirmamos que la pintura separada de la construcción arquitectónica (es decir, la pintura de caballete) no tiene razón de existir".La búsqueda de una nueva armonía pasaba por la de un equilibrio de tensiones, "esencia de la nueva unidad constructiva" que primero se construyó en la pintura, reducida a puros signos definidos por líneas, planos y colores elementales. He aquí el nuevo vocabulario de la arquitectura neoplástica, para el que también ofrecían la posibilidad de escribir edificios, combinando entramados de líneas rectas, colores planos y asimetrías geométricas. Lo que en pintura aspiraba a la bidimensionalidad de la superficie, en arquitectura quería ocupar el espacio, no encerrarlo ni limitarlo. Ni lo irracional, ni lo autobiográfico, ni la naturaleza, ni la historia, ni la memoria tenían cabida en la poética neoplástica. Su utopía formal pretendía organizar la vida y la metrópoli a través de un método. De la pintura a la maqueta y de ahí a la arquitectura, la bondad y corrección del método parecían incuestionables y algunos ejemplos llegaron a realizarse, mientras otros quedaron como sugerentes experiencias plásticas en las que las maquetas, simulacros de arquitecturas, también podían ser entendidas como esculturas. Una de las construcciones más conocidas del neoplasticismo es la Casa Schröder (1924), levantada por G. Rietveld en Utrecht. El color de la arquitectura, la interpenetración de espacios, la descomposición de volúmenes en planos y la planta libre constituían todo un manifiesto de la nueva arquitectura, si bien es cierto que la pionera lección de Wright no quedaba lejos. Un arquitecto que tuvo una enorme fortuna en Holanda, desde Berlage al expresionismo del grupo Wendingen, pasando por el radicalismo de los artistas y arquitectos neoplásticos.De Stijl no tardó en sumar sus fuerzas a otras corrientes constructivistas y racionalistas, incorporando el mito de la máquina a sus argumentaciones, tal y como habían propuesto algunos arquitectos europeos de principios de siglo, aunque renunciando a la memoria y confiando en la vocación formal de la arquitectura. A partir de 1925, Van Doesburg se separa del dogmatismo anterior, liderado aún por Mondrian, y promueve un dialecto del neoplasticismo, el Elementarismo, introduciendo el dinamismo compositivo y la diagonal frente a la rigidez de las mallas ortogonales anteriores, destruyendo así la frontalidad óptica. Sin duda, la experiencia europea de Van Doesburg y sus contactos con el Constructivismo soviético fueron decisivos en este cambio.En arquitectura, De Stijl, aparte de algunas arquitecturas de tesis como la recordada Casa Schröder, establece un relativo compromiso con la historia a través de la doble herencia de Berlage y Wright. Una herencia que contemporáneamente recibía una lectura romántica y expresionista en las posturas defendidas por los arquitectos del grupo Wendingen, entre los que destacan las figuras de M. de Klerk y T. Wijdeveld. Sus edificios ocupan, además, buena parte de la ordenación urbana proyectada por Berlage para el sur de Amsterdam. Por otro lado, la influencia de la arquitectura neoplástica, que quedó formulada en muchas propuestas experimentales de Van Doesburg y Van Eesteren, alcanzó a otros importantes arquitectos holandeses, cómo R. van't Hoff, Oud o W. Marinus Dudok, que encontrarían una salida racionalista y equilibrada a tantos estímulos radicales. Arquitectos que pretenden hacer de De Stijl y de Wright un verdadero Estilo Internacional, poniendo en evidencia el carácter utópico y formalista del neoplasticismo, en cierta forma en las antípodas del racionalismo y de la tipificación. Van Doesburg lo había formulado claramente en 1924: "la arquitectura debe ser anticúbica, asimétrica, no estandarizada, ya que contra la simetría la nueva arquitectura propone la relación equilibrada de partes desiguales".
Personaje
Político
De madre irlandesa y padre español a los dos años se traslada a Irlanda. Educado en la tradición celta, ingresa en la universidad de Dublín, donde estudia matemáticas e idiomas. Trabaja como profesor en la universidad hasta que empieza a interesarse por la política debido al recrudecimiento de los conflictos entre unionistas-protestantes y católicos. Afiliado al Sinn Fein en 1913, lideró el levantamiento del Lunes de Pascua. Condenado a pena de muerte, logró evitar su ejecución por haber nacido en Estados Unidos a cambio de cumplir cadena perpetua. En 1917 salió en libertad gracias a la amnistía general. Dos años después se traslada a Estados Unidos para recaudar fondos con donaciones de los irlandeses asentados en este país. Objetivo que cumple satisfactoriamente. En la década de los años veinte ocupa la presidencia de la República irlandesa de forma provisional. En las negociaciones entre el Sinn Féin e Inglaterra, De Valera no participa. A raíz de este acuerdo se firmó la separación de Irlanda en dos zonas, aunque de ningún modo se alcanzó la independencia. En consecuencia Eamon rechaza las condiciones. Irlanda aprueba el Tratado en 1922, al tiempo que se firmó la Constitución del Estado. Eaman se niega a continuar en la política por no estar de acuerdo con el desarrollo de los acontecimientos. Un año después abandona el Sinn Féin y crea el partido Fianna Fáil. En esta década de nuevo regresa a Estados Unidos para recabar fondos. En 1932 decide reanudar su actividad política, hecho que hasta el momento se negaba para no tener que aceptar la Constitución. A partir de entonces ocupó el cargo de primer ministro en sucesivas ocasiones. Cinco años después apostó por la realización de otra Constitución. Su trayectoria política continuó con éxito alcanzando en 1959 la presidencia de la República, que ocupó hasta 1973.
contexto
Una vez acabada la Gran Guerra la recuperación de la figura estaba en el aire de los tiempos y, simultáneamente, aunque con contenidos radicalmente distintos, se produce en Francia con Picasso, Dérain y el purismo y en Italia con Chirico, Carra y la pintura metafísica de Valori Plastici. Pero, a diferencia de los metafísicos italianos, enigmáticos y precursores del surrealismo, y de los puristas franceses, preocupados por la composición y el orden, el arte en manos de los radicales alemanes, más cercanos a las ideas de la Rusia revolucionaria, es un arma para provocar al espectador y despertar conciencias; así utilizan la recuperación de la figura.Los alemanes plasman en sus obras imágenes del mundo injusto y caótico en el que viven. Se proponen desenmascarar la verdad de la sociedad alemana, de una manera fría, objetiva y desapasionada, distanciada, como el teatro de Bertold Brecht. Otto Dix, uno de sus máximos representantes, lo explicaba así: "Para mí el qué es más importante que el cómo. El cómo se desarrolla a partir del qué. La vida es lo primero y, sólo después, viene el arte. Se acabó la buena pintura. Todos los medios al alcance del artista se ponen al servicio de una causa social. El expresionismo ya no sirve aquí para mostrar terrores personales o angustias individuales, como sucedía en las obras de Munch o de Kirchner. Se trata de quitar las caretas a los jerarcas, a la burguesía, a los militares, al clero, a todos los que provocaron y se beneficiaron de la guerra y mostrarlos tal como son: crueles, despiadados, sucios, obscenos, viciosos y feos".Los medios se adaptan perfectamente a estos fines. A diferencia de la gestualidad expresionista, la Nueva Objetividad se sirve de una técnica cuidada, precisa, hecha a base de pinceles finos, que permiten dar muchos detalles. Detalles horribles, la mayor parte de las veces, pero que no se le ahorran al espectador para que éste reaccione, porque ésa es su misión, funcionar como arma, como revulsivo. Rota la idea de la unión entre el hombre y la naturaleza, que llevaba a los jóvenes optimistas de El Puente a pintar a los lagos de Moritzburg, desnudos y felices, las obras de la Nueva Objetividad son un collage de distintos aspectos de la realidad, del mundo fragmentado, roto y destrozado para siempre en el que viven.El arte es un arma y tres hombres realizan este trabajo claramente político: Otto Dix (1891-1968), George Grosz (1893-1959) y Max Beckmann (1884-1950), aunque en las ciudades alemanas más importantes hubo focos de Nueva Objetividad: Berlín, Munich, Dresde, Colonia y Hannover y hay que recordar además a Christian Schad (1894-1982), Kate Kolwitz (1867-1945), y Georg Scholz (1890-1945).Los protagonistas de las obras de Grosz y Dix son los mismos: la ciudad -lo negativo de ella - y sus habitantes como basura urbana, los lisiados, las prostitutas, los asesinos, los poderosos prepotentes y los que sufren la prepotencia y la injusticia. La ciudad moderna, presente, no los temas exóticos del expresionismo anterior, y las consecuencias del apocalipsis que pintaba Meidner: torturas, violaciones, asesinatos... "Lo que pude ver no era pintura, sino la erupción histérica de hombres que, en vez de revólveres o bombas, habían cogido en sus manos los pinceles y los tubos de colores. En mis anotaciones tropiezo todavía con algunos títulos de cuadros: Sinfonía en sangre, Radio caos, Espectro del fin del mundo...," escribía Ilia Ehrenburg en 1921 sobre una exposición en la galería Der Sturm.Los temas son los mismos en los dos artistas, sólo es distinto el modo de representarlo. Dix hace una representación verista y minuciosa, casi cristalina, de sus personajes, mientras Grosz acentúa los trazos gruesos, recurriendo a una estética de urinario, brutal, directa y de impacto inmediato en el espectador. Desde muy joven el antiguo dadaísta estuvo interesado por todas las manifestaciones del arte popular: coplas, leyendas y grabados de temas macabros, asesinatos, desapariciones, etcétera.
obra
En los primeros años de la década de 1910 Schiele se siente angustiado en Viena y busca aire en las cercanías de la ciudad como en Krumau o Stein. Sólo en una ocasión utilizará las casas de Viena como modelo y en este caso emplea un título bastante significativo "Dead City", Ciudad de la Muerte, recogiendo así los propios sentimientos del artista hacia Viena.Las casas parecen tomar aspecto antropomórfico y la ciudad no presenta ninguna alusión figurativa, creando un ambiente fantasmagórico y angustioso. Los colores empleados son también reflejo del espíritu del artista, abundando las tonalidades oscuras entre las que resaltan los blancos y el verde lima, pudiendo ser considerados como un rayo de esperanza entre tanta angustia.Schiele emplearía un fondo similar para un autorretrato titulado Melancolía -también utilizó como modelo el Autorretrato tirándose de la mejilla- que, por desgracia, está en paradero desconocido.