Busqueda de contenidos

contexto
Los primeros síntomas de los cambios sociales se produjeron desde 1956 con protestas universitarias y huelgas obreras todavía circunscritas, no obstante, a ciudades como Madrid o las áreas industriales y mineras del Norte y Noreste de España. Pero de estas luchas surgieron nuevos cuadros para la izquierda, la creación de nuevas formaciones antifranquistas y, sobre todo, el replanteamiento general de las políticas opositoras. Sin embargo, el número de activistas de la oposición clandestina durante este tránsito hacia los años sesenta estaba por debajo de los cinco millares de personas, una cifra muy modesta e inferior todavía a los organizados en el exilio. A partir de los sucesos estudiantiles de febrero de 1956 aparecieron nuevos grupos políticos que nutrían sus filas entre los universitarios. El primero de ellos fue la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), formación surgida inicialmente sin ningún vínculo con los partidos históricos de la izquierda. La ASU estaba integrada por estudiantes y licenciados universitarios de "buena familia", pertenecientes a las llamadas clases medias ilustradas e hijos, en su gran mayoría, de los vencedores en la Guerra Civil. Pero la afirmación principal de estos niños de la guerra y de la posguerra era precisamente que la guerra había acabado. Veían a los partidos de izquierda anquilosados en el pasado y aquejados de reformismo o, en otras palabras, poco revolucionarios. En definitiva, la ASU, como otros grupos surgidos poco después, pretendía refundar la izquierda en España con una ideología que mezclaba europeísmo y democracia con anticapitalismo. Estos universitarios socialistas establecieron enseguida vínculos orgánicos con el PSOE, aunque alguno de sus miembros terminara derivando hacia el PCE o hacia el nuevo Frente de Liberación Popular (FLP). Sin embargo, las relaciones con la dirección socialista de Toulouse encabezada por Rodolfo Llopis no fueron nada fáciles. Diferencias políticas como el posibilismo monárquico o la unidad de acción con el PCE, por no hablar de las distancias geográficas, sociales y generacionales, llevaron a un desencuentro que aparentemente finalizaría en 1961 con la integración de una parte de la ASU en las Juventudes Socialistas. La ASU tuvo un relativo predominio en el movimiento estudiantil, impulsando todas las plataformas universitarias de oposición y participando en las elecciones a representantes del Sindicato Estudiantil Universitario (SEU). Esta implantación, junto a la política de unidad de acción con los comunistas y las relaciones con el PSOE en el exilio y diversas organizaciones internacionales, supuso que los militantes de la ASU fueran golpeados varias veces por la represión. No obstante, las condenas ya no tenían nada que ver con la que habían sufrido los opositores durante la inmediata posguerra. Otra formación de parecidas características ideológicas a la ASU fue el Frente de Liberación Popular. Aunque su composición era sobre todo estudiantil, a partir de la llamada Nueva Izquierda Universitaria, tuvo un origen vinculado también a algunos intelectuales católicos progresistas como Julio Cerón. Los primeros "felipes", como en la jerga opositora se conocía a sus miembros, eran más tercermundistas que europeístas, mostraban mayor recelo que la ASU hacia los revisionistas partidos históricos de la izquierda, y defendían un mesianismo obrerista debido, quizá, a la pertenencia de parte de sus líderes a círculos católicos. Aparte de su implicación en el movimiento estudiantil, la acción más sonada y bautismo de fuego del Frente fue la colaboración con el PCE en la huelga nacional pacífica de junio de 1959. Otros grupos de la nueva izquierda, anticapitalista antes que antifranquista, surgidos al final de los años cincuenta procedían de medios nacionalistas y católicos. En Cataluña y en Valencia, además de la revitalización del Movimiento Socialista (MSC), surgieron diversas agrupaciones, pero lo más importante fue la protesta popular. Una de las acciones más sonadas fue protagonizada por Jordi Pujol en Barcelona. En el País Vasco y en Galicia los históricos partidos nacionalistas sufrieron diversas fracturas. Mientras que en la primera surgía ETA en 1959, en Galicia se constituyó al comenzar los años sesenta un partido socialista y una Unión del Pueblo Gallego. Otro fenómeno especialmente significativo fue la formación de grupos clandestinos autodenominados sindicatos desde los movimientos especializados obreros de Acción Católica. A partir de la experiencia crecientemente reivindicativa de las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC), Juventudes Obreras Católicas (JOC) y las Vanguardias Obreras de los jesuitas fueron constituidos diversas agrupaciones sindicales ilegales. Las más importantes fueron la Unión Sindical Obrera (USO), creada en 1960 y de ideología socialista autogestionaria, y la Acción Sindical de Trabajadores (AST), aparecida en 1963, que, en el transcurso de la década de los sesenta, terminaría derivando hacia el maoísmo. Estas dos organizaciones ilegales jugaron un notable papel en el desarrollo del movimiento de Comisiones Obreras. El surgimiento de nuevos grupos opositores no se limitó al ámbito de lo que hemos denominado nueva izquierda sino que sectores democristianos y monárquico-liberales se aprestaron a constituir nuevas plataformas organizativas. Los monárquicos liberales, encabezados por Joaquín Satrústegui, fundaron en 1959 la Unión Española en un hotel madrileño. Cercanas a ellos en el posibilismo monárquico se encontraban otras dos personalidades, Dionisio Ridruejo y Enrique Tierno Galván. El poeta falangista Ridruejo, alejado del régimen desde 1942, había virado hacia posiciones democráticas desde 1955, fundando una formación a medio camino entre posiciones liberales y socialdemócratas denominada Partido Social de Acción Democrática. Pretendía constituir un puente centrista entre la vieja oposición republicana y la nueva oposición moderada de significación monárquica. Su grupo fue pionero en el acercamiento a la dirección del PSOE en el exilio desde el verano de 1956. Aunque algunos de los miembros de Acción Democrática eran falangistas desencantados con el franquismo como Ridruejo, la mayoría eran jóvenes profesionales procedentes de las clases medias con formación universitaria. Parecidos orígenes socio-generacionales tenían los miembros de la Asociación Funcionalista para la Unidad Europea del profesor de la Universidad de Salamanca, Enrique Tierno Galván. Sin embargo, Tierno Galván, conocido ya como el "viejo profesor" pese a su relativa juventud, no había pertenecido a los círculos falangistas sino que había sido un joven republicano con ciertas simpatías hacia los libertarios. Por aquel entonces el "viejo profesor" se definía vagamente socialdemócrata, europeísta, partidario de la monarquía como salida a la dictadura y, sobre todo, favorable al final de las actividades conspirativas clandestinas mediante una pedagogía que fuera creando en la sociedad española un estado de opinión democrático. Después de su accidentado paso por el PSOE, Tierno Galván terminaría denominando en 1968 al grupo de discípulos Partido Socialista en el Interior. Por lo que se refiere a los demócratacristianos, en su mayoría acccidentalistas, aunque partidarios de don Juan como salida a la dictadura, y europeístas, sus cuadros se aglutinaron en torno a dos personalidades que procedían de los tiempos de la Segunda República, José María Gil Robles y Manuel Giménez Fernández. Los primeros constituyeron una Unión Demócrata Cristiana que, algún tiempo después, en 1963, pasó a denominarse Democracia Social Cristiana. Hacia 1958 surgió un grupo más activo, aglutinado en torno al catedrático de la Universidad de Sevilla, que se denominó Izquierda Demócrata Cristiana. La mayoría de sus miembros eran universitarios, colaboraban con el resto de las vanguardias en el movimiento estudiantil democrático y, desde sus comienzos, buscaron la colaboración de la oposición en el exilio, especialmente con el PSOE. De esta manera, los seguidores de Giménez Fernández negociaron un pacto denominado Unión de Fuerzas Democráticas con socialistas, republicanos liberales y nacionalistas vascos. La familia democristiana tuvo una gran potencialidad hasta los años sesenta, aunque siempre estuvo recorrida por diversos personalismos, contradicciones y divisiones internas. Una parte de sus integrantes había colaborado con el Régimen (Ruiz Giménez, por ejemplo, fundó Cuadernos para el Diálogo en 1963 y dimitió de su puesto de procurador un año más tarde), o permanecían enquistados en la Administración. Por otro lado, la secularización de la sociedad española y la crisis de Acción Católica restaron posibilidades de futuro a esta opción política. Mientras tanto, la "vieja oposición" democrática aglutinada por el PSOE en el exilio, recibió la emergencia de las protestas sociales como un símbolo del resquebrajamiento de los apoyos sociales a un régimen denominado por ellos franco-falangista. Era la señal para el final de la cura de aislamiento en la que se encontraban desde el fracaso del acuerdo con los monárquicos denominado Pacto de San Juan de Luz (1948). Aislamiento que estuvo acompañado por la desaparición física de buena parte de las principales personalidades políticas del exilio al cumplirse veinte años desde la finalización de la guerra civil. Mientras, por ejemplo, el doctor Juan Negrín fallecía en 1956 y el nacionalista vasco Aguirre en 1960, dos años después las muertes de Martínez Barrio y de Indalecio Prieto, constituyeron todo un símbolo del agotamiento del exilio. Sin embargo, algunas formaciones como las socialistas y las anarcosindicalistas mantuvieron un funcionamiento regular de organizaciones democráticas de masas. Pero la persistencia de las divisiones internas, producto de las heridas de la guerra, confinaría progresivamente en el limbo político a familias como la libertaria y la republicana liberal. La posición política de los socialistas se resumía en una fórmula pacífica para una futura transición a la democracia, un Gobierno provisional sin signo institucional definido que restaurara las libertades y convocara al pueblo para que decidiera entre las alternativas monárquica o republicana. En esa consulta, el PSOE defendería el voto republicano pero acataría la voluntad popular si el resultado era favorable a la monarquía representada por don Juan de Borbón. En torno a esta solución intermedia, de accidentalismo democrático, el PSOE consiguió aglutinar en febrero de 1957 al conjunto de la oposición exiliada con la exclusión del partido comunista y la renuencia de los anarquistas más radicales. En una declaración conocida como los Acuerdos de París, la oposición democrática exiliada respondía a una propuesta de negociaciones de la nueva oposición moderada dentro de España favorable a la bandera de la monarquía. El accidentalismo democrático, aunque prorrepublicano, del exilio se contraponía así al posibilismo monárquico de las nuevas fuerzas democristianas, socialdemócratas y liberales del interior de España. En este sentido, los propios líderes socialistas de la clandestinidad, como Antonio Amat, Francisco Román, Ramón Rubial o Luis Martín Santos, pondrían en cuestión la oportunidad de la posición política del exilio. Los siguientes diez años serían un continuo tejer y destejer de la oposición democrática en torno a la cuestión institucional. En ciertos momentos, pareció que algunos acuerdos como la Unión de Fuerzas Democráticas en 1961, a iniciativa del profesor Giménez Fernández, o un Frente Democrático en 1967, al que se sumaron Gil Robles y Ridruejo, iban a resolver definitivamente no sólo el problema institucional sino tener alguna efectividad en la coordinación de los esfuerzos opositores; pero estas plataformas se quedaron en el plano de las declaraciones simbólicas. Al menos en el ámbito de las vanguardias de la oposición quedó establecido un camino de reconciliación, de un futuro de convivencia gracias a la existencia de una común cultura política democrática. El partido comunista inició, también, algunas transformaciones internas durante los años cincuenta. Era, en primer término, el final de la edad de hierro militar que el PCE había iniciado en la Guerra Civil. El estalinismo fue progresivamente arrinconado mediante un tortuoso proceso de democratización que, sin embargo, no se completaría hasta la transición a la democracia. El ascenso a la dirección partidaria de la generación de jóvenes de la guerra, encabezada por Santiago Carrillo, estuvo acompañado de la formulación de la política de reconciliación nacional. El dilema político era dictadura o democracia, más que monarquía o república, y sobre esa alternativa había que aglutinar a la oposición en un frente antifranquista que fuera capaz de levantar al país en una Huelga General Política. La realidad en la que se encontraban los comunistas era mucho más modesta. Continuaron siendo los apestados del exilio y los movimientos sociales de masas no pasaban, al comenzar los años sesenta, de unas menguadas vanguardias. Pese a ello, en medios universitarios e intelectuales el PCE logró los primeros pasos de una política que, con el transcurso de los años sesenta, le permitió salir del agujero del aislamiento de la posguerra.
Personaje Pintor
Teniers era pintor y grabador flamenco. Trabajó en Amberes y Bruselas durante el siglo XVII, dentro del estilo barroco centroeuropeo. Pintó escenas muy variadas como temas de tabernas. Sus escenas campesinas fueron muy populares, y llegó a tener gran fama en su época. Fueron muy utilizadas como base para cartones de tapices, que por ejemplo en España alcanzaron un gran éxito, así como en Inglaterra. Su estilo era similar al de Brouwer, otro costumbrista especializado. En 1651 fue nombrado conservador de la galería del archiduque Leopoldo Guillermo, gobernador de los Países Bajos, al que retrató en el óleo titulado el Archiduque Leopoldo Guillermo en su galería, que se encuentra en Madrid en el Museo del Prado. Su labor como conservador fue más allá de l mantenimiento en buen estado de los lienzos: los catalogó exahustivamente, los reprodujo en cuadros generales, como el anteriormente mencionado, lo cual permite saber la ubicación original de éstos según el criterio de la época, e incluso realizó pequeñas copias de algunos de ellos. En Bruselas formó a gran cantidad de pintores. Su propia obra es una de las más prolíficas del mundo, habiéndosele llegado a atribuir unos dos mil cuadros.
Personaje Pintor
Van Kessel el Viejo era un autor flamenco, afincado en Amberes, durante el siglo XVII. Fue un pintor bodegonista que siguió el estilo de los grandes barrocos centrouropeos. Nieto de Jan Brueghel de Velours, influido en su estilo por Daniel Seghers, se dedicó a los bodegones de flores y guirnaldas, aunque realizó algunos muy interesantes por sus preciosismo, sobre objetos de pequeño tamaño (conchas, insectos...). Sus lienzos se diferencian de los de otros pintores de la época en que suele utilizar un fondo claro, mientras que lo más frecuente eran los fondos neutros en tonos pardos y oscuros.
obra
Existen varias versiones sobre este tema siendo la más famosa la que guarda el Museo del Prado. En todas aparece la admiración de Fortuny hacia la luz, tomada directamente del natural, lo que le convierte en un luminista que más tarde continuará Sorolla. La influencia de Ribera en este anciano desnudo es manifiesta al resaltar el naturalismo de la figura, especialmente sus músculos caídos por la edad, dejándose dormir por el calor de las primeras luces de la mañana. La figura está dibujada con soltura, interesándose más por los reflejos solares que por los detalles anecdóticos, acercándose al Impresionismo en el tratamiento pictórico para crear una de las obras más bellas de la pintura decimonónica española.
obra
Cuando Fortuny visitó por primera vez el Museo del Prado en 1860 sintió una profunda admiración por Velázquez, Goya y Ribera, siendo éste último quien más influye en esta atractiva imagen que contemplamos al interesarse Fortuny por la figura avejentada, especialmente por la decadencia de la piel y los músculos, como hacía en sus santos el maestro de Xátiva. El anciano se ubica en primer plano, recorta su figura ante un fondo oscuro para acentuar los contrastes, bañado por un potente foco de luz solar con el que el hombre se siente feliz, disfrutando del momento como se aprecia en su rostro, muy expresivo. En el torso y los brazos hallamos el paso de la edad, acentuando el naturalismo de la figura. Las pinceladas empleadas por el artista son rápidas y certeras, sin renunciar a algunos detalles, especialmente en el rostro, donde el anciano nos transmite su espíritu como si de un retrato se tratara. Con estos trabajos, Fortuny se anticipa a la pintura de Sorolla.
obra
Los especialistas consideran que esta maravillosa obra pertenece a la escuela de Rembrandt, aunque no se atreven a esgrimir un nombre definitivo para atribuir su autoría. El anciano descansa en un sillón, vestido con ricos ropajes, llevándose la mano derecha a la cabeza en un gesto de abatimiento. La luz ocupa un destacado papel en la composición, iluminando la cabeza y las manos del personaje. El estilo es tremendamente suelto, aplicando el óleo a base de largas y rápidas pinceladas que omiten todo tipo de detalles. La expresión del rostro del anciano, a pesar de quedar en penumbra, resulta de gran belleza, destacando las arrugas de la frente y los acentuados pómulos. Las tonalidades empleadas están en la línea del maestro, recurriendo a sienas, pardos y ocres, animados por toques de empaste blanco y rojo.
obra
Camille Pisarro es el gran desconocido de los impresionistas. Interesado por los paisajes, tanto urbanos como rurales, realizará escenas tan bellas como este viejo mercado que contemplamos, pleno de vida y movimiento. Los edificios antiguos de la ciudad, presididos por las elevadas torres góticas de la catedral, están iluminados por la luz solar, creándose un soberbio efecto atmosférico. La imagen está totalmente tomada del natural, como hacían Monet o Renoir, empleando una pincelada rápida de vivos colores: verdes, naranjas, azules o rojos. Las sombras adoptan varios tonos, malvas y grises preferentemente, y recogen la visión impresionista de que la sombra no es la ausencia de luz sino una luz diferente. La escena está tomada desde una ventana, utilizando una perspectiva alzada que corta los planos - por influencia de la fotografía - muy habitual en Degas.
contexto
Si es preciso vincular el regeneracionismo y los movimientos regionalistas se tiene que hablar también de un cierto regeneracionismo republicano, puesto que aunque este movimiento político existiera desde los comienzos de la Restauración, para él tuvo el desastre del 98 un efecto galvanizador muy importante aunque tan sólo temporal. Aunque el regeneracionismo ambiental supuso la incorporación al republicanismo de los intelectuales, entre ellos Joaquín Costa y Benito Pérez Galdós, a principios del siglo XX, las esperanzas de que España se convirtiera en República con el paso del tiempo y, sobre todo, a partir de la Primera Guerra Mundial, más bien tendieron a disminuir que a acrecentarse. El republicanismo, en efecto, fue perdiendo el apoyo de buena parte de las clases populares al mismo tiempo, mientras que el sistema político de la Restauración, bastante más sólido de lo que podía parecer en su apariencia externa, mantenía su capacidad de atracción sobre los líderes de la causa republicana. A comienzos de siglo el republicanismo conservaba todavía el apoyo de la mayor parte de las clases populares urbanas e incluso de los sindicatos. Sin embargo, estaba dividido en varias tendencias ideológicas y afectado también por importantes divergencias estratégicas. Pero la conciencia de crisis finisecular tuvo como consecuencia una colaboración política que permitió considerables éxitos electorales en el comienzo del nuevo siglo, en especial en 1903. Pasado este momento de euforia el republicanismo mantuvo una considerable influencia en los medios intelectuales y representó un papel reformista en lo social y liberal en lo político oponiéndose, por ejemplo, a la intervención de los militares en la vida política a través de la Ley de Jurisdicciones. Sin embargo, la aparición de los movimientos regionalistas tuvo para él un efecto negativo al enfrentarle con un nuevo problema respecto al cual se reprodujeron las divisiones anteriores. Los federalistas siguieron la senda del nacionalismo periférico mientras que, en cambio, otros republicanos fueron incluso demagógicamente españolistas. La fórmula más original del republicanismo fue la representada por el Partido Radical de Alejandro Lerroux, al que se puede considerar, además, como un ejemplo singular de lo que es el republicanismo de comienzos de siglo. Bohemio y demagogo e incluso acusado con fundamento de inmoralidad administrativa, Lerroux se convirtió sin embargo en movilizador de las clases populares barcelonesas entre las que tuvo un prestigio indudable, el mismo que entre las valencianas tenía el escritor Vicente Blasco Ibáñez, líder de un movimiento político muy semejante. La plebe urbana de las grandes ciudades y una parte de la burguesía anticlerical alimentaron el republicanismo, que consiguió estructurarse para la política en organizaciones relativamente modernas. En muchos sentidos antitética fue la posición representada por el Partido Reformista, nacido en 1912 y que tuvo entre sus filas a algunos de los más conocidos intelectuales españoles de la nueva generación, como Ortega y Gasset y Azaña. Su programa insistía sobre todo en los contenidos y no en el cambio de régimen; su semejanza mayor la encontramos en los programas del liberalismo radical de la Gran Bretaña de su tiempo. En realidad, en materia de régimen el reformismo lo que hizo fue reproducir el posibilismo que caracterizó a Castelar hasta el momento de su muerte. Sin embargo, el principal inspirador del reformismo fue evolucionando con el transcurso del tiempo hasta convertirse en algo parecido a un apéndice más del partido liberal, con una zona de influencia clientelar localizada en Asturias. Aunque el republicanismo dio la sensación a principios de siglo de poner en grave peligro a las instituciones políticas monárquicas, la verdad es que con el transcurso del tiempo, a lo largo de todo el reinado de Alfonso XIII, fue disminuyendo su peligrosidad respecto a las instituciones. Las únicas posibilidades de los republicanos estaban en los errores de la monarquía. En este sentido su evolución fue muy distinta de los partidos nacionalistas cuyo impacto fue creciendo a medida que avanzamos en el siglo.
contexto
Anteriormente, hemos podido llamar la atención acerca del papel crucial desempeñado en un determinado momento de la guerra por la Batalla del Atlántico. En ella aparecieron nuevos procedimientos de combate proporcionados por la inventiva en cuestiones técnicas, pero el arma submarina no constituyó una novedad respecto de la Gran Guerra. Tampoco lo fue la construcción de enormes buques a la que recurrieron Alemania y Japón para compensar el desequilibrio que padecían previamente. Mucho más novedosa fue la utilización del portaaviones, en especial en el Pacífico, e incluso la aparición de lanchas y barcos de desembarco, capaces de trasladar grandes masas de tropas a distancias relativamente grandes. Pero la guerra en el mar no produjo una estrategia nueva ni la aparición de formas de combate radicalmente distintas del pasado. En tierra se produjeron más innovaciones técnicas y, sobre todo, un planteamiento estratégico que durante algún tiempo dio la sensación de llegar a ser resolutivo. Las primeras supusieron, por ejemplo, la desaparición, en la práctica, de la caballería, a pesar de que los rusos siguieron haciendo uso de ella en operaciones complementarias. Durante la guerra aparecieron armas individuales -fusiles de asalto- que multiplicaban la capacidad de fuego en perjuicio de la precisión. La artillería, por su parte, no sólo presenció la aparición de una potencia de fuego nunca conocida (los alemanes llegaron a planear cañones hasta de 100 metros, que no tuvieron uso importante) sino también la reaparición, a escala nunca imaginada, de los cohetes, en especial por parte de los soviéticos. La efectividad de los proyectiles se vio reforzada por el uso de la carga hueca o de las espoletas de explosión por proximidad. También el cohete fue utilizado por el combatiente individual en la lucha anticarro o contra fortificaciones: a veces, el lanzallamas desempeñó un papel parecido en la guerra en el Pacífico. Finalmente, el papel de los carros, aunque ya hubieran desempeñado un papel de considerable trascendencia durante la anterior guerra, se vio multiplicado exponencialmente por la utilización masiva que de ellos se hizo. Alemania fue quien introdujo este tipo de estrategia, que desempeñó un papel esencial en la llamada "Guerra relámpago". Ésta, en efecto, resultó una innovación radical que permitía superar la superioridad del adversario en un determinado punto, mediante la concentración de todos los esfuerzos. Sin embargo, ni la "Blitzkrieg" se demostró siempre una estrategia capaz de conseguir siempre la victoria, ni los carros alemanes mantuvieron durante todo el tiempo su superioridad. La "Guerra relámpago" fracasó en la URSS y, en ella, en número y en calidad superaron los carros soviéticos a los alemanes, a pesar de la mejora de éstos en tonelaje, blindaje y velocidad. No fue el único ejemplo; también el Sherman norteamericano quedaba por delante de los alemanes en la fase final de la guerra. En ella, la "Guerra relámpago" había desaparecido como posibilidad estratégica real. Alemania -y algo parecido cabe decir de Japón-, por su parte, aprendió de los soviéticos la batalla defensiva a ultranza y eso explica su capacidad de resistencia frente a fuerzas mucho mayores que las propias. En cierto modo, el género de ofensiva de los norteamericanos en el Pacífico, ocupando puntos decisivos desde donde ejercer su superioridad naval y aérea, pero sin ocupar todas las posiciones contrarias, recuerda un tanto a la "Guerra relámpago" inventada por los alemanes en las operaciones terrestres de Europa. No obstante, las innovaciones más importantes desde el punto de vista técnico tuvieron lugar en la guerra en el aire y dieron lugar al nacimiento de una estrategia en la que los anglosajones -los británicos, de manera especial- confiaron, sin que durante mucho tiempo su esperanza se correspondiera con los resultados. Alemania que, en este terreno de la innovación técnica, estuvo a menudo por delante de sus adversarios, no elaboró, en cambio, una doctrina estratégica propia. La mayor innovación de la guerra en el aire fue la aparición del bombardero cuatrimotor capaz de transportar a gran distancia una carga importante de bombas. A tal novedad se llegó un tanto tardíamente, en el sentido de que Alemania, por ejemplo, hizo un uso exclusivamente táctico de sus aviones en la batalla terrestre durante la primera parte de la guerra. Cuando empezó la Batalla de Inglaterra, se demostró que su capacidad destructiva era menor que la esperada y algo parecido les sucedió a los mismos británicos. La paradoja es que antes de la guerra se había teorizado acerca del papel que podía tener la aviación del futuro y se le había atribuido uno no sólo muy relevante, sino incluso por completo decisorio. Douhet, en la Italia fascista, y Trenchard, en Gran Bretaña, habían defendido la tesis de que la aviación podía destruir por sí sola la capacidad industrial del adversario e incluso, además, su voluntad psicológica de resistencia. Lo cierto es que el precedente de la Guerra Civil española, momento en que por vez primera fueron bombardeadas poblaciones civiles, parecía probar lo contrario y de cualquier manera ninguna aviación del mundo parecía dotada de medios para producir esos resultados. La alemana carecía de capacidad industrial suficiente y la británica había iniciado el rearme hacía demasiado poco tiempo como para poder tener esas aspiraciones. Puede añadirse, incluso, que la utilización del bombardeo en las ciudades fue empleado con cierta moderación, como si se temiera la reacción adversaria. Alemania utilizó sus bombarderos contra Polonia o en Rotterdam, pero no contra París, por ejemplo. La situación cambió a partir de la Batalla de Inglaterra. Entonces, la espiral de represalias entre alemanes y británicos tuvo como consecuencia el bombardeo de las poblaciones civiles. Con el paso del tiempo, los segundos hicieron de la necesidad virtud y convirtieron la tesis del bombardeo estratégico en una pieza fundamental de su forma de enfocar la guerra. No podían pensar en derrotar a Alemania -o, al menos, ayudar a la URSS- más que por este procedimiento. Churchill llegó a creer que, con tan sólo destruir las sesenta mayores ciudades alemanas conseguiría derrotar a su enemigo. Pero, en realidad, ni siquiera estaba en condiciones de cumplir con ese propósito. En los primeros años en que se empleó el bombardeo masivo, no merecía este calificativo, porque los británicos apenas tenían unos 400 aparatos capaces de realizarlo, de modo que para los alemanes esta ofensiva, más que un problema fue una molestia. La destrucción de las ciudades tuvo un impacto relativamente menor sobre la producción industrial e incluso en 1941 las bajas padecidas en operaciones de bombardeo fueron superiores a las causadas por él. El ataque aéreo masivo fracasó incluso cuando era dirigido a zonas industriales decisivas: los bombardeos aliados sobre los yacimientos petrolíferos rumanos de Ploesti, que abastecían a Alemania, se repitieron hasta treinta veces pero no evitaron que se mantuviera casi la mitad de su producción. Cuando los anglosajones, en 1943, aumentaron el número de sus aviones que actuaban sobre Alemania y se concentraron en exclusiva sobre determinadas zonas (el Ruhr, Hamburgo, Berlín...), los alemanes perfeccionaron sus sistemas antiaéreos y debieron ser suspendidos los vuelos diurnos debido al elevado número de bajas propias. Por tanto, hasta mediados de 1944, el bombardeo estratégico tuvo unos resultados más bien parcos. Si, en cambio, la situación cambió luego fue, en primer lugar, porque la superioridad aliada era ya total en todos los terrenos pero, además, porque hubo un cambio en el modo de llevar a cabo los bombardeos. Los aviones -Liberators, B-17 denominados "Fortalezas volantes"...- fueron cada vez más grandes, hasta el punto que algunos modelos podían transportar muchas toneladas de bombas a miles de kilómetros de distancia. Además, fueron acompañados por cazas de protección, como los Mustang, que tenían un amplio radio de acción y que se impusieron sobre el adversario sin excesivas dificultades. Finalmente, el bombardeo fue mucho más preciso y selectivo. El ministro alemán de Aprovisionamientos, Speer, critica en sus Memorias a los aliados, porque carecieron de tenacidad en el momento de elegir sus objetivos, pero en la fase final habían logrado dañar de manera grave a sectores tan sensibles como la gasolina sintética o los rodamientos a bolas. Además, en las operaciones en Francia, el bombardeo sistemático y de precisión sobre los núcleos de comunicaciones destruyó la reacción alemana. En definitiva, desde el punto de vista material, el bombardeo estratégico no resultó un procedimiento fácil, ni rápido, ni barato para derrotar al adversario. La mejor prueba consiste en que si causó 600.000 muertos alemanes también supuso unas 150.000 bajas aliadas. Desde el punto de vista psicológico, se ha podido decir que su consecuencia principal fue mucho más la apatía que el desánimo. Claro está que en el caso del Japón resultó diferente, pero también es cierto que ya sus aliados alemanes se habían rendido. El bombardeo estratégico fue una de las escasas acciones de carácter bélico que provocaron, por su carácter indiscriminado, una protesta moral en determinados sectores de la sociedad británica. La paradoja es que, mientras que los alemanes empezaban a padecer el bombardeo aliado, eran los dueños de un Ejército que, sobre todo para la guerra aérea, anunciaba el futuro. Por suerte para los aliados, carecieron de tiempo -y también de espacio, después del desembarco en Normandía- para aprovecharse de él. También les sobró despilfarro en alguna de sus experiencias más novedosas. Las más importantes no fueron las llevadas a cabo con aviones a reacción, pues su aparición fue casi simultánea en ambos bandos, sino en el uso de misiles. Los dos modelos utilizados fueron pensados para ser utilizados contra Gran Bretaña, pero también se emplearon en la batalla continental. Los V-1 eran aviones no tripulados, de escasa velocidad y precisión, mientras que los V-2 eran cohetes de combustible líquido que, por su velocidad y altura, no podían ser derribados y, en cambio, eran dirigidos con bastante precisión desde sus bases de partida. Mientras que los cañones de dimensiones gigantescas fueron un fiasco, otro proyectil, el V-4, dotado de fases sucesivas, hubiera sido mucho más peligroso, pero, por suerte para los aliados, no llegó a convertirse en realidad. Estos intentaron y, en parte, lograron retrasar el funcionamiento de estas nuevas armas mediante bombardeos de la base de Peenemunde, donde se experimentaban. Los misiles serían durante la posguerra el arma decisiva para el balance estratégico entre las grandes potencias. Aparte de todas esas novedades bélicas, que tuvieron lugar en el aire, hay que hacer mención también de otras que estuvieron relacionadas con la guerra en ese medio. Ya se ha hecho mención ocasional del radar, que jugó un papel esencial también en el mar y en el que los aliados fueron muy superiores al adversario. No obstante, los procedimientos de guerra electrónica fueron también empleados por los alemanes para guiar sus bombarderos durante la Batalla de Inglaterra. En cuanto al arma nuclear, de hecho su utilización respondió a unos criterios semejantes a los del bombardeo estratégico. Bien hubieran podido ser los alemanes quienes descubrieran la bomba atómica, pero la visión de la guerra como un conflicto destinado a llevarse a cabo con rapidez y resolución hasta tal punto dominaba a Hitler que impidió que dedicara a este tipo de investigación todo el esfuerzo; incluso llegó a calificar de "judía" a la física nuclear. Fueron, pues, los anglosajones, con la inapreciable ayuda de muchos científicos exiliados, los que dedicaron mayores esfuerzos a esta investigación, pues los japoneses, que también lo intentaron, estaban muy lejos de poder conseguir los conocimientos suficientes. Los aliados fueron muy discretos entre sí a la hora de comunicarse sus descubrimientos y, mucho más aún respecto de la URSS, que obtuvo información tan sólo gracias al espionaje. Los Estados Unidos acabaron siendo los descubridores del arma nuclear, porque a ella le dedicaron más recursos y medios humanos. La mención al espionaje sirve sin duda para recordar el decisivo papel jugado por la inteligencia y la información a lo largo del conflicto. En este terreno, los anglosajones, desde un principio, tuvieron una clara ventaja, mientras que los japoneses permanecieron los más rezagados. Alemania se vio perjudicada por el convencimiento de que sus sistemas de cifra eran inaccesibles y por la resistencia a aceptar informaciones que estaban fundamentadas pero que chocaban con las convicciones de Hitler. Claro está que a lo largo del conflicto varió mucho la cantidad y la calidad de la información lograda del adversario por los aliados, pero en la Batalla de Inglaterra, como en la del Atlántico y la del Pacífico, resultó a menudo decisiva para la planificación de las operaciones propias. Aparte de las armas que fueron utilizadas, hubo otras que no llegaron a serlo, no tanto porque lo vedaran las convenciones internacionales como por el hecho de que ambos contrincantes temían la reacción adversaria. Así sucedió con los instrumentos para la guerra química y bacteriológica. Churchill hubiera estado dispuesto a usar gases para derrotar a los alemanes si éstos desembarcaban en Gran Bretaña pero, por fortuna, no sucedió así. Japoneses y alemanes sometieron a sus prisioneros a experimentación, lo que revelaba, bien a las claras, la esencia de sus respectivos sistemas políticos. Claro está que la guerra química tuvo también otras vertientes más positivas. La medicina se desarrolló durante la guerra merced a las sulfamidas o la difusión de la quinina sintética. También el DDT sirvió para evitar enfermedades y se hizo habitual la transfusión de sangre, procedimiento no generalizado hasta entonces. Así, los desastres de la guerra tuvieron en este sentido un parcial lenitivo.