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Personaje Político
Hija de Eduardo, duque de Kent, cuarto hijo del rey Jorge III, y de la princesa alemana Victoria de Sajonia-Coburgo, estaba emparentada con las casa reales de Alemania, Rumanía, Suecia, Dinamarca, Noruega y Bélgica, con lo que muchas veces durante su reinado las disputas territoriales con esos países eran consideradas por Victoria I como meros enfrentamientos familiares. Bautizada como Alejandrina Victoria, quedó huérfana de padre con cuatro años de edad, recayendo su educación en su madre. De ésta recibió y de su institutriz, la baronesa de Lehzen, recibió una educación tan esmerada como estricta. De su madre heredó, además, un carácter afectuoso y sensible, una gran inteligencia y un gusto por la independencia y la capacidad de decisión, que más tarde resultarán cruciales en sus relaciones con los políticos de la época. A la muerte de su abuelo Jorge III, el mismo año que su padre, ya se sabe que Victoria será la próxima reina de Inglaterra, pues ninguno de sus tíos -Jorge IV y Guillermo IV, tenía descendencia. Conocido el hecho por Victoria, apenas con diez años de edad, dio muestras de su carácter resuelto al exclamar que sería una buena reina en el futuro. La educación procurada por su madre, si bien será muy provechosa a lo largo de su reinado, acabó por deteriorar las relaciones entre ambas, generando un distanciamiento que se hará más patente cuando Victoria ocupe el trono. En 1837, horas después de morir su tío Guillermo IV, el arzobispo de Canterbury le transmite la noticia de su proclamación como reina. Su coronación tendrá lugar en la abadía de Westminster el 28 de junio de 1838. Se espera de Victoria, de dieciocho años, que acabe con largos años de decadencia de la institución monárquica en Inglaterra, debilitada por los reinados de Jorge III (1760-1820), Jorge IV (1820-1830) y Guillermo IV (1830-1837). Durante este tiempo, Inglaterra ha sufrido los devaneos e inestabilidad procurados por un rey enfermo de demencia (Jorge III), ha perdido las colonias americanas, ha sufrido graves escándalos a cargo de Jorge IV y ha visto tímidos intentos de recuperación de la institución monárquica por parte de Guillermo IV. Todo ello en el contexto de una Europa en convulsión, que ve aparecer poderes emergentes (Alemania) y cuestionar la legitimidad de otras rancias monarquías (Revolución francesa y episodios liberales). Cuando la joven Victoria es coronada, la política inglesa está dominada por William Lamb, vizconde de Melbourne, primer ministro desde 1935. Se trata de un gobernante eficaz, sólido e inteligente, del agrado de la reina. Ello hace que los primeros años del mandato de Victoria esta se muestre algo alejada de los asuntos de gobierno, despreocupada de las vicisitudes de la vida política cotidiana. Se hace acompañar, eso sí, por damas que comparten la ideología "whig" (liberal) del primer ministro, confiando en que su mandato será largo y estable. Sin embargo, diversos reveses parlamentarios sufridos por Melbourne le hacen dimitir, pasando los "tories", con Robert Peel a la cabeza, a controlar el gobierno inglés. Es entonces cuando Victoria decide inmiscuirse personalmente en la política del país, pues no son de su agrado los modales y el carácter de Peel, que considera demasiado hoscos. Se produce así la primera crisis política de su reinado, al negarse a aceptar la llegada de Peel al poder. La situación se resuelve mediante arduas negociaciones, que hacen volver a Melbourne y restablecerse, momentáneamente, la situación anterior. El 10 de febrero de 1840 Victoria se casó con el príncipe alemán Alberto de Sajonia-Coburgo, lo que en principio despierta los recelas los recelos del pueblo inglés ante la entrada en el trono de un personaje extranjero. El carácter de Alberto, inteligente y exquisito, y su figura apuesta, acaban sin embargo por ganarle la confianza del pueblo. La relación con Victoria, en el mismo sentido, era excelente. No en vano, Alberto era uno de los pocos hombres con los que Victoria había podido relacionarse en su juventud, además del primero con quien había podido hablar a solas. La boda significó una muestra más del carácter decidido de Victoria, al celebrase pese a las suspicacias y oposiciones suscitadas. El papel que el príncipe consorte iba a desempeñar desde su llegada al trono iba a ser fundamental para Victoria, pues se ganó por completo su confianza y admiración. Fue así como la veneración que la reina sentía por Melbourne iba siendo paulatinamente sustituida por la que sentía hacia su marido, confiando en él como consejero político. Gracias a ello, la vuelta al poder de Peel en 1841 no significó un trauma para Victoria, como sucedió la vez anterior. Apoyada en su marido, la reina experimentó un cambio en sus sentimientos hacia los conservadores, aproximándose cada vez más a sus postulados políticos. Las disputas con los gobiernos "tories" fueron cada vez menores, lo que no ocurrirá con los gabinetes liberales posteriores de lord Russell y lord Palmerston. El reparto de funciones de la pareja real funcionará a la perfección, creando un modelo de comportamiento político que restaurará el prestigio de la monarquía inglesa entre sus súbditos y el resto de gobernantes europeos. El príncipe Alberto será instituido como príncipe consorte, siendo las decisiones tomadas de mutuo acuerdo entre ambos esposos. Político fino, dotado de gran inteligencia para los asuntos de estado, Alberto supondrá un apoyo considerable para Victoria. Además, el respeto a la institución parlamentaria acabará por restaurar el prestigio del trono inglés, perdido por la acción de los monarcas anteriores. Nueve hijos, de ellos cuatro varones, asegurarán la sucesión y serán una herramienta política de primer orden mediante la concertación de sus matrimonios con miembros de otras casas reales. Sin embargo, la situación de estabilidad y armonía sólo durará unos cuantos años. En 1856 Alberto comienza a manifestar síntomas de la enfermedad que acabará con su vida algún tiempo después. Un año más tarde la reina decide oficializar el título de príncipe consorte, para que Alberto pueda gozar de derechos que no le son reconocidos al no ser ciudadano inglés. Finalmente, 1861 se convierte en el "annus horribilis" de Victoria, al fallecer su madre en marzo y en diciembre su esposo, víctima del tifus. Esta última muerte, no por menos esperada, supone para la reina el acontecimiento más doloroso de su vida. Desde entonces, viste siempre de negro, en recuerdo de su marido, se hace acompañar constantemente de su fotografía, y manda al servicio disponer a diario la ropa limpia de Alberto. A pesar de ello, una vez más da Victoria muestras de su carácter decidido y luchador, al no dejarse abatir por el dolor sufrido y dedicarse de pleno a trabajar por su país y la monarquía. Aunque restringe sus apariciones públicas, desde el trono contribuye como nadie antes a afianzar el prestigio de la monarquía, ejerciendo un papel de referencia para el pueblo inglés, modelo de los valores que Victoria quiere impregnar. Su rígida educación se manifiesta ahora en su máximo esplendor: la moral estricta, el afán por el trabajo, el "common sense" (sentido común), la seguridad, el patriotismo, la religiosidad, el liberalismo económico y político. Sin duda en sintonía con los acontecimientos de la época, monarca de la Inglaterra de la Segunda Revolución industrial, los valores que Victoria encarna encajan perfectamente en la mentalidad inglesa del siglo XIX, en el encumbramiento de una burguesía tradicionalista, educada en sólidos valores religiosos y culturales, amante del trabajo, la superación y el prestigio social. Victoria devuelve como un espejo la imagen que la sociedad decimonónica inglesa tiene de sí misma: una sociedad fuerte, hegemónica en el conjunto de naciones, políticamente estable y económicamente puntera. La Inglaterra victoriana se siente en la cumbre del mundo y de la historia. No en vano, el desarrollo económico alcanzado no tiene parangón en ningún otro país ni época, y domina territorios como La India, Australia, parte del Canadá, casi la mitad de África. A los puertos ingleses llegan productos de todo el mundo, gracias a la marina mercante más potente que existe. Por si fuera poco, la vieja y confiada Inglaterra observa a salvo los desórdenes que se suceden el exterior, como el pujante ascenso de los nacionalismos que comienzan a minar las estructuras de imperios como el ruso, el austro-húngaro o el otomano, manejando hábilmente la política internacional en su propio beneficio, alejada de las disputas entre Francia y Alemania que dominan las relaciones internacionales en Europa a finales del siglo XIX o los manejos de Bismarck para lograr el control continental. Son años de esplendor, en los que Victoria domina un imperio y ejerce su ascendencia y capacidad de influencia sobre el resto de monarquías europeas. Aunque algo alejada de la política cotidiana, la sintonía con el conservador Disraeli le hace participar algo más de los asuntos públicos. Son años en que se acrecienta aun más su poder y prestigio, siendo coronada (1877) como emperatriz de la India. Por si fuera poco, la decisión de Disraeli de comprar para Inglaterra las acciones del Canal de Suez permiten a Inglaterra observar un dominio absoluto sobre todos los mares. En África, la expansión inglesa continúa imparable, gracias a la labor de exploradores como Livingstone, Stanley y otros, que hacen sumar territorios como Zambeze, en 1890, iniciando el camino hacia las anexiones de Zanzíbar, Nigeria y el Transvaal (1902). En Australia, se completa el dominio sobre la inmensa isla continente, configurando el Commonwelth australiano. La política interior de la reina, supervisada por ella misma y dirigida por personajes como los ya citados Melbourne, Peel, Russell, Palmerston, Disraeli y Gladstone, avanza hacia un establecimiento pleno del liberalismo económico y político, que hace llegar la participación política a amplias capas de la población. Del juego político, en el que también participan partidos radicales, surgen reformas electorales y medidas políticas cuyo objetivo último es mantener la estabilidad del sistema y de las instituciones. Así, se afrontan problemas antiguos como el nacionalismo irlandés o las reivindicaciones obreras, surgidas éstas del profundo proceso de industrialización experimentado por Inglaterra, con medidas como la concesión de una mayor autonomía para Irlanda o la legalización de los primeros sindicatos modernos. Son años de esplendor que harán también florecer las ciencias, las artes y las letras, con figuras de la talla de Kipling, Yeats, Wilde, Faraday, etc. La longitud extraordinaria de su reinado dio a Inglaterra una estabilidad de la que no había disfrutado en mucho tiempo. Por eso, cuando falleció el 22 de enero de 1901, muchos de súbditos vieron morir a una monarca que estaba en el trono desde antes de que ellos mismo hubieran nacido, y que manejó las riendas de su nación justo en un período en el que alcanzó a ser la mayor potencia económica y política del mundo.
contexto
Para Japón, la batalla de Leyte representó el final de su Marina de superficie, que desde entonces sólo desarrolló funciones auxiliares. Para un imperio marítimo que tenía como metrópoli un archipiélago, éste era el fin. La política americana no abandonó, sin embargo, su manera excesivamente militar de considerar la situación. Una vez dominada la Marina japonesa, el problema militar debía pasar a segundo término, en función de las necesidades políticas que, a diferencia de Europa, estaban en el Pacífico a merced de los Estados Unidos, sobre quienes recaía el esfuerzo bélico. La diplomacia americana continuó, sin embargo, fiel a la implicación de la URSS, aunque tras la batalla de Leyte ya no tenía finalidad una ofensiva desde Siberia y era más rentable llegar a una paz negociada con Japón que ofrecer a Stalin participación en el botín a cambio de intervenir tardíamente en la guerra. En 1941, la potencia industrial japonesa representaba un 10 por 100 de la norteamericana, pero la mayor parte de los alimentos y materias primas debían llegar, por vía marítima, desde Manchuria y Corea, de modo que el dominio marítimo era la clave de la pervivencia japonesa. Una vez barrida la flota de combate y destruidos la mayor parte de los mercantes por los submarinos y los aviones americanos, el tráfico marítimo japonés estaba estrangulado. Entre las existencias de 1941 y las construcciones y capturas de la guerra, Japón totalizó alrededor de diez millones de toneladas de barcos mercantes, de las que casi nueve millones fueron a parar al fondo del océano. Bastaba intensificar las destrucciones contra el millón de toneladas restantes para que el Japón quedara literalmente en la indigencia. La insistencia de los militares y marinos americanos, deseosos de una victoria rotunda, obligó a proseguir la conquista de las islas y debilitó la postura diplomática frente a la inteligente política de Stalin. Entre tanto, las operaciones terrestres continuaban en la isla de Leyte, donde había una sola división japonesa y cinco aeródromos. Los americanos tomaron todos los campos de aterrizaje y desbarataron la resistencia japonesa antes de que llegara un refuerzo de cinco divisiones, enviado desde Luzón. La base principal de la isla era Ormoc, que no pudo ser tomada porque las lluvias entorpecieron las operaciones. Los japoneses aprovecharon la coyuntura para enviar más refuerzos -a pesar de las destrucciones de transportes- y elevar sus efectivos en la isla a 60.000 hombres. Los americanos tenían ya 180.000 en tierra y los combatieron con un nuevo desembarco cerca de Ormoc, que logró reducir la resistencia. Cerrada la posibilidad de recibir suministros, la guarnición resistió dos semanas, mientras los kamikazes mantenían una durísima ofensiva contra la flota americana. Para desorganizar la resistencia japonesa, impedir sus comunicaciones y poner Manila al alcance de su aviación táctica, MacArthur atacó Mindoro, isla del archipiélago filipino situada a 500 kilómetros al noroeste de Leyte. La flota cumplió su objetivo sin oposición japonesa: sólo el impacto de un kamikaze contra el buque insignia Nashville, que quedó plagado de muertos y fuera de combate. El desembarco se realizó con tal velocidad y sigilo que los marines no sufrieron ni una sola baja. Por el contrario, la flota afrontaría un tremendo tifón, que hundió tres destructores, destrozó 150 aviones y mató a más de 700 hombres. Con la ocupación de Leyte y Mindoro, el archipiélago filipino resultaba dividido en dos partes: al norte, la isla de Luzón; al sur, las de Negros, Panay, Bohol, Cebú y Mindanao. Todas las guarniciones japonesas quedaban al alcance de los aviones con base en tierra de MacArthur, y Yamashita, acosado por todos los sitios y sin el apoyo de su flota, veía a sus fuerzas divididas en dos y se encontraba impotente para reforzar las guarniciones atacadas. Sería la isla de Luzón la primera en ocuparse y el golfo de Lingayen el primer punto de desembarco, allí donde los japoneses lo hicieron en diciembre de 1941. El ataque fue precedido por una importante combinación de bombardeos, falsas noticias, amagos y acciones de las guerrilla filipinas, hasta que el 10 de enero de 1945 saltaron a tierra cuatro divisiones; como cuatro años antes los japoneses, sólo a 110 kilómetros de Manila. MacArthur llevaba la operación con evidentes nostalgias y quiso evitar que los japoneses se refugiaran en Batán, por lo que ordenó otro desembarco para ocupar la península de trágicos recuerdos. El lanzamiento de una división aerotransportada al sur de Manila precipitó el desenlace y comenzaron las rendiciones de destacamentos aislados. El general Yamashita ordenó que no se defendiera Manila. Pero el comandante naval, almirante Iwanachi, no obedeció. Mientras en el mar los kamikazes,, los torpedos humanos y los hombres-rana japoneses llevaban a cabo un holocausto inútil, aunque costoso para la flota americana, Iwanachi llevó el mismo espíritu suicida a la ciudad. La fanática resistencia casa por casa destruyó Manila durante un mes. Como años antes, la isla de Corregidor fue escenario de otra lucha encarnizada. La aviación arrojó sobre los japoneses que resistieron 3.128 toneladas de bombas, mientras la artillería de los barcos machacaba sus costas. A los lanzamientos de paracaidistas siguieron desembarcos con carros lanzallamas que tropezaban con la habitual resistencia, hasta que los últimos defensores se suicidaron volando un depósito de municiones. Junto a Corregidor, tres islitas fortificadas (del Fraile, de la Monja y de Pulo Capelo) no pudieron ser tomadas, a pesar de los esfuerzos, y la Marina las quemó con su guarnición, mediante barcazas de combustible y granadas incendiarias. A pesar de todo y de la resistencia que los numerosos destacamentos japoneses pensaban ofrecer en las islas, el camino de Filipinas estaba abierto y las autoridades filipinas tomaron posesión, mientras las noticias de las atrocidades japonesas en Manila llegaban a los Gobiernos extranjeros, que presentaron notas de protesta a Tokio.
obra
Se trata de una composición tardía, realizada en torno a 1650, a juzgar por el estilo de los trazos, convertidos en una línea temblorosa, producida por la enfermedad que afectaba a las manos de Poussin, y por el tratamiento temático, que lo hacen posterior a su segunda estancia en París. Muestra la figura de la Victoria, alada, que aparece sentada sosteniendo una tablilla sobre la que escribe. La figura de perfil que sopla una trompeta es la Fama. Tras ellas, en un sarcófago, reposa un amorcillo alado.
obra
Con motivo de la primera aparición oficial, a los dieciséis años, de la princesa Victoria, hija de la reina de igual nombre y del príncipe Alberto, Winterhalter realizó este magnífico boceto. La princesa Victoria -más conocida como Vicky- casó con Federico, el príncipe heredero de Prusia, y tuvo un feliz matrimonio pero debido a que su suegro, el emperador Guillermo I, falleció muy mayor, Federico sólo pudo estar 99 días en el trono, siendo sucedido por su hijo Guillermo II. La relación entre madre e hijo siempre estuvo marcada por la tensión, lo que la llevó a vivir retirada en el palacio de Friedrichshof. Winterhalter nos presenta a una elegante y delicada princesa ataviada para la fiesta de presentación en sociedad, vistiendo un soberbio traje blanco con detalles azules, portando entre sus manos un gran ramo de flores. Vicky dirige su mirada hacia el espectador, destacando sus inteligentes ojos. La influencia de Vernet y Reynolds se encuentra presente en estos trabajos realizados para la familia real.
contexto
Será Eduardo III quien tome la iniciativa y mantenga Flandes como primer escenario del conflicto. En 1339 los flamencos se rebelaron contra el conde Luis de Nevers encabezados por Jacobo van Artewelde, gran burgués de Gante, quien reclamó la presencia del monarca inglés. Este desembarcó en Flandes y se proclamó rey de Inglaterra y Francia. Poco después la flota francesa fue derrotada por los ingleses en L'Ecluse (junio-1340). Sin embargo, falto de recursos y de apoyo diplomático, Eduardo III no pudo explotar este primer triunfo y firmó una tregua en Esplechin. Tras comprobar que no derrotaría a Francia desde Flandes, el monarca inglés abrió otros frentes. Un problema sucesorio surgido en 1341 en el ducado de Bretaña degeneró rápidamente en guerra civil entre Carlos de Blois, sobrino de Felipe VI, y Juan de Montfort, apoyado por Inglaterra. Eduardo III necesitaba la seguridad del eje económico Canal de la Mancha-Gascuña por lo que la apertura del segundo frente bretón era para el rey de Inglaterra una necesidad lógica. Franceses e ingleses aprovecharon Bretaña como laboratorio militar, internacionalizando el conflicto bretón. Finalmente, en enero de 1343 se acordó la tregua de Malestroit. Sin un vencedor claro, Bretaña quedó dividida, pero Eduardo III logró asegurarla como base militar inglesa. En 1345 se reabrieron todos los frentes. Eduardo III estrechó su alianza con Jacobo van Artewelde, pero la crisis económica de Flandes desembocó en su asesinato, la retirada inglesa de la zona y la restauración pro-francesa de la mano del conde Luis de Male (1346-1384). Eduardo III llevó entonces la guerra a la propia Francia. En julio de 1346 una pretensión feudal del noble normando Godofredo de Harcourt fue apoyada por el rey inglés, que desembarcó en Normandía con un ejército pequeño y potente formado por poca caballería y muchos arqueros y cuchilleros. Marchando en cabalgada, los ingleses saquearon Caen, amenazando Rouen y la propia París, pero, sin fuerzas suficientes, se replegaron hacia el norte perseguidos por el ejército de Felipe VI. El esperado gran choque anglo-francés tuvo lugar en Crécy-en-Ponthieu (25-agosto-1346): los arqueros de Eduardo III y su hijo Eduardo de Gales (el Príncipe Negro) destrozaron a la indisciplinada y valerosa caballería francesa apoyada por ballesteros genoveses, inaugurando una nueva época en el arte militar. Explotando su victoria, Eduardo III asedió Calais. Felipe VI inició entonces una diversión estratégica en Escocia de la mano del rey David II Bruce, pero éste fue derrotado por los ingleses en la batalla de Neville's Cross (17-octubre-1346). Poco después Calais se rindió e Inglaterra obtenía una estratégica cabeza de puente en el continente, clave para el futuro de la guerra. Como colofón a sus victorias, y siguiendo el ejemplo de Alfonso XI de Castilla, Eduardo III fundó en 1348 la caballeresca Orden de la Jarretera. Entre 1346 y 1355 las dificultades económicas y la propagación de la Peste Negra disminuyeron mucho la tensión de la guerra. Sin embargo, Eduardo III culminó sus victorias derrotando a una flota castellana en Winchelsea (1350), respuesta a la inclinación francófila adoptada por Castilla a finales del reinado de Alfonso XI y consolidación de la hegemonía naval inglesa lograda en L'Ecluse (1340). En 1350 murió Felipe VI dejando a Francia derrotada y sumida en una profunda crisis interna. Político mediocre y exaltado defensor de la caballería, Juan II el Bueno (1350-1364) no era la persona adecuada para resolver la gran crisis militar, política, económica y demográfica que padecía Francia, aunque al principio tomó decisiones prometedoras-reforma del ejército y fundación de la Orden de la Estrella (1351). El conflicto bélico continuó en tono menor. Protagonizada por compañías de mercenarios -routiers- que se vendían al mejor postor, la guerra carecía de grandes estrategias, convirtiéndose en una agotadora depredación y destrucción de los recursos de Francia. El principal problema de Juan el Bueno fue Carlos II de Evreux, rey de Navarra (1349-1387). Nieto de Luis X y gran señor francés, el monarca navarro combinó sus aspiraciones al trono de Francia con el liderazgo de un partido nobiliario opuesto al poder real y sus ambiciones territoriales al calor de la guerra. Jugando con la amenaza de una alianza con Eduardo III (así obtuvo la mitad de Normandía y Champaña a costa del rey en el tratado de Mantes de 1354), Carlos el Malo se convirtió en el arbitro de la situación francesa. Reanudadas las hostilidades, en el otoño de 1355 el Príncipe Negro ridiculizó a Juan II atravésando dos veces el Midi sin resistencia, mientras Eduardo III aseguraba la frontera escocesa. Juan II quiso prevenirse de las intrigas de Carlos II de Navarra y en abril de 1356 ordenó capturarle. Su hermano Felipe de Evreux pidió ayuda a Eduardo III. Desde Burdeos el Príncipe Negro dirigió una nueva cabalgada, esta vez hacia el Norte. Ingleses y franceses se encontraron de nuevo en la batalla de Poitiers (19-septiembre-1356), repetición de Crecy en la que el propio Juan II cayó prisionero. El desastre militar sacó a la superficie todo el descontento contenido hasta entonces en Francia. Preso el rey en Inglaterra, el gobierno fue asumido por su hijo Carlos. El delfín, enfermizo y desprestigiado en Poitiers, tuvo que enfrentarse entre octubre de 1356 y mediados de 1358 a una crisis abiertamente revolucionaria que puso a prueba la estabilidad de la monarquía francesa. Al control del gobierno real por los Estados Generales de Languedoïl y Languedoc (1356 y 1357), los estragos causados por las bandas descontroladas de "routiers" y la liberación y nuevas maniobras de Carlos II de Navarra se sumaron la insurrección de los burgueses de París encabezados por el preboste de mercaderes Etienne Marcel y el estallido en el noreste de la revuelta campesina de la Jacquerie. La victoria final del hábil delfín se debió a que se enfrentaba a "fuerzas y poderes locales reflejo del regionalismo de Francia" con intereses totalmente diferentes. Superadas estas conmociones internas, el agotamiento de ambas partes condujo a los acuerdos de Brétigny-Calais (octubre-1360): Eduardo III renunció al trono de Francia a cambio de una gran Aquitania entre el Loira, los Pirineos y el Macizo Central, Calais, Guines, Ponthieu y un fuerte rescate de tres millones de escudos por la libertad de Juan II. Aunque el tratado de Brétigny-Calais fue un éxito francés, sus durísimas condiciones, que suponían el dominio inglés sobre un tercio del reino, sancionaron el indiscutible triunfo de Inglaterra en la primera fase de la Guerra de los Cien Años. Por la misma razón, la paz anglo-francesa de 1360 estaba condenada a no durar mucho.
obra
Hasta 1875 Victorine Meurent será la modelo preferida por Manet, protagonizando sus obras más famosas como la Olimpia o el Desayuno en la hierba. Cuando conoció al pintor tenía 18 años y ya trabajaba como modelo profesional en el estudio de Couture. Su bello rostro ha sido iluminado por un fuerte foco de luz procedente de la derecha, destacando sus ojos color miel y su cabellera pelirroja. Dirige su mirada al espectador buscando cierta complicidad. El busto se recorta sobre un fondo neutro que recuerda a los maestros antiguos - Tiziano o Tintoretto - por los que Manet sentía profunda admiración. El color azul empleado en el vestido y el lazo otorga mayor vivacidad a la imagen, aunque lo más destacable es la perfecta captación del carácter de Victorine, dotada de los atributos perfectos para Baudelaire: rostro sereno, figura ágil y atractiva.
obra
Sería ésta la primera obra en donde la modelo es Victorine Meurent, a quien había conocido Manet en el estudio de Couture y quien se convertirá en su modelo favorita, apareciendo en el emblemático Desayuno sobre la hierba. Precisamente junto a Desayuno... fue presentada esta escena en el Salón de París de 1863, acabando ambas en el Salón de los Rechazados al no ser admitidas por el jurado. Observamos la existencia de un homenaje a la Tauromaquia de Goya en la escena del fondo. La atracción hacia el pintor español surgió en las frecuentes visitas de Manet al Museo del Louvre; allí apreciaría también obras de Velázquez, Tiziano o Leonardo, por citar algunos de los maestros antiguos que supusieron para él un punto de referencia. A esa atracción personal por la pintura española, especialmente por la del Barroco, debemos añadir la situación en la sociedad de la época, donde lo español se había puesto de moda en el Romanticismo, atracción que se reforzó tras el matrimonio entre Napoleón III y la española Eugenia de Montijo. Debemos pensar que Manet aprovechó la coyuntura para realizar una serie de obras que podrían tener éxito por los temas elegidos, aunque no fue así. La figura de Victorine se recorta sobre un fondo similar a un telón, ya que Manet emplea diferentes perspectivas para ambas escenas: frontal para Victorine y de arriba hacia abajo para la escena taurina. Incluso recurre a distintas pinceladas ya que el fondo es más suelto mientras que existe mayor número de detalles en primer plano. La iluminación utilizada recuerda a la estampa japonesa al proceder de la zona trasera, poniendo de manifiesto una de las influencias más comunes en el Impresionismo. Respecto a los colores, continúa con sus contrastes entre tonos claros y los oscuros, animando más la composición al recurrir a los rojos de la capa y del fondo. El gesto de la mujer, que mira al espectador y levanta las manos para llamar a un supuesto toro, demuestra la capacidad del maestro para realizar retratos, una de las especialidades en las que triunfará.
termino
acepcion
Así se denominaba en la Antigua Roma a las esculturas de la Victoria que solían representarse sobre un globo con las alas extendidas. Eran símbolo de poder y majestad para el emperador una vez que salía victorioso de la batalla.
Personaje Pintor
El bautizo de Jan Victors tuvo lugar el 13 de junio de 1619 en Amsterdam; era el séptimo de los diez hijos de Louis Victors y Stijntje Jaspers, familia de origen humilde dedicada a la artesanía del mueble. Desconocemos algún dato sobre su formación artística pero todo parece apuntar a que se inició en el taller de Rembrandt, existiendo una estrecha relación con Govaert Flinck en algunos trabajos. En 1642 se casó con Jannetj Bellers, enviudando en 1661 con nueve hijos a su cargo. Quizá esta circunstancia llevó a Jan a abandonar la pintura hacia 1660 para dedicarse al mundo del comercio, ingresando en la Compañía de Indias Orientales donde trabajó como enfermero y predicador seglar en los barcos. Victors cultivó todo tipo de temática, recibiendo algunos importantes encargos en la década de 1650, especialmente retratos en los que se muestra excesivamente conservador, por lo que no cuajó su estilo entre la clase social elevada de Amsterdam, sufriendo numerosos problemas económicos.