CAPÍTULO XIII Envían un caudillo español al curaca Anilco por socorro para acabar los bergantines Por las semejantes inundaciones que este Río Grande y otros que en la historia se han nombrado hacen con sus crecientes, procuran los indios poblar en alto donde hay cerros y, donde no los hay, los hacen a mano, principalmente para las casas de los señores, así por la grandeza de ellos como porque no se aneguen. Y las casas particulares las hacen tres y cuatro estados altas del suelo, armadas sobre gruesas vigas que sirven de pilares, y de unas a otras atraviesan otras vigas y hacen suelo, y encima de este suelo de madera levantan el techo con sus corredores por todas cuatro partes, donde echan la comida y las demás alhajas, y en ella se socorren de las crecientes grandes. Las cuales no eran cada año sino según que en las regiones y nacimientos de los ríos hubiese nevado el invierno antes y lloviese el verano siguiente, y así fue la creciente de aquel año mil y quinientos y cuarenta y tres grandísima por las muchas nieves que vimos haber caído el invierno pasado, si ya no fuese lo que dijo la vieja que creciese de catorce en catorce años, lo cual se podrá experimentar si la tierra se conquista, como yo lo espero. Durante la creciente del río fue necesario enviar una escuadra de veinte soldados que fuesen en cuatro canoas atadas de dos en dos, porque, yendo sencillas, no se trastornasen los árboles que debajo del agua topasen. Los soldados habían de ir al pueblo de Anilco, que estaba veinte leguas de Aminoya, a pedir mantas viejas de que hacer estopa para calafatear los bergantines y sogas para jarcias y resina de árboles para brea, que, aunque de todas estas cosas tenían hecha provisión, les faltó para acabar la obra. Por caudillo de los veinte soldados eligieron a Gonzalo Silvestre, que fuese con ellos, así porque era muy buen soldado y capitán como porque pocos días antes había hecho un gran servicio y regalo al curaca Anilco. Y fue que en la jornada que el año antes, como atrás dejamos dicho, el gobernador Hernando de Soto hizo al pueblo de Anilco, donde los guachoyas hicieron aquellas crueldades y quemaron el pueblo, Gonzalo Silvestre había preso un muchacho de doce o trece años que acertó a ser hijo del mismo cacique Anilco, el cual había traído consigo en todo el camino pasado que los españoles anduvieron hasta la tierra que llamamos de los Vaqueros y lo había vuelto a la provincia de Aminoya, donde entonces estaban, y este muchacho solo le había quedado y escapado de la enfermedad pasada de cinco indios de servicio que en aquella jornada había llevado consigo, y, cuando los españoles se volvieron al Río Grande, el curaca Anilco había hecho pesquisa de su hijo y, sabiendo que era vivo, como él fuese amigo de los españoles, lo había pedido, y Gonzalo Silvestre, por los muchos beneficios que el cacique les hacía, se lo había dado de muy buena voluntad, aunque el muchacho, como muchacho, al entregársele a los suyos, había rehusado ir con ellos porque estaba ya hecho con los españoles. Por este servicio que Gonzalo Silvestre había hecho al curaca Anilco lo eligió el gobernador por parecerle que, teniéndole obligado con la restitución del hijo, alcanzaría más gracia con él que otro alguno de su ejército. El Silvestre fue con los veinte de su cuadrilla y para guías y remeros llevó indios de los mismos de Anilco. Llegando al pueblo halló que estaba hecho isla y que la creciente del río pasaba otras cinco o seis leguas adelante, de manera que por aquella parte había salido el río de su madre veinte y cinco leguas. Luego que el cacique Anilco supo que había castellanos en su pueblo y quién era el caudillo y lo que venían a pedir, mandó llamar a su capitán general Anilco y le dijo: "Capitán, mostraréis el ánimo y voluntad que al servicio de los españoles tenemos con mandar que los regalen y festejen más que a mi propia persona y con darles recaudo que para sus bergantines piden tan cumplidamente como si fuera para nosotros mismos, por el amor que a todos les tenemos y por la particular obligación en que este capitán nos ha puesto con la restitución de mi hijo. Y mirad que fío esto de vuestra persona más que de la mía porque sé que a todo daréis mejor recaudo que yo, como hacéis siempre lo que se os encomienda." Dada esta orden, mandó llamar a Gonzalo Silvestre y que no fuese ninguno de los suyos con él, porque dijo que de no haberlos recibido con amistad la vez primera que a su tierra habían llegado estaba tan corrido y avergonzado que toda su vida sentiría pena y dolor de aquella mengua y afrenta que a sí propio se había hecho y que por este delito no osaba parecer delante de los españoles. A Gonzalo Silvestre salió a recibir fuera de su casa, y lo abrazó con mucho amor, y lo llevó hasta su aposento, y no quiso que saliese de él todo el tiempo que los castellanos estuvieron en su pueblo. Gustaba mucho de hablar con él y saber las cosas que a los españoles habían sucedido en aquel reino, y cuáles provincias y cuántas habían atravesado, y qué batallas habían tenido y otras muchas particularidades que habían pasado en aquel descubrimiento. Con estas cosas se entretuvieron los días que allí estuvo Gonzalo Silvestre, y les servía de intérprete el hijo del cacique que le había restituido. Entre estas pláticas y otras que siempre tenían, dijo el cacique un día de los últimos que Gonzalo Silvestre estuvo con él: "Basta, capitán, que Guachoya, no habiendo él ni cosa suya tenido jamás ánimo ni osadía de poner los pies en todo el término de mi estado y señorío, se atrevió, con el favor de los castellanos, a venir a mi pueblo y entrar en mi propia casa y saquearla con mucha desvergüenza y ningún respeto del que debía tenerme e hizo otras insolencias y crueldades con los niños y viejos en venganza nunca esperada de sus injurias y, no contento con lo que hizo en los vivos, pasó a injuriar los muertos con sacar los cuerpos de mis padres y abuelos de sus sepulcros y echarlos por tierra y arrastrar, hollar y acocear los huesos que yo tanto estimo, y, últimamente, se atrevió a poner fuego a mi pueblo y casa contra la voluntad del gobernador y de todos sus españoles, que bien informado estoy de todo lo que entonces hubo, a lo cual no tengo más que decir sino que vosotros os iréis de esta tierra y nosotros nos quedaremos en ella, y quizá algún día me desquitaré del juego perdido." Las mismas palabras son que el cacique dijo a Gonzalo Silvestre, y las habló con todo el sentimiento de afrenta y enojo que se puede encarecer. Por lo cual se entendió que este curaca hubiese hecho e hiciese tanta amistad a los castellanos, lo uno, porque no se inclinasen a favorecer a Guachoya contra él, y lo otro, porque para vengar su afrenta desease que los españoles se fuesen presto de aquella tierra y por esto les hubiese dado y diese con tanta liberalidad los recaudos que para los bergantines le pedían, y así, ahora últimamente, para lo que le pidieron, hizo todo el esfuerzo y diligencia posible y con brevedad les dio recaudo de las mantas, sogas y resina que les pedían en más cantidad que había sido la demanda ni la esperanza de ella, porque los españoles habían ido temerosos, que, por falta de lo que pedían, no había de poder el cacique darles recaudo. El cual, juntamente con las municiones, les dio veinte canoas e indios de guerra y de servicio y un capitán que les sirviese y llevase a recaudo. Y a la despedida abrazó a Gonzalo Silvestre y le dijo que le disculpase con el gobernador de no haber ido personalmente a besarle las manos, y que, en lo que tocaba a la liga de Quigualtanqui y sus confederados, le avisaría con tiempo de lo que contra los castellanos maquinasen. Con este recaudo volvió Gonzalo Silvestre al gobernador y le dio cuenta de lo que en aquel viaje le había sucedido.
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De la descripción de la provincia de Popayán, y la causa por que los indios della son tan indómitos y los del P u son tan domésticos Porque los capitanes del Perú poblaron y descubrieron esta provincia de Popayán, la porné con la misma tierra del Perú, haciéndola toda una; mas no la apropiaré a ella, porque es muy diferente la gente, la disposición de la tierra y todo lo demás della; por lo cual será necesario que desde el Quito (que es donde verdaderamente comienza lo que llamamos Perú) ponga la traza de todo y el sitio della; y desde Pasto, que es también donde por aquella parte comienza esta provincia, y se acaban en Antiocha. Digo, pues, que esta provincia se llamó de Popayán por causa de la ciudad de Popayán, que en ella está poblada. Tendrá de longitud docientas leguas, poco más o menos, y de latitud treinta y cuarenta, y a partes más y a cabos menos. Por la una parte tiene la costa de la mar del Sur y unas montañas altísimas muy ásperas, que van de luego della al oriente. Por la otra parte corre la larga cordillera de los Andes, y de entrambas cordilleras nascen muchos ríos, y algunos muy grandes, de los cuales se hacen anchos valles; por el uno dellos, que es el mayor de todas estas partes del Perú, corre el gran río de Santa Marta. Inclúyese en esta gobernación la villa de Pasto, la ciudad de Popayán, la villa de Timamá, que está pasada la cordillera de los Andes, la ciudad de Cali, que está cerca del puerto de la Buena ventura, la villa de Ancerma, la ciudad de Cartago, la villa de Arma, ciudad de Antiocha, y otras que se habrán poblado después que yo salí della. En esta provincia hay unos pueblos fríos y otros calientes, unos sitios sanos y otros enfermos, en una parte llueve mucho y en otra poco, en un tierra comen los indios carne humana y en otras no la comen. Por una parte tiene por vecino al nuevo reino de Granada, que está pasados los montes de los Andes; por otra parte, al reino del Perú, que comienza del largo della al oriente. Al poniente confina con la gobernación del río San Juan; al norte con la de Cartagena. Muchos se espantan cómo estos indios, teniendo muchos dellos sus pueblos en partes dispuestas para conquistarlos, y que en toda la gobernanación (dejando la villa de Pasto) no hace frío demasiado ni calor, ni deja de haber otras cosas convenientes para la conquista, cómo han salido tan indómitos y porfiados; y las del Perú, estando sus valles entre montañas y sierras de nieve y muchos riscos y ríos, y más gentes en número que los de acá, y grandes despoblados, cómo sirven y han sido y son tan subjetos y domables. A lo cual diré que todos los indios subjetos a la gobernación de Popayán han sido siempre, y lo son, behetrías. No hubo entre ellos señores que se hiciesen temer. Son flojos, perezosos, y sobre todo aborrescen el servir y estar subjetos, que es causa bastante para que recelasen de estar debajo de gente extraña y en su servicio. Mas esto no fuera parte para que ellos salieran con su intención; porque, constreñidos de necesidad, hicieran lo que otros hacen. Mas hay otra causa muy mayor, la cual es que todas estas provincias y regiones son muy fértiles, y a una parte y a otra hay grandes espesuras de montañas, de cañaverales y de otras malezas. Y como los españoles los aprietan, queman las casas en que moran, que son de madera y paja, y vanse una legua de allí o dos o lo que quieren, y en tres o cuatro días hacen una casa, y en otros tantos siembran la cantidad de maíz que quieren, y 10 cogen dentro de cuatro meses. Y si allí también los van a buscar, dejado aquel sitio van adelante o vuelven atrás, y a donde quiera que van o están hallan qué comer y tierra fértil y aparejada y dispuesta para darles fruto; y por esto sirven cuando quieren y es en su mano la guerra o la paz, y nunca les falta de comer. Los del Perú sirven bien y son domables porque tienen más razón que éstos y porque todos fueron subjetos por los reyes ingas, a los cuales dieron tributo, sirviéndoles siempre, y con aquella condición nascían; y si no lo querían hacer, la necesidad los constreñía a ello, porque la tierra del Perú toda es despoblada, llena de montañas y sierras y campos nevados. Y si se salían de sus pueblos y valles a estos desiertos no podían vivir, ni la tierra da fructo ni hay otro lugar que lo dé que los mismos valles y provincias suyas; de manera que por no morir, sin ninguno poder vivir, han de servir y no desamparar sus tierras, que es bastante causa y buena razón para declarar la duda susodicha. Pues pasando adelante, quiero dar noticia particularmente de las provincias desta gobernación y de las ciudades de españoles que en ella están pobladas, y quién fueron los fundadores. Digo, pues, que desta ciudad de Antiocha tenemos dos caminos: uno para ir a la villa de Ancerma, otro para ir a la ciudad de Cartago; y antes que diga lo que se contiene en el que va a Cartago y Arma diré lo tocante a la villa de Ancerma, y luego volveré a hacer lo mismo destotro.
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De los otros reyes de Tetzcoco y de otras cosas pertenecientes a la ciudad tetzcoquense Este mismo rey de Tetzcoco erigió dos palacios reales de los cuales quedan hoy vestigios. Uno de ellos dentro de la ciudad y junto a la plaza donde se celebran los mercados que acostumbran los indios semanariamente. Era éste admirable por la amplitud de las aulas, por el número (como indican las ruinas y vestigios de los antiguos edificios) de los patios y arquitrabes; por la firmeza de la obra, por lo grande de las columnas y vigas, por la consistencia, esplendor y duración de los pavimentos de cal y piedra tezontli y además por los terraplenes y fosos revestidos de una y otra parte de piedra y para mayor solidez construidos en talud. Sobre esto, en gracia de la salubridad de las casas no sólo de los reyes sino de los príncipes y de los varones, se acostumbraba construirlas de piedras con junturas apenas perceptibles, esculturas artísticas y de guijarros de varias formas a la fábrica amplia y muy bien fortificada con árboles y selvas ceñidas al muro (?). El otro palacio quiso edificarlo en la ladera del monte Tetzcotonci, lugar a cuatro millas de Tetzcoco, en muchas cosas semejantes al precedente, pero digno de verse por dos mil o más escalones de piedra (por los que asciende a cada piso), además de la altura de la colina, de los cuales a menudo hasta cuarenta se ven tallados en una sola roca viva (tan abundante fue la obra de mano de los indígenas) y conspicuo por la gratísima variedad de las salas, de las plantas que nacían espontáneamente, de las cascadas de agua conducida por acueductos. Y aún quedan vestigios el día de hoy de otro construido para un hijo suyo, habilísimo (según dicen) en las cosas de la guerra y fortísimo jefe de ejércitos y, por consiguiente, más que lo que se pueda decir, caro al padre. Quien, sin embargo (para decirlo rápidamente) por sospecha del crimen nefando con el que había rumor de que estaba manchado, mandó que en justicia fuera quemado aquel que, excepto por esto único, era eximio y recomendable. Su estatua, su escudo, banderas, trompetas, flautas, armas y otros ornamentos que acostumbraba usar tanto en la guerra como en los bailes públicos y que encontramos preservados con grandísimo respeto religioso, con el atabal con el que daba la señal de la acometida cuantas veces había que arrojarse sobre el enemigo, o tocaba retirada, he tenido cuidado de que fueran pintados para poner hasta donde yo pueda ante los ojos de nuestros hombres, las cosas pasadas y para que aquellos a quienes no ha sido dado ver gentes tan distantes, las conozcan en lo posible. Lo mismo nos preocuparemos de hacer en el caso de Neçaoalpitzintli que después de aquél, reinó cincuenta y tres años y de quien quedan todavía dos palacios reales, uno donde hoy está el convento y el otro donde dictamos esto, y espero que el lector no considere pesado el que ahora le describa un poco más por extenso.
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CAPÍTULO XIII De una brava tormenta que corrieron dos carabelas y cómo dieron al través en tierra Veinte y cinco o veinte y seis horas había que las dos carabelas corrían la tormenta que hemos dicho sin que ella se aplacase cosa alguna, antes a los que la pasaban les parecía que crecía por horas. Y todo este tiempo anduvieron nuestros españoles resistiendo las olas y el viento, sin dormir ni comer tan sólo un bocado porque el temor de la muerte que llevaban tan eminente les ahuyentaba la hambre y el sueño, cuando, cerca de ponerse el sol, vieron tierra por delante, la cual se descubría de dos maneras. La que se descubría por delante y volvía a mano derecha de como los nuestros iban era costa blanca y parecía ser de arena, porque con el viento recio que hacía veían mudarse muchos cerros de ella de una parte a otra con facilidad y presteza. La costa que volvía a mano izquierda de los nuestros se mostraba negra como la pez. Entonces un mozo que se decía Francisco, de edad de veinte años, que iba en la carabela de los capitanes Juan de Alvarado y Francisco Mosquera, les dijo: "Señores, yo conozco esta costa, que he navegado por ella dos veces sirviendo de paje a un navío, aunque no conozco la tierra ni sé cuya es. Aquella costa negra que parece a nuestra mano izquierda es tierra de pedernal y costa brava, y corre muy larga hasta llegar a la Veracruz. En toda ella no hay puerto ni abrigo que nos pueda socorrer, sino peña tajada y navajas de pedernal donde, si damos al través, moriremos todos hechos pedazos entre las ondas y las peñas. La otra tierra que parece por delante y vuelve a nuestra mano derecha es costa de arena y por eso parece blanca. Toda ella es limpia y mansa, por lo cual conviene que antes que el día nos falte y la noche cierre, procuremos dar en la costa blanca, porque, si el viento nos aparta de ella y nos echa sobre la negra, no nos queda esperanza de escapar con las vidas." Los capitanes Juan de Alvarado y Francisco Mosquera mandaron que luego se diese aviso a la carabela del capitán Juan Gaytán de la relación del mozo Francisco para que previniesen al peligro venidero, mas las olas andaban tan altas que no consentían que los de las carabelas se hablasen ni aun se viesen. Empero, como quiera que les fue posible, pudieron entenderse por señas y por voces dadas a trechos, una ahora y otra después, como las carabelas acertaban a descubrirse sobre las ondas para que se pudiesen ver y hablar de la una a la otra, y, de común consentimiento de ambas, acordaron zabordar en la costa blanca. Sólo el tesorero Juan Gaytán, haciendo oficio de tesorero más que no de capitán, lo contradijo diciendo que no era bien perder la carabela que valía dineros. A las cuales palabras saltaron los soldados y todos a una dijeron: "¿Qué más tenéis vos en ella que cualquiera de nosotros? Antes tenéis menos, o nada, porque, presumiendo de tesorero de emperador, no quisisteis cortar la madera, ni labrarla, ni hacer carbón para las herrerías, ni ayudar en ellas a batir el hierro para la clavazón, ni hacer oficio de calafate, ni otra cosa alguna de momento, que todo el trabajo que nosotros pasábamos os excusabais con el oficio real. Pues siendo esto así, ¿qué perdéis vos en que se pierda la carabela? ¿Será mejor que se pierdan cincuenta hombres que vamos en ella?" Y no faltó quien dijese: "Mal haya quien te dio esa cuchillada por el pescuezo porque no lo cortó a cercén." Habiéndose dicho estas palabras con mucha libertad, porque no se replicasen otras ni el capitán presumiese mandar en aquel caso, arremetieron los más principales soldados a marear las velas, y un portugués llamado Domingos de Acosta echó mano del gobernalle o timón, y todos enderezaron la proa del navío a tierra y se apercibieron de sus espadas y rodelas para lo que en ella se les ofreciese, y,dando bordos a una mano y a otra por no decaer sobre la costa negra, con mucho peligro y trabajo dieron en la costa blanca poco antes que el sol se pusiese. Porque hicimos mención de la cuchillada del tesorero Juan Gaytán será bien, aunque no es de nuestra historia, contar aquí el suceso como fue. Para lo cual es de saber que nuestro Juan Gaytán era sobrino del capitán Juan Gaytán, aquel que por las maravillosas hazañas que con su espada y capa en todas partes hizo mereció que por excelencia le dijesen en proverbio: "Espada y capa de Juan Gaytán." Este su sobrino se halló en la guerra de Túnez cuando el emperador nuestro señor, año de mil y quinientos y treinta y cinco, se la quitó al turco Barbarroja y se la dio al moro Muley Hacen que era amigo. Sobre la partija de la presa que en aquel saco hubo, Juan Gaytán se acuchilló con otro soldado español, cuya espada no debía ser menos buena que la de su tío, el cual le dio una gran cuchillada en el pescuezo, de que estuvo para morir, que después de sano le quedó dos dedos de hondo en señal de ella. Uno de los que se hallaron a meter paz en la pendencia reprehendió al que le había herido diciendo que lo había hecho mal en haber maltratado así al sobrino del capitán Juan Gaytán, que fuera razón haberle respetado por el nombre de su tío. A lo cual el soldado, no arrepentido de su hecho, respondió diciendo: "Ende mal, porque no era sobrino del rey de Francia, que tanto más me holgara yo de haberlo herido o muerto, porque tanto más honra y fama fuera para mí." Esto contaba el mismo tesorero Juan Gaytán por dicho gracioso del que le había herido.
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Capítulo XIII Vaticinios de los Trece Katunes En el Trece Ahau Katún llegó por primera vez a Campeche el barco de los Dzules. Mil y quinientos cuarenta y uno es el nombre del año en que esto sucedió. Y con ellos vino el tiempo en que entraron en el cristianismo los hombres mayas. Fundaron pueblo en Tan-tun Cuzamil, y estuvieron allí un medio año. Y se fueron por la "puerta del agua" hacia el Poniente. Fue cuando les vino el tributo a los Cheles del Poniente. Cuando esto sucedió, era el año de 1542. Fundaron la comarca de Hoó, Ichcaansihó, en el Once Ahau Katún. Su Primer jefe (halach-uinic) era don Francisco de Montejo, Adelantado. Él dio sus pueblos a los Dzules, "hombres de Dios", dentro del año en que llegaron los Padres, cuatro años después de llegar los Dzules. Empezó a "entrar agua sobre la cabeza de los hombres". Se establecieron los Padres y se les repartieron pueblos. En el año de mil quinientos cuarenta y cuatro se cumplían 675 años de que había sido abandonada la ciudad de Chichén Itzá y dispersados sus moradores. Y 870 años de que había sido destruida la ciudad de Uxmal y abandonadas sus tierras. En el año de mil quinientos treinta y siete, el día llamado Nueve Cauac, sucedió que se juntaron los nobles en Consejo en la ciudad de Maní, para tomar Señor para su pueblo, porque había sido muerto su Soberano. * * * He aquí sus nombres: Ah Moó-Chan-Xiú, Nahaú-Ez, Ah Dzun-Chinab, Ná-Poot-Cupul, Ná-Pét-Choo, Ná-Batún-Itzá, Ah-Kin-Euan que vino de Caucel, Nachan-Uc que vino de Dzibilcal, Ah-Kin-Ucan que vino de Ekob, Nachí-Uc, Ah-Kul-Koh, Nachán Mutul, y Nahaú-Coyí. Estos que eran los grandes hombres de la comarca dijeron que iba a tomarse Señor para su pueblo, porque había sido muerto su Soberano, Ah Napot Xiú, en Otzmal. El Diez Kan era el "cargador del año" en que pasaron "los buscadores de pueblos", de los cuales el nombrado Montejo era el que "escribía los pueblos". El mismo año era cuando pasaron los extranjeros, señores de las tierras, los extranjeros "comedores de anonas". Entonces fue el primer repartimiento de pueblos. Y cuando vinieron los Dzules a tomarlos, "recibidores de visita" fueron a Campeche, adonde salió su barco, y fueron los nobles a darles la bienvenida. Trece embajadores fueron a recibir a los Dzules, y con ellos vinieron a Ichcaansihó. Esto sucedió en el Nueve Ahau Katún. Los señores de los Trece Katunes La relación de la explicación de la sabiduría de los Libros Sagrados, y del orden del caminar de las épocas, aquí se sacaba, en estas tierras de Nitún-dzalá, Chactemal, Tah-Uaymil, Holtún Itzá, Chichimilá, para que se pudiera saber la "carga" del paso de los Katunes. Uno por uno, cada Katún, ya fuera bueno, ya fuera malo, así era escrito por los escritores de lo sagrado. Evangelistas. Es la palabra del Señor del cielo y de la tierra, el fuego encendido en el rostro del Sol, que vino de arriba, que les fue dado. Así ellos saben el principio de la tierra, el tronco de nuestra raza, y en el recto hablar de los escritores sagrados lo han puesto en los libros. Repuldorio. No tiene error. Muy cuidadosamente revisado, ha sido estampado en este libro por cuatro hombres de noble linaje, venidos del cielo, jugo del cielo, rocío del cielo, Hombres Verdaderos, Reyes de esta tierra: Zacaalpuc, Hooltun-Balam, Hochchtun-Poot y Ah Mex-Cuc-Chan. He aquí que dentro de siete veces veinte años entrará el cristianismo. Será el estruendo y la confusión de los Reyes, y la guerra de conquista. Entonces se manifestarán las profecías y el vaticinio de los Katunes. ¡Desdichados de los rostros de las Grandes Figuras cuando llegue el dueño de la Casa de Adoración que está en medio de la ciudad de Hoó! Llegarán del Oriente, del Norte, del Poniente, del Sur, para dar su lengua y su cristianismo. En el decimoséptimo año, para que se pueda subir al cristianismo, llegarán sus Padres, llegarán sus Obispos y la que se llama la Santa Inquisición. La Palabra de Dios será hecha. Nadie podrá evitarlo. Amén. CAPÍTULO DEL AÑO KATÚN Primero. Once Ahau. Primera fundación de la tierra por los Dzules. El Once Ahau Katún es el principio de la cuenta de los Katunes, es el primer Katún. Ichcaansihó es el asiento de este Katún. Llegan los Dzules. Rojas son sus barbas. Son hijos del Sol. Son barbados. Del Oriente vienen; cuando llegan a esta tierra, son los señores de la tierra. Son hombres blancos... El principio del tiempo (?) de la flor. Derraman flores. ¡Ah, Itzaes! ¡Preparaos! Ya viene el blanco gemelo del cielo, ya viene el niño todo blanco; el blanco árbol santo va a bajar del cielo. A un grito, a una legua de su camino, veréis su anuncio. ¡Ay, será el anochecer para nosotros cuando vengan! ¡Grandes recogedores de maderos, grandes recogedores de piedras, los "gavilanes blancos de la tierra"! ¡Encienden fuego en las puntas de sus manos, y al mismo tiempo esconden su ponzoña y sus cuerdas para ahorcar a sus padres! ¡Ah, Itzaes! ¡Aquí está vuestro dios! No hay necesidad ninguna de ese verdadero dios que ha bajado. Un pecado es su hablar, un pecado es su enseñanza. Sordos serán sus guerreros, mezquinos serán sus capitanes. ¿Quién será el Profeta que lo entienda, ahora que viene a Tancah de Mayapán y a Chichén Itzá? ¡Ay, hermanitos niños, dentro del Once Ahau Katún viene el peso del dolor, el rigor de la miseria, y el tributo! Apenas nacéis y ya estáis corcoveando bajo el tributo, ¡ramas de los árboles de mañana! Ahora que ha venido, hijos, preparaos a pasar la carga de la amargura que llega en este Katún, que es el tiempo de la tristeza, el tiempo del pleito del diablo, que llega dentro del Once Ahau Katún. ¡Recibid, recibid a vuestros huéspedes barbados que conducen la señal de Dios! ¡Vienen vuestros hermanos, ah tantunes! Vienen a pedir su ofrenda. ¡Confundíos con ellos! He aquí el nombre de sus sacerdotes: Ah Misnilac-pet (los que tienen un círculo en la cabeza y barren el plato con las narices). De leoncillo, de Anticristo será su semblante en el tiempo en que vengan, en el día que ya está delante de vosotros. ¡Ay, se aumentará la miseria, hijos míos! Ésta es la palabra de Nuestro Padre: Arderá la tierra. Aparecerán círculos blancos en el cielo, en el día que ha de llegar. Viene de la boca de Dios, no es palabra mentirosa. ¡Ay, pesada es la servidumbre que llega dentro del cristianismo! ¡Ya está viniendo! ¡Serán esclavas las palabras, esclavos los árboles, esclavas las piedras, esclavos los hombres, cuando venga! Llegará... y lo veréis. Sus Halach uiniques son los del trono del segundo tiempo, los de la estera del segundo tiempo, dentro de los días del uayeyab, los días maléficos. Con esto acaba la palabra de Dios. Once justas son sus jícaras. Ceñudo es el aspecto de la cara de su dios. Todo lo que enseña, todo lo que habla es: "¡Vais a morir!" ¡Vais a vivir, vosotros, los que entendáis las palabras de estas escrituras de vida, hijos de Mayapán! "Se engendró a sí mismo. Su justicia lo puso en la prisión. Ella lo sacó para que fuera atado y azotado. Y entonces vino a sentarse en el pliegue del manto de su Hijo. Su sombrero está en su cabeza, y sus zapatos en sus pies. Atado está su cíngulo a su cintura. Ya está viniendo."
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De los tres meses restantes El décimo sexto mes se llama Atemuztli porque en él se pedía la lluvia, indicios de la cual suelen aparecer en su mayor parte por este tiempo y los sacerdotes de los tlaloques acostumbraban hacer fiesta a los dioses de las lluvias y entonces comenzaban por primera vez la penitencia prescrita y los sacrificios. Cuando empezaban los truenos y los relámpagos ofrecían con gran cuidado y solicitud el incienso de la tierra, llamado también copalli, y otras clases de sahumerios para inducir en el ánimo a los dioses que concedieran a la tierra las lluvias abriendo el cielo y desgarrando las nubes. Los del pueblo prometían encargarse de que se hicieran los ídolos llamados tepictli porque estaban consagrados a los dioses de las lluvias. El día décimo sexto de este mes preparaban todo lo que tenían que ofrecer a los tlaloques y durante cuatro días atestiguaban la penitencia de sus crímenes atormentándose de varios modos; los varones se abstenían completamente del consorcio de las mujeres y las mujeres del de los varones. Cuando llegaba la fiesta que era costumbre celebrar el día último de este mes cortaban tiras de papel de membrana de árbol (chartaceas phyluras) y las dejaban colgadas de unas varas en los patios de las casas. Hacían estatuas de tzoalli de los montes y les ponían dientes de pepitas de calabaza y ojos de aquel género de frijol que se llama ayocotli; les ofrecían también comida y los adoraban con gran reverencia. Se acostumbraba después de los cantos, bailes y vigilias con música de varios instrumentos, matar a los cautivos abriéndoles el pecho con un tzotzopatli o con una gran espada de piedra y extraído el corazón y cortada la cabeza, por fin se entregaban los troncos de los cadáveres a los ciudadanos, y se quemaban los ornamentos en los patios de las casas. Hecho lo cual, llevaban las cenizas y todos los instrumentos de que se habían servido a los oratorios llamados ayauhcalco y con convites y bebida y mil maneras de juegos, daban fin a la solemnidad, porque otras cosas que paso en silencio eran de tal modo pueriles que sería superfluo narrarlas. Al décimo séptimo mes lo llamaban Tititl, en el cual era costumbre hacer fiesta a la diosa Illamateuhtli, Tona o Cozcamiauh, en cuyo honor inmolaban una mujer a la cual, como a las otras víctimas, le sacaban el corazón y le cortaban la cabeza, que por los cabellos llevaba uno por delante para adorno de los juegos y bailes. Los que tenían que matar a esta mujer la vestían con los ornamentos de esa diosa en cuyo honor se ordenaba que muriera y la obligaban a bailar sola siguiendo al compás de su movimiento el canto de unos viejos y llorando y suspirando porque le venía a la mente cuán pronto tenía que sucumbir a una muerte lastimera. Después del mediodía los sacerdotes la vestían con las vestiduras de todos los dioses y, procedían al templo adonde tenía que morir y puesta sobre la piedra de sacrificios, le arrancaban el corazón para ofrecerlo a la diosa para la que se hacían las ceremonias sagradas y le cortaban la cabeza que serviría de ornamento en los bailes, adonde asida por los cabellos sería llevada por un varón precediendo a los demás, vestido como los dioses y representando a la bailadora. El mismo día en que era sacrificada la mujer, los ministros de los dioses divididos en dos batallones hacían unos simulacros y remedios de guerra, persiguiéndose los unos a los otros por todo el templo, correteando de aquí para allá con muchas ceremonias establecidas. El día siguiente rellenaban unos sacos con alguna materia blanda, los llevaban ocultos bajo sus mantas y con ellos golpeaban a los que se encontraban descuidados cuando menos lo pensaban. Esto mismo hacían los muchachos. Al décimo octavo mes lo llamaban Itzcalli, en el cual hacían fiesta a XiuhteuhIi, dios del fuego, o Izcoçauhqui, y fabricaban con gran industria un ídolo en su honor, el que parecía vomitar flamas por la boca. Mataban cada cuatro años en esta misma solemnidad algunos cautivos en honor de ese dios y perforaban las orejas de los niños nacidos en todos esos años y les asignaban pedagogos o ministros de costumbres como padres de enseñanza y de las almas. El décimo día de ese mismo mes distribuían el fuego recientemente encendido, delante del ídolo Xiuhteuhtli adornado con magníficos ornamentos, entrada ya la noche. Y desde que salía el sol matutino, encendido ya por doquiera el fuego nuevo, acudían los adolescentes, quienes durante los diez días anteriores se habían entregado con ahínco a la caza, cargados de casi todo género de animales terrestres volátiles y acuáticos y los entregaban a los viejos a los cuales había sido encomendado el cuidado de ese día por los sacerdotes; y estos viejos repartían ya asada la carne a los mismos jóvenes y a cualesquiera otros para que la comieran con unos tamales de semilla de bledos y llamados hoaquiltamalli que habían sido ofrecidos el mismo día por todo el pueblo. No había ninguno que no los comiera en honor de la solemnidad y que lleno de alegría no dejara en seco muchas copas. En esa fiesta en los años comunes no mataban a nadie, pero en el bisiesto que venía cada cuatro años, no perdonaban ni a los esclavos ni a los cautivos cuya muerte celebraban delante de la imagen de Xiuhteuhtli preciosamente vestida, y (como ya se ha dicho) con grandes y peregrinas ceremonias a las cuales ningunas otras se pueden comparar. Una vez muertos los esclavos y los cautivos, se presentaban ante el ídolo de Izcoçauhqui, dios del fuego. Todos los próceres y los reyes mismos, vestidos con hermosísimos ropajes y adornados con los ornamentos más preciosos, iniciaban el baile, digno de verse por su pompa y solemnidad, llamado Netecuitoteliztli, y por la multitud de próceres que concurría a él. Este baile era costumbre celebrarlo solamente el mismo día cada cuatro años, y ese mismo día, muy de mañana, perforaban las orejas de los niños y les pegaban a la cabeza un casco de plumas de papagayo con resina de pino y asignaban maestro a cada uno de ellos. A los cuatro días restantes del año, que son los últimos de enero y el primero de febrero, llamaban Nemontemi o baldíos y eran considerados nefastos. Hay quienes opinan que puesto que cada cuatro años se perforaban las orejas de los párvulos y no en otro tiempo, habían llamado esos días Nemontemi o bisiestos. Decíase, pues, que aquellos cinco días eran infelices y que a los que nacían en ellos todo les salía mal y por esto eran llamados neno, si eran hombres nenoquichitl y si mujeres neoçioatl. Nada hacían durante esos días, puesto que eran infaustos, y ante todo evitaban las riñas y los pleitos, porque tenían por indudable que los que en esos días fueran malos o impertinentes con alguien, lo seguirían siendo y habían de ser siempre malos o impertinentes y también tenían por infausto perjudicar a cualquiera. Todas las fiestas antedichas se llamaban fijas porque venían a ser celebradas siempre dentro de ese mes o dentro de los dos días siguientes; otras eran movibles porque se decía que eran designadas por el curso de los veinte signos. Estos cerraban el círculo en doscientos sesenta días; por consiguiente, cada año ocupaban las fiestas movibles varios y diversos meses.
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CAPITULO XIII Que trata de las grandes guerras que obo entre los tlaxcaltecas y los tenuchcas Viendo los de Tlaxcalla que de todo punto se declaraba la enemistad con ellos de parte de los tenuchcas, procuraron defender su partido como pudieron y como fuese mayor la pujanza de los tepanecas que la suya, se fueron retrayendo poco a poco a sus tierras, perdiendo la libertad que tenían de las contrataciones. Puestos en esta controversia, enviaron a los príncipes mexicanos embajadores, diciéndoles que cuál había sido la causa que contra ellos se tratase guerra, no habiendo dado ocasión para ello, ni que sus gentes fuesen maltratadas de los suyos, estorbándoles sus comercios, quitándoles sus mercaderías, haciéndoles otros desafueros y malos tratamientos. Fueles respondido por los tenuchcas: "Que el gran señor de México era señor universal de todo el mundo, que todos los nacidos eran sus vasallos, que a todos los había de reducir para que le reconociesen por señor, y que a los que no lo hiciesen por bien y dalle la obediencia, los había de destruir, asolar sus ciudades hasta los cimientos y poblarlas de nuevas gentes. Por tanto, que procurasen tenelle por señor y sujetársele, pagando tributo y demás parias como las otras provincias y reinos lo hacían, que si por bien no lo hiciesen, vendría sobre ellos el castigo". A lo cual respondieron los embajadores de Tlaxcalla: "Señores muy poderosos, Tlaxcalla no os debe vasallaje, ni desde que salieron de las Siete Cuevas jamás reconocieron con tributo ni pecho a ningún rey ni príncipe del mundo, porque siempre los tlaxcaltecas han conservado su libertad. Y como no acostumbrados a esto, no os querrán obedecer, porque antes morirán que tal cosa como esta consentir. Entendemos que eso que les pedís procurarán pediros a vosotros y sobre ello derramarán más sangre que derramaron en la guerra de Poyauhtlan, que fueron aquellos de donde proceden los tlaxcaltecas. Por tanto, nosotros nos volvemos con la respuesta que nos habéis dado." Sabido por los de Tlaxcalla la ambiciosa respuesta de los tenuchcas, desde allí en adelante vivieron sobre aviso para resistir cualquiera adversidad de fortuna que les viniese. Como obiesen los mexicanos tenuchcas sujetado la mayor parte de este Nuevo Mundo y no tuviesen ya que ganar desde la mar del Sur a la del Norte y todo lo tuviesen por suyo, procuraron muy a su salvo tomar la provincia de Tlaxcalla y sujetalla, ansí como lo habían hecho con las demás. Y ansí, los mexicanos, con ánimo denodado, les dieron tantos reencuentros y escaramuzas que los vinieron a acorralar dentro de pocos años en sus propias tierras y provincia. Tuviéronlos cercados más de sesenta años, necesitando de todo cuanto humanamente podían necesitar, pues no tenían algodón con que vestirse, ni oro ni plata con que adornarse, ni plumería verde ni de otros colores para sus galas, que es la que más estimaban para sus divisas y plumajes, ni cacao para beber, ni sal para comer. De todas estas cosas y de otras carecieron más de sesenta años que duraron en este cerco. Quedaron tan habituados a no comer sal que el día de hoy no la saben comer, ni se les da nada por ella y aun sus hijos, que se han criado entre nosotros, comen muy poca, aunque con la muchedumbre y abundancia que hay van entrando en comerla. Puestos en este cerco, siempre y de ordinario tenían crueles guerras acometidos por todas partes. Y como no tuviesen los mexicanos otros enemigos, ni más vecinos que a los de Tlaxcalla siempre y a la continua se venían gentes a retraer y guarecer a esta provincia, como hicieron los xaltocamecas, otomís y chalcas, que, por rebeliones que contra los príncipes mexicanos tuvieron, se vinieron a sujetar a esta provincia, donde fueron acomodados y recibidos por moradores de ella, dándoles tierras donde viviesen, con cargo que les habían de reconocer por señores, pagándoles tributo y terrazgo. Además y allende habían de estar a la continua en arma y sobre aviso por defensores de sus tierras, porque los mexicanos no les entrasen por alguna parte y los ofendiesen, lo cual guardaron y prometieron de no lo quebrantar, so pena de ser traidores. Y ansí lo cumplieron y guardaron grandes tiempos hasta la venida de Cortés. Y con esta continua milicia siempre sucedían grandes trances de guerra en que alcanzaban algunas riquezas de ropa y oro y plumería en los despojos que hacían y por rescates de algunos prisioneros alcanzaban a tener sal y cacao para los señores, mayormente los de las cuatro cabeceras, que jamás les faltaba. Sin embargo de esto, los señores mexicanos y tetzcucanos, en tiempos que ponían treguas por algunas temporadas, enviaban a los señores de Tlaxcalla grandes presentes y dádivas de oro, ropa, cacao, sal y de todas las cosas de que carecían, sin que la gente plebeya lo entendiese, y se saludaban secretamente, guardándose el decoro que se debían. Mas con todos estos trabajos, la orden de su República jamás se dejaba de gobernar con la rectitud de sus costumbres, guardando inviolablemente el culto de sus dioses. Visto por los mexicanos culhuas tepanecas tenuchcas, que toda la monarquía de este Nuevo Mundo estaba en su señorío y mando, y que con tan gran poder con mucha facilidad podían conquistar el reino de Tlaxcalla, porque al respecto de lo que los mexicanos señoreaban esta provincia era de cien partes la una, y con este presupuesto ya no restaba más por conquistar, echaron los mexicanos un bando para que todos los sujetos a México saliesen un día señalado a dar combate a la provincia por todas partes en torno de ella, y con este gran poder serían vencidos y asolados, o se darían forzosamente, viendo tan gran peligro ante los ojos. Lo cual sucedió diez y ocho años antes de la venida de los españoles, gobernando la provincia de Tlaxcalla en las cuatro cabeceras de ella: en Ocotelolco, Maxixcatzin; en la de Tizatlan, Xicotencatl; en Quiahuiztlan, Teohuayacatzin; y en la de Tepeticpac, Tlehuexolotzin; reinando en Huexotzinco, Tecayahuatzin Chichimecatl Tecuhtli. Este fue el que publicó guerra a fuego y sangre contra los de Tlaxcalla, el que convocó para venir a esta guerra a los cholultecas, los cuales concedieron con él, tomando por instrumento el favor de los mexicanos. Para comenzar su mal propósito, intentaron sobornar a los del pueblo de Hueyotlipan, sujeto de esta ciudad, que estaba por frontera de México, y a todos los otomís que, ansimismo, estaban por guarnición de sus términos, de lo cual los señores de Tlaxcalla tuvieron aviso de sus propios vasallos y amigos de lo que pasaba. Y con estas cosas siempre vivieron sobre el aviso con todo recato, no confiándose de ningunas gentes, porque por traición y engaño no fuesen asaltados. Ansí, persuadidos los de las guarniciones que estaban por frontera de México con dádivas y presentes de oro y joyas, rodelas, armas y otras cosas de estima según su modo, les comunicaron y trataron que cuando se obiese de dar el combate general por todas partes de la provincia de Tlaxcalla, estuviesen sobre aviso, y que no peleasen, sino que antes fuesen y tornasen contra los de Tlaxcalla, pues serían muy bien remunerados por los príncipes mexicanos y vencido y tomado el reino de Tlaxcalla, serían señores libres y parcioneros de todo lo que se ganase. En estos tiempos reinaba en México con gran poder Motecuhzomatzin. Tratado lo dicho con las guarniciones y fronteras de Tlaxcalla, no quisieron venir en ello, ni ser traidores a amigos tan antiguos, que tan bien los habían tratado, conservado y defendido de sus enemigos por tantos tiempos, y antes bien acudirían a morir por su patria y República, lo cual cumplieron a fuerza de leales vasallos, y se defendieron y guardaron las fronteras como valientes y esforzados capitanes. Acabado esto y entrando a fuego y sangre los ejércitos de Huexotzinco por tierras de Tlaxcalla, haciendo grandes daños, fuerzas y robos, llegaron a un lugar que está a una legua de la ciudad, que llaman el pueblo de Xiloxochitlan, donde cometieron grandes tiranías y crueldades en las gentes que hallaron descuidadas y, ansimismo, allí mataron peleando a un principal de Tlaxcalla de mucha cuenta, que hallándose en este sobresalto y alboroto salió con alguna gente a defender y amparar la gente de aquel lugar, y como le faltase favor y socorro, obo de morir peleando. Llamábase Tizacaltatzin y era principal de la parte y cabecera de Ocotelulco y del barrio de Contlantzinco. Esta muerte fue sentida y llorada por los de Tlaxcalla. Con esto se volvieron los huexotzincas a sus tierras y fue principio de guerras continuas y muy prolijas que duraren más de quince años hasta la venida de Cortés. En el entretanto obo tantas muertes y pérdidas que sería hacer gran volumen contallas. Sólo diré una, y fue que como a la continua había guerras y escaramuzas, fue tanta la pujanza de los de Tlaxcalla que en poco tiempo obieron de venir a arrinconar a los huexotzincas por lo alto de la Sierra Nevada y Volcán. Puestos en tanto aprieto pidieron socorro a Motecuhzoma, que envió contra ellos gran pujanza de gente, pensando de esta vez atropellar y asolar la provincia de Tlaxcalla, y les envió también un hijo suyo por capitán, que se llamaba Tlacahuepantzin. Estos ejércitos mexicanos que fueron a socorrer a los huexotzincas hicieron su entrada por la parte de Tetella y Tuchimilco y Quauquechollan, acudiendo allí todos los de Itzocan y Chietlan como vasallos de los mexicanos. Teniendo noticia de este socorro que Motecuhzoma enviaba, los de Tlaxcallan les salieron al encuentro antes de que llegasen a sus tierras ni que les hiciesen daño alguno, y determinaron estorballes la entrada. Como atrás dejamos tratado, estaban los huexotzincas arruinados y encaramados por las faldas de la Sierra Nevada y Volcán, porque todo lo llano estaba exento, sin estorbo de poblazón alguna, por cuya causa los ejércitos tlaxcaltecas tuvieron lugar de entrar seguramente por Tlecaxtitlan, Acapetlahuacan y Atlixco antes que los huexotzincas y mexicanos se disolviesen. Dieron sobre ellos con tanto ímpetu e ira que, cogiéndolos desapercibidos, hicieron cruel estrago en ellos, tanto que desbaratados y muertos fueron huyendo, quedando muerto en el campo Tlacahuepantzin, su general e hijo de Motecuhzoma, su señor. Habida victoria en tan señalado reencuentro, los tlaxcaltecas limpiaron el campo y se volvieron a su tierra con gran honra y pro de toda su patria. Sucedida guerra tan famosa y puesto tan gran espanto por todas aquellas regiones, causó a los de Huexotzinco que el año siguiente no tuviesen cosecha de panes, de que les causó gran hambre, que tuvieron necesidad de irse a las provincias de México a valerse de su necesidad, porque con las guerras, los tlaxcaltecas les asolaron los panes y quemaron las casas y palacios de Tecayahuatzin, su señor, y las casas de otros señores y principales caciques de aquella provincia. Finalmente, que pidiendo licencia de Motecuhcumatzin, aquel año repararon su necesidad por tierras de mexicanos. Hemos tratado de estas guerras civiles, que ansí pueden llamarse, pues los huexotzincas, tlaxcaltecas y cholultecas eran todos unos amigos y parientes. Hase de entender que los cholultecas y huexotzincas eran todos a una contra Tlaxcalla, aunque no se trata sino de Huexotzinco sólo. Como los cholultecas eran más mercaderes que hombres de guerra, no se hace tanta cuenta de ellos en los negocios de guerra, aunque acudían a ellos como confederados con los huexotzincas. Pasada esta guerra tan sangrienta en el Valle de Atlixco, y muerto Tlacahuepantzin, su general, hijo de Moctecuhzoma, rey de los mexicanos tenuchcas, recibió éste un gran pesar y mostró muy grande sentimiento, por lo que determinó asolar y destruir de todo punto la provincia de Tlaxcalla. Para esto mandó por todo su reino que sin ninguna piedad fuesen a destruir el señorío de los tlaxcaltecas, pues le tenían enojado, y que hasta entonces no los había querido destruir por tenerlos enjaulados como codornices y también para que el ejercicio militar de la guerra no se olvidase, y porque obiese en qué se ejercitaran los hijos de los mexicanos, y también para tener cautivos que sacrificar a sus dioses; mas que agora que le habían muerto a Tlacahuepantzin, su hijo, con atroz atrevimiento, su voluntad era destruir a Tlaxcalla y asolalla, porque no convenía que en el gobierno del mundo obiese más de una sola voluntad, un mando y un querer; y que estando Tlaxcalla por conquistar, él no se tenía por Señor Universal del Mundo. Por tanto, que todos a una hora y en un día señalado se entrasen por todas partes y fuesen destruidos los tlaxcaltecas a sangre y fuego. Vista la voluntad del poderoso rey Motecuzumatzin, envió éste a sus capitanes por todo el circuito y redondez de Tlaxcalla y, comenzando a estrecharles en un solo día por todas partes, fue tan grande la resistencia que hallaron los mexicanos que al cabo se fueron huyendo desbaratados o heridos, con pérdidas de muchas gentes y riqueza, que parece cosa imposible creerlo, y antes más parece patraña que verdad; mas está tan autorizado este negocio, y lo tienen por tan cierto, que pone extraña admiración, porque se juntaron tantas gentes y de tantas provincias y naciones, que me ponen notable admiración. Halláronse por las partes del Norte los zacatecas y tozapanecas, tetelaques, iztaquimaltecas y tzacuhtecas; luego los tepeyaqueños y quechollaqueños, tecamachalcas, tecalpanecas, totomihuas, chololtecas, huexotzincas, tezcucanos aculhuaques, tenuchcas mexicanos y chalcas. Finalmente, ciñeron todo el horizonte de la provincia de Tlaxcalla para destruirla, y fue tal su ventura y dichosa suerte que, estado en sus deleites los tlaxcaltecas y pasatiempos, les llegó la nueva de esta tan grande entrada y cerco que Moctecuzoma les había hecho para tomallos acorralados, estando ansí seguros para acabarlos y que no obiese más memoria de ellos en el mundo. Las fronteras de todas partes pelearon valerosísimamente, siguieron en el alcance a muchos enemigos y, para más fe de lo que había sucedido y ganado, trujeron grandes despojos de la guerra que habían hecho y muchos prisioneros tomados a poca costa, presentándolos a los señores de las cuatro cabeceras. Estos, cuando entendieron haber ganado sus capitanes tan grande empresa sin que fuesen sabedores de ello, les hicieron grandes muestras, casando a los capitanes con sus propias hijas, y armaron caballeros a muchos de ellos para que fuesen tenidos y estimados por personas calificadas, como lo fueron de allí en adelante. Los otomís que guardaban las fronteras ganaron mucho crédito de fidelísimos vasallos y amigos de la República de Tlaxcalla. Habida tan gran victoria, hicieron en señal de alegría muy grandes y solemnes fiestas, ofreciendo sacrificios a sus falsos dioses con increíbles ceremonias. Dende allí en adelante, vivieron los tlaxcaltecas con más cuidado, pertrechando sus fuertes con fosos y reparos, porque Moctheuzoma no volviese sobre ellos en algún tiempo y los sujetase. Con esta continuación y vigilancia vivieron mucho tiempo, hasta la venida de Cortés, procurando los mexicanos de sujetallos siempre, y ellos, con ánimo invencible, de resistirse, como siempre lo hicieron.
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CAPITULO XIII Embárcanse todos los Misioneros, y lo que practicó el V. Padre llegado a la California. Llegó el deseado día de embarcarnos en el Paquebot nombrado la Concepción, que había anclado en el Puerto de San Blas por el mes de Febrero, trayendo de la California los diez y seis Padres Jesuitas, y en el mismo, salimos el día 12 de Marzo de dicho año, habiendo anochecido ya, igual número de Misioneros del Colegio de San Fernando, de cuyo Seráfico y Apostólico Escuadrón era Caudillo el V. P. Fr. Junípero Serra; y sin haber tenido novedad alguna, dio fondo en la Rada de Loreto la noche del 1 de Abril, que aquel año era Viernes Santo, y el siguiente Sábado de Gloria desembarcamos todos. Antes de repartirnos, y caminar cada uno para su Misión que le fue señalada por el V. Padre Presidente, dispuso éste que primero celebrásemos todos juntos los tres días de Pascua con Misa cantada a nuestra Señora de Loreto, Patrona de aquella Península, en acción de gracias del viaje de mar, y para implorar su patrocinio para el de tierra (que para los más fue de cien leguas, y para otros de más) el cual emprendimos el día 6 de Abril; y habiendo llegado a su Misión cada uno, procuró imponerse en el gobierno y régimen observado en ella, conforme al encargo que traíamos del Exmô. Señor Virrey, para no innovar en nada hasta que llegase el Illmô. Señor D. José de Gálvez. Embarcose este Señor en el Puerto de San Blas el día 24 de Mayo; y fue tan dilatada su navegación, que no llegó a la Península hasta el 6 de Julio, que desembarcó en la Ensenada de Cerralvo en el Sur de la California; y puso su Real en el nombrado de Santa Ana, cien leguas distante del Presidio de Loreto, trayendo no sólo el encargo de visitar la Península de Californias, sino también Real Orden de despachar una Expedición marítima a fin de poblar el Puerto de Monterrey, o a lo menos el de San Diego. Informado el citado Señor, después de llegado a la California, del estado de las Misiones, y de la altura en que se hallaba la más Septentrional, le pareció conveniente para conseguir el fin de S. M. el hacer a más de la Expedición de mar, otra por tierra, que saliendo de la última Misión, fuese en busca del Puerto de San Diego; y juntándose con la marítima se verificase el establecimiento allí. Comunicó el Illmô. Señor su alto y acertado pensamiento con nuestro V. Padre (escribiéndole desde el Real de Santa Ana) quien le respondió le parecía lo más oportuno, y que se ofrecía a ir en Persona con cualquiera de las dos Expediciones, como también el número de Misioneros que fuese necesario para aquella empresa; y suponiendo que admitiría esta propuesta el Señor Visitador general, se puso luego en camino para visitar las Misiones más inmediatas a Loreto, y convidar a los Padres para aquella función, y lo mismo hizo por escrito a los que se hallaban retirados; y con motivo de esta Visita anduvo más de cien leguas. Al regreso de este viaje ya halló la respuesta del Señor Don José de Gálvez, en que agradeciéndole el ofrecimiento, que nacido de su ardentísimo celo, había hecho, le decía tomase el trabajo de bajar al Real de Santa Ana, o Puerto de la Paz, donde lo hallaría; y que lo deseaba mucho para tratar el asunto de las Expediciones. Emprendió luego aquel viaje, que es de doscientas leguas en ida y vuelta; y si unimos a estas las otras ciento que anduvo en la visita de las tres Misiones del Sur, hacen trescientas leguas, que por entonces caminó el V. Padre. Trató luego con el citado Señor acerca de las Expediciones, y quedaron convenidos en que por mar, con los dos Paquebotes, irían tres Misioneros, y uno con el Paquebot que saldría después; y que por tierra fuesen dos, uno con el primer trozo, y el V. P. Presidente con el segundo, y el Señor Gobernador Comandante de la Expedición. Resolvieron se fundasen tres Misiones, una en el Puerto de San Diego, otra en el de Monterrey con el título de San Carlos, y la restante con el de San Buenaventura, en la medianía de ambos Puertos. Estando ya de acuerdo en esto, dieron mano a disponer los ornamentos, vasos sagrados, y demás necesario para Iglesia y Sacristía, como asimismo lo perteneciente a casa y campo, para que encajonado todo fuese por mar, y por tierra lo demás que se previniese en Loreto. En vista de estas disposiciones tan del agrado del V. Padre, y tan ajustadas a sus deseos, nombró luego los Padres que se habían de embarcar, y les avisó para que fuesen (como lo hicieron) al Puerto de la Paz, y Cabo de S. Lucas, y el Illmô. Señor Visitador general por su parte dio mano a disponer todo lo necesario, trabajando personalmente, como si fuese un Peón. Luego que llegaron de San Blas los Barcos, haciendo de Capitana el S. Carlos, que dio fondo en el citado Puerto de la Paz y San Antonio, alias el Príncipe que (no dándole lugar los vientos por contrarios allí) dio fondo en el Cabo de San Lucas, quiso el Illmô. Señor reconocer si estaban en disposición de hacer el viaje, mandó descargar la Capitana, y viéndole la quilla, determinó darle una recorrida y nueva carena; pero faltando la brea para hacerlo, no se dedignó la cristiana piedad del expresado Señor no sólo idear de que sacarla, sino que por sus mismas manos trabajó para conseguirla, como lo logró de los Pitayos, cuando a todos parecía imposible. Con esto, quedando a su satisfacción los citados Buques, los mandó cargar de todos los víveres y demás que había traído de San Blas, como asimismo de cuanto se custodiaba en dos Almacenes, que en el Puerto de la Paz, o de Cortés, había mandado edificar. También por sí mismo ayudó este Señor al V. Padre Junípero, y Padre Parrón, a encajonar los ornamentos, vasos sagrados, y demás utensilios de Iglesia y Sacristía para las tres Misiones que de pronto se habían de fundar, gloriándose, en una Carta que el referido Señor al mismo tiempo me escribió, en que me expresaba que era mejor Sacristán que el Padre Junípero, pues compuso los ornamentos y demás para la Misión (que llamaba suya) de San Buenaventura, con más prontitud que el Siervo de Dios los de la suya de San Carlos, y que le hubo de ayudar. Asimismo, con el fin de que éstas se fundasen con el mismo orden y gobierno que las de Sierra Gorda, tan del agrado del propio Illmô. Señor, éste mandó encajonar, y embarcar todos los utensilios de casa y campo, con la necesaria herramienta para labores de tierra y siembra de toda especie de semillas, así de la antigua, como de la Nueva España, sin olvidarse por estas atenciones de las mas mínimas, como hortaliza, flores y lino, por ser aquella tierra, en su concepto, para todo fértil, por estar en la misma altura que España (y no lo engañó su pensamiento, como diré adelante). Igualmente determinó para dicho efecto, que de la Misión antigua, situada más hacia el Norte, condujese la Expedición de tierra doscientas reses de Vacas, Toros y Bueyes para poblar aquella nueva tierra de este ganado mayor, para cultivarlas todas, y para que a su tiempo no faltase que comer; el que se ha aumentado mucho, y procreado admirablemente. En cuanto estuvo todo dispuesto, señaló el mismo Señor el día que hubiese de salir la Comandanta, mandando que toda la gente se dispusiese por medio de los Santos Sacramentos de Penitencia y Eucaristía. De esta manera se practicó, celebrando el R. P. Presidente la bendición de Barco y Banderas, y dándoles a todos su bendición después de la Misa de rogativa al Smô. Patriarca Señor San José, a quien se nombró por Patrono de las Expediciones de mar y tierra, habiendo de antemano por Carta Cordillera encargado a los Ministros, que todos los meses el día diez y nueve se cantase en todas las Misiones una Misa al Santísimo Patriarca (concluyéndose con la Letanía de los Stos.) de rogativa, para conseguir el más feliz éxito de dichas Expediciones. Después de la Misa de rogación que va referida, hizo el Señor Visitador general a toda la gente una gran exhortación o plática para animarla; y todos enternecidos se embarcaron el día 9 de Enero de 1769 en la citada Capitana San Carlos, acompañándolos para su consuelo el Padre Fr. Fernando Parrón. La gente que conducía fue el Capitán Comandante de la Expedición marítima D. Vicente Vila: Una Compañía de Soldados Voluntarios de Cataluña de veinte y cinco hombres con su Teniente D. Pedro Fajes: El Ingeniero Don Miguel Costanzó, como también D. Pedro Prat, Cirujano de la Real Armada, y toda la Tripulación necesaria con los correspondientes Oficiales de Marina. Hízose a la vela el citado día nueve, y en cuanto se apartó del Puerto, salió el R. P. Fr. Junípero por tierra para su Misión y Presidio de Loreto, para disponer todo lo necesario para la otra Expedición; y de paso (como que era camino) paró en mi Misión de San Francisco Javier, y refiriéndome todo lo dicho, rebosaba a su rostro la alegría, júbilo y contento de su corazón. El segundo Barco destinado para la Expedición era el San Antonio, alias el Príncipe, el cual, como se ha dicho, no permitiéndole los vientos arribar al Puerto de la Paz, fue a dar fondo en el Cabo de San Lucas. Luego que el Señor Visitador tuvo esta noticia, despachó Orden al Capitán para que allí se mantuviese, que S. Illmâ. pasaría allí, como lo verificó; pues el mismo día que salió el San Carlos, se embarcó en el Paquebot nombrado la Concepción, y me escribió la noticia de la salida del citado Navío, y que ya que no podía ir a la Expedición para fijar por su mano el Estandarte de la Santa Cruz en el Puerto de Monterrey, no quería omitir el acompañarla hasta el Cabo de San Lucas, y que allí desembarcaría (viéndola pasar,) y daría mano a disponer que sin pérdida de tiempo saliese el San Antonio. Así lo practicó el expresado Señor, acompañando a la Capitana hasta el citado Cabo de San Lucas, donde tuvo el gusto de verla salir con viento en popa el día 11 de Enero de dicho año de 1769. Luego que desembarcó S. S. Illmâ. en el mismo Cabo, comenzó a abreviar la salida del San Antonio; pero antes de todo practicó con este Barco lo mismo que con el San Carlos, mandándolo descargar y recorrer; y en cuanto estuvo a su satisfacción, dispuso se equipase, así con lo que había traído de San Blas, como con la prevención de granos, carnes, pescado, etc. que tenía este Señor con su eficacia acopiada para este fin. Embarcado todo, prevenida la gente, dispuesta con el Santo Sacramento de la Penitencia, y cantada la Misa de rogativa al Señor San José, comulgó en ella; y concluida les hizo el Señor D. José de Gálvez su plática exhortatoria para la paz y unión, compeliéndoles al cumplimiento de su obligación, y obediencia a los Jefes y Oficiales, y a que respetasen a los Padres Misioneros Fr. Juan Bizcaíno, y Fr. Francisco Gómez, que con ellos iban para su consuelo; y concluida la función, se embarcaron el día 15 de Febrero: y siendo este día de la traslación de San Antonio de Padua (Patrono de dicho Barco) confiaron en su patrocinio que con toda felicidad los trasladaría al Puerto de San Diego o Monterrey. Con esta confianza salieron, previniendo dicho Señor al Capitán del citado Paquebot, que era D. Juan Pérez, Mallorquín, insigne Piloto de la Carrera de Filipinas, que procurase no perder instante de tiempo, en inteligencia de que el Comandante, Capitán del San Carlos, llevaba la orden de ir en derechura al Puerto de San Diego, y esperar solos veinte días; y que si dentro de este término no llegase, dejando señal, cruzase para Monterrey, y que lo mismo había él de practicar en caso de no encontrar dicha Capitana en San Diego, ni a la Expedición de tierra, cuyo Capitán llevaba la misma orden. Concluido el despacho de estos dos Barcos, dió principio el Señor Visitador general a disponer el tercero, nombrado el Señor San José, que habiendo venido de San Blas, se hallaba fondeado en el Cabo de San Lucas. Dio la orden de que descargándole y registrándole, se hiciese la misma diligencia que con los otros dos; y habiéndose ejecutado, lo envió para el puerto de la Paz, encargando al Capitán lo esperase allí, pues antes de salir para San Diego, tenía que ir a Loreto. En cuanto salió dicho Paquebot para el Puerto de la Paz, fue el Illmo. Señor por tierra, dando vuelta a todo el Cabo por la playa, hasta llegar a la Misión de todos Santos, y de allí al Real de Santa Ana. Concluidas las Diligencias de la Visita, pasó al mencionado Puerto de la Paz, y se embarcó en una Balandra, para ir de convoy con el Paquebot Señor San José, donde también se habían embarcado los dos Padres Misioneros que vinieron del Colegio de San Fernando en lugar de los otros dos que iban con la Expedición. Salieron de la Paz a mediados de Abril, y en breve tiempo llegaron con toda felicidad a Loreto, y se detuvieron en dicha Rada hasta el 1 de Mayo, ocupándose S. S. Illmâ. en dar las providencias y disposiciones necesarias para el buen régimen de la Tropa y Presidio, y para las Misiones de Indios, dejando fundado un Colegio de muchos de ellos para la Marina. Concluída su Visita, se embarcó en la misma Balandra dicho día 1 de Mayo para pasar a la Ensenada de Santa Bárbara del Río Mayo de la Costa de Sonora, llevando en su compañía el Paquebot Señor San José a fin de que recibiese parte de la carga que tenía el expresado Señor encargada, quien habiendo llegado felizmente, caminó al Real de los Alamos, para dar principio a la Visita de aquellas Provincias, y el dicho Paquebot recibida la carga, volvió a Loreto por la restante que estaba preparada. En este Barco se había de embarcar para San Diego el P. Predicador Fr. José Murguía, y por hallarse gravemente enfermo y sacramentado éste, salió de Loreto sin ningún Religioso el día 16 de Junio del mismo año; y no habiéndose vuelto a saber más de él, ni parecido fragmento alguno, se juzga padecería naufragio en alta mar. He adelantado estos pasajes, para concluir la narración de las Expediciones marítimas, y pasar con mas desembarazo a hacer relación de las de tierra.
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CAPITULO XIII Noticias del territorio á que se estiende la Audiencia de Charcas, sus obispados y los corregimientos comprehendidos en el arzobispado de la capital 326 La provincia de Charcas, mirada ahora por lo que se estiende la jurisdiccion de aquella Audiencia, es no menos dilatados que la de Lima, si bien sus paises por algunos parages, no tan poblados como aquellos, embarazandolo de una parte los desiertos dilatados que la interrumpen y las montañas impenetrables que, con la espesura de los bosques, hacen incontrastable el terreno, y de otra, las cordilleras de los Andes, elevadissimas, y las espaciosas pampas ó llanos, muy dilatados, que median entre sus distancias; assi, solo viene á estarlo en aquellos sitios donde o concurren estos obstáculos. En la antigüedad, eran comprehendidas baxo el nombre de Charcas muchas provincias numerosas de indios, á las quales empezó á conquistar el quinto Inga Capac Yupanqui y reduxo al yugo de aquel imperio, pero sus armas solo llegaron hasta las provincias llamadas Tutyras y Chaqui, con las quales puso fin á las conquistas por la parte de Collasuyo. Muerto este Inga y haviendo subido á el trono su hijo Inga Roca, que fue el sexto en el orden de aquellos emperadores, continuó las conquistas y se hizo reconocer señor de todas las naciones que mediaban entre la provincia de Chuquisaca, en la qual se fundó despues y permanece hoy la ciudad de la Plata, que hace cabeza á toda la provincia de Charcas. La jurisdiccion de esta empieza por la parte del norte en Vilcanota, perteneciente á la provincia de Lampa del obispado del Cuzco, y llega hasta Buenos Ayres por la parte del sur; por el oriente se estiende hasta el Brasil, sirviendole de termino el meridiano de demarcacion, y por el occidente alcanza en parte hasta la costa del mar del sur, como sucede por Atacama, cuya provincia le pertenece, y es lo mas septentrional de ella por aquella parte; pero lo restante confina con el reyno de Chile. En toda esta extension se comprehenden un arzobispado y cinco obispados, sus sufraganeos, cuyos nombres son los que se siguen, arzobispado de la Plata y La Paz, Santa Cruz de la Sierra, Tucumán, Paraguay y Buenos Ayres. En este capitulo se dará razon de lo que comprehende el arzobispado de la Plata, y en los dos siguientes continuarán las noticias correspondientes á los otros obispados. 327 Despues que los españoles tuvieron reducidas casi todas aquellas provincias que se estienden desde Tumbez hasta el Cuzco con las inmediatas á esta capital y calmaron los alborotos sobrevenidos entre los mismos conquistadores, pensaron en seguir la empresa para poner igualmente en obediencia las naciones que caian mas retiradas; á este fin salió del Cuzco en el año de 1538 Gonzalo Pizarro y otros capitanes con buen numero de gente española y, encaminandose acia los charcas, llegó con su exercito á las naciones de estos y de los carangues, en quienes encontró tanta oposicion que, haviendose ofrecido entre unos y otros distintas batallas, le costó no pequeña dificultad el vencerlos; pero aunque fue grande su resistencia, no tanta como la que le hicieron los chuguisacas porque, haviendo llegado á el pueblo principal de ellos despues de varias batallas que intervinieron, se siguió el sitiarle estrechandolo de tal modo que, á no haver recibido un socorro del Cuzco embiado con toda diligencia por su hermano el marqués Don Francisco Pizarro, huvieren acabado los indios con los pocos españoles que havian quedado de las passadas refriegas; llegado, pues, este refuerzo y en el bastante numero de gente de la mas lucida que entonces havia, salió de aquel conflicto y pudo desvaratar á los indios, obligandolos á que baxassen la cerviz y reconociessen por señores á los reyes de España. En el año siguiente, que fue el de 1539, viendo el marqués Don Francisco Pizarro quan importante sería el establecerse allí, dispuso se hiciesse una villa y dió la comission al capitan Pedro Anzures, el qual la fundó donde estaba el pueblo de Chuquisaca, y se avecindaron en ella muchos de los que havian ido á la conquista y permanecian en aquellas partes haciendo la de las otras naciones inmediatas; dieronle entonces á esta poblacion el nombre de la Plata aludiendo á unas minas de este metal que hay en el cerro de Porco poco apartado de ella, de las quales sacaban mucha plata los emperadores ingas, teniendo para ello destinados un numero de indios, pero siempre conserva el primitivo de Chuquisaca, que es el que está mas recibido. 328 La planta de la ciudad es en un pequeño llano, donde la rodean cerros medianos, con cuyo abrigo está defendida de la desapacibilidad de los vientos. En verano, es su temperamento muy benigno y casi igual todo el año, pero el ibierno, cuya estacion empieza allí por diciembre y dura hasta marzo, son muy continuas las lluvias, y frequentes las tempestades de truenos y rayos, quedando apacible la athmosphera en lo restante del año. Las casas, tanto de la plaza mayor como las de su inmediacion, tienen un alto; son cubiertas de texas y capaces en el interior repartimiento de sus viviendas, acompañandoles el recreo de huertas y jardines, que todas gozan para la diversion y gusto de sus moradores, y en ellos, las frutas de Europa que se producen. Es escasa de aguas corrientes, no teniendo sino la muy precisa para el consumo de los que allí habitan, y esta se distribuye por medio de fuentes publicas que están repartidas en la poblacion. El vecindario que encierra se regula ser de catorce mil almas entre indios y españoles de ambos sexos. 329 La iglesia mayor, que es de tres naves, tiene buena fabrica y bastante capacidad, hallandose adornada con retablos dorados y pinturas sobresalientes. Para el pasto espiritual de su feligresía, hay dos curas rectores, el uno es de españoles y el otro de indios; además, hay otra parroquia nombrada San Sebastian, que está al un estremo de la ciudad, y es para los indios que viven en su contorno, y su feligresía será de tres mil almas. Los conventos de religiosos, cuyos templos son suntuosos y con espaciosas viviendas, son San Francisco, Santo Domingo, la Merced, San Agustin, un colegio de la Compañía y un convento hospital de San Juan de Dios, mantenido este á expensas del rey; de monjas hay Santa Clara y Santa Monica. 330 Hay, assimismo, Universidad publica dedicada á san Francisco Xavier, cuyas cathedras, que son dotadas, las obtienen los seculares de uno y otro estado, y es rector de ella el del colegio de la Compañia. En dos colegios se leen todas las facultades, el de San Juan está al cuidado de los padres de la Compañia, y el de San Christoval, que es seminario, á el de un eclesiastico particular que nombra el arzobispo. 331 A dos leguas de la Plata, lleva su curso el rio Cachimayo, en cuyas vegas hay muchos caseríos que sirven de recreo á su vecindario y, á cosa de 6 leguas, en el camino de Potosí corre el rio de Pilcomayo, el qual se transita sobre un gran puente de piedra; este rio provee de pescado á la ciudad de la Plata en algunos meses del año, siendo entonces muy abundante de ellos de varias especies y buen gusto, entre los quales se particulariza uno que llaman dorado, tan grande que pasa regularmente de 20 á 25 libras. Y lo restante de viveres, assi de pan como de carnes, semillas y frutos, lo entran siempre de las provincias comarcanas. 332 De los tribunales que tienen assiento en la Plata, es el principal el de la Audiencia Real, cuya ereccion se hizo en el año de 1659, y se compone del presidente, á quien es accessorio el caracter de governador y capitan general de la provincia, á exclusion de los goviernos de Santa Cruz de la Sierra, el Tucumán), Paraguay y Buenos Ayres, que son independientes y absolutos por lo correspondiente á los assuntos militares, cinco oidores de numero, un fiscal, un protector fiscal de indios y, además de estos, tiene, actualmente, otros dos oidores supernumerarios. 333 El cuerpo de la ciudad lo forman, como en todas las demás, regidores, que regularmente lo son las personas de mas lustre que hay en ella, y hace cabeza el corregidor, eligiendose annualmente dos alcaldes ordinarios para el govierno economico, politico y civil. 334 Fue erigida la iglesia de la Plata en episcopal el año de 1551, quando yá se hallaba la poblacion con titulo de ciudad, y en el año de 1608 se hizo metropoli. Su cabildo se compone del arzobispo, cinco dignidades, que son dean, arcediano, chantre, tesorero y maestre escuela, tres canongias de oposicion, doctoral, penitenciario y magistral, dos de presentacion, quatro raciones y otras cuatro medias raciones; y el arzobispo con su provisor forman el tribunal eclestastico. 335 Assimismo, hay un tribunal de Cruzada compuesto de comissario subdelegado y demás ministros correspondientes, comissario y ministros subalternos de Inquisicion, dependientes de Lima, y caxa de bienes de difuntos, todo en la misma forma que en otras ciudades de que se ha tratado. 336 Los corregimientos que pertenecen al arzobispado de la Plata, nombrados por el mismo orden que en los capitulos anteriores, son en todo 14, y sus nombres, como se sigue, ciudad de la Plata y villa imperial de Potosí, Tomipa, Porco, Tarija, Lipes, Yamparaes, Oruro, Pilaya y Paspaya, Cochabamba, Chayanta, Paria, Carangas, Cicacica y Atacama. 337 El corregimiento de la ciudad de la Plata estiende tanto su jurisiccion por la parte del occidente que comprehende la villa imperial de Potosí, en la que hace el corregidor su continua residencia, como tambien el tribunal de Real Hacienda compuesto de contador y de tesorero, haviendose arbitrado el ponerlo allí por la mayor inmediacion á las minas y comodidad para el registro de la plata que se saca de ellas. 338 El celebrado cerro de Potosí, á cuyo pie está la villa de este nombre acia la parte del sur, es bien conocido en el mundo por las grandes cantidades de plata que, saliendo de su seno y corriendo por todas partes, han esparcido sus riquezas y su fama hasta las mas distantes. El descubrimiento de sus abundantes minas fue el año de 1545 por un accidente casual no desemejante á los que se han repetido antes y despues en otros distintos sitios; siguiendo, pues, á ciertos venados un indio, llamado segun unos Gualca y por la opinion de otros Hualpa, y, enderezandose aquellos por el cerro, continuó este su diligencia para darles alcance y, al llegar á un repecho algo escarpado, echó mano de una rama para poder vencer con menos dificultad la aspereza; pero no bastando la resistencia de sus raices á la fuerza de su peso, se arrancó descubriendo en la escasa concavidad de su nacimiento una pella de plata fina que, debaxo de aquella aparente costra, se ocultaba, sacando el mismo tiempo pegada alguna porcion de ella en porcion entre los terrones que quedaron asidos á las raices. Este indio, que tenia en Porco su assistencia, se retiró á el lugar con alguna porcion del metal que por entonces pudo arrancar de la beta y, haviendolo beneficiado secretamente, sacó en limpio la plata que contenia; siempre que necessitaba de mas iba al cerro y repetia la diligencia hasta que otro indio guanca amigo suyo advirtió en él lo que havia mejorado de fortuna, y le estrechó tanto con instancias que, vencido de ellas, le reveló el secreto; uno y otro continuaron algun tiempo sacando plata hasta que, desavenidos entre sí porque el Gualpa ó Hualpa rehusaba descubrir el medio que tenia para beneficiar el metal, el Guanca participó á su amo, llamado Villarroel, que era vecino de Porco, la noticia de aquel rico mineral; este inmediatamente passó á registrarlo, practicandose la diligencia en 21 de abril de aquel año de 1545, y quedó desde entonces haciendose labor en ella y sacandose de allí grandes riquezas. 339 A la mina antecedente, por donde aquel cerro empezó á manifestar el tesoro que en sus venas encerraba y que como tal ha conservado el nombre de Descubridora, se siguió dentro de pocos dias el hallazgo de otra menos rica, á quien dieron el nombre de mina del Estaño; despues, otra que se grangeó el renombre de Rica por exceder á todas las demás, y á ella siguió la que llaman de Mendieta, siendo estas quatro las mas principales de aquel cerro sin otras muchas inferiores á ellas que lo atraviessan por todas partes. La situacion de aquellas es en la parte del norte del cerro, y hacen la direccion del norte para el sur con muy corta inclinacion acia el occidente, siendo las que corren en esta conformidad, segun el dictamen de los hombres mas inteligentes en aquel reyno, las que merecen el primer lugar en quanto á riqueza por ser en ellas donde se encuentra la plata con mas abundancia. 340 Esparcida en breve tiempo la fama de estos minerales, empezó á acudir allí gente de todas partes y con particularidad de la ciudad de la Plata, de donde dista aquel cerro de 20 á 25 leguas, y se fue haciendo opulenta aquella villa, que segun la comun opinion tiene mas de dos leguas en circuito, avecinándose en ella muchas familias nobles y, principalmente, las de los que son interessados en las minas. El temperamento del cerro es muy frio y seco, y de él participa la villa su esterilidad tal que no produce simiente, fruto, yerva ni otra cosa alguna; no obstante, se halla tan poblada como se ha visto, y no se carece de cosa alguna de las necessarias para la vida porque, llevándose á él de las demás provincias, abunda todo. El comercio que con este motivo se hace continuamente en aquella villa es mayor que en alguna otra ciudad del Perú, á excepcion de lo que se ha dicho de Lima, y, siendo muy quantioso el gentío que se ocupa en el trabajo y labores de las minas, es á proporcion el consumo. Las provincias fértiles en granos y frutos la acuden con ellos para venderlos con estimacion, las abundantes en ganados no cessan de embiarlos para abastecerla, las que tienen fabricas de ropas consiguen allí el despacho de ellas, y los que comercian con otros generos de Europa, muchos hacen tráfico con el Potosí, y todo se vende á trueque de plata en barras ó piñas. 341 Además de este comercio, hay el de los aviadores, que consiste en adelantar ciertos mercaderes plata amonedada á los dueños de minas para sus gastos precisos, tomando despues el equivalente en barras y piñas. El comercio del azogue para el beneficio de estos metales es tambien de consideracion, siendo ramo reservado al Real Erario, y que podrá regularse por la mucha plata que continuamente se saca su crecido consumo; pues hasta de muy poco tiempo á esta parte que se ha perfeccionado algo el modo de beneficiar la plata con algun ahorro de azogue, correspondia lo que de este se consumia á marco de azogue por marco de plata líquida, y muchas veces mas, quando en los beneficiadores no concurria la mayor pericia. Para que se pueda hacer juicio del gran consumo de azogue que se ha hecho en solo las minas de aquel cerro y de las riquezas que de él han salido, bastará aqui el dicho de dos autores que lo dan bien á entender; el uno es el licenciado Alvaro Alonso Barba, cura que fue en la imperial villa de Potosí y escrivió de metales el año de 1637, quien dice que desde el año de 1574 que se entabló en aquellas minas el beneficio de la plata por medio del azogue hasta el tiempo que él escrivia se havian llevado á las Caxas reales de Potosí doscientos quatro mil setecientos y mas quintales de azogue, sin hacer quenta de lo mucho que havia entrado extraviado, y, siendo 63 años, corresponden en cada uno á tres mil doscientos quarenta y nueve quintales; el segundo, Don Gaspar de Escalona, quien afirma en su Gazophilacio Perubico, folio 193, que hasta el año de 1638, que á diferencia de un año es la misma data, tenia averiguado haverse sacado de aquel cerro trescientos y noventa y cinco millones seiscientos y diez y nueve mil pesos, y assi, en los 93 años que passaron desde su descubrimiento, corresponden á cada año quatro millones doscientos y cinquenta y cinco mil y quarenta y tres pesos, de donde podrá inferirse quan considerable havrá sido y será el comercio que mantiene aquella villa, saliendo de ella unas sumas tan considerables en cambio de lo que se lleva allí á vender y se consume, consistiendo todo su comercio activo en plata, unico fruto de aquel cerro, cuyas cosechas, aunque no son ya tan quantiosas, se mantienen siempre en un buen pie. A poca distancia de Potosí, hay unos baños de agua caliente medicinales que acuden muchos á tomar, unos por remedio y otros por gusto; danles el nombre de Don Diego. 342 La jurisdiccion del corregimiento de Tomina empieza á cosa de 18 leguas distante de la ciudad de la Plata acia la parte del sudoeste y linda con los indios bravos de la montaña llamados chiriguanos, cuyas tierras caen á el oriente de este corregimiento. El temperamento de las de su pertenencia es cálido, y á correspondencia los frutos y semillas que se producen en él; hay parages en donde se coge algun vino, y otros en que, produciendose bien la caña de azucar, se fabrican porciones de esta. Es abundante en ganados mayor y menor, y su extension, por partes de 40 leguas. La inmediacion de los indios chiriguanos á los pueblos de este corregimiento no solo los tiene amenazados de sus frequentes correrias sino que tambien hace participe del mismo cuidado á la ciudad de la Plata, haviendo intentado yá en algunas ocasiones ir sobre ella. 343 El corregimiento de Porco se sigue á la villa de Potosí, continuando su jurisdiccion por la parte del occidente, y dista de la ciudad de la Plata cosa de 25 leguas, estendiendose despues como otras 20. El temperamento que gozan sus tierras es frio y, por esto, no muy adequado para las simientes y frutos, aunque sí para ganados, de los quales hay algunos mayores y menores. Tiene este país en su distrito el cerro ó montaña de Porco, de quien toma el nombre y de donde, como yá se dixo, hacian sacar los ingas toda la plata de que usaban para su servicio y adornos, y, assi, fue el primero que empezaron á trabajar los españoles despues de hecha la conquista. 344 A la parte del sur de la ciudad de la Plata y como 30 leguas distante de ella, está el corregimiento de Tarija ó Chichas, que se dilata en su mayor distancia como 35 leguas. Su temperamento es vario, siendo en partes cálido y en partes frio, á cuya proporcion se cogen los frutos, y es abundante en ganado mayor y menor. Los paises que pertenecen á este corregimiento están todos beteados de minas de plata y oro, haciendose famoso entre los primeros el de Chocayas. Por los terminos de esta provincia y confines de los indios infieles, hace su curso el gran rio Tipuanys, cuyas arenas van mezcladas con oro, y sucede lo mismo en él que lo que se dixo del de Carabaya. 345 A la misma parte que el antecedente con alguna pequeña inclinacion acia el sudoeste, está el corregimiento de Lipes, y su extension es, assimismo, de otras 35 leguas. El temperamento que gozan sus tierras es sumamente frio; y, assi no abundan en él simientes ni frutos pero sí ganados, y con particularidad los del país, como vicuñas, alpacas ó tarugas y llamas, debiendose entender que estos son regulares en todas las demás provincias de punas, esto es, en aquellas que tienen páramos ó cerros altos, donde es continuo el temple frio. Hay allí minas de oro aunque no se trabajan, pero están patentes las labores antiguas, y con particularidad en uno de los cerros que hacen inmediacion á Colcha, á cuyo sitio dan allí el nombre de Abitanis, que en lengua de allí significa mina de oro. El cerro de San Christoval de Acochala ha sido de los mas famosos del Perú por la riqueza de sus minas de plata, siendo esta tanta que en parages se cortaba á sincel; yá están en decadencia respecto de lo que de ellas se sacaba antes, aunque no dexan de continuar las labores, siendo la causa de aquella la falta de gente para trabajarlas pues, á no ser esto, es, sin duda, que producirian con la misma abundancia. 346 A corta distancia de la ciudad de la Plata por la parte del oriente, empieza la jurisdiccion del corregimiento de Yamparaes, terminandose por el oriente con la de los corregimientos pertenecientes al obispado de Santa Cruz de la Sierra, y entre ellos con el de Misque Pocona, y el corregidor de esta provincia de Yamparaes tiene jurisdiccion en los indios que pueblan á la Plata. El temperamento que gozan sus tierras es en parte frio y en parte cálido. Hay en él algunos ganados y muchos granos, excediendo en la abundancia de estos ultimos la cebada, con la qual y aquellos anteriores mantiene la mayor parte de sus comercios. 347 Por la parte del noroeste de la Plata, está la provincia de Oruro, cuya capital es la villa de San Phelipe de Austria de Oruro, distante de ella 40 leguas. El temperamento del país, por la mayor parte, es tan frio que no se producen en él frutos algunos, pero, en correspondencia, es abundante de ganados, y hay muchos de los que son propios de la tierra, vicuñas, guanacos y llamas. Hay allí mucha abundancia de minas de oro y de plata; las primeras, aunque descubiertas desde el tiempo de los ingas, se han trabajado muy poco; las de plata han sido y son tan famosas que toda la provincia se ha hecho bien conocida por la riqueza que de ellas se ha sacado; al presente, tienen alguna decadencia y no corta porque muchas han dado en agua sin haver aprovechado, para ponerlas corrientes, todas las diligencias de varios mineros que han intentado desaguarlas; y assi, las que al presente se trabajan con mas provecho son las de Popó, cerros que distan como 12 leguas de la villa. La capacidad de esta es grande y muy poblada por el crecido comercio que las minas han atraido, y en ellas hay Caxas reales y oficiales de Real Hacienda para la recaudacion de los quintos que pertenecen al rey. 348 Está al sur de la Plata y distante de esta ciudad cosa de 40 leguas la provincia de Pilaya y Paspaya ó Cinti; la mayor parte de la jurisdiccion cae entre quebradas, y, assi, su temperamento es muy comodo y á proposito para producir toda suerte de granos, frutos y legumbres, con los quales, y mucha porcion de vinos que se hacen allí, mantiene comercio con las demás provincias proveyendolas de ellos. 349 Hallase el corregimiento de Cochabamba acia la parte del sueste de la Plata, distante de esta ciudad 50 leguas y de Potosí 56. La villa que hace cabeza en él es de las mas considerables del Perú en capacidad y poblacion, y su jurisdiccion se estiende por partes hasta 40 leguas. La situacion de la villa es en una llanura fértil y deliciosa; y hallandose regado todo lo restante del país con muchos rios y arroyos que lo atraviessan, es tan fecundo y abundante de granos que se tiene esta provincia por el granero de todo el arzobispado y aun del obispado de la Paz, gozando al mismo tiempo en la mayor parte de sus territorios la comodidad del temperamento muy benigno, y en las tierras de su jurisdiccion, de algunas minas de plata. 350 Acia la parte del noroeste distante de la ciudad de la Plata cosa de 50 leguas, sigue el corregimiento de Chayantas, que se estiende por partes como 40 leguas. Hacen famoso este país los muchos minerales de oro y plata que hay en él; los primeros no se trabajan aunque están patentes los socabones en donde se hacian labores en tiempos antiguos, y en un rio, que llaman Grande y atraviessa esta provincia, se encuentran pepitas entre sus arenas y oro en polvo; los de plata están corrientes y son abundantes de metal. Aunque en sus tierras hay algunas tropas de ganados mayor y menor, son solo los precisos para su consumo. 351 Siguese tambien por la parte del noroeste de la Plata y distante de esta ciudad como 70 leguas la provincia de Paria, dilatandose mas de 40 leguas, que, siendo casi todas de temples frios, es escasa de frutos y abundante de ganados, mayor y menor. Hacense con la leche de las ovejas y bacas que pastean sus campañas muchos quesos de tan buena calidad que se comercian en todo el Perú, mereciendo grande estimacion en las provincias distantes. Hallanse en la comprehension de sus terminos algunas minas de plata, y reconoce su nombre esta provincia de una laguna bien grande que hay en ella y se forma con el desague de la gran laguna de Titi caca ó Chuchuito. 352 El corregimiento de Carangas empieza á 70 leguas de la ciudad de la Plata y corresponde al occidente de ella, dilatandose despues las tierras de su pertenencia mas de 50 leguas. El temperamento es muy frio, y, por esta razon, los frutos y simientes que se cogen en él son solamente papas, quinos y cañagua pero es abundante en ganados. Sus tierras manifiestan muchas betas de minerales de plata que tienen labores corrientes, y entre estos es famoso el nombrado de turco por ser de metal machacado, nombre que le dan los mineros quando está visible la plata, haciendo sus fibras un entretexido admirable con la piedra á que están unidas, y las minas de esta especie son por lo regular las de mayor riqueza. Otras, si no mas ricas, mas particulares se comprehenden en aquella jurisdiccion y se hallan en los arenales despoblados que corren acia las costas del mar del sur; en ellos, con la diligencia de cabar la arena y hacer hoyos, se encuentran unos pedazos de plata sueltos sin haver por allí mina ni otra piedra mas que la pequeña porcion que está unida ó mezclada por partes con la misma plata; llamanles papas porque en el modo de sacarlas ó de descubrirlas hay semejanza al que se tiene para cosechar aquella raiz. A la verdad, no ofrece poco que discurrir el cómo se pudieron haver quaxado allí aquellas porciones de plata separadas del mineral, sin caxas y entre la arena muerta y movediza. A mi parecer, son dos los medios que se pueden arbitrar para verificarlo; el uno, admitiendo la reproduccion continua de los metales, de que hay tantas pruebas que lo confirmen, como lo son los que llaman criaderos de oro y de plata, y se encuentran en muchas partes de aquel reyno; por otro lado, las betas y peñas que, abandonadas en un tiempo, despues se han labrado con grande aprovechamiento y, mas que todo, las ossamentas de los indios halladas dentro de las minas antiguas, beteadas todas con fibrazon de plata y llenando estas sus porosidades, lo qual, supuesto como principio incontestable, es natural que, corriendo la materia de que se forma la plata antes de llegar á fixarse y quando tiene adquirido un cierto grado de perfeccion, se filtren algunas porciones de ella por entre las porosidades de la arena hasta que, parando en aquella parte adonde llegaron con toda la disposicion necessaria para fixarse, queden en ella convertidas yá enteramente en plata y unidas aquellas otras porciones terreas que fueron recogiendo en lo que anduvieron hasta haver llegado á el sitio donde, detenida la materia, se consolidó el todo. 353 Aunque este sea el mas irregular juicio que se puede formar en el assunto, siempre me inclinaré al segundo porque á mi parecer es el mas simple y natural. Siendo en aquella America tan comunes los fuegos subterráneos, como se dixo tratando de los terremotos, no hay duda que la actividad de ellos es tal que derretirá los metales inmediatos á los sitios en donde ellos se inflaman y que les comunicará tal grado de calor que será suficiente para conservarse por mucho tiempo; y assi, derretida una porcion de plata, empezará á correr introduciendose por aquellas porosidades mayores de la tierra y continuará assi hasta que, perdido el calor, vuelva á fixarse y quedar como antes quaxada en la plata y otras escorias que esta llevó consigo. A este discurso, se pueden oponer dos reparos; el primero, que, passando el metal de aquel lugar donde se derritió á otro, deberia, luego que mudó de sitio, participando de la frialdad que este tenia, quedar endurecido con ella; y el segundo, que, siendo estrechas las porosidades de la tierra, y particularmente las de aquella, que por ser arenosa se consolidan mas sus partes, deberia aparecer en hilos ó ramificaciones delgadas y no en pedazos gruessos, como se encuentran. A uno y otro procuraré satisfacer sin dilatarme mucho. 354 Antes que la plata empiece á correr de aquel lugar en donde se liquidó, corrió el fuego subterráneo por las porosidades de la tierra, las quales vá ensanchando á proporcion que el cuerpo del ayre contenido en los mismos poros se dilata; inmediatamente se sigue el metal; y encontrando yá bastante camino por donde introducirse, acaba de comprimir las particulas de tierra que están inmediatas al que lleva, y assi continúa sin embarazo. El fuego subterráneo que primero corrió ó que precedió á el metal comunicó á la tierra un cierto calor bastante para quitarle su natural frialdad; y hallándola el metal en esta disposicion, no tiene lugar de perder tan presto el que llevaba consigo y, consiguientemente, de detenerse hasta que, haviendo corrido mucha distancia, se le vá desvaneciendo insensiblemente y, al cabo, se coagula y queda detenido; contribuye también á que la impression del calor le dura mas el que, no teniendo respiradero los conductos tal vez en mucha distancia, es mas dificil que la tierra por donde el metal vá corriendo se desimpressione del primer calor que concibió con el fuego subterráneo, y assi va á parar á larga distancia del lugar en donde se hizo la liquidacion. Detenidas las primeras partes del metal en un parage porque la frialdad que yá ha empezado á adquirir lo entorpece, van deteniéndose allí las que se le siguen, formandose como un deposito; y coagulado enteramente, queda hecha la piedra que en parte es plata y en parte escorias, que sacó del propio mineral de donde salió. Solo resta ver ahora si lo que se observa en estas piedras ó pedazo de metal se conforma con lo que acabo de exponer para que se le pueda dar lugar en la estimacion á este sentir. 355 Estas papas de plata ó pedazos de ella son de distinta forma en quanto al metal que el que se encuentra en las minas porque á la vista parece con toda propiedad plata fundida, y por tal la juzgará el que no tuviere conocimiento del modo de encontrarse. La plata en ellas forma un cuerpo, y las partes terreas quedan superficiales, poco ó nada mezcladas con aquellas, que es lo que sucede con los metales quando se funden y se vuelven á dexar á enfriar sin separarles las escorias; estas ó las partes terreas que quedan unidas á la plata tienen un color negro y en todo parecen calcinaciones, con la diferencia de que en unas lo están mas que en otras; y siendo esto lo mismo que debe suceder quando la formacion de estas papas se haga por fundicion del metal, parece que es natural el que suceda assi y no en el primer modo que expuse. 356 El tamaño ó grandor de estas papas es vario como también su figura; unas hay que pesan dos marcos, otras menos y otras mas; y entre diversas que he visto estando en Lima, examiné dos de las mayores que hasta el presente se han sacado. La una de ellas era de peso de 60 marcos pero pequeña respeto de la otra que excedia á 150 marcos, siendo su largo por donde mas como de un pie de París, que hace á corta diferencia tres ochavas de la vara castellana; encuentranse estos pedazos de plata quaxados en diversas partes de un mismo terreno, y no es regular haver muchas todas juntas en un propio sitio porque esto es conforme á las varias derrotas que el metal siguió quando empezó á correr, introduciéndose por las porosidades en que logró mas ensanche; y de la mayor ó menor capacidad de aquellos, resulta también el ser mas ó menos grande la papa que se forma. 357 A1 norte de la Plata y distante de esta ciudad 90 leguas pero de la Paz solo 40, está el corregimiento de Cicacica, y de él el pueblo principal, que tiene este nombre, y todos los que caen acia la parte del sur pertenecen á aquel arzobispado, pero muchos de los que caen á la del norte, son del obispado de la Paz. Las tierras de su jurisdiccion se dilatan por partes mas de 100 leguas, gozando variedad de temperamentos; entre estos, hay algunos de yungas, que son muy calientes, los quales producen la coca con mucha abundancia, proveyendo con ella los principales assientos de minas de toda la provincia de Charcas hasta Potosí, y assi es crecido el comercio que se hace con esta yerva; para esto, la ponen en unas cestillas que, por ordenanza del reyno, deben contener cada una 18 libras, siendo su valor en el intermedio de las cosechas en Oruro, Potosí y otras minas de 9 á 10 pesos y en ocasiones mas. En los parages que gozan temples frios, se mantiene mucho ganado mayor y menor y hay tambien de los silvestres del país, como vicuñas, guanacos y de las demás especies. No dexa de haver en las tierras de este corregimiento algunos minerales de plata aunque no con la abundancia y riqueza que en los otros yá nombrados. 358 Atacama pone terminos á la provincia de Charcas por la parte del occidente, donde ocupa parte de las costas del mar del sur, y dista de la Plata la poblacion principal con el mismo nombre de Atacama mas de ciento y veinte leguas; en lo que su jurisdiccion se dilata, que es lo bastante, goza variedad de temples, y sus tierras son abundantes en frutos, pero entre ellas hay algunas distancias de despoblados, y con particularidad el que corre al sur y hace division entre los reynos del Perú y Chile. En sus costas, se hace todos los años una gran pesca de tollo, el qual se introduce despues á todas las provincias interiores, y, siendo de allí unicamente de donde se surten de este mantenimiento para la Quaresma y otros dias de abstinencia, es grande el comercio que se hace con él.
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Capítulo XIII De Ynga Roca, sexto señor, que dividió las dos parcialidades de Anan Cuzco y Urin Cuzco Ynga Roca, hijo de Capac Yupanqui, sucedió a su padre en el señorío y reino, fue grave y apacible, y señoreó en gran sosiego estando en placeres con sus hijos y vasallos. Este descubrió las aguas de Urin Chacan y Anan Chacan, con los cuales se riega todo el valle del Cuzco hasta hoy día, y las poseen sus descendientes. También dividió y ordenó las dos parcialidades de Hanan Cuzco y Urin Cuzco, para mejor gobernar y regir su reino. Fue dadivoso y magnífico, y mandó que las borracheras y comités fuesen en juntas públicas, porque se temía le matasen. Mandó también este valeroso ynga levantar ciertas piedras y estatutas en su nombre para que en vida y muerte se les hiciese la misma veneración y honra que a los yngas reyes, y así cada ayllo y linaje tiene las estatuas de sus yngas, y hubo gran suma en la ciudad del Cuzco y su comarca. Cuando se descubrieron fue la primera la estatua de Ynga Roca, cabeza de la parcialidad de los yngas de Hanancuzco, y por su orden le sucedieron Ya-Huar Huacac, Viracocha, Topaynga Yupanqui, Huaynacapac y Huascar Ynga y Manco Ynga. Fue muy acatado y temido, y cuando los indios hablaban con él miraban el suelo, y cuando entraban donde estaba iban cabizbajos y de rodillas, y antes que empezasen a hablar pedían licencia, y muchas veces de turbados no hablaban y cuando le hablaban era muy baja la voz y él como tan discreto les hablaba con rostro alegre, haciéndoles muchas mercedes. Conquistó a Pimpilla y a Quisalla cerca del Cuzco y Cayto Marca. Fue casado con Cusi Chimpo, el hijo principal que le heredó, fue Yahuar Huacac sin éste tuvo otros cuatro: Paucar Hinga, Huamantassi, ingas; Vicaquirao, ynga; Cacachicha Vicaquizao y Apomaita, y una hija llamada Ypaguaco, y por otro nombre Mama Chiqui. Fueron compañeros en armas de Ynga Yupanqui. Después en una batalla que tuvo con unos indios cerca del Cuzco, que estaban fortalecidos en unos altos cercanos al pueblo de Ocongute, le dieron un flechazo por un lado, a soslayo de la cual herida le curó una india herbolaria de Hualla y poco después murió de una calentura. Su figura es esta que se ve (rubricado).