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Si, desde un principio, los aliados habían dado por supuesto que el primer enemigo a batir era Alemania, la rapidez y la espectacularidad de la ofensiva japonesa habían obligado a la contraofensiva en el Extremo Oriente. La guerra del Pacífico, muy popular en los Estados Unidos, en parte por motivos que no estaban exentos de causas criticables -un poso de racismo- estaba ya a la altura del verano de 1944 en condiciones de ser ganada por los aliados. La superioridad en aviación naval de los japoneses había desaparecido definitivamente después de la última batalla en el mar de Filipinas, en la que perdieron algunos de sus mejores portaaviones. En esos momentos, se pudo ya decir que el combate se había convertido en puro y simple "tiro de pichón" de unos aviadores inexpertos que apenas si podían ser sustituidos. Japón era ya consciente de que había elegido un perímetro defensivo demasiado amplio para poder cubrirlo. Sus esperanzas radicaban en que los alemanes fueran generosos con sus descubrimientos científicos y de carácter bélico, o en que fuera posible una gestión de mediación a través de China, que había sido derrotada recientemente, o con la URSS, que permanecía neutral en la Guerra del Pacífico. Esas esperanzas fueron siempre remotas y acabaron quedando en nada. Los norteamericanos habían tenido la opción de atacar en dirección hacia Formosa, pero el hecho de que no hubiera sido posible traer tropas desde Europa y la derrota misma de China les hizo optar por un ataque en dirección hacia Leyte. El desembarco tuvo lugar en la segunda quincena de octubre de 1944 y provocó una inmediata batalla naval y aérea, en la que participaron más buques que en ninguna otra de toda la guerra, unos trescientos. Resultaba inevitable que tuviera lugar, puesto que, con el ataque, los norteamericanos ponían en cuestión la simple posibilidad de que los japoneses mantuvieran el contacto con sus posesiones, que les proporcionaban materias primas fundamentales. La batalla fue decisiva y en ella la superioridad aérea norteamericana jugó un papel fundamental. Ya antes de que las diferentes flotas japonesas se concentraran sobre las Filipinas, los norteamericanos habían logrado una manifiesta superioridad aérea, causando cinco veces más bajas que las padecidas por ellos. En el momento decisivo, disponían de ocho veces más portaaviones que el adversario. En tonelaje naval, los japoneses perdieron diez veces más que los norteamericanos. Mal informados y con unos planes demasiado complicados, fueron, pues, derrotados de forma que resultó ya totalmente irreversible. Pero eso no significó que de forma inmediata la isla de Leyte fuera conquistada, sino que resultó necesaria una larga guerra de trincheras que acabó con la decepción de los vencedores norteamericanos, que ni siquiera pudieron instalar campos de aviación capaces de llegar hasta Japón debido a la orografía de la isla. Prosiguió entonces la reconquista de las islas Filipinas, para cumplir el propósito del general Mc Arthur que, al abandonarlas en 1942, había anunciado su retorno. Consistió en un conjunto de operaciones de desembarco (una cincuentena), seguido de otras operaciones, muchas largas y cruentas. En enero de 1945, se produjo el desembarco en Luzón, que fue seguido por el ataque a Manila. La barbarie de los defensores japoneses produjo un elevado número de muertos entre la población civil y también entre los norteamericanos, hasta el punto que el caso de la capital filipina puede compararse con el de Varsovia en cuanto a grado de destrucción. Los sucesivos desembarcos en el resto de las islas Filipinas y en Borneo, donde la lucha se prolongó hasta septiembre de 1945, han sido muy criticados por parte de los historiadores, que consideran que estas operaciones no tuvieron otro resultado que el de multiplicar el número de bajas sin ser resolutivas. Mc Arthur, al mismo tiempo, apoyó como nuevas autoridades civiles a antiguos colaboracionistas con los japoneses. Para el desenlace de la guerra en el Pacífico, resultó mucho más decisiva la línea de avance en la zona central de este océano, emprendida por el almirante Nimitz. El primer paso consistió en la conquista, durante los meses de febrero y marzo de 1945, de Iwo Jima, un islote a medio camino entre las Marianas y Japón que tuvo utilidad como base aérea de bombardeo de la metrópoli, imposible de realizar desde las Filipinas. En Iwo Jima, los norteamericanos, que la habían considerado como una presa fácil, comprobaron cómo la cercanía al Japón endurecía los combates de un modo espectacular. Encerrados en un sistema defensivo de túneles, que hacían relativamente inútiles los bombardeos artillero y aéreo, los japoneses resistieron hasta el final. Los norteamericanos tuvieron 7.000 muertos, mientras que de la guarnición japonesa -unos 20.000 soldados- apenas si sobrevivieron unos 200. La estrategia nipona consistía, por tanto, en tratar de causar al adversario tal número de bajas que les obligara a plantearse la posibilidad de un pacto lo más beneficioso posible para sus intereses. Para ello, utilizaron procedimientos que eran en realidad una combinación entre la obstinación y la patente impotencia. El envío de casi diez mil globos incendiarios desde Japón, empujados por el viento hasta las costas de California, resultó más bien el testimonio de lo segundo. No se llegaron a llevar a cabo operaciones suicidas sobre la costa californiana pero, en cambio, el empleo sistemático de ataques suicidas en la batalla naval se convirtió en un peligro real para los norteamericanos. El término "kamikaze" hace alusión al "viento divino" que hacía siglos había dispersado una flota invasora procedente del continente. Ahora, los japoneses llegaron a la conclusión de que sus aviadores, inexpertos y en manifiesta inferioridad de condiciones materiales, resultaban mucho más efectivos intentando el impacto directo sobre el adversario. De hecho, uno de cada cinco de los 2.500 ataques suicidas -que no sólo eran aéreos sino también marítimos- produjo destrucciones graves al adversario. Empleado este sistema desde fines de 1944, se generalizó por parte de los japoneses cuando, a partir de abril siguiente, los norteamericanos trataron de tomar la isla de Okinawa. Tokio, sin embargo, mantuvo una reserva de 5.000 aparatos suicidas, destinados a enfrentarse con quienes quisieran desembarcar en el archipiélago nipón. Mucho más extensa que Iwo Jima, Okinawa equidista de Formosa, de China y de Japón, por lo desde ella se puede amenazar en esas tres direcciones. A diferencia de lo sucedido en otras ocasiones, los japoneses esperaban el ataque adversario, para el que se habían preparado concienzudamente, mientras que los norteamericanos descubrirían tardíamente la magnitud de los medios del adversario. En total, se emplearon más de un millar de barcos y 400.000 hombres contra una guarnición de unos 80.000 que fue aniquilada, pero tras producir un número de bajas semejante al causado por el invasor. Los ataques suicidas tuvieron como consecuencia el hundimiento de tres portaaviones y una treintena de barcos norteamericanos. Incluso los japoneses emplearon en una acción suicida la principal unidad de guerra naval que les quedaba, destinada a hundirse irremisiblemente ante una Aviación norteamericana que había dado la vuelta por completo a la situación inicial de la guerra. Mientras se combatía en Okinawa, la guerra en Birmania adquirió un aspecto cada vez más favorable a los aliados. Tras una ofensiva desde el Norte, se consiguió el desmoronamiento del frente central japonés y, finalmente, una operación anfibia concluyó con la toma de Rangún, la capital birmana. Por primera vez, se decidió el licenciamiento de los soldados británicos que llevaban más de tres años en el frente del Extremo Oriente. Esta medida, sin embargo, hace pensar en que ya se consideraba que la guerra podía concluir en un plazo corto de tiempo. Chandra Bose, el líder de la independencia india, murió en accidente cuando intentaba trasladar su fidelidad desde Japón a la URSS. La situación de Japón se había convertido ya en dramática. En mucho mayor grado que Alemania sus únicas y limitadas esperanzas a la hora de entrar en la guerra consistían en obtener una rápida victoria. Ahora tenía liquidada ya su Flota mercante. En tan sólo el mes de octubre de 1944, los submarinos norteamericanos hundieron la vigésima parte de su tonelaje. Además, el bombardeo estratégico empezaba a tener su efecto. Había comenzado a fines de 1944 pero, en ese momento, los aviones norteamericanos B-29, al volar muy alto, aunque no eran accesibles a los cazas adversarios, tuvieron un efecto escaso. La conquista de Iwo Jima acercó los objetivos y favoreció la frecuencia de los bombardeos pero además se optó, ya con la superioridad aérea conseguida, por bombardear a más baja altura utilizando de forma sistemática bombas incendiarias. Los resultados fueron devastadores: en tan sólo dos días de bombardeo sobre Tokio murieron entre 80.000 y 100.000 personas, con sólo un 2% de pérdidas en los aviones utilizados. En total, los muertos japoneses causados por los bombardeos fueron unos 300.000. A diferencia de lo sucedido en Alemania, en este caso se consiguió la paralización de entre el 60 y el 85% de la producción industrial. Por su parte, los japoneses habitualmente ejecutaban a los pilotos norteamericanos que caían en sus manos. Esto suponía una voluntad de resistencia que los aliados tuvieron muy presente. Su planificación de guerra suponía tratar de recuperar Singapur y, sobre todo, desembarcar en el archipiélago japonés. En este último punto, las perspectivas de los aliados eran muy sombrías, a pesar de su abrumadora superioridad. Se calculaba que, a pesar de emplear seis veces más efectivos que en Normandía, la operación resultaría mucho más costosa. La proyección de las bajas padecidas en Iwo Jima u Okinawa indicaba que podía producirse un millón de muertos propios. Las operaciones no podrían concluir sino a fines de 1946, con una duración de, al menos, un año y medio. Desde esa óptica se entiende que los norteamericanos insistieran en la intervención soviética durante la reunión de Potsdam, llevada a cabo en las dos últimas semanas de julio de 1945. Se entiende, también, la utilización de la bomba atómica. Este proyecto, en el que colaboraron británicos y norteamericanos manteniendo reserva respecto de él con los soviéticos (que, sin embargo, lo conocieron gracias a su espionaje), concluyó con el éxito de los segundos merced a los muchos recursos empleados. Desde un principio se imaginó su utilización a modo de explosivo de gran potencia y sin una estrategia nueva y diferente. El 15 de julio de 1945 se llevó a cabo la primera experiencia en el desierto de Nuevo México. Los dirigentes políticos no se plantearon problemas morales respecto a la nueva arma que, para ellos, no representaba un cambio sustancial respecto al bombardeo de grandes ciudades llevado a cabo sobre Alemania y el propio Japón. Una razón complementaria para su uso consiste en que los aliados sabían que existía un sector del Gobierno nipón dispuesto a negociar. Verdad es que se podía haber esperado al posible efecto de la intervención soviética en la guerra, pues todavía había tiempo hasta que se pudieran llevar a cabo los desembarcos. Algunos científicos sugirieron la posibilidad de hacer una exhibición de la eficacia de la bomba sin lanzarla sobre una ciudad. Pero, como ya se ha dicho, esos problemas morales ni siquiera se plantearon a fondo: tras el lanzamiento, el 85% de los norteamericanos pensaron que había sido una decisión acertada. En los primeros días de agosto, fue lanzada una primera bomba en Hiroshima y una segunda en Nagasaki. En la primera ciudad, produjo unos 70.000 muertos, una quinta parte de la población, a los que hubo que sumar parecida cifra de heridos y la destrucción de cuatro de cada cinco edificios. La mortandad fue menor en Nagasaki, por ser el terreno más ondulado. Los norteamericanos ya no disponían de más bombas atómicas, pero inmediatamente arreciaron en sus peticiones de rendición que incluían una cierta garantía respecto a la permanencia del emperador como si tuvieran más. En ese momento quienes, en Estados Unidos, deseaban una victoria absoluta sobre los japoneses eran 9 contra 1. La decisión de rendirse fue muy debatida y difícil de tomar para los dirigentes japoneses, cuyos códigos morales estaban en la antítesis de esa posibilidad. El 9 de agosto, en un comité estratégico destinado a debatir la cuestión, se llegó a un empate que resolvió finalmente el voto del emperador. Aun así, hubo una conspiración militar contra el propósito que supuso la muerte de un general y el suicidio del ministro de la Guerra, datos todos ellos que hacen pensar que la rendición no habría tenido lugar de no haberse empleado la bomba atómica. El 15 de agosto se anunció la capitulación. Los soviéticos habían iniciado su ofensiva en Manchuria cuando se lanzaron las bombas y la siguieron hasta fines de mes. El acto de la rendición se hizo efectivo en la bahía de Tokio sobre el acorazado Missouri. La Guerra Mundial había durado seis años y dos días.
Personaje Político
Carlos obtuvo el ducado de Lorena de manos del emperador Otón I gracias al apoyo prestado frente a sus enemigos. Como miembro de la familia real franca pretendió ocupar la corona de Francia, enfrentándose con Hugo Capeto. Hugo venció en la lucha y sometió a prisión a Carlos de Lorena.
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La presencia carolingia en Pamplona y en Aragón finaliza prácticamente en los años iniciales del siglo IX cuando, aliados los banu Qasi a los Arista de Pamplona y a Córdoba, derrotan -en el año 824- al ejército franco mandado por los condes Eblo y Aznar, el primero de los cuales será enviado como prisionero a Córdoba. La revuelta contra los carolingios se extiende a Aragón donde el conde Aznar es sustituido por García el Malo, que no tardará en aliarse políticamente a Iñigo Arista y a los banu Qasi y en reforzar el acuerdo mediante alianzas matrimoniales que vinculan a muladíes, pamploneses y aragoneses: Iñigo Arista y el dirigente muladí Musa ibn Musa son hermanos de madre y el aragonés García, tras abandonar a su primera esposa, hija del conde Aznar, casa con una de las hijas de Iñigo Arista.La repetición de estos enlaces cristiano-musulmanes en el Valle del Ebro es prueba evidente de que la religión no es una barrera en estos momentos, de que por encima de las diferencias prima la comunidad de intereses que obliga a pamploneses, muladíes y aragoneses a unirse para evitar ser absorbidos por el Imperio o por los emires de Córdoba.Los conflictos internos impedirán a Luis el Piadoso intervenir en Pamplona y, mientras Córdoba acepte o tolere la semi-independencia de los muladíes del Ebro, las relaciones serán pacíficas. Bastará que Abd al-Rahman II recuerde la autoridad cordobesa nombrando valíes en Zaragoza y Tudela, en zonas habitualmente controladas por los banu Qasi, para que éstos y sus aliados pamploneses combatan al gobernador de Zaragoza y con su actitud provoquen una campaña en la que Abd al-Rahman ataca Pamplona, obliga a someterse a Musa e impone al monarca navarro la obligación de pagar setecientas monedas de oro al año en reconocimiento de la soberanía del emir cordobés. Sin duda, el impago de estas cantidades estaba en el origen de las campañas cordobesas y estará en el de las realizadas los años 843, 844 y 850 en las que Abd al-Rahman saquea las tierras pamplonesas e impone sus condiciones.El rey de Pamplona, aunque tributario, es independiente; sus aliados muladíes forman parte de al-Andalus y tras las derrotas Musa aceptará la autoridad cordobesa, incluso contra García Iñiguez de Pamplona, cuyos intereses coinciden cada vez más con los de los reyes asturianos, desde el momento en que Musa acepta cargos cordobeses que le obligan a combatir a sus antiguos aliados y a dirigir los ataques musulmanes contra el reino asturiano. Cuando los toledanos se sublevan contra Córdoba, Asturias y Pamplona apoyarán a los rebeldes, como una forma de debilitar el poder cordobés, y Musa estará al lado del emir. Las Crónicas cristianas recuerdan que este Musa, al que los suyos llamaron el tercer rey de España -los otros dos serían el emir cordobés y el monarca asturiano- llegó a gobernar Zaragoza, Tudela, Huesca y Toledo, donde puso como gobernador a su hijo Lup. Frente a pamploneses y asturianos -el reino se extiende hasta Vasconia- Musa fortificó el lugar de Albelda y contra esta plaza se dirigió un ejército dirigido por Ordoño I que capturó gran cantidad de botín, dio muerte a numerosos musulmanes y destruyó la ciudad hasta los cimientos. Lobo, el hijo de Musa gobernador de Toledo, se sometió al rey Ordoño con todos los suyos, y mientras vivió en esta vida, fue su súbdito. Y más adelante hizo con él muchas guerras contra los musulmanes. La importancia de esta batalla de Albelda (859) ha llevado a identificarla con la legendaria de Clavijo, lugar próximo a Albelda, en la que, según invención posterior, habría combatido el apóstol Santiago para poner fin al Tributo de las Cien Doncellas. Nada dicen las fuentes sobre la presencia de tropas navarras en Albelda, quizá porque este mismo año el reino estaba amenazado por la presencia en su territorio de grupos de vikingos que llegaron a hacer prisionero al rey García Iñiguez y exigieron un cuantioso rescate por su liberación, pero la alianza de Navarra y Asturias es clara para el emir, que lanza una campaña contra Pamplona el año 860, ocupa diversos castillos y hace prisionero al heredero del trono, Fortún Garcés, que permanecería prisionero en Córdoba durante veinte años. Al mismo tiempo que se refuerza la vinculación a Asturias -Alfonso III casaría con la pamplonesa Jimena-, García Iñiguez casaría a una de sus hijas, Oneca, con el conde Aznar Galindo II de Aragón, que buscaba de este modo la amistad de Pamplona, recurriendo a las alianzas matrimoniales, que no tienen en cuenta la religión de los contrayentes sino los intereses del momento. En este sentido, cabe recordar que durante su prisión, Fortún Garcés estuvo acompañado por su hija Oneca, de la que se dice que recibió como esposo al rey Abdella y engendró a Muhammad ibn Abdela que no es otro que el padre del primer califa, Abd al-Rahman III. De un posterior matrimonio de Oneca con Aznar Sánchez nacería Toda cuyo marido, Sancho Garcés, de la familia de los Jimeno, podría fin a la dinastía de los Arista en el año 905 y fortalecería la vinculación con la monarquía asturiana y con el condado de Aragón, en este caso a través de una complicada red matrimonial iniciada años antes entre los condes aragoneses, los reyes de Pamplona y los jefes musulmanes de la zona.Políticamente, Navarra y Aragón se han mantenido en un difícil equilibrio entre las potencias carolingia en el Norte y omeya en el Sur, pero cultural y religiosamente, los territorios pirenaicos se inclinan hacia una mayor identidad con el mundo cristiano representado por el Imperio en la zona oriental de Navarra y en Aragón, y en Álava por el mundo mozárabe, procedente de al-Andalus o pasado por el tamiz asturiano. La cristianización inicial del mundo navarro se manifiesta en la presencia de un obispo pamplonés en el III Concilio de Toledo del año 589, pero este detalle no impide que sesenta años más tarde el obispo Tajón de Zaragoza presente a los vascos, al servicio del rebelde Froya, "atacando los templos de Dios. Los sagrados altares fueron destruidos. Muchos clérigos fueron despedazados con las espadas y muchos cadáveres fueron dejados sin enterrar para pasto de los perros y las aves", y, en líneas generales, puede admitirse la escasa cristianización de los territorios situados al norte de la línea Vitoria-Leyre; la inclusión de los alaveses en el reino asturiano se traduce en la existencia de un obispo de Veleya de Álava cuya labor se completa desde los monasterios de La Rioja y desde el obispado de Valpuesta. La influencia carolingia es espacialmente visible en la zona próxima a Aragón, donde hay numerosos monasterios dotados de importantes bibliotecas, según reconoce Eulogio de Córdoba, en carta escrita al obispo de Pamplona el año 851 para agradecer las atenciones recibidas y darle noticias de los mártires cordobeses. Su carta es una fuente inestimable para romper los clichés habitualmente utilizados al hablar de las relaciones entre cristianos y musulmanes. Eulogio, aunque habla de la cruel fortuna que obligó a sus hermanos Alvaro e Isidoro a exiliarse junto al rey Luis de Baviera, tiene libertad para moverse por todo el territorio hispano y cuando intenta unirse a sus hermanos no son los musulmanes sino la anarquíaprovocada por nobles cristianos sublevados contra los reyes carolingios la que le impide continuar su camino; por esta razón, e invitado por el obispo pamplonés, visitó monasterios como Leyre, Igal, Urdaspal, Cillas y Siresa, de regreso a Córdoba pasa por Zaragoza, etapa de la ruta comercial que unía Córdoba con Europa, donde unos mercaderes le informan de la presencia de sus hermanos en Maguncia.Acogida similar a la de Wilesindo le dispensan en Zaragoza, ciudad musulmana, el obispo Senior, Sismundo en Sigüenza, Venerio en Compludo (Alcalá) o Vistremiro. Desde Córdoba hará llegar al obispo pamplonés reliquias de algunos mártires aprovechando el viaje de regreso a Pamplona de Galindo Iñiguez, mercader o embajador navarro.Alvaro, en la Vida de Eulogio, menciona la carta escrita por Eulogio, estando en la cárcel -dice-, y nos informa del alto nivel cultural existente en estos monasterios, en los que Eulogio encuentra y consigue copia de libros carolingios desconocidos por los mozárabes: La Ciudad de Dios, de San Agustín, la Eneida de Virgilio, los poemas de Juvenal y de Horacio, opúsculos de Porfirio iluminados, epigramas de Adelelmo, las Fábulas de Avieno y diversos himnos católicos...Tal vez se deba a un monje de estos monasterios el himno dedicado a Leodegundia, hija de Ordoño I, casada con el rey de los navarros para ratificar la alianza política establecida entre ambos reinos; y, como el mismo Eulogio declara, en Leyre pudo ver y copiar una biografía anónima de Mahoma que reproduce en el Libro Apologético de los Mártires para ridiculizar al profeta, cuyo cadáver, dice, fue devorado por los perros: "justo castigo que acabara llenando los vientres de los perros tan gran profeta y tal que perdió su alma y envió las de otros muchos a los infiernos".
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Desde el acuerdo de Mersen (870) y a lo largo de algo más de un siglo, los carolingios se esforzaron por contener la decadencia que amenazaba con atomizar la vieja herencia de Carlomagno. Carlos el Calvo y luego su hijo Luis II el Tartamudo, enfrentados con frecuencia a los señores de la Francia Occidentalis, llegaron a ostentar la diadema imperial. En adelante, éste sería un honor (más nominal que otra cosa) que correspondería a sus vecinos del Este. Uno de ellos, Carlos el Gordo, hijo de Luis el Germánico, llegaría a rehacer fugazmente la unidad carolingia. Con su destronamiento en el 888 triunfan definitivamente las fuerzas centrífugas. En la zona correspondiente a Francia Occidentalis, al año siguiente los francos de Occidente se daban como monarca al defensor de París contra los normandos: Eudes, tronco de una familia (los robertianos) llamada a tener un brillante porvenir. El legitimismo carolingio era muy fuerte aún y en el 898, un hijo póstumo de Luis el Tartamudo, Carlos el Simple, fue elevado al trono. Destronado por una revuelta, murió en el 929. Robertianos y carolingios rivalizaron durante algunos años hasta la muerte de Luis V, último descendiente de Carlomagno, en el 987. A partir de esta fecha los robertianos (conocidos ya como capetos) se asentarían firmemente en el trono: los grandes señores de la Francia Occidentalis elegían como rey a Hugo Capeto (hijo del duque Hugo el Grande) que tuvo la extraordinaria fortuna de iniciar la vinculación de la Corona a su familia de forma hereditaria. En la Francia Orientalis, el territorio de Germania no conoció menores traumas dinásticos que sus vecinos. Desde el destronamiento de Carlos el Gordo se asiste a una cierta reconstrucción de los viejos ducados nacionales cuyos señores tratarán tanto de contener los peligros exteriores (normandos, eslavos o magiares) como de ejercer una cierta hegemonía sobre sus iguales. Uno de ellos, Arnulfo de Carintia (887-899), llegaría a ser reclamado para ostentar la dignidad imperial. La reconstrucción de la unidad de Germania vendría a la postre de Sajonia. Enrique el Pajarero, proclamado rey en el 919 llevó a cabo una eficaz política contra eslavos, daneses y húngaros. Al asociar al poder a su hijo Otón echaba las bases de una cierta estabilidad dinástica hasta entonces desconocida. Así, los turiferarios de la casa real de Sajonia podrían afirmar que en el 936, Otón, "propuesto por su padre y elegido de Dios, fue convertido en rey por los príncipes". Cara a eslavos y magiares, Otón I siguió la enérgica política de su predecesor. También en relación con los grandes señores alemanes ante los cuales se manifestó como poder efectivo e incontestado. Frente a sus vecinos de la Francia Occidentalis el rey germano hizo algunas demostraciones de fuerza selladas en el acuerdo de paz del 942. Sin embargo, la gran novedad de la política de Otón estuvo en su empresa italiana. Ella marcaría la restauración de la idea imperial en beneficio de los alemanes. En los restos meridionales de la vieja Lotaringia, tras los acuerdos de Mersen (870) los dominios recibidos por Lotario en la paz de Verdún se redujeron a los territorios más meridionales: Borgoña-Arles y el Norte de Italia. Durante casi un siglo, tanto los vástagos carolingios como los señores locales se mantuvieron con dificultades frente a las guerras civiles y la presión de magiares y sarracenos. Para colmo, la autoridad moral pontificia prácticamente desapareció a la muerte del papa Formoso en el 896. La titularidad de la sede de San Pedro quedó en manos de la familia del senador Teofilacto y, sobre todo, en las de su esposa Teodora y su hija Marozia. Nepotismo y corrupción fueron monedas corrientes en unos años (grosso modo la primera mitad del siglo X) conocidos como Edad de Hierro del Pontificado. Bajo el gobierno del senador Alberico, hijo de Marozia, se dieron los primeros pasos para una dignificación eclesiástica difícil de implantar en medio del caos político que vivía la península. El gran cambio se iniciaría a partir del 951. En esa fecha, Adelaida, viuda del nominal rey de Italia, Lotario de Provenza (asesinado por el marqués de Ivrea Berenguer II), reclamaba la ayuda de Otón I.
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Un primer período de introducción y asimilación de presupuestos renacentistas del Norte de Italia -y ya estamos matizando-, es el de 1494-1525, que se inicia con las campañas militares de Carlos VIII, que invade la península italiana reivindicando derechos dinásticos al trono de Nápoles, y concluye con la batalla de Pavía, en que se trata ya de un conflicto entre Carlos V y Francisco I por la hegemonía europea. Los contactos que suponen estas campañas italianas -a la citada, siguen otras por parte de Luis XII y Francisco I- continuadas, con los centros artísticos de Lombardía fundamentalmente, determinan que sea el repertorio decorativo lombardo -la fachada de la cartuja de Pavía sería un buen modelo al respecto- el asimilado. Pero se importan y asumen ideas de mecenazgo artístico, que de modo inmediato desarrollará la monarquía, en primer lugar respecto a una serie de artistas italianos llamados a suelo francés; análogo proceder asumieron determinados personajes importantes en la órbita regia, como el cardenal Amboise, arzobispo de Rouen y embajador de Luis XII en Milán, que, en su séquito de vuelta a la metrópolis, incluyó también a determinados artífices italianos. Las novedades italianas y en su caso la labor desarrollada por los artistas traídos de Italia, producen en el período que consideramos sobre todo, la coexistencia de estos aportes, considerados como del sistema antiguo -a lo romano-, y la tradición local, gótica, o sistema moderno. A inicios del siglo XVI, la figura del arquitecto, tal como se había desarrollado en la cultura italiana, no existía en Francia -ni, en general, en el resto de Europa-, donde las obras eran ejecutadas por maîtres maçons, es decir, maestros de obras -canteros, fundamentalmente- formados en la tradición constructiva medieval y que, al tiempo, realizaban la función de proyectistas. Se produce así una ambigüedad, cuando no es una clara contradicción, entre estructura y ornamentación arquitectónicas, que son sintetizadas en edificios donde la primera continúa respondiendo a la tradición, en tanto que los repertorios decorativos son a la italiana. Una serie de realizaciones en torno al valle del Loire, zona del nomadismo de la corte en esta época, muchas de ellas remodelaciones de construcciones preexistentes, ejemplifican lo dicho: motivos decorativos clasicistas, y a lo sumo pilastras de articulación en algún frente, se superponen a estructuras góticas. Son hitos significativos del proceso la reconstrucción del castillo de Gaillon (Eure) que, en el intervalo 1502-1510 y tratándose en este caso de Normandía, realiza el citado cardenal Amboise, y los castillos de Chenonceau (en su núcleo primigenio) y Azay-le-Rideau, ahora sí en la zona del Loire; y, desde luego, las reformas efectuadas en el castillo real de Blois, con las alas de Luis XII y Francisco I, y, sobre todo, la construcción, de nueva planta, del castillo de Chambord, en el bosque y cazadero real de igual nombre, por parte de Francisco I, que culmina, en todos los sentidos, esta etapa. Común a todos los ejemplos citados es la atención concedida al entorno y el cuidado en su relación con la edificación propiamente dicha, así como el importante desarrollo de las cubiertas exteriores, animadas con todo tipo de chimeneas, remates y resaltos que, en el caso del cuerpo central de Chambord, se convierte en un verdadero bosque de acusada plasticidad. Este último castillo se organiza mediante un esquema geométrico riguroso, donde se pauta ya la unidad básica del trazado doméstico francés, I' appartement, y donde el pabellón de la escalera principal, que sigue al de Blois enlazando así con la tradición, es ahora un importante elemento distribuidor de estancias y centro de una planimetría simétrica y compacta. Sin romper, pues, por completo con lo preexistente, las pautas para una arquitectura palaciega regia, están .ya aquí sentadas. Una segunda etapa, correspondiente al período 1525-1540, de disturbios político-sociales casi constantes, pero que culturalmente es de asentamiento de las bases echadas en el período anterior, se abriría con la derrota del rey francés en Pavía y su consiguiente cautiverio en España, cerrándose con la entrevista entre Carlos V y Francisco I en Aigues Mortes (1538) y sus consecuencias. Se continúa con la política de centralización esbozada en las décadas precedentes y la pérdida progresiva de las prerrogativas acumuladas por parte de la nobleza que, de modo pleno, comienza a asumir su status de aristocracia cortesana. Realmente este proceso de domaine royal que ahora se inicia, ya no se detendrá hasta su definitiva consagración con Luis XIV. Por otro lado, la Reforma luterana invade Francia, haciendo mella en una serie de reformadores liberales que, como Lefévre d'Etaples, se verían desbordados por los extremistas; esto será el germen de futuros e importantes conflictos religiosos. Ya en esta época inicia su producción François Rabelais, una de las cumbres de la prosa francesa. Desde el punto de vista arquitectónico, este período viene marcado, como corroborando el acercamiento de la corte a París y el centralismo aludido, por los castillos construidos para Francisco I en la Ile-de-France. Forman dos grupos de palacios reales, construidos todos a una distancia relativamente corta de París, que presentan sensibles diferencias. El primero lo formaban los castillos de Madrid, Saint Germain, La Muette de St. Germain y Challuau; el segundo, Fontainebleau y Villiers-Cotterets. Hoy día sólo subsiste el de Saint Germain, del grupo primero, y los dos del segundo, aunque todos han sufrido bastantes alteraciones. Los castillos del primer grupo presentan una característica común, que es la de disponer sus alzados exteriores mediante galerías abiertas que discurren entre torretas. El Cháteau de Madrid, que conocemos perfectamente gracias a du Cerceau, era seguramente el más importante y fue comenzado en 1528, siendo los de La Muette y Challuau, que asimismo conocemos por grabados de du Cerceau, variantes más o menos ingeniosas del primero. Saint Germain (1539-1549), que sí se conserva estando hoy día dedicado a museo, fue alterado por Luis XIV hacia 1673 y luego, en el siglo XIX, se le volvió a su forma original de un modo no del todo correcto; aquí lo más novedoso son una serie de vanos, que se abren tanto al exterior como sobre su patio, rectangulares y rematados en medios puntos que, a su vez, son sobremontados por frontones triangulares, así como la reducción en el desarrollo de sus cubiertas, que ahora son prácticamente en terraza. Al parecer, hay que asociar el nombre de Pierre Chambiges a los diseños de Saint Germain, La Muette y Challuau, sin que la certeza sea absoluta. La distribución del castillo de Madrid era a base de parejas de appartements, que funcionaban como unidades autónomas, unidas mediante estancias públicas o salles; es decir, sigue la disposición de Chambord, si bien en conjunto la planta de éste resulta mucho más compacta y simétrica, en tanto que en Madrid presentaba una mayor dispersión. Una crónica, de hacia 1650, valoraba de este castillo su "manera abierta de arquitectura y su decoración, de tierra pintada como porcelana o losa, cuyos colores parecen muy frescos, pero es muy frágil. De esta alfarería hay estatuas enteras y relieves, delanteros de chimeneas y columnas tanto en el interior como por fuera". Esto último alude a la decoración de Girolamo della Robbia, a quien muchos atribuyen también las trazas del edificio. Esta decoración a base de terracota policromada es un interesante preludio de la que, pocos años después, van a desplegar Rosso e Il Primaticcio en Fontainebleau; en ambos casos se trata de genuinos capítulos de decoración manierista italiana en suelo francés, que constituyen el punto de partida del Manierismo nórdico. Del segundo grupo de castillos, el de Fontainebleau es, sin duda, el más importante y un verdadero hito en la historia del arte, si bien por la aludida decoración interior y por haber sido punto focal de una importante actividad pictórica, concretizada en la escuela que lleva su nombre, decisiva para el Manierismo nórdico, como también apuntábamos. Arquitectónicamente hablando, se trata de la adecuación de un castillo real preexistente que, conservando su irregular planta y manteniendo en pie partes medievales, es objeto de una serie de remodelaciones, entre 1528 y 1540, no siempre bien coordinadas ni fruto de un mismo impulso interventor. Existe además, como parte importante del conjunto arquitectónico, una obra posterior debida a Primaticcio, de 1568, la denominada "Aile de la Belle Cheminée", amén de una serie de proyectos, entre otros de Serlio y de Philibert de l´Orme, que no fueron llevados a la práctica. El derribo o alteración posterior de la mayor parte de lo realizado en la época que nos ocupa, nos obliga a centrarnos en partes concretas del castillo y, por tanto, a una valoración siempre parcial del alcance de la obra. Aun así, resulta palpable el abandono de las complejidades de diseño y decoración de ejemplos anteriores, optándose por la sencillez de estructuras y materiales, característica ésta de los castillos de este segundo grupo. Ello es evidente, en el conjunto del Cour du Cheval Blanc, donde la hermosa y onduleante escalera central de acceso, es una incorporación posterior. Una parte tan fundamental de Fontainebleau por su contenido, como es el Ala de Francisco I, aparece hoy día arquitectónicamente muy desvirtuada, tanto por lo que se refiere a su fachada exterior como a la que da sobre el correspondiente patio. Por su parte, el pórtico y escalinata del Cour de l'Ovale, de los que sólo se conserva, y aun fragmentado, el primero, resultan tan italianizantes e insólitos -según las hipótesis de reconstrucción- en el contexto francés, que han sido puestos en relación con Rosso Fiorentino, que, desde 1530, dirige, elabora y supervisa la decoración de Fontainebleau. Dos pisos con una triple arquería entre pilares, cuyos frentes llevan medias columnas adosadas, conforman el pórtico; el vano central del cuerpo alto de éste recibe un único tramo de escaleras, que arranca desde el rellano, dispuesto en alto sobre un tramo abovedado de base, donde confluyen, a su vez, sendas escaleras laterales. Como director y supervisor de los trabajos arquitectónicos que analizamos en Fontainebleau, aparece, de forma clara en la documentación, el maestro de obras Gilles Le Breton, fallecido en 1553, que, asimismo, podría ser el proyectista. Ello daría idea del avance logrado en su desarrollo por la arquitectura francesa, así como de la madurez del citado maestro, en relación con lo anterior. De ambas cuestiones es buen ejemplo la Porte Dorée, acaso lo más interesante de lo conservado en Fontainebleau, en cuanto a arquitectura, donde la decoración se limita al uso de pilastras de poco resalte en los dos cuerpos superiores, de los tres con que cuenta el dispositivo, tanto en la articulación de sus paramentos como en el enmarque de vanos. Bien es verdad que esta sencillez pudo venir impuesta por el gres local utilizado, demasiado duro para la talla, aunque de gran variedad en su colorido. Las asimetrías de determinados elementos y las incorrecciones respecto a los órdenes, no empañan los logros conseguidos en esta adusta portada.
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El saqueo y destrucción de Barcelona por Almanzor el año 985 tuvo la virtud de obligar a los condes de Barcelona a romper los lazos con la monarquía francesa, cuyos derechos feudales pierden fuerza al desaparecer la dinastía carolingia (987); el conde de Barcelona, convertido de hecho en la cabeza de los condados y territorios catalanes, toma la iniciativa en las relaciones con los musulmanes al tiempo que intenta consolidar su poder feudal en el interior de los condados que reconocen su autoridad. La expedición a Córdoba como aliado de los eslavos fue un éxito político-psicológico y económico para el conde Ramón Borrell: el botín logrado permitió una mayor circulación monetaria y la reactivación del comercio; hizo posible la reconstrucción de los castillos destruidos y la repoblación de las tierras abandonadas y, sobre todo, sirvió para afianzar la autoridad del conde barcelonés frente a sus vasallos. Tras la desaparición del califato, los condes siguen una política similar a la de los demás reinos hispánicos y se centran en el cobro de parias más que en la ocupación de tierras, hasta el punto de que ha podido afirmarse que entre 1000-1046 los avances se reducen a 10 kms. en la zona condal barcelonesa, a 20 en la de Vic y apenas 25 en la de Urgel y Pallars. Tanto Berenguer Ramón I (1018-1035) como su hijo Ramón Berenguer (1035-1072) o los sucesores de éste consideran las parias como un ingreso normal del condado y lo defienden, como los demás príncipes cristianos, con las armas, frente a aragoneses, navarros, castellanos y musulmanes. La dirección barcelonesa se manifiesta, también en este aspecto, en la firma de acuerdos con los condes de Urgel o de Cerdaña para, juntos, conseguir y distribuirse las parias. Al final de este período, Barcelona se ha consolidado como centro y cabeza de Cataluña después de que sus condes hayan hecho frente a numerosos problemas, el primero de los cuales es la tendencia a dividir el condado entre sus hijos, que se ven obligados a dedicar una parte de sus energías a la unificación de los dominios paternos, para dividirlos a su vez como ocurrió al morir Ramón Borrell en 1018, su hijo Berenguer Ramón I en 1035 o su nieto Ramón Berenguer I en 1072. El condado de Berenguer culminó con la ruptura de la unidad Barcelona-Gerona-Vic mantenida desde la época de Vifredo. Ramón Berenguer I, bajo cuya obediencia se encuentra teóricamente su hermano Sancho, recibe el condado de Gerona y el de Barcelona compartido con Sancho mientras el hermanastro de ambos, Guillermo, recibe el condado de Ausona. Sobre los tres herederos, menores de edad, actúa la condesa Ermesinda, que mantiene desde 1018 el condominio de todos y cada uno de los condados. La tutela de Ermesinda mantuvo la unión teórica de los condados hasta la mayoría de edad de Ramón Berenguer I, pero no pudo evitar que los magnates actuaran en sus dominios con entera libertad, y al llegar a su mayoría (1041) Ramón Berenguer tuvo que hacer frente a los intentos de independencia del noble Mir Geribert, que sería desautorizado por la jerarquía eclesiástica en 1052, a pesar de lo cual el conde tuvo que firmar un pacto feudal para poner fin a la rebeldía del señor de Olérdola. Sus hermanos Guillermo y Sancho renunciaron a sus posibles derechos sobre Vic y Barcelona en 1049 y 1054, y tres años más tarde Ramón Berenguer I reconstruía la unidad de los dominios paternos al comprar los derechos de su abuela Ermesinda. Esta política de unificación fue posible gracias, en parte, al dinero de las parias pagadas por los musulmanes de Lérida y Zaragoza que sirvieron, además, para comprar algunos derechos sobre el condado de Razés y la ciudad de Carcasona, destinados en principio a heredar a los hijos habidos en el segundo matrimonio sin romper la unidad de los condados paternos. Una vez más, el conde de Barcelona repartió los condados entre sus hijos Ramón Berenguer II (1076-1082) y Berenguer Ramón II (1076-1097) que debían actuar mancomunadamente bajo la dirección teórica del primero. Pese a las disposiciones testamentarias y a diversos acuerdos entre los hermanos, no se llegó a una solución satisfactoria en el reparto de los bienes y derechos condales y Berenguer Ramón II hizo asesinar a su hermano en 1082, pero no logró anular sus derechos, que pasaron al hijo del asesinado, al que más tarde será Ramón Berenguer III, apoyado por una parte de la nobleza catalana que confió la tutela del heredero al conde de Cerdaña. Sólo en 1086 logró Berenguer Ramón la tutela de su sobrino y, quizá para contentar a los nobles, inició una política activa de recuperación de las parias de Tortosa-Lérida, Valencia y Zaragoza que le llevó a ser hecho prisionero por El Cid. Los fracasos militares de Berenguer Ramón II y la infeudación del condado a la Santa Sede son signos de debilidad que serán aprovechados por los nobles para obligar al conde a someterse a juicio ante Alfonso VI de Castilla -al que ya en 1082 se había ofrecido la tutela de Ramón y el señorío sobre los condados para responder del asesinato de su hermano. Declarado culpable, renunció al condado (1097) que pasó íntegramente a manos de Ramón Berenguer III (1097-1131), quien ha merecido el sobrenombre de El Grande por la ambición de su política y por los éxitos logrados tanto frente a los musulmanes como en el Norte de los Pirineos, donde hizo efectivos los derechos sobre Razés y Carcasona comprados por Ramón Berenguer I. Frente a los ataques almorávides, el conde intensificó la repoblación de la comarca de Tarragona, abandonada por los musulmanes durante las guerras de fines del siglo XI y ocupada por grupos aislados de repobladores cuya presencia permitió restaurar la sede arzobispal de Tarragona (1089-1091), aunque fijando provisionalmente la residencia del metropolitano en el obispado de Vic. La repoblación definitiva de la zona fue encomendada al normando Roberto Bordet, uno de los cruzados llegados a la Península en ayuda de Alfonso el Batallador. Sólo en 1112, al casar con Dulce de Provenza, se preocupó el conde barcelonés de sus derechos sobre Carcasona, que serviría de enlace entre Provenza y Barcelona. Bernardo Atón, señor de Carcasona, reconoció la soberanía del conde catalán y se declaró su vasallo, y la muerte sin herederos de los condes de Besalú (1111) y Cerdaña (1118) permitió al conde barcelonés incorporar estos territorios. Por sus posesiones pirenaicas y provenzales, Ramón Berenguer entraba en conflicto con los condes de Toulouse con los que logró, en 1125, un acuerdo por el que Provenza sería dividida entre Barcelona y Toulouse. Las crónicas catalanas ofrecen una visión poético-caballeresca de la adquisición de Provenza por el conde de Barcelona; éste habría recibido el condado de manos del emperador alemán tras haber combatido por la honra de la emperatriz, según declara el cronista Bernat Desclot: "Barones", dijo el conde, "He tenido noticias de que la emperatriz de Alemania es acusada por los ricos hombres de adulterio con un caballero de la corte del emperador... será quemada si no encuentra en el plazo de un año y un día quien combata por ella... Y yo quiero ir con un solo caballero..." La colaboración con el mundo europeo tiene otras manifestaciones no menos importantes para la futura orientación política de Cataluña: en 1114-1115 Ramón Berenguer colabora con una flota pisana llegada a Sant Feliu de Guixol y emprende la conquista de Mallorca de acuerdo con los señores de Narbona y Montpellier, bajo la dirección del legado pontificio que representa los derechos del papa sobre las islas. La intervención pisana tenía como finalidad poner fin a la piratería de los mallorquines y para conseguirlo no bastaba tomar militarmente las islas sino que era preciso establecer una población permanente; los intentos de conseguir que los catalanes se establecieran en las islas fracasaron, porque ni éstos se hallaban interesados en otra cosa que en el botín ni disponían de hombres ni de medios para mantener el control de Mallorca, y la isla volvería rápidamente a ser ocupada por una flota almorávide. El contacto con los cruzados písanos hizo concebir a Ramón Berenguer la posibilidad de utilizar la cruzada contra los musulmanes de Tortosa y con esta idea se dirigió a Roma en 1116 al tiempo que renovaba la infeudación del condado a la Santa Sede, a la que convertía en protectora no sólo de las tierras catalanas sino también de Provenza, disputada por el emperador alemán y por el conde de Toulouse.
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En la batalla de Salamina, los empeños de Temístocles se manifestaban contrarios a los proyectos espartanos de reducir la defensa a la península del Peloponeso. Después de Salamina, el rey Euribíades se mostró contrario a seguir a los persas y a cortarles la retirada en el Helesponto, plan propuesto a la Liga por Temístocles. La interpretación generalizada tiende a ver desde estos momentos una actitud creciente en Temístocles, que vendría a ser como una premonición de la guerra del Peloponeso, basada en que el verdadero enemigo para el desarrollo de la nueva Atenas, marítima y democrática, guiada por una política protagonizada por los intereses de los thetes, era Esparta. Las diferencias se mostraron sobre todo en el año siguiente, cuando, en el momento en que los atenienses se pusieron a fortificar la ciudad destruida por la ocupación persa, se presentó una embajada de Lacedemonia para intentar impedirlo, según Tucídides, porque temían la fuerza que se estaba gestando en Atenas, puesta de manifiesto en las capacidades demostradas en la guerra, aunque ponían como pretexto que así los persas, de hacer un nuevo ataque, no tendrían donde hacerse fuertes, como hicieron en la ocupación anterior. Entonces Temístocles actuó como consejero de los atenienses y propuso enviar una embajada para tratar el asunto en Esparta, con lo que, alejada la embajada espartana, podría emprender subrepticiamente la obra de fortificación. El propio Temístocles fue en embajada a Esparta y decía esperar a sus compañeros para hablar oficialmente del asunto, con lo que daba tiempo a terminar la obra. A los que desde Esparta iban a comprobar lo que pasaba en Atenas los retenían, por orden igualmente de Temístocles, hasta que ya pudo anunciar la finalización de la obra. Así consideraba que la ciudad podría ser más fuerte y hacerse oír en el mundo griego en general. De este modo surgió uno de los primeros motivos de distanciamiento entre Esparta y Atenas. Pero en ésta el protagonismo lo representaba Temístocles, defensor máximo de la política naval y de concentrar las defensas en El Pireo, lugar protegido por el acceso al mar, igualmente vehículo de aprovisionamiento. Así, con visión de futuro, se manifestaban los planes de Temístocles. Sin embargo, ante la nueva participación en la política expansiva de personajes como Arístides y Cimón, en Atenas se fue configurando una diferencia entre las actitudes más conciliadoras de éstos y la del propio Temístocles que, según una anécdota contada por Plutarco, había propuesto destruir la flota de todos los griegos, frente a la que triunfó la postura de Arístides, que consideraba la medida útil, pero injusta. Las diferencias internas de Atenas corren paralelas a las que se fraguan dentro de Esparta, donde reclamaban judicialmente a Pausanias, por inclinación al modismo y tendencia a la tiranía, apoyado en los hilotas, a los que prometía la libertad y la ciudadanía. Temístocles fue sometido al ostracismo y cuando los espartanos lo reclamaron acusado de colaborar con Pausanias, el pueblo ateniense atendió a las reclamaciones. Temístocles estaba solo en Atenas en su política antiespartana, pero podía coincidir con los espartanos que pretendían que el sistema se transformara. Es bastante probable que Temístocles colaborara desde Argos, en torno al año setenta, en los movimientos antiespartanos que surgieron en el Peloponeso, unidos normalmente a procesos oscuros de democratización.
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La independencia lograda en 1328 es más teórica que real; aunque privativos de Navarra, los nuevos reyes son franceses por formación y por intereses y mientras vivan Juana II y Felipe de Evreux apenas puede hablarse de cambios. El primer monarca navarro será el hijo de Juana, Carlos II, rey desde 1349. Carlos es un extraño al reino, es uno más de los monarcas franceses de Navarra cuando es coronado en 1350 a la edad de diecisiete años, y a pesar de las medidas tomadas en los primeros momentos, frente al nuevo rey se reconstruyen y organizan las hermandades, la nobleza se divide en bandos que intentan dirigir la política exterior e inclinar el Reino hacia la intervención en Francia o hacia los reinos peninsulares, y la población se subleva cuando el monarca pretende convertir en realidad el cobro de la moneda que tradicionalmente se da al rey al comienzo de su reinado; al cobro se une la acuñación de moneda de baja ley, cuyo efecto más visible es un aumento de los precios en todo el reino, en momentos de dificultades económicas graves que afectan sobre todo a los grupos no privilegiados (clérigos y nobles están exentos del pago del monedaje) que comienzan a organizarse en hermandades o juntas como la de Miluce cuyo objetivo era la protesta contra los que creían culpables de su situación económica: el poder real, la administración y los grupos privilegados. Decidido a intervenir activamente en Francia, Carlos necesita pacificar el reino para lo que atrae a clérigos y nobles mediante concesiones que le dejan las manos libres para deshacer violentamente las juntas en lo que se conoce como la Justicia de Miluce: cuatro de sus capitanes fueron ahorcados en el lugar donde solían reunirse, otros cuatro en Pamplona para escarmiento de sus seguidores, alguno fue despeñado, sus casas derribadas... y Carlos dio publicidad a las ejecuciones al tiempo que prohibía la creación de cofradías, juntas o hermandades que no tuvieran finalidad exclusivamente religiosa. Pacificado el reino, Carlos abandona Navarra para intervenir activamente en la política francesa, en la Guerra de los Cien Años, en la que llega a ser uno de los protagonistas más conocidos hasta la firma del tratado de Bretigny que, en 1360, sellaba la paz entre Inglaterra y Francia. Navarra, dirigida por su hermano Luis, navarriza la administración civil y eclesiástica dejando los cargos en manos de navarros como Gil García de Ianiz, lugarteniente de Luis y representante de la baja nobleza, o el obispo pamplonés Miguel Sanchiz de Asiáin, nombrado contra el candidato pontificio Pedro de Monteruc, sobrino de Inocencio VI. Por lo que se refiere a la situación peninsular, el infante Luis procura por todos los medios mantener la neutralidad entre Aragón y Castilla, entre Pedro el Ceremonioso y Pedro el Cruel. La paz entre Francia e Inglaterra permitió al monarca francés controlar el reino y poner fin a la actuación de nobles como Carlos de Navarra; vencido en Cocherel (1364), Carlos renunció a intervenir en los asuntos franceses y concentró su actuación en la Península, donde participó en el conflicto castellano-aragonés tan pronto al lado de Pedro el Ceremonioso como de Pedro el Cruel, del que obtuvo, tras la primera entrada de Enrique de Trastámara en Castilla, la promesa de recibir a cambio de su ayuda militar las zonas de Guipúzcoa y Alava. Muerto Pedro el Cruel, Carlos se unió a los monarcas de Portugal, Granada y Aragón contra Enrique de Trastámara, pero los aliados no fueron capaces de coordinar sus acciones bélicas y uno tras otro fueron obligados a firmar acuerdos que implicaban el reconocimiento de la nueva dinastía castellana con la que el rey navarro suscribió el tratado de Briones, firmado en 1373 y ratificado tras nuevos enfrentamientos en 1379, en el que se estipulaba el matrimonio del heredero navarro, Carlos III, con Leonor, hija de Enrique II de Castilla. La actuación de Carlos en Francia y en la Península ha sido atribuida generalmente a su ambición personal, pero es preciso tener en cuenta que el reino, encerrado entre cuatro grandes potencias (Aragón, Castilla, Francia y los dominios ingleses en el Continente) sólo podía sobrevivir mediante una hábil política de equilibrio en la que no cabía la neutralidad al estar en guerra franceses e ingleses y aragoneses y castellanos. Para tener acceso al mar, Navarra necesitaba contar con la buena voluntad de castellanos y de ingleses y con unos y otros mantuvo Carlos frecuentes alianzas; pero al mismo tiempo precisaba no enemistarse abiertamente con los aragoneses y franceses, que hubieran podido en cualquier momento conquistar el Reino y ocupar las posesiones del monarca navarro en suelo francés. En esta situación no era posible llevar a cabo una política coherente y Carlos aprovecha las oportunidades concretas que se le presentan para afianzar su posición personal y la del reino, cambiando continuamente de campo pero sin llegar en ningún caso a un enfrentamiento decisivo. Carlos II recibe un Reino con graves problemas económicos, visibles desde comienzos del siglo y agudizados en los años centrales, en los que la relativa superpoblación de épocas anteriores, el estancamiento tecnológico, la elevada presión fiscal, los años de malas cosechas, la peste y las continuas guerras llevan a crisis de subsistencia, al hambre entre los grupos menos favorecidos que buscan la solución a sus problemas en el traslado a las villas, en la mendicidad o, en algunos casos, en el bandidaje puro y simple. Ante la nueva situación, los propietarios reaccionan de manera similar a la de los señores de los demás territorios europeos o peninsulares: en unos casos intentarán mantener sus derechos y reforzarlos con normas que impidan a los campesinos abandonar la tierra o les obliguen a trabajarla en las condiciones fijadas por los señores, o transigirán momentáneamente para recuperar sus derechos cuando la situación lo permita; éste parece ser el camino seguido por el monarca navarro, señor feudal como cualquier otro noble en sus tierras: mientras es posible no disminuye las pechas y si la posibilidad de abandono de la tierra es evidente, acepta aligerar las pechas mediante "sofrienças" (aplazamiento temporal del pago de una parte), "remissiones" (perdones parciales y de duración limitada) y "restanças" o perdones que aunque legalmente son temporales, en la práctica se hacen permanentes como ocurrió en 1349 o en 1362 cuando la monarquía, teniendo en cuenta los efectos de la mortandad, aceptó no percibir la tercera parte de las pechas. Pasados los peores momentos, cuando población y producción comienzan a recuperarse, Carlos II anulará las restanzas y sufrienzas acumuladas entre 1362 y 1374. En otros casos, para mantener las tierras en cultivo es preciso transigir con los campesinos y aceptar una reducción considerable o la desaparición pura y simple de la pecha, como ocurrió en casi el setenta por ciento de los lugares donde tenía propiedades el monasterio de Irache. Junto a la pecha disminuyen o desaparecen ingresos señoriales como la mañería, la cena o yantar y el hospedaje, y la falta de mano de obra lleva a atraer a los campesinos ofreciéndoles contratos de arrendamiento perpetuos en lugar de los temporales predominantes hasta mediados del siglo.
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Para los maratonómacos, según Plutarco, la batalla hoplítica había significado el final del peligro persa, mientras que para Temístocles no había sido más que el principio de la lucha contra esa forma específica de dominio. La década subsiguiente resulta rica en sucesos significativos de los movimientos contradictorios dentro de las tensiones que, en las clases dominantes, reflejan transformaciones más profundas. Este es el momento en que realmente empieza a ponerse en práctica el ostracismo, como arma de lucha contra la tiranía, pero también porque esa lucha era el modo de manifestarse todos los conflictos. Cualquier modo de sobresalir podía colocar al individuo de familia aristocrática en posición peligrosa. Su poder y su popularidad podían servir de fundamento para transformarse en tirano, pero también, por sus contrincantes, para acusarlo de aspirar a la tiranía. La lista de personajes sometidos al ostracismo en la década resulta en sí misma significativa. En el año 487, fue condenado al ostracismo Hiparco y, en el 486, Megacles Alcmeónida, aunque algunos de los óstraka hallados se refieren a Temístocles, alternativa que se ofrecía dentro de la lucha política del momento. Para el 485, los datos son oscuros, aunque se menciona a algún amigo de los tiranos, tal vez un tal Calixeno, hijo de Aristónimo, o Calias, al que algunos óstraka califican como medo. Junto a la tiranía está presente la actitud favorable a los medos. Seguramente fue esto también lo que influyó en el ostracismo de Jantipo, padre de Pericles, que se había opuesto a Milcíades y había tenido un activo papel en su condena. Finalmente, en 483 ó 482, fue sometido al ostracismo Arístides, llamado el justo, de quien se decía que carecía de fortuna, lo cual puede querer significar que no pertenecía a ninguna de las familias que controlaba social, económica y políticamente la vida ateniense en los momentos de transición a la democracia. Como Temístocles, podía ser resultado de los nuevos tiempos. Fue, por otra parte, uno de los últimos arcontes elegidos, en 489/8, pues en el 487 se reformaría el sistema para que fueran designados por sorteo entre quinientos candidatos elegidos en los demoi. La anécdota que cuenta Plutarco, según la cual un campesino analfabeto le habla pedido al propio Arístides que escribiera su nombre en el óstrakon porque estaba harto de oirlo llamar justo, muestra el peculiar papel de la institución, destinada a evitar que quien adquiriera demasiado prestigio sintiera la tentación de transformarse en tirano. De ahí procedió la tradición de que los atenienses se deshacían de sus mejores benefactores.