La crónica del pseudo Fredegario hablará del morbus gothorum como del mal endémico de este pueblo en la lucha por el trono, al relatar la subida al poder de Chindasvinto: "Una vez que consolidó su autoridad sobre el reino entero de Hispania, conociendo el mal de los godos de deponer a sus reyes, ordenó dar muerte a unos y desterrar a otros... hasta quedar convencido de que el mal de los godos había sido extinguido". Efectivamente, las disensiones nobiliarias contra Recaredo se pondrían de manifiesto rápidamente, tras la sucesión de su hijo ilegítimo Liuva II en el año 601. Aunque al principio no hubo problemas y parecía que el sueño leovigildiano de monarquía hereditaria se consolidaba, en el año 603, el antiguo traidor de la conspiración contra Recaredo habida en Mérida, destronó y terminó por asesinar al joven Liuva. No era la primera vez ni sería la última que la sucesión al trono se producía de forma violenta, por medio de usurpaciones, cruentas o no. Por otra parte, estas sucesiones ponen de manifiesto la debilidad del poder real cada vez mayor en el siglo VII y las oposiciones y tendencias independentistas de ciertos grupos nobiliarios, así como la lucha de grupos aristocráticos familiares que darán lugar a auténticas venganzas. La usurpación de Witerico dista del fin del reino visigodo más de un siglo, pero es el principio del fin. Hay una serie de constantes que debilitan la monarquía con el paso del tiempo. En primer lugar, estas luchas de sucesión y el miedo de los reyes a la suerte que podrían correr, cuando ellos murieran o fueran depuestos, sus familias y sus fideles, clientelas que les juraban fidelidad -cuyo status fue formulado en tiempos de Chintila en el VI Concilio de Toledo-; temor que muchos tenían porque ellos mismos habían accedido al trono por usurpación. Progresiva extensión de un régimen de protofeudalización del estado, a base de vasallajes y obligaciones de reclutamiento militar. Conflictos que emergen paulatina y reiteradamente contra los vascones y bizantinos a lo largo de los sucesivos reinados hasta que, en lo que respecta a estos últimos Suintila logra anularlos. Implicación absoluta del clero que, en unas ocasiones, se siente más favorecido y en otras más perjudicado, y que interviene en no pocos intentos de desestabilización del reinante de turno. Surgimiento de un elemento de discordia que llegó a constituirse en un gravísimo problema: las discriminaciones a la población judía en la legislación conciliar, según comentaremos. Decaimiento progresivo de la economía, desesperación y hundimiento de la población, debido a diferentes motivos, peste, hambre, miseria. Witerico (603-610) también debió temer rebeliones nobiliarias y no sólo hispanorromanas, dada su presunta tendencia arriana -recuérdese que había conspirado contra Recaredo en Mérida, aunque traicionó a su grupo-, sino contra diversos sectores, pues persiguió al comes Bulgar, en la Narbonense. Sus éxitos militares fueron parciales con los bizantinos, sólo en Segontia, y durante su reinado se ganó las enemistades de los católicos, como lo revela el que el conde Froga de Toledo apoyase a los judíos, a quienes erigió una sinagoga con el enfrentamiento del obispo católico Aurasio. Su política exterior fue tensa, al repudiar como esposa a Ermenberga, hija de Teodorico II de Borgoña. Murió a manos de los nobles, perdiendo el trono de la misma manera que lo había conseguido, como señala Isidoro de Sevilla. Durante el corto reinado de su sucesor, Gundemaro (610-612), la política de lucha con bizantinos y vascones y la política exterior siguió por derroteros similares, ahora con una clara hostilidad hacia el rey de Borgoña y hacia Brunequilda y de amistad con el reino de Austrasia y Teodoberto II. Sin embargo, en su relación con la política eclesiástica dio un giro, publicando un Decretum, donde se reafirmaba la sede toledana como la metrópoli de la Cartaginense y su predominio sobre las demás. Restableció, por otro lado, al comes Bulgar. Sisebuto (612-621) le sucede. Es el rey culto, escritor, poeta, durante cuyo mandato Isidoro llega a la culminación de prestigio en la Iglesia y se convierte, podríamos decir, en el ideólogo del gobierno real, según se señalará al hablar de la sucesión al trono. Sisebuto realizará una política intervencionista en la Iglesia y contraria a los judíos, asunto éste sobre el que volveremos más adelante. Realizará campañas contra los ruccones e intentará negociar la situación bizantina con el patricio imperial Cesáreo. A su muerte dejó un hijo, Recaredo II, el cual, según Isidoro (Historiae 61), "después de la muerte del padre es tenido por rey durante unos pocos días, hasta que le llegó la muerte". Fueron tres meses y las fuentes no explican cómo murió. Fruto o no de una nueva usurpación, Suintila asumió el poder en el año 621. Nuevas victorias contra los vascones -hasta el punto de que, vencidos, tuvieron que trabajar en la construcción de la ciudad de Ologicus (Olite)-; pero que, no obstante, seguirían posteriormente atenazando con sus incursiones diferentes zonas del regnum. Fue alabado por Isidoro (Historiae, 62) por haber puesto fin al dominio bizantino en el este, consiguiendo así el mayor dominio territorial: "...Consiguió por su admirable éxito la gloria de un triunfo mayor que la de los demás reyes, fue el primero que alcanzó el poder monárquico de todo la Spania peninsular, lo que ninguno de los príncipes anteriores había conseguido". Suintila, como otros antecesores suyos, pretendió nuevamente promover una sucesión hereditaria, para lo que asoció a su hijo Recemiro al trono; pero nuevamente las luchas nobiliarias hicieron su aparición: esta vez en la Narbonense, auténtico foco de disensiones. Sisenando, ayudado por el franco Dagoberto, penetró hasta Zaragoza, pero allí el ejército visigodo se le unió, destronando a Suintila y aclamando a Sisenando. Es curioso ver cómo un rey elogiado vivamente por Isidoro sufre posteriormente una especie de domnatio memoriae, siendo acusado por sus actuaciones, tanto en las actas del IV Concilio de Toledo, como por el pseudo Fredegario.
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De todos los nombramientos que hizo Franco en septiembre de 1942, el más importante, en términos históricos, fue el General Francisco Gómez Jordana. Miembro del primer Directorio Militar de Primo de Rivera, recibió el título de Conde por su participación en el desembarco de Alhucemas en 1927 y sirvió como Alto Comisario en Marruecos. También había sido presidente de la Junta Técnica de Franco en 1937-38 y después el primer Ministro regular de Asuntos Exteriores entre 1938 y 1939. Aunque Franco no pensó en él desde el principio, en 1942, fue probablemente la mejor elección que podía haber hecho. Jordana era un profesional meticuloso y un monárquico conservador de la vieja escuela. Al contrario que Serrano, era un buen administrador, prudente y calculador. Aunque aseguró a las potencias del Eje que los cambios en el ministerio no supondrían cambio alguno en la política, Jordana se puso a la tarea de dirigir España hacia la verdadera neutralidad, aunque con sutileza y de forma pausada. No hacía declaraciones filosófico-fascistas y otorgó más importancia a las relaciones con Portugal y con Latinoamérica. Franco no había dado instrucciones acerca de este cambio progresivo, pero tampoco mostró su desacuerdo. La llegada de los Aliados al noroeste de África el 8 de noviembre de 1942 acercó la guerra a España más que nunca. Las fuerzas alemanas tomaron posiciones rápidamente en la mitad sur de Francia, que antes había estado controlada por el régimen de Vichy, de modo que España estaba encerrada entre dos frentes. Mientras tanto, Franco recibió cartas personales de Roosevelt y Churchill en las que le aseguraban que España no debía temer ninguna acción militar por parte de los Aliados. Era la clara consecuencia del cambio sutil en la política que había iniciado Jordana y fue un gran alivio. Pero pronto sonaría una nueva alarma. En la reunión del gabinete del 16 de noviembre se recibió un informe de la embajada en Berlín indicando que Hitler no tardaría en solicitar permiso para pasar con sus tropas por territorio español. Algunos de los miembros más germanófilos del Gobierno, como Asensio, Arrese y Girón, exigieron un mayor acercamiento al Tercer Reich, pero la mayoría apoyó a Franco y Jordana en favor de mantener una postura no beligerante. El Gobierno acordó que habría que oponer resistencia a la entrada de las tropas alemanas y el 18 de noviembre el Generalísimo ordenó una movilización parcial que durante varios meses multiplicó por dos el número de tropas españolas sobre las armas. Se informó a los embajadores españoles de todo el mundo de la firme decisión del Gobierno a resistir cualquier ocupación extranjera de las Baleares -una idea que, según los informes, estaban considerando tanto los Aliados como el Eje. A lo largo de 1942 se diseñaron varias estrategias para movilizar a los falangistas radicales contra la política actual del Gobierno español e, incluso, contra el propio Franco. Los autores no eran los diplomáticos alemanes regulares, sino los líderes del Partido Nazi en Madrid -y a veces en Berlín-. Las altas autoridades alemanas, como Hitler y Ribbentrop no se dejaron engañar por estas maniobras, ya que eran muy conscientes de que la debilitada FET apenas tendría el poder suficiente para reemplazar a Franco. Durante este año las mencionadas estrategias se concentraron cada vez más en el general Agustín Muñoz Grandes, comandante de la División Azul y ahora fuertemente involucrado en el combate en el frente ruso. Para aplazar semejantes complicaciones, Franco había intentado hacer regresar a Muñoz Grandes en mayo de 1942, pero Hitler hizo que no se le sustituyera hasta finales de año. Aunque Muñoz Grandes mantuvo conversaciones con Hitler y otras autoridades alemanas sobre la necesidad de efectuar algunos cambios en el Gobierno de Madrid y la posible entrada de España en la guerra, evitó prudentemente comprometerse con los alemanes. Cuando por fin regresó a Madrid el 17 de diciembre, el Gobierno en pleno fue a recibirle y se le ascendió a Teniente General. Franco parecía tener conocimiento de que no formaba parte de ninguna conspiración real, pero por el momento, mantuvo a Muñoz Grandes sin una misión militar activa. En las últimas semanas de 1942 Franco dejó bien claro que la ofensiva angloamericana en el oeste mediterráneo no había hecho que cambiara su orientación política y lanzó la que sería su última diatriba pública de corte fascista. El 7 de diciembre, el primer aniversario del ataque japonés sobre la base naval americana de Pearl Harbor, declaró ante el Consejo Nacional de la FET: "Estamos asistiendo al final de una era y al comienzo de otra. Sucumbe el mundo liberal, víctima del cáncer de sus propios errores, y con él se derrumba el imperialismo comercial, los capitalismos financieros y sus millones de parados". Después de hacer una alabanza de la Italia fascista y de la Alemania nazi, insistió: "Se realizará el destino histórico de nuestra era, o por la fórmula bárbara de un totalitarismo bolchevique, o por la patriótica y espiritual que España... ofrece, o por cualquiera otra de los pueblos fascistas... Se engañan, por lo tanto, quienes sueñan con el establecimiento en el occidente de Europa de sistemas demoliberales" (Palabras del Caudillo, 523-27). El día 18 declaró ante la Escuela Superior de Guerra que: "El destino y el futuro de España están estrechamente unidos a la victoria alemana" (Informaciones, 19 de diciembre de 1942). Franco hacía gestos fascistas verbales de cuando en cuando, en parte para animar a la FET y en parte para mantener la unidad relativa que existía en sus fuerzas siempre en tensión. Gómez Jordana siguió dirigiendo la diplomacia española lento pero seguro hacia una postura más despegada y más neutral. Tenía gran seguridad en sí mismo y era un hombre decidido, características que demostró cuando en más de una ocasión ofreció su dimisión. Franco estaba cada vez más dispuesto a dejarse convencer y un cambio de actitud era lo que le proponía también su Subsecretario, Carrero Blanco, neutralista convencido, que cada vez tenía más influencia sobre él. Otro producto de la política de Jordana era una relación económica más exigente y equilibrada con Alemania. Desde 1936 los productos alemanes que llegaban a España se habían valorado a precios demasiado altos y desde 1939 se recibía muy poco en comparación con los enormes envíos de materias primas que hacía España a Alemania. Durante 1943 Jordana negoció una relación más realista y convenció a Hitler de que enviara cantidades más grandes de armas para equipar al Ejército español en caso de una incursión de los aliados. Otro producto más de esta perspectiva alterada, fue la campaña diplomática entre enero y febrero de 1943 en la que se pretendía llegar a un acuerdo entre los países que permanecían neutrales -Suecia, Suiza e Irlanda- para ayudar en la mediación para una paz negociada entre los Aliados y Alemania, que salvaría a Europa del bolchevismo. La política española también preveía un acercamiento entre los Estados católicos en asociación con el Vaticano, como una alternativa de la diplomacia europea. Franco hizo una llamada pública a la paz en varios discursos que pronunció en Andalucía a principios de mayo, pero Suecia y Suiza se negaron a cooperar, y Gran Bretaña y Alemania rechazaron el proyecto. De ahí que Franco desarrollara su teoría sobre las tres guerras que se estaban librando y sobre la diferente actitud de España hacia cada una de ellas: neutral en el conflicto entre los Aliados occidentales y Alemania, a favor de Alemania en su lucha contra la Unión Soviética, y a favor de los Aliados en la batalla que estaban librando en el Lejano Oriente contra Japón. Entretanto, estaba mejorando la provisión de bienes y la situación económica, hasta el punto de que, a comienzos de 1943, el periodo de mayor sufrimiento para una gran parte de la población española estaba llegando a su fin. El Alto Estado Mayor realizó un estudio de la situación militar europea el 19 de mayo de 1943 en el que llegó a la conclusión de que el final más probable del conflicto sería la derrota alemana y el dominio de la Unión Soviética en Europa. A pesar de no haber recibido respuesta a su iniciativa de paz, el Generalísimo no perdió la esperanza y el 1 de junio dio instrucciones al embajador en Berlín de que pidiera al Gobierno alemán que modificara su política respecto a la Iglesia católica. A medida que cambiaba la situación internacional, la presión de los Aliados sobre España se hizo más fuerte. Desde 1940 Washington había tomado una postura más dura que Londres y tenía planeado reducir drásticamente la importación de aceite, tan necesaria para la economía española. Jordana respondió el 1 de junio, exigiendo que el Gobierno tomara las medidas pertinentes para reducir la propaganda en favor de Alemania que todavía dominaba la prensa española. Asimismo envió una protesta formal al embajador americano acerca de la nota de prensa que habían lanzado con el titular La España fascista desde dentro, argumentando que no se debía de aplicar este adjetivo al Régimen español. Tras una discusión abierta entre Franco y el embajador el 29 de julio, el tono de la prensa española hacia los Aliados empezó a cambiar. Los medios españoles informaron inmediatamente de la caída de Italia en septiembre y el 1 de octubre Franco, ataviado con su uniforme de Almirante en vez del atuendo falangista, anunció el final de la no beligerancia española y la nueva política de neutralidad vigilante. En noviembre, el Gobierno americano exigió el embargo total de los envíos españoles de wolframio a Alemania, pero Franco se negó. Sin embargo, desmanteló oficialmente la División Azul ese mismo mes, poniendo fin a su colaboración más directa con la Alemania nazi. En total 47.000 oficiales españoles habían servido en el frente ruso, entre los que hubo alrededor de 22.000 bajas, de los cuales 4.500 murieron. Algunos se ofrecieron voluntarios para quedarse allí, sustituyendo la División Azul por una Legión Española de Voluntarios o Legión Azul. Pero no había suficientes hombres para llegar a los requeridos 2.133, de modo que hubo que reclutar a algunos más. Esta división se disolvió el 15 de marzo de 1944 y las pocas tropas españolas que permanecieron se incorporaron directamente en las Waffen SS -junto con un grupo nuevo de voluntarios españoles-. Lo que quedaba de la unidad española de las Waffen SS tomó parte en la defensa del centro de Berlín -incluido el perímetro del búnker de Hitler- durante los últimos días de la guerra, a finales de abril de 1945.
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La historiografía viene etiquetando al reinado de Felipe III de pacifista, aunque lo cierto es que la actividad bélica nunca estuvo ausente por completo. Felipe II, poco antes de fallecer, había firmado con Francia, en 1598, el Tratado de Vervins, para que su heredero no tuviera que enfrentarse a un poderoso adversario, toda vez que desconfiaba de sus dotes para gobernar tan vasto imperio. Por igual motivo, decidió nombrar a su hija Isabel Clara Eugenia y al archiduque Alberto, su esposo, príncipes soberanos de las provincias meridionales de los Países Bajos que aún permanecían fieles a la Corona, aunque, en la práctica, esta cesión contuviese una serie de limitaciones que impedían a los archiduques gobernar de forma independiente el territorio recibido. Buena prueba de ello es que Felipe III, al poco tiempo de acceder al trono, continúa la política belicista de su padre dirigiendo sus acciones contra las Provincias Unidas e Inglaterra. El cese de las hostilidades con Francia favorecía estas empresas militares, pero el éxito no acompañó al joven monarca: la expedición a Irlanda en 1601 fracasó de forma dramática, lo mismo que la reactivación de la guerra en Flandes, pues en 1600 el ejército español cayó derrotado en la batalla de Nieuwpoort. Además, Enrique IV de Francia, que venía prestando ayuda financiera a los holandeses, inicia una hábil maniobra en Italia, enfrentándose al duque de Saboya, aliado de España, por la posesión del marquesado de Saluzzo. Esta campaña benefició a la República de Holanda, que se vio libre temporalmente de la presión de los tercios españoles desplazados en apoyo de Saboya, pero también a Francia, ya que a cambio de Saluzzo, que pasa a incorporarse a las posesiones del duque de Saboya, obtiene el territorio de Bresse, poniendo en peligro, por su posición estratégica, la red de comunicaciones que enlazaba los reinos que España tenía en Italia con Alemania y, por tanto, con los Países Bajos. La designación de Ambrosio Spinola al frente del ejército de Flandes contribuyó a mejorar la posición española en su lucha contra las Provincias Unidas, recobrando la iniciativa y el terreno perdido, a lo que coadyuvó el envío de elevadas cantidades de plata americana. Por otra parte, las negociaciones iniciadas por el archiduque Alberto y Jacobo I Estuardo progresaron rápidamente, y en 1604 España firmó con Inglaterra el Tratado de Londres, concluyendo así sus divergencias. Este triunfo diplomático permitió a Felipe III destinar mayores recursos a la guerra contra la República de Holanda al efecto de someterla y de poner fin a su expansión en Asia a costa del imperio portugués. La conquista de Ostende en 1604 por Ambrosio Spinola fue la consecuencia directa de esta nueva acometida militar. Los holandeses, desprovistos de aliados -sólo contaban con el apoyo del príncipe elector del Palatinado y con subvenciones francesas-, comenzaron a estudiar la posibilidad de llegar a un acuerdo con España, pero las ventajas que Madrid pudo haber obtenido de tan brillante campaña se perdieron ante la dificultad de proporcionar el dinero que el ejército de Flandes necesitaba, lo que provocó en el invierno de 1606 un motín de las tropas. En tales circunstancias lo más sensato por ambas partes era concertar el alto el fuego y así se acordó en la primavera de 1607. El colapso en este mismo año del sistema financiero español, con la suspensión de pagos a los banqueros genoveses, y el recelo que suscitaba en la Corte el despertar del poder francés, en particular tras el conflicto con Saboya, convenció a los consejeros de Felipe III de que debían replantearse las líneas maestras de la política exterior, prestando mayor atención a los asuntos de Italia, por lo que se imponía la firma de un tratado de paz -o, cuando menos, de una tregua a largo plazo- con los holandeses, idea acogida en Bruselas con satisfacción por los archiduques. De este modo, en 1609, a pesar de la resistencia que encontró el duque de Lerma en el Consejo de Estado, donde empezó a germinar un partido contrario a la paz, se formaliza la Tregua de Amberes, un acuerdo de cese de las hostilidades durante doce años, por el que España, además de reconocer de facto a las Provincias Unidas como estados libres -algo inconcebible una década antes-, dejaba a los holandeses la suficiente capacidad de maniobra para continuar su actividad mercantil en las Indias Orientales y Occidentales.
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A la hora de abordar el estudio de la arquitectura mendicante, el elemento que más atrae la atención es la interesante evolución sufrida en lo que respecta a materia constructiva. Una evolución sufrida sin prisa, pero sin pausa, y marcada por tres grandes momentos caracterizados por pautas de comportamiento perfectamente diferenciadas. Las cuatro primeras décadas del siglo XIII es una etapa calificada por Meerseman como de gestación y se caracteriza por una ausencia total de arquitectura. En este primer estadio los frailes, tras una vida de itinerancia, inician una lenta evolución encaminada hacia la ocupación de residencias estables. Se trataba no obstante de una instalación en asentamientos ya preexistentes, nunca fundaciones ex nihilo, generalmente casas o ermitas ubicadas en los arrabales de las ciudades, y nunca, y esto era indispensable, tomadas en propiedad por los frailes. Resulta sin embargo interesante comprobar cómo desde los primeros momentos se delinea ya la posterior trayectoria de ambas órdenes al plantearse el fenómeno mendicante como un movimiento intrínsecamente urbano. Esta vida de itinerancia, propugnada como base de actuación de los frailes en estos primeros momentos, comenzará a modificarse a raíz del incremento del número de vocaciones, la progresiva aceptación popular y, lo que consideramos un factor determinante, la creciente hostilidad con el clero parroquial, acontecimientos todos que tuvieron como inmediata consecuencia una mayor estabilización y pusieron, en los años centrales de la centuria, las bases para el nacimiento de una nueva etapa, de infancia, caracterizada por el nacimiento de una arquitectura propia. Es entonces cuando los conventos, financiados por la iniciativa de una poderosa monarquía, de una rancia nobleza, e incluso de una enriquecida burguesía, se trasladan desde los arrabales de las ciudades al interior de las mismas, dando así luz verde a una febril actividad constructiva que marcará la actuación de los frailes en los años finales de los siglos XIII y XIV en toda su plenitud o adolescencia. Como consecuencia de este lento proceso surgirá una arquitectura cuyo rasgo más definitorio será la diversidad dentro de la unidad. Diversidad, porque el estudio detallado de las fábricas mendicantes dentro y fuera de la Península Ibérica nos permite constatar -y así tendremos ocasión de demostrarlo a lo largo de estas líneas- que en modo alguno se puede hablar de un tipo único de iglesia mendicante y, mucho menos, franciscana o dominica. Los frailes toman lo que ven, se adaptan a los condicionamientos físicos, a la personalidad de los maestros canteros, a las tradiciones constructivas de la zona de asentamiento..., si bien condicionando todo ello a dos fines principales: la liturgia y la predicación, aspecto éste que fundamenta en última instancia la existencia de ambas órdenes. Unidad, porque, pese a esa pluralidad de formas se observa sin embargo en todas las construcciones un acusado carácter de familiaridad que las singulariza respecto a otras construcciones religiosas contemporáneas. Es ésta una peculiaridad sumamente sorprendente, máxime si se constata que los frailes nunca se pararon a reflexionar acerca de cómo deberían distribuirse las dependencias en sus respectivas moradas. Piénsese que las únicas prescripciones al respecto son las emanadas de los Concilios de París, para el caso de los dominicos, tradicionalmente fechado en 1228, y Narbona en lo que respecta a los franciscanos, más tardías (1260) e inspiradas en aquéllas. En el primer texto se incide fundamentalmente en la altura de los edificios: "Que nuestros hermanos tengan casas pequeñas y sencillas, así como también que los muros de las casas, sin solario, no rebasen la altura media de XII pies, y con solario, XX; La iglesia XXX pies". En este sentido es de sobra conocido el caso del convento dominico de Bolonia, cuyas obras fueron mandadas interrumpir por considerarlo santo Domingo de una elevación excesiva. En el escrito franciscano se sugieren normas para la construcción y decoración de los mismos: "De ningún modo las iglesias deben ser abovedadas, excepto el presbiterio. Por otra parte, el campanario de la iglesia en ningún sitio se construirá a modo de torre; igualmente nunca se harán vidrieras historiadas o pintadas, exceptuando que en la vidriera principal detrás del altar mayor, puedan haber imágenes del Crucifijo, de la santa Virgen, de san Juan, de san Francisco y de san Antonio; y si se hubiesen pintado otros, serán depuestos por los visitadores". Vemos pues cómo más que prohibir, lo que hacen ambos estatutos es recomendar sobriedad y austeridad, acomodándose así a los principios de ambas órdenes en estos primeros momentos de su existencia. Dos son los elementos que entran en juego a la hora de concebir un edificio mendicante: uno, el componente religioso y otro, el factor social. En el primer caso los elementos condicionantes emanan de los propios preceptos y fines de la orden. Este aspecto lo entiende y refleja a la perfección Braunfels en su libro ya clásico sobre arquitectura monacal cuando afirma: "Así como resulta imposible comprender el templo dórico sin comprender el espíritu religioso helénico, también se interpretará erróneamente una edificación monasterial occidental si no se conoce la correspondiente regla monástica o no se admite la idealidad del pensamiento monacal".
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Sin duda, uno de los reflejos más evidentes de los cambios que ha conocido la mujer en la segunda mitad del siglo XX en España ha sido su incorporación al mercado laboral que ha alcanza casi los 9 millones de mujeres. Gráfico
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Las agrupaciones gentilicias y las relaciones de clientelas que se consolidan durante el período oscuro, en la misma dinámica organizativa en que se sustenta el renacimiento, hacen posible la organización tribal como modo de encuentro de la dinámica que lleva a la polis. Así, es difícil establecer la procedencia, una vez eliminada la concepción lineal que exige la creación de una institución detrás de la otra. En efecto, frente a una concepción excesivamente evolucionista, que concibe el proceso como una marcha ascendente hacia el Estado, desde genos y la phratría hacia la phylé y la polis para llegar al Estado territorial helenísticorromano, culminación de la historia antigua, algunos autores, sobre la tradición de Max Weber y de De Sanctis, a partir de nuevos argumentos de Bourriot y Roussel, han llegado al extremo opuesto para considerar que genos y tribu son sólo formas de organizarse la ciudad a través de la subdivisión funcional. En cualquier caso, gracias a tales argumentaciones se ha podido llegar a una actitud más flexible y capaz de observar en cada caso formas específicas de desarrollo. En cada caso, el genos ha adoptado un papel diferente, según la capacidad de control que han sido capaces de acumular determinadas familias para imponer su presencia en el tránsito hacia la organización estatal. En ese proceso, las grandes familias dirigentes, al acumular el poder y el control sobre bienes materiales y sobre colectividades humanas, han podido igualmente controlar los hilos de la organización colectiva para hacer del propio genos el único reconocible. Sólo sus miembros necesitan imponer la genealogía para hacerse reconocer como eugeneis, herederos de un genos conocido, gnorismós. Al organizarse las comunidades en tribus, los gene pudieron convertirse en elementos clave para la integración y, de ese modo, el control de los medios de agrupación fue acaparándose por los miembros de aquellos. Cuando en el proceso formativo y en los movimientos migratorios las agrupaciones se consolidaron a través de acciones dirigentes de la ascendente clase dominante, la tribu se va haciendo campo de ejercicio de su mismo dominio. Sin embargo, las tribus como tales parecen estar presentes por lo menos desde las épocas previas a la distribución y a los asentamientos. Los dorios, por su parte, con sus tres tribus repetidas en las organizaciones de cada ciudad, y los jonios con las suyas, cuatro en este caso, parecen portadores de esa tradición desde el período postmicénico, cuando las comunidades sufren el proceso de dispersión desde previas organizaciones que han creado en ellos criterios de agrupamiento. En lo que se refiere a las agrupaciones intermedias, trittyes, fratrías o heterías participan igualmente de una naturaleza dinámica, pues si bien en el primer caso la terminología refleja un contenido exclusivamente numérico y, por tanto, resultado de un acto voluntario, las otras dos reflejan aspectos del parentesco, restos de las organizaciones primitivas basadas en el mismo. La dinámica organizativa de la ciudad parece haberse servido, una vez más, de instituciones primitivas para adaptarlas a las formas de organización estatal en crecimiento que resultan así nuevas, pero también arraigadas en la tradición que reflejaría la naturaleza genética del grupo.
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Con el transcurso de los años sesenta, se produjo la marginación o el pase a la oposición de fracciones de las familias franquistas tradicionales. Esto ocurrió sobre todo en el caso de los monárquicos y los carlistas pero incluso entre los falangistas y los católicos hubo una división respecto a su posición en el seno del régimen franquista. Mientras que algunos monárquicos constituían la opositora y juanista Unión Española, parte de los nacional-católicos se sumaba a las nuevas formaciones democristianas y los tradicionalistas constituían un renovado partido carlista, e incluso los falangistas radicales creaban grupos antirrégimen como Falange auténtica o un Frente Sindicalista. La división de las familias franquistas y los nuevos alineamientos tuvieron que ver con la existencia de diversas tentativas de institucionalización del régimen de Franco. Se trataba de organizar una especie de pluralismo limitado en el seno del régimen. Esta prospectiva política, unida a las perspectivas de la sucesión en la jefatura del Estado, llevó a un juego aperturista de intentar definir una izquierda y una derecha del Movimiento. Por un lado, un sector de los falangistas, vinculado sobre todo a Sindicatos, se autodefinía como la izquierda nacional con evidentes modulaciones populistas mientras que el sector tecnócrata, de los que muchos de sus miembros pertenecían al Opus Dei, tenía un proyecto de desarrollo económico y de configuración de un Estado social de Derecho sin democracia. Antes de la crisis de gobierno de 1965, por ejemplo, Navarro Rubio pensó presidir una asociación del Movimiento de derecha católica frente a otra dirigida en la izquierda por el falangista José Girón. En definitiva, los diversos aperturismos de los años sesenta pretendían organizar un juego político de pluralismo limitado en el seno del régimen. En cualquier caso, estos aperturismos estaban lejanos de un planteamiento democrático, ni siquiera de democracia limitada, pues todavía pretendían cubrir todo el espacio político en el seno de los principios del Movimiento. No obstante, políticos del Régimen como Manuel Fraga o José María de Areilza, todavía en su etapa ministerial en Información y Turismo o en el servicio diplomático, iban a ir perfilando una peculiar teoría del centrismo que permitiría la conversión de sectores del enemigo, de la oposición democrática como los socialistas, en meros adversarios. Además de estos aperturismos se fue definiendo un sector ultra o inmovilista, reacio a cualquier cambio de los fundamentos del régimen franquista. Un representante cualificado de estos sectores ultras fue el grupo de Fuerza Nueva, aglutinado por el notario Blas Piñar. En todo caso, los deseos de apertura del Movimiento respondían a una realidad de anquilosamiento de su base y de incertidumbre ante la sucesión. Hacia 1965 el cincuenta por ciento de sus miembros pertenecía al mismo desde la inmediata posguerra, acercándose a una media de edad de los cincuenta años. La pertenencia a organizaciones del Movimiento más activas como Sindicatos o el Frente de Juventudes no se traducía necesariamente en militancia en el partido único. La gestión del nuevo ministro-secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, no ayudó precisamente a la politización del mismo sino a su burocratización. Tras la derrota de la tentativa de falangistización de Arrese, el eje de la iniciativa política pasó al almirante Carrero y a su estrecho colaborador Laureano López Rodó. Catedrático de Derecho Administrativo y miembro del Opus Dei, había sido también falangista. Aunque había entrado en la política de la mano del tradicionalista Iturmendi, su promoción la debió al almirante Carrero. Desde Presidencia ascendió en 1962 a la Comisaría de los Planes de Desarrollo, integrándose en el Gobierno tras la crisis de 1965. Según Tusell, su proyecto venía a representar una evolución hacia una dictadura burocrática de contenido clerical. La nueva Ley de Principios del Movimiento de mayo de 1958 tenía un contenido político bajo pues, aunque ratificaba la condición de reino de España, se limitaba a enunciar una docena de bases que permitía el acuerdo entre las familias arbitradas por Franco. Otros proyectos de ley orgánica terminaron arrinconados aprobándose, en cambio, unas medidas de reforma de la Administración. Esta reforma permitió, además de la racionalización burocrática, una progresiva separación entre Estado y Gobierno que, a medio plazo, habría de jugar un papel clave en la configuración de un Estado de Derecho y, por tanto, en la transición a la democracia. La ley de régimen jurídico de la Administración de julio de 1957 regulaba los procedimientos y la organización del Estado, estableciendo una jerarquía normativa y la responsabilidad de los funcionarios. Esta Ley no contemplaba para nada el tema de la jefatura del Estado ni aludía al Movimiento Nacional, lo que provocó el descontento de los falangistas. Además de la reforma de la Administración, la medida de más alcance del Gobierno de Franco de 1957 fue el giro de la política económica. La ley de Liberalización y Estabilización Económica de julio de 1959 supuso un verdadero punto de inflexión no sólo del régimen de Franco sino de la totalidad de la Historia reciente de España.
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Cuando Felipe II (1527-1598) vaya recibiendo de su padre los distintos territorios de los que le hizo heredero entre 1554 y 1556, se vendrá a recuperar de alguna manera la situación anterior a la elección imperial de 1519. La rama española de los Austrias renunciaba al trono imperial después de complejos acuerdos familiares, pero, eso sí, con la incorporación a los dominios del Rey Católico del Ducado de Milán, definitivamente asegurado contra Francia, el Franco Condado y los Países Bajos, que, con la conquista de algunos nuevos territorios, agrupaban un conjunto de Diecisiete Provincias. Sin embargo, Felipe II no iba a renunciar en modo alguno a seguir adelante con ese destacado papel en la escena internacional europea, porque, a pesar de que no es Rey Católico y Emperador al mismo tiempo, pretende mantener la hegemonía de su potencia. En el marco de las relaciones exteriores se ha operado un cambio sustancial y, ahora, no nos encontramos ante un panorama de guerras dinásticas, sino de guerras confesionales, en el que Felipe II se presenta como la cabeza del mundo católico romano. Pero esto no supuso que su política internacional fuera aceptada al cien por cien por sus súbditos españoles. La imbricación de la política hispánica con los grandes episodios de la disputa internacional será característica de todo el siglo XVI, moviéndose los Austrias Mayores sobre el difícil y resbaladizo terreno de que su acción exterior no fuera bien recibida dentro de la Monarquía Hispánica. De esta manera, no será extraño que nos encontremos con una revuelta interna al mismo tiempo que se organiza o desarrolla una campaña exterior. Los problemas comienzan nada más llegar Carlos de Gante a España en 1517 procedente de los Países Bajos. La regencia la ocupa el Cardenal Cisneros, pero la primera cuestión que se discute es la de cuál va a ser el estatuto que se le concederá al Duque de Borgoña junto a su madre, quien es la legítima reina de Castilla desde la muerte de Isabel I. Carlos impone su reconocimiento como rey conjuntamente con su madre y se niega a ser considerado únicamente regente en su nombre como había sido Fernando el Católico. Sólo a la muerte de Juana la Loca en 1555, Carlos I ocupará el trono en solitario y, entonces, lo hará por escasísimo tiempo. Las Cortes reunidas en Valladolid en 1518 lo reconocen solemnemente como soberano de Castilla, pero muestran una declarada pretensión de preservar un gobierno de naturales, es decir, de castellanos, frente a la corte flamenca y borgoñona que ha traído consigo el nuevo rey. Al año siguiente, las Cortes de Zaragoza lo reconocen como rey de Aragón y lo hacen con menos reticencias que las que han tenido que vencerse en Castilla. De Zaragoza, el nuevo Rey Católico se traslada a Barcelona para celebrar el Capítulo de la Orden del Toisón de Oro, de la que es maestre soberano, y hasta allí llega, primero, la noticia de la muerte de Maximiliano I y, poco más tarde, la de su elección como Rey de Romanos. Apenas año y medio después de su llegada a España, Carlos I se apresta a volver al Norte para ser reconocido como titular del Imperio, una dignidad muy superior a la de rey de Castilla y de Aragón. Pero, antes de hacerlo, convoca las Cortes castellanas para solicitar del reino el apoyo económico que precisa para su viaje y para sufragar los gastos que ha acarreado la elección imperial, en la que ha tenido que ser generoso con los príncipes electores. Las Cortes se celebran en Santiago de Compostela y se trasladan a La Coruña, de cuyo puerto sale Carlos rumbo al Imperio después de haber conseguido con muchas dificultades el servicio económico que pretendía. Deja a su preceptor Adriano de Utrecht -el futuro papa Adriano VI- como gobernador durante su ausencia. El camino a las Comunidades de Castilla queda definitivamente abierto, porque no sólo se gobernaba con extranjeros, sino que el rey abandonaba su reino.
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De las muchas mujeres Casan especialmente los hombres ricos, los soldados, y los señores con muchas mujeres; unos con cinco, otros con treinta, quién con ciento, quién con ciento cincuenta, y había rey que hasta con muchas más. Por donde no es de maravillar que haya en aquella tierra muchos hermanos, todos hijos de un mismo padre, pero no de madre; y así Nezaualpilcintli y su padre Nezaualcoyo, que fueron señores de Tezcuco, tuvieron cada uno cien hijos, y cada uno otras tantas hijas. Hay algunas provincias y generaciones, como son los chichimecas, mazatecas, otomíes y pinoles, que no toman más que una sola mujer, y ésta no parienta, aunque también es verdad que los señores y caballeros toman cuantas quieren, a estilo de México. En unas partes compran las mujeres, en otras las roban, y generalmente las piden a los padres, y esto de dos maneras, o para mujeres, o por amigas. Cuatro causas dan para tener tantas mujeres: la primera es el vicio de la carne, en el que mucho se deleitan; la segunda es por tener muchos hijos; la tercera por reputación y servicio; la cuarta por granjería. Y esta última la usan más que otros los hombres de guerra, los de palacio, los holgazanes y tahúres; las hacen trabajar como esclavas, hilando, tejiendo mantas para vender, con que se mantengan y jueguen; casan ellos a los veinte años, y aun antes, y ellas a los diez. No se casan con su madre, ni con su hija, ni con su hermana; en lo demás, guardan poco parentesco; aunque algunos se hallaron casados con sus propias hermanas, cuando venidos al santo bautismo dejaban las muchas mujeres y se quedaban con una sola; casaban con cuñadas, con las madrastras en quien sus padres no tuvieron hijos; pero dicen que no era lícito. Nezaualcoyo, señor de Tezcuco, mató a cuatro de sus hijos porque durmieron con sus madrastras. En Michuacan tomaban por mujer a la suegra, estando casados primero con la hija, y de esta manera tenían a hija y a madre. Aunque toman muchas mujeres, a unas las tienen por legítimas, a otras por amigas, y a otras por mancebas. Amiga llaman a la que después de casados demandaban, y manceba a la que ellos se tomaban. Los hijos de las mujeres que traen dote heredan al padre, y entre grandes señores heredaban los hijos de las del linaje del rey de México, aunque tuviesen otros hijos mayores en mujeres dotadas.
Personaje
Militar
Participó en la Segunda Guerra Mundial como comandante de división y comandante en jefe de las Fuerzas de Túnez, entre 1941 y 1943. Sin embargo, su defensa de la resistencia le obligó a abandonar Africa. Cuando regresa a Francia, tras el desembarco aliado en Normandía, se pone a la cabeza del I Ejército y alcanza Alsacia y luego llega a Alemania. En 1945 fue nombrado Jefe de Estado Mayor y luego jefe de la Comisión Francesa de Control en Alemania. Otro de los cargos que desempeñó fue como comandante en jefe del Ejército de Tierra en Europa occidental y de las tropas francesas en Indochina. Además cabe destacar su faceta como literato.