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La evolución de esta Virgen con Niño que contemplamos resulta significativa si se compara con la Madonna Solly, manifestándose los avances en el estilo de Rafael. La Virgen y el Niño se presentan en primer plano, existiendo entre ambos una mayor comunicación al contactar sus manos y enlazar sus miradas. El libro abierto sirve de nexo de unión, simbolizando la consolación del Hijo ante la futura pasión; la rigidez en la mano de María contrasta claramente con el movimiento de las tiernas manos de Jesús. Ambos personajes se recortan ante un fondo de paisaje, apreciándose los castillos nórdicos habituales en los trabajos de estos primeros años, especulándose sobre una relación con algunas obras de Durero. La brillantez de los colores, la calidad de las telas y la dulzura que reina en la composición son elementos dignos de resaltar al igual que la correcta anatomía del pequeño, cubierta con un ligerísimo velo.
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Muy similar a la Virgen alimentando al Niño, esta imagen recuerda el volumen de una escultura, destacando sobriamente sobre un fondo gris piedra.
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De entre las obras de Gossaert presentes en el Prado, esta Virgen es sin duda la más hermosa. Realizada de una manera completamente italianizante, presenta todas las características del Cinquecento que en paralelo están cultivando figuras como Rafael o Leonardo. Esta Virgen aparece como una joven madre de sensual belleza, adornada con una corona de perlas y lujosas vestiduras. Abraza a su Niño con gesto tierno, abandonando la lectura que la tenía ocupada, un entretenimiento sólo reservado a las clases altas. El Niño sostiene en su mano la manzana que alude al Pecado Original del que está exenta su madre y por el cual viene al mundo para salvar al hombre. La pareja está inscrita en un trono que se rodea de elementos arquitectónicos clásicos, al estilo de la arquitectura renacentista más pura, llevada a cabo en mármol blanco y de colores y con un respeto absoluto a las medidas del canon clásico.
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Luisa Roldán trabajó la madera pero sobre todo el barro, materia más apropiada para la realización de pequeñas composiciones muy naturalistas, en las que presta un especial interés por los detalles. En las obras de mayor tamaño refleja un estilo muy próximo al paterno, sobre todo en el tratamiento de las cabezas. Por lo general realiza temas de la Virgen con el Niño, tratados con asombrosa naturalidad y fuerte acento intimista, que evidencian ya la estética rococó.
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La Virgen con el Niño será una de las escenas más tratadas por los pinceles de Murillo debido a la amplia demanda de esta temática en la España de la Contrarreforma. Esta obra que contemplamos estaría realizada en torno a 1655, rivalizando con la Virgen del Rosario que guarda el Museo del Prado. Las dos figuras aparecen recortadas sobre un fondo neutro y reciben un potente foco de luz procedente de la izquierda, consiguiendo de esta manera mayor monumentalidad. La serenidad de la postura de la Virgen contrasta con el movimiento escorzado del Niño, rompiendo así con la composición piramidal. La gran novedad de este trabajo estaría en las expresiones de ambos personajes, dirigiendo su mirada hacia el espectador para crear un prototipo de devoción popular en el que destaca la amabilidad de los gestos, anticipando la estética rococó. Las tonalidades brillantes y vaporosas empleadas aportan mayor elegancia a la composición, destacando la belleza idealizada de María, cuyo rostro recuerda a Rafael, aunque el pintor sevillano haya roto la comunicación entre Madre e Hijo conseguida por el italiano. El elegante dibujo de Murillo se pone claramente de manifiesto en la volumetría de ambos personajes y en la correcta definición de sus miembros, especialmente en el cuerpo desnudo del Niño.
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Luis Morales era apodado "el Divino", dada su dedicación a los temas sacros y a la magnífica calidad y refinamiento con los cuales los llevaba a cabo. Quiso conjugarse en su leyenda su calidad con una supuesta devoción extrema, casi en la tradición del misticismo del siglo XVI; pero esto era más un elemento del aura de prestigio que debía rodear a todo buen pintor que una realidad. En este cuadro, Morales nos presenta una imagen extraordinariamente íntima de la Virgen sosteniendo a su Niño, con una delicadeza en los rasgos, los colores y las poses de los dos personajes, que fueron lo que hicieron de su autor uno de los pintores de mayor éxito en su época.
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Las obras más características del estilo de Gerard David son las que tienen este mismo aspecto. David conjugó la tradición pictórica flamenca asentada por Jan van Eyck, con las novedades italianas en favor de una idealización clasicista más lejana al crudo realismo de los Países Bajos. El resultado son imágenes como la que vemos, llenas de una sensibilidad casi amanerada, en las que se trata de dar la mayor humanidad posible a los iconos religiosos al tiempo que se les dota de la monumentalidad apropiada a su dignidad.
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Juan Bautista Vázquez el Viejo, procedente de Ávila, aparece trabajando al servicio de la catedral toledana desde el año de 1552. Unido a Nicolás de Vergara el Viejo en trato de compañía que a veces se amplía a otros artistas como Alonso de Covarrubias, deja bellas muestras de su quehacer, que definió Gómez Moreno como el desdoblamiento femenino de Berruguete, en toda la diócesis de Toledo, que incluye las tierras alcarreñas. Su bella Virgen con el Niño del retablo de Almonacid de Zorita, hoy en Torrelaguna, es composición de perfecto equilibrio entre fondo y forma que habla de su probable estancia en Italia en contacto con núcleos manieristas.