Debido a que el invierno de 1895 no fue lo suficientemente frío en Giverny y ya que Monet deseaba pintar paisajes invernales, se trasladó en enero a Noruega , instalándose en Björnegaard. Tras una etapa de depresión, empezó a pintar los fiordos y las casas del pueblo, interesado por el efecto colorista de la luz sobre la nieve que cubría las calles y los tejados de las casas, contrastando en esta ocasión con las tonalidades rojas con las que estaban pintadas las paredes. Las pinceladas son fluidas y vibrantes, interesado más en captar la sensación atmosférica que en el detallismo arquitectónico. El propio artista decía: "el motivo ya no es esencial para mí. Lo que yo buscó reproducir es lo que sucede entre el motivo y yo".
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Siguió la carrera militar y tomó parte en la conquista de Menorca y en el sitio de Gibraltar durante la guerra contra Inglaterra (1779-1783). En 1790 fue nombrado gobernador de Cuba, poniendo en marcha una interesante política de desarrollo, destacando la fundación de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, la colonización de la isla con inmigrantes canarios, la publicación del Papel Periódico y la creación de una biblioteca pública.
contexto
Según los datos arqueológicos las casas altomedievales eran muy simples, por regla general. Su tamaño era reducido y estaban construidas en madera, adobe y piedras, utilizando paja para el techo. Las cabañas de los campesinos solían medir entre 2 y 6 metros de largo por dos de ancho, horadando el piso para crear un ambiente más cálido. En su interior habitaban la familia y los animales, sirviendo estos de "calefacción". Las casas podían tener una cerca alrededor donde se ubicaría el huerto, uno de los espacios más queridos en la época. Allí se cultivaban las hortalizas, las legumbres y las pocas frutas que constituían parte de la alimentación de los campesinos El mobiliario de las casas era muy escaso. Algunas ollas de cerámica, platos y marmitas, una mesa y taburetes para comer a su alrededor ya que los germanos abandonaron la costumbre romana de comer acostados y apoyándose sobre un codo. Al ubicarse alrededor de la mesa se emplearon cuchillos y cucharas, aunque serían las manos la pieza más utilizada para comer. La comida más fuerte era la de la tarde, rompiéndose el tópico que en la época medieval se pasaba habitualmente hambre. Al principio de la comida se servía la sopa, invento franco consistente en caldo de carne con pan. Después se comen las carnes, tanto en salsa como a la parrilla, acompañadas de verdura -coles, nabos, rábanos, aliñados con especias, ajo y cebolla, considerando que las especias favorecían la digestión-. Era habitual que los platos se aliñaran con garum, condimento de origen romano elaborado a partir de la maceración de intestinos de caballa y esturión en sal. El vino y la cerveza regaban estas pantagruélicas comidas habituales en la nobleza. Como no todos los platos eran devorados, las numerosas sobras caían en manos de los esclavos y sirvientes que daban debida cuenta de ellas. Son frecuentes los testimonios que aconsejan abandonar esta dieta para sustituirla por "raíces, legumbres secas y gachas con una pequeña galleta, a fin de que el vientre no esté pesado y asfixiado el espíritu" como recomienda san Columbano a sus monjes. Un monje nos cuenta que "no probaba ni siquiera el pan y sólo bebía cada tres días una copa de tisana" mientras que un rico bretón llamado Winnoch se jactaba de comer sólo hierbas crudas. Pero estos casos no eran lo habitual ya que Fortunato manifiesta que sale de las comidas "con el vientre inflado como un balón" mientras que Gregorio de Tours monta en cólera cuando hace referencia a dos obispos que pasan todo el día comiendo, "se volcaban sobre la mesa para cenar hasta la salida del sol", durmiendo hasta el atardecer. Las dietas de los monjes eran abundantes. En un día un monje solía consumir 1700 gramos de pan, litro y medio de vino o cerveza, unos 80 gramos de queso y un puré de lentejas de unos 230 gramos. Las monjas se contentan con 1400 gramos de pan y 130 gramos de puré, añadiéndose el queso y el vino. Los laicos suelen engullir kilo y medio de pan, 100 gramos de carne, 200 gramos de puré de legumbres secas y 100 de queso, regado también con litro y medio de vino o cerveza. Las raciones alimentarias rondarían las 6.000 calorías ya que se consideraban que sólo son nutritivos los platos pesados, convirtiéndose el pan en el alimento fundamental de la dieta. En algunos casos, cuando no había platos, los alimentos se tomaban sobre el pan. De estos datos podemos advertir que la obesidad estaría a la orden del día, por lo menos entre los estamentos noble y clerical, si bien los campesinos también hacían comidas fuertes cuyas calorías quemaban en su duro quehacer diario. Las fiestas eran iguales a exceso en la época altomedieval. Las raciones alimenticias de monjes y clérigos aumentaban en un tercio, alcanzando las 9.000 calorías gracias a doblar la ración diaria de potajes, sopas o pures y recibir medio litro más de vino junto a media docena de huevos y un par de aves. Los canónigos de Mans recibían en determinadas fiestas un kilo de carne con medio litro de vino aromatizado con hinojo o salvia. Si advertimos que el calendario cristiano contaba con unos sesenta días festivos al año -más las festividades locales- podemos imaginar el peso alcanzado por algunos monjes. En época de Cuaresma la carne se sustituye por pescados: lenguados, arenques, congrio o anguilas. Estas pesadas comidas requerían de largas digestiones "acompañadas de siestas, eructos y flatulencias expresadas de la manera más sonora posible, porque tal cosa se consideraba como prueba de buena salud y de reconocimiento al anfritión" en palabras de Michel Rouche. Buena parte de la culpa de estas comilonas está en la mentalidad de la época al asociar la salud, las victorias militares o la progenie con las plegarias y los banquetes que se prolongaban durante dos o tres días. En un mundo plagado de violencias como era el altomedieval se impuso obligatoriamente la hospitalidad, tanto en casas como en monasterios. El viajero o peregrino podía refugiarse del cansancio o de los bandidos acogiéndose a la hospitalidad brindada. "Quienquiera que rehuse al huésped recién llegado a un techo o un hogar pagará tres sueldos de multa" según aparece en la ley burgundia. Aunque los viajes y traslados no fueran muy numerosos, el viajero podía moverse con la tranquilidad de que él y su montura recibirían un trato respetuoso allí donde solicitara hospitalidad. Esta es la razón de la creación de hospederías donde se pueden alojar los peregrinos, en un momento donde las peregrinaciones empiezan a tomar forma. De esta manera se intenta evitar que los viajeros no tengan que prostituirse para poder llegar a su destino, como ocurrió a unos compañeros anglosajones de san Bonifacio. Esta práctica debía ser corriente por lo que la Iglesia prohibió a las mujeres la peregrinación. En Corbie se instituyó una posada para doce viajeros mientras que en Saint-Germain-des-Pres se contaron 140 huéspedes en un solo día durante el año 829. Carlomagno animó a los obispos a instituir hospederías para pobres y ricos, diferenciándose también a los viajeros por su condición social.
contexto
No resulta posible proponer un tipo uniforme para la variedad de casas y edificios públicos ibéricos conocidos, pues se trata de un aspecto que ha sido poco tratado en las publicaciones, ya que la mayoría de las excavaciones realizadas en poblados y ciudades ibéricas han consistido en pequeños sondeos que pocas veces han permitido la observación de estructuras urbanas más o menos complejas. La mayor parte de las casas ibéricas son de pequeño tamaño y no muchas habitaciones, aunque tampoco en este aspecto puede establecerse una norma fija. E. Llobregat realizó hace algunos años un estudio de las viviendas de La Bastida y de Covalta, y llegó a la conclusión de que la mayor parte de las casas constaba de dos departamentos, uno de los cuales contenía restos de ajuares metálicos, en tanto que en el otro predominaban los elementos cerámicos, asociados a piedras de molino, fusayolas y pesas de telar, y en los más grandes aparecía una mezcolanza de todo. Con base en ello, Llobregat propuso una primera división de la casa ibérica en un androceo o estancia destinada a los hombres, donde abundarían las piezas metálicas, y un gineceo, con predominio de las cerámicas y útiles domésticos, para uso femenino, aunque consideraba que éste pudo servir también como lugar de reposo y descanso y el androceo, a su vez, como almacén y establo. Esta división de la casa en dos dependencias, aunque sin que se pueda establecer en otros poblados una organización tan clara como la propuesta por Llobregat, resulta muy abundante en todo el mundo ibérico; es frecuente que una de las habitaciones sea relativamente grande, contando con hogar, banco, etc., y que la otra sea más pequeña; la primera serviría de vivienda habitual y la segunda sería una dependencia de servicio, posiblemente un almacén. Es lo que ocurre, por ejemplo, en el poblado de El Oral. Aquí existen bastantes casas de dos habitaciones, organizadas según acabamos de referir, pero en algunos casos este esquema se hace más complejo, como ocurre por ejemplo en la casa III G, que presenta una unidad central en forma de T, a cuyo brazo superior se abren dos habitaciones casi gemelas; una de sus esquinas se cerró posteriormente con un pequeño murete, delimitando así la dependencia de servicio o almacén, en tanto que el otro extremo debió cerrarse con una empalizada de la que no quedaron restos. Las habitaciones principales se abrían hacia el brazo superior de la T, esto es, hacia el interior de la casa, y mostraban restos de pavimentos de adobe, hogares y bancos. En un momento posterior, a esta casa se incorporó un conjunto de habitaciones con hogar y almacén, de mayores dimensiones, en lo que antes debió ser espacio comunal, esto es, en la plaza del centro de la manzana. Existen también otras casas más amplias, con mayor número de habitaciones y plantas más complejas, que en ocasiones pueden llegar a contar con cinco o seis estancias, distribuidas en torno a un amplio espacio que bien podría tratarse de un patio; en la Bastida de Mogente llegan incluso a identificarse una docena de departamentos comunicados entre sí. La mayor parte de estas casas están construidas con muros de adobe sobre un zócalo de piedra y presentan un revestimiento de arcilla encalada. Podían tener umbrales de entrada, hechos en piedra, arcilla o adobe, o en piedra revestida de arcilla, y en su interior existían hogares y bancos de diverso tipo, casi siempre de arcilla o de adobe, o bien de arcilla sobre una base de piedra; en ocasiones, los hogares podían tener capas intermedias de fragmentos cerámicos y pequeños guijarros, que tenían la finalidad de conservar el calor más allá de lo que lo haría la simple arcilla. Los vanos de las puertas podían estar reforzados por postes, que en ocasiones servían también para sostener la cubierta. Esta era de ramas, recubierta por una capa de arcilla, todo ello sobre un entramado de palos, de lo que han quedado algunos restos, sobre todo en forma de improntas de barro con huellas del ramaje. Por regla general, las viviendas eran de un solo piso, aunque tenemos constancia en algunos casos de la existencia de otro superior, como ocurre en El Palomar de Olite (Teruel) o El Puig de la Nao (Castellón); en este último caso, se accedía a él por medio de una escalera adosada a la fachada de la casa. Además de las casas normales, en los últimos años se han comenzado a detectar en el mundo ibérico otras de las características especiales, que parece posible identificar con templos o edificios públicos. Desde hace muchos años se conocía la planta rectangular de un edificio de uno de los santuarios de Sierra Morena, edificio que se ha venido identificando, posiblemente con razón, con un templo, pese a que es muy poco lo que se conoce de él; este posible templo permaneció durante muchos años como un unicum en la arqueología ibérica, secundado sólo por un recinto también de planta cuadrangular situado en la parte más elevada de la ciudadela de Ullastret, que se suponía correspondía también a un templo. En este contexto, los descubrimientos de las excavaciones de la Isleta de Campello, en Alicante, resultaron del mayor interés, ya que sacaron a la luz un conjunto de edificios para los que Llobregat propuso una finalidad religiosa, al identificarlos como posibles templos. Uno de ellos, el templo B, es un recinto cuadrangular, al parecer descubierto, con una losa en su centro, en cuyas proximidades apareció un fragmento de un quemaperfumes de tipo oriental; podríamos encontramos, en este caso, ante un santuario hipetro, del tipo conocido como lugar abierto en el mundo oriental. El otro edificio, llamado templo A, por el contrario, resulta una construcción de planta rectangular bastante compleja: a través de un vestíbulo que ocupa todo el ancho del edificio se accede al interior, que está distribuido en tres espacios longitudinales; el central es más ancho, y los laterales más estrechos y cortos, sin llegar a alcanzar la pared trasera del edificio; se produce de esta forma un ensanchamiento de la estancia central, que adopta forma de T, con el espacio del fondo partido de nuevo en dos por un murete perpendicular a la pared trasera y situado en el eje longitudinal de la construcción. Casas de planta prácticamente idénticas están documentadas en Megido y Tell en Nasbeh, entre otros lugares del Próximo Oriente, en una fecha tan antigua como el siglo VII a. C. Este segundo edificio se encontraba ya parcialmente excavado desde las primeras décadas del siglo, lo que ha impedido completar su estudio y saber si se trataba realmente de un templo o, por el contrario, correspondía a un edificio público. Llobregat supuso que se trataba de un templo, y lo relacionó con tipos etruscos de tres naves, aunque, como ya hemos indicado, puede tratarse también de un tipo de casa existente en el Próximo Oriente desde siglos atrás, sin relación obligada con actividades de tipo religioso. Parece evidente, en cualquier caso, que se trata de una casa especial, que debió tener una finalidad importante, ya sea como templo, ya sea como edificio público. La cronología que propone su excavador, el siglo IV a. C., nos está indicando que en esta época los poblados ibéricos contaban ya con edificios de función específica. Y no parece éste el único caso; es seguro que lo fue también el gran edificio de adobe de Botorrita (Zaragoza), aunque de fecha más tardía y correspondiente al ámbito cultural celtibérico, que debió contar con un pórtico de columnas de arenisca, cuya monumentalidad parece indicar la existencia de una larga tradición de edificios monumentales. Y posiblemente sea también un edificio de este tipo el monumento de Zalamea, posiblemente el más antiguo de todos, que ha sido interpretado de forma diferente por los diversos autores: como un palacio-santuario (Maluquer), un altar de cenizas (Blanco) o un palacio propiamente dicho (Almagro). De estos edificios son muy pocos los elementos decorativos que se conocen; sólo algunas muestras aisladas, como fragmentos de pilastras, capiteles, cimacios, fustes, etc. No puede decirse tampoco que todos ellos respondan a unos principios básicos generales; mientras que unos presentan acabados refinados, casi siempre con motivos geométricos más o menos complejos (roleos, espirales, lacerías, etc.), otros son de una simplicidad y rusticidad considerables; así, por ejemplo, la columna del Cortijo del Ahorcado, en Baeza, con un capitel cuadrangular, simple y esquemático, que más que un capitel parece en realidad un cimacio. Los pocos restos conservados nos impiden saber si estas diferencias responden a causas regionales, cronológicas o culturales, aunque es posible que todas ellas hayan sido responsables en parte. No sólo es en las ciudades y los poblados donde los iberos plasmaron sus ideas arquitectónicas. Como en todas las culturas antiguas, los iberos concedieron un papel muy destacado a la muerte y a todo lo con ella relacionado. Como más adelante veremos, los temas funerarios están muchas veces presentes en la escultura, en la cerámica, y en la orfebrería, y no es de extrañar, por tanto, que también la arquitectura tuviera una destacada vertiente funeraria; los iberos construyeron tumbas, cuya morfología y estructura variaba, lógicamente, en función de la categoría social y de las posibilidades económicas del difunto; se conocen desde los simples hoyos en el suelo hasta los grandes monumentos construidos según la más avanzada técnica arquitectónica.
contexto
Un expresivo texto tomado de las Varias noticias de Cristóbal Suárez de Figueroa nos servirá para mostrar la pluralidad de funciones que se desarrollaban en el seno de una familia. Suárez de Figueroa se pregunta ¿qué es una familia? y contesta: "Compónese de marido y mujer, señor y criado, siendo de todo perfecta y cumplida cuando intervienen hijos. Esta se puede dividir siguiendo la opinión de los filósofos en cuatro partes: conyugal, parental, señoril y posesoria. La conyugal contiene marido y mujer; la parental, madre, padre, hijos; la señoril, señor y criados; la posesoria, bienes muebles y raíces". De un lado, la casa era el lugar de la reproducción, de las relaciones de consanguinidad y parentesco, el paterfamilias era progenitor biológico; de otro, era un espacio de producción, donde el paterfamilias es el posesor, el patrón para sus hijos y para sus criados, pues todos trabajan a sus órdenes bajo el mismo techo; por último, es una instancia de poder que gobierna la casa ("oikos despotés") y que, a su vez, la representa como vecino en la escala inmediatamente superior, la de la villa, o en sus relaciones con otros poderes señoriales. Normalmente, estas funciones le corresponden al padre, pero si éste ha fallecido pasa a desempeñarlas su viuda, que, así, se convierte en jefe de familia y vecino. De esta pluralidad funcional, en las familias contemporáneas ha desaparecido lo productivo que hacía del padre un patrón -por ejemplo, de los talleres artesanos se pasó a las fábricas y, en consecuencia, la gente dejó de trabajar bajo ese mismo techo en el que vivía-, así como lo político, lo señoril para Suárez de Figueroa, -en este caso, en beneficio del Estado que terminó por reclamar y centralizar todo el poder en su propia y exclusiva sede. La familia contemporánea se ha reducido al cumplimiento de una función biológica y afectiva (lo conyugal y parental de nuestro texto) definida, social y psicológicamente, por el predominio de la intimidad y de lo individual. En la España moderna, en cambio, la familia determinaba el estado al que pertenecían los que nacían en ella; un hijo de pecheros, lo era; un hijo de nobles, lo era. Además, una forma habitual de ascender socialmente cambiando de estado era, precisamente, el matrimonio, es decir, la entrada en una nueva familia. A la estrategia familiar se sacrificará lo individual; la defensa, promoción y perpetuación de los intereses familiares -del linaje- constituirán el objetivo básico de la familia y para ello se procederá a la fundación de mayorazgos, una forma, en suma, de asegurarse que la línea de sucesivos padres de familia tuviesen garantizados los recursos y el poder suficientes para servir a la familia. Aunque, de hecho, fueron un instrumento predilecto y un signo distintivo de la nobleza, cualquiera podía fundar un mayorazgo si conseguía la preceptiva autorización real para hacerlo. Consistía éste en una forma de vinculación de un conjunto de bienes, tanto muebles -se puede vincular una biblioteca o una tapicería rica- como inmuebles, y rentas que pasaban íntegramente a poder de un único heredero, por lo general el primogénito varón. Atendiendo a las condiciones de su carta de fundación, el contenido del mayorazgo resultaba vinculado a una línea sucesoria, es decir, el conjunto de bienes no debían disgregarse nunca, ni siquiera por embargo, quedando obligados sus sucesivos titulares a mantenerlos siempre unidos. En consecuencia, estaban amortizados; por tanto, no era posible deshacerse de ninguno de ellos por venta puesto que por naturaleza eran inajenables. De la misma forma que sólo se constituían con una licencia real, el titular podía solicitar de la Corona una autorización especial para imponer censos consignativos (hipotecas) sobre los bienes vinculados al mayorazgo, bajo pretexto de que esto resultaba indispensable para su preservación. La atención que debía prestarse a los otros miembros de la familia que habían quedado fuera del disfrute de los bienes vinculados podía ser un buen argumento en favor de estas peticiones, porque el titular tenía que seguir ocupándose de hermanos y hermanas segundones. Una carta de Diego Sarmiento de Acuña a su hijo Lope explica muy bien esta condición, más que de propietario, de mayordomo o administrador que tenía el titular de un mayorazgo: "... aunque la poca haciendo que yo tengo es de mayorazgo y, siendo Dios servido, has de suceder en ella, no la has de llamar mía ni tenerla por tuya, llamarla has nuestra y tenerte por mayordomo de ella hasta haber acomodado a todos tus hermanos, que, de esta manera, serás señor de ella y de ellos y Dios y los hombres te ayudarán". Una de las formas en las que se traducía esa obligación del mayorazgo de acomodar, como decía aquí Sarmiento de Acuña, a sus hermanos era la institución de capellanías, de las que solían beneficiarse los segundones de las casas. Para su fundación se exigía, también, el permiso real y consistían en que un patrón vinculaba y amortizaba los distintos bienes y rentas de que disfrutaría un capellán a cambio de atender los servicios religiosos de una capilla. Los sucesivos titulares de la capellanía serían designados por el patrón, quien solía elegir por lo general a miembros de la propia familia. Es el mismo Sarmiento de Acuña quien expone en la ya citada carta a su hijo cuál era el sentido del señorío que atribuye al mayorazgo con respecto al resto de los miembros de su familia, advirtiendo cómo se debía proceder cuando se era paterfamilias: "Y, pues Dios te ha dado tal madre, conócela y sírvela de rodillas y a tu tío; a tus hermanos regalándolos y reprendiéndoles de lo que no deben decir ni hacer, advirtiéndoles con amor de lo que harán y el amor y respeto hasle de mostrar mayor a tus hermanas, en lo que se debe a las mujeres, como por ser parte más desamparada y, en fin, ser de la misma sangre que tú tienes en las venas y para ningún caso hallarás tan fieles amigos como tus hermanos". Regalo y reprensión se mezclan en su acción, presidida por el amor y la amistad, los firmes valores en los que descansa su pequeña comunidad. Sobre la base de la tradición aristotélica, el pensamiento político moderno consideró que la amistad y el amor no eran cualidades, digamos, estrictamente privadas, sino también básicamente públicas y que las relaciones, por ejemplo, entre los monarcas y sus súbditos o entre el reino y el rey debían responder a ese paradigma de la amistad liberal y desinteresada. Así, la familia pasó a convertirse en un auténtico modelo para la construcción de otras comunidades a mayor escala. En la España del siglo XVI podemos encontrar numerosos ecos de esa imagen familiar. El que se ha hecho más famoso es el que aparece en una carta, con justicia célebre, que Ribadeneira envió al Cardenal Quiroga en 1580 y en la cual refiere cómo el reino ha venido a disgustarse con Felipe II por culpa de la política adoptada durante la agitada década de 1570. Obsérvense los términos empleados por el jesuita para expresar ese disgusto de los súbditos caídos en el amor de su rey que: "... tan poderoso y tan obedecido y respetado, no es tan bien quisto como solía ni tan amado, ni tan señor de las voluntades y de los corazones de sus súbditos". Esto respecto a los valores de amor y amistad que, presentes en la familia, deberían guiar la acción monárquica para con el reino. Sin embargo, la familia moderna, con su paterfamilias investido en incontestado señor de ese mínimo espacio que era la casa, también podía ser invocada para robustecer el poder del rey. Este, ahora, podía ser presentado como el padre de su reino que debía administrar económicamente como si fuera una casa. Como han observado los historiadores del poder, trasladar la potestad económica al gobierno general del reino redundaba en la capacidad de acción voluntaria de los soberanos. La aparente contradicción entre estas dos posturas no viene más que a insistir en la importancia de la familia como elemento central del lenguaje político de la España de los Austrias. Y de una centrafidad que no afecta sólo a su imaginación o cultura políticas, sino también a su práctica. Como ha sintetizado recientemente Jean Frédéric Schaub, mayorazgos y capellanías supusieron un extraordinario lazo de unión entre las familias y la Corona. Su fundación y la eventual enajenación de una parte de sus rentas o bienes resultaban fundamentales para el mantenimiento de los intereses familiares, pero, recuérdese, ambas cosas estaban en manos reales. De esta forma, las estrategias familiares pasaban por la colaboración con la Corona, la cual, a su vez, se beneficiaba de las redes de clientelismo y solidaridad que se forjaban, precisamente, sobre la base de linajes y familias entrando en la formación de bandos y facciones.
Personaje
Arquitecto
Se inicia bajo los consejos de fray Grabriel Casas, a quien ayuda en la realización del claustro de la catedral de Lugo. En esta obra se dejaría llevar por las corrientes renacentistas. Inmediatamente después realizó su primer trabajo individual; la iglesia y convento de las Capuchinas en La Coruña. A esta edificación le siguió el convento de Belma en Santiago de Compostela. En esta misma localidad realiza la fachada del Obradoiro de la catedral entre 1738 y 1749. Todos los edificios que realiza en esta época se recrean en el gusto barroco por influencia de Domingo de Andrade. En la fachada del Obradoiro conjuga elementos clásicos con las tendencias del medievo. Casas y Novoa sería uno de los artistas eclécticos del siglo XVIII.
contexto
En el Magreb no se conservan restos de palacios ni de casas almohades. De las construcciones de esta poderosa dinastía en algunos lugares de al-Andalus, como el Algarve, Murcia, Málaga y Sevilla, quedan algunas referencias en fuentes literarias, en tanto las fuentes arqueológicas van precisando cada vez más diversas cuestiones a su alrededor. Cuenta el cronista cortesano Ibn Sahib al-Sala que el califa Abu Yaqub "levantó también en Sevilla los nobles palacios fuera de la Puerta de Yahwar", y en otro pasaje de su Crónica, precisa que, en octubre de 1171, el califa Abu Yaqub "ordenó también construir los nobles, famosos y felices alcázares de la Buhayra, pasada la Puerta de Yahwar, en Sevilla, en el lugar que antes la gente llamaba Luqm Faraun (Bocado de Faraón)... construyó alli alcázares y casas para el Gobierno, sobrepasando lo que había construido su hermano el altísimo señor Abu Hafz, para quien trabajó el almojarife Muhammad b. al-Muallim, junto al río de Sevilla, pasada la puerta de al-Kuhl... (Ordenó) que le acotaran la tierra baldía lindante con los alcázares y edificios... para hermosear la residencia, plantando olivos, árboles y vides y frutales raros... la construcción se cercó por los cuatro costados con un muro protector".El califa Abu Yusuf, por su parte, ordenó, en su primera campaña andalusí, en 1190-91 "que se le construyera en la ribera del Gran Río de Sevilla un recinto fortificado con alcázares y pabellones", según el cronista al-Marrakusi, que añade cómo en 1195, durante su segundo viaje a al-Andalus, aquel califa ya habitó en esas nuevas construcciones. En el Alcázar de Sevilla quedan algunos elementos de época musulmana, como el patio del Yeso, fechable en el siglo XII, aunque no pueda precisarse si al principio o al final de tal centuria, con lo cual es incierto saber si pertenece al período almorávide o al almohade. Mide 12,25 x 11 metros, hecho en ladrillo, con arquería sólo en un frente, de un gran arco central flanqueado a cada lado por tres menores, con intradós de yeso que dibujan curvas yuxtapuestas. Calada celosía romboidal corona los arcos menores. El jardín está dividido por dos andenes cruzados, como sucedía también en el Alcázar Viejo, relacionable con obras almohades, situado donde luego se alzó la Casa de Contratación.Sobre las casas andalusíes ha avanzado mucho su conocimiento en los últimos años, como se pone de manifiesto en varias publicaciones, entre ellas en la colectiva La casa hispanomusulmana. Aportaciones de la arqueología, Granada, 1990. Sobre la época almohade, en concreto, el descubrimiento y estudio del rico conjunto urbano de Siyasa (despoblado andalusí, cuyo topónimo pasó a la ciudad cristiana de Cieza, levantada en sus proximidades) ha permitido a Julio Navarro Palazón ofrecer importantes precisiones sobre la tipología de las viviendas: entre las de tipo complejo, el promedio de superficie construida oscila entre 100 y 150 m2 (aunque alguna sobrepasa los 200 m,), con cuatro crujías, en general un hermoso patio (una casa tiene dos), entre 32 m2 el mayor y 12 M2 el menor de las viviendas de este grupo, patio cuadrado o rectangular bastante regular, ricamente adornado (12 arcos se hallaron en una de las casas; otra tenía un ostentoso pórtico). Alrededor del patio se disponían el salón principal, una o dos alcobas, salón secundario, gran cocina (con alacena, hogar y banqueta), letrina, zaguán o pasillo acodado (resguardando el interior de la vivienda de la vista desde fuera), tinajero y, además, el establo. El tipo de casa elemental, que no rebasa los 50 m2 construidos, carece de alguna de la cuatro crujías configuradas por el patio (reducido incluso a 4 y 5 m2), y sus espacios están peor definidos por cuanto el poco espacio llevaba a que una misma dependencia se usara para varias funciones; estas casas menores tenían además letrina, en algunas se distingue un salón (aunque en otras su función la cumpliría la cocina, no siempre definida como pieza independiente); desaparecen los pasillos acodados y el zaguán. Se aprecian arranques de escaleras, que conducirían a un piso alto, de cuya distribución y amplitud no queda constancia.
obra
El paisaje de Koch conecta con las imágenes exaltadas de la naturaleza alpina, propias de la primera pintura paisajista romántica, y también como las visiones neomanieristas de tema literario que popularizaron los autores que adscribimos al Sturm und Drang. Artista muy amigo de polémicas contra el academicismo, la obra de este pintor tirolés instalado en Roma acusa, no obstante, los excesos de un gusto sincretista, que recala en universos artísticos muy diversos de la tradición clásica y manierista.
obra
El aprendizaje de Hackert en Berlín con el francés Le Sueur le llevó a trabajar en un primer momento en la línea del paisajismo barroco holandés. Pero a su llegada a Roma en 1764 fue uno de los primeros en tomar contacto con la pintura de Poussin y aplicar sus principios al paisaje. Hackert mantuvo en sus paisajes la fidelidad topográfica que le diferencia de otros artistas como Koch, fidelidad que era muy apreciada por sus compradores. En este lienzo que contemplamos nos encontramos un estilo heroico, en la línea de las obras de Koch, con todos los elementos matemáticamente calculados para que el efecto sea grandioso, aportando incluso cierto aire sentimental al conjunto.