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Picasso reúne en esta tela las preocupaciones de Munch y Gauguin sobre el destino de la humanidad y el sentido de la existencia. La interrogación nace de la confrontación entre el abrazo y la maternidad confirmado por un fondo -cuadros dentro del cuadro de los amantes acurrucados- y la mujer postergada en su soledad que se constituye en resonancia de un cuestionamiento sin fin. Siluetas de perfil angulosas, el borde oscuro y vigoroso que construye los gruesos contornos ensimisma a las figuras a lo que también contribuye la independencia compositiva. El nexo sólo se logra en una atmósfera de lánguida tristeza que crean los fríos y melancólicos tonos azulados.
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La vida cotidiana de la mujer esclava en América transcurrió en tres ámbitos: en el servicio doméstico, en la calle como jornalera, pero residiendo en la casa de sus amos; y como asalariada viviendo en otro lugar, normalmente cercano al trabajo. Podían acceder a las labores artesanales, que en su gran mayoría eran desarrolladas por sujetos de las castas, libres o esclavos. El trabajo doméstico condujo a que mulatas, negras y zambas y demás castas, libres o esclavas, vivieran en estrecha convivencia con sus amos. Esto propició la promiscuidad y el nacimiento de niños, hijos del amo. Durante los siglos XVI y XVII llegó a hacerse proverbial la acusación de comportamientos inmorales por parte de negras o mulatas, aunque tal vez sería más justo catalogar esas uniones extramatrimoniales como mecanismos para ganar los beneficios de la libertad para ellas o para su descendencia. La cercanía emocional entre amos y esclavas era mayor cuando el dueño era soltero, viudo o la esposa se encontraba lejos. En estos casos fue frecuente que las esclavas asumieran las tareas tradicionales de la esposa y quedaran incorporadas de alguna manera a la unidad familiar. En la práctica reemplazaban a la mujer, sin las exigencias que para el hombre tenía el matrimonio. En las ciudades, las mujeres esclavas realizaban de forma predominante labores domésticas en las opulentas residencias de españoles mezcladas entre sus amos y la servidumbre indígena. Las esclavas y las mulatas libres a menudo eran criadas de cuarto, amas de leche, lavanderas o cocineras. Muchos colonos que se habían desplazado a América sin familia compraban esclavas para que les sirvieran en sus casas. El tener mujeres, africanas o nacidas en América, en el servicio doméstico como signo de prestigio fue observado incluso por los indios nobles ricos. Había quienes, a falta de dinero para comprar mujeres de mayor edad para labores domésticas, compraban niñas. Gráfico Una categoría interesante eran las "esclavas a jornal". En general eran compradas por españoles de escasa fortuna para que los mantuvieran con su trabajo. Estas esclavas gozaban de cierta libertad de movimiento en las villas y ciudades de españoles. Algunas eran confinadas en los conventos como criadas de sus amas que tomaban los hábitos. Su carácter afable y modesto y la distinción social que proporcionaban hicieron que el servicio doméstico fuera la principal ocupación de estas mujeres. En muchos casos, se convirtieron en las gobernantas de las familias, pues las madres con frecuencia delegaban en ellas la responsabilidad de la crianza y educación de los hijos. Las mujeres negras gozaban de cierto prestigio por las ventajas que llevaban consigo. Solían adoptar la religión católica, la cultura y el idioma español y estaban integradas en la familia porque habían llegado a ella siendo muy pequeñas. Para las esclavas, trabajar en una familia rica tenía sus beneficios, pues había poco trabajo, buena comida, se les procuraba el vestido, tenían menos vigilancia y, a cambio, se les pedía comportarse a la altura esperada por sus amos. No tenían capacidad para acumular dinero, pero sí techo, comida y seguridad. En suma, vivían estrechamente vinculados a la familia propietaria. También es cierto que en algunos casos, eran también blanco de la violencia, por las riñas entre ellas, el maltrato o la explotación de los amos, los celos de la esposa si mantenía una relación con el marido, etc. Entre los de su propia clase se encontraban en una situación de inferioridad, pues en realidad eran esclavas de los esclavos. Las esclavas se encontraban empleadas en mayor proporción en las tareas del mundo rural. En muchos casos formaban parejas con individuos de su misma condición en las plantaciones de caña de azúcar o en los ingenios e instalaciones para transformar el azúcar en melaza o aguardiente. La alta tasa de masculinidad permitió a casi todas las mujeres que se quedaban en las plantaciones tener un esposo de su condición. En las zonas azucareras y sus áreas la presencia femenina mantuvo proporciones semejantes a las presentadas por las cargazones de esclavos bozales o importados directamente de África, donde las mujeres representaban el 35% durante el siglo XVI y la primera mitad del XVII. En los períodos posteriores, el mestizaje ofreció posibilidades de paliar el déficit de mujeres llegadas directamente de África y se llegó a equilibrar la proporción de hombres y mujeres afromestizos. Los obrajes de paños novohispanos utilizaron preferentemente mano de obra esclava. En estos obrajes la proporción de mujeres era del 10% pues la inversión de los propietarios de centraba en los hombres que se dedicaban a tareas especializadas o muy duras, como el tejido o el cardado. Por ello, el obraje con su desproporcionada tasa de masculinidad, ofrecía las condiciones para las uniones de esclavos con indias y mestizas, así como entre esclavas y mestizos o españoles, por lo que se le considera un crisol del mestizaje por antonomasia. Las escasas mujeres que trabajaban en los obrajes se dedicaban a lavar e hilar la lana, entre otros trabajos. Sólo había más madres con niños en los obrajes integrados en ranchos o estancias de ganado lanar donde cuidaban el ganado, lo trasquilaban, además de lavar la lana. También cocinaban para los trabajadores, así como para esclavos y niños. Las esclavas no tenían personalidad jurídica, por lo que no podían entablar demandas judiciales. Sin embargo, el Derecho hispano les concedía la posibilidad de queja, que solía traer consigo que el tribunal recomendara la enmienda del amo. Los esclavos hicieron uso de este derecho cada vez con más frecuencia, sobre todo en el siglo XVIII. Muchas esclavas elevaban sus quejas a los tribunales denunciando a sus amos por faltar a la palabra dada. En estos casos exponían que habían cedido a las presiones de sus dueños y mantenido relaciones con ellos por la promesa de otorgarles la libertad, a ellas o a sus hijos. Alegaban la pérdida del honor que habían sufrido y el empeoramiento de sus condiciones de vida, pues era frecuente que los amos, una vez satisfechos sus deseos, alejaran a la esclava haciéndolas trabajar en obrajes o plantaciones. Aunque es cierto, que el honor de una esclava no parecía ser tenido en cuenta, el hecho es que muchos amos se vieron obligados por la justicia a cumplir su promesa. Este tipo de procesos judiciales contribuyó en gran medida a la disminución de la esclavitud en los territorios indianos durante el siglo XVIII. Cuando obtenían la libertad la ocupación mayoritaria fue el servicio doméstico. Gracias a su trabajo o donaciones de sus amos algunas pudieron formar pequeñas fortunas y vivir holgadamente. Incluso llegaron a tener esclavos y propiedades que les servían de sustento. Estas libertas formaron una pequeña élite dentro de la república de negros que les permitía movilizarse en una esfera más amplia de la sociedad colonial. A pesar de gozar de una serie de privilegios no cortaron del todo los lazos con sus amos, pues seguían viviendo cerca o trabajaban para ellos como asalariadas. Muchas veces sus aspiraciones matrimoniales no iban más allá de casarse con hombres libres o esclavos de su propia casta. La libertad de las esclavas podía ser por decisión del amo, por autocompra, por servicios al Estado o por vía judicial.
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En los últimos veinticinco años toda una serie de fenómenos sociales y políticos ha llamado la atención de medios de comunicación, politólogos y sociólogos: la irrupción en la escena pública de las sociedades industrialmente avanzadas de los llamados nuevos movimientos sociales, en referencia a los movimientos feministas, ecologista y pacifistas, así como de nuevas organizaciones políticas cuyo espectro abarca los denominados partidos de nueva izquierda y los partidos verdes. Las nuevas formas de comunicación de masas son reflejo de aquellas sociedades a las que afectan y en cuyo seno se desarrollaron. Las nuevas tecnologías, y de forma preeminente el desarrollo de la electrónica, perfeccionan los "mass media" actuales, e impulsan, una oferta diferenciada de productos, a la que contribuyen ya, por ejemplo, las computadoras, de reducido tamaño y de mayor capacidad de datos mediante dispositivos de transmisión y recepción, la televisión por cable, que logra mayor fidelidad de imagen y la conexión a mayor número de canales, los satélites de comunicación que hacen posible la comunicación de masas a escala mundial; y otro conjunto de innovaciones -videofono, videocasete, videodisco, videotexto, etc.- en que se suman recursos visuales y auditivos, y se logra avanzar de la información a la comunicación, a posturas interactivas. El deporte es un fabuloso espectáculo de masas, una fiesta esperada por muchas personas, de la que dependen también muchas personas. Es un gran negocio, una ingente industria que genera dinero más allá del terreno de juego. Deportistas como Carl Lewis o Diego Maradona, por citar sólo dos, fueron una fuente extraordinaria de ingresos y espectáculo, y su presencia era garantía de rentabilidad en taquilla para el organizador. A cambio, sus remuneraciones fueron también millonarias. El deporte aficionado que preconizaba el aristócrata Coubertin no conserva, por tanto, sus principios inmaculados.
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Usualmente la sociedad sumeria se estructuraba en familias basadas en el matrimonio monógamos, aunque legalmente el marido podía tener varias esposas secundarias, adoptar hijos, repudiar a una esposa y divorciarse. La vida del pueblo llano era dura, dedicada casi íntegramente a ganarse el sustento. La jornada empezaba al amanecer y terminaba al anochecer, si bien las condiciones del trabajo variaban en función de la profesión. Tras levantarse, el individuo procedía al saludo matinal y a asearse con agua. Aunque el jabón era desconocido, se usaba como tal una mezcla de cenizas, aceite y arcilla. Si el personaje podía permitírselo, realizaba abluciones en las que se uncía el cuerpo y el cabello con aceite. La dieta básica eran el pan y las cebollas, comidas crudas. Los personajes de mayor rango tenían una dieta más amplia, entre la que se encontraban carnes, pescados, lentejas, frutas, pasteles, pepinos, melones, calabazas, judías, etc. También se sabe que los saltamontes eran consumidos. Como bebida, la fundamental era el kash, aunque los ricos gustaban de tomar vino de dátiles o de uva. Cuando era posible, los sumerios y acadios gustaban de actividades como la música, el canto, la danza o los juegos. El arte sumerio de los primeros tiempos nos muestra a unos personajes barbados y de abundantes melenas, estilo que tomaron los acadios. Con el paso del tiempo, y posiblemente por motivos religiosos, el patrón de la moda derivó hacia la cabeza rapada y la cara afeitada. También fueron usados barbas y pelucas. Con respecto al vestido, los hombres usaban pieles, de cabra o de oveja, así como una tela lisa decorada con franjas en su parte inferior. Las mujeres se vistieron de manera más variada, flexibilidad también apreciable en su cabellos, que podían ir trenzados, con tocados, largos o sueltos por la espalda.
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Gracias a los textos existentes, a las representaciones artísticas, a los relieves y pinturas conservados, podemos conocer con bastante exactitud la vida cotidiana del Egipto Antiguo. Cómo construyeron sus ciudades y sus casas en las cercanías del Nilo, cómo estaba estructurada la familia y la sociedad, los poderes del faraón, los trabajos de los campesinos y los artesanos, el funcionamiento de la administración y la burocracia, la organización de los trabajadores públicos, la composición del ejército y de los sacerdotes de Amón. También conoceremos qué comían, cómo vestían, cuáles eran sus creencias o cómo disfrutaban de su tiempo libre, sin olvidar acercarnos a su escritura, su literatura, su ciencia y su arte. En resumen, una manera diferente de conocer la historia egipcia pero no por ello menos apasionante.
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Las poblaciones medievales están generalmente rodeadas por una muralla defensiva, en la que varias puertas abren a los caminos más importantes. El trazado urbano es sinuoso e irregular, existiendo a veces zonas despobladas. Las ciudades tienen diferentes barrios, que agrupan a la población en función de su procedencia, su religión o su actividad. CASTILLO El castillo medieval era la residencia privada del señor feudal. El castillo era, al mismo tiempo, un hogar y una fortaleza, defendida por altas murallas y gruesos muros. Aquí se podía resguardar la población en caso de un ataque. La habitación principal del castillo era el salón, que se usaba para comer, dormir y atender los asuntos cotidianos. Mientras degustaban ricos platos, los señores feudales podían disfrutar de la música interpretada por un juglar o de las gracias realizadas por los bufones. El cuerpo de soldados que vivían en un castillo y lo defendían se llamaba guarnición. A cambio del alojamiento y comida, peleaban por el señor y defendían el castillo. Los soldados vestían cotas de malla y placas de metal para protegerse de los golpes. Entre sus armas estaban las espadas, arcos, ballestas, mazas o lanzas. IGLESIA Después del señor feudal, el personaje más importante de un pueblo medieval es el párroco. Es una persona respetada y su cultura, algo superior a la del resto, hace que todo el mundo acuda a solicitar su consejo. El cura tiene derecho a percibir una décima parte de lo que produce cada aldeano. Este impuesto se llama diezmo. Es obligatorio acudir a misa todos los domingos y festivos. Durante el servicio, la mayoría de la gente está de pie o de rodillas, porque no hay asientos. El cura explica la misa en latín. BARRIO MORISCO En muchos pueblos medievales de España era habitual que convivieran cristianos, musulmanes y judíos, cada comunidad en un barrio diferente. Los musulmanes vivían en casas sencillas, con pocas ventanas y apenas adornos. Buena parte de la vida familiar sucede en las terrazas de las casas, donde se ponen las ropas y los alimentos a secar o se recoge el agua de lluvia. Una habitación, la más espaciosa y mejor amueblada, sirve de lugar de reunión para los hombres. Dentro de los barrios musulmanes, los baños públicos eran uno de los lugares más visitados. Actividad de carácter ritual, la higiene del cuerpo era considerada un acto de purificación religiosa. Sin embargo, el baño era también un lugar de reunión, de descanso y de relación. BARRIO JUDIO Eran muchos los pueblos que contaban con un barrio en el que residían los judíos. Este barrio se llamaba judería. El más importante de los edificios era la sinagoga, lugar donde se reunían los hebreos para orar y reunirse. Al frente de la sinagoga se encontraba el rabino, quien además ejercía de juez, instructor e inspector de la vida de la comunidad. En la sinagoga, la actividad religiosa principal es la lectura de la Torah, los rollos de la Ley judía. PUEBLO En las poblaciones medievales, la mayoría de las calles son estrechas y tortuosas, siempre ocupadas por una intensa actividad. En ellas se desarrollaba buena parte de la vida diaria de la comunidad: comprar, vender, pasear, relacionarse... Sin duda, el mercado era el centro económico y social de la población. Las casas de los artesanos servían al mismo tiempo como taller y tienda, por lo que se abrían al exterior. El artesano más importante de una población medieval es el herrero. Éste pone herraduras a los caballos y fabrica herramientas agrícolas, armas, cuchillos, etc. También arregla cacharros de hierro y cerámica. Para trabajar el hierro necesita calentarlo al fuego hasta que alcanza altas temperaturas. Otra figura importante es la del carpintero. Fabrica arados, azadones de madera, yugos e incluso algunos muebles. En su taller también se hacen las vigas de las casas. En las posadas podían los viajeros y las gentes del lugar alimentarse y pasar la noche. Algunas eran lugares peligrosos, pues por ellas solían merodear pícaros, ladronzuelos y borrachos. MONASTERIO Fuera de la población, buena parte de la vida económica, social y cultural de las gentes medievales se articulaba en torno al monasterio. El claustro, con jardín y fuente, es el centro de la vida monástica. Aquí los monjes meditan y encuentran algo de esparcimiento. En los scriptoria, los monjes se dedican a copiar textos. Gracias a ellos perduró el saber de los antiguos sabios griegos y romanos. Autosuficientes, los monasterios disponían de huertos y granjas. Para trabajar en ellos, contaban con el servicio de campesinos dependientes, pues los monasterios actuaban como grandes propietarios o señores. TIERRAS DE LABOR La mayor parte de la población medieval era rural, habitando en granjas o pequeñas aldeas. Las tierras pertenecen a la Iglesia, al señor feudal o al rey. Los campos los trabajan campesinos, que deben pagar un alquiler por labrar el terreno. La vida en la granja estaba marcada por la actividad económica, pues se trabajaba desde la salida del sol hasta su puesta. La granja podía tener un edificio muy característico, el palomar. De estructura cilíndrica, en sus paredes había cientos de nichos, en los que se refugiaban las palomas. Además de las palomas, otros animales habitaban en las granjas. Vacas, cerdos, gallinas, mulas... aportaban alimento o fuerza bruta. Los pastores se encargaban de cuidar del ganado y de llevarlo a las tierras de pasto. Para que las ovejas no se escapasen, el pastor se ayudaba de un perro. En muchos lugares, el agua de los pozos se extraía con la ayuda de una noria, un invento antiquísimo utilizado por romanos y árabes. Hemos acabado nuestro viaje por el mundo medieval. Como hemos podido comprobar, la existencia podía resultar dura y difícil, pues la preocupación de la mayoría de la gente era conseguir alimentarse cada día y no contraer enfermedades. Sin embargo, no todo eran trabajo o temores, pues también existían momentos para la diversión y el esparcimiento. El mundo medieval, con sus luces y sombras, continúa, mil años después, despertando nuestro asombro.
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Las mentalidades, según Ariés, evolucionan a lo largo de la Edad Moderna movidas por tres hechos: a) los cambios en los cometidos del Estado, que instituye nuevas formas de estar en sociedad; b) nuevos tipos de religiosidad, que tienden hacia el intimismo; c) la creciente alfabetización y difusión de la cultura. Su acción combinada se traduce en una serie de transformaciones que acabarán convirtiéndose en estructuras coherentes y dando lugar a la separación definitiva entre el ámbito público y el privado, ocupado éste por la familia.
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A través de las fuentes escritas, las pinturas de las cerámicas o los relieves podemos conocer como era la vida cotidiana de los griegos, cómo vestían, cómo se divertían, dónde vivían, cuáles eran sus creencias, qué hacían las mujeres, cómo estaba constituida su sociedad, cómo era su arte, cualés eran sus pensamientos filosóficos, su literatura o sus ciencias. De esta manera conoceremos un poco más de cerca la verdadera vida de Grecia, alejándonos de las tradicionales batallas y enfrentamientos entre los diversos rivales.
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La vida privada en la Alta Edad Media estará caracterizada por el miedo al mundo exterior y en definitiva a la muerte. Es una etapa de angustias y temores ante los todavía recientes ataques bárbaros en los que la violencia ha sido la nota más significativa. Incluso la religión cristiana busca en el sufrimiento el sacrificio que permitirá al creyente alcanzar la vida eterna. Pero también encontramos muestras de amor, especialmente en la familia, ante las continuas amenazas procedentes del mundo exterior. Esa inseguridad, ese miedo a la amenaza, conducirá al feudalismo en los últimos años de esta etapa que vamos a conocer. La ciudad ha sido casi definitivamente abandonada para instalarse en el campo. La fragilidad de las rutas comerciales impiden la mayoría de las transacciones y, por lo tanto, es más fácil encontrar alimentos en el campo, produciéndolos uno mismo con absoluto sacrificio. Y como la preocupación por la defensa está presente, es preferible ceder nuestras tierras a un señor a cambio de protección. Estamos en el germen del régimen señorial que conducirá al feudalismo. Por desgracia no son numerosos los documentos y las fuentes que se refieren a esta vida cotidiana que aquí pretendemos conocer, pero en la medida de lo posible nos acercaremos a ellos para hacer más accesible al lector esta época que se nos antoja tan remota y que no es una etapa media entre el Mundo Antiguo y el Renacimiento, sino un momento de máxima importancia en la Historia de la Humanidad.
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Las sociedades americanas del siglo XVI presentan un cuadro abigarrado de tipos sociales, producto de la mezcla dolorosa de diferentes culturas y mentalidades. En la América que se empieza a configurar a partir de 1492 están presentes las tradiciones culturales nativas, con magníficos desarrollos especialmente en Mesoamérica y el área cultural Andina. El elemento español estará integrado por individuos procedentes de una sociedad fronteriza, herederos de la tradición guerrera y religiosa imperante en la Europa medieval, buscadores de fortuna en un Nuevo Mundo donde para ellos está todo por ganar. El tercer elemento, no menos importante, lo constituyen las ingentes cantidades de esclavos negros llevados forzosamente a trabajar en las minas y plantaciones americanas, cuyo aporte cultural penetrará soterradamente en las tradiciones americanas y dará lugar a manifestaciones de singular riqueza. La mezcla, con todas las variantes históricas y regionales posibles, consistirá en sociedades de síntesis, si bien con predominio del elemento que básicamente ostenta el poder, el blanco -español o criollo-. El inicio de este proceso hay que buscarlo en el siglo XVI.