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Georges Seurat fue uno de los primeros en considerar que las propuestas del Impresionismo se estaban agotando en sí mismas. Dentro de las diversas tendencias renovadoras que se desenvolvieron durante el Neo-Impresionismo, este pintor francés inauguró una Escuela que combinaba la libertad y las innovaciones impresionistas con el cientifismo positivista de fines del XIX. Esta escuela se denominó puntillismo. La innovación consistía en utilizar la pincelada suelta y descompuesta en colores primarios, que ya habían establecido los impresionistas, para realizarla con exactitud matemática y rigurosa en puntitos de color básicos, cuyo efecto se combinaría equilibradamente en la retina del espectador. Esta ordenación tan estricta de la pincelada requirió unos contornos precisos, unas figuras estáticas y unas escenas compositivamente sólidas, sobre una base geométrica estable. El efecto fue de lo más heterodoxo, puesto que el aspecto era pálido y academicista, como pudiera serlo la pintura de Puvis de Chavannes; sin embargo, Seurat estaba utilizando los más revolucionarios métodos pictóricos al mismo tiempo. Ese cuadro fue uno de los primeros en experimentar a fondo con los avances del cromo-luminismo; como su nombre indica, esta técnica pretende resolver a través del color el problema de la luz en el cuadro, que a través del punteado minucioso destacaría con un brillo propio. El lienzo se realizó dentro de taller y no al natural, como pintaban los impresionistas. Sin embargo, el tema (unos domingueros bañándose en los alrededores de París) necesitaba ser tratado al natural. Seurat resolvió el problema realizando infinitos apuntes en vivo, que luego trató científicamente en su taller, como si de un laboratorio de pintura se tratara.
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Esta composición formaba pareja con El canal de Chichester y fueron realizados ambos por Turner para satisfacer el encargo de lord Egremont. Su ejecución se llevó a cabo durante la estancia del pintor en la residencia del aristócrata en Petworth durante el año 1828. Las escenas de marinas van a ser cada vez más demandadas por una sociedad como la británica, que poseía la mayor potencia naval de la época. Turner no queda al margen de la moda a pesar de incorporar en sus trabajos su toque personal con lo que convierte sus telas en únicas. Las atmósferas que refleja otorgan a los paisajes un efecto especial, fantasmal en ocasiones, imaginario en otras, pero romántico siempre. El colorido amarillento utilizado por el artista resalta aún más el gris del mar, destacando la nota anaranjada de la puesta de sol. La pincelada empleada por Turner va siendo cada vez más deshecha hasta llegar a los efectos de Lluvia, vapor y velocidad.
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Exótico y peregrino del color y del mundo antiguo, Muñoz Degrain cubre todas las fases del trayecto orientalista, desde las fantasías moras, la pintura africanista e hispano musulmana y los muros de la Alhambra a los barrancos de Jericó y las riberas del Jordán. Realiza también su viaje interior. Orientalista de un país orientalizado, amante de lo exótico de un país que prodiga el exotismo, peregrino de un país que convoca a los escritores y artistas extranjeros, romántico del espacio romántico por excelencia, buscador de la fe y de la perfección artística. Este es Muñoz Degrain, compendio de una vida interesante, una persona de calidad y una obra digna.