El 7 de diciembre de 1941, la flota japonesa atacó a la norteamericana surta en Pearl Harbor. Muchos alemanes se dejaron contagiar por un entusiasmo infantil ante la noticia de la victoria japonesa en las Hawai: USA había entrado en guerra y, simultáneamente, había perdido su flota. La situación era muy beneficiosa para Alemania, que podía extender su actividad antisubmarina a todas las costas y mares, olvidándose del exquisito cuidado que hasta entonces había tenido con los buques USA. Pocos quisieron reflexionar entonces sobre la inmensa capacidad económica, industrial, tecnológica y humana de los Estados Unidos; la mayoría prefirió aplaudir el inmediato triunfo de los U-boots. Efectivamente, cuando Washington entró en guerra con Tokio, Berlín se declaró beligerante contra Washington. Una de sus primeras medidas fue ordenar a los submarinos que atacaran el tráfico norteamericano allí donde lo hallaran. Y donde éste era más denso y estaba más desprevenido era en las costas de los Estados Unidos. El jefe del arma submarina alemana, almirante Doenitz, contaba en diciembre de 1941 con 249 sumergibles, de los cuales 158 estaban en período de pruebas o adiestramiento de tripulaciones. Los 91 restantes se repartían: 23 en el Mediterráneo; 10 en el estrecho de Gibraltar o ante Noruega, -previniendo una posible invasión aliada, temor que angustiaba a Hitler- y 55 en el Atlántico. Esta última cifra, realmente la utilizable contra el tráfico marítimo de Gran Bretaña, era superior a la de un año antes, pero no desataba grandes optimismos en el mando alemán de sumergibles: debe tenerse en cuenta que al menos la mitad de ellos estaban siempre en reparación o en viaje de regreso a la base... Por tanto, y para todo el Atlántico, Doenitz podía contar con unos 27 submarinos continuamente operativos. En diciembre de 1941 despachó 5 sumergibles hacia las costas norteamericanas, con la orden de disparar tan sólo contra grandes mercantes y de eludir el choque con los buques de guerra enemigos. Iniciaron su cacería a mediados de enero de 1942 y rápidamente su actuación se convirtió en una carnicería... Las costas occidentales de los EEUU, con un tráfico inmenso de materias primas, mercancías y pasajeros, contaban para su protección con una docena de viejos buques y con un centenar de aviones, algunos muy anticuados. Las más elementales medidas de seguridad eran ignoradas: ciudades iluminadas, paseos con todas las luces encendidas, puertos en los que parecía medio día, buques con gallardetes y todos los focos iluminados... Los submarinistas alemanes estaban emocionados ante la situación e inciertos ante tanto blanco tentador... De la imprevisión norteamericana darán cumplida cuenta estos datos: entre el 13 de enero de 1942 -comienzo del ataque alemán- hasta el 14 de abril -fecha del primer hundimiento de un U- boote-, los alemanes hundieron más de 250 buques norteamericanos con un registro bruto superior a 1.200.000 toneladas, a cambio de un solo sumergible... Para que la comparación aguce la perspectiva, ha de decirse que en el mismo tiempo, junto a las costas británicas, los alemanes habían hundido apenas 100.000 toneladas y habían perdido 6 submarinos. Los tiburones de Doenitz forzaban su efectividad con la entrada en servicio de los primeros submarinos nodriza -las vacas lecheras, según la marinería de los U-boote-, que transportaban hasta las costas norteamericanas 700 toneladas de combustible, víveres y torpedos paró suministrar a 12 submarinos operativos al menos durante dos meses seguidos. Las pérdidas aliadas comenzaron a ser tan insoportables que Churchill ofreció algunos buques a la marina norteamericana para que remediara la situación y en marzo se permitió llamar la atención del propio presidente Roosevelt, que no le tomó muy en serio, replicándole que ocupase su aviación en destruir las bases de los submarinos alemanes, erradicando aquella amenaza... pero esto era empresa más difícil de lo que creían Roosevelt y Churchill: cuando los refugios submarinos estuvieren en construcción, hubiera sido posible interrumpir las obras a base de grandes bombardeos: a estas alturas de la guerra era imposible demoler las inmensas cubiertas de hasta dos capas de 3 metros de hormigón... A lo largo de 1942 y 1943 se lanzaron sobre ellos más de 20.000 toneladas de bombas, con nulos resultados.
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museo
Las colecciones del Victoria and Albert Museum son extensas y ricas, con objetos de todas las culturas donde la Commonwealth ejerció su dominio colonial. Así, encontraremos arte y artesanía de Europa y el Lejano Oriente, junto con varias salas dedicadas al famoso paisajista inglés John Constable. Las salas incluyen recorridos por el mueble y el arte inglés desde el siglo XVII hasta el XX. También la pintura europea está representada en este mismo período. Se ha querido separar, por su importancia en cantidad y calidad, la pintura del Renacimiento italiano. Existen secciones dedicadas a alfombras y tapices, pintura y arte gótico, arte indio, islámico, asiático, escultura, cerámica, instrumentos musicales, objetos de forja, objetos relacionados con la historia de la imprenta, una extensa y completa biblioteca especializada, etc. El Victoria and Albert Museum resulta sin duda uno de los más completos de Europa.
fuente
La Cruz de la Victoria -Victoria Cross- es la más alta condecoración condecida por la Monarquía británica por acciones de guerra a ciudadanos británicos y de la Commonwealth. Creada por Autorización Real el 29 de enero de 1856 para reconocer los méritos contraidos por los soldados de la Guerra de Crimea, podía recibirla cualquier soldado sin diferencia de rango ni cualquier otra circunstancia salvo sus méritos en el combate. Confeecionada con el bronce de los cañones tomados en Sebastopol durante la Guerra de Crimea, fue la misma reina Victoria quien eligió su diseño. Éste representa una cruz con la Cresta Real, que descansa sobre una voluta con la enseña "Para el valor". En el reverso se inscribe el nombre del condecorado y la unidad en que prestó el servicio. La fecha de acto se graba en la parte posterior de la cruz. Desde su creación, 1.350 veces ha sido concedido este máximo galardón. El condecorado más joven tenía 15 años, mientras que el mayor tenía 69. Cuatro civiles también fueron premiados, si bien nunca le ha sido concedida a una mujer. Tres personas la han recibido en dos ocasiones.
obra
Tras el sueño en el que se le apareció la señal de la Sagrada Cruz, Constantino decidió utilizar ese signo como abanderado de sus tropas, a modo de estandarte, delante de los soldados. Dio orden de ataque y envió sus ejércitos contra las tropas enemigas capitaneadas por Magencio, causando numerosos muertos y obligando a huir a los bárbaros que habían atravesado la orilla del Danubio. Tras esa batalla buscó entre los sacerdotes a qué dios pertenecía esa señal que le otorgó la victoria, encontrándola entre los cristianos. Piero ofrece una magnífica visión de la batalla en una de las paredes laterales de la capilla de Arezzo, muy deteriorada desgraciadamente con el paso del tiempo. En la zona derecha se sitúan las tropas romanas lideradas por su emperador, en cuyo rostro encontramos un acertado retrato del emperador bizantino Juan VIII Paleólogo, si nos atenemos a una medalla ejecutada por Pisanello que se encuentra en el Louvre con motivo de la celebración del Concilio Ecuménico entre las Iglesias occidental y oriental en la ciudad de Florencia en el año 1439. Este parecido sirve a algunos especialistas para tomar la imagen como una simbiosis de ambas Iglesias cristianas reunidas en tierras florentinas, presente Piero en aquel momento en la capital de la Toscana. La representación de la fisonomía del emperador de Oriente en la faz del emperador romano es un síntoma claro de esa unión. En los caballos y la disposición de las figuras se aprecia una evidente influencia de Paolo Ucello, adquiriendo cierta teatralidad la composición. Un fuerte foco de luz ilumina a los personajes, que se presentan en diversas actitudes y posturas, abundando la representación frontal. La expresividad de esos hombres en la batalla sigue siendo el principal inconveniente de Piero, que sale airoso en la perspectiva - a través del Danubio, cuyas aguas serpenteantes y cristalinas mejor se corresponden al valle alto del Tiber donde el artista residió - y en las anatómicas y escultóricas figuras, resaltadas por el empleo de un dibujo preciso y un colorido muy variado, que recuerda a Masaccio.
obra
Sea quien fuere en realidad el autor de la Victoria de Samotracia, lo cierto, sin lugar a dudas, es que en ella contemplamos una de las cumbres de la plástica griega. Debió de ser donada por los rodios al santuario de Samotracia a raíz de la victoria naval que obtuvieron en Side frente a Antíoco III de Siria (190 a. C.), y que les supuso, además del control de amplias comarcas en Caria y Licia, la alianza de numerosas ciudades e islas próximas. La obra estuvo al nivel del acontecimiento que conmemoraba: la estructura ondulante, ascendente, de la figura; sus finísimas telas pegadas por el viento al cuerpo, creando un efecto que supera incluso en fuerza y realismo los pliegues mojados de Fidias o Timoteo; la vibración del aire marino que se siente en toda la superficie, creando remolinos y sacudiendo las propias plumas de las alas, todo ello se completaba, para acrecentar aún más el efecto teatral de la obra, con un entorno ambientador: colocada sobre su nave, la figura aparecía en un templete, como metida en una hornacina y destacando sobre un fondo oscuro; y delante de ella, al pie de la proa, se abría un estanque del que surgían rocas y por el que corrían cascadas de agua. Magnífica fusión de escultura y naturaleza que difícilmente hallaremos en el arte griego anterior, y que nadie sabrá explotar después mejor que los propios rodios.
contexto
Adolf Hitler había ordenado, al ver la opción que se le ofrecía: "Ese absceso de Anzio debe eliminarse sin piedad". En la cabeza de puente, los aliados seguían convertidos en topos y más que nadie, un paralizado Lucas, enterrado física y mentalmente con sus oficiales en los refugios de Nettuno.Ante un desconsolador comentario frente al almirante Andrew Cunningham, recibió la fría respuesta de éste. "Si piensa así todos los días, más le valdría dimitir ahora mismo".Cuando el más activo de los jefes ingleses, Penney, recababa informes sobre la situación y las posibilidades de ruptura, de la pesada atmósfera del cuartel general del 6.° Cuerpo le llegaban respuestas como ésta: "Haga lo que quiera. Nosotros sabemos tanto como usted".Penney volvía entonces a la superficie para encontrarse con que uno de sus regimientos preferidos, el Royal Berkshire, defensor de la Fossa di Carrocetto junto con el animoso 504 Regimiento aerotransportado americano, le pasaba un estadillo con 39 nombres. Era todo lo que quedaba con vida.Uno tras otro, la elite de los mejores cuadros ingleses, los Scots Guards, Kings Shropshire y el London Irish, fueron lanzados al tumulto y devueltos hechos jirones. Los alemanes pusieron todo su empeño en convertir la cabeza de Anzio en una calavera.Dos regimientos acorazados, el 1027.° y el 1028.° Panzergrenadier, junto con la Panzer Lehr, una unidad de reclutamiento compuesta por nazis convencidos, lanzaron sucesivos ataques contra la zona defendida por la 45 División americana de Eagles, sobre el sangriento Fosso della Moletta cayó el fuego de 452 cañones que demolió las defensas británicas.Frente a Carrocetto, los americanos de la 3.? División, aunque reducidos al mínimo, lograron contener la avalancha. Los cañones disparaban a cero, en primera línea junto a los infantes. En un torbellino de carros, antitanques y soldados destrozándose entre sí y a quemarropa, los fanáticos de la División Lher terminaron por ceder la presa.Toda la aviación aliada que volaba sobre Cassino se desplazó desesperadamente sobre Anzio. A la vez, y ante una situación próxima a la catástrofe, Alexander conminó a Clark para que "hiciese algo con el mando subterráneo de Lucas".Los ingleses no tenían ninguna confianza en aquel hombre. Por encima de la gravedad del momento, Clark replicó que sus comandantes de División confiaban aún menos en el británico Penney.En medio de una gran tensión, Clark terminó por destituir a Lucas, "aunque sin pretender ofenderle, naturalmente". Truscott, el correoso jefe de la 3.? División, fue elegido para "hacerse cargo del paquete".Por la noche, los alemanes insistieron de nuevo, amparados por un ataque en cuña de 60 carros, delante de la 75.? División de Infantería. Los americanos efectuaron un nuevo repliegue a plena luz del día, bajo el acoso esta vez de 35 bombarderos JU-88 y HE-111 de la Luftwaffe.Las pérdidas fueron enormes. Los hombres de Mackensen habían abierto una brecha de 3 kilómetros de anchura por 1, 5 kilómetros de profundidad.Toda la aviación de Italia se concentró virtualmente en Anzio. O el arma aérea contenía a los alemanes en la zona de Campo Leone y Carroceto o los aliados serían arrojados al mar.Fue uno de los bombarderos más intensos de toda la guerra. Haciendo a su vez un desprecio absoluto de vidas, las filas germanas pasaron decididamente al ataque.El impresionante forcejeo de las dos grandes masas de combatientes prosiguió durante todo el día 18 y la mañana del 19, en que los hombres del Royal Fusiliers, la última reserva aliada, quedó aniquilada.La artillería americana, de espaldas al agua, lanzó un angustioso fuego de barrera con todas las piezas disparando a discreción y sin preocuparse de la cadencia de tiro, sobre el terreno conocido como La Pasarela, mientras cocineros, oficinistas y hasta los heridos menos graves empuñaban sus armas y formaban una endeble línea de resistencia.Entonces sucedió lo inesperado: los alemanes se replegaron rápidamente en pequeños grupos hacia Carroceto, envuelto en humo y llamas. Unos y otros habían llegado más allá de sus fuerzas, quedándose en un punto muerto. Y esto al menos era cierto, el terreno estaba cubierto por cientos de cuerpos inidentificables.Luego de un último intento el 29 de febrero los alemanes desistieron finalmente (10). Churchill escribiría después: "En lugar de echar un gato salvaje a las playas de Anzio, todo lo que se había conseguido era hacer que acabara así una ballena varada".
contexto
Cuando alboreaba el siglo XVI, el mundo mediterráneo era codiciado por las potencias de la zona; por un lado, allí dirimían su hegemonía las civilizaciones de la Cristiandad y el Islam; por otro, también litigaban en ese área las distintas formaciones políticas dentro de cada bloque religioso y cultural: la pugna hispano-francesa en el cristiano y la lucha turco-mameluca en el musulmán. En este caldo de cultivo beligerante y fronterizo menudearon esforzadas empresas como la que protagonizó en Cefalonia Gonzalo Fernández de Córdoba, que estaba labrándose su leyenda de Gran Capitán. Este movimiento en el tablero de ajedrez de la política internacional lo efectuó Fernando el Católico, quien había pasado a dirigir los asuntos exteriores después de la "unión de Coronas" de Castilla y Aragón, con la doble intención de responder a los enemigos francés y turco. El monarca español estaba pergeñando un plan para deponer al rey de Nápoles, don Fadrique, y repartirse el territorio con Luis XII de Francia (rey desde 1498 a 1515). Respecto al sultán Bayaceto, tenía que mantener el pulso después de la conquista otomana de los enclaves venecianos de Corfú y Modón para frenar su ímpetu expansionista. De resultas, el Rey Católico había mandado aparejar una gruesa armada en Málaga, compuesta por sesenta naves, cuatro mil peones y seiscientos jinetes de desembarco y capitaneada por Gonzalo Fernández de Córdoba, con instrucciones secretas "para obrar según las circunstancias y los sucesos -como nos relata el cronista-, ya para poner el reino de Sicilia a cubierto de cualquier hostilidad por parte del francés, ya para mostrar que estaba pronto a auxiliar la república de Venecia contra los turcos". Pertrechóse la escuadra para la ocasión y alistáronse los más prestigiosos militares para tan afamadas jornadas venideras: Gonzalo Pizarro, padre del futuro conquistador del Perú; Diego García de Paredes, cuyas demostraciones de fuerza y extraordinarias hazañas engrosarán el romancero; Pedro Navarro, el Roncalés, héroe en Berbería y tornadizo en Italia; Diego de Mendoza, hijo del Gran Cardenal de España, y otros personajes del mismo tenor. La expedición zarpó del puerto malacitano en mayo de 1500 y al echar el áncora en Mesina se le sumaron las naves venecianas al mando de Benito Pésaro. Llegado el momento de optar dentro de los objetivos de la estrategia fernandina, las órdenes reales se inclinaron por acudir al encuentro de los otomanos en el archipiélago de las Jónicas, porque se satisfacían las expectativas cruzadas de los príncipes cristianos con el Papa a la cabeza y sus proyectos de "Ligas Santas" y se daba ejemplo de fidelidad cristiana al bastardo don Fadrique de Nápoles, que había pedido auxilio a la Sublime Puerta ante su inminente destitución. Al no acudir a tiempo al socorro de Corfú y Modón, se escogió como destino recuperar el fuerte de San Jorge en la ciudad insular de Cefalonia, defendida por setecientos turcos, los más pertenecientes al cuerpo de jenízaros, bien armados y parapetados tras sólidos muros reforzados por su situación sobre una escarpada roca. La lucha fue sin cuartel, con numerosas bajas por ambos bandos, y en la victoria de los expedicionarios fue decisivo el empleo de la artillería y de los minadores cristianos. Por fin después de una cincuentena larga de jornadas de asedio los coaligados dieron el asalto general hasta rendir la plaza y restituirla de nuevo al pendón de San Marcos, que simbolizaba la soberanía veneciana. La fama castrense y el talante liberal del Gran Capitán, vencedor del Gran Turco, recorrieron toda la Cristiandad. Máxime cuando la Serenísima República de Venecia inscribió su nombre en el libro de oro de los nobles venecianos, obsequiándole con lujosos presentes -plata, sedas, caballos, etc.-, a los que renunció remitiéndole a Su Majestad "para que sus competidores, aunque fuesen más galanes, no pudiesen a lo menos ser más gentiles-hombres que él".
Personaje
Militar
Político
Participó en las luchas por la independencia en compañía de Hidalgo, Morelos y Guerrero, adhiriéndose al Plan de Iguala. Tomó parte en el derrocamiento de Iturbide y fue elegido presidente de México en 1824. Consiguió establecer un precario equilibrio entre las diversas opciones políticas e intentó recuperar la economía protegiendo el mercado interior, obteniendo un negativo resultado. Expulsó a los españoles del país y abolió la esclavitud. Tras finalizar su mandato en 1829, abandonó la política.