Busqueda de contenidos
museo
Las colecciones del Victoria and Albert Museum son extensas y ricas, con objetos de todas las culturas donde la Commonwealth ejerció su dominio colonial. Así, encontraremos arte y artesanía de Europa y el Lejano Oriente, junto con varias salas dedicadas al famoso paisajista inglés John Constable. Las salas incluyen recorridos por el mueble y el arte inglés desde el siglo XVII hasta el XX. También la pintura europea está representada en este mismo período. Se ha querido separar, por su importancia en cantidad y calidad, la pintura del Renacimiento italiano. Existen secciones dedicadas a alfombras y tapices, pintura y arte gótico, arte indio, islámico, asiático, escultura, cerámica, instrumentos musicales, objetos de forja, objetos relacionados con la historia de la imprenta, una extensa y completa biblioteca especializada, etc. El Victoria and Albert Museum resulta sin duda uno de los más completos de Europa.
fuente
La Cruz de la Victoria -Victoria Cross- es la más alta condecoración condecida por la Monarquía británica por acciones de guerra a ciudadanos británicos y de la Commonwealth. Creada por Autorización Real el 29 de enero de 1856 para reconocer los méritos contraidos por los soldados de la Guerra de Crimea, podía recibirla cualquier soldado sin diferencia de rango ni cualquier otra circunstancia salvo sus méritos en el combate. Confeecionada con el bronce de los cañones tomados en Sebastopol durante la Guerra de Crimea, fue la misma reina Victoria quien eligió su diseño. Éste representa una cruz con la Cresta Real, que descansa sobre una voluta con la enseña "Para el valor". En el reverso se inscribe el nombre del condecorado y la unidad en que prestó el servicio. La fecha de acto se graba en la parte posterior de la cruz. Desde su creación, 1.350 veces ha sido concedido este máximo galardón. El condecorado más joven tenía 15 años, mientras que el mayor tenía 69. Cuatro civiles también fueron premiados, si bien nunca le ha sido concedida a una mujer. Tres personas la han recibido en dos ocasiones.
obra
Tras el sueño en el que se le apareció la señal de la Sagrada Cruz, Constantino decidió utilizar ese signo como abanderado de sus tropas, a modo de estandarte, delante de los soldados. Dio orden de ataque y envió sus ejércitos contra las tropas enemigas capitaneadas por Magencio, causando numerosos muertos y obligando a huir a los bárbaros que habían atravesado la orilla del Danubio. Tras esa batalla buscó entre los sacerdotes a qué dios pertenecía esa señal que le otorgó la victoria, encontrándola entre los cristianos. Piero ofrece una magnífica visión de la batalla en una de las paredes laterales de la capilla de Arezzo, muy deteriorada desgraciadamente con el paso del tiempo. En la zona derecha se sitúan las tropas romanas lideradas por su emperador, en cuyo rostro encontramos un acertado retrato del emperador bizantino Juan VIII Paleólogo, si nos atenemos a una medalla ejecutada por Pisanello que se encuentra en el Louvre con motivo de la celebración del Concilio Ecuménico entre las Iglesias occidental y oriental en la ciudad de Florencia en el año 1439. Este parecido sirve a algunos especialistas para tomar la imagen como una simbiosis de ambas Iglesias cristianas reunidas en tierras florentinas, presente Piero en aquel momento en la capital de la Toscana. La representación de la fisonomía del emperador de Oriente en la faz del emperador romano es un síntoma claro de esa unión. En los caballos y la disposición de las figuras se aprecia una evidente influencia de Paolo Ucello, adquiriendo cierta teatralidad la composición. Un fuerte foco de luz ilumina a los personajes, que se presentan en diversas actitudes y posturas, abundando la representación frontal. La expresividad de esos hombres en la batalla sigue siendo el principal inconveniente de Piero, que sale airoso en la perspectiva - a través del Danubio, cuyas aguas serpenteantes y cristalinas mejor se corresponden al valle alto del Tiber donde el artista residió - y en las anatómicas y escultóricas figuras, resaltadas por el empleo de un dibujo preciso y un colorido muy variado, que recuerda a Masaccio.
obra
Sea quien fuere en realidad el autor de la Victoria de Samotracia, lo cierto, sin lugar a dudas, es que en ella contemplamos una de las cumbres de la plástica griega. Debió de ser donada por los rodios al santuario de Samotracia a raíz de la victoria naval que obtuvieron en Side frente a Antíoco III de Siria (190 a. C.), y que les supuso, además del control de amplias comarcas en Caria y Licia, la alianza de numerosas ciudades e islas próximas. La obra estuvo al nivel del acontecimiento que conmemoraba: la estructura ondulante, ascendente, de la figura; sus finísimas telas pegadas por el viento al cuerpo, creando un efecto que supera incluso en fuerza y realismo los pliegues mojados de Fidias o Timoteo; la vibración del aire marino que se siente en toda la superficie, creando remolinos y sacudiendo las propias plumas de las alas, todo ello se completaba, para acrecentar aún más el efecto teatral de la obra, con un entorno ambientador: colocada sobre su nave, la figura aparecía en un templete, como metida en una hornacina y destacando sobre un fondo oscuro; y delante de ella, al pie de la proa, se abría un estanque del que surgían rocas y por el que corrían cascadas de agua. Magnífica fusión de escultura y naturaleza que difícilmente hallaremos en el arte griego anterior, y que nadie sabrá explotar después mejor que los propios rodios.
contexto
Adolf Hitler había ordenado, al ver la opción que se le ofrecía: "Ese absceso de Anzio debe eliminarse sin piedad". En la cabeza de puente, los aliados seguían convertidos en topos y más que nadie, un paralizado Lucas, enterrado física y mentalmente con sus oficiales en los refugios de Nettuno.Ante un desconsolador comentario frente al almirante Andrew Cunningham, recibió la fría respuesta de éste. "Si piensa así todos los días, más le valdría dimitir ahora mismo".Cuando el más activo de los jefes ingleses, Penney, recababa informes sobre la situación y las posibilidades de ruptura, de la pesada atmósfera del cuartel general del 6.° Cuerpo le llegaban respuestas como ésta: "Haga lo que quiera. Nosotros sabemos tanto como usted".Penney volvía entonces a la superficie para encontrarse con que uno de sus regimientos preferidos, el Royal Berkshire, defensor de la Fossa di Carrocetto junto con el animoso 504 Regimiento aerotransportado americano, le pasaba un estadillo con 39 nombres. Era todo lo que quedaba con vida.Uno tras otro, la elite de los mejores cuadros ingleses, los Scots Guards, Kings Shropshire y el London Irish, fueron lanzados al tumulto y devueltos hechos jirones. Los alemanes pusieron todo su empeño en convertir la cabeza de Anzio en una calavera.Dos regimientos acorazados, el 1027.° y el 1028.° Panzergrenadier, junto con la Panzer Lehr, una unidad de reclutamiento compuesta por nazis convencidos, lanzaron sucesivos ataques contra la zona defendida por la 45 División americana de Eagles, sobre el sangriento Fosso della Moletta cayó el fuego de 452 cañones que demolió las defensas británicas.Frente a Carrocetto, los americanos de la 3.? División, aunque reducidos al mínimo, lograron contener la avalancha. Los cañones disparaban a cero, en primera línea junto a los infantes. En un torbellino de carros, antitanques y soldados destrozándose entre sí y a quemarropa, los fanáticos de la División Lher terminaron por ceder la presa.Toda la aviación aliada que volaba sobre Cassino se desplazó desesperadamente sobre Anzio. A la vez, y ante una situación próxima a la catástrofe, Alexander conminó a Clark para que "hiciese algo con el mando subterráneo de Lucas".Los ingleses no tenían ninguna confianza en aquel hombre. Por encima de la gravedad del momento, Clark replicó que sus comandantes de División confiaban aún menos en el británico Penney.En medio de una gran tensión, Clark terminó por destituir a Lucas, "aunque sin pretender ofenderle, naturalmente". Truscott, el correoso jefe de la 3.? División, fue elegido para "hacerse cargo del paquete".Por la noche, los alemanes insistieron de nuevo, amparados por un ataque en cuña de 60 carros, delante de la 75.? División de Infantería. Los americanos efectuaron un nuevo repliegue a plena luz del día, bajo el acoso esta vez de 35 bombarderos JU-88 y HE-111 de la Luftwaffe.Las pérdidas fueron enormes. Los hombres de Mackensen habían abierto una brecha de 3 kilómetros de anchura por 1, 5 kilómetros de profundidad.Toda la aviación de Italia se concentró virtualmente en Anzio. O el arma aérea contenía a los alemanes en la zona de Campo Leone y Carroceto o los aliados serían arrojados al mar.Fue uno de los bombarderos más intensos de toda la guerra. Haciendo a su vez un desprecio absoluto de vidas, las filas germanas pasaron decididamente al ataque.El impresionante forcejeo de las dos grandes masas de combatientes prosiguió durante todo el día 18 y la mañana del 19, en que los hombres del Royal Fusiliers, la última reserva aliada, quedó aniquilada.La artillería americana, de espaldas al agua, lanzó un angustioso fuego de barrera con todas las piezas disparando a discreción y sin preocuparse de la cadencia de tiro, sobre el terreno conocido como La Pasarela, mientras cocineros, oficinistas y hasta los heridos menos graves empuñaban sus armas y formaban una endeble línea de resistencia.Entonces sucedió lo inesperado: los alemanes se replegaron rápidamente en pequeños grupos hacia Carroceto, envuelto en humo y llamas. Unos y otros habían llegado más allá de sus fuerzas, quedándose en un punto muerto. Y esto al menos era cierto, el terreno estaba cubierto por cientos de cuerpos inidentificables.Luego de un último intento el 29 de febrero los alemanes desistieron finalmente (10). Churchill escribiría después: "En lugar de echar un gato salvaje a las playas de Anzio, todo lo que se había conseguido era hacer que acabara así una ballena varada".
contexto
Cuando alboreaba el siglo XVI, el mundo mediterráneo era codiciado por las potencias de la zona; por un lado, allí dirimían su hegemonía las civilizaciones de la Cristiandad y el Islam; por otro, también litigaban en ese área las distintas formaciones políticas dentro de cada bloque religioso y cultural: la pugna hispano-francesa en el cristiano y la lucha turco-mameluca en el musulmán. En este caldo de cultivo beligerante y fronterizo menudearon esforzadas empresas como la que protagonizó en Cefalonia Gonzalo Fernández de Córdoba, que estaba labrándose su leyenda de Gran Capitán. Este movimiento en el tablero de ajedrez de la política internacional lo efectuó Fernando el Católico, quien había pasado a dirigir los asuntos exteriores después de la "unión de Coronas" de Castilla y Aragón, con la doble intención de responder a los enemigos francés y turco. El monarca español estaba pergeñando un plan para deponer al rey de Nápoles, don Fadrique, y repartirse el territorio con Luis XII de Francia (rey desde 1498 a 1515). Respecto al sultán Bayaceto, tenía que mantener el pulso después de la conquista otomana de los enclaves venecianos de Corfú y Modón para frenar su ímpetu expansionista. De resultas, el Rey Católico había mandado aparejar una gruesa armada en Málaga, compuesta por sesenta naves, cuatro mil peones y seiscientos jinetes de desembarco y capitaneada por Gonzalo Fernández de Córdoba, con instrucciones secretas "para obrar según las circunstancias y los sucesos -como nos relata el cronista-, ya para poner el reino de Sicilia a cubierto de cualquier hostilidad por parte del francés, ya para mostrar que estaba pronto a auxiliar la república de Venecia contra los turcos". Pertrechóse la escuadra para la ocasión y alistáronse los más prestigiosos militares para tan afamadas jornadas venideras: Gonzalo Pizarro, padre del futuro conquistador del Perú; Diego García de Paredes, cuyas demostraciones de fuerza y extraordinarias hazañas engrosarán el romancero; Pedro Navarro, el Roncalés, héroe en Berbería y tornadizo en Italia; Diego de Mendoza, hijo del Gran Cardenal de España, y otros personajes del mismo tenor. La expedición zarpó del puerto malacitano en mayo de 1500 y al echar el áncora en Mesina se le sumaron las naves venecianas al mando de Benito Pésaro. Llegado el momento de optar dentro de los objetivos de la estrategia fernandina, las órdenes reales se inclinaron por acudir al encuentro de los otomanos en el archipiélago de las Jónicas, porque se satisfacían las expectativas cruzadas de los príncipes cristianos con el Papa a la cabeza y sus proyectos de "Ligas Santas" y se daba ejemplo de fidelidad cristiana al bastardo don Fadrique de Nápoles, que había pedido auxilio a la Sublime Puerta ante su inminente destitución. Al no acudir a tiempo al socorro de Corfú y Modón, se escogió como destino recuperar el fuerte de San Jorge en la ciudad insular de Cefalonia, defendida por setecientos turcos, los más pertenecientes al cuerpo de jenízaros, bien armados y parapetados tras sólidos muros reforzados por su situación sobre una escarpada roca. La lucha fue sin cuartel, con numerosas bajas por ambos bandos, y en la victoria de los expedicionarios fue decisivo el empleo de la artillería y de los minadores cristianos. Por fin después de una cincuentena larga de jornadas de asedio los coaligados dieron el asalto general hasta rendir la plaza y restituirla de nuevo al pendón de San Marcos, que simbolizaba la soberanía veneciana. La fama castrense y el talante liberal del Gran Capitán, vencedor del Gran Turco, recorrieron toda la Cristiandad. Máxime cuando la Serenísima República de Venecia inscribió su nombre en el libro de oro de los nobles venecianos, obsequiándole con lujosos presentes -plata, sedas, caballos, etc.-, a los que renunció remitiéndole a Su Majestad "para que sus competidores, aunque fuesen más galanes, no pudiesen a lo menos ser más gentiles-hombres que él".
Personaje
Militar
Político
Participó en las luchas por la independencia en compañía de Hidalgo, Morelos y Guerrero, adhiriéndose al Plan de Iguala. Tomó parte en el derrocamiento de Iturbide y fue elegido presidente de México en 1824. Consiguió establecer un precario equilibrio entre las diversas opciones políticas e intentó recuperar la economía protegiendo el mercado interior, obteniendo un negativo resultado. Expulsó a los españoles del país y abolió la esclavitud. Tras finalizar su mandato en 1829, abandonó la política.
Personaje
Político
Hija de Eduardo, duque de Kent, cuarto hijo del rey Jorge III, y de la princesa alemana Victoria de Sajonia-Coburgo, estaba emparentada con las casa reales de Alemania, Rumanía, Suecia, Dinamarca, Noruega y Bélgica, con lo que muchas veces durante su reinado las disputas territoriales con esos países eran consideradas por Victoria I como meros enfrentamientos familiares. Bautizada como Alejandrina Victoria, quedó huérfana de padre con cuatro años de edad, recayendo su educación en su madre. De ésta recibió y de su institutriz, la baronesa de Lehzen, recibió una educación tan esmerada como estricta. De su madre heredó, además, un carácter afectuoso y sensible, una gran inteligencia y un gusto por la independencia y la capacidad de decisión, que más tarde resultarán cruciales en sus relaciones con los políticos de la época. A la muerte de su abuelo Jorge III, el mismo año que su padre, ya se sabe que Victoria será la próxima reina de Inglaterra, pues ninguno de sus tíos -Jorge IV y Guillermo IV, tenía descendencia. Conocido el hecho por Victoria, apenas con diez años de edad, dio muestras de su carácter resuelto al exclamar que sería una buena reina en el futuro. La educación procurada por su madre, si bien será muy provechosa a lo largo de su reinado, acabó por deteriorar las relaciones entre ambas, generando un distanciamiento que se hará más patente cuando Victoria ocupe el trono. En 1837, horas después de morir su tío Guillermo IV, el arzobispo de Canterbury le transmite la noticia de su proclamación como reina. Su coronación tendrá lugar en la abadía de Westminster el 28 de junio de 1838. Se espera de Victoria, de dieciocho años, que acabe con largos años de decadencia de la institución monárquica en Inglaterra, debilitada por los reinados de Jorge III (1760-1820), Jorge IV (1820-1830) y Guillermo IV (1830-1837). Durante este tiempo, Inglaterra ha sufrido los devaneos e inestabilidad procurados por un rey enfermo de demencia (Jorge III), ha perdido las colonias americanas, ha sufrido graves escándalos a cargo de Jorge IV y ha visto tímidos intentos de recuperación de la institución monárquica por parte de Guillermo IV. Todo ello en el contexto de una Europa en convulsión, que ve aparecer poderes emergentes (Alemania) y cuestionar la legitimidad de otras rancias monarquías (Revolución francesa y episodios liberales). Cuando la joven Victoria es coronada, la política inglesa está dominada por William Lamb, vizconde de Melbourne, primer ministro desde 1935. Se trata de un gobernante eficaz, sólido e inteligente, del agrado de la reina. Ello hace que los primeros años del mandato de Victoria esta se muestre algo alejada de los asuntos de gobierno, despreocupada de las vicisitudes de la vida política cotidiana. Se hace acompañar, eso sí, por damas que comparten la ideología "whig" (liberal) del primer ministro, confiando en que su mandato será largo y estable. Sin embargo, diversos reveses parlamentarios sufridos por Melbourne le hacen dimitir, pasando los "tories", con Robert Peel a la cabeza, a controlar el gobierno inglés. Es entonces cuando Victoria decide inmiscuirse personalmente en la política del país, pues no son de su agrado los modales y el carácter de Peel, que considera demasiado hoscos. Se produce así la primera crisis política de su reinado, al negarse a aceptar la llegada de Peel al poder. La situación se resuelve mediante arduas negociaciones, que hacen volver a Melbourne y restablecerse, momentáneamente, la situación anterior. El 10 de febrero de 1840 Victoria se casó con el príncipe alemán Alberto de Sajonia-Coburgo, lo que en principio despierta los recelas los recelos del pueblo inglés ante la entrada en el trono de un personaje extranjero. El carácter de Alberto, inteligente y exquisito, y su figura apuesta, acaban sin embargo por ganarle la confianza del pueblo. La relación con Victoria, en el mismo sentido, era excelente. No en vano, Alberto era uno de los pocos hombres con los que Victoria había podido relacionarse en su juventud, además del primero con quien había podido hablar a solas. La boda significó una muestra más del carácter decidido de Victoria, al celebrase pese a las suspicacias y oposiciones suscitadas. El papel que el príncipe consorte iba a desempeñar desde su llegada al trono iba a ser fundamental para Victoria, pues se ganó por completo su confianza y admiración. Fue así como la veneración que la reina sentía por Melbourne iba siendo paulatinamente sustituida por la que sentía hacia su marido, confiando en él como consejero político. Gracias a ello, la vuelta al poder de Peel en 1841 no significó un trauma para Victoria, como sucedió la vez anterior. Apoyada en su marido, la reina experimentó un cambio en sus sentimientos hacia los conservadores, aproximándose cada vez más a sus postulados políticos. Las disputas con los gobiernos "tories" fueron cada vez menores, lo que no ocurrirá con los gabinetes liberales posteriores de lord Russell y lord Palmerston. El reparto de funciones de la pareja real funcionará a la perfección, creando un modelo de comportamiento político que restaurará el prestigio de la monarquía inglesa entre sus súbditos y el resto de gobernantes europeos. El príncipe Alberto será instituido como príncipe consorte, siendo las decisiones tomadas de mutuo acuerdo entre ambos esposos. Político fino, dotado de gran inteligencia para los asuntos de estado, Alberto supondrá un apoyo considerable para Victoria. Además, el respeto a la institución parlamentaria acabará por restaurar el prestigio del trono inglés, perdido por la acción de los monarcas anteriores. Nueve hijos, de ellos cuatro varones, asegurarán la sucesión y serán una herramienta política de primer orden mediante la concertación de sus matrimonios con miembros de otras casas reales. Sin embargo, la situación de estabilidad y armonía sólo durará unos cuantos años. En 1856 Alberto comienza a manifestar síntomas de la enfermedad que acabará con su vida algún tiempo después. Un año más tarde la reina decide oficializar el título de príncipe consorte, para que Alberto pueda gozar de derechos que no le son reconocidos al no ser ciudadano inglés. Finalmente, 1861 se convierte en el "annus horribilis" de Victoria, al fallecer su madre en marzo y en diciembre su esposo, víctima del tifus. Esta última muerte, no por menos esperada, supone para la reina el acontecimiento más doloroso de su vida. Desde entonces, viste siempre de negro, en recuerdo de su marido, se hace acompañar constantemente de su fotografía, y manda al servicio disponer a diario la ropa limpia de Alberto. A pesar de ello, una vez más da Victoria muestras de su carácter decidido y luchador, al no dejarse abatir por el dolor sufrido y dedicarse de pleno a trabajar por su país y la monarquía. Aunque restringe sus apariciones públicas, desde el trono contribuye como nadie antes a afianzar el prestigio de la monarquía, ejerciendo un papel de referencia para el pueblo inglés, modelo de los valores que Victoria quiere impregnar. Su rígida educación se manifiesta ahora en su máximo esplendor: la moral estricta, el afán por el trabajo, el "common sense" (sentido común), la seguridad, el patriotismo, la religiosidad, el liberalismo económico y político. Sin duda en sintonía con los acontecimientos de la época, monarca de la Inglaterra de la Segunda Revolución industrial, los valores que Victoria encarna encajan perfectamente en la mentalidad inglesa del siglo XIX, en el encumbramiento de una burguesía tradicionalista, educada en sólidos valores religiosos y culturales, amante del trabajo, la superación y el prestigio social. Victoria devuelve como un espejo la imagen que la sociedad decimonónica inglesa tiene de sí misma: una sociedad fuerte, hegemónica en el conjunto de naciones, políticamente estable y económicamente puntera. La Inglaterra victoriana se siente en la cumbre del mundo y de la historia. No en vano, el desarrollo económico alcanzado no tiene parangón en ningún otro país ni época, y domina territorios como La India, Australia, parte del Canadá, casi la mitad de África. A los puertos ingleses llegan productos de todo el mundo, gracias a la marina mercante más potente que existe. Por si fuera poco, la vieja y confiada Inglaterra observa a salvo los desórdenes que se suceden el exterior, como el pujante ascenso de los nacionalismos que comienzan a minar las estructuras de imperios como el ruso, el austro-húngaro o el otomano, manejando hábilmente la política internacional en su propio beneficio, alejada de las disputas entre Francia y Alemania que dominan las relaciones internacionales en Europa a finales del siglo XIX o los manejos de Bismarck para lograr el control continental. Son años de esplendor, en los que Victoria domina un imperio y ejerce su ascendencia y capacidad de influencia sobre el resto de monarquías europeas. Aunque algo alejada de la política cotidiana, la sintonía con el conservador Disraeli le hace participar algo más de los asuntos públicos. Son años en que se acrecienta aun más su poder y prestigio, siendo coronada (1877) como emperatriz de la India. Por si fuera poco, la decisión de Disraeli de comprar para Inglaterra las acciones del Canal de Suez permiten a Inglaterra observar un dominio absoluto sobre todos los mares. En África, la expansión inglesa continúa imparable, gracias a la labor de exploradores como Livingstone, Stanley y otros, que hacen sumar territorios como Zambeze, en 1890, iniciando el camino hacia las anexiones de Zanzíbar, Nigeria y el Transvaal (1902). En Australia, se completa el dominio sobre la inmensa isla continente, configurando el Commonwelth australiano. La política interior de la reina, supervisada por ella misma y dirigida por personajes como los ya citados Melbourne, Peel, Russell, Palmerston, Disraeli y Gladstone, avanza hacia un establecimiento pleno del liberalismo económico y político, que hace llegar la participación política a amplias capas de la población. Del juego político, en el que también participan partidos radicales, surgen reformas electorales y medidas políticas cuyo objetivo último es mantener la estabilidad del sistema y de las instituciones. Así, se afrontan problemas antiguos como el nacionalismo irlandés o las reivindicaciones obreras, surgidas éstas del profundo proceso de industrialización experimentado por Inglaterra, con medidas como la concesión de una mayor autonomía para Irlanda o la legalización de los primeros sindicatos modernos. Son años de esplendor que harán también florecer las ciencias, las artes y las letras, con figuras de la talla de Kipling, Yeats, Wilde, Faraday, etc. La longitud extraordinaria de su reinado dio a Inglaterra una estabilidad de la que no había disfrutado en mucho tiempo. Por eso, cuando falleció el 22 de enero de 1901, muchos de súbditos vieron morir a una monarca que estaba en el trono desde antes de que ellos mismo hubieran nacido, y que manejó las riendas de su nación justo en un período en el que alcanzó a ser la mayor potencia económica y política del mundo.