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CAPITULO ULTIMO En que se recopilan las virtudes que singularmente resplandecieron en el Siervo de Dios Fr. Junípero. Si con atenta reflexión se lee la Historia que antecede de la Vida y Apostólicas tareas del V. P. Fr. Junípero, se hallará que su laboriosa y ejemplar vida no es otra cosa que un vistoso y hermoso campo matizado de todo género de flores de excelentes virtudes. Para conclusión de la Historia intento en este último Capítulo (que dividiré en párrafos) recopilar las principales que se observaron, y que no pudo ocultar su humildad; y que para cumplir con la doctrina del Divino Maestro debía hacerlas en público, para que viéndolas los nuevos Cristianos, que con su predicación convirtió y agregó al gremio de la Santa Iglesia, las practicasen y alabasen a Dios. Pero las demás que no conducían al dicho fin, procuraba con mayor cuidado ocultarlas aun de los más estimados Compañeros, de los más confidentes e inmediatos, observando a la letra el precepto que nos intima Jesucristo por San Mateo (Cap. 6. V. 3.) Nesciat sinistra tua, quid faciat dextera tua: por cuyo motivo, no puedo dar razón de sus virtudes interiores. Porque no obstante la estrechez y amor que desde el año 39 le debí, y que desde el año 49 se confesó conmigo mientras que vivíamos, y si había algunas temporadas de separación por la obediencia, o cumplimiento del Apostólico ministerio, procuraba cuando nos volvíamos a juntar, hacer confesión general de aquel tiempo, renovando las que en el intermedio había hecho; no obstante este santo ejercicio de treinta y cuatro años, nada puedo decir de su vida interior, sí solamente podré referir de lo exterior, que no pudo ocultar, su profunda humildad, en cumplimiento del encargo que hace Jesucristo: Luceat lux vestra, &c. que según San Gregorio, es lo mismo que tener en las manos lámparas encendidas, para que viendo los actos de las virtudes exteriores, se muevan a alabar a Dios como Autor de ellas: Lucernas quippe ardentes in manibus tenemus, cum per bona opera proximis nostris lucis exempla monstramus. Pero aún de esto no hay lugar para decirlo todo, y me contentaré con referir sólo algunos actos de las virtudes que tienen visos de heroicas: para lo cual noto con los Auditores de la Sagrada Rota en la Causa de San Pedro Regalado, que de dos modos puede uno tener las virtudes en grado heroico: el uno en cuanto el hombre anhela a este modo como divino, que se llaman virtudes purgativas; el otro en cuanto tiene ya el hombre conseguido el fin de estos anhelos en cuanto es posible en esta vida mortal, y éstas se llaman virtudes de ánimo purificado, cuales fueron las de la Virgen Ntrâ. Señora, y de algunos esclarecidos Santos. No hablo de éstas, pues como dicen los mismos Auditores, se hallan en muy pocos Santos; sólo hablaré de las primeras de las que hablando el Cardenal Aguirre (Trad. de virtutibus &,vitiis dist. 12. q. 3. sec. 5, núm. 49) después de haber dicho que no se pueden conocer por sí mismas, sino solamente por los efectos, obras o acciones externas y palabras, según aquello de Cristo: Ex fructibus eorum &c. dice: Quisquis non praecepta solum, sed concilia Evangelica semper, & toto animi conatu deprebenditur observasse usque ad ultimum vitae momentum, neque unquam declinasse ab ea difficili & angusta via, verbo facto, aut omissione, idque judicio communi hominum tantam vitae perfectionem admirantium in mortali homine, his sane probabiliter creditur fuisse praeditus virtutibus per se inditis in gradu heroico; immo etiam virentibus acquisitis in eodem gradu. Cuyos efectos declara el Sr. Benedicto XIV (en el cap. 22 del lib. 3 de Serv. Dei. Beatif.) por estas palabras: Ut sit heroica efficere debet, ut eam habens operetur expedite, prompte, & delectabiliter supra communem modum ex fine supernaturali, cum abnegatione operantis, & affectuum subjectione. Esto, es para que una virtud sea heroica, ha de hacer que el que la tiene obre con expedición, prontitud y delectación sobre el modo común de los hombres, y esto por fin sobrenatural, con abnegación suya, y sujeción de todos sus afectos y deseos: cuyas autoridades de varones tan doctos del citado Cardenal de Aguirre, y del SSmô. Padre el Sr. Benedicto XIV me servirán de piedra toque, para conocer los quilates de las virtudes de N. V. Padre: y dando principio a ellas comenzaré por la Humildad, a la que llama San Agustín cimiento de la fábrica que edificó el V. P. Junípero con el ejercicio de las virtudes, valiéndome de lo que Fortunato Scaccho citado del SSmô. Padre el Sr. Benedicto XIV (lib. 3 de Canoniz, SS. cap. 24, núm. 48) dice: "Esta virtud de la humildad es tan necesaria y esencial en los imitadores de Cristo, que según los dogmas enseñados por Jesucristo, creemos ser el fundamento para la formación de todo el edificio espiritual, según la norma del Santo Evangelio. Y siendo necesarios muchos actos de virtud en grado heroico en cualquier Fiel y Católico, para la perfecta santidad: por esto cuando se buscan razones para probar la santidad de algún Siervo de Dios lo que primero se busca es su humildad." I Profunda Humildad Es la Humildad en sentir de San Bernardo citado por Santo Tomás de Villanueva (Conc. I de San Martino) una virtud por la cual el hombre con el verdadero conocimiento de sí mismo se tiene por despreciable, conociéndose miserable y contentible, por el profundo y claro conocimiento de sí mismo. Esta nobilísima virtud enseñó el divino Maestro a sus Apóstoles y Discípulos, así de palabra como por ejemplo: Discite a me quia mitis sum & humilis corde. Esta divina doctrina de tal manera imprimió en su corazón su humilde Siervo Fr. Junípero, que en cuanto lo llamó el Señor por medio de su divina gracia para el Apostólico instituto que desde luego propuso en su corazón imitarlo, siguiendo su doctrina en cuanto le fuera posible, poniéndola en práctica, empezando su oficio de la predicación, descalzándose a imitación de Jesucristo de las sandalias, como nos dice la V. Madre Sor María de Jesús de Agreda en su Mística Ciudad (part. 2, lib. 4, cap. 28, núm. 685) contentándose con el humilde uso de las alpargatas, de que usó hasta la llegada al Colegio, que para seguir, o imitar a los del Colegio volvió a usar de sandalias, hasta que saliendo a las Misiones de la Sierra Gorda, volvió a descalzarse de las sandalias, y prosiguió con las alpargatas hasta que se consumieron. Hablando el Sr. Benedicto XIV de los actos de la virtud de la humildad cuenta entre ellos la sincera abnegación de sí mismo, por la que en sus obras buenas se reputa uno siervo inútil, según lo de San Lucas (17 V. 10.) Cum feceritis omnia quae praecepta sunt &c. De tal manera se reputaba por inútil entre los demás Misioneros el P. Junípero, que cuando se regresaba a su Misión, concluida la visita de las demás prorrumpía con estas humildes y fervorosas palabras: "edificado vengo del fervoroso celo de todos los PP. Compañeros, de lo muy adelantadas que tienen sus Misiones en lo temporal y espiritual; y ciertamente es esta Misión la más atrasada" como queda dicho en el cap. 49 y no sólo en el. ejercicio de la Misión entre infieles, sino también entre Fieles, se reputaba por el más inútil, edificándose cuando sabía el fruto que sacaban los otros Misioneros. Y siendo mucho mayor el que S. R. sacaba, y mayores las conversiones que de sus fervorosos sermones se seguían, lo reputaba por mucho menos que el de los demás, dando a entender ser siervo inútil y sin habilidad, sintiendo esta falta, que impedía, a su parecer, la mayor gloria de Dios y servicio del Colegio, y puntual cumplimiento de la obediencia. Después de haber empleado su espíritu y fervor en las conversiones de la Sierra Gorda, lo ocupó la Obediencia en el de Vicario de Coro, en lo que se ofrece cantar: cuyo cargo admitió con toda humildad y sumisión, quejándose de sí mismo como inútil, por ignorar la solfa, como queda dicho. En otra temporada que lo tuvo empleado la obediencia en Maestro de Novicios, se consideró inútil para ello, y por obediente lo admitió con la mira de ejercitarse, no como Maestro, sino como Novicio, practicando lo mismo que aprendió en el Noviciado recién llegado al Colegio, como queda insinuado; añadiendo lo que su fervoroso espíritu le dictaba, sin ser molesto a sus Novicios, de los que viven todavía algunos en el Colegio, los que se tienen por felices y dichosos, de haber sido hijos de tan ejemplar Maestro. Otro acto de humildad cuenta en los Siervos de Dios el Sr. Benedicto XIV y es sentir y huir las honras y aplausos que se le tributan, y no recibir las dignidades sino forzados de la obediencia, o de la autoridad de los Superiores. Queda ya dicho como renunció los aplausos que tenía en su Patria y amada Provincia, y no se contentó con sólo esto, sino que lo mismo fue poner los pies en el Barco, que decirme, ya se acabó todo respeto y mayoría entre los dos, se acabó ya la Maestría y Reverencia: somos ya en todo y por todo iguales; y con las obras en cuanto se ofrecía, siempre se reputaba por el menor entre los dos, con harto rubor mío y admiración de todos los que lo veían; de modo, que lo mismo era poner los ojos en él, así Seculares como Eclesiásticos, aun de los de más alta Dignidad, y Regulares, que formar un gran concepto de él, de humilde, docto y santo. En este concepto lo tuvieron todos los Religiosos del Convento de Málaga, que fue el primero que pisamos cuando salimos de Mallorca, y el que más percibió su humildad y literatura fue el R. P. Guardián, Lector jubilado de aquella Provincia de Granada, queriendo probar el concepto que de dicho P. Junípero tenía hecho, y en breve conoció no haber sido falido el concepto que a primera vista había hecho del dicho Padre. Pero conociendo el humilde Padre el demasiado cariño que experimentaba de aquel Prelado, luego determinó apartarse y que nos fuésemos al Barco, como se ejecutó. En este mismo concepto lo tuvo el R. P. Comisario de la Misión en cuanto llegamos al Hospicio de Cádiz, y lo mismo juzgaron los Padres de la Misión de nuestro Colegio, y los de la Misión del Colegio de Querétaro, que estaban en otro Hospicio con su Comisario, que lo era de todas las Misiones y Colegios. En este mismo concepto lo tuvieron así el Capitán y Oficiales del Navío en cuanto lo vieron subir a él, y lo mismo juzgaron la gente de la tripulación desde el primero hasta el último, y todos los PP. de la Misión de los RR. PP. Dominicos con su Presidente, que había sido Lector en Salamanca, quien luego trabó amistad con el V. Padre, de quien hizo mayor concepto que todos los demás. En el mismo concepto lo tuvieron los Seculares en cuantos caminos anduvo, y en cuantos Pueblos y Haciendas paró, no sólo en tiempo de misionar, sino aun yendo de paso, dejando en todas partes gran fama de humilde y santo, no olvidándolo aun después de muchos años de visto, quedándoles impresa su fisonomía; si no es que digamos, que estas sus virtudes las tenía impresas en su humilde aspecto. Así parece que las leyeron en cuanto lo vieron los Illmôs. Señores Obispos de la Puebla de los Ángeles, y de Oaxaca o Antequera, cuando fue a predicar Misión en dicha Ciudad con otros cinco Misioneros de nuestro Colegio. Pasando por la Ciudad de Puebla, fueron los seis a tomar la bendición al Illmô. Prelado, y a pedirle las licencias de confesar en los Pueblos de su Obispado que habían de cruzar hasta llegar al de Oaxaca. En cuanto los vio el Illmô. Prelado, les concedió a todos las licencias que le pedían, y poniendo la vista en el V. P. Junípero, que no había hecho la propuesta, por no ir de Presidente, sino otro más antiguo, le preguntó cómo se llamaba. Y diciéndole que Fr. Junípero, dijo S. Illma. a su Secretario: pues a este Padre se le dan generales las licencias y perpetuas, para hombres, mujeres y Monjas, hasta las Recoletas, v a los demás para hombres y mujeres solamente. El Illmô. de Oaxaca, en cuanto lo vio, le concedió lo mismo, y le encomendó que había de hacer Misión a toda la Clerecía a puerta cerrada, como lo practicó con edificación de todos, con mucho fruto, y con universal concepto de muy docto e igualmente fervoroso y prudente, como queda insinuado en el cap. 10 fol. 45 y por poco todo que lo tratasen, formaban de él grande concepto de su literatura y mucha profundidad. En el mismo concepto lo tuvieron los Religiosos del Colegio desde el primer día que en él puso los pies, teniéndolo por muy virtuoso; y lo que más alababan y alabaron de él fue su humildad profundísima, viéndole hecho un Novicio Corista, leyendo en la mesa con más gusto, que si leyese en la Cátedra de la Universidad, y sirviendo en ella (como ya queda dicho) como si fuera el menor del Colegio. Recién llegado a él, viéndolo tan humilde, silencioso y recogido, quisieron probar su literatura, para cuyo fin le encomendó el Prelado el Sermón de San Fernando Patrón del Colegio, en el que expositó el Salmo 44. Eructavit cor meum verbum bonum: dico ego opera mea Regi, refiriendo toda la vida y virtudes del Santo, dejando no sólo a todo el Auditorio, sino a toda la Comunidad admirada de tan peregrinas noticias y tan bien tejidas con los versos del Salmo, sintiendo todos que un hombre tan docto y ejemplar se fuese a arrinconar entre los Infieles, para cuyas Misiones lo tenía ya nombrado la Obediencia. Y para que no se fuese fueron muchos de los PP. viejos y Discretos a pedir al R. P. Guardián, para que no saliese del Colegio. Pero conociendo el Prelado el fervoroso celo del dicho P. Junípero, no quiso privarle de empleo que tanto anhelaba, de la conversión de los Gentiles. Y no solo no condescendió a que se quedase en el Colegio, sino que lo eligió de Presidente de las Santas Misiones, como queda dicho. Pero viendo el Título y Patente de Presidente, luego fue el humilde Padre al Prelado a renunciarla, tornando por motivo la falta de práctica por tan novísimo en este ejercicio. Y fueron tan eficaces sus súplicas, que hubo el R. P. Guardián de admitirle la renuncia, con lo que quedó contentísimo el humilde Padre. Pero al año y medio que se celebró en dicho Colegio el Capítulo, en el que fue electo de Guardián el que fue su Maestro de Novicios y gran Maestro de la Mística, el V. P. Fr. Bernardo Pumeda, le remitió éste nueva Patente de Presidente de las Misiones, mandándole por Santa Obediencia la admitiese. Así lo practicó, y en cuanto cumplió los tres años, no obstante que el oficio de Presidente no tiene tiempo señalado, renunció con otro Guardián, diciéndole, que si era oficio honroso, participasen todos; y si gravoso, también. Con lo que se la admitió, quedando el humilde Padre contentísimo sin tal carga por entonces, y más despejado para ejercitarse en la humildad, como lo practicó, no contentándose con instruir a aquellos Neófitos, y en los demás ejercicios espirituales, como queda dicho en el Cap. 7, sino también se ejercitó en el ejercicio temporal hasta no desdeñarse de practicar los oficios más bajos y más humildes, como de peón de Albañil, y de acarrear piedra para la fábrica de la Iglesia, hacer mezcla con los muchachos como si fuese uno de ellos, y con los grandes acarrear maderas para la dicha fábrica, metiéndose también entre los Albañiles a llenar los huecos entre las piedras con ripios para macizar las paredes, con un traje humildísimo, con el hábito hecho pedazos, envuelto en un pedazo de manto viejo, siendo así que es una tierra muy caliente, y por sandalias traía un pedazo de cuero crudo, que es el calzado de aquellos Indios, que en su lengua llaman apats nipís, que es lo mismo que guaracha, o abarca; de modo que al verlo edificaba a todos, como edificó al que fue su Maestro en la Mística recién llegado al Colegio el citado Padre Pumeda, que viéndolo un día metido entre una grande viga, ayudando él a llevarla, y que por más chico que ellos no alcanzaba, metió el pedazo de manto. Edificado de lo que veía, me llamó a toda prisa para que yo lo viera, juzgando me vendría de nuevo, me dijo: mire su Lector como anda el Vía Crucis, y con qué traje. A lo que le respondí: eso es de todos los días. Otros casos particulares podía referir en prueba de su humildad, lo que omito por no ser molesto. Y si por humilde logró en la Sierra Gorda el sacudirse de la Prelacía, no así en la California, que se vio precisado a cargarla diez y siete años hasta su muerte. Cuando mayor era la honra que le seguía, tanto mayor era la repugnancia que a ella tenía, poniendo todos los medios que le dictaba su humildad y prudencia, para evitar toda ocasión. En todos los Capítulos salía electo en Guardián; y en uno de ellos que le aseguraban saldría confirmado, hizo cuantas diligencias pudo para no hallarse en el Colegio al tiempo del Capítulo, que fue en ocasión de estar en México haciendo las diligencias en conseguir providencias para estas Conquistas. Y siendo así que todavía faltaban muchos meses para el tiempo de la salida del Barco de San Blas, hizo fuga a la honra que le querían dar para el Puerto de San Blas, con lo que evitó la ocasión de ponerse en peligro de haber de admitir la Guardianía. Quedan ya insinuadas las diligencias que practicó para huir de las mayores honras que le vaticinaban, como también consta de su Apostólico celo en aumento de estos nuevos Establecimientos. Vióse dos años antes de morir apurado por lo mucho que se atrasaba esta Conquista, y que los que debían dar todo calor y fomento practicaban lo contrario, atrasando y destruyendo las Misiones, así en lo espiritual como temporal. Y manifestándome el dolor que le causaba en su corazón le dije: "Mi P. Lector, no sería malo, sino muy conveniente, que V. R. escribiese al Exmô. Señor Gálvez que actualmente se halla de Ministro, y puede tanto con el Rey, que haciéndole presente el estado en que nos hallamos, y que supuesto que S. Excâ. fue el primer móvil de esta Conquista, intervenga con S. M. para su conservación y aumento." A lo que me respondió con un tierno suspiro: "Si este Señor no pudiese tanto como puede, le escribiera; pero como puede tanto, no quisiera supiese que todavía vivo; encomendémoslo a Dios, que todo lo puede." Cuya expresión toda se dirigía, a lo que años antes decían se le esperaba una grande honra, y por huir de lo que podía suceder, quería reputarse como ya difunto. II Virtudes Cardinales Formado el cimiento del espiritual edificio, que es la virtud de la Humildad, se sigue levantar robustas columnas, que puedan sostener la suntuosa fábrica de la perfección cristiana. En sentir de San Bernardo, son estas columnas las cuatro principales virtudes Cardinales, llamadas así porque son como los quicios de la perfección. La primera de estas virtudes es la PRUDENCIA Que es la que regula todas las demás virtudes, y por esto si en las otras se experimenta heroicidad, se hace preciso que ella lo sea. Es esta la sal que todo lo sazona, y para sazonarlo todo, de modo que se proporcione a diversos paladares, se ve cuan heroica deba ser la virtud de la Prudencia. Hablando de ella San Antonio Abad en una espiritual conferencia con sus hijos, después de oír sus pareceres, dio el suyo el Santo diciendo: que la Prudencia era entre todas las virtudes la más necesaria, porque ésta enseña a elegir el medio entre los extremos, que casi siempre son viciosos. Esta nobilísima virtud respladeció en gran manera en el siervo de Dios Fr. Junípero. Así lo manifestó el acertado régimen de sus acciones propias, y la dirección de las ajenas, con que gobernó su espíritu, unido siempre al sumo Bien, desviándose de los precipicios, para no tropezar en los riesgos: y alumbró con discreción a los próximos que lo consultaban en sus dudas, así en el Confesonario, como fuera de él; quedando todos muy consolados con sus doctos y prudentes pareceres, dirigidos siempre al bien espiritual de sus almas. Fue su modestia singular, sin afectación su humildad, sin asañería, sin altivez, sin hipocresía su devoción, y su religiosa llaneza sin resabio alguno de relajación: fue siempre docilísimo y desconfiado de sí mismo para el acierto de sus dictámenes, por cuyo motivo consultaba siempre con sus compañeros, aunque fuesen los menos antiguos, más nuevos en el ejercicio, valiéndose del pretexto del común adagio, que mas ven cuatro ojos que dos, principalmente en los asuntos gravísimos, que fueron muchos los que se le ofrecieron, así en las Conquistas de la Sierra Gorda, como mucho más en las Californias, y en las Conquistas de Monterrey, procurando consultar mientras había lugar a los Prelados del Colegio, y al V. Discretorio de él, remitiéndoles copia de las Cartas que recibía de los Exmôs. Señores Virreyes, Comandantes Generales, y Gobernadores de las Provincias, remitiendo al mismo tiempo sus respuestas, para que antes de entregarse a dichos Señores, se leyesen por el Prelado y Padres Discretos, conformándose con sus prudentes pareceres, desconfiando de sí mismo, suplicándoles que antes borrasen lo que les pareciera conveniente, nivelando hasta lo más mínimo por el dictamen ajeno, para distinguir más seguramente lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, y lo provechoso de lo nocivo, sujetándose al dictamen ajeno. No obstante de haberlo adornado Dios de cuantas partes componen a esta prenda de la naturaleza, de inteligencia, circunspección, cautela, experiencia y agudeza, como por su humildad profundísima no conocía en sí tales prendas, recurría al dictamen ajeno, principalmente al del Prelado. Consiguió con éste y su industria, continuos aciertos en cuantos negocios gravísimos se le ofrecieron en las Conquistas, dejándolas en tal estado, que dejan admirados a cuantos han visto y leído el feliz progreso de ellas en tan breve tiempo de fundadas. No es menor prueba de su heroica Prudencia el haberse mantenido tantos años de Presidente Superior de una Comunidad tan repartida, en el tramo de más de doscientas leguas, tan apartados unos de otros, y de la vista de su Prelado, que podían entibiarse; pero era tal la Prudencia del fervoroso Prelado, que tuvo siempre a sus Súbditos muy contentos y conformes a sus disposiciones, de modo, que no hubo la menor queja contra dicho venerado Prelado. Mantuvo siempre a todos sus Súbditos muy contentos en la Misión a que los destinaba, a quienes solía visitar una vez al año, mientras que le fue posible, con cuya visita quedaban todos consolados, alegres y fervorosos en el Apostólico ministerio, descansando bajo de su frondosa sombra, de modo, que podíamos decir lo que de Elías dice el sagrado texto, (cap. 16, lib. 3, Reg. V. 5) que dormíamos y descansábamos en todo bajo la sombra del Junípero: Projecitque se & obdormivit in umbra juniperi: que aunque árbol de estatura pequeña, y todos nosotros extendidos en el tramo de más de doscientas leguas, no obstante que por corresponder chica sombra proporcionada al árbol nos cubría a todos con sus continuos y eficaces consejos, que con su bien cortada pluma incesantemente nos daba; cuyos consejos, no sólo nos dirigía, sino también que a todos con ellos nos dejaba consolados y animados para la conversión de los Gentiles, y para los adelantamientos espirituales y temporales de la Misión. Este especialísimo don de Consejo, efecto de la Prudencia, no sólo lo experimentamos en este Siervo de Dios nosotros sus Súbditos, sino cuantos lo consultaban, quedando todos edificados y convencidos de la evidencia con que les hacía ver la razón, para salir de sus dudas. JUSTICIA La segunda de las virtudes Cardinales es la justicia, segunda columna de la fábrica del edificio espiritual: de la que hablando San Anselmo (in lib. Cut Deus homo) dice que es una libertad del ánimo varonil, que da a cada uno su propia dignidad: al mayor da reverencia: al igual paz y concordia, al menor doctrina y consejo, obediencia a Dios, santificación a sí mismo, al enemigo paciencia, y al necesitado laboriosa misericordia: Justitia est animi libertas, tribuens unicuique suam propriam dignitatem: majori reverentiam, pari concordiam, minori disciplinam, Deo obedientiam, sibi sanctimoniam, inimico patientiam, egeno operosam misericordiam. Esta virtud con todos sus actos que refiere San Anselmo, la tuvo y practicó el V. Fr. Junípero, atendiendo a todos según la dignidad de cada uno, dando al mayor toda reverencia, a los iguales paz y concordia, a los menores doctrina y enseñanza, a Dios la debida obediencia, a sí mismo rectitud en sus obras, al contrario que le impedía los fervorosos deseos, paciencia, y al pobre y necesitado laboriosa misericordia. En toda su vida procuró toda la reverencia debida desde niño a sus Padres, en la Religión a todos sus Superiores, venerándolos con la mayor sumisión, obedeciendo a cuanto se le insinuaba o mandaba, siendo en este punto bastantemente mirado, por no faltar en lo más mínimo a la voluntad del Prelado. Bastante prueba es la Carta que me escribió desde el Pueblo de Tepic, que queda copiada en el Cap. 33, fol. 149. Prueba también lo que practicó con un gran Bienhechor así del Colegio como de las nuevas Conquistas, que estando en la actual fundación de la Misión de N. P. San Francisco, le pidió le enviase un informe individual de cuanto había en aquel Puerto, y de lo que pasase en la fundación de las dos Misiones, y del Fuerte o Presidio, suplicándole fuese con bastante extensión. Al mismo tiempo recibió Carta del Prelado, en que le mandaba no se informase a los Seculares; y así lo cumplió, enviando la misma Carta del dicho Bienhechor al Prelado, diciéndole: "que había recibido sus órdenes, que ni aun contestaba al Bienhechor de haber recibido su Carta; pero me alegraría mucho, que supuesto tiene S. R. informe de todo, el que satisfaga al Bienhechor, y le de alguna excusa por no haberle yo escrito por muy ocupado, como en la verdad lo estoy." No obstante que del contenido de dicha Carta podía entender el P. Presidente que no le comprendía a él, sino a los particulares, no quiso interpretar el contexto de ella, sino entenderla a la letra, como si solo a él se le escribiese; pero en breve conoció podía haberse engañado, pues vio la respuesta del Prelado que no hablaba con tanto aprieto, sino que él podía informar privadamente con toda verdad a los sujetos que juzgase conveniente como Prelado, para el bien de la Conquista; pero no los particulares, que podían informar lo que ignoran, y sólo dicen lo que oyen a los Soldados, que nada entienden con formalidad. En otra ocasión recibió Carta también del Prelado, en que disponía se suspendiesen las Misiones de la Canal, por los motivos que le expresaba, en ocasión que ya estaba la una de las tres fundada. Y como era tan nimio en no faltar en lo más mínimo a la voluntad del Prelado, empezó a recelar si sería faltar a ella si se proseguía la Misión, o si debía mandar suspenderla; y no se aquietó hasta que tuvo el parecer de los Misioneros más inmediatos, que le respondieron, que no se comprendía la Misión fundada antes de recibir el orden, sí sólo a las dos que todavía no se había dado mano a ellas, como más largamente queda dicho en el Cap. 55, fol. 258 y 259. Con todos procuró siempre tener grande paz y concordia, tratando no sólo a los iguales, sino aun a los más mínimos con mucha afabilidad y amor paternal, dando a todos doctrina y enseñanza, dirigiéndolos para el Cielo con sus saludables consejos y clara doctrina, como queda largamente expresado en su Vida. En todo y por todo procuró siempre tener a la vista la ley Santa de Dios, sus Divinos preceptos, los de la Santa Iglesia, y de nuestra Seráfica y Apostólica Regla, observando todos los dichos preceptos, para no faltar a la obediencia de Dios, y conservar para sí la justicia, santificación o santimonia; sibi sanctimoniam. Y de tal manera procuraba esta virtud en todas las acciones y obras, y al parecer pensamientos, que todo lo que en él se veía, oía y experimentaba, todo era dirigido a Dios, y al bien del prójimo. Siempre sus conversaciones y pláticas eran edificantes; y si se hablaba de ausentes, que podría entibiar la caridad del prójimo, procuraba desviar la conversación, o decir claramente: no hablemos de esto, que me causa pena: de modo, que podríamos decir de él, lo que de la sombra del árbol de su nombre dijo Plinio, citado de Nicolás de Lyra (Lib. 3, Reg. Cap. 19, V. 5) que ahuyentaba las serpientes y todo animal ponzoñoso: Juníperus arbor est crescens ira desertis, cuius umbram serpentes fugiunt, & ideo ira umbra ejus homines secure dormiunt. Esto mismo experimentábamos en la presencia de nuestro Junípero, pues en su presencia ni se oía ni se podía hablar palabra que no fuese edificante. Y si alguno se desmandaba, en el semblante manifestaba luego la repugnancia de tal conversación, que servía de corrección, y se mudaba luego la plática, pasándola a tratar de lo que siempre tenía en su corazón y en la mente, que era el aumento de la conversión de los Gentiles. Otro acto de la virtud de la justicia cuenta San Anselmo, que es tener paciencia con el enemigo: inimico patientiam. No tuvo este Siervo de Dios más enemigo, que el que conocía, o le constaba ser enemigo de Dios, o que veía que impedía con sus hechos la propagación de la Fe y conversión del Gentilismo. Portábase con los primeros con amorosas amonestaciones, con pláticas y sermones para hacerlos amigos de Dios; y con los segundos, nunca daba a entender estuviese sentido de ellos, que procuraba poco a poco Hacerlos agentes y coadjutores de santa obra, con cuya paciencia solía en muchos conseguir el efecto deseado, y con los otros que no coadjuvaban, no manifestaba el sentimiento, sino que desahogaba su pena con decir: no será la voluntad de Dios todavía, no estará de sazón la mies, Dios dispondrá lo que fuere de su agrado, procurando por su parte hacer a los tales cuantos bienes podía. Bien lo experimentó el Oficial que le ocasionó el trabajo de ida y vuelta a México en solicitud de providencias favorables para la propagación de la Fe, y conservación de los nuevos Establecimientos, de quien determinó la Real Junta se retirase del mandato. Y estando para salir de Monterrey, llegado el Nuevo Comandante, temeroso no ser mal recibido de S. Excâ. valiéndose de uno de los Misioneros muy estimado del V. P. Presidente, le pidió una Carta de recomendación para el Señor Virrey. Y respondiendo que con mucho gusto lo haría, lo practicó con tanta caridad y con tal sigilo, que no quiso que el recomendado supiese el contenido, pues la envió cerrada y por otro conducto; y en cuanto llegó a México vio el efecto de la Carta, pues le entregó S. Excâ. una Compañía con el Bastón de Capitán de ella, quedando S. Excâ. muy edificado de la caridad del V. P. Junípero, viendo que olvidando que le había hecho padecer en ida y vuelta de México tantos trabajos, le correspondía cediendo para sus ascensos así el mérito de dichos trabajos, como todos los demás que había padecido, y méritos que S. R. había contraido en estas Conquistas. Así lo leyó en la Carta respuesta de S. Excâ. que tengo a la vista, y dice así: "En Carta de 19 de junio último expuso V. R. la pena que le daba ver despojado del mando de esos Establecimientos al Oficial que antes estaba mandando, y a estímulos de su fervorosa piedad recomienda su mérito, aplicándole los servicios que por sí propio ha contraido, para dar más valor a los suyos. Este Oficial llegó aquí enfermo; y siempre que haya arbitrio conocerá en mi atención la que me ha merecido una acción tan pía, honesta y religiosa como la que V. R. me manifiesta, deseoso de contribuir a las satisfacciones de este interesado. =Dios guarde a V. R. muchos años. México 2 de Enero de 1775. =E1 Baylio Frey D. Antonio Bucareli y Ursua =R. P. Fr. Junípero Serra". Otros varios casos podría referir, que omito para dar lugar a lo que falta de las demás virtudes. Y pasando al último acto que refiere de la Justicia San Anselmo: egeno operosam misericordiam: en ambas Conquistas en que tan gloriosamente trabajó este infatigable Operario, así en la Sierra Gorda de la nación Pame, como en la antigua y nueva California, tuvo un campo muy abierto para ejercitarse en este acto de virtud de la justicia: egeno operosam misericordiam, pues los habitantes de ambas Conquistas eran todos unos pobres miserables y necesitados de un todo, así para mantenerse, como para cubrir su desnudez, con quienes tuvo bastante que ejercitar las obras de misericordia, así espirituales, como corporales; pues no sólo empleó todo su talento para su reducción, instrucción y demás ministerios espirituales, sino que también todo su conato era en solicitarles para comer y que vestir, gastando todo el Sínodo que da S. M. a los Misioneros; y no siendo suficiente, solicitaba limosnas de Bienhechores, y aplicaba las misas para dicho fin. Y a fin de que los convertidos lograsen este subsidio con más abundancia y con subsistencia, les instruyó en las siembras, para lograr cosechas de las principales semillas para mantenerse, y de fabricar alguna ropa para vestirse, como queda dicho. La mayor pena que daba al compasivo corazón de este Siervo de Dios, era el no tener que dar a los pobres Indios tan necesitados, procurando consolarlos con amorosas palabras, repartiéndoles por su propia mano la comida, aun aquella que para sí necesitaba, y lo mismo hacía de la poca ropa, por sus propias manos cortaba camisas y enaguas, como también cotones y calzones para los muchachos, y por sus propias manos se amañaba a coser para instruir a los Neófitos, como que en breve aprendieron. Este ejercicio le duró todo el tiempo que permaneció en el ministerio, hasta tres días antes de morir, en mi presencia estuvo en esta faena, de cortar y repartir ropa. Y cuatro días antes de su muerte, estando juntos, entró una India vieja de más de ochenta años. Neófita, que en cuanto nos saludó, se levantó el V. Padre, y metiéndose en el cuartito donde dormía, sacó una fresada camera, y la regaló a la Vieja. Sonriéndome yo, le dije: ¿qué le va a pagar las Gallinas? me acompañó en la risa diciéndome que sí. El motivo de la risa de ambos era, que dicha India siendo todavía Gentil, recién fundada la Misión de San Carlos, no teniendo la Misión más que una Gallina con sus pollos para procrear, instruyó a un nietecito suyo a que matase los pollos con su arquito, como lo hacía, y entre ambos se los comían, y hallada en el hurto, le pusieron por distintivo la vieja de las Gallinas, y esto le motivó a reir; pero él cumplió con el acto y obra de misericordia ya dicho, cuya acción tan caritativa, dio motivo a que en su muerte no se le hallase en la cama sobre las desnudas tablas más que media fresada, como queda dicho arriba. FORTALEZA Hablando de esta Heroica virtud San Ambrosio citado de mi Seráfico Dr. San Buenaventura, (Lib. 2, phca. cap. 31) dice fuerte es aquel que se consuela padeciendo algún dolor: est fortis qui se in dolore aliquo consolatur. Grandes fueron y continuos los dolores que padeció el Siervo de Dios Fr. Junípero por la llaga del pie e hinchazón de la pierna, que padeció desde el año 49, hasta la muerte, como queda arriba dicho; pero nunca se quejó, y sólo lo manifestaba cuando le impedía sus correrías apostólicas, o cuando le impedía el poder celebrar el Santo Sacrificio de la Misa, como se vio a la salida de la antigua California, subiendo con la Expedición para la Nueva y Septentrional, que fue la única vez que solicitó algún medicamento para lograr el deseado fin de ver fijada la Santa Cruz en el primer Puerto de San Diego, y fue el bestial medicamento que ya queda dicho Cap. 15, fol. 73. En las demás ocasiones, no obstante de ser grandes los dolores, parece que en ellos tenía su consuelo, olvidando el solicitar medicamentos. Y las veces que se proporcionaba ocasión de facultativos y medicamentos, como fue a la ida de México, y cuando venían los Barcos a aquellos nuevos Establecimientos, trayendo sus Cirujanos Reales, que le ofrecían gustosos el sanarlo, les respondía: dejémoslo, que ya es llaga vieja, y necesita de cura larga; y apurándolo uno de sus amados Compañeros en una de estas ocasiones, les respondió: medicinam carnalem nunquam exhibui corpori meo. Lo mismo practicaba en los graves dolores de pecho que padecía, sin duda ocasionados de los golpes de piedra que se daba en los actos de contrición con que finalizaba los Sermones, como también de apagar en su pecho desnudo la hacha encendida, a imitación de San Juan Capistrano, que apagándosela solía arrancar un pedazo de cuero; de lo que varias veces le resultó quedar mal herido: y ninguno de estos dolores le hacía abrir la boca para la menor queja, ni para solicitar medicamento, pues parecía tenía en estos dolores todo su consuelo, efecto de su fortaleza: Est fortis, qui se in dolore aliquo consolatur. Y prosiguiendo el citado San Ambrosio dice de esta virtud: ciertamente con razón se llama fortaleza la de aquel, que se vence a sí mismo, y reprime la ira: & revera jure ea fortitudo vocatur qua unusquisque seipsum vincit iram continet. Vencióse el V. Padre a sí mismo, reprimiendo todo movimiento de ira, de modo que parecía nada lo inmutaba, sino el ver ofendido a Dios por los pecadores, y cuando reparaba se impedía la propagación de la Fe. Aun esto que lo inmutaba, reprimía con fervorosos actos de resignación a la voluntad de Dios, cuya conformidad solía expresar con algún suspiro con estas palabras: Dejémoslo todo a Diosa hágase en todo su santísima voluntad; y estos actos tan heroicos parece que contenían todo lo irascible, quedando pacífico e inmutable como si tal cosa hubiese sucedido; y en breve veía el efecto de esta resignación, ya por la reducción de los pecadores, amonestados del Siervo de Dios, que se le rendían a sus pies pidiendo confesión, como de los Gentiles que movidos de lo alto, le pedían el Santo Bautismo. Prosigue el mismo San Ambrosio hablado del Varón fuerte, o adornado de la virtud de la fortaleza, y dice, que con halagos ningunos se ablanda o desvía de lo empezado: Nullis illecebris emollitur, atque inflectitur. Así lo dio a entender desde la vocación con que lo movió Dios a venir a emplear su vida en la conversión de los Gentiles, que en cuanto supieron los RR. PP. que entonces gobernaban esa Santa Provincia su vocación, y vieron tenía ya la Patente, le ofrecieron no saliese de la Provincia, que ésta en el inmediato Capítulo lo haría Custodio, no obstante de hallarse joven y ocupado con la Cátedra, que nada de esto se oponía ni era incompatible; pero ni estos halagos, ni otros mayores empleos que se le podían poner a la vista, ni la mucha estimación así dentro como fuera de la Provincia, fueron bastantes para ablandarlo ni hacerlo retroceder de la vocación, ni menos el considerar la pena grande que causaría su salida a sus ancianos Padres; sino que revestido su corazón de la fortaleza, lo dejó todo para emplearse en la conversión de las almas: por lo que podemos decir de este Siervo de Dios lo de San Ambrosio, que nullis illecebris emollitur, atque inflectitur. Concluye San Ambrosio lo heroico de esta virtud diciendo, que el Varón fuerte ni se conturba con lo adverso, ni con lo favorable se ensalza: non adversis perturbatur, non extollitur secundis. Era tal su fortaleza, que en cuantos casos sucedían, ya favorables, ya adversos a la Conquista, siempre se manifestó como inmoble, siempre de un mismo ánimo, y puesto su corazón y confianza en el Señor, quien de ordinario lo consolaba, cumpliéndole después de haber probado su fortaleza, sus fervorosos deseos. Así se ve en lo que queda referido al principio de esta Conquista en su primera Misión de San Diego Cap. 20, fol. 95, que aunque el Comandante con todo el cuerpo de la Expedición tenía determinado el desamparar el primer puesto del Puerto de San Diego, y hacer la retirada para la antigua California por la falta de víveres, señalando día para ello, si no llegaba el Barco para el día del Señor San José, resolvió el Siervo de Dios no dejar el puesto, aunque todos se retirasen, causándole grandísima pena y dolor la determinación de la Expedición; pero siempre confiando en Dios que no se efectuaría la retirada como de facto, así sucedió, pues el mismo día del Smô. Patriarca se divisó el Barco, con lo que se resolvió lo contrario, y siguió felizmente la Conquista, debiéndose a su magnanimidad y fortaleza. Con esta misma virtud consiguió la reedificación de la dicha Misión de San Diego, después de incendiada por los bárbaros Gentiles que quitaron la vida tan inhumanamente a uno de los dos Misioneros llamado Fray Luis Jayme, como queda dicho con bastante extensión en el Cap. 40, fol. 176, que hallando en el Comandante una total repugnancia para la reedificación, negando aún la Escolta de los Soldados de la Misión, no desmayó el fervoroso Padre, sino que clamando a Dios para el efecto, lo consoló el Señor el día del Príncipe San Miguel. Otros varios casos podría referir, que omito, y creo bastará el decir, que nunca retrocedió de aquel fervoroso celo de la propagación de la Fe, atropellando cualquiera dificultad que le pusiesen delante, facilitándoselo todo el santo fin a que se dirigía; que aunque para muchos parecía indiscreto celo, pero el efecto tan favorable que se seguía de la propagación de la Fe sin la menor desgracia, hacía ver no ser indiscreto su celo, sino muy agradable al Señor, que conoce los interiores de cada uno. Nunca el miedo de perder la vida en manos de los Bárbaros le hizo volver atrás: sólo lo contenía tal cual vez la consideración de los malos efectos que podían resultar de perder la vida en manos de aquellos a que había venido a darles la vida espiritual: y solía muchas veces decir, que de quitar la vida a los Padres, aunque quedaría regada la tierra; pero la Tropa Militar querría vengar la muerte, de lo que resultaría la perdición de muchos infelices Indios, y la apostasía de los demás, dejando la Misión despoblada, como se vio en la de San Diego. Esta mira parece que le movió en la Misión de la Sierra Gorda, el huir de este peligro. Fue el caso, que estando una noche con su Compañero, que entonces lo era el que actualmente es Obispo de Méricla de Maracaibo el Illmô. Señor D. Fr. Juan Ramos de Lora, sentados ambos en las gradas de la Cruz del Cementerio de su Misión, Santiago de Xalpan, como a las ocho de la noche, tomando el fresco, de repente dijo al dicho Padre su Compañero: quitémonos de aquí, vamos a dentro que no estamos seguros. Así lo practicaron; y el siguiente día supieron por cierto, le iban a quitar la vida, de modo, que si no se quitan, ambos allí habrían muerto. En otras muchas ocasiones atropelló con todos peligros, como se vio al tránsito de la Misión de San Gabriel al sitio de San Juan Capistrano que pasaba a su fundación, que como queda dicho Cap. 43, fol. 198, se vio en evidente peligro de la muerte, por haberse arriesgado a cruzar el tramo todo poblado de Bárbaros con un solo Soldado. Lo mismo practicó innumerables veces en tantos viajes como anduvo, de manera, que podríamos decir de él, lo que del Varón fuerte dice San Agustín, que ni temerariamente acomete, ni sin refleja terne: Qui vera virtute fortis est, nec temere audet nec inconsulte timet. (Aug. Epist. 29 ad Hieroni, ante med. tom. 2.) TEMPLANZA La última de las cuatro columnas del espiritual edificio es la cuarta de las virtudes cardinales llamada Templanza, que en sentir de San Agustín (lib. 1, de Lib. arb. Cap. 13, Col. 580) es un afecto que pone modo y freno a todas las pasiones desordenadas: Temperantia est affectio coercens, & cohibens appetitum ab iis rebus quae turpiter appetuntur. Y hablando San Próspero de los efectos que causa esta noble virtud en el alma adornada de ella, dice (lib. 3 de Vit. contemp. Cap. 19, pág. 92) que hace templado templando los afectos del que la posee: Temperatia temperantem facit, affectus temperat. Todo el afecto de este Siervo de Dios al parecer se dirigía a la propagación de la Fe y aumento de Misiones, para lo que ponía todos los medios posibles, ya con exhortaciones de palabra, ya con cartas edificantes, solicitando medios y auxilios para tan santo fin, y con tanta eficacia y repetición de súplicas, que a los menos afectos parecía importuno; pero sufría con mucha paciencia dicha nota, con tal que lograse el fin de aumentar dichas Misiones, saliendo de su boca muy de ordinario: gracias a Dios que hasta ahora no hay, Misión alguna que no tenga hijos al Cielo. Viendo en el P. Junípero tanta eficacia en pretender nuevas fundaciones, no faltaron sujetos de categoría y carácter que dijeron de él: Es el Padre Junípero un Varón Santo; pero en el asunto de pedir fundaciones de Misiones es Santo pesado; pero en este afecto tan extraordinario se templaba atemperándose a los medios y fuerzas que se le proporcionaban, conformándose en todo a la voluntad Divina y de los Prelados. Así se vio en la pretensión de la fundación de las tres Misiones de la Canal de Santa Bárbara, que enviando el Exmô. Señor D. Frey Antonio María Bucareli suficiente Tropa para ella y lo demás necesario, y Carta al Señor Gobernador de aquellos Establecimientos, de que se pusiese en acuerdo con el R. P. Junípero para las fundaciones, recibió al mismo tiempo dicho V. Padre Carta del Prelado del Colegio, que le decía tuviese presente la inopia de Misioneros en que se hallaba el Colegio a causa de no haber llegado la Misión de España. Esta leve insinuación fue bastante para templar su afecto a dichas fundaciones, pues ya no trató de tal asunto, esperando siempre el socorro de Misioneros con la llegada de la misión de España. Pero viendo que el año de 83 no había noticia de tal Misión, y lo mismo el siguiente de 84, lo mismo fue llegar los Barcos, y con la noticia de no venir Padres, ni haber llegado la Misión, parece que le llegó el aviso de su cercana muerte, como queda dicho, Cap. 57, fol. 269. Continuando el citado San Próspero los efectos de dicha virtud, dice, que hace abstinente, parco, sobrio y moderado: abstinentem, parcum, sobrium, moderatum. Tan abstinente era este Siervo de Dios, tan parco, tan sobrio y moderado en la comida y bebida, que con poco, o casi nada se contentaba, como lo dio a entender en la Carta que me escribió, y queda copiada en la Vida Cap. 19, fol. 92, que para ponderar no padecer necesidad, me decía, que teniendo una totillita (que no pasaba de dos onzas si es que llegara) y hierbas silvestres del campo, ¿quién más nos queremos? Carne pocas veces la probaba, contentándose con las hierbas que acompañaban la ración, y con fruta siempre que la había, que entonces esto era solo la comida. Y diciéndole yo, cómo no comía; me respondía: ¿pues y qué es lo que hago? Ésta y el pescado es la comida que tomaba la Virgen Santísima. Parece que esa consideración le causaba una extraordinaria afición a la fruta y pescado, de modo, que mientras había pescado comía como los demás; pero la carne siempre la miraba con mucha repugnancia, y solía dar por excusa a los que advertían que no la comía, el que no podía mascarla. Jamás se quejó de la comida; nunca dijo si estaba salada, o dulce, buena o mala, que parecía a todos carecía de gusto. Era parco en la comida: estando en el Colegio, muchos días a la mitad de la comida se Levantaba del asiento y subía al púlpito a leer en la mesa. Y estando en las Misiones guardaba la misma moderación en la comida, sin comer jamás a deshora, sino en las señaladas, de modo que se le conocía estaba adornado de la virtud de la Templanza por los efectos que de esta virtud se le veían practicar, que en sentir de San Pedro Celestino (Opúsc. I, part. 5, Cap. 4) son otras tantas virtudes. De tal manera, que en todas sus acciones exteriores dio pruebas muy eficaces de ser un Varón adornado de la honestidad y modestia, de sobriedad y abstinencia, de pureza y castidad, recato y pudicicia. Así lo manifestó en la mortificación de sus sentidos y potencias, en la pobreza y desnudez de hábito, en la suavidad de sus palabras tan medidas, en sus pasos graves sin afectación, y en sus ayunos cuasi continuos y rigurosos: efectos todo de la Templanza, según San Próspero, sino es que digamos con el citado San Pedro Celestino y el Angélico Doctor Santo Tomás (2. 2. q. 141, art. 1) que son otras tantas virtudes, piedras preciosas de que se compone la cerca del espiritual edificio. No le faltaron a este Siervo de Dios los demás efectos de la virtud de la Templanza que enumera San Próspero, ni las otras partes ya integrales, ya potenciales y subjetivas, que refiere Santo Tomás en el citado lugar. Fue serio desde niño, cuya seriedad conservó toda su vida, de tal modo, que a la vista parecía de un genio adusto y casi intratable; pero lo mismo era comunicarlo y tratarlo, que mudar de concepto, teniéndolo ya por suave, dulce y atractivo, llevándose los corazones de todos para el afecto. Era asimismo muy vergonzoso, principalmente con todos los que no había tratado; pero habiendo mujeres en su presencia, siempre continuaba la seriedad y modestia, así en la vista, como en el habla, procurando introducir la conversación mística y ejemplar, refiriendo algunos pasos de las vicias y hechos de ellos, con el fin sin duda de introducir en sus corazones la devoción e imitación de los Santos, pues éstos eran sus fervorosos deseos, efecto de la Templanza: desideria sancta multiplicat, que dice San Próspero. Y no se contentaba el Siervo de Dios de multiplicarlos en sí, sino también en los próximos que a él se le arrimaban. Cuenta el citado San Próspero entre los efectos de la Templanza la penitencia: vitiosa castigat; y de tal manera ejercitaba Fr. Junípero esta virtud, que para mortificar su cuerpo, no se contentaba con los ordinarios ejercicios del Colegio de disciplinas, vigilias y ayunos, sino que a solas maceraba su carne con ásperos cilicios, ya de cerdas, ya de tejidos de puntas de alambre con que cubría su cuerpo, como con disciplinas de sangre, a lo más silencioso de la noche, retirándose en una de las tribunas del Coro. Pero aunque lugar tan secreto, y en hora tan silenciosa, no faltaban Religiosos que oyesen los crueles golpes, ni menos faltó curioso que deseando saber quién era, perdió el tiempo para salir de la dificultad, quedando edificado. No se contentaba en castigar su cuerpo por las imperfecciones y pecados propios, sino también por los ajenos, como lo hacía con invectivas que usaba para mover al auditorio a dolor y a penitencia de sus pecados, ya de la piedra con que se golpeaba el pecho a imitación de San Jerónimo; ya a imitación de su devoto San Francisco Solano de la cadena con que se azotaba; ya de la hacha encendida que apagaba con su desnudo pecho, quemando sus carnes a imitación de San Juan Capistrano y otros varios, todo con el fin no sólo de castigarse a sí mismo, sino para mover a los de su auditorio a penitencia de sus propios pecados. No fue menor su mortificación en la privación del sueño por sus continuas y largas vigilias. Su descanso solía de ordinario reducirse, mientras estuvo en el Colegio, hasta las doce que iba a Maitines, y alas doce y media, que es cuando se concluye la oración, proseguía haciendo sus ejercicios, variando todas las noches: una noche los de la muerte, otra los de la Cruz, otra la Vía dolorosa, otra el Aposentillo, y otros varios, que solía de ordinario concluir a las cuatro de la mañana, y después se recogía, no para dormir, sino continuando en oración hasta la hora de Prima, o de decir Misa, la que siendo Maestro de Novicios, los días que no eran de Comunión decía antes de Prima, y en el otro tiempo después de concluida ésta. Cuando estuvo en las Misiones no eran más cortas las vigilias, como que tenía a su arbitrio toda la noche y según decían los Soldados de la Escolta, casi toda la noche la pasaba en vigilia y oración, pues todas las Centinelas que se remudaban siempre lo estaban oyendo, y solían decir: no sabemos cuando duerme el Padre Junípero, pues sólo en las siestas solía tomar descanso, atendiendo a que su Compañero, o Compañeros estaban velando y celando. Aun los ratos que descansaba y dormía, parece que velaba su corazón alabando a Dios y orando, pues no pocas veces durmiendo juntos, o ya en tienda de campaña, o bajo de enramada, solía prorrumpir con estas dulces palabras: Gloria Patri, & Filio, & Spiritui Sancto: y dispertándome con tales palabras le preguntaba: Padre, ¿tiene alguna novedad? y como nada me respondía, conocía claramente que estaba durmiendo, o enajenado, o que era efecto del continuo rezo mental y vocal. III Virtudes Teologales Habiendo visto la profundidad del cimiento del espiritual edificio, que intentó fabricar el Siervo de Dios Fr. Junípero, y las fuertes columnas que levantó de las cuatro Virtudes Cardinales, y la unión entre éstas por otras particulares virtudes y obras de misericordia, que como preciosísimas piedras forman como cerca hermosa y muy vistosa; nos queda que ver lo más principal del Templo que es como tabernáculo para el Sancta Sanctorum, el que forman las virtudes principales, las Teologales, que inmediatamente miran a Dios, y la Religión, que mira al Divino culto, las que practicó y tuvo este Siervo de Dios en grado heroico según la doctrina de las dos doctísimas plumas, el Carcenal Aguirre, y el Señor Benedicto XIV ya citados. Veamos la primera que es la virtud DE LA FE Esta nobilísima virtud, según San Pablo (ad Haeb. 11. V. I) es un solidísimo fundamento de lo que se espera, y una eficaz y cierta persuasión de las cosas invisibles: Sperandarum substantia rerum argumentum non apparentium. A esta definición del Apóstol se reducen todas las demás que de ella dan los Santos Padres que tratan de esta virtud, según dice el Señor Benedicto XIV (lib. 3 de Serv. Dei beatif. Cap. 23 S. 1) fundado en la doctrina de Santo Tomás. Sobre cuya definición nota el Insigne Misionero Apostólico de Italia nuestro San Bernardino de Sena (Op. tom. I, Serm. 2 de Dom. Quinq. in princ. pág. mihi 10, col. 1) que la llama el Apóstol Sustancia, como un pedestal sobre el que se sustenta lo principal del edificio espiritual. Estuvo este Siervo de Dios muy adornado de esta solidísima virtud desde que el Señor se la infundió en el Bautismo, y empezó a lucir en él desde que le entró el uso de razón, ejercitándose desde entonces en actos heroicos de esta virtud. Fuerónsele aumentando desde Novicio en los estudios: concluidos estos, ocupado en ambas Cátedras, en la Teología instruyendo a sus discípulos en los Misterios más inefables, arduos e imperscrutables (así los llama el Apóstol Rom. 11 V. 33, según lee San Juan Capistrano Hom. 4 in Gen.) con toda la claridad que permite el entendimiento humano para la explicación e inteligencia de ellos, como también en la del Espíritu Santo, explicando en los puntos de doctrina estos soberanos misterios de la Fe a los más rudos e ignorantes, con tanta claridad y expresión, que casi podíamos decir con San Gregorio, que su explicación era conocida de los ignorantes sin ser molesta a los sabios. En su laboriosa vida fue de día en día añadiendo quilates a esta noble virtud, los que se ven patentes por las señales que se expresan en su vida, que si se refleja sobre sus tareas apostólicas, veremos con toda claridad que su Fe fue grande, pues hallaremos las señales que refiere San Antonino de Florencia que demuestran una Fe grande: fides alicujus magna ostendi potest; primo si alta de Deo sentit (in Sum. part. 4, tit. 8, cap. 3, S. 7.) Tan altamente sentía de Dios y de sus Divinos atributos cuan alto era su discurso rara memoria, de tal manera, que al oirlo hablar de la Sagrada Escritura parecía que la sabía de memoria, y para explicar los puntos más recónditos y los Misterios más inescrutables parece tenía especial don de Dios, valiéndose de ejemplos, símbolos y comparaciones acomodadas para los más rústicos y de menos alcance; en cuyas explicaciones manifestaba a todos lo que altamente sentía de Dios, y lo manifestaba no sólo por la alta doctrina que enseñaba, sino más principalmente por el extraordinario gozo y afecto que de ella expresaba, de modo que en estas santas conversaciones y pláticas parecía se enajenaba, de lo que resultaba ser más largo de lo ordinario, que a muchos, principalmente a los pocos devotos de la Divina palabra, parecía molesto, y que no faltaba quien dijese no se conformaba con la doctrina de N. S. P. San Francisco. Pero como este celosísimo Misionero era tan docto y leído, tendría muy presente la exposición del Seráfico Doctor San Buenaventura sobre el Cap. 9 de nuestra Seráfica Regla: In brevitate sermonis. "Haec brevitas excludit verborum ambages & sententias involutas, verba etiam ardua super capacitatem audientium. Ista enim abreviatio non excludit cum expedit, sermonis prolixitatem, quia Dominus ipse aliquando prolixe praedicavit, sicut patet in Joanne (12) & Mattheo (15)". Del alto conocimiento que tenía de Dios le vino el desprecio que hacía de las cosas caducas y temporales para conseguir el premio eterno en el Cielo, que es la segunda señal que pone San Antonino para conocer la grandeza de la Fe de algún Siervo de Dios: Secundo si caduca pro praemio aeterno contemnit. Bastante queda dicho del desprecio que hizo de todas las cosas caducas de este mundo de honras, dignidades y empleos, como también el continuo desprecio que hizo aun de aquellas cosas muy precisas para su uso, como libros, ropa, etc., de modo que cuando murió no se halló en tanto libro que llenaba el estante ni uno siquiera que, dijese fuese de su propio uso, sino que en todos ellos se halló de letra de este Siervo de Dios: pertenece a la Misión de San Carlos de Monterrey. Lo mismo digo de la ropa de su propio uso, que poco antes de morir la mandó lavar, y apartó, quedándose sólo con el solo hábito, capilla, cordón y unos solos paños menores, que es lo que le sirvió de mortaja para enterrarlo, manifestando lo amante que era de la santa pobreza, y el desprecio que hacía de las cosas caducas. La tercera señal que propone el citado San Antonino para conocer la grandeza de la Fe, es la confianza en Dios en todas sus adversidades: Tertio si in adversis in Deo confidit. Ya queda dicho arriba que el V. P. Junípero no miraba a cosa alguna por adversa, sino aquello que se oponía a la propagación de la Fe, conversión de Gentiles, y reducción de ellos. En los mayores apuros en que se vio fue el ver que toda la Expedición quería volver las espaldas del Puerto de San Diego para la retirada a la Antigua California, no dando más tiempo para esperar sino hasta el día de Señor San José, como queda largamente dicho en la Vida, y en este mayor conflicto puso toda su confianza en Dios, quien lo consoló, como queda arriba insinuado. Casi en igual conflicto se halló en la misma Misión de San Diego, cuanto a la reedificación y fundación de San Capistrano, y en otros muchos casos que podría referir en prueba de la confianza grande que tenía siempre en Dios. Y esta gran confianza en Dios le hizo no volver la espalda atrás, sino seguir siempre en la conversión de los Bárbaros, cuarta señal que da el citado San Antonino de la Fortaleza de la Fe: quarto si a bono opere non desistit. Viose claro esta gran Fortaleza, con que se resolvió con todo gusto y voluntad el pasar a la conversión de los Indios Apaches del Río de San Sabá; pues no obstante que veía que los tres Padres que fueron para dicha Conquista, a los dos quitaron alevosamente aquellos Bárbaros la vida, y que al tercero hirieron gravemente, librándose sólo de milagro, y que podía recelar le sucediese lo mismo, no desistió, sino que poniendo toda su confianza en Dios, gustosamente admitió la propuesta del Prelado, y resolvió ponerse en camino para dicha Conquista. Otras señales pone el Señor Bened. XIV (lib. 3 de Servo. Dei Beat. & Can. Cap. 23, núm. 4) para conocer la heroicidad de la Fe, y son, primeramente, la externa confesión de lo que interiormente se cree. Esta señal se vio clara y casi continua en la Vida del Siervo de Dios Fr. Junípero por el ejercicio de los actos exteriores que practicaba sobre todos los Misterios que con viva Fe creía en su interior; y si en sentir de Santo Tomás (2. 2dae. q. 124, art. 5) cualquiera acto de virtud es una solemne protestación de la Fe: omnium virtutum opera secundum quod referuntur in Deum sunt quaedam protestationes fidei, habiendo sido, según se ve en la Vida, casi una continua protestación de la Fe de este fervoroso Siervo de Dios. Secundariamente dice, que se conoce por la observancia de los preceptos, de lo que queda bastante dicho de que no se vio acción alguna que no fuese muy edificante y ejemplar. No contentándose con sólo esto, sino que celaba el que todos los que estaban a su cargo y novísimos en la Fe, guardasen puntualmente los Divinos preceptos, corrigiendo y castigando, si necesario era, cualquier desmán que en ellos viese; y lo mismo en los preceptos de la Santa Iglesia, quedando en todos ellos tan instruidos, que pasaban ya a escrupulosos, no admitiendo dispensa, si necesario era, ni queriendo valerse de los privilegios concedidos por la Iglesia a los Neófitos, soliendo responder que eran Cristianos como los Españoles; y asistían a la Misa, no sólo los días festivos para todos, sino también aquellos que no obligan a los Neófitos, no obstante que estaban bien instruidos, que no les obliga a ellos la Iglesia. Si ponemos la vista en la tercera señal que pone el Señor Benedicto XIV que es la oración a Dios, queda bastantemente expresado, y se verá comprobado con lo que queda que decir en la virtud de la Religión, que era casi continua la oración de este Siervo de Dios, por lo que se ve la heroicidad de su Fe. Y no es menor prueba la otra señal que pone el citado Pontífice: Ex fidei dilatatione, aut saltem ejus desiderio. Tan temprano le empezaron los deseos de la propagación de la Fe, que como queda dicho, desde Novicio era este su particular anhelo y el derramar su sangre, si necesario fuera, para aumentar los hijos a la Santa Iglesia, rebozándosele el gozo de su corazón en la leyenda de los Santos Mártires que habían muerto en defensa de la Fe, y en la propagación de ella. Estos mismos deseos tenía y tuvo toda la vida, y éstos le hacían atropellar con cuantos peligros se vio, y al parecer le quedaba el sentimiento de no lograr lo que tanto deseaba. Así me lo dio a entender, cuando me refirió lo que le había sucedido cuando iba a la fundación de San Juan Capistrano, que queda dicho en el Cap. 43, fol. 198, que me dijo: "ciertamente que creí, había llegado la hora de conseguir lo que tanto deseaba." La misma expresión hizo cuando lo iba a matar el Hereje Inglés, Capitán del Paquebot que nos llevó desde Mallorca a Málaga, que queda dicho Cap. 2, fol. 12. Y siempre que se veía en alguna de estas ocasiones y peligros de derramar la sangre en manos de Infieles, parece que se llenaba su corazón de alegría, como se vio pocos días después de lo acaecido en la Misión de San Diego; que se divulgó entre toda la gente de aquellos Establecimientos la noticia, y entramos todos en recelo, no sucediese lo mismo en alguna de las demás Misiones; y en la de San Carlos en la que actualmente me hallaba disponiéndome para ir a fundar la de N. P. y la de Santa Clara, con otros tres Compañeros, se levantó entre los Indios Neófitos, de que la Bárbara Nación llamada de los Zanjones, distante como seis leguas de la Misión de San Carlos, intentaban hacer con dicha Misión, lo que habían hecho los Gentiles de San Diego. No obstante que a estas voces no se les daba total crédito, no dejaba de poner en cuidado la Tropa, así a la de la Escolta de la Misión, como a la del Presidio de San Carlos. A los pocos días vino una India Neófita, toda asustada y llena de miedo con grande llanto diciendo al Cabo, que ya venían los Zanjones por la cañada, ponderando que eran muchísimos y armados, que sin duda venían a pelear. En cuanto el Cabo oyó la noticia, sin hacer examen de ello dio aviso al Comandante del Presidio, quien luego subió a caballo con una Patrulla de Soldados, para ir a auxiliar a la Misión. Al mismo tiempo el V. P. Junípero nos comunicó así a su Compañero, como a nosotros cuatro que estábamos para salir para las dos Fundaciones dicha noticia; pero tan lleno de regocijo, que al parecer daba por cierto que aquella noche le habían de quitar la vida, por las expresiones con que nos avisó diciéndonos: "Ea Padres Compañeros, ya llegó la hora, ya están ahí los Zanjones según dicen, y así no hay más que animarse y disponerse para lo que Dios fuere servido." Así lo hicieron algunos que recibieron el aviso en la Iglesia, reconciliándose unos a otros. Al salir de ella, hallarlos ya al Comandante con los Soldados del Presidio, que se estaban disponiendo para la defensa de la Misión, siendo ya entrada la noche, y habiendo reconocido el peligro que amenazaba por estar los seis Religiosos que estábamos allí en distintas casitas de palos o madera, techadas algunas de tule, que brevemente arde como si fuese yesca, propuso al R. P. Presidente que convenía que durmiésemos todos juntos, para podernos defender en un solo cuartito que allí había de adobes con azotea, que servía de fragua para el Herrero; y con esto quedábamos bien resguardados de las flechas y lumbre, y que con un Soldado estábamos bien escoltados, y que con los demás repartidos, se podría resguardar la Misión. Convino en ello, y nos metimos todos en dicho cuartito, y en toda la noche nonos dejó dormir, que la abundancia del gozo no le dejaba cerrar la boca, refiriéndonos muchos casos para animarnos, y por la mañana no se halló Indio alguno de los Zanjones, de que inferimos, o que la mucha agua que llovió aquella noche los hizo no llegar, o que fue aprehensión de la India, por el mucho miedo que tienen a aquella belicosa Nación; pero el susto y temor fue bastante para todos, menos para el Siervo de Dios que no cabía de alegría. Si reflejarnos en este caso, en otros que quedan dichos, y otros muchísimos que podría referir, y cotejamos con el sentir del piadoso autor de las Antigüedades, citado de Nuestro Cronista González (6 part. en la Vida de S. Diego Cap. 7) que dice: "El que una vez consagró la resolución de su ánimo, para tolerar para gloria de Dios todas las injurias y crueldades de los Tiranos, este ya parece Mártir; porque si la suerte no le concede que logre la efectiva pasión de tormentos, no puede quitarle que haya padecido en el alma, cuantos géneros de muertes trazadas a ideas de la imaginación había ya abrazado la voluntad": podremos piadosamente creer que si no fue Mártir a violencias del cuchillo; su pronta y resuelta voluntad lo consiguió, según la doctrina del célebre Antoine (de Actib. hum. Cap. 3 art. 7) el mérito del Martirio, que es lo que la iglesia Ntrâ. Madre canta de San Pascual Bailón: Maetyrem non dat gladius, sed ipsum prompta voluntas. ESPERANZA Vimos ya la firmeza de la Fe del Siervo de Dios Fr. Junípero, de cuya heroicidad se puede inferir cual sería su Esperanza, que siendo en sentir de San Buenaventura (tit. 5 dict. salut. Cap. 4) una fuerte columna, que estriba sobre el pedestal de la Fe, y sustenta lo principal del espiritual edificio, o como dicen otros, flor de la Fe que nace de ella, como el rayo del Sol, podremos inferir con los Santos Gregorio y Bernardo, que cuanto más uno cree, tanto mayor es su esperanza: quantum quisque credit, tantum sperat (Bernard. de Dom. in Pas). Ésta que según Guillelgo Alticiodorense, es una osadía del alma concebida de la largueza de Dios para alcanzar por nuestras buenas obras la vida eterna, dilata su vista y mira con fijos ojos como a su objeto el perdón de los pecados, el premio de las buenas obras en la vida que esperamos, la gracia, la resurrección de nuestros cuerpos, la asistencia y cuidado de la providencia Divina para favorecernos en los peligros y tropiezos que pueden estorbar su consecución, y finalmente todo lo que es arduo y difícil, si es para bien nuestro y gloria de Dios. Esta nobilísima virtud, que recibió con el sacro Bautismo, desde el día de su nacimiento fue creciendo en este Siervo de Dios con la edad, y en cuanto tuvo el uso de la razón, con la instrucción de sus devotos Padres se ejercitó en esta virtud, como también en la virtud de la Fe y caridad, procurando sus devotos Padres, que las primicias de los actos de su hijo, se consagrasen a Dios como Autor Divino, haciendo que él se ejercitase en fervorosos actos de ellas, como lo practicaba desde niño; y como iba aumentando en edad y conocimiento, procuró ejercitarse con más fervor, como se ha visto en el discurso de su ejemplar y dilatada Vida. Como era tan alto su alcance sobre los Misterios de nuestra santa Fe y perfecciones divinas, tenía siempre puesta su confianza en ellas, con la esperanza cierta de que conseguiría del Señor lo que era de su mayor agrado, para mayor gloria suya, ocurriendo siempre al Señor, así en las cosas arduas, como ya queda insinuado en su Vida, como en cosas aun más leves, pues para todas Dios era su único refugio, y de ordinario conseguía feliz despacho para sus peticiones. Y si por su humildad recelaba el feliz éxito, invocaba a los Santos de su especial devoción, como sucedió con el Patrocinio del Señor San José, que repetidas veces queda dicho, como también de su devoto San Benardino de Sena, por cuyo patrocinio consiguió para un Indio Neófito de su Misión de San Carlos, librarlo de las fauces de la muerte, cuando los circunstantes le tenían ya por muerto y aplastado de un grande pino que le cayó encima. Y agradecido N. V. Padre a su Santo devoto y Bienhechor, solicitó le pintaran un lienzo, el que se puso en aquella Iglesia, para mover la devoción en aquellos Neófitos. Otros varios casos podría referir, los que omito por no ser demasiado largo, pues basta para prueba de su esperanza en Dios lo que queda ya referido de su enfermedad y accidentes continuos del pecho, pie y pierna, en lo que podría aplicarse lo de San Agustín (Conf. lib. 10 cap. 43 tom. 1.) "Merito mihi spes valida in illo est, quod sanabis omnes languores meos, per eum qui sedet ad dexteram tuam, & te interpellat pro nobis: alioquin desperarem. Multi etiam, & magni sunt languores mei, sed amplior est medicina tua ". En fin si se refleja bien y se atiende a lo que enseña San Buenaventura (in 3 Sent. dist, 26 q. 4) que todos los actos de las virtudes son otros tantos actos de la esperanza, hemos de decir que su vida fue un continuo ejercicio de esta nobilísima virtud, por lo que dijeron los Auditores de la Rota en la Causa de San Francisco Xavier (tit. de Spe) que nada persuade con más eficacia la esperanza de alguno, como el ejercicio de las buenas obras y acciones virtuosas: Spei argumentum nullum validius, quam quod exercitio ducitur bonorum operum & actionibus virtutum. Y lo mismo confirma el Señor Benedicto XIV (lib. 3 de Can. SS. cap. 23 S. 2 num. 16) cuyas son estas palabras: Omnia opera bona spem arguunt, & omnia opera bona eximia & sublimia, spem demonstrant eximiam, sublimem, & heroicam. CARIDAD Y RELIGIÓN La mayor de las virtudes llama San Pablo a la tercera de las Teologales, que es la Caridad: maior autem horum est charitas (1. Corint. 13). Y si en sentir de San Gregorio (in Ezequ. hom. 22) cuanto uno cree y espera, tanto ama, habiendo visto la firmeza de la Fe, y la certeza y confianza de la esperanza del Siervo de Dios, podremos inferir lo ardiente de su caridad. A esta virtud, dice San Gregorio, que con razón llama el Apóstol de las Gentes vínculo de la perfección, porque las otras virtudes engendran la perfección; pero la caridad las ata entre sí, de modo, que ya no pueden separarse del alma del amante: Charitatem recte Praedicator egregius vinculum perfectionis vocat, quia virtutes quidem caeterae perfectionem generant, sed tamen eas charitas ita ligat, ut ab amantis mente, dissolvi jam nequeant (Greg. regist. lib. 4 ind. 13 cap. 95). Vimos ya como las otras dos virtudes Teologales son columna y pedestal de lo principal y más sagrado del Templo. Y hablando de la Caridad el célebre discípulo de San Juan Crisóstomo San Proclo Patriarca de Constantinopla en la Epístola que escribió sobre la Fe a los Armenios (tom. 6 op. SS. PP.) les dice, que la caridad es la cumbre de lo más santo y perfecto (le nuestra Católica Religión: Charitas sanctae Religionis nostrae culmen est, por lo que tenemos que esta virtud de la caridad, es el remate y unión que une y corona el estado perfecto del alma. Las señales para conocer la heroicidad de esta nobilísima virtud, las propone Fortunato Schacco (de not. & sig. Sanct. sec. 3, cap. 3, citado del Señor Benedicto XIV). La primera es el celo del culto Divino, a fin de que Dios sea amado y honrado de todos. Bastante queda dicho en el discurso de la vida de este Siervo de Dios, del celo que tuvo del culto Divino, ya en aquella suntuosa iglesia que fabricó en la Misión de Santiago de Xalpan de la Sierra Gorda, y el adorno que solicitó para ella, y para la Sacristía, todo dirigido al Divino culto. Lo propio practicó en las Misiones que fundó en ambas Californias, encargando a todos los Misioneros, que siempre en las memorias que pedían de México, jamás dejasen de pedir algo para la Iglesia o Sacristía. En una ocasión estando yo presente, leyó la memoria de lo que se pedía para una de las Misiones, y acabándola de leer, dijo a los Padres que la habían hecho: No me cuadra esta memoria, pues no leo en ella alhaja que pidan para adorno de la Iglesia, lo que luego enmendaron los Padres añadiendo algunos renglones para el Divino culto. Este celo, que al mismo tiempo es acto de la virtud de la Religión, bastantemente se ha expresado en su Vida cap. 7, desde el fol. 28 hasta el 25, en donde se expresa el régimen espiritual que observó en la Sierra Gorda, que el mismo en cuanto fue posible observó en las Misiones de la nueva California y Monterrey, así en fábricas de Iglesia, según la posibilidad de cada una, como en adorno para ellas, manifestando grande gusto cuando hallaba en sus visitas en alguna de esas Misiones algunos adelantamientos en esto, y luego procuraba comunicarlo a los Padres de las demás Misiones, para animarlos a. lo mismo. También queda dicho en el citado cap. el régimen espiritual que practicó en los Sermones en las solemnidades con que celebraba los Misterios y Festividades del Señor, de la Virgen Santísima y de los Santos, predicando en ellas, para mover a los Neófitos al culto y amor de Dios, siendo en esto tan grande su deseo, que lo extendía a todo el mundo. Bien lo expresó en la fundación de la Misión de San Antonio, que encendido en estos deseos, y como fuera de sí, repicaba las campanas como queda dicho, llamando a todos al Divino culto y amor de Dios, deseando que aquellas campanas se oyesen por todo el mundo: señal evidente del fervoroso amor de Dios en que ardía su corazón, pues no sólo lo amaba, sino que deseaba que todo el mundo lo conociese y amase. Otra señal del fervor de la caridad y amor de Dios pone el citado Autor diciendo, que se conoce por el gozo interior manifestado con señales exteriores, cuando se habla de Dios y de los Santos. Bien se le conocía en sus Sermones y Pláticas, que parece le rebozaba el corazón de gusto y alegría. Cuando llegó a su noticia la disposición de Ntrô. Santísimo Padre Clemente XIII, de que todos los Domingos del año que no tuviesen Prefacio propio, se cantase o rezase el Prefacio propio de la Santísima Trinidad, fue tanto su gozo, que no cabía en su corazón, y con mucha ternura decía: Bendito sea Dios, quien conserve la vida a Ntrô. Smô. Padre que ha determinado se rece tan devoto Prefacio. ¡Oh! y que buena ocasión, para que Ntrâ. Seráfica Religión pidiese a este Smô. Padre, que parece ser devotísimo del Misterio de la Santísima Trinidad, el que nos concediese el Rezo de este Soberano Misterio con Rito de doble de primera clase, con que imitaríamos a Ntrô. Seráfico Padre San Francisco, de quien decimos: Trinitatis officium, festo solemni celebrat. El mismo gozo expresaba en las solemnidades de la Virgen, en las festividades de sus Misterios, y cuando vio a sus hijos Neófitos, que con tanta devoción asistían y cantaban la Sacratísima Corona de MARÍA SSmâ. y la Antífona Tota Pulchra, que derramaba lágrimas de ternura y devoción. Igualmente le sucedía cuando cantaba la Pasión, y celebraba aquellos Divinos Misterios de la Semana Santa. Y sucedió no pocas veces, no poder proseguir el cantar en el Coro el canto Angélico de la Gloria, el Sábado Santo. Eran también abundantes las lágrimas en las Estaciones del Vía-Crucis, de cuyo ejercicio era devotísimo, y lo instituyó en todas las Misiones, así de la Sierra Gorda, como de ambas Californias, la que en sentir de los Auditores de la Rota en la Causa de San Andrés Avelino (Tit. de Charit.) es señal clara y evidente de la perfecta caridad, y de la heroicidad de esta virtud: hanc eximiam charitatem Andreae erga Deum probar¡ censuimus, ex maximo affectu ipsius, erga passionem Domini Nostri Jesu Christi. Otras varias señales pone el citado Autor, las que omito por quedar ya comprobadas con los hechos de su Vida, principalmente la caridad acerca del prójimo, de la que bastantemente queda dicho. Y como en sentir de San Gregorio la caridad acerca del prójimo, nutre y aumenta la caridad y amor a Dios per amorem proximi, amor Dei nutritur: (Greg. in Moral.) habiendo visto la gran caridad que tuvo este Siervo de Dios con el prójimo, se infiere cuan grande sería el amor que residía en su corazón acerca de Dios, y qué admirables efectos causaría en su alma. Estos fervorosos actos del amor de Dios y al prójimo, junto con los demás de las otras virtudes de que he hablado y he manifestado de este mi amado Maestro, puedo decir que continuaron hasta la muerte, como puede verse en el cap. 58 que es la prueba mas eficaz e infalible de haber sido su caridad y amor a Dios y al prójimo santo y verdadero, en sentir de su amartelado devoto San Bernardino de Sena, quien escribiendo de la caridad verdadera y no fingida, dice lo siguiente (tom. 2, Fer. 4 post. Ciner. Serm. 5, cap. 3 pág. 39, col. mihi 2), "Charitas ficta, sex fornaces patitur, sed in septima alchymiae falsitas patet, Primus namque fornaceus ignis fit in corde, secundus fit in ore, 3, in opere, 4, in inimicorum dilectione, 5, in eorum subventione, 6, in recta intentione, ut scilicet propter Deum hic omnia fiant, 7, in persevaranti continuatione. Hic sanctus probatur amor, quoniam si verus non est, cito evanescit." Todas las otras seis señales que pone San Bernardino, las hallamos muy patentes en la leyenda de su Vida, y la séptima y la última señal la prueba lo que queda dicho en el Cap. citado. Y si en sentir del Evangelista San Juan, las obras de cada uno siguen a la alma cuando se separa del cuerpo, opera enim illorum sequntur illos, hemos de creer piamente, que todas las obras que practicó en el ejercicio laborioso de su vida, acompañarían a su alma, como también los innumerables Indios que convirtió, y que por su Apostólico afán consiguieron su eterna bienaventuranza, le saldrían al encuentro, para ponerlo en presencia de Dios, a que recibiese el eterno premio en el Cielo. Así piamente creo habiendo experimentado su fervorosa caridad y amor Divino, tendría las propiedades que dice de ella el Doctísimo Rábano (in Sermon), "Amor divinus est ignis, lux, mel, vinum, sol. Ignis in meditatione purificans mentem a sordibus. Lux est in oratione mentem irradians claritate virtutum. Mel est in gratiarum actione mentem dulcorans dulcedine divinorum beneficiorum. Vinum est in comtemplatione mentem inebrians suavi & jucunda delectatione."Todas estas propiedades parece se hallan en la laboriosa Vida de este Siervo de Dios, y podemos creer piamente que también conseguiría la última en la Patria Celestial: ""Sol est in aeterna beatitudine mentem clarificans serenissimo lumine, & suavisimo calore: mentem exhilarans ineffabili gaudio peremni jubilatione." Con que concluye las propiedades de la verdadera caridad el dicho Rábano, citado del V. P. Fr. Luis de Granada (in Sylva locorum communium tom. 1 tit. Amor Dei). Y yo podría concluir, que su alma estará descansando, que fueron las últimas palabras que me habló antes de morir, acabando de rezar el oficio del Sol de la Iglesia San Agustín, diciéndome a mí y a los circunstantes que se hallaban presentes: vamos ahora a descansar, como queda dicho en su Vida. Y piamente puedo creer, que su descanso fue y es en el Cielo. Pero como son los altos juicios de Dios inexcrutables, y que puede necesitar de nuestra ayuda, acompáñenme en decir: Anima ejus requiescat in pace. Amén.
contexto
CAPÍTULO ÚLTIMO Gobierno militar de los indios En cada pueblo hay 8 compañías de militares, con su Maestre de campo, su Sargento mayor, Comisario, 8 Capitanes, Tenientes, Alféreces y Sargentos correspondientes. Todos tienen sus insignias de bastones, banderas y alabardas. Hay algunas bocas de fuego, pero pocas, porque no se alcanzan, y con gran dificultad se consiguen por cualquier precio. El pueblo que más tiene, serán 50: y es menester gran cuidado con ellas: porque el descuido y desaseo del indio luego las echa a perder. Pólvora se hace casi en todos los pueblos; pero muy poca, porque no hay mina alguna de salitre, ni molino, ni azufre. Hácese el salitre de las raspaduras de la tierra en que hubo orines, dándole punto a fuerza de fuego; y con esto, y algo de azufre que se alcanza en Buenos Aires, se hacen algunas libras al año, que sirven para cohetes y tiros en sus fiestas: y casi nada sobra para ensayo de las armas. No obstante, los émulos dicen que hay molinos, fábricas y mucho armamento para levantarnos con el Reino Jesuístico. Las lanzas y flechas se hacen en el pueblo: y de esto hay lo suficiente. Son más de 50 los servicios militares que le han hecho al Rey estos indios: están todos apuntados. Unas veces poniendo sitio a plazas: otras, ayudando a los españoles contra los enemigos de la Corona, y contra indios infieles. Casi siempre han ido con españoles, comandados de ellos. En los alborotos antiguos del Paraguay, ellos casi solos introdujeron al Gobernador D. Sebastián de León, que se les enviaba por orden del Rey, en lugar del intruso que tenían: y entraron con él a la ciudad, que salió a la resistencia, venciendo y matando. En los más modernos (en que me hallé yo con los indios el año 1732), el Gobernador de Buenos Aires con 6 mil de ellos y unos cien soldados españoles, prendieron a los culpados: ajustició algunos delante de los 6 mil indios, y lo sosegó todo. A la Colonia del Sacramento (plaza tan nombrada de los portugueses), llamados de los Gobernadores a auxiliar a los españoles, la han sitiado cuatro veces. La primera la ganaron, entrando por asalto. La segunda, no pudiendo resistir los cercados al sitio de cuatro meses, ocultamente la desampararon. La tercera, después de algún tiempo, despachó el Gobernador los indios: y se quedó con solos españoles: y no la pudieron tomar. La cuarta fue la de esta última guerra del Portugal, en que fueron llamados mil, no para soldados, sino para gastadores: ganose la plaza: y el Gobernador atribuyó la victoria a los indios, que en una sola noche cubrieron todo el ejército con una zanja grande que hicieron de mar a mar, dejándolos casi todos cercados: pues decía que sin aquéllos, que fue sin muertes, no la hubieran ganado. Las tres veces que se ganó fue restituida por tratados de paz. Cuando el Gobernador quiere indios para éstas y otras funciones, no escribe a los indios, ni envía oficiales para intimarles sus órdenes, porque sabe quiénes son, y cómo se gobiernan. Escribe a nuestros Provinciales: "necesito tres mil indios, v. g. para tal expedición: estimaré a V. R. como tan servidor de Dios y del Rey, disponga que vengan a tal paraje con todo lo necesario para tal empresa". Esto es en sustancia lo que escribe. El Provincial al punto escribe al Superior, declarándole lo que dice el Gobernador: y ordenándole que disponga luego todo lo necesario. El Superior toma la lista de todos los pueblos: y repartiendo la carga según el número mayor o menor de cada pueblo, hace un papel, en que en sustancia dice: "El señor Gobernador en nombre del Rey nuestro Señor, manda que vayan tantos indios a tal expedición. Del pueblo N. irán doscientos: cada uno llevará tres caballos para sí: cincuenta llevarán escopetas con tanta pólvora: cien llevarán lanzas: y los cincuenta restantes llevarán tantas flechas cada uno, y dos o tres hondas." Usan piedras contra la caballería contraria de un modo que tiran el guijarro con la honda juntamente que es un solo ramal, con una borla: y prosiguiendo el guijarro con gran violencia, se queda allí la honda cerca del que la tira, y la coge otra vez. "Para cargas llevarán tantas mulas, en que irá tanta yerba y tanto tabaco. Todos irán bien vestidos del común del pueblo. Saldrán tal día. Llevarán para el camino tantas vacas para su sustento, hasta tal parte, en que encontrarán al Padre N., que cuidará de todo el cuerpo y lo conducirá hasta entregarlo al señor Gobernador": y así prosigue para los demás pueblos. Este papel va por todos los pueblos tiempo antes de la marcha, para dar lugar a que se prevenga todo lo necesario. Cada Cura copia lo que le toca: y pasa adelante. Llama el Cura al Corregidor y maestre de campo: intímales el orden del Gobernador: y como para aquel pueblo están señalados tantos, con tales y tales armas: ordénales que escojan los más a propósito y se los traigan allí para verlos: y que con los herreros y demás oficiales prevengan las armas señaladas. Vienen los señalados: y ve el Cura si conviene desechar alguno. Jamás he visto (y han sucedido varias funciones de estas en mi tiempo) ni he oído que haya habido resistencia en alguna ocasión a estas empresas, cuando las manda el Gobernador, ni repugnancia alguna de parte de los Padres, ni de los indios. A todo se obedece puntualmente por el orden que aquí se dice. El indio nada pone de su casa: todo se lo da el común. En llegando al sitio señalado por el Gobernador, ordena y dispone de los indios por sí y sus oficiales, valiéndose de los Padres, que siempre suelen ser dos o tres como intérpretes, para intimar sus órdenes, y para todos los usos de economía que allí se ofrecen. El Gobernador de Buenos Aires y Teniente general D. Bruno Zavala estuvo dos veces en los pueblos con ocasión de expediciones militares, y alabó mucho este método de los Padres en su gobierno militar, como en las demás cosas. "Queda, pues declarado el gobierno político, eclesiástico y militar, y lo adherente a esto, aunque con mucha mayor extensión de la que pide un compendio, y de la que yo me imaginé al principio: y va con toda aquella claridad, llaneza y sinceridad que pide mi estado y mi ministerio. "¿Dónde está aquí el Reino jesuítico, el despotismo, las codicias y los inmensos intereses que decían los herejes: y con ellos los émulos, que profesan ser católicos, y que los Jesuitas son Obispos, son Gobernadores, son Reyes y son Papas? ¿No ven aquí la subordinación a los Obispos, a los Reyes y Gobernadores? ¿Y que con aprobación suya, y aun alabanzas, se hace, y aun se prosigue ese modo de gobierno? Quedan dos o tres niños, huérfanos de padre hacendados: un hombre de bien toma a su cargo cuidar de sus haciendas, o por amistad que tuvo con sus padres, o meramente por Dios, ni sueldo, ni interés alguno. Gobiérnalos en todo: enséñales la doctrina cristiana y buenas costumbres: castígales en sus travesuras: se afana por conservarles su hacienda y aun aumentarla: haciendo esta obra de caridad para aumentar mérito para el cielo. En lo demás está este tutor sujeto y obediente con sus pupilos a sus superiores Reales y de gobierno espiritual y político. ¿Quién podrá poner dolo o mancha en esta obra? Pues esto es lo que han hecho los Jesuitas con aquellos pobres pupilos: exhortándolos a ellos los Reyes: y aprobándolo y alabándolo los más inmediatos superiores que lo ven: Obispos, Gobernadores, etc. Para mayor claridad de lo que dije de la fábrica de los pueblos, va con el mapa un dibujo de ellos. Causa porque se añaden las dudas siguientes "Esta relación se ha tenido algunos días sin enviarla a V. R., por no hallar sujeto de confianza con quien poderlo hacer. Entretanto, varios de los nuestros me han hecho varias preguntas sobre sus puntos: he leído también algunos papeles de los émulos. Hago refleja de que V. R., no sólo quiere esta relación para sí, sino para desengañar a otros, y querrá enterarse de raíz de algunas dudas que se le ofrecerán para dar más cabal noticia. Por lo cual he determinado añadir estos cuadernos de dudas." Duda primera ¿Cómo habiendo tantos testigos de lo que aquí se ha dicho hay tanto descaro en levantar tantos falsos testimonios?-- No es nuevo esto. El mundo siempre ha sido mundo: falso, mendaz, envidioso: y lo será. En el siglo pasado, un indio de las Misiones, llamado Ventura, que andaba fugitivo por su mala vida entre los españoles, presentó al Gobernador de Buenos Aires, D. Jacinto Láriz, a inducción de su amo, un papel de ciertas minas de oro y plata, con sus castillos que decía tenían los Misioneros Jesuitas del Paraguay, de donde sacaban grandiosas riquezas. Y afirmaba haber estado en ellas. Item, cierto predicador sacó este punto en el púlpito, y para que lo creyeran, mostró allí a los oyentes una piedra veteada de plata, afirmando que era sacada de las minas de los Jesuitas. Como el buen Gobernador era recién venido de España, y no sabía los fraudes de aquel Nuevo Mundo, luego lo creyó todo. Toma un buen destacamento de soldados y con ellos al Ventura y su mapa. Se encaminaron a las Misiones, con pretexto de visitarlas. Llega al primer pueblo: y desaparece Ventura. Búscanle por todas partes: y le hallan. Hácele cargo el Gobernador porque se había huido sin descubrir las minas: responde: No hay tales minas. ¿Pues cómo me presentaste este mapa diciendo que habías estado en ellas? Yo no te he dicho tal cosa, responde: y si te lo dije, sería estando borracho. Ahórquenle luego: prorrumpió el Gobernador lleno de cólera. ¿En mis barbas te atreves a hacerme mentiroso? Acuden los Padres: alegan su cortedad pueril: quítanselo de las manos, y se contentó con darle 200 azotes. Prosiguió su averiguación a instancia de los Padres, alegando que para S. S. y para ellos estaba muy bien el que del todo y por todas partes se averiguase aquel punto. Esparció los soldados por todos los pueblos y sus rincones con prevención de 600 pesos y un vestido completo al que trajese verdaderas noticias de las minas. Nada se halló: y el Gobernador avergonzado pidió perdón al P. Romero, Superior, y a los demás. Averiguose el sujeto que le había dado al indio aquel mapa, y la piedra, se halló ser de la peana de la estatua de un Santo, que para adorno tenía aquella y otras piedras traídas de Potosí: y no era de los Jesuitas. Parece que no había más que pedir en este asunto. Pero no paró aquí la malicia. El Gobernador, que era antes enemigo de los Jesuitas por lo que oía contar de ellos, sin tratarlos, se hizo tan amigo suyo con el trato que tuvo en la Visita de los pueblos, y por lo mucho que vio bueno en el gobierno político y espiritual de los indios, y observancia regular de los Padres, que todo era alabarlos en Buenos Aires. El tomo intitulado ELOGIA SOCIETATIS IESU trae varios elogios suyos. Era caballero del hábito de Santiago, y debía de ser hombre muy de bien: pues daba tanto lugar a la razón sin el sonrojo de retractarse. Como los émulos vieron tanta mudanza, luego sospecharon o fingieron que a él y a sus soldados habían sobornado los Jesuitas con el oro de sus ricas minas: ocultamente dieron cuenta a la Corte. Pintaron las calumnias con tales visos, que el Rey mandó que fuese a averiguar este punto Don Juan Blásquez Valverde, Oidor de Chuquisaca, a cuya Audiencia pertenecen aquellas tierras, con instrucciones de lo que pasó y de lo que debía hacer. Como el Oidor era hombre antiguo y práctico, fue tomando informes ocultos por el camino. Averiguó quiénes eran los delatores. Llegó a Buenos Aires: y allí tomó un buen número de soldados y obligó a los delatores a que fueran a mostrarle las minas. En la ciudad de Santa Fe le dijo cierto religioso que él había visto dos zurrones de cuero de toro llenos de oro en polvo que los indios habían traído en una embarcación a aquel puerto para el Provincial Jesuita y que el Provincial dio el uno al colegio de Córdoba y el otro al del Paraguay. Como el Oidor era práctico hizo burla de esta delación, reparando en las circunstancias. Llegó a los pueblos: repartió por ellos y por sus territorios a los soldados, a los delatores, y a un minero del Perú llamado D. Cristóbal Vera, muy inteligente de territorios de minas. Volvieron diciendo que no habían encontrado nada. El minero testificó que aquellas tierras, según su positura, y su temperamento, no eran tierras de minas de plata y oro. Fue el Oidor preguntando jurídicamente a cada uno de los delatores por qué había hecho aquella delación contra los Padres y contra el Gobernador. Uno respondía que porque lo había oído así. Otro que lo había hecho por odio a los Padres. Condenólos a cortarles las orejas y las narices: mas por intercesión de los Padres se contentó con pena pecuniaria, en que les multó y publicó un manifiesto de todo lo sucedido, que impreso lo esparció por la América y por la Europa. Todo esto lo trae el P. Techo en su historia latina dedicada al Consejo de las Indias, intitulada HISPANIA PARAGUAYA, que anda por todas las librerías de alguna monta: y D. Francisco Jarque, Cura que fue de Potosí, y anduvo hacia estos tiempos por Buenos Aires y Paraguay, y después fue Dean de Albarracín en España, en su historia intitulada MISIONES DEL PARAGUAY. Como en este destierro no tenemos estos libros no puedo citar libro, párrafo ni página, como lo hiciera si lo tuviera; pero lo he leído algunas veces y me acuerdo bien. Después de todos estos, son muchos aun de los no vulgares, que están en que hay estas minas. Ya dije cómo el General portugués de la línea divisoria afirmaba antes de la expedición que de aquellos pueblos sacaban los Padres cada año millón y medio para sus colegios. El Padre Alonso Fernández me dice que en Buenos Aires le mostraron una carta de uno de los cuatro Coroneles que llevaba dicho General, su fecha en el pueblo de San Ángel, escrita a un amigo suyo, que le decía: "Amigo, hemos venido muy engañados: ya hace tanto tiempo que estamos en estos pueblos haciendo muchas averiguaciones: y no hay tales minas," ¡Miserables hombres, que ni piensan, ni hablan sino en la tierra! Pues si antiguamente había tanta desvergüenza en levantar falsos testimonos a vista de los que sabían y veían todo lo contrario, ¿qué mucho que ahora los haya, no habiendo mudado el mundo? No quiero acabar esto, sin decir lo que pasó estos años, cuidando yo del pueblo de la Concepción. Vinieron ciertos españoles al pueblo a comprar lienzo por vacas. Diles despacho a su satisfacción. Vieron la iglesia: su adorno, y otras cosas de que se admiraron. Y después de algunos días, se volvieron a su ciudad. Allí empezaron a exagerar las riquezas de la Concepción: y entre otras cosas decían que por las puertas del colegio (así llaman ellos a nuestra casa), pasaba un arroyo lleno de pepitas de oro: y que el Cura tenía allí un viejo que con un cedazo sacaba cada día mucha riqueza. Así me lo afirmó el Notario eclesiástico de aquella ciudad: y decía que muchos lo creían firmemente, y corría como cosa sentada. Por en medio de la huerta hay un socavón como zanja, por donde corre el agua cuando llueve, y en lo demás del tiempo siempre está seco: y no hay más. El pueblo no tenía deudas, pero no era de los más acomodados. Son aquellas tierras un hervidero de semejantes fábulas. Duda segunda ¿De dónde nace que los Padres son Obispos, y aun Papas, Gobernadores y Reyes? --Ya insinué algo antes. Ahora lo diré. Ven el respeto que los indios les tienen: ese nace del ejemplo y recato con que viven con ellos. Cuando ven a cualquiera otro eclesiástico o seglar con ejemplo y devoción, también le muestran mucho respeto. Pero si le ven con liviandades y que no acude a Misa y Rosario cada día, no hacen caso de él. Ven que no acuden al Obispo para dispensas matrimoniales: ni aun para lo tocante a los preceptos eclesiásticos, porque ignoran los privilegios que tenemos del Papa, sin que sea necesario acudir a esos señores: si lo saben, se lo callan. Ven que el Provincial quita y pone Curas, sin acudir para cada uno al Vice-Patrón ni al Obispo, y no examinan las facultades y el beneplácito que de los dos tienen. Pero ya se explicó la dependencia que tienen al Papa, Obispo, Rey y Gobernador. Duda tercera ¿De dónde toman motivo para exagerar tanto las riquezas de aquellos pueblos, y afirmar que los Jesuitas y no los indios las logran? --Nace de lo que ven en las igleslas, y los vestidos de los Cabildantes y danzantes. Lo de los templos se reduce a esto. Una lámpara de dos o tres arrobas de plata. Una o dos piezas que hay de cinco o seis (sic): dos blandones altos para los monacillos en las misas cantadas: 6 candeleros de vara o más de alto para los días solemnes, y dos menores para cada altar en las Misas rezadas: caldero de agua bendita y hisopo: 6 ó 7 cálices: 2 copones: una Custodia para el día del Corpus y jubileo del mes: algunas vinajeras con sus platos: tal cual campanilla: y los vasos del Baptismo y Extremaunción. Esto es lo ordinario de plata, ya sola, ya sobredorada. Raro pueblo excede de esto: y si excede, es poco. Todo ello podrá valer, incluso la hechura, como cinco mil pesos. Allá, como abunda más la plata, hay muchas alhajas de este metal en los templos de las ciudades, y en las casas de los seglares, aunque no sean más que de medianas conveniencias, casi todas las piezas son de plata, hasta las bacinillas que sirven de orinal. Y así, para aquellas tierras, no es mucho lo dicho en una iglesia ordinaria. Los frontales y vestidos sacerdotales de capas, casullas, dalmáticas, etc., no son de tisú, sino en tal o cual pueblo, que tienen un solo ornamento de esto para el día de Corpus y fiesta del patrón del pueblo: son de brocade, para los días de fiesta, y de telas llanas, pero lucidas y limpias, para los días ordinarios, como dije en otra parte: y para cada color hay un ornamento. Lo de plata y estos ornamentos, podrán valer diez mil pesos. Ven los templos tan majestuosos; todos los retablos dorados; los pilares y las bóvedas doradas y pintadas, entreverando lo uno con lo otro; y aun los marcos de las ventanas y puertas en algunas partes y todo muy lucido, limpio y resplandeciente. Ven de gala el Cabildo y danzantes, vestidos de seda, y a los Cabos militares en sus fiestas, aunque de sedas llanas. No ven más. Porque los aposentos de los Padres son como en los colegios, y sin más adorno que en ellos. El vestido y porte, como en las ciudades, y aún más basto. Las casas de los indios, un aposento para toda la familia, del grandor de los nuestros, sin más adorno, con sus alcobitas de estera en los rincones: y unos platos de barro, unos calabazos para vasos, sin sillas, ni aun bancos, sino tal cual. De esto sólo no se puede argüir que hay riqueza. En el pueblo varias veces se ofrece hablar con españoles capaces, de este asunto. Decíales yo: Es menester saber que los más de estos pueblos tienen más de cien años de fundación: y el que menos, tiene 60. Nos hemos de hacer cargo que las alhajas de plata duran in perpetuum: que las de brocado, que no son más que para los días de fiesta; duran cien y más años. Las demás de seda, 50 y 60 años. Lo tienen comprado. Demos que el pueblo tenga 800 familias, con un real de plata que dé cada familia, ya tenemos los cien pesos. Pues ¿quién hay que diga que por poder dar el indio un real de plata al año, está muy rico el pueblo? ¿Y más en la América, donde un real de plata se estima como dos o tres cuartos en España? Luego la riqueza tal cual que se ve en los templos, no se puede argüir que esté muy sobrado el pueblo, a más de que algunos años en que los frutos, cosechas y ganados multiplicaron mucho, como se hallaron con abundancia, compraron estas cosas: y en muchos años de decadencia o penuria, compran muy poco o nada. ¿Cuántas casas de nobles se ven con las alhajas competentes a la nobleza, y el dueño está pobre? Lo que se infiere es que en algún tiempo estuvo acomodado, pues tuvo con qué comprar aquello: o que no obstante su pobreza, cada año fue comprando un poco; pero no el que sea habitualmente rico. A esto callaban; pero los apasionados, como no se guían por la razón, claman y gritan sin ella. Ven también los clamadores de las riquezas que hay yerbales en las cercanías del pueblo, y grandes algodonales del común: muchos millares de vacas en las estancias. Del resplandor de los templos, arguyen comúnmente las riquezas: pero los más considerados lo sacan de aquí. Lo que hay en el caso es que de estos yerbales se sacan 400 arrobas de yerba que se envía a Santa Fe para pagar el tributo del pueblo y el diezmo, y comprar con el sobrante hierro, cuchillos, paños, sempiternas, y otras mil cosas necesarias a un pueblo. Y no pueden ir más de 400 arrobas, por estar así mandado por Cédula Real para que los españoles del Paraguay tengan mayor comercio en este género. Lo restante que se beneficia de estos yerbales, se gasta en la ración de yerba, que tarde y mañana se da a cada indio; y no hay más comercio de ella. El lienzo que sale de los algodonales se gasta, como se dijo, en vestir a todos los muchachos de ambos sexos, que son tantos, que en un pueblo tenía yo tres mil: y como ven el algodonal grande, y no ven la multitud que se ha de vestir de él, les parece gran riqueza. Se da también de vestir a las recogidas, a los viejos, viejas y pobres. Y lo que sobra, que es harto poco, se envía a Buenos Aires para comprar con él lo que queda dicho: pero no son todos los que envian este género: y muchos pueblos que aun no cogen lo necesario para sí, por ser terreno menos a propósito, lo compran de otros: y así nada envían. Las vacas no son tantas como juzgan o publican los émulos. Son pocos los pueblos que tienen para dar ración de carne todos los días. Algunos dan tres o cuatro veces a la semana, otros, sólo dos. Y en pueblo estuve yo, donde no se daba carne más de un día a la semana, porque no había para más: y se componían con su maíz, legumbres (de éstas pocas), y batatas. Vi también en este pueblo que un año que hubo carestía de estos frutos, se daba ración de carne todos los días. Lo que hace el Cura es esto. Visita la estancia una vez al año, si está muy lejos (algunas distan 30 ó 40 leguas del pueblo): y si está cerca, dos veces. Cuenta todo el ganado: porque en esto, no se puede fiar de los indios, que hay muchos fraudes en ello. Considera el multiplico de terneras, cotejado con el del año antecedente, y con el gasto del pueblo. Si ve que puede dar una buena ración cada día, sin que este gasto, junto con los avíos de los viajes, consumo de los estancieros, o pastores, etc., sea mayor que el multiplico anual, la da. Si tiene poco, da uno o dos días a la semana cuando los indios tienen suficiente sustento de sus sementeras, y lo demás lo guarda para dar cada día cuando hay carestía o epidemia. Las vacas no es finca que se venda, porque no hay para vender, excepto aquellos dos pueblos Yapeyú y S. Miguel, de quienes dije tenían tan grandes estancias de vacas alzadas y ariscas, que cuesta tanto el cogerlas. Estos venden a los demás pueblos. Todos los demás tienen sus vacas todas de rodeo o mansas. No hay más géneros que los dichos de yerba y lienzo con que se hacen las compras y ventas con españoles, y los pueblos entre sí: y esto con la moderación que queda expuesta: porque aunque algunos pueblos venden tabaco en hoja y polvillo, y otros algunas mulas, caballos, ovejas; son pocos, y en corta cantidad. Esta es la riqueza de aquellos pueblos, y no hay más. Todo lo demás que se diga son ignorancias o equivocaciones de gente de poco entender, o envidia y malicia de los hombres apasionados: o sueño y delirios de los más inconsiderados. Y así aquellos pueblos no están ricos. El culto divino, a quien más que a todo lo demás, debemos todos atender, si tenemos fe, más que el adorno de nuestras casas y cuerpos: ese sí que está con lucimiento: de manera que dice Felipe V en la Cédula citada, que hasta los mismos émulos confiesan que está en su punto. Y hizo una Cédula particular para los Misioneros, en que les da las gracias por ello. Pero ya queda declarado como ésta no es tanta riqueza como se dice, y que no arguye ser rico el pueblo. Los pueblos tienen lo necesario y no más: porque de la poquedad del gentío no se puede sacar más sin oprimirlos o acabarlos, como lo han hecho los seculares en otras partes, queriendo sacar más de lo que se puede, llevados de su codicia. Y el que tenga o no tenga, comúnmente consiste en el Cura: no por falta de voluntad (que todos la tienen muy buena de enriquecer su pueblo): no por falta de trabajo, pues vemos que todos trabajan no poco, en buscarle lo que ha menester: sino por falta de talento y habilidad. Vemos cada día en los mercaderes viandantes que todos desean enriquecer: todos trabajan con continuos viajes, al agua, al frío y al calor, con molestias, y malos días y peores noches, y aun peligro de la vida por la cercanía de los infieles. Muchos de éstos no emplean su caudal en fausto, en el juego, ni en otros vicios; sí en lo que toca a su destino: Y con todo eso, no crecen algunos. Por más que trabajen, suelen menguar, y aun quebrar y perderse. Otros vemos con menos trabajo que enriquecen y crecen. ¿En qué va eso? En que éstos tienen cabeza y pies: y los otros sólo los pies: éstos habilidad y talento: y los otros no. Sujetos hemos visto en estas Misiones de grande entendimiento: que después de ser maestros insignes de facultades mayores, fueron a ellas, y metiéndolos en cuidado de regir un pueblo, no acertaron con ello. Mucho ayuda ser de mucha capacidad intelectual: pero esto no lo hace todo. Este encanto de las riquezas no es sólo para con los Misioneros. Lo mismo dicen de nuestros colegios: aunque no tanto. ¿Por qué? Porque ven nuestras iglesias con lucidos ornamentos más que las demás. Prueba de esto es lo que sucedió poco ha en el arresto de los PP. del colegio de Córdoba del Tucumán. Llegó allá desde Buenos Aires, 200 leguas distante, un grueso destacamento de soldados, con voz de apaciguar ciertos disturbios de seglares, que por allí había. Arrestaron a la mañana o a media noche improvisadamente a todos los Padres. Metiéronlos a todos en el refectorio, que eran 130: y allí los tuvieron 11 días, sin dejarlos salir ni aun para las necesidades comunes. De los soldados, que eran los únicos con quienes hablaban, supieron que era tanta la fama de riquezas que tenía el colegio máximo, que el Comandante traía orden del Gobernador de enviarle luego medio millón de pesos, y después lo demás. Ellos se hicieron dueños de todas las llaves, y de las cosas más secretas. No hallaron más que un talego con 4 mil pesos, y un papel dentro que decía ser prestados del Deán de aquella Catedral: y otro menor con algunos pesos, y otro papel dentro que decía: "Aquí se pusieron cincuenta pesos para limosnas". Vino el Comandante al refectorio, instó mucho al P. Rector que dijese dónde estaba el gran tesoro de aquel colegio: pues no hallaba más que cuatro mil pesos y poco más para limosnas. Dijo el P. Rector que no había más: Volvió a instar más: "Padre, mire que se pierde a sí y a toda esta comunidad. Diga la verdad de lo que hay". --Afirmaba el Padre que era el único dinero que tenía el colegio, y que los 4 mil pesos había pocos días que los había prestado el Deán, como lo diría el papel que tenía dentro. Fuese el comandante bien amostazado. Volvió después con otra llavecita que tenía un pedazo de pergamino y en él escrito "Secreto" --"No ve, Padre, cómo yo tenía razón en lo que decía, y que había mucho más? Qué significa este secreto, sino el tesoro escondido? De dónde es esta llave?"-- Sonriose el Padre Rector, porque era la llave de la naveta donde estaba el pliego de gobierno del General en que se señala 2.? y 3.er Provincial en caso de muerte del primero, con precepto de que ninguno lo vea. Explicole el Padre Rector lo que era: y exhortole a que fuera a velo. Y viendo ser verdad, quedó admirado, diciendo que él no había creído semejantes riquezas, como se decía. Aquel colegio tenía en sus tierras la carne, pan, legumbres, y frutas: y así suele tener a tiempos plata en moneda. Unos años está con mucha abundancia, y otros con penuria, y no pocos con deudas. De estos casos hay muchos; pero los callan. De lo dicho se ve cuán engañados están estos hombres con la aprensión de las riquezas. No están ricas las Misiones, vuelvo a decir. Los indios tienen lo que han menester según su calidad. En la comida, maíz, legumbres, mandiocas, y batatas y un pedazo de carne, donde hay, para todos los días: y donde no hay, alguno a la semana, y todos los días cuando hay carestía de frutos. En el vestido, poncho, que sirve de capa, jubón de lana y de algodón, camisa, calzones, calzoncillos, sombrero, montera y gorro: y no usan más. Aunque estén en temples más fríos, en ciudades de españoles y tengan con qué comprar más, por haberlo ganado con su trabajo: y su trabajo es de alquiler: que allí no saben vivir de otro modo: y le dan 5 pesos al mes y de comer: y a algunos más trabajadores, 6 y 7 pesos. Y allí, ni en sus pueblos usan medias ni zapatos: sino tal cual, que se ponen medias algunos días, pero no zapatos; y las medias las suelen traer sin atar; caídas hasta el pie. No buscan ni quieren más: con esto están contentos. No tienen espíritus ni pensamientos para mayores cosas. No buscan oro ni plata, sino comida y vestido. Si adquieren algún real de plata, le hacen un agujero, le meten en una cuerda y se lo cuelgan al cuello. Con esto están más contentos que una pascua, sin pensar en más. Entre millares de indios, apenas se encontrará uno, aunque sea de los que se huyeron a las ciudades, que tenga pensamientos más altos que éstos, por su genio pueril. Como nosotros cuando muchachos, que con un real que tuviéramos, estábamos más contentos que el rey Creso con sus riquezas y Salomón con las suyas. El adquirir esto que desean, y lo del culto divino, se puede hacer sin mucho gravamen suyo. Si se quiere sacar más, es gravarlos mucho y oprimirlos. De que se seguirían enfermedades, muertes, y el huirse muchos a los montes y otras partes, huyendo del trabajo, y el disminuirse y acabarse. Por esto los señores Obispos y otros personajes, que conocen el genio del indio, alaban tanto su gobierno, según dice Felipe V en la Cédula citada: pues ven que no conviene otro. El decir que los PP. por debajo de cuerda, con sagacidad, sacan de ellos cantidades grandísimas, para su General y los colegios, son miras sospechosas y de gente maliciosa, sin prueba alguna de ello: como las minas de oro y plata con sus castillos, los cueros de toro llenos de oro en polvo: el millón de pesos anuales para el General, sacado de las 12 mil arrobas de yerba a 3 pesos que cada año bajan a Buenos Aires: el millón y medio de pesos que decía el portugués que sacaban los PP. cada año para sus colegios: el millón que dice el autor moderno expulso de quien hablé: y otras cosas a este modo, antiguas y modernas. Harta merced les hago en decir que son sospechas: porque muchos de estos saben que todo es falso. Ya ven que vuelve el Provincial de la Visita, que nada lleva consigo: o a lo más, algunos rosarios, que le dieron en algunos pueblos (en todos hay fábrica de rosarios) para dar a algunos españoles y demás castas por el camino, y a los Misioneros del partido: y algunos aun esto rehúsan recibir de los Curas. Ven cuando algunos van a los colegios, que tampoco llevan más que esto. Los Corregidores y Alcaldes, cuando les repiten el sermón, suelen inculcar en esto: "Ya veis, hermanos, les dicen, que estos santos Padres nada buscan de nosotros, sino el bien de nuestras almas, y cuidarnos en las necesidades corporales. Vemos que cuando se van, nada llevan del pueblo. Ya veis que cuando vuelve el barco que llevó yerba y lienzo a Buenos Aires, trae hierro, cuchillos, bayeta, hachas, paños y sempiternas, abalorios y otras mil cosas en trueque de lo que se llevó, que se reparte entre nosotros, por tanto etc." Eso ven y lo saben muchos de los émulos, por lo que oyen a los que lo palparon, que intervinieron en los viajes de los Provinciales y demás sujetos: luego hablan contra lo que vieron o contra lo que sienten. Otros tienen más excusa por no haber oído más que a la parte contraria. Con que se concluye que no puede ir a cuidar como tutor de aquellas pobres criaturas, sino persona que no lleva otro intento después de lo espiritual, que socorrerles y ampararles en sus necesidades, sin cuidar de enriquecer ni aun de acomodarse con su trabajo. Si lleva este intento, perderá a los indios, porque ellos no son para enriquecer al que les rige, quedándose ellos acomodados: sino a lo más para quedar acomodados, si el que rige cuida y afana por su bien, sin cuidar del suyo, y tiene talento para ello. Otros que se precian de no hablar tan sin fundamento, acuden luego al comercio de toros y vacas, de que tanto se lleva a Buenos Aires. Como ven que en algunos pueblos se da ración de carne todos los días, y en otros algunos días a la semana, o piensan que en todos se da todos los días: dicen que de allí sacan centenares de millares de duros. Vayan al Paraguay, Corrientes y Santa Fe, que son las ciudades más confinantes y con quienes hay alguna comunicación de compras y ventas, que con las demás no hay ninguna: examinen qué es lo que allá envían los Padres, o llevan los españoles que vinieron a comprarles. No hay comercio ni venta de cueros, sino de yerba, lienzo y algodón, como ya expliqué. Tal cual vez el pueblo de Yapeyú ha hecho trato de cueros de toro con los de Buenos Aires, enviando para ello a su estancia de ganado arisco y alzado a matar los toros que sirven más de daño que de provecho a su estancia: y eso en muchos años apenas una vez. Tal cual otro ha enviado también muy pocas veces este género en su barco con la yerba, lienzo y algodón: mas viendo que en tan larga distancia no les tiene cuenta, lo han dejado. De cuatro pueblos que hay confinantes al Paraguay, los españoles, que van a ellos a comprar lienzos de algodón, suelen comprarles algunos cueros, pero pocos. No hay más comercio que éste, como lo saben los que van por allá a vender algunos géneros. Pues ¿en qué se emplean tantos centenares de millares de cueros? Esta pregunta o admiración, nace como otras muchas de la falta de reflexión, de no hacer examen de las cosas. En un pueblo de mil familias, y en que se matan diez vacas tres días a la semana, de que se da ración de 4 libras para 4 ó 5 personas, que suele tener cada familia, saliendo de cada vaca como cien raciones: éstas al cabo del año hacen 1500. Allí no hay cuerdas ni sacas, ni otra cosa de estopa ni lino ni cáñamo. Todas las cuerdas, lazos, cercos de sementeras para que no entren los animales, que se hacen clavando unos palos a distancia de 2 ó 3 varas y atravesando cuerdas de palo a palo: todas son de cueros. Todos los sacos de maíz, legumbres y yerba para el común y los particulares aforro de las piezas de lienzo que van a Buenos Aires y todas las cajas, y arcas o cofres o cajitas para guardar la ropa, que ellos llaman Petacas: y todas las alfombras, que allá dicen Pozuelos, y las esteras o alfombras que usan en sus casas contra la humedad del suelo, y para encima de la basura, ceniza y rescoldo, y para alhajar sus alcobitas: y cuantas espuertas, cestos, banastas se usan, son de cuero de vacas y toros. En el pueblo dicho, de los 1500 cueros, tocan a cuero y medio por familia: y sacando los que se necesitan para la hacienda del común, tocan a menos: y si mata menos bueyes, como hay algunos en que no se matan tantos, tocan a mucho menos. Vean ahora en qué se gastan o emplean. Antes siempre falta de esto. Como estos hombres inconsiderados sólo miran el conjunto de cueros, yerba, lienzo, etc.: y no consideran la multitud de gente: y no hacen cuenta de lo que toca a cada uno, repartido entre tantos: hablan tan imprudentemente como quien ve mil pesos para pagar el sueldo de un año de diez mil soldados, que por su inconsideración le parece una cosa exorbitante. Si los pueblos fueran de 40 ó 50 vecinos, como las aldeas de España, podían decir que estaban ricos con tantos cueros, yerba, algodón, etc.: pero si son los que son, ¿que ellos mismos exageran la multitud del gentío? Ya veo que me podrán decir que, a lo menos, del pueblo de Yapeyú, de quien ya dije que mataba al año cosa de diez mil vacas, tienen grande riqueza en cueros. Es de saber que este pueblo, poco antes del destierro de los Padres, tenía 1719 familias, o vecinos: y en ellas 7974 almas, como consta de la anua numeración que tengo en mi poder. Mátanse en este pueblo cosa de 30 vacas cada día. Ahí son siempre pequeñas, por circunstancias que ocurren, y las raciones son doblado mayores que en los demás pueblos, porque hay más vacas, y el terreno es poco a propósito, para maíz, legumbres, y raíces: de manera que apenas salen 50 raciones de cada vaca: y lo más del año casi no hay otra cosa que carne. A la cuenta dicha salen 1500 raciones, que aunque no llega al número de familias, son suficientes, por estar muchos fuera del pueblo, cuidando de las estancias y otras cosas del común. En este pueblo necesitan de más cueros cada familia por ser más chicos, y por ser mucho mayor el tráfico con los demás pueblos en transporte de haciendas y su comunicación con Buenos Aires: conque sacados tantos cueros como se necesitan para sacos, petacas, forros, etc., de los bienes del común, véanse cuántos tocan a cerca de ocho mil personas que tiene dicho pueblo: y más si se considera el descuido del indio, nada guardador y gran desperdiciador. Antes en este pueblo, además de los cueros, que se dan a cada familia, suelen hurtar más que en otros de los que el Padre guarda para zurrones de yerba, para sacar el maíz del común, y otros menesteres del bien de todos: porque no les bastan los que se les dan. ¿Qué dirán a esto los inconsiderados? Váyanlo a averiguar con este papel. El autor expulso dice que de estos cueros sacan para sí los Padres una infinidad de pesos: otra infinidad de la yerba; otra del lienzo; y que a lo menos medio millón de pesos sacan cada año. Así deliran estos pobres hombres. No hay pobre español, mulato o negro que no tengan más cueros que los indios, porque todos tienen vacas, y la gente de servicio, especialmente de campo, casi no come otra cosa que carne y más carne, por haber tantas vacas, y ser tan baratas. Otros acuden al sínodo del Rey, y dicen que de aquél, que es muy cuantioso, sacamos mucha riqueza, o ahorramos de él. Uno de éstos dice que de este sínodo no se da más que un frasco ordinario de vino para cada semana a cada sujeto, y otro para misas cada mes, y que visten pobremente los Misioneros para ahorrar lo del vino y vestido. Es verdad que hay una Cédula Real que dice que en la primera fundación de estos curatos los Padres no quisieron recibir del Rey lo que les ofreció, que era el sínodo que se daba a los Curas clérigos y regulares del Perú, alegando que como nosotros no tenemos en nuestra compañía padres ni parientes, ni buscamos estipendio alguno en nuestros ministerios, y nos contentamos con lo preciso para nuestra manutención, bastaba la mitad. Esta Cédula con las razones de los Padres la trae el P. Techo en su Historia. Ya toqué este punto en otra parte y lo que sobre él me sucedió con el marqués de Valdelirios, pero aquí lo tocaré más lentamente. Mostré esta Cédula a D. N. Arguedas, principal Demarcador Real de tres que iba yo conduciendo por los pueblos. Admitió el Rey esta propuesta: y nos quedamos con 466 pesos y 5 rs. de plata por cada pueblo, haya uno, dos o tres en él; y eso es lo que se ha dado hasta ahora. De que se infiere que lo que ofreció eran 933 pesos y 2 rs. La Cédula sólo dice que se ofrecieron 600 pesos ensayados, y que no admitieron más que la mitad; y como la mitad son lo dicho, se sigue que estos 600 equivalen a 933 pesos y 2 rs. Manda también el Rey que cuando entre los Regulares el Superior percibe el sínodo, les dé vino necesario (y lo expresa), y las demás conveniencias de vestido, comida, etc., que tiene un Monasterio acomodado. En estas Misiones, el Superior percibe el sínodo para los 30 Curas. Cuando nos arrestaron, éramos 80 religiosos. Los 466 pesos 5 rs. por 30 suman 13998 pesos y 6 rs. de plata, esto es, 14 mil menos diez rs., o digamos 14 mil. Por 80, tocan 175 pesos: para que se vean las riquezas que quedan. Los 5 frascos de vino para cada mes son 60 al año (dejo las dos semanas más en las 52 del año para ir por lo menos). Cada frasco, puesto en los pueblos, (pues se trae de treinta leguas), es a peso y algo más. Ya tenemos 70 pesos. Se da tabaco en polvo, y es a 4 pesos la libra en Buenos Aires, 300 leguas distante de la Candelaria, a donde va, por ser asiento del Superior. No se permite otro tabaco que el de este precio, por ser contrabando cualquiera otro; y a tiempos va mucho más caro (yo lo vi en un tiempo a 6 pesos la libra) mas digamos a solos 4, y no hagamos cuenta del flete de 300 leguas. Los Padres, uno con otro, gastan cada mes media libra. Tenemos ya seis libras que valen 24 pesos. Se da toda ropa interior y exterior, de lino y lana, como en los colegios y calzado y allí, ya insinué en otro lugar, vale 3 ó 4 veces más que en España: y así el gasto anual de ésto sea 50 pesos. Da también el Superior servilletas, toallas, platos para el refectorio. Item, especería, papel y plumas. Item, azúcar a cada uno para el mate o bebida de la yerba. Ya dije que esta bebida la usan todos, ricos y pobres, libres y esclavos, todos los clérigos, religiosos y toda gente de mediana estofa la usa con azúcar, que sin ella es algo amarga. Los muy pobres la usan sola; y es cosa harto necesaria en aquellas tierras. Los bien acomodados usan chocolate: esto no lo da el Superior, porque no le alcanzaría para ello el sínodo; pues vale en Buenos Aires el de más baja calidad a 4 rs. de plata la libra. Envía también el Superior a cada pueblo arroz, nueces, peras, aceitunas, anís y otras cosas comestibles para postres de comida y otros menesteres, en consecuencia de la Cédula Real. Item, por cuanto no puede dar pescado, huevos, ni otras cosas comestibles; por estar su asiento y almacén 60 leguas y más de algunos pueblos, y por ser esto preciso que los Padres lo busquen en el pueblo, envía cada año para Navidad buena cantidad de cuchillos, tijeras, anzuelos, cuentas de vidrio, agujas, etc., a cada sujeto: y sal y jabón para que vayan dando de estas cosas a los más beneméritos, y comprando con ellas lo que han menester, según la moderación religiosa: y que el Superior lo debe enviar para resarcir de este modo lo que nos dan, y no tomarles cosas de balde. Item, esto llaman Repartición. Un Superior me dijo que esta repartición entre los 30 pueblos montaba dos mil pesos, que repartidos en 80 tocan a 25. Hagan pues, la cuenta del gasto de 175 pesos. 70 para vino: 50 para vestido y calzado: 24 para tabaco: 25 para repartición, ya tenemos 169 pesos. Valúese ahora el azúcar, el aderezo del refectorio, los postres: y la especiería, papel y plumas: y llévese después todo el sobrante para enriquecer. La realidad es que cuando hay variedad en los transportes, o se avinagra el vino, no alcanza el sínodo y se empeña el Superior. Yo lo he conocido bien empeñado, y en una temporada por infortunios, faltó tanto el vino, que no sólo no hubo para beber, sino que en algunos pueblos dejaron de decir misa los días de trabajo por falta de él. En este tiempo me duró a mí un cuartillo de vino como tres meses. Se ha probado en muchos pueblos hacer vino para estas necesidades; pero se da muy malo, o nada. No es tierra para ello. Cuando no hay infortunios, aguanta el sínodo, por la economía que hay en el manejarlo. Vese aquí bien claro de dónde toman motivos para imaginar tantas riquezas: y las riquezas que sacan los Padres ocultamente de la yerba, lienzo, cuero y sínodo. Hombres mundanos, que ni habláis ni pensáis ni soñáis sino en riquezas: mirad que aquellos Padres están muy lejos de vuestros terrenos pensamientos. Sus pensamientos son servir a Dios. Sus riquezas, trabajar para el bien de aquellos pobres redimidos con la sangre de Jesucristo, por aquel Señor a quien son tan agradables estos servicios, a quien debemos infinito. Esta es la realidad; lo demás son ensueños y delirios vuestros. Duda cuarta ¿Por qué estas Misiones están más adelantadas en lo espiritual y temporal que las demás de Méjico, del Nuevo Reino, del Perú y de Chile, y aun más que las del Chaco y otras de la misma provincia, según leemos en la Historia?-- No es otra la causa sino porque los indios de ellas están más obedientes y sujetos a los Padres que los de otras partes. A que ayuda también el ser el terreno más abundante y a propósito que el de algunas Misiones, no todas. Gobiérnanse por los Padres al modo que los pupilos por su tutor, o los hijos por su padre natural, y los demás se gobiernan por su cabeza. Y como no la tienen, va su gobierno muy menguado. Por lo demás los indios son como éstos. Algunas naciones son de más capacidad. Y los Padres son como éstos o mejores. Duda quinta ¿Si los Padres de estas Misiones están siempre en ellas por hallarse bien acomodados, o si salen a conversiones de infieles, donde se padece tanto?-- Eso de comodidades no es lo que algunos piensan. Tienen muy buenos contrapesos. En orden a la comida, hay la suficiente; pero mal guisada, como de un indio bárbaro. Mucho mejor está en los colegios, con el cuidado que allá tiene el hermano Coadjutor. El vino se pone con la medida dicha. En los colegios se pone sin medida para que se beba lo que se necesita. Aunque los Jesuitas beben poco, según lo que pide nuestro Instituto en este punto: y es que nos portemos como clérigos honestos. En los colegios lo consiguen: aquí suele andar más escaso a veces. El vestido es peor ordinariamente que en los colegios, porque no alcanza el sínodo a comprarlo de la calidad que allá, y porque los que los hacen, que es un hermano con 8 indios alquilados, están distantes, y no pueden hacer las cosas como de presente. Sobre todo, aquello de estar con uno o dos, a temporadas solo, es un grande trabajo. Los pobrecitos indios no son para hacer compañía a hombres prudentes y literatos, por su genio pueril: comúnmente no hablan con los Padres sino preguntados. ¿Qué haría un hombre grave metido entre una tropa de muchachos? ¿Qué consuelo recibiría de su compañía? Pues esto es estar entre indios, cuyo genio pueril y pensamientos son de niños y no tienen la viveza y prontitud de los niños europeos; y así algunos no pueden aguantar esta soledad. En los colegios hay muchos con quien tratar: hombres de razón, literatura y prudencia, que causan mucho consuelo. Item, tienen tantos externos, eclesiásticos y seglares, de juicio, prudencia, con cuyas visitas y comunicación moderada, como debe ser, alivian la melancolía. No sabe bien lo que es esto sino el que lo experimenta: y si Dios no hiciera la costa, como la hace por su infinita misericordia con aquellos que por su amor se desterraron y desprendieron de otras comodidades, no se podría tolerar tantos años; pero nuestro Señor consuela y vivifica mucho en los trabajos y melancolías. Muchos de aquellos Padres van a Misiones de infieles. Poco después que yo llegué a aquellos pueblos, el Cura del pueblo de S. Ángel, P. Julián Lizardi, ángel en las costumbres, y de una alegría espiritual muy singular, y el P. Pons, Cura del pueblo de los Apóstoles, sujeto apostólico, y el P. Chomé, Compañero, que además de ser gran religioso, era de notable ingenio, gran matemático y tan erudito, que sabía once lenguas. Estos tres compañeros fueron a los infieles Chiriguanos. Iban convirtiendo a muchos: y el angélico P. Julián fue muerto en esta demanda por los mismos infieles con 32 flechas que le clavaron. Los otros dos prosiguieron entre muchos peligros de la vida. Conocí mucho a los tres. En los bosques y montes del Oriente y Norte de los 30 pueblos hay algunos infieles escondidos; pero tan pocos, como los racimos que quedan en una viña después de vendimiada. Unos que llaman CARIBES, otros GUAÑANÁS y otros GUAYAQUÍES. Los caribes son lo mismo que los osos y los tigres. Andan del todo desnudos: No labran ni siembran. Viven en aquellas espesuras de lo que cazan. En viendo algunos que no son de su nación, luego los matan y se los comen. Se han hecho muchas diligencias para reducir estas fieras; pero, como en viendo persona, luego acometen sin oír palabra, o huyen, pareció imposible. No obstante, el P. Antonio Planes, Cura del pueblo de la Cruz, instó en que había de ir con los indios y probar fortuna. Metiose por aquellas espesuras: y después de muchos cansancios y trabajos entre aquellas espinas, llegó a donde por las señas parecía haber algunos. Apenas los Caribes divisaron gente extraña, comenzaron a pelear, sin querer oír: y hubo muchos heridos para defenderse los indios cristianos, con harto peligro del Padre, y los Caribes huyeron. Algunos cogen los indios cazándolos, aunque con grande peligro. Traídos al pueblo, muchos no quieren comer de rabia, y se mueren. Otros están tan fieros y furiosos, que es menester atarlos. Parecen faunos o sátiros. Vi un muchacho como de 16 años, que porque no huyese, o por no tenerlo atado, lo enviaron a un pueblo muy distante de sus tierras. Tenía dos bocas: una natural: y otra debajo de ésta en el labio inferior, por donde sacaba la lengua como por la de arriba. No sabemos qué intento tienen en abrírsela. Un día después de haber enterrado un niño en el cementerio, y yéndose la gente del entierro, le hallaron desenterrando el difunto para comérselo. Estos por su carácter rabioso de fieras quedan sin remedio. Los Guayaquís andan también del todo desnudos los de ambos sexos, y siempre metidos en las espesuras. No son comedores de carne humana, ni fieros como los caribes. En viendo gente, luego huyen como los monos, y se sustentan de la caza, frutas y miel, que hay mucha en sus montes. El P. Lucas Rodríguez, Compañero de un Cura, anduvo haciendo grandes diligencias en muy trabajosos viajes, por estos pobres: no podía conseguir nada: porque luego que oían gente, se huían, emboscándose en aquella espesura. El escritor de estos borrones fue a cuidar de un pueblo fronterizo a esos. El medio que tomó para su remedio, fue poner espías de los pastores de las estancias, que avisasen cuando se veían humos de lo interior de los bosques, que es señal de haber allí gente. En viéndose, luego enviaban indios. Estos se metían por las espesuras, que son bien tupidas, hasta llegar a los humos o sus cercanías, y con gran silencio registraban si había gente. En divisándola, los cercaban sin ser vistos: que para esto se envían muchos. Y así cogían tropillas de ellos, deslizándose muchos en el cerco y acometida, pero sin pelear, como sucede con los monos. Sacábanlos al campo raso, y luego se amansaban y mostraban amor como un perrillo al que lo cogió y da de comer. A los adultos de ambos sexos los visten los cazadores con parte de sus ropas, y así los traen al pueblo. La admiración que les causaba ver pueblo, oír campanas e instrumentos músicos era rara. Lo gracioso era cuando se les mostraba un espejo. Luego iban a coger con las manos al que allí veían y pensaban estaba detrás. Cuando gritaban o lloraban los muchachos, parecían monos que aullaban, de que hay muchos en aquellos bosques. Era menester abreviar mucho el Catecismo para enseñarles lo preciso para el bautismo a los adultos; porque, como hechos a vivir en la espesura de sus bosques, les hacía mucho daño el vivir en descampado: y así enfermaban y luego se morían; y en la enfermedad y al morir, estaban risueños. Los chicos perseveran. Los Guañanás están en las cercanías del Paraná, como 60 leguas del pueblo del Corpus, metidos también en los montes. Estos tienen algún vestidillo hecho de ortigas con que hacen hilo. Siembran algo de maíz. El modo de sembrarlo es éste. Pegan fuego a un cañaveral de los muchos que hay en aquellos bosques, y siembran algunos granos haciendo hoyos con un palo; y vanse a cazar y buscar frutas y miel. En pareciéndoles que ya está maduro el maíz, vuelven allí a buscarlo. Para convertir a éstos se han hecho en todos tiempos exquisitas diligencias, yendo los Padres en su busca. Aunque no son tan feroces como los caribes, huyen también en viendo gente, no queriendo oír la embajada de los Padres. El P. Pons, catalán, de quien hablamos arriba, hizo esfuerzo en su conversión, y el P. Nusdorffer siendo Cura. Este fue después Provincial. Otros probaron su celo en esta expedición. Algo se hacía; y por medio de nuestros indios, que iban a hacer yerba en los yerbales silvestres, se les procuraba cautivar las voluntades. Con estas diligencias se atrajo al pueblo de Corpus, que es el más cercano a ellos, un buen número de familias, de que se formó un barrio, que cuando salimos de allí perseveraba. Pues como el celo de los Padres no se contentaba con esto sin convertirlos todos: es a saber que estando un indio entre cristianos, jamás resiste al bautismo. Toda su resistencia es al salir de la vida de fieras a la vida de racionales, a vivir en un sitio con orden y justicia. Ni jamás se les ofrece cosa contra los misterios de nuestra santa fe. Todo lo cree luego, como nosotros cuando niños. Si les dijeran que hay cinco dioses, y que uno se llama tal y otro cual, todo lo creyera luego porque lo dice el Padre, a quien considera por un ente muy superior a lo que ellos son. Así son todos los infieles de aquellas tierras, o regiones. No alcanza a más su corto entendimiento. Son muy distintos de los infieles chinos o japonés y demás orientales, que tienen tantos argumentos contra nuestra santa fe. No contentándose, digo, los Padres con esto, determinaron formar un pueblo dentro de sus mismos bosques con indios del Corpus, para de este modo amansarlos a todos en sus tierras, y después atraerlos suavemente a este pueblo, pues no son como los guayaquís, que se mueren estando al sol o al descampado: porque tienen en sus tierras algunos descampados y campañas por donde andan. A esta empresa fueron los dos Padres Diego Palacios y Lucas Rodríguez por el Paraná, que por tierra no se puede, por lo impenetrable de los bosques. Llevaban todo lo necesario para la fundación, que se había de llamar de San Estanislao, habiéndolo buscado de limosna en los pueblos para aquellos pobres. Llegaron a sus bosques: hicieron varios viajes: pero padecieron tantas avenidas de naufragios y tantos trabajos en tierra, y agua, que no se pudo hacer cosa de monta, y se dejó aquella empresa para otro tiempo: nunca se dejan de tentar cuantos medios hay para remediar estas pobrecitas almas. Están estas tres naciones al Este y Nordeste de los pueblos. Había otros indios de algún mayor número al Norte y Noroeste, de que se tenía alguna confusa noticia, y que eran labradores: que encontrando de estos, como paran en un sitio, son más fáciles de convertir. Después de muchos viajes de ir los Padres en su busca, al fin se hallaron hacia el año de 1750. Han trabajado en su conversión muchos Curas y Compañeros. Los Padres Planes, Gutiérrez, Matilla, Enis, Flechaber, Cea y otros. Al tiempo de nuestro arresto, había ya dos pueblos de ellos, casi todos cristianos, San Joaquín, y San Estanislao, con 3777 almas. No sabemos en qué han parado; porque arrestaron a los cuatro Padres que había en ellos. ¿Qué dirán a esto los que piensan o sin pensarlo publican, que los Padres de las Misiones del Paraguay no salen de sus pueblos: y habiendo tantos infieles, en contorno, se están repantigados, gozando de los regalos de sus pueblos? Hay otros infieles cercanos al rumbo del Sur en las campañas, que son allí muy dilatadas, y con pocos, pequeños bosques. Estos tales son de a caballo, y sus campos son abundantes de caballos silvestres o CIMARRONES, como allí dicen, y no son distintos de los domésticos: y en cogiéndolos y domándolos, sirven lo mismo que éstos. No son labradores. Se sustentan de las vacas de las estancias de nuestros indios, en cuyos confines se suelen arranchar. Sus ranchos o casas, son como una alcoba nuestra: y sólo formadas de cueros, y se mudan con frecuencia de un territorio a otro. Hurtan caballos mansos, bueyes, y aun ropa de las estancias de los españoles y de nuestros indios: y por esta causa ha habido muchas guerras. He estado algunas veces entre ellos. Juzgo que en casi 200 leguas que cogen los campos donde andan mudándose, no llegarán a 300 de tomar armas. Tienen sus tratillos con los españoles, llevándoles raíces coloradas para teñir, de que hay mucho en sus tierras, plumajes de avestruces, de que abundan aquellos campos, botas de pierna de yegua para la gente de servicio, y riendas y lazos de cuero de toro. Con esto les compran vino, aguardiente y algo de ropa de lana, y barajas de naipes, yerba y tabaco. El indio cuando está entre españoles o trata con ellos, no aprende lo mucho bueno que en ellos ve: el rezar al levantarse, y el Rosario por la tarde, el oír Misa, hacer limosna, criar bien a sus hijos, etc.: y esto aunque sea cristiano: nada de esto se le queda. Lo que se le imprime es el jugar a naipes hasta la camisa, el emborracharse, a que es muy inclinado todo indio: el andar en bailes con las mujeres: y toda deshonestidad y disolución que ven en la gente baja, mulatos y esclavos, que él por su poquedad, no se acompaña con otros. Estos infieles aprenden todo eso: y por esto son muy difíciles de convertir. No hay en aquellos reinos indios que tengan templos, dioses ni cosa que lo valga. Eso se queda para los indios del Perú y para los de Méjico. Estos no piensan en otra cosa que en comer y beber yerba, jugar a los naipes, emborracharse, lujuriar y hurtar, y algunas niñerías que hacen sin reflexión ni culto. No obstante esto, en todos tiempos se ha trabajado en la conversión de éstos. El P. Francisco García se esmeró mucho en reducirlos a pueblo. Logrolo, formando uno con nombre de JESÚS MARÍA. Duró algún tiempo: más, no pudiendo subsistir por su inconstancia, se agregó al de San Borja, y allí perseveró y persevera en un barrio: Sobre el residuo continuamente se hacen diligencias, y se suelen agregar varios al pueblo de San Borja y al de Yapeyú. En este último bapticé yo varios adultos el año de 55. Estos son los indios que hay confinantes con las Misiones del Paraguay, a larga distancia de sus tierras hacia el Oriente, Norte y Sur. Esta sola cortedad es la que ha quedado después de la conversión de los treinta pueblos. A la parte de poniente u occidente, pasado el gran río Paraná, hay unas naciones de indios todos a caballo, llamados Mocovís, Abipones y Tobas. Están en las gobernaciones de Tucumán, Buenos Aires y Paraguay. Su instinto es destruir el género humano. Andan haciendo guerra a todos: cristianos y gentiles, españoles e indios. No paran en un sitio. No siembran ni tienen casas, gobierno, ni sujeción. Sólo para hacer mal se suelen someter a un capitán. Antiguamente fueron nuestros Padres a convertirlos en varios tiempos. A unos mataron, a otros los desampararon, porque como viven del hurto, y de caza, en acabándose lo que había en el contorno, se iban a otras tierras. Los años pasados de 1720 fueron más sangrientos en sus irrupciones contra los españoles. Los despojaban de sus ganados y de sus vidas en sus estancias. Salían a la defensa y al castigo, y había muchas muertes de una y otra parte: tocando la peor parte comúnmente a los españoles. A los que quedaban vivos, les obligaban en la jurisdicción de Santa Fe a desterrarse 60 ó 70 leguas al abrigo de Buenos Aires, desamparando sus estancias y tierras; los caminos del Potosí y otras ciudades estaban llenos de sangre de cristianos. A este tiempo quiso Dios dar algún alivio a los españoles por medio de un español que cogieron los enemigos cuando muchacho. Este, creciendo en edad, fue capitán de ellos, de gran valor y destreza en las irrupciones y hurtos contra los cristianos, sin saber él que lo era, según después decía. En una refriega fue cogido bien herido. Volviendo en sí, y reconociendo sus parientes y quién era (era de buena sangre) comenzó a portarse muy cristianamente y con honradez. Tomáronlo sus paisanos por guía (era de Santa Fe), y por medio suyo lograron grandes ventajas contra los infieles: de manera que viéndose con tantos muertos, y siendo derrotados en varios choques, se redujeron a paces. Propúsoseles por condición principal el que se redujesen a pueblo, en donde los Padres Jesuitas les enseñarían la ley de Dios: y vinieron en ello. Poco después sucedió lo mismo con los infieles del sur de Buenos Aires, bandoleros como éstos: los cuales, después de gran matanza que hicieron los españoles, se redujeron a paces; y puesta la misma condición, fueron allá los Padres Manuel Quirini, Cura de la Candelaria, y Matías Strobel, Cura de San Josef, y los redujeron a pueblo en que trabajaron mucho. El primero fue después Provincial. A éstos de Santa Fe fue el que esto escribe, a quien dieron por Compañero un Padre mozo del colegio de Córdoba, señalado por sus buenas prendas para catedrático de la Universidad; pero él quiso venir antes a padecer por Cristo trabajos, y peligros de la vida entre aquellos bandoleros y sayones, que lograr los honores de las cátedras. Hízose un pueblo con la advocación de San Javier, que proseguía en aumento. Después vinieron a estas naciones los Padres Bonenti, Cura que fue de San Borja, Cea, Cura de la Cruz, Brigniel, Cura de San Javier, y otros Compañeros, a quienes se les juntaron, no de las Misiones, sino de los colegios: y unos en un paraje, otros en otro, hicieron cinco pueblos de estas gentes salteadoras, dejando sosegada toda la tierra a costa de sus trabajos y peligros (que en muchas ocasiones se vieron) de la vida. Después que se fundó el primer pueblo de San Javier, los pobres españoles desterrados comenzaron a venir y recobrar sus estancias. Al segundo pueblo, que fue San Jerónimo, ya se atrevieron a venir todos: y a una y otra parte de Santa Fe, al Norte y al Sur, que todo estaba despoblado, quedó habitado ya todo: y los caminos de las demás ciudades, libres del susto de tan fiera gente. Después más arriba, en la jurisdicción del Paraguay, se fundaron otros dos pueblos por los Padres de las Misiones y uno de los colegios. Vea V. R. ahora si los de las Misiones salen y van a Misiones de infieles. He individuado mucho, nombrando sujetos (lo que no hago tan fácilmente en otras partes), porque el que quiera lo averigüe. Fueron en aumento estos 7 pueblos de gente tan inquieta y feroz, con grande admiración de los españoles que los veían, y sin quererlo creer los que no lo veían, hasta que se certificaron con sus ojos. Quedaban al tiempo de nuestro arresto como 4 mil almas, los más ya cristianos, los restantes catecúmenos, y con esperanzas muy bien fundadas en que todos se reducirían al baptismo, según los muchos que iban viniendo y guareciéndose a los pueblos cada día. En qué estado estarán ahora no lo sabemos. Sólo sabemos que con sacar los Padres y poner clérigos y religiosos que no sabían su lengua, se alborotaron los ya cristianos, y muchos desampararon el pueblo, y se fueron a sus antiguas tierras. Y estando nosotros detenidos cuarenta días en Buenos Aires, nos dijeron que habían hecho una irrupción en las estancias de los españoles: que éstos salieron contra los indios, que hubo una grande pelea: y quedaron muertos 150 españoles con poca o ninguna pérdida de los indios. Los agresores no serían de los ya cristianos; serían los catecúmenos, o los parientes de éstos. Esto nos contaron los españoles que vinieron al Puerto. Después vinieron cartas al Puerto de Santa María, que decían estar aquello alborotado; pero no se explicaban más. Parece que estaba prohibido el escribir de estas cosas. Nuestro Señor lo remedie, y se compadezca de aquella cristiandad y de aquellos pobres españoles. Los medios que han tomado para convertir estos indios, los gastos imponderables que se han hecho llevándoles gran cantidad de tabaco, ovejas, vestidos, y todo lo necesario para que parasen en un sitio (lo que no se hacía antiguamente, sino que se les predicaba el Evangelio, como a las naciones quietas, por lo que no surtía efecto), los peligros de la vida, grandes trabajos, pues a uno de mis conmisioneros que adelantó con los otros mucho estas misiones y conversión, le dieron un flechazo en un brazo: a otro un macanazo en la cabeza y a otro le quitaron la vida a lanzadas, poco antes de nuestro arresto. Duda sexta Si el modo de predicar el Evangelio y reducir estas gentes es distinto del que se tiene en las naciones quietas. Es muy diverso. Las naciones quietas son de a pie; y por lo común, labran y siembran. Cuando se descubre alguna de éstas, se previene el misionero con hachas, cuñas, cuchillos, y abalorios. Son estos dones más estimados de ellos que el oro y plata en las naciones políticas: les ganan la voluntad, y le oyen con gusto: y si sabe curar y lleva medicinas, los cautiva mucho más. Entabla su Catecismo; y después de nuestra santa fe, y de la necesidad de ella para salvarse, empieza a afearles la pluralidad de las mujeres, la borrachera y hechicería, que son los tres vicios dominantes. Aquí es el trabajo. El que crean las obligaciones de nuestra santa fe, sus misterios y verdades, no cuesta mucho. Mas poco a poco con la oración y penitencia, con gran paciencia, y espera, y con un infatigable trabajo que Dios palpablemente lo endulza con muchos consuelos espirituales, se consigue su conversión. El misionero se sustenta de maíz, batatas y mandioca, o algún pedazo de caza: y como el Padre a cada cosa de éstas que le traen, les regala con algo, le proveen bien de estos bastos alimentos. Después, puestos en todo gobierno espiritual, y económico, van introduciendo vacas, ovejas, caballos y mulas: y haciendo las sementeras europeas de trigo, cebada, etc. En donde no se da el trigo, como en los temples muy cálidos, comen pan de maíz, y para hostias, traen la harina de muy lejos. Así se convirtieron en esta provincia del Paraguay y los Chiquitos, que son diez pueblos numerosos: y tan adelantados, que iban igualando en el culto divino de adornos, música, etc., a los 30 pueblos de nuestro asunto: y aun en lo económico; pero no en los edificios. De este modo se convirtieron otros once pueblos en los desiertos intermedios de las ciudades; y así otras muchas naciones de las demás provincias, pues casi todas son de a pie. Con las naciones de a caballo, que todas son inquietas y guerreras, sin saber parar en un sitio, inquietando al mundo con sus hurtos y muertes, se tomaron desde los principios estos mismos medios, pero no surtieron efecto. En acabándoseles la caza del paraje en que estaban con el Misionero y lo que habían hurtado, luego se iban a otra parte a hurtar y cazar. Se decía que el único medio para éstos era hacerles guerra viva, pues la tenían bien merecida; y a los prisioneros, trasladarlos a tierras de donde no pudiesen huir y tenerlos allí como diez o más años, sirviendo a su patrón, por los gastos hechos con ellos: y de este modo se lograrían estos prisioneros; pues el indio, estando sujeto, luego sigue la religión de su amo sin dificultad alguna. Y aun para los que quedaban muertos en la guerra era provecho; pues quedando vivos, habían de proseguir en sus maldades con tanto daño de la República, y habían de morir en su pecado con más infierno. Los españoles, medios tenían para esto: pues son más en número que los indios; las armas de fuego muy ventajosas a las lanzas de los indios, los pertrechos, número de caballos, ardides militares por su mayor capacidad, avío de viajes, valor y esfuerzo, cuando se escogen y ejercitan en las armas, excede a la barbarie de estos bandoleros. Pero no se unían, ni tomaban los medios proporcionados. Tal cual Gobernador que ha tomado con empeño este punto, vemos que ha hecho prodigios, sujetando a los indios en su jurisdicción; pero como no le ayudaban las otras, no se acababa el mal. Últimamente, a mediados de este siglo se tomaron otros medios, que, aunque muy costosos, eran muy suaves. Fueron los Padres ya mencionados Manuel Quirini y Matías Strobel, Curas de las Misiones, a los indios de la parte del Sur de Buenos Aires llamados Pampas, Aucáes y Serranos; y el que esto dice, a los del Norte, aún más bandoleros y feroces que éstos. Recogiéronse limosnas de los ciudadanos, y la gente de las estancias, de nuestros colegios y de nuestras Misiones. Se llevó buena cantidad de vacas, ovejas, ropa y varios comestibles: se alquilaron jornaleros, que allí llaman peones, para hacerles las casas y sementeras. Viendo los indios tantas cosas para la manutención, no trataban de ir a otra parte, ni aun de cazar. Hiciéronseles casas y sementeras; pero a nada se movían, ni a ayudar a hacer sus casas, ni aun sus sementeras; no hacían sino mirar a lo que los peones hacían. Cogía el Misionero un hacha: empezaba a cortar un palo para su casa. Toma, hijo, decía, esta hacha: y corta como yo. Respondía: NO: QUE HACE MAL A LAS MANOS. Entraba en el aposento, y, viendo la silla desocupada, luego se sentaba en ella, y comenzaba a bailar los pies. Cansábase el Padre de estar tanto tiempo en pie (a los principios no hay más que una silla) y le decía: MIRA QUE ME CANSO MUCHO: DÉJAME SENTAR: y respondía: NO: QUE ESTO ESTÁ BUENO. Veía la cama, y se echaba en ella; y los pies los ponía en la almohada, y la cabeza donde corresponden los pies. Si uno le decía que se levantase: respondía: QUE AQUELLO ESTABA BUENO. Pedía que le diese un poco de maíz: dábaselo. Luego decía: dame un poco de bizcocho: dábaselo. Luego pedía higos: también se los daba. El darle no era motivo para que no pidiese más, sino incentivo para pedir: Proseguía: DAME UNA HOJA DE TABACO: también se la daba. Y así iba pidiendo seis u ocho cosas. Y si le negaba una por no haberla, dando la razón de ello, luego decía: MENTIRA: MENTIRA: PADRE MALO: PADRE MIENTE: NO SIRVE: y se iba enojado, como si nada le hubiera dado. Qué novedad causaba esto en los que venían de aquellas mansas, humildes y agradecidas ovejas a esta desagradecida barbarie! No era esto lo peor. Comenzaban a tocar sus trompetas (que no son otra cosa que unos calabazos largos) con un son tan lúgubre, que al más risueño llenaría de melancolía: y era señal de que venían enemigos. Venían algunas veces varios nuncios diciendo cómo venían a matar los Padres, que eran espías de los españoles: y con un pedazo de carne y otras cosillas los tenían engañados, y que en descuidándose avisarían a los españoles para que en venganza de las guerras pasadas los mataran una noche. Y de hecho algunas noches llegaron con este intento a las cercanías del pueblo, y al mismo pueblo: y unas veces los que los encontraban en el camino los retraían; y otras los mismos del pueblo salían a la defensa y los intimidaban. La casa del Padre era una cabaña de paja sin ventana: y un cuero de vaca por puerta. Estos y otros muchos eran los trabajos de los Padres a los principios. Comenzose desde luego el Catecismo. Venían sin mucha dificultad a la iglesia cada mañana. Al salir se les daba todos los días algún agasajo, un día un puñado de maíz, otro un poco de bizcocho, otro tabaco, otro legumbres, variando casi toda la semana. Con estos medios, mucha paciencia, sufrimiento, tesón, y espera y muchos gastos, fueron entrando en vida racional y cristiana: de suerte que a los tres años ya entraron a hacer sementeras de común: y los vicios reinantes se quitaron del todo. Después de esto, el que esto afirma fue a fundar, más tierra adentro, otro pueblo. Llamamos estas naciones Mocovíes y Abipones: y el vulgo español las llama Guaycurúes: y así llaman también a las demás que como ésta, tenían por oficio matar y robar. Sus conmisioneros lo hicieron mucho mejor: fundando por aquellas partes otros 3 pueblos de la misma gente con los mismos costosos medios: y otros dos más arriba, dentro de la jurisdicción del Paraguay. Además de ganar estas almas para Dios, se hizo un bien imponderable a la República, quedando los caminos seguros, el comercio libre, las sisas y alcabalas Reales que a trechos se pagaban, corrientes: y los pobres españoles contentos y sin susto en sus tierras y casas. Duda séptima ¿De dónde nace el que de las Misiones del Paraguay se diga más contra los Padres que de las demás Misiones?--Nace de que juzgan o juzgaban que estaban más ricas: y los émulos aspiran a gozar de estas riquezas: y de haber sido vencidos de los indios, que por orden del Rey fueron contra ellos. Todas las demás Misiones de Méjico, del Perú, etc., tienen sus persecuciones cuando juzgan que hay algo que agarrar de ellas. Las del Perú por las fincas de plata, cacao y otras cosas que los Padres han instituido en sus pueblos al modo de los yerbales del Paraguay. El cacao es la fruta de un árbol grande silvestre, que se cría como en unas mazorcas de maíz, que los Misioneros lo han hecho hortense. No se cría sino en climas que nunca hiela, como son las Misiones de los Mojos y otras de la zona tórrida. Las de Méjico por el oro que dicen hay en Sonora, y riquezas, aunque soñadas, de las Californias. Entre los españoles, hay muchos que, contentos con lo que Dios les da mediante su trabajo, no piensan en desordenadas riquezas y codicias. Otros hay muy codiciosos. Estos comúnmente están en el errado dictamen de que el indio, a manera de esclavo, no ha nacido sino para servir al español, mientras él está triunfando, paseando, ociando, banqueteando y aun en puros vicios. Estos son los que levantan tantos falsos testimonios: y que no pocas veces logran impresionar a los constituidos en dignidad, aunque no sean de tan malas propiedades. A las Misiones que son pobres, o que saben que no tengan algo de monta, las dejan en paz, como las del Quito, o del Orinoco, o las de Chile; pero a las que juzgan ser ricas, las persiguen en extremo. Si no están tan lejos sus territorios, aunque no piensen están ricas, las persiguen para lograr los indios para sus granjerías: y como los Nuestros luego se ponen a defender los derechos de los pobres indefensos, asestan toda la batería contra ellos. Qué extorsiones, opresiones, vejaciones, no hicieron los de esta calidad contra los pobres indios desde los principios. Véase además del Obispo de Chiapa (que lo tienen por nimio), al Obispo de Santa Fe de Bogotá, Piedrahita, clérigo, y natural de aquellas partes. Véase al de Quito, el Sr. Montenegro, también clérigo: y a otros varios historiadores, y en las cosas del Paraguay, la Conquista espiritual del Ven. P. Ruiz de Montoya. Ya se dijo en la Relación como no estando obligados los indios del Paraguay más que a servir dos meses al año a su encomendero, les obligaban a servir toda la vida sin paga; contra las Cédulas Reales: que predicando los Nuestros contra este abuso, fueron por esta causa echados de varios colegios. Después, en cualquier ocasión que se ofrecía defender a los miserables pupilos, en sus injustas pretensiones, prorrumpían en injurias y vituperios, de que en varias ocasiones llenaban procesos, que despachaban a la Corte. Sus delaciones se reducen a que en las Misiones no había sujeción eclesiástica, ni vasallaje Real: que los Padres eran Obispos y Papas, Gobernadores y Reyes; que las grandísimas sumas de hacienda que el Rey y la República podían sacar, se las llevaban ocultamente los Padres, y que los indios estaban muy mal instruidos en la fe, doctrina cristiana, y en noticias políticas, sin saber que hay Papa ni Rey, sino sólo sus Curas; y sus Provinciales, etc. Pero, como estos indios, por haber sido conquistados por sola la cruz, y no por armas, están exentos por el Rey de todo servicio a cualquier particular, sólo tienen obligación de acudir a los servicios públicos del Rey, como a la guerra y a la fábrica de castillos y fuertes. Y en tal caso, manda S. M. que desde el primer día que salen de sus pueblos hasta que vuelven, se les dé su sueldo, real y medio de plata por día, y nunca se han negado a semejantes servicios, aunque se han dejado de pagar los más; y no por defecto del Rey, sino de los inmediatos ministros; y son más de 50 los servicios de esta especie que han hecho con mil y 2 mil y hasta 6 mil indios de una vez: y en varias veces han defendido a los mismos vecinos del Paraguay de muy apretadas invasiones de sus enemigos los Guaycurús y Payaguas. Como son tantos los servicios y méritos de estos pobres, nunca desisten los Padres de su constante defensa, sufriendo con heroica paciencia todas sus injurias y calumnias. Otro motivo particular mueve a los émulos del Paraguay para perseguir a los indios y sus Padres: y es que por tres veces han ido los ministros Reales y militares a sujetarlos en sus alborotos. La primera fue cerca del año de 1650, en que fueron 600 con el Gobernador D. Sebastián de León a introducirlo en la ciudad; y no queriendo los ciudadanos obedecer a sus provisiones, que pregonó ante su ejército una legua de la ciudad, tocó el arma. Arremetieron los indios: y hiriendo y matando, entraron hasta la plaza con el Gobernador: donde se hizo obedecer de los vecinos. Murió un indio y 18 españoles. Así lo refieren los procesos de aquel tiempo y el Dr. Jarque en su historia. La segunda fue el año de 723, en que un tal Antequera sublevó a los vecinos. Fue por parte del Rey a sujetarlos el Teniente de Rey de Buenos Aires, D. Baltasar García Ros. Llevó consigo 3 mil indios. Salieron los sublevados en ejército formado con su Antequera, fingiendo toda lealtad y obediencia a las órdenes del Rey. Y viéndole descuidado con los indios, acometieron a traición. Huyeron los indios y el Teniente Rey. Murieron en la huida muchos. De estos faltaron hasta 300, entre los que desaparecieron y murieron: y de los españoles murieron 20, por haber resistido unos pocos indios que estaban con sus armas. El Antequera después de algunos años fue degollado en Lima por estos alborotos. La tercera fue el año 734, en que, habiendo echado a los Padres del colegio (esta es la tercera expulsión: porque en el primero y segundo motín también los echaron, y después de sujetos a las Órdenes Reales, fueron restituidos por el Rey con mucha honra), habiendo muerto antes el Gobernador N. Ruiloba. Anduvieron amotinados con varias pretensiones contra las órdenes Reales; entre ellas era una el apoderarse de aquellos pueblos más confinantes con el Paraguay para que les sirviesen. Fue a sujetarlos el Teniente General y Gobernador de Buenos Aires, don Bruno Mauricio de Zavala. Tomó 6 mil indios, a quienes gobernaba por medio de unos pocos oficiales y soldados que traía consigo. Cogió con este ejército a las principales cabezas, que pasó por las armas delante de los indios. Azotó a otros; y desterró muy lejos a muchos: mas sin haberse atrevido a resistir los amotinados; y con esto introdujo luego a los Padres en su colegio, y gobernó con toda paz y prudencia. El segundo motín, su refriega, y sus traiciones, me lo refirió con todas sus circunstancias el P. Antonio Rivera, que se halló presente, por capellán de los indios, con el P. Policarpo Dufo: y al huir fueron presos, y llevados al Paraguay. En el tercer motín anduve yo por capellán de los indios. El dicho P. Rivera era un sujeto tenido de todos por un hombre santo. Viví con él algún tiempo. Como en todas estas funciones van los PP. con los indios: y los ministros Reales que los gobiernan, hacen mucho caso de los Padres, consultándolos en lo que no es cosa de castigos y sangre, y valiéndose de ellos para intérpretes y para intimaciones; juzgan los vecinos del Paraguay que todos los castigos que se han hecho vienen de los Padres: y el sonrojo de ser sujetos por los indios, a quien ellos tienen por gente vil, les aumenta más estos sentimientos. En el Paraguay hay, y siempre ha habido, gente buena, así eclesiásticos como seculares, y afectos a nuestra religión, aun en medio de los motines. Estos bien saben que los Padres no se meten en guerras ni en cosas de razón de estado, sino únicamente hacen obedecer a las órdenes Reales, y aprontar los indios que el Gobernador señala: y conducirlos hasta ponerlos en su presencia y a sus órdenes: y en lo demás, servirles de capellanes y misioneros; pero como el atrevimiento de pocos malos puede más que muchos buenos, se han visto obligados a ceder a la fuerza callando. Es de notar, que estos delatores contra los Padres comúnmente son hombres de mala vida. Dos nombra Felipe V en la Cédula citada de 743: los Gobernadores Aldunate y Barúa. El primero fue de tan malas calidades, que mató una mujer en Buenos Aires aun antes de llegar a su gobierno del Paraguay: y desde allí por oídas hizo un informe perverso contra los Padres. Huyó a los dominios de Portugal, donde anduvo fugitivo mucho tiempo. El segundo era un gran jugador, bebedor, y lujurioso. Dejó varios hijos bastardos. Yo conocí a uno. Sólo digo lo que es muy público. Este también escribió por oídas contra los Padres: porque no visitó los pueblos, aunque gobernó algunos años. De éstos dice el Rey estas formales palabras: "He resuelto se expida Cédula al Provincial, manifestando la gratitud con que quedo de haberse desvanecido con tantas justificaciones las falsas calumnias e imposturas de Aldunate y Barúa, etc." No tuve esta Cédula cuando hice estos días la Relación. Ya la hallé, y otras dos del mismo asunto. En Buenos Aires las tenía el Gobernador y Oficiales Reales. En cuantos papeles hay de delaciones de este asunto, no se encuentra uno, de un hombre particular o de oficio público, que tenga fama de buen cristiano. Al contrario, todos los informes en favor son de sujetos calificados en cristiandad y toda rectitud y justicia. Estas delaciones y calumnias empezaron ha más de cien años, desde que empezaron las Misiones a tener Curatos con las leyes del Patronato Real. Rebatíanse con los informes de los Obispos, Gobernadores y Visitadores en sus Visitas. Pero como no había castigo para los falsos testimonios: después de muchos años, en ofreciéndose algún disgusto, volvían a resucitar las mismas, ya convencidas y condenadas. Hasta que últimamente el año de 1743 mandó Felipe V que se liquidase este punto que jamás volviese a reverdecer. Lleváronse del Archivo de Simancas a Madrid todos los papeles desde el principio. Formó el Rey un Consejo y Junta particular para considerarlos. Leyose en muchos días todo lo que se decía en pro y en contra de los Jesuitas e indios del Paraguay y después de tan largo y riguroso examen, despachó tres Cédulas, su fecha, 28 de Diciembre de dicho año. Una larga de muchos pliegos, que en doce puntos en que la divide, toca todo cuanto se ha dicho y aun diría de aquellas nuestras Misiones. Las otras dos son pequeñas, una al Provincial, mostrando la gratitud con que queda S. M. por haberse declarado tan patentemente la verdad, y exhortándole al cumplimiento de los doce puntos. Otra al mismo y a todos los Misioneros, dándoles gracias por el grande aseo del culto divino, que está muy cabal, aun por confesión de los mismos émulos. El P. Charlevoix, que anda por todas partes, trae esas Cédulas en castellano. Las dos pequeñas las tradujo en francés: la grande está sólo en castellano; pero trae en francés muchos de sus pasajes en el discurso de la Historia. Yo sólo pondré aquí algunos fragmentos en confirmación de lo que voy diciendo. En una de las pequeñas dice S. M. al Provincial: "R. y devoto P. Provincial: En mi Consejo de Indias se han visto y examinado todos los autos y demás documentos que de más de un siglo a esta parte se habían causado, pertenecientes al estado y progreso de las Misiones y manejo de los pueblos en que existen: y reflexionando sobre todas las circunstancias de este expediente con la más seria y prolija especulación, me hizo patente, etc# En esta atención he querido manifestaros, como lo hago en esta Cédula, la gratitud con que quedo de vuestro celo, y de los demás Prelados e individuos de esas Misiones en cuanto conduce a educar y mantener esos indios en el santo temor de Dios, en la debida sumisión a mi Real servicio, y en su bienestar y vida civil; habiéndose desvanecido con tantas justificaciones y verídicas noticias las calumnias e imposturas esparcidas en el pueblo y denunciadas a Mí por varias vías con capa de celo y realidad de malicia, etc.-- Y más clara y más expresamente al fin de la Cédula grande dice: "Y finalmente, reconociéndose de lo que queda referido en los puntos expresados y de los demás papeles antiguos y modernos vistos en mi Consejo con la reflexión que pedía negocio de circunstancias tan graves, que con hechos verídicos se justifica no haber en parte alguna de las Indias mayor reconocimiento a mi dominio y vasallaje, que el de estos pueblos, y el Real Patronato y jurisdicción eclesiástica y Real tan radicadas, como se verifica por las continuas visitas de los Prelados eclesiásticos y Gobernadores, y la ciega obediencia con que están a sus órdenes cuando son llamados para la defensa de la tierra, y otra cualquier empresa, aprontándose cuatro o seis mil indios armados para acudir adonde se les mande: He resuelto se expida Cédula manifestando al Provincial la gratitud con que quedo de haberse desvanecido las falsas calumnias e imposturas, etc." Parece que no cabe ni mayor examen ni mayor defensa de los Padres de los indios, ni mayor aprobación. Quisieron los señores del Consejo hacer un castigo ejemplar y ruidoso en los del Paraguay, para que escarmentasen una vez: y sabiéndolo N. P. General, pidió con todo empeño perdón para los calumniadores, protestando que renunciaba la religión todo su derecho; y el gran bien que le podían hacer era condescender con su petición. Viendo esto, los Consejeros desistieron del castigo; pero dijeron entre edificados y enojados: "Pues verán: después de algunos años volverán a inquietar la Corte con las mismas calumnias." Así me lo aseguró el P. Rico, Procurador de este punto en Madrid. Así ha sucedido. Pues habiéndose excitado un pleito pocos años ha sobre los yerbales silvestres del pueblo de Jesús, alegando los del Paraguay pertenecer a su jurisdicción, y estar dentro del territorio adonde llegan sus órdenes: y los Padres ser de los indios, por ser nativo suelo de sus abuelos, en su gentilismo: y por este motivo y otros estar según Cédulas Reales apropiados a los indios, hicieron un papel llenando de calumnias a los Padres y lo despacharon a la Corte: y habrá ayudado al trabajo que todos los PP. están padeciendo. Es de saber que así como en Buenos Aires y otras partes destruyeron no digo millares, sino millones de vacas silvestres, que había en aquellas inmensas campiñas, matándolas por solos los cueros, lenguas y sebo, dejando perder la carne, sin que hubiese orden ni concierto ni moderación alguna, por la mucha ganancia que tenían, vendiendo todo esto a los extranjeros por darse prisa en enriquecer, como dije en la Relación: así también por la misma codicia de enriquecer de una vez, van acabando en la jurisdicción del Paraguay los muchos yerbales que allí tenían. Porque para hacer nueva yerba en poco tiempo, cortan del todo los árboles; y los más no vuelven a brotar: o aunque broten, con tanto brotar y cortar por el tronco, se pierden. Y así como allá, los de las vacas, en acabando con ellas, dieron sobre las que eran de los indios; así éstos, como van acabando sus yerbales con tanto desorden, dan sobre los que son de los indios. Ellos mismos me confesaban a mí, que en el invierno iban a hacer yerba en los yerbales de los indios, porque en aquel tiempo no iban los indios a hacer yerba. Los indios no van más que cuando los Padres los envían; y porque los fríos que hay allí (que aunque no grandes, que allí nunca llegan a los de España), dañan mucho a la delicada complexión del indio, no los envían en ese tiempo, por cuidar de su salud. Cualquier frío, por corto que sea, sienten mucho estos indios: y el calor, nada. Después de esto, viéndonos caídos, y con prohibición de defendernos, han sacado otros diversidad de escritos, renovando las mismas calumnias. Tal es el tomo del expulso Ibáñez, intitulado REINO JESUÍTICO DEL PARAGUAY, cuyo tema es las delaciones y calumnias dichas: que los Jesuitas son gobernadores, Reyes, Obispos y Papas. En una palabra: que el General de la Compañía es Rey verdadero: los Provinciales, príncipes, y los indios, vasallos tributarios. Mas a este hombre, expulsado primera y segunda vez por revoltoso, escandaloso, inconstante y alocado, como todos saben: ¿qué le hemos de decir si le careamos con los informes de personas tan calificadas que el Rey alega sobre este mismo asunto? Añadiré aquí unas pocas palabras del punto 4.?: "Y asegura el Obispo que fue de Buenos Aires (no es antiguo: yo le conocí) que visitó dichas Doctrinas, no haber visto en su vida cosa más bien ordenada que aquellos pueblos: ni desinterés semejante al de los PP. Jesuitas: y conviniendo con este informe otras noticias de no menos fidelidad", etc.; y prosigue exhortando a los mismos misioneros a que continúen en aquel gobierno, en lo espiritual y temporal: y concluye este punto diciendo: "mediante cuya dirección se embaraza la mala distribución y la mala versación que se experimenta en casi todos los pueblos de uno y otro Reino", etc. esto es, en Méjico y Perú. Hasta el Obispo presente de Buenos Aires, con ser que venía de España impresionado contra estas misiones, luego que las vio, como es sujeto de tanta conciencia, hizo un informe muy honorífico de ellas, que despachó a la Corte. Visitó dos veces todos los 30 pueblos. En el que yo estaba tuve la honra de verlo 15 días: en los demás estuvo 7 u 8. ¿Qué diremos, pues, de este hombre? Este ha infamado (ya murió) de escandalosos los informantes Obispos y Gobernadores antiguos y modernos, acreditados y muy prudentes y juiciosos. Este no vio más que cinco pueblos, que son Yapeyú, la Cruz, Sto. Tomé, Stos. Apóstoles, y la Concepción. Porque aunque vio los siete de la línea divisoria, era cuando estaban ya sin indios, en fuerza del tratado, que para el intento era lo mismo que si no los viese. Y estos cinco los vio muy de corrida, pasando de camino, haciendo mediodía en uno, y noche en otro. Los informantes los vieron todos: y por muchos días cada uno, y haciendo visita de ellos inmediatamente. Después que pasó por los 5 pueblos, estuve yo con él en una misma casa cinco días en el pueblo de San Nicolás, evacuado de los indios, donde vivían los Demarcadores Reales con parte de la infantería: y allí le traté mucho: y después por cartas. Ese no es más que uno. Los informantes son muchos. Si de los informantes de las calidades dichas no hubiera más que uno, y de los de las calidades de Ibáñez hubiera muchos, en todo juzgado recto, habían de sentenciar por este solo. ¿Qué será siendo tantos como ya cita por su nombre, ya insinúa el Rey? No pasemos en silencio que éste era un hombre iracundo, inclinado a la venganza. Cuando yo le traté, venía echando fuego de indignación contra el Provincial y Rector que le expulsaron, y contra otros Padres. Y aun contra toda la Compañía. Aumentaba su indignación la persuasión (aunque falsa) de que los Jesuitas eran la causa de que no se efectuase la línea divisoria. Habían prometido a los Demarcadores, según voz pública, que si hacían que se efectuase el tratado, a cada uno le darían una promoción honorífica y cuantiosa. Eran tres: y cada uno tenía dos tenientes o subalternos. Uno de estos tres era pariente del Ibáñez y venía por su capellán. El Marqués de Valdelirios, consejero de Indias, era el jefe de todos. Como él con los demás estaba persuadido a esto, y consiguientemente temían no alcanzar sus honores por trazas y mañas de los Jesuitas, y el Ibáñez pretendía mucho los ascensos de su pariente, que cedían en tanto bien temporal suyo: crecía más su enemistad contra los Jesuitas. Considérense, pues, tantas nulidades para no ser atendido en tribunal alguno. Digámoslas todas en pocas palabras. Este era un hombre solo contra muchos. Un alocado contra tantos juiciosos: un escandaloso contra tantos ejemplares; un hombre sin experiencia contra tantos experimentados; uno que habla sin examen contra tantos examinadores y visitadores; uno tan lleno de indignación y venganza contra tantos pacíficos e indiferentes; un hombre ciego con la pasión, contra tantos desapasionados; un hombre ordinario contra tantos constituidos en los más altos empleos. ¿Qué dirán a esto los que se han dejado impresionar con la lectura de Ibáñez? Pues aquí no se dice más que lo que es muy público en España y en la América: no se cita sino lo que el Rey dice y anda impreso en manos de los Gobernadores, ministros y otros muchos particulares. Todo lo que este hombre dice contra los Jesuitas estaba ya escrito en cuanto a la sustancia, en los papeles que hizo él examinar tan despacio, y con tanto vigor: oyendo a las dos partes, y todo lo condenó por falso y por inicuo y malicioso. ¿Qué diremos pues, vuelvo a decir, de este hombre, sino que la pasión y venganza le cegó para que no viese tantas falsedades?. Otro escrito vi estos días. Es un manuscrito que dicen ser su autor (aunque falsamente) D. Matías Anglés, que fue por juez al Paraguay por los años 1726 ó 27: y que lo dio a la Santa Inquisición de Lima para que ésta lo enviase a la Suprema de Madrid: y ésta diese noticia al Rey: y asegura que tomó este medio por no ser descubierto: pues si lo fuera, había de ser muy oprimido por el poder de los Jesuitas. No puede ser de Anglés la obra, por los estilos diversos, y en diversos pasajes y párrafos. Item: habla atrozmente contra los Padres que van de Europa, atribuyéndoles infames delitos: y de los Padres americanos dice estas palabras: "Pero como no encuentra en éstos aquella fuerte, imprudente y temeraria resolución para emprender y conseguir cosas injustas y directamente opuestas a la profesión religiosa de su Instituto y de las misiones; y como falta a los mismos aquella perfidia y aquella temeridad para confundir entre sí las obligaciones y las injusticias, y proceder sin detenerse ni reflexionar si están bien o mal dispuestos sus pasos y sus acciones: por esto los Superiores hacen muy poca estimación de los mismos, y los tienen separados del gobierno y prelaturas." Hasta aquí son sus palabras. A ningún europeo vemos hablar allá mal de los europeos y bien de los americanos, que vulgarmente llaman CRIOLLOS: antes al contrario, todo es hablar mal de los hombres y de las cosas de la América; y ensalzar por las nubes las cosas de Europa: en lo que hacen harto mal: que hay allí mucho que alabar. En los más de los criollos vemos también este defecto ensalzando mucho sus cosas, y depreciando las de Europa. Uno y otro es mucho desacierto: pues de unos y otros vemos muchos sujetos eclesiásticos y seglares aventajados en virtud, letras y buen gobierno. Don Matías Anglés era europeo, natural de Navarra. ¿Cómo era posible que hablase de esa manera contra los europeos? En orden a las prelacías, es de advertir que los sacerdotes Jesuitas del Paraguay son por la mayor parte europeos: la 5.? o a lo más la 4.? parte son americanos: y así, si tuvieran la 4.? parte de las prelacías, ya eran iguales con los europeos. Son 11 los Rectorados: y ordinariamente suele haber 3 ó 4 Rectores americanos: y a esta cuenta casi siempre tienen más prelaturas en su número que los europeos. Y lo mismo sucede en las cátedras. Cuando D. Matías Anglés andaba por el Paraguay, había muchos Padres americanos en aquellas Misiones: y el Superior de todos los 30 pueblos que tiene toda la potestad de un Rector del colegio Máximo, y algo más, era uno de ellos, el P. Josef Insaurralde, natural de la ciudad de la Asunción del Paraguay, sujeto de mucha virtud y literatura. ¿Cómo, pues, se puede pensar de un hombre como éste, que tan a las claras y a la vista de todos mintiese tanto? Además que este sujeto trataba mucho con los Jesuitas, no sólo en el Paraguay, sino también en Buenos Aires y Tucumán: porque en Tucumán fue Teniente de Gobernador; y no podía ignorar estas cosas como el Gobernador Aldunate y el Gobernador Barúa, que sin ver cosa, ni tratar con Jesuitas informaron de oídas. Últimamente, este hombre alaba de muy fieles a los del Paraguay: dice "que puede apostar fidelidad con la nación más fiel del mundo". Si entresacara los muchos buenos que hay allí y me los pusiera aparte, bien pudiera decir de ellos ésto. Pero siendo tan públicos los motines que allí ha habido desde el principio de su fundación, con prisiones y muertes de sus Gobernadores, atropellando tantas veces las órdenes Reales, y esto a vista de la fidelidad de las otras provincias confinantes, donde no ha habido sino quietud y obediencia, ¿cómo se puede pensar que haya compuesto este papel otro que alguno o algunos de los naturales de la tierra, apasionados por su patria? Y no dejemos en silencio una reflexión. Si este hombre escribía a la Inquisición de Lima para que ésta pusiese el papel en la Suprema: y ésta en manos del Rey: ¿cómo ha estado estancado este papel cerca de 40 años en Lima? de donde parece dan a entender que se sacó ahora. ¿Cómo de Lima no se envió a Madrid? Y si se envió, ¿cómo la Suprema no le dio al Rey? Y si se lo dio, ¿cómo el Rey en la citada Cédula de 743, que salió muchos años después que Anglés le presentó el papel a la Inquisición de Lima, no hace mención de Anglés, haciéndola tanto de Aldunate y Barúa? Luego no podemos decir otra cosa, sino que este papel tiene alguna parte de algún informe que haría Anglés, que hace poco al caso contra los Jesuitas. Que éste le cogieron algunos émulos del Paraguay, que fueron ingiriendo en sus pasajes todas las calumnias e imposturas de que está lleno. Que fingieron haberle enviado Anglés a la Inquisición por los frívolos motivos que allí se dicen. Y pareciéndoles ahora que no se podía descubrir la verdad, lo sacaron al público en nombre suyo. Dicen que anda por estas ciudades traducido al italiano, y dedicado al P. Francisco Antonio Zacarías, en retribución de los papeles que este Padre celoso sacó en abono de los Jesuitas de aquellas partes; pero todas cuantas cosas se dicen en él, están, en cuanto a la sustancia, vistas, revistas, consideradas y muy reflexionadas por muchos días en muchas sesiones, según dice la Cédula de los doce puntos: y después de esto, condenadas por calumnias, imposturas, falsos testimonios, llenos de malicia. Y después de esta Cédula hizo el Rey otra en que manda que, en adelante, nunca se trate en su Consejo cosa perteneciente a las Misiones del Paraguay sin que primero se lea esta Cédula. Duda octava Si los indios siempre han sido tan fieles, ¿cómo ahora resistieron al ejército del Rey?-- Es menester acordarnos de lo que se dijo en la relación: que el tratado de la línea divisoria se hizo en esta forma. Que los moradores de la Colonia y de un pueblo de indios llamado S. Cristóbal, de allá del Marañón, que también se daba a España, fuesen libres en quedarse en sus casas por España con todos sus bienes, o en irse, vendiéndolos. Y que los de otros dos nuevos y pequeños pueblos de nuestras Misiones de los Mojos que se daban a Portugal, tuviesen la misma libertad. Pero que los siete pueblos que se daban de las Misiones del Paraguay, no se habrían de dar con estas condiciones, sino que habían de ir a otras tierras fuera de la línea: y habían de dejar todos sus bienes inmobles a los portugueses: y por recompensa se les habían de dar cuatro mil pesos. Este fue el tratado. Como los indios de los siete pueblos eran cerca de 30 mil almas, de todas edades y sexos, temió el Rey prudentemente dejar tanta gente a Portugal, y en frontera: con la cual en tiempo de guerra podía hacer mucho daño a España. Y con el deseo de que los indios nada perdieran, les señaló los 4 mil pesos: pareciéndole una plena recompensa, según lo que informaron. Informaría alguno que juzgó serían como los tres pueblos que hay cerca de Buenos Aires, llamados el Baradero, los Quilmes, y Santo Domingo Soriano, que cada uno consta de 16 ó 18 cabañas de paja, con una capilla cubierta de teja, una campana y nada más. Nos escribieron desde Madrid que el Rey había puesto en consulta de Teólogos este caso: si era lícito dar a Portugal unos pueblos de indios por otras poblaciones y tierras de Portugal: por haberse considerado era cosa muy necesaria para el bien y sosiego de la Monarquía, y la buena armonía con Portugal: y que esto se hacía sin detrimento alguno de los indios, resarciéndoles cumplidamente de las pérdidas y menguas que pudieran tener en ello. En estos términos fue la consulta: y todos respondieron que sí. Al oírlo nosotros, todos dijimos que responderíamos lo mismo, si no se nos daban más noticias. El Rey, como tan bueno, y deseoso del bien de los indios, juzgó que de este modo miraba bien por su conciencia, y por el bien de sus vasallos. No sabemos quién o quiénes fueron los informantes. Acordémonos también que allá dijimos que los militares valuaron en mi presencia los bienes inmobles del pueblo de S. Nicolás, donde estábamos: y que su importe, por la parte que menos, era de cerca de 800 mil pesos: y estos sin contar las pérdidas grandes de los bienes muebles, en especial de ganados, que habían de tener en el camino, al pasar a nado el gran río Uruguay. Cuya pérdida también intentaba resarcir el Rey con los 4 mil pesos. Los cuales bienes inmobles consisten primeramente en las casas de los indios en la iglesia, casa de los Padres con sus patios, y oficinas públicas, casa de recogidas y otros edificios públicos: los yerbales hortenses, que son muy cuantiosos, y los silvestres, que también se dejaban a los portugueses, como sus bosques y sus montes, las huertas frutales, y algodonales del común, que son muy grandes: juntamente con los de los particulares. Viendo, pues, los indios que por 800 mil pesos les daban 4 mil solamente, y que se les mandaba desamparar su patrio suelo, que para el genio del indio es la cosa más sensible: que todos sus bienes se había de dar a los portugueses, a quienes tenían por sus mayores enemigos, por los gravísimos daños que les habían causado en todos tiempos, como consta de las historias, no querían creer que el Rey mandase tal cosa: y lo tenían por insoportable. Si hubieran obedecido a una cosa tan difícil, se hubiera conseguido de ellos lo sumo de la fidelidad. Pero querer conseguir de unos bárbaros lo más perfecto, es mucho pedir. Si a la nación más culta, más política y más fiel, se le hubiera pedido lo que a los indios, considérese lo que hubiese sucedido. Duda nona ¿De dónde se originó la fábula del Rey Nicolás? En la relación se dijo que no se trataba de este punto por tenerle ya todos por fábula. Pero veo que varios desean saber de donde se originó. No es éste el primer Rey del Paraguay. En el siglo pasado hubo otro. Este fue el P. Antonio Manquiano, hombre apostólico. Este sujeto fue Procurador en el Paraguay, en los pleitos del Sr. Cárdenas. Confundía a los contrarios con sus papeles en defensa de la verdad. Estos en venganza hicieron contra él un libelo infamatorio que despacharon al Perú, 600 leguas distante. En él decían que el P. Manquiano se había levantado por Rey del Paraguay con un grande ejército de indios: que se había casado sacrílegamente con una cacica; y que cansado de ella, se había casado segunda vez, como otro Lutero, con una monja del Paraguay, donde nunca ha habido monjas. Esta fábula la deshizo luego con su informe al Virrey y a la Audiencia, el Obispo confinante del Tucumán. Todo esto se refiere a la larga en un tomo de Varones ilustres del Paraguay, que salió a luz años ha. Y uno de ellos es el dicho P. Juan Antonio Manquiano. El origen de nuestro Rey Nicolao fue éste. En el pueblo de la Concepción era Corregidor un indio llamado Nicolao Ñenguirú, que había sido gran músico. Era locuaz: de grande facilidad para hacer arengas. A éste le nombraron por Comisario general en la plaza del pueblo de San Juan en tiempo que los indios se resistieron a los españoles. Así me lo afirmó el General mayor del ejército español, que tomó informaciones de unos indios que cogieron prisioneros: asegurándome que testificaron no haber sido nombrado por Rey, sino sólo por Comisario general. Él jamás fue ni Capitán general, ni aun Comisario general con ejercicio: porque en la resistencia que hicieron, que fueron los indios de unos seis o siete pueblos, obedecían los de cada pueblo al jefe suyo, no de otro pueblo: y así iban con grande desorden y desconcierto, sin tener una cabeza para todos; sino muchas, y harto malas. Los españoles, que sabían algo de la lengua de los indios, que eran la gente más baja del ejército, les preguntarían con instancia por el que se había levantado por Rey: y el indio comúnmente dice aquello que quiere el español que le digan; porque como son de genio aniñado, se les da muy poco el mentir: y como el dicho Nicolao tenía fama y algún séquito, les dirían que éste era el Rey. Esta gente baja lo diría a los capitanes y otros oficiales, que decían los prisioneros que había un Rey llamado Nicolás Ñenguirú, y éstos lo escribirían a España. No sabemos que de otra causa haya nacido esta fábula. Después de haber entrado el ejército y haber echado a los indios de los 7 pueblos, el Nicolás se quedó quieto y sosegado en el suyo, que no pertenecía a los de la línea. Así se perseveró por diez años hasta el arresto de los Padres: y en este tiempo le tuve yo por feligrés cuatro años. Lo de las monedas de oro y que el Rey era un Jesuita, fueron imposturas añadidas en España: que en la América jamás se dijo eso. Al que hizo las monedas en España para calumniar más a los Jesuitas, oímos decir que le tuvieron preso en Toledo, y que a petición de los Jesuitas, que perdonaban la injuria, le soltaron. Duda décima ¿Si los Jesuitas pueden defraudar los tributos de los indios?-- Esta sospecha nace de ignorancia en los menos malignos. Los Jesuitas no hacen padrón. No numeran los tributarios. Esto toca al Gobernador por las Reales leyes, y Cédulas. Al principio, después de entablados en economía política, el Virrey hizo numerar los tributarios. Según aquel número fueron pagando los tributos por más de 50 años, fuesen más, o fuesen menos, hasta el año de 1734, en que habiendo llegado a Buenos Aires un Alcalde de Corte llamado D. Juan Vázquez de Agüero, con unas comisiones acerca de estas Doctrinas, se le suplicó con mucha insistencia con escrito auténtico por parte de los PP. y en muchas ocasiones, que viniese a visitar aquellos indios, porque no se habían empadronado desde el año 1677: y corría el tributo según aquella cuenta, en que podía haber en tan largo tiempo alguna mengua, en lo que tocaba al Rey. Esta petición e instancia la refirió el Rey en el principio de la Cédula de los doce puntos, porque así lo confesaba el mismo Alcalde de Corte. No vino el Alcalde en la petición, excusándose por varios motivos: y se contentó con pedir a los 30 Curas que enumerasen todos los tributarios desde los 18 años hasta los 50: excepto los caciques, sus primogénitos, y doce indios para la iglesia y casa de los PP. Quiso que la numeración fuese jurada; y así todos los Curas con toda diligencia hicieron la numeración de sus feligreses tributarios, y le enviaron el testimonio jurado. Y se cobra el tributo real desde entonces por esta numeración que es mucho mayor que el que daba la numeración del año 1677. Y aunque mandó S. M. que cada seis años fuese el Gobernador de Buenos Aires a empadronar los indios para el tributo, no se ha ejecutado por varios pretextos que alegan los señores Gobernadores. Cada año con grande exacción se hace en cada pueblo la numeración de familias, viudos, personas, casamientos, entierros de adultos, de párvulos, baptismos, etc. Ya se propuso a la Corte si querían guiarse por esta anual numeración: y no hubo respuesta de ello.
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Capítulo undécimo De personas viciosas, como son rufianes, alcahuetes El hombre perdido y alocado es desatinado y atontado en todo, lisiado en alguna parte del cuerpo, muy miserable, amigo del vino y de las cosas que emborrachan al hombre. Y anda como endemoniado que no teme, ni respeta a nadie, e se pone a cualquier peligro y riesgo. El moço desbaratado anda como enhechizado o muy beodo, y fanfarronea mucho, ni puede guardar secreto; amigo de mugeres, perdido con algunos hechizos o con las cosas que sacan al hombre de su juizio, como son los malos hongos y algunas yervas que desatinan al hombre. El viejo putañero es de poca estima y de mala fama, alocado, tonto y necio. El alcagüete es comparado al ratón, porque anda a escondidas engañando a las mugeres; e para engañallas tiene linda plática, muchos halagos y engaños con que parece que embauca a las mugeres. E los engaños o embustes con que atrae son comparados a las rosas que aplazen a los hombres con su hermosura y su buen olor. El embaucador o la embaucadora tiene estás propriedades: que sabe ciertas palabras con que embauca a las mugeres; y ellas, por el contrario, con que engañan a los hombres. Y ansí cada uno de éstos hazen a los hombres y a las mugeres andar elevados o embelesados o enhechizados, vanos y locos, atónitos y desvanecidos. El sodomético paciente es abominable, nefando y detestable, digno de quien hagan burla y se rían las gentes. Y el hedor y la fealdad de su pecado nefando no se puede sufrir por el asco que da a los hombres. En todo se muestra mugeril o afeminado, en el andar y en el hablar, por todo lo cual merece ser quemado. El homiciano tiene estás propriedades: que es de malas entrañas y muy malicioso, bravo como un perro, rabioso, sediento de derramar sangre. Su estudio y cuidado es armar pleitos a otros, y ser chismero e levantar testimonios; herir y matar a otros. El traidor a dos partes siembra zizañas entre los amigos, gran chismero y mentiroso; al fin, rebolvedor de todos. El joglar suele dezir gracias y donaires. El buen joglar es suave en el hablar, amigo de dezir cuentos y cortesano en su habla. El mal joglar dize disparates y es perjudicial en sus palabras, y suele entremeterse en las pláticas de otros, sin ser llamado para ello; y en lugar de gracias, dize malicias y torpedades. EI chocarrero es atrevido y desvergonçado, alocado, amigo de vino, y enemigo de buena fama. El buen chocarrero es suave o gracioso en su habla; hábil para. dezir muchos donaires. El mal chocarrero es penoso en su hablar, tonto, e inhábil para dezir las gracias; y las dize fuera de propósito y de tiempo, con las cuales da más enojo que plazer a los que le oyen, por más que ande bailando y cantando. El ladrón, por más que hurte, siempre anda muy pobre, miserable y lacerado, escaso y hambriento, y codicioso de lo ageno. E para hurtar sabe mil modos: miente, acecha y horada las casas, y sus manos son como garavatos con que apafia lo que puede; y de pura codicia anda como un perro carleando e rabiando para hurtar lo que desea. El ladrón que encantava para hurtar sabía muy bien los encantamientos, con los cuales hazía amortecer o desmayar a los de casa donde él entrava, y ansí amortecidos hurtava cuanto hallava en casa; y aun con su encantamiento sacava la troxe y la llevava a cuestas a su casa. Y estando en la casa donde hurtava, estando encantados los de la casa, tañía, cantava y bailava, y aun comía con sus compañeros que llevava para hurtar. El salteador es comparado a una bestia fiera por ser bravo, cruel e inhumano, sin piedad alguna, el cual usa mil modos y engaños para atraer a s! los caminantes, y ansí atraidos róbales y mátales.
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Capítulo undécimo De las colores, de todas maneras de colores Párrapho primero: trata de la grana y de otras colores finas A la color con que se tiñe la grana, que llaman nocheztli, que quiere dezir "sangre de tunas", porque en cierto género de tunas se crían unos gusanos que llaman cuchinillas, apegadas a las hojas, y aquellos gusanos tienen unos sangre muy colorada. Esta es la grana fina. Esta grana es muy conozida en esta tierra y fuera de ella, y grandes tratos de ella llega hasta la China y hasta Turquía. Casi por todo el mundo es preciada y tenida en mucho. A la grana que ya está purificada y hecha en panecitos llaman tlacuáuac tlapalli, que quiere dezir "grana recia o fina". Véndenla en los tiánquez hecha panecillos para que la compre los tintoreros del tochómitl y los pintores. Hay otra manera de grana baxa o mezclada que llaman tlapalnextli, que quiere dezir "grana cenicienta", y es porque la mezclan o con greda o con harina. También hay una grana falsa que también se cría en las hojas de la tuna que la llaman tlapalnextli o ixquimiliuhqui, que dañan a las cuchinillas de la buena grana y secan las bojas de las tunas donde se ponen. Y también ésta la cogen para embolverla con la buena grana para venderla, lo cual es gran engaño. Al color amarillo fino llámanle xuchipalli, que quiere dezir "tintura de flores amarillas". Este color amarillo tráenla y críase en tierras calientes. A la color açul fina llaman matlalli, que quiere dezir "açul". Este color se haze de flores açules. Color es muy preciada y muy aplacible de ver. Llámase también cardenillo en la lengua española. Hay un color que es amarillo claro, al cual llaman çacatlaxcalli, que quiere dezir "pan de yerva", porque se amassa de unas yervas amarillas que son muy delgadas. Véndese en los tiánquez. Son como turtillas amarillas, amassadas y delgadas. Usan de estas turtillas para teñir de amarillo o para hazer color amarilla para pintar. Hay una color colorada blanquecina que se llama áchiotl o achiótetl. No tiene composición ni derivación este nombre. Házese en tierras calientes. Es flor que se moele. Véndese en los tiánquez. Es medicinal para la sarna, poniéndolo encima de la sarna. Es de color de bermellón. Mézclanlo con ungüento amarillo que se llama axi, para poner sobre la sarna. Párrapho segundo: de otro colorado, no tan fino como la grana, y de otras colores no finas Hay en esta tierra un árbol grande de muchas ramas y grueso tronco que se llama uitzcuáuitl. Tiene la madera colorada. De este madero, hendiéndolo, házenlo estillas y májanlo y remójanlo en agua. Tiñe el agua; házela colorada. Y este colorado no es muy fino; es como negrestino; pero rebolviéndola con piedra lumbre y con otros materiales colorados, házese muy colorado. Y con este color tiñen los cueros colorados de venado. Y para hazerle que sea tinta negra, mézclanle azeche o tlalíyac y con otros materiales negros que rebuelven con el agua. Házese muy negra y tiñen con ella los cueros de venado que son negros. Hay en esta tierra un fructo de un árbol que se cría en tierras calientes, el cual fructo no es de comer, llámase este fructo nacazcólotl. Úsase este fructo para con él y con aquella tierra que se llama tlalíyac o azeche, y con cáscaras de granadas, y con goma que llaman mizquicopalli, se haze muy buena tinta para escrevir. Hay en esta tierra una mata, o arbusto a manera de mata, que se hazen en las tierras calientes, que se llama tézoatl. Las hojas de esta mata o arbusto cuécense juntamente con piedra lumbre y con tlalíyac, y házese una color colorado muy fino con que tiñen el tochómitl colorado. Hase de hervir mucho, etc. Hay una yerva en las tierras calientes que se llama xiuhquílitl. Majan esta yerva y esprímenla el çumo, y échanlo en unos vasos. Allí se seca o se cuaja. Con este color añir se tiñe lo açul oscuro y resplandeciente. Es color preciada. Hay color açul claro, de color del cielo, lo cual llaman texotli y xoxóuic. Es color muy usada en las ropas que se visten, como son las mantas de los hombres y huipiles de las mugeres. Házese de las mismas flores que se haze el matlalli o color fino. Hay una piedra amarilla que molida se haze color amarillo de que usan los pintores. Llámanla tecoçáuitl. Hazen estos naturales tinta del humo de las teas y es tinta bien fina. Llámanla tlilli ócotl. Tienen para hazerlo unos vasos que llaman tlilcomalli en que se hazen, que son a manera de alquitaras. Vale para muchas tintas para escrivir y para medicinas, que la mezclan con muchas cosas que sirven para medicinas. Hay azeche que se llama tlalíyac, que aprovecha para muchas cosas, especialmente para cosa de tiñir y hazer tinta. Házese en muchas partes, como es en Tepéxic, etc. Párrapho tercero: de ciertos materiales de que se hazen colores La piedra lumbre, cosa bien conozida, llámase tlaxócotl; quiere dezir "tierra aceda o agra". Hay mucha con esta tierra. Véndense en los tiánquez. Hay mucho trato de ella, porque los tintoreros la usan mucho. Una piedra de que usan los pintores, que es algo parda que tira a negro, es un color de que usan los que hazen tecomates de barro. Es como margaxita negra y molida. Pintan con ella los tecomates. Después de cozido parece muy negro y resplandeciente. Hay en esta tierra bermellón. Úsanla mucho como en España. Llámanlo tláuitl. Hay greda. Úsanla mucho las mugeres para hilar. Véndense en los tíanquez. Llámase tíçatl. Hay piedras en esta tierra de que se haze el barniz. Llámanlas tetíçatl. Son piedras que se hazen en los arroyos, hazia Tulan. Usan mucho de estas piedras para embarnizar las gícaras. Hay también otras de éstas que se llaman chimaltíçatl. Házense hazia Uastépec. Sácanlas como de pedrora para labrar. Estas piedras cuécenlas primero. Son como yeso de Castilla. Véndense en los tiánquez. De las colores compuestas El color amarilla mezclando, que se llama çacatlaxcalli, con color açul clara, que se llama texotli, y con tzacutli, házese un color verde escuro, que se llama yiapalli, que es verde escuro. Mezclando grana colorada, que se llama tlapalli, con alumbre que viene de Metztitlan, y un poco de tzacutli, házese un color morado que se llama camopalli, con que hazen las sombras los pintores. Mezclando color açul claro, que se llama texotli, con amarillo, que se llama çacatlaxcalli, echando más parte del amarillo que no de él, haze un color verde claro fino que se llama quíltic. Para hazer una tinta negra con que se tiñen el tochómitl, toman la tinta el brasil y mezclan con ello la tierra que se llama tlalíyac, y hierven ambas cosas hasta que se haze bien espeso, y házese tinta muy negra. A esta tinta llámanle uitztecoláyotl; al brasil llaman uitzcuáuitl. Para hazer color leonada toman una piedra que traen de Tláluic, que se llama tecoxtli y moélenla y mézclanla con tzacutli. Házese color leonado. A este color llaman cuappachtli. Aquí se dize lo que significa este nombre tlapalli. Este nombre tlapalli, que quiere dezir "color", y comprende todas las colores de cualquier suerte que sean: negro, blanco, colorado, açul, amarillo, verde, etc.
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CAPÍTULO V De la plata de Indias En el libro de Job leemos así: "tiene la plata ciertos principios y raíces de sus venas; y el oro tiene su cierto lugar, donde se cuaja. El hierro, cavando se saca de la tierra, y la piedra deshecha con el calor, se vuelve en cobre". Admirablemente con pocas palabras declara las propriedades de estos cuatro metales, plata, oro, hierro, cobre. De los lugares donde se cuaja y engendra el oro, algo se ha dicho, que son o piedras en lo profundo de los montes y senos de la tierra, o arena de los ríos y lugares anegadizos, o cerros muy altos de donde los polvos de oro se deslizan con el agua, como es más común opinión en Indias, de donde vienen muchos del vulgo a creer que del tiempo del Diluvio sucedió hallarse en el agua el oro en partes tan extrañas como se halla. De las venas de la plata o vetas, y de sus principios y raíces que dice Job, trataremos agora diciendo primero que la causa de tener el segundo lugar en los metales la plata, es por llegarse al oro más que otro ninguno en el ser durable y padecer menos del fuego, y dejarse más tratar y labrar, y aún hace ventaja al oro en relucir más y sonar más. También porque su color es más conforme a la luz y su sonido es más delicado y penetrativo; y partes hay donde estiman la plata más que el oro, pero el ser más raro el oro y la naturaleza más escasa en darlo, es argumento de ser metal más precioso, aunque hay tierras, como refieren de la China, donde se halla más fácilmente oro que plata; lo común y ordinario es ser más fácil y más abundante la plata. En las Indias Occidentales proveyó el Creador tanta riqueza de ella, que todo lo que se sabe de las historias antiguas y todo lo que encarecen las Argentifodinas de España y de otras partes, es menos que lo que vimos en aquellas partes. Hállanse minas de plata comúnmente en cerros y montes muy ásperos y desiertos, aunque también se han hallado en sabanas o campos. Estas son de dos maneras: unas llaman sueltas, otras llaman vetas fijas. Las sueltas son unos pedazos de metal que acaece estar en partes donde acabado aquel pedazo, no se halla más. Las vetas fijas son las que en hondo y en largo tienen prosecución al modo de ramos grandes de un árbol, y donde se halla una de éstas es cosa ordinaria haber cerca luego otras y otras vetas. El modo de labrar y beneficiar la plata que los indios usaron, fue por fundición, que es derritiendo aquella masa de metal al fuego, el cual echa la escoria a una parte y aparta la plata del plomo, y del estaño y del cobre y de la demás mezcla que tiene. Para esto hacían unos como hornillos donde el viento soplase recio, y con leña y carbón hacían su operación. A éstas en el Pirú llamaban guairas. Después que los españoles entraron, demás del dicho modo de fundición que también se usa, benefician la plata por azogue, y aun es más la plata que con él sacan que no la de fundición; porque hay metal de plata que no se beneficia ni aprovecha con fuego, sino con azogue, y éste comúnmente es metal pobre, de lo cual hay mucha mayor cantidad. Pobre llaman al que tiene poca plata en mucha cantidad; rico al que da mucha plata. Y es cosa maravillosa que no sólo se halla esta diferencia de sacarse por fuego un metal de plata, y otro no por fuego sino por azogue, sino que en los mismos metales que el fuego saca por fundición, hay algunos que si el fuego se enciende con aire artificial, como de fuelles, no se derrite ni se funde, sino que ha de ser aire natural que corra, y hay metales que se funden tan bien o mejor con aire artificial dado por fuelles. El metal de las minas de Porco se beneficia y funde fácilmente con fuelles; el metal de las minas de Potosí no se funde con fuelles ni aprovecha sino el aire de guairas, que son aquellos hornillos que están en las laderas del cerro, al viento natural, con el cual se derrite aquel metal. Y aunque dar razón de esta diversidad es difícil, es ella muy cierta por experiencia larga. Otras mil delicadezas ha hallado la curiosidad y codicia, de este metal, que tanto los hombres aman, de las cuales diremos algunas adelante. Las principales partes de Indias que dan plata, son la Nueva España y Pirú, mas las minas del Pirú son de grande ventaja, y entre ellas tienen el primado del mundo las de Potosí, de las cuales trataremos un poco de espacio, por ser de las cosas más célebres y más notables que hay en las Indias occidentales.
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CAPÍTULO V Contaremos ahora el nacimiento de Hunahpú e Ixbalanqué. Aquí, pues, diremos cómo fue su nacimiento. Cuando llegó el día de su nacimiento, dio a luz la joven que se llamaba Ixquic; pero la abuela no los vio cuando nacieron. En un instante fueron dados a luz los dos muchachos llamados Hunapú e Ixbalanqué. Allá en el monte fueron dados a luz. Luego llegaron a la casa, pero no podían dormirse. -¡Anda a botarlos afuera!, dijo la vieja, porque verdaderamente es mucho lo que gritan. Y en seguida fueron a ponerlos sobre un hormiguero. Allí durmieron tranquilamente. Luego los quitaron de ese lugar y los pusieron sobre las espinas. Ahora bien, lo que querían Hunbatz y Hunchouén era que murieran allí mismo en el hormiguero, o que murieran sobre las espinas. Deseábanlo así a causa del odio y de la envidia que por ellos sentían Hunbatz y Hunchouén. Al principio se negaban a recibir en la casa a sus hermanos menores; no los conocían y así se criaron en el campo. Hunbatz y Hunchouén eran grandes músicos y cantores; habían crecido en medio de muchos trabajos y necesidades y pasaron por muchas penas, pero llegaron a ser muy sabios. Eran a un tiempo flautistas, cantores, pintores y talladores; todo lo sabían hacer. Tenían noticia de su nacimiento y sabían también que eran los sucesores de sus padres, los que fueron a Xibalbá y murieron allá. Grandes sabios eran, pues, Hunbatz y Hunchouén y en su interior sabían todo lo relativo al nacimiento de sus hermanos menores. Sin embargo, no demostraban su sabiduría, por la envidia que les tenían, pues sus corazones estaban llenos de mala voluntad para ellos, sin que Hunahpú e Ixbalanqué los hubieran ofendido en nada. Estos últimos se ocupaban solamente de tirar con cerbatana todos los días; no eran amados de la abuela ni de Hunbatz, ni de Hunchouén. No les daban de comer; solamente cuando ya estaba terminada la comida y habían comido Hunbatz y Hunchouén, entonces llegaban ellos. Pero no se enojaban, ni se encolerizaban y sufrían calladamente, porque sabían su condición y se daban cuenta de todo con claridad. Traían sus pájaros cuando venían cada día y Hunbatz y Hunchouén se los comían, sin darle nada a ningunos de los dos, Hunahpú e Ixbalanqué. La sola ocupación de Hunbatz y Hunchouén era tocar la flauta y cantar. Y una vez que Hunahpú e Ixbalanqué llegaron sin traer ninguna clase de pájaros, entraron en la casa y se enfureció la abuela. -¿Por qué no traéis pájaros?, les dijo a Hunahpú e Ixbalanqué. Y ellos contestaron: -Lo que sucede, abuela nuestra, es que nuestros pájaros se han quedado trabados en el árbol y nosotros no podemos subir a cogerlos, querida abuela. Si nuestros hermanos mayores así lo quieren, que vengan con nosotros y que vayan a bajar los pájaros, dijeron. -Está bien, dijeron los hermanos mayores, contestando, iremos con vosotros al amanecer. Consultaron entonces los dos entre sí la manera de vencer a Hunbatz y Hunchouén. -Solamente cambiaremos su naturaleza, su apariencia; cúmplase así nuestra palabra, por los muchos sufrimientos que nos han causado. Ellos deseaban que muriésemos, que nos perdiéramos nosotros, sus hermanos menores. En su interior nos tenían como muchachos. Por todo esto los venceremos y daremos un ejemplo. Así iban diciendo entre ellos mientras se dirigían al pie del árbol llamado Canté. Iban acompañados de sus hermanos mayores y tirando con la cerbatana. No era posible contar los pájaros que cantaban sobre el árbol y sus hermanos mayores se admiraban de ver tantos pájaros. Había pájaros, pero ni uno solo caía al pie del árbol. -Nuestros pájaros no caen al suelo. Id a bajarlos, les dijeron a sus hermanos mayores. -Muy bien, contestaron éstos. Y en seguida subieron al árbol, pero el árbol aumentó de tamaño y su tronco se hinchó. Luego quisieron bajar Hunbatz y Hunchouén, pero ya no pudieron descender de la cima del árbol. Entonces exclamaron desde lo alto del árbol: ¿Qué nos ha sucedido, hermanos nuestros? ¡ Desgraciados de nosotros! Este árbol nos causa espanto de sólo verlo, ¡oh hermanos nuestros!, dijeron desde la cima del árbol. Y Hunahpú e Ixbalanqué les contestaron: -Desatad vuestros calzones, atadlos debajo del vientre, dejando largas las puntas y tirando de ellas por detrás de ese modo podréis andar fácilmente. Así les dijeron sus hermanos menores. -Está bien, contestaron, tirando la punta de sus ceñidores, pero al instante se convirtieron éstos en celas y ellos tomaron la apariencia de monos. En seguida se fueron sobre las ramas de los árboles, por entre los montes grandes y pequeños y se internaron en el bosque, haciendo muecas y columpiándose en las ramas de los árboles. Así fueron vencidos Hunbatz y Hunchouén por Hunahpú e Ixbalanqué ; y sólo por arte de magia pudieron hacerlo. Volviéronse éstos a su casa y al llegar hablaron con su abuela y con su madre, diciéndoles: -¿Qué será, abuela nuestra, lo que les ha sucedido a nuestros hermanos mayores, que de repente se volvieron sus caras como caras de animales? Así dijeron. -Si vosotros les habéis hecho algún daño a vuestros hermanos, me habéis hecho desgraciada y me habéis llenado de tristeza. No hagáis semejante cosa a vuestros hermanos, ¡oh hijos míos!, dijo la vieja a Hunahpú e Ixbalanqué. Y ellos le dijeron a su abuela -No os aflijáis, abuela nuestra. Volveréis a ver la cara de nuestros hermanos; ellos volverán, pero será una prueba difícil para vos, abuela. Y tened cuidado de no reíros. Y ahora, ¡a probar su suerte!, dijeron. En seguida se pusieron a tocar la flauta, tocando la canción de Hunahpú Qoy. Luego cantaron, tocaron la flauta y el tambor, tomando sus flautas y su tambor. Después sentaron junto a ellos a su abuela y siguieron tocando y llamando con la música y el canto, entonando la canción que se llama Hunahpú-Qoy. Por fin llegaron Hunbatz y Hunchouén y al llegar se pusieron a bailar; pero cuando la vieja vio sus feos visajes se echó a reír al verlos la vieja, sin poder contener la risa, y ellos se fueron al instante y no se les volvió a ver la cara. -¡Ya lo veis, abuela! Se han ido para el bosque. ¿Qué habéis hecho, abuela nuestra? Sólo cuatro veces podemos hacer esta prueba y no faltan más que tres. Vamos a llamarlos con la flauta y con el canto, pero procurad contener la risa. ¡Que comience la prueba!, dijeron Hunahpú e Ixbalanqué. En seguida se pusieron de nuevo a tocar. Hunbatz y Huchouén volvieron bailando y llegaron hasta el centro del patio de la casa, haciendo monerías y provocando a risa a su abuela hasta que ésta soltó la carcajada. Realmente eran muy divertidos cuando llegaron con sus caras de mono, sus anchas posaderas, sus colas delgadas y el agujero de su vientre todo lo cual obligaba a la vieja a reírse. Luego se fueron otra vez a los montes. Y Hunahpú e Ixbalanqué dijeron: -¿Y ahora qué hacemos, abuela? Sólo esta tercera vez probaremos. Tocaron de nuevo la flauta y volvieron los monos bailando. La abuela contuvo la risa. Luego subieron sobre la cocina; sus ojos despedían una luz roja, alargaban y se restregaban los hocicos y espantaban de las muecas que se hacían uno al otro. En cuanto la abuela vio todo esto se echó a reír violentamente; pero ya no se les volvieron a ver las caras, a causa de la risa de la vieja. -Ya sólo esta vez los llamaremos, abuela, para que salgan acá por la cuarta vez, dijeron los muchachos. Volvieron, pues, a tocar la flauta, pero ellos no regresaron la cuarta vez, sino que se fueron a toda prisa para el bosque. Los muchachos le dijeron a la abuela: -Hemos hecho todo lo posible, abuelita; primero vinieron, luego probamos a llamarlos de nuevo. Pero no os aflijáis; aquí estamos nosotros, vuestros nietos; a nosotros debéis vernos, ¡oh madre nuestra!, ¡oh nuestra abuela!, como el recuerdo de nuestros hermanos mayores, de aquéllos que se llamaron y tenían por nombre Hunbatz y Hunchouén, dijeron Hunahpú e Ixbalanqué. Aquéllos eran invocados por los músicos y los cantores, por las gentes antiguas. Invocábanlos también los pintores y talladores en tiempos pasados. Pero fueron convertidos en animales y se volvieron monos porque se ensoberbecieron y maltrataron a sus hermanos. De esta manera sufrieron sus corazones; así fue su pérdida y fueron destruidos Hunbatz y Hunchouén y se volvieron animales. Habían vivido siempre en su casa; fueron músicos y cantores e hicieron también grandes cosas cuando vivían con la abuela y con su madre.
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Capítulo V 219 De cómo y cuándo se comenzó en la Nueva España el sacramento de la penitencia y confesión, y de la restitución que hacen los indios 220 De los que reciben el sacramento de la penitencia ha habido y cada día pasan cosas notables, y las más y casi todas son notorias a los confesores, por las cuales conocen la gran misericordia y bondad de Dios que así trae a los pecadores a verdadera penitencia; para en testimonio de lo cual, contaré algunas cosas que he visto, y otras que me han contado personas dignas de todo crédito. 221 Comenzóse este sacramento en la Nueva España en el año de 1526, en la provincia de Tezcuco, y con mucho trabajo, porque como era gente nueva en la fe, apenas se les podía dar a entender qué cosa era este sacramento; hasta que poco a poco han venido a se confesar bien y verdaderamente, como adelante parecerá. Algunos que ya saben escribir traen sus pecados puestos por escrito, con muchas particularidades de circunstancias, y esto no lo hacen una vez en el año, sino en las pascuas y fiestas principales, y aun muchos hay que si se sienten con algunos pecados se confiesan más a menudo, y por esta causa son muchos los que se vienen a confesar; mas como los confesores son pocos, andan los indios de un monasterio en otro buscando quién los confiese, y no tienen en nada irse a confesar quince o veinte leguas; y si en alguna parte hallan confesores, luego hacen senda como hormigas; esto es cosa muy ordinaria, en especial en la cuaresma, porque el que así no lo hace no le parece que es cristiano. 222 De los primeros pueblos que salieron a buscar este sacramento de la penitencia fueron los de Teoacan, que iban muchos hasta Huexuzinco, que son veinte y cinco leguas, a se confesar: éstos trabajaron mucho hasta que llevaron frailes a su pueblo, y hase hecho allí un muy buen monasterio, y que ha hecho mucho provecho en todos los pueblos de la comarca, porque este pueblo de Teoacan está de México cuarenta leguas, y está en frontera de muchos pueblos, asentados a el pie de unas sierras y de allí se visitan muchos pueblos y provincias. Esta gente es docible y muy sincera, y de buena condición, más que no la mexicana; bien así como en España, en Castilla la Vieja y más hacia Burgos, son más afables y de bene indolis y parece otra masa de gente, que desde Ciudad Rodrigo hacia Extremadura y el Andalucía, que es gente más recatada y más resabida; así se puede acá decir, que los mexicanos y sus comarcas, son como extremeños, y andaluces, y los mixtecas, zapotecas, pinomes, mazatecas, teotlitecas, mijes, éstos digo que son más obedientes, mansos y bien acondicionados, y dispuestos para todo acto virtuoso; por lo cual aquel monasterio de Teoacan ha causado gran bien. Habría mucho que decir de los pueblos y provincias que han venido a él cargados con grandísima cantidad de ídolos, que han sido tantos que ha sido una cosa de admiración. 223 Entre los muchos que allí vinieron vino una señora de un pueblo llamado Tecziztepec, con muchas cargas de ídolos, que traía para que los quemasen, y para que la enseñasen y dijesen lo que tenía que hacer para servir a Dios, la cual después de ser enseñada recibió el bautismo, y dijo: "que no se quería volver a su casa hasta que hubiese dado gracias a Dios por el beneficio y merced que la había hecho en dejarla y alumbrarla para que le conociese", y determinóse de estar allí algunos días para aprender algo e ir mejor informada en la fe. Había esta señora traído consigo dos hijos suyos a lo mismo que ella vino, y a el que heredaba el mayorazgo mandó que se enseñase, no sólo para lo que a él tocaba, sino también para que enseñase y diese ejemplo a sus vasallos. Pues estando esta señora y nueva cristiana en tan buena obra ocupada, y con gran deseo de servir a Dios, adoleció, de la cual enfermedad murió en breve término, llamando a Dios y a Santa María, y demandando perdón de sus pecados. 224 Después en este pueblo de Teoacan en el año de 1540, el día de Pascua de la Resurrección, vi una cosa muy de notar, y es que vinieron a oír los oficios divinos de la Semana Santa y a celebrar la fiesta de la Pascua, indios y señores principales de cuarenta provincias y pueblos, y algunos de ellos de cincuenta y sesenta leguas, que ni fueron compelidos ni llamados, y entre otros había de doce naciones y doce lenguas diferentes. Estos todos, después de haber oído los divinos oficios, hacían oración particular a Nuestra Señora de la Concepción, que así se llama aquel monasterio. Estos que así vienen a las fiestas siempre traen consigo muchos para se bautizar, y casar, y confesar, y por esto hay siempre en este monasterio gran concurso de gente. 225 Restituyen muchos de los indios lo que son a cargo, antes que vengan a los pies del confesor, teniendo por mejor pagar aquí, aunque queden pobres, que no en la muerte; y de esto hay cada cuaresma notables cosas, de las cuales diré una que aconteció en los primeros años que se ganó esta tierra. 226 Yéndose un indio a confesar, era en cargo cierta cantidad, y como el confesor le dijese que no podía recibir entera absolución si no restituía primero lo que era en cargo, porque así lo mandaba la ley de Dios y requiere la caridad del prójimo; finalmente luego aquel día trajo diez tejuelos de oro, que cada uno pesaría a cinco o seis pesos, que era la cantidad que él debía, queriendo él más quedar pobre, que no se le negase la absolución, aunque la hacienda que le quedaba no pienso que valía la quinta parte de lo que restituyó, más quiso pasar su trabajo con lo que le quedaba, que no irse sin ser absuelto, y por no esperar en purgatorio a sus hijos o testamentarios que restituyesen por él, lo que él en su vida podía hacer. 227 Un hombre principal, de un pueblo llamado Cuauhquechula, natural, llamado por nombre Juan; éste con su mujer y hijos por espacio de tres años venía por las pascuas y fiestas principales a el monasterio de Huexuzinco, que son ocho leguas; y estaba en cada fiesta de éstas, ocho o diez días, en los cuales él y su mujer se confesaban y recibían el Santo Sacramento, y lo mismo algunos de los que consigo traía, que como era el más principal después del señor, y casado con una señora del linaje del gran Motezuma, señor de México, seguíale mucha gente, así de su casa como otros que se le allegaban por su buen ejemplo, el cual era tanto, que algunas veces venía con él el señor principal con otra mucha gente; de los cuales muchos se bautizaban, otros se desposaban y confesaban, porque en su pueblo no había monasterio, ni lo hubo dende en cuatro años. Y como en aquel tiempo pocos despertasen del sueño de sus errores, edificábanse mucho, así los naturales como los españoles y maravillábanse tanto de aquel Juan, que decían que les daba gran ejemplo, así en la iglesia como en su posada. Este Juan vino una Pascua de Navidad, y traía hecha una camisa, que entonces no se las vestía más de los que servían en la casa de Dios, y dijo a su confesor: "ves aquí traigo esta camisa para que me la bendigas y me la vistas; y pues que ya tantas veces me he confesado, como tú sabes, querría si te parece que estoy para ello, recibir el Cuerpo de mi Señor Jesucristo, que cierto mi ánima lo desea en gran manera". El confesor como le había confesado muchas veces y conocía la disposición que en él había, diole el santo sacramento, tanto por el indio deseado; y cuando confesó y comulgó estaba sano, y luego desde a tres días adoleció y murió brevemente, llamando a Dios y dándole gracias por las mercedes que le había hecho. Fue tenida entre los españoles la muerte de este indio por una cosa muy notada y venida por los secretos juicios de Dios para salvación de su ánima, porque verdaderamente era tenido por buen cristiano, según se había mostrado en muchas buenas obras que en su vida hizo. 228 El señor de este pueblo de Cuauhquechula, que se dice don Martín, procuró mucho de llevar frailes a su pueblo, e hízose un devoto monasterio, aunque pequeño, que ha aprovechado mucho, porque la gente es de buena masa y bien inclinada; vienen allí de muchas partes a recibir los sacramentos. 229 En todas partes y más en esta provincia de Tlaxcala, es cosa muy de notar ver a las personas viejas y cansadas la penitencia que hacen, y cuán bien se quieren entregar en el tiempo que perdieron estando en servicio del demonio. Ayunan muchos viejos la cuaresma, y levántanse cuando oyen la campana de maitines, y hacen oración, y disciplínanse, sin nadie los poner en ello; y los que tienen de qué poder hacer limosna buscan otros pobres para la hacer, en especial en las fiestas; lo cual en el tiempo pasado no se solía hacer, ni había quién mendigase, que el pobre y el enfermo allegábase a algún pariente o a la casa del principal señor, y allí se estaban pasando mucho trabajo, y algunos de ellos se morían allí sin hallar quién los consolase. 230 En esta provincia de Cuauhnauac había un hombre viejo de los principales del pueblo, que se llamaba Pablo, y en el tiempo que yo en aquella casa moré todos le tenían por ejemplo; y en la verdad era persona que ponía freno a los vicios y espuelas a la virtud; éste continuaba mucho la iglesia, y siempre le veían las rodillas desnudas en tierra, y aunque era viejo y todo cano, estaba tan derecho y recio, y a el parecer, como un mancebo; pues perseverando este Pablo en su buen propósito vínose a confesar generalmente, que entonces pocos se confesaban, y luego como se confesó adoleció de su postrera enfermedad, en la cual se tornó a confesar otras dos veces, e hizo testamento, en el cual mandó distribuir con los pobres algunas cosas; el cual hacer de testamento no se acostumbraba en esta tierra, sino que dejaban las casas y heredades a sus hijos, y el mayor, si era hombre, lo poseía y tenía cuidado de sus hermanos y hermanas, y yendo los hermanos creciendo, casándose el hermano mayor partía con ellos según tenía; y si los hijos eran por casar, entrábanse en la hacienda los mismos hermanos, digo en las heredades, y de ellas mantenían a sus sobrinos de la otra hacienda. Todas las mantas y ropas, los señores y principales después de traídas algunos días, que como son blancas y delgadas presto parecen viejas o se ensucian, guardábanlas; y cuando morían enterrábanlos con ellas, algunos con muchas, otros con pocas, cada uno conforme a quien era. También enterraban con los señores las joyas y piedras y oro que tenían. En otras partes dejábanlas a sus hijos, y si era señor, ya sabían según su costumbre cuál hijo había de heredar; señalaban, empero, algunas veces en la muerte el padre a algún hijo, cuál él quería, para que quedase y heredase el estado, y era luego obedecido; ésta era su manera de hacer testamento. 231 Cuanto a la restitución que estos indios hacen, es muy de notar, porque restituyen los esclavos que tenían antes que fuesen cristianos, y los casan, y ayudan, y dan con qué vivan; pero tampoco se sirven estos indios de sus esclavos con la servidumbre y trabajo que los españoles, porque los tienen casi como libres en sus estancias y heredades, adonde labran cierta parte para sus manos; y parte para sí, y tienen sus casas, y mujeres e hijos, de manera que no tienen tanta servidumbre que por ella se huyan y vayan de sus amos; vendíanse y comprábanse estos esclavos entre ellos, y era costumbre muy usada; ahora como todos son cristianos, apenas se vende indio, antes muchos de los convertidos tornan a buscar a los que vendieron y los rescatan para darles libertad, cuando los pueden haber, y cuando no, hay muchos de ellos que restituyen el precio porque le vendieron. 232 Estando yo escribiendo esto, vino a mí un indio pobre y díjome: "yo soy a cargo de ciertas cosas; ves aquí traigo un tejuelo de oro que valdrá la cantidad; dime cómo y a quién lo tengo de restituir; y también vendí un esclavo días ha, y héle buscado y no le puedo descubrir; aquí tengo el precio de él: ¿bastará darlo a los pobres, o qué me mandas que haga?". Restituyen asimismo las heredades que poseían antes que se convirtiesen, sabiendo que no las pueden tener con buena conciencia, aunque las hayan heredado ni adquirido según sus antiguas costumbres forcibles, y las que son propias suyas y tienen con buen título, reservan a los macehuales o vasallos de muchas imposiciones y tributos que les solían llevar; y los señores y principales procuran mucho que sus macehuales sean buenos cristianos y vivan en la ley de Jesucristo; cumplen muy bien lo que les es mandado en penitencia, por grave cosa que sea, y muchos de ellos hay que si cuando se confiesan no les mandan que se azoten, que les pesa, y ellos mismos dicen al confesor: "¿por qué no me mandas disciplinar?". Porque lo tienen por gran mérito, y así se disciplinan muchos de ellos todos los viernes de la cuaresma, de iglesia en iglesia, y lo mismo hacen en tiempo de falta de agua, y de salud; y adonde yo creo más esto se usa es en esta provincia de Tlaxcala.
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Capítulo V De la manera que el Ynga castigaba los agravios de sus virreyes Porque ninguno hubiese que, con el poder y mando que el Ynga le daba, tuviese atrevimiento a agraviar a los menores, ni sus vasallos fuesen vejados, ni molestados de nadie, cuando les iba querella de alguno de los quatro orejones, o de los tocoricuc, que estaban en las provincias por superiores a los demás curacas, o de los mismos curacas principales y otros indios poderosos, como eran los capitanes, y que tenían a su cargo las fotalezas, y se venían a quejar de muertes, injusticias, fuerzas o robos que hubiesen hecho, mandaba el Ynga, si era de los quatro orejones, encarcelarlo en la fortaleza, y si era de los demás inferiores, los ponía en casa de uno de los orejones de su Consejo, y si era muy principal el delincuente, estaba con prisiones y poníales guardia hasta que, con gran diligencia y recato, se enviaba a hacer inquisición y pesquisa, a la parte donde había estado, y de donde procedían las quejas, mandando que sus deudos y parientes no estuviesen entonces en los pueblos donde se inquiría. Preguntaba del delito y allí por las personas a quien lo cometía el Ynga, que siempre eran de los más principales orejones y de sus deudos, se hacía diligencia averiguación y probadas las quejas, se venía al Cuzco y daba parte al Ynga de lo que había hecho. Entonces el Ynga hacía llamar a sus consejeros y demás personas principales, que estaban en el Cuzco, y habiéndose juntado traían al delincuente delante de ellos, y estando presente les hacía un parlamento, trayéndoles a la memoria su obligación y reprendía el delito, y los daños que dél habían procedido, y exhortaba a los del Consejo que no cometiesen ellos semejantes culpas. Habiendo reñido y afrentado de palabras al reo, mandaba que con un mazo, llamado de ellos champi, le diese tres o cuatro golpes en las espaldas, los cuales luego al momento un principal, de los que allí estaban, le daba executándose la sentencia, y los golpes eran tales que muchos morían de la fuerza y dolo de los dichos golpes, y otros escapaban. También tenía otros géneros de castigos menores para sus delitos, según su calidad, y siempre guardando en ellos grandísima rectitud y acuerdo, porque ninguno hacía sin parecer de sus consejeros, consultándolo con ellos. Estos castigos que hacía el Ynga eran desde el orejón, de los cuatro ya dichos, hasta el curaca de mil indios, que de ahí abajo lo ordenaba y mandaba el tocoricuc y los gobernadores que tenía en las provincias puestos, aunque algunas veces apelaban de las sentencias de estos inferiores al orejón y al Ynga. No había entre ellos firmas y sellos, mas de lo que preguntaban a los testigos hacían dello quipo, que son unos cordeles, y lo enviaban, o traían al Ynga. Tenía en el Cuzco una cárcel, la cual llamaban cárcel del Ynga, que era solamente para los principales, y caciques hijos de señores y capitanes cuando cometían algún delito y, como hemos dicho, mientras se averiguaba, los ponían allí. Esta cárcel era honrada al modo de las casas de cabildo cuando se prende en España algún caballero, y cuando la culpa era liviana, los soltaban libremente y, si era grave y se le probaba, mientras el Ynga consultaba lo que en ello se había de hacer, le metían en otra cárcel más fuerte y de más guardia, de manera que para todos los delitos había sus diferencias de castigo y cárceles, como veremos en el capítulo siguiente.
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Capítulo V 314 De cómo fray Martín de Valencia procuró de pasar adelante a convertir nuevas gentes, y no lo pudo hacer, y otros frailes después lo hicieron 315 Después que el padre fray Martín de Valencia hubo predicado y enseñado con sus compañeros en México y en las provincias comarcanas ocho años, quiso pasar adelante y entrar en la tierra de más adentro, haciendo su oficio de predicación evangélica; y como en aquella sazón él fuese prelado, dejó en su lugar un comisario, y tomando consigo ocho compañeros, se fue a Coatepec, puerto en la Mar del Sur, que está de México más de cien leguas, para embarcarse allí para ir adelante; porque siempre tuvo opinión que en aquel paraje de la Mar del Sur había mucha gente que estaba por descubrir; y para efectuar este viaje, don Hernando Cortés, marqués del Valle, le había prometido de darle naves, para que le pusiesen a donde tanto deseaba, para que allí predicasen el Evangelio y la palabra de Dios, sin que precedise conquista de armas. Estuvo en el puerto de Coatepec, esperando los navíos siete meses, para el cual tiempo habían quedado los maestros de darlos acabados, y para mejor cumplir su palabra, el marqués en persona fue desde Cuauhunahuac, que es un pueblo de su marquesado a do siempre reside, que está de México once leguas, fue a Tecoantepec a despachar y dar los navíos, y con toda la diligencia que él pudo poner no se acabaron; porque en esta tierra con mucha dificultad, y costa y tiempo, se echa los navíos a el agua. Pues viendo el siervo de Dios que los navíos le faltaban dio la vuelta para México, dejando allí tres compañeros de los suyos para que acabados los navíos fuesen en ellos a descubrir. 316 En el tiempo que fray Martín de Valencia, que fueron siete meses los que estuvo en Coatepec, siempre él y sus compañeros trabajaron en enseñar y doctrinar a la gente de la tierra, sacándoles la doctrina cristiana en su lengua que es de zaputecas, y no sólo a éstos, pero en todas las lenguas y pueblos por do iban, predicaban y bautizaban. 317 Entonces pasaron por un pueblo que se dice Mictlan, que en nuestra lengua quiere decir infierno, adonde hallaron algunos edificios más de ver que en parte ninguna de la Nueva España, entre los cuales había un templo del demonio y aposentos de sus ministros, muy de ver, en especial una sala como de artesones. La obra era de piedra, hecha con muchos lazos y labores; había muchas portadas, cada una de tres piedras grandes, dos a los lados y una por encima, las cuales eran muy gruesas y muy anchas; había en aquellos aposentos otra sala, que tenían unos pilares redondos, cada uno de una sola pieza, tan gruesos, que dos hombres abrazados con un pilar apenas se tocaban las puntas de los dedos; serían de cinco brazas de alto. Decía fray Martín que se descubrirían en aquella costa gente más hermosa y de más habilidad que ésta de la Nueva España, y que si Dios le diese vida que la gastaría con aquella gente como había hecho con estotra; mas Dios no fue servido que por él fuese descubierto lo que tanto deseaba, aunque permitió que fuese descubierto por frailes menores; porque como uno de los compañeros del dicho fray Martín de Valencia, llamado fray Antonio de Ciudad Rodrigo, siendo provincial en el año de 1537, envió cinco frailes a la costa del Mar del Norte, y fueron predicando y enseñando por los pueblos de Guazacualco y Puitel; aquí está poblado de españoles, y el pueblo se llama Santa María de la Victoria; ya esto es en Tabasca. Pasaron a Xicalanco, adonde en otro tiempo había muy gran trato de mercaderes e iban hasta allí mercaderes mexicanos y aún ahora van algunos. Y pasando a la costa adelante llegaron los frailes a Champotón y a Campech; a este Campech llaman los españoles Yucatán. En este camino y entre esta gente estuvieron dos años, y hallaban en los indios habilidad y disposición para todo bien, porque oían de grado la doctrina y palabra de Dios. Dos cosas notaron mucho los frailes en aquellos indios, que fueron, ser gente de mucha verdad, y no tomar cosa ajena, aunque estuviese caída en la calle muchos días. Saliéronse los frailes de esta tierra por ciertas diferencias que hubo entre los españoles y los indios naturales. En el año de 1538 envió otros tres frailes en unos navíos del marqués del Valle que fueron a descubrir por la Mar del Sur; de éstos aunque se sonó y dijo que habían hallado tierra poblada y muy rica, no está muy averiguado, ni hasta ahora, que es en principio del año de 1540, no ha venido nueva cierta. 318 Este dicho año envió este mismo provincial fray Antonio de Ciudad Rodrigo, dos frailes, por la costa del Mar del Sur, la vuelta hacia el norte por Xalisco, y por la Nueva Galicia, con un capitán que iba a descubrir; y ya que pasaban la tierra que por aquella costa está descubierta y conocida y conquistada, hallaron dos caminos bien abiertos; el capitán escogió y se fue por el de la mano derecha, que declinaba la tierra adentro, el cual a muy pocas jornadas dio en unas sierras tan ásperas, que no las pudiendo pasar le fue forzado volverse por el mismo camino que había ido. 319 De los dos frailes adoleció el uno, y el otro, con dos intérpretes, tomó por el camino de la mano izquierda, que iba hacia la costa, hallóle siempre bierto y seguido; y a pocas jornadas dio en tierra poblada de gente pobre, los cuales salieron a él llamándole mensajero del cielo, y como a tal le tocaban todos y besaban el hábito; acompañábanle de jornada en jornada trescientas y cuatrocientas personas, y a veces muchas más, de los cuales algunos en siendo hora de comer, iban a caza, de la cual había mucha, mayormente de liebres, conejos y venados, y ellos que se saben dar buena maña en poco espacio tomaban cuanto querían; y dando primero a el fraile, repartían entre sí lo que había. De esta manera anduvo más de trescientas leguas, y casi en todo este camino, tuvo noticia de una tierra muy poblada de gente vestida, y que tienen casas de terrado, y de muchos sobrados. Esta gente dicen estar pobladas a la ribera de un gran río, a do hay muchos pueblos cercados, y a tiempos tienen guerras los señores de los pueblos contra los otros; y dicen que pasado aquel río hay otros pueblos mayores y más ricos. Lo que hay en los pueblos que están en la primera ribera del río dicen que son vacas menores que las de España, y otros animales muy diferentes de los de Castilla; buena ropa, no sólo de algodón más también de lana, y que hay ovejas de que se saca aquella lana; estas ovejas no se sabe de qué manera sean. Esta gente usan de camisas y vestiduras con que se cubren sus cuerpos. Tiene zapatos enteros que cubren todo el pie, lo cual no se ha hallado en todo lo hasta ahora descubierto. También traen de aquellos pueblos muchas turquesas, las cuales y todo lo demás de aquí digo había entre aquella gente pobre a donde allegó el fraile; no que en sus tierras se criasen, sino que las traían de aquellos pueblos grandes adonde iban a tiempos a trabajar, y a ganar su vida como hacen en España los jornaleros. 320 En demanda de esta tierra habían salido ya muchas armadas, así por mar como por tierra, y de todos la escondió Dios y quiso que un pobre fraile descalzo la descubriese; el cual cuando trajo la nueva, al tiempo que lo dijo, le prometieron que no la conquistarían a fuego y a sangre como se ha conquistado casi todo lo que en esta tierra firme está descubierto, sino que se les predicaría el Evangelio; pero como esta nueva fue derramada, voló brevemente por todas partes, y como a cosa hallada muchos la quisiesen ir a conquistar; por más bien o menor mal tomó la delantera el visorrey de esta Nueva España don Antonio de Mendoza, llevando santa intención y buen deseo de servir a Dios en todo lo que en sí fuere, sin hacer agravio a los prójimos. 321 En el año de 1539 otros dos frailes entraron por la provincia de Michuacán a una gente que se llama chichimecas, que ya otras veces habían consentido entrar en sus tierras frailes menores, y los habían recibido en paz y con mucho amor, que de los españoles siempre se han defendido y vedádoles la entrada, así por ser gente belicosa y que poco más poseen de un arco con sus flechas, como porque los españoles ven poco interés en ellos. Aquí descubrieron estos dos frailes que digo, cerca de treinta pueblo pequeños, que el mayor de ellos no tendría seiscientos vecinos. Estos recibieron de muy buena voluntad la doctrina cristiana, y trajeron sus hijos a bautismo; y por tener más paz y mejor disposición para recibir la fe, demandaron libertad por algunos años, y que después darían tributo moderado de lo que cogen y crían en sus tierras; y que de esta manera darían la obediencia a el rey de Castilla; todo se lo concedió el visorrey don Antonio Mendoza, y les dio diez años de libertad para que no pagasen ningún tributo. Después de estos pueblos se siguen unos llanos, los mayores que hay en toda la Nueva España; son de tierra estéril, aunque poblada toda de gente muy pobre, y muy desnuda, que no cubre sino sus vergüenzas; y en tiempo de frío se cubren con cueros de venados, que en todos aquellos llanos hay mucho número de ellos, y de liebres y conejos, y culebras y víboras; y de esto comen asado, que cocido ninguna cosa comen, ni tiene choza, ni casa, ni hogar, más de que se abrigan par de algunos árboles, y aún de éstos no hay muchos sino tunales, que son unos árboles que tienen las hojas del grueso de dos dedos, unas más y otras menos, tan largas como un pie de un hombre, y tan anchas como un palmo. y de una hoja de éstas se planta y van procediendo de una hoja en otra, y a los lados también van echando hojas, y haciéndose de ellas árbol. Las hojas del pie engordan mucho, y fortalécense tanto hasta que se hacen como pie o tronco de árbol. Este vocablo tunal, y tuna por su fruta, es nombre de las Islas, porque en ellas hay muchos de estos árboles, aunque la fruta no es tanta ni tan buena como la de esta tierra. En esta Nueva España a el árbol llaman nucpal, y a la fruta nuchtli. De este género de nuchtli hay muchas especies; unas llaman montesinas, éstas no las comen sino los pobres; otras hay amarillas y son buenas; otras llaman picadillas, que son entre amarillas y blancas, y también son buenas; pero las mejores de todas son las blancas, y a su tiempo hay muchas y duran mucho, y los españoles son muy golosos de ellas, mayormente en verano y de camino con calor, porque refrescan mucho. Hay algunas tan buenas que saben a peras, y otras a uvas. Otras hay muy coloradas y no son nada apreciadas, y si alguno las come es porque vienen primero que otras ningunas. Tiñen tanto, que hasta la orina del que las come tiñen, de manera que parece poco menos que sangre; tanto, que de los primeros conquistadores que vinieron con Hernando Cortés, allegando un día adonde había muchos de estos árboles, comieron mucha de aquella fruta sin saber lo que era, y como después todo se viesen que orinaban sangre, tuvieron mucho temor, pensando que habían comido alguna fruta ponzoñosa, y que todos habían de ser muertos; hasta que después fueron desengañados por los indios. En estas tunas, que son coloradas, nace la grana, que en esta lengua se llama nocheztli. Es cosa tenida en mucho precio porque es muy subido colorado; entre los españoles se llama carmesí. Estos indios que digo, por ser la tierra tan estéril que a tiempo carece de agua, beben del zumo de estas hojas de nocpal. Hay también en aquellos llanos muchas turmas de tierra, las cuales no sé yo que en parte ninguna de esta Nueva España se hayan hallado sino allí.
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De lo que sucedió a la armada hasta el puerto de Paita, y qué puertos tocó Dadas las velas, no se pudo salir del puerto por poco viento. Envióse una barca a tierra, que volvió luego diciendo hallar la playa llena de gente armada que le impidieron la salida. Gastóse la noche, y venido el día, la galeota se adelantó y entró un barco que iba a entrar en el Callao, y fue por los puertos de la costa visitando los navíos que encontró, tomando de ellos la parte que quisieron; y después de haberlo hecho mejor que pudiera un corsario, llegaron al puerto de Santa, donde hallaron una buena nao cargada de mercaderías y negros que iba de Panamá a Lima. Quitáronla la barca, poniéndola guarda, porque no se pudiese ir hasta que el adelantado llegase, a quien daban por consejo la llevase, así como estaba, para su mejor despacho, y que su valor lo enviaría a sus dueños cuando se lo diese Dios. El adelantado no lo hizo ni consintió se hiciese: el vicario, celoso del servicio de Dios, con ásperas razones reprehendió al capitán y le dijo que estaba descomulgado, y por ello se hizo cargo de pagar lo que tomó, estropeando aquí un soldado: cállase la causa. Dadas velas, surgieron en el puerto de Cherrepe, que lo es de la villa de Santiago de Miraflores, a donde el capitán Lope de Vega tenía alistada una buena compañía de gente casada y casados: el adelantado le casó aquí con su cuñada doña Mariana de Castro, dándole título de almirante. Estaba surta en este puerto una nave nueva y fuerte cargando de harinas, azúcar y otras cosas para hacer viaje a Panamá, y aficionados de la bondad suya los oficiales de la almiranta, persuadieron con razones eficaces al general la tomase, y diese por ella la suya que por vieja y mal aderezada justamente lo podía hacer, pues con ella se había de servir mejor al Rey. Mostró el adelantado gran pena de todos estos consejos, y a ellos respondió que su nao era muy buena para ejecutar la ajena. Sintieron los mal intencionados la buena intención, y por salir con la suya dieron de secreto a la nao siete barrenos a fin de obligar, como obligaron, a los soldados a decir que no se habían de embarcar en nao tan rota si no tomaba la otra; en cuya conformidad el piloto y maese presentaron una petición al adelantado, diciendo su nao hacía mucha agua y no estaba para tan largo y arriesgado viaje como el que se quería hacer, por la cual razón le pedían el remedio que tan a la mano tenía. Y el adelantado, visto la determinación de todos, compelido de su necesidad, remitió la causa a su maese de campo, ante quien se hizo información en que se probó cuanto quisieran, y si más quisieran, más probaran; y luego el general mandó que el maese de campo tomase la nao, pero que se estimase la mejora que hacía a la suya por los carpinteros de ribera de la armada, que dijeron valer menos la de la armada seismil y seiscientos pesos de plata ensayada. Puso luego el maese de campo soldados de guarda a la nao, empezándose a descargar. Estaba en ella un clérigo dueño de la mitad, que viendo la pérdida de su hacienda, se quejó con mucho sentimiento por el rigor y despojo, y así requirió y protestó fuerzas y daños en nombre suyo y de los a quien tocaba: pedía su nao, alegando estar en ella su remedio: fue y vino con sus quejas a la capitana, mas no hubo lugar, ni faltó quien dijo que un cierto soldado le había dado un rempujón y que le amenazó la echaría a la mar. Sintióse mucho de esto el sacerdote, y con grande exclamación decía que había de suplicar a Nuestro Señor, en sus sacrificios, que nunca llegase a salvamento la nao, que no se descargó toda. Gran lástima hizo a los compasivos el buen sacerdote, así por la fuerza hecha como por el tratamiento de la hacienda, y doblaba el dolor ser empresa de los mismos dueños, que tiernamente rogaban y en vano se quejaban de su perdición; mas al fin descargada la nao, se le puso la bandera del almirante, entregando la otra y satisfaciendo el adelantado al sacerdote la parte que en ella tenia, con que se quietó algo. Por la otra parte hizo obligación de pagar dentro de dos años, o antes si viniesen de las Islas de Salomón al Perú, hipotecando a ello todas sus naos. Mucho se quejaba y sentía el adelantado de esta obra en que le habían metido, y así para su tiempo amenazaba a los que entendió ser la causa. Y porque los tientos en todo se diesen, aún parece que en la justicia de Dios no faltasen, se entienda que en aquel puerto hay muy de ordinario, represadas en ciertas bodegas, muchas mercaderías que de todos aquellos valles se embarcan para Lima, Panamá y otras partes. Algunas de ellas se embarcaron, y el que las tenía con su mujer e hijos. Muchas cosas se dejan y callan, pues bastan las sombras de las dichas para que se vea, que jornadas sin bolsa real que parece que no se pueden hacer sin daño de partes. El maese de campo, porque debía de querer en sus ordinarios y primeros pensamientos de no tener paz, tuvo cierto piconcillo con el almirante, que aunque menudencia, pareció principio a desórdenes; que para haberlas, por mínimo que sea, como el demonio atiza, resobra. El adelantado iba deseosísimo de llevar gente de bien, y así por cosas que le movieron echó en tierra ciertos hombres y mujeres, y bien creo que pudiera echarlos a todos e irse solo a su jornada. Aquí por una ocasión ligera estropearon y dejaron un sargento: quién fue la causa y lo hizo, me perdone el lector, pues se deja entender, y porque no soy amigo de decir aunque lo haya mal. Asentadas estas cosas, mandó el adelantado al piloto mayor hacer cinco cartas para su navegación, una para él y las cuatro para cada piloto la suya; y que no mostrase más tierra en ellas, que la costa que hay en el Perú del puerto de Arica al de Paita y dos puntos Norte Sur, uno con otro; el uno en siete y el otro en doce grados y mil quinientas leguas al Poniente de Lima, que dijo ser lo extremo, según latitud, de las Islas que iba a buscar, cuya longitud era mil cuatrocientas y cincuenta leguas; y que hacía poner más las cincuenta, por ser mejor llegar antes que después, y que el no mandar describir más tierra lo hacía, porque no se le derrotase o huyese algún bajel. Embarcóse el almirante en la nao nueva, y los bastimentos se repartieron, que no eran tantos ni tan buenos como eran menester; pero suplió esta falta los muchos que los soldados y demás gente compraron y por otros medios se hubieron. Restaba solamente hacer el aguada por el poco aviamento y mal puerto, a lo cual vino el corregidor de aquel partido, don Bartolomé de Villavicencio, cuya buena y bien mostrada voluntad confesaba el almirante en su despacho; mas como vio en llegando las demasías que hacían, se fue a su casa, llevando los indios y caballos de que nos ayudábamos, por necesitarnos a que nos fuésemos de allí. Esta razón le hizo al adelantado hacer a la vela y seguir su camino con sólo el agua que en las naos tenía el piloto mayor. Reconocida tan gran falta, le dijo que mirase que era caso terrible salir de puerto con la mitad de las botijas sin agua, sabiendo había de entrar en el mayor de los golfos, y que se mirase bien en ello, porque él no había de dejar la tierra sin llevar cumplida el agua necesaria para viaje tan dudoso y largo. Respondióle el adelantado que los soldados le pedían que los sacase ya de los puertos, a donde se hallaban ya muy gastados, y que si les hubiesen de dar ración de media azumbre de agua, se les diese un cuartillo. A esto respondió el piloto mayor que a su cargo estaba mirar por todos, y no dejarse vencer de importunaciones de gentes que no sabían lo que pedían. Respondióle a esto el adelantado, ya convencido, que lo acabase con ellos, como lo hizo con buenas y malas razones, y hecho, se dieron velas, arribando a hacer agua en el puerto de Paita.